El neoliberalismo y la producción de subjetividades frenéticas. Una aproximación arqueológica a partir del análisis de documentos

Neoliberalism and the production of frenetic subjectivities. Disobedience and failure as modes of government

José Giavedoni

http://orcid.org/0000-0002-4693-5130

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Centro de Investigaciones en Gubernamentalidad y Estado,

Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales,

Universidad Nacional de Rosario

josegiavedoni@hotmail.com

Fecha de envío: 18 de noviembre de 2020. Fecha de dictamen: 17 de agosto de 2021. Fecha de aceptación: 19 de agosto de 2021

Resumen

Entendemos al neoliberalismo como una razón de gobierno, un modo de conducción de conductas que deviene en un proceso de subjetivación a través de diversas tecnologías de intervención sobre los otros y sobre uno mismo. Las transformaciones estructurales que desde el último cuarto del siglo XX se vienen sucediendo en el capitalismo, que implican una creciente flexibilización productiva y laboral, han estado acompañadas de una serie de tecnologías de producción de subjetividad. No podemos admitir tales transformaciones sin, al mismo tiempo, reconocer una nueva producción de subjetividad que las acompañe. La particularidad de las subjetividades que se producen en el capitalismo neoliberal es que son mudables, cambiantes, arriesgadas, desarraigadas, en otras palabras, se requieren sujetos frenéticos, nunca conformes del todo, nunca estáticos. Este frenesí se inscribe en el marco de la competencia como modo de comportamiento, la desigualdad como condición de funcionamiento, y se observa en dos tecnologías específicas: la desobediencia y el fracaso entendido como oportunidad.

Trabajamos desde una perspectiva arqueológica-genealógica, nuestro punto de partida es una configuración problemática del presente, pero viéndonos obligados a hurgar en los discursos del pasado con el fin de reconstruir una ontología histórica de nosotros mismos, conjuntamente con el análisis de documentos pertenecientes a organismos públicos y privados internacionales y nacionales.

Abstract

We understand neoliberalism as a reason for government, a way of conducting behaviors that becomes a process of subjectivation through various technologies of intervention on others and itself. The structural transformations that have been taking place in capitalism since the last quarter of the 20th century, which imply a growing flexibility of production and labor, they have been accompanied by a series of technologies for the production of subjectivity. We cannot admit such transformations without, at the same time, recognizing a new production of subjectivity that goes along with them. The particularity of subjectivities produced in neoliberal capitalism is that they are changeable, risky, uprooted, in other words, frantic subjects are required, never fully conformed, and never static. This frenzy is framed in competition as a mode of behavior, inequality as an operative condition and is observed in two specific technologies: disobedience and failure understood as opportunity.

We work from an archaeological-genealogical perspective, our starting point is a problematic configuration of the present, but we are forced to delve into the discourses of the past in order to reconstruct an historical ontology of ourselves, jointly with the analysis of documents belonging to international and national public and private organizations.

Palabras clave: Neoliberalismo; Subjetividad frenética; Desigualdad; Desobediencia; Fracaso.

Keywords: Neoliberalism; Frenetic subjectivity; Inequality; Disobedience; Failure.


“[…] el sistema cultural se vale hoy de una multitud de personas creativas desarticuladas políticamente”.

Remedios Zafra

Introducción

El neoliberalismo es motivo de preocupación y objeto de estudio desde hace bastante tiempo. Desde diferentes tradiciones, es abordado como doctrina económica y un abanico de políticas económicas muy concretas (Harvey, 2007; Anderson, 2003). Así, adquiere unos rasgos bien definidos, como el monetarismo, la financiarización, el retroceso del Estado y el avance desmesurado del mercado, con la consiguiente mercantilización brutal de todos los aspectos de la vida, las políticas de ajuste, etc. Desde luego que es esto, pero también es mucho más. En razón de ello quisiéramos plantearlo también como una razón gubernamental, un arte de gobierno, en otras palabras, un modo de conducir los comportamientos de los hombres y las mujeres constituyendo, de esta manera, subjetividades específicas (Foucault, 2007; Brown, 2017; Laval y Dardot, 2013; Murillo, 2012; Haidar, 2015; Gago, 2014; Giavedoni, 2018a).

Las transformaciones estructurales que desde el último cuarto del siglo XX se vienen sucediendo en el capitalismo, que implican una creciente flexibilización productiva y laboral, han estado acompañadas de una serie de tecnologías de producción de subjetividad. No podemos admitir tales transformaciones sin, al mismo tiempo, reconocer una nueva producción de subjetividad que las acompañe. Entender el neoliberalismo como razón de gobierno supone reconocer un modo de conducción de conductas que deviene en un proceso de subjetivación a través de diversas tecnologías de intervención sobre los otros y sobre uno mismo, como lo expresa Ranciére (1996), la producción de modos de ser, modos de pensar y modos de decir.

La particularidad de las subjetividades que se producen en el capitalismo neoliberal es que deben ser mudables, cambiantes, arriesgadas, desarraigadas, en otras palabras, se requieren sujetos frenéticos, nunca conformes del todo, nunca estáticos y quietos. Este frenesí se inscribe en el marco de la competencia como modo de comportamiento, la desigualdad como condición de funcionamiento social y se observa en dos tecnologías específicas: la desobediencia (breaking rule) y el fracaso entendido como oportunidad.

Por lo expuesto, en primer lugar, caracterizaremos el capitalismo neoliberal y, de ello, se desprenderá la competencia como principio de desciframiento del comportamiento y la desigualdad como la condición óptima para su funcionamiento. Estas son las condiciones en las que emerge el sujeto-frenético del capitalismo neoliberal y, muestra de ello, es la discusión que se despliega en el campo de las instituciones escolares y los contenidos que deben transmitir. En segundo lugar, esto ofrece el marco para el abordaje de dos modos de conducir conductas: la desobediencia y el elogio del fracaso individual.

El trabajo se realiza a partir del análisis de documentos, entre otras instituciones, del INET (Instituto Nacional de Educación Tecnológica), del Global Education & Skills Forum, del proyecto Alfa Tuning, del Banco Mundial. No han sido elegidos al azar, sino que un recurrente hilo argumental los recorre transversalmente sugiriendo un diálogo entre ellos que si bien, tal vez, no es explícito ni enunciado enfáticamente, el trabajo de reconstrucción arqueológica los reúne en lo que podríamos llamar un mismo campo de discursividad.  

El propio Foucault (2013: 239) expresa que “En una primera aproximación es necesario, por tanto, aceptar un recorte provisorio: una región inicial, que el análisis modificará y reorganizará cuando haya podido definir en ella un conjunto de relaciones”. En esta primera aproximación nos encontramos con documentos dispersos, cada uno constituyendo un dominio propio. Por un lado, los documentos del Banco Mundial sobre educación y, también, sobre emprendedurismo; por otro lado, documentos del INET y, en otro lugar, los documentos que constituyen el largo camino iniciado en Bolonia y que encuentran su traducción en este continente como Alfa-Tuning. El punto de partida fue admitiendo esa dispersión y heterogeneidad, pero el trabajo arqueológico permitió atravesar transversalmente esas unidades, reconociendo ese conjunto de relaciones que mantienen entre ellos, un diálogo o una especie de murmullo que los agrupa aun en su aparente diferencia.

Cuestión de método

Asumimos una perspectiva metodológica arqueológica-genealógica, donde nuestro punto de partida es una configuración problemática del presente, pero que nos obliga a hurgar en los discursos del pasado con el fin de reconstruir una ontología histórica de nosotros mismos (Foucault, 2009). Por esta razón, el material con el que trabajaremos atiende a una serie documental formada por enunciaciones diversas, heterogéneas, pero que permite reconstruir las formaciones discursivas y los diagramas de poder en los que se inscriben. Esta serie está conformada por discursos de la Escuela Austríaca y de la Escuela de Friburgo, por enunciados del presente que van desde informes de organismos multilaterales de crédito, como el Banco Mundial, hasta artículos de opinión y otras fuentes que evidencian la problemática abordada. Lo característico es que el conjunto de materiales trabajados será abordado en tanto documentos, como lo expresara el propio Foucault (2005a: 11):

“Hubo un tiempo en que la arqueología, como disciplina de los monumentos mudos, de los rastros inertes, de los objetos sin contexto y de las cosas dejadas por el pasado, tendía a la historia y no adquiría sentido sino por la restitución de un discurso histórico; podría decirse, jugando un poco con las palabras, que, en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento”.

De esta manera, estos discursos no suponen ser la memoria de lo que pasó, sino la reconstrucción de sus efectos múltiples en nuestros cuerpos, en nuestros modos de relacionamiento, en nuestros modos de sentir y pensar, en nosotros en tanto sujetos. Entonces, en primer lugar, seleccionar un conjunto de documentos e inscribirlos en una serie documental. En segundo lugar, reconocer que la perspectiva de trabajo arqueológico dará el carácter de documento a un material; nada constituye un documento per se. Lo que para algunos puede formar parte de la serie documental, para otros puede ser parte de su corpus bibliográfico, caso concreto en Hayek, quien para un enfoque arqueológico es situado como documento, pero forma parte de los respaldos bibliográficos para otros. No es de interés analizar si el documento es verdadero o falso, sino observar cuáles son los conceptos, los criterios de verdad/falsedad que están operando, los regímenes de veridicción que se ponen en juego. Es decir, los procesos históricos transpiran luchas, confrontaciones y violencias que han producido la verdad, han dicho algo y esa palabra viene acompañada con el estatuto de verdad (Foucault, 1992). En este sentido, se lo interroga de un modo particular, ya que no importa si el documento es verdadero o falso, sino cómo ha sido conformado, cómo ha circulado, en qué relación de fuerzas ha sido puesto en juego. Importa, si en un determinado momento aparece un documento, cuáles son las condiciones de posibilidad para que tal material comenzara a circular y se comenzara a hacer preguntas sobre él, se lo tomara o se lo dejara de lado. Esto configura el tercer aspecto a señalar, interrogar el documento no en tanto portador de una verdad, sino en tanto registro de una confrontación y cómo se la dirimió. El documento no devela una verdad, evidencia una batalla. Por ello, entendemos, lo que nos ofrece esta perspectiva metodológica es la paulatina reconstrucción de los modos en que hemos llegado a ser, pensar, sentir y comportarnos como, de hecho, lo hacemos.

Se trata de interrogar esa multiplicidad de documentos en tanto evidencia de la fragmentación y la heterogeneidad de acontecimientos que, en el marco de determinado momento y a partir de una relación de lucha, adquieren una forma general, toman un sentido estratégico, no porque ese sentido acompañe desde un inicio un armonioso, aunque tal vez, sin duda, dificultoso camino hacia la maduración, sino porque, en su defecto, la tarea de composición de un sentido único no responde a un origen (Ursprung) como lugar de la verdad, sino a múltiples emergencias en el marco de una correlación de fuerzas.    

El carácter productivo del neoliberalismo. Competencia y desigualdad

Si el neoliberalismo es mucho más que una doctrina económica que profesa el libre mercado, esto indica que aun cuando determinada política económica neoliberal se encuentre en retroceso, aun cuando determinados principios se encuentren en franco descrédito, el neoliberalismo, en tanto razón de gobierno y modo de producción de subjetividad, sigue oficiando como regulador y ordenador de lo social. Esto porque, al ser mucho más que una doctrina y una política económica, se constituye en una normatividad práctica (Laval y Dardot, 2013), es decir, un sistema normativo que ha logrado hacerse carne en nuestros cuerpos, un sistema normativo que orienta la práctica de los gobiernos y de nosotros mismos. No basta decidir ser o no ser neoliberal, estamos atravesados por ello al ser una relación de poder y un régimen de veridicción que tamiza nuestros comportamientos y los hace ingresar en la grilla de lo verdadero y de lo falso.

Por ello, el neoliberalismo no solo destruye —destruye solidaridades, destruye resistencias, destruye lazo social, destruye Estado—, también produce, sobre todo produce. Produce sociedad, un tipo específico de sociedad, produce relaciones sociales, produce Estado, produce libertad porque la consume vorazmente —dirá Foucault (2007)— y, como correlato, produce subjetividades. En este marco de producción de subjetividades, la competencia sobresale como un modo distintivo en esta labor.

En el neoliberalismo, la norma que conduce la producción de subjetividades es la competencia. Franz Böhm (1961), uno de los exponentes más importantes de la Escuela de Friburgo, entiende la competencia como la columna vertebral moral de una sociedad libre: no sería, simplemente, un mecanismo económico sino un instrumento para la privación del poder; el más magnífico y más ingenioso instrumento de privación de poder conocido o desarrollado en la historia de la humanidad. Desde luego que la competencia tiene un rol económico, es la palanca que incentiva y regula las actividades económicas, pero no es solo ni exclusivamente esa función la que está llamada a desempeñar socialmente, sino la de incentivarnos a modificar nuestra posición, nuestro estatus, nuestro lugar en el mundo y hacerlo de manera recurrente, en todo momento, porque las posiciones logradas nunca son lo suficientemente estables como para admitir el relajamiento. En breve nos detendremos en esta discusión a partir de la manera en que el neoliberalismo entiende la desigualdad; por el momento, debemos comprender que la competencia tiene que ser el principio que nos conduzca en nuestra vida en tanto nos permite reconocer que nuestros lugares no están determinados de una vez y para siempre, pero que también somos responsables de esos logros o fracasos.  

Por su parte, para Mises (1968) la competencia es el principio ordenador de la sociedad. La competencia no utiliza armas ni elimina físicamente al adversario; sin embargo, produce desequilibrios, desigualdades y genera un constante carácter de enfrentamiento y fricción social, todas condiciones necesarias para mantener activos a los individuos y hacer funcionar el motor de la sociedad. Como él mismo señala, quienes sucumben en la competencia “[...] se ven constreñidos a buscar en la organización social del trabajo otro lugar que aquel que hubieran querido ocupar” (Mises, 1968: 324); de esta manera, la competencia se convierte en el ordenador social por excelencia, es la forma de comportamiento que dinamiza la sociedad y que ofrece la mejor respuesta a las cambiantes exigencias sociales, la competencia como necesidad vital, como modo de desarrollo personal, económico y social.

La competencia no tendría nada de novedoso en una economía de mercado ya que se encuentra asociada a ella y, por lo tanto, van acompañándose como almas gemelas. Sin embargo, la lógica que determinaba las relaciones económicas y, desde luego, sociales en la economía clásica era la del intercambio, lo que implicaba equivalencia. El intercambio pone frente a frente dos mercancías diferentes, se parte de una diferencia concreta de los bienes, pero para llegar a una igualdad abstracta (el valor de cambio) que es la que permite equiparar, igualar, hacer equivalentes dos mercancías que en apariencia son diferentes. A ello sumamos que los sujetos del intercambio deben también ser iguales entre sí, al menos se los debe considerar de esa manera para que el intercambio, el contrato, sea válido. La lógica del intercambio conduce a una lógica de la equivalencia. En la esfera de la circulación, en el mercado se intercambian mercancías equivalentes y las personas que intercambian, que establecen un contrato, son iguales.

Por el contrario, la competencia sienta un principio de desigualdad que opera como punto de partida, al mismo tiempo que como resultado. Si bajo la lógica del intercambio ganan todos, ganan ambas partes, pero bajo la lógica de la competencia no solo no ganan ambos, sino que es necesario siempre que uno pierda y se rezague como modo de inyectar vitalidad al cuerpo social. Mises afirmaba que

“el mercado enriquece a este y empobrece a aquel, determina quién ha de regentar las grandes empresas y quién ha de fregar los suelos, señala cuántas personas hayan de trabajar en las minas de cobre y cuántas en las orquestas sinfónicas. Ninguna de tales resoluciones es definitiva; son esencialmente revocables. Este proceso de selección jamás se detiene”. (Mises, 2018: 377)

En este párrafo se condensa la relación entre competencia y desigualdad, la primera como modo de comportamiento y la segunda como su combustible. El mercado produce desigualdades, pero lejos de pretender corregirlas o atenuarlas, se las debe dejar actuar en la medida que no se trata de un estatus fijo sino de una situación variable, y al hacerlo admite que es su dinámica de funcionamiento, el motor mismo de la sociedad.

Se admite la desigualdad por su condición aleatoria, la posibilidad de ser modificada, pero ello recae en las propias actitudes y aptitudes del individuo involucrado. La desigualdad es tolerable siempre y cuando conviva con la más alta dosis de libertad, que protege a la sociedad de libre mercado de no ser responsable de las desigualdades, que no existan desigualdades sociales, y trasladar la responsabilidad a los propios individuos. Por ello Hayek (2013: 41-42) insiste con que “es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre […] el vagabundo que carece de dinero y que vive precariamente gracias a una constante improvisación es ciertamente más libre que el soldado que cumple el servicio militar forzoso, dotado de seguridad y relativo bienestar”, porque “[…] la libertad debe ser deseable aunque no todas las personas obtengan ventajas de ella”.

Para ratificar su posición, Hayek declara que entre libertad e igualdad no solo no hay matrimonio posible, sino una profunda irreconciliación:

“La libertad no solamente nada tiene que ver con cualquier clase de igualdad, sino que incluso produce desigualdades en muchos respectos. Se trata de un resultado necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual. Si el resultado de la libertad individual no demostrase que ciertas formas de vivir tienen más éxito que otras, muchas de las razones en favor de tal libertad se desvanecerían”. (Hayek, 2013: 121)

La desigualdad es el motor de funcionamiento de una sociedad libre. Es el resultado de acciones que tomamos, y ese resultado nos provee de éxito o fracaso produciendo una diferencia con el resto de los individuos, hacia arriba o hacia abajo. Esa diferencia es la que motiva a actuar libremente, tomar decisiones, arriesgar, progresar, crecer, madurar. Sin esa desigualdad motivadora la sociedad sería estática, estancada. “Si las diferencias no son de gran trascendencia, la libertad, entonces, no es muy importante y la idea de la valía individual tampoco lo es” (Hayek, 2013: 122). La libertad es trascendente en tanto y en cuanto las desigualdades sean más acentuadas; de esta manera, la desigualdad no es un resultado no deseado de la competencia y el libre mercado, es la condición fundamental para su funcionamiento, es lo que coloca a los sujetos en condición de tener que moverse, buscar, imaginar, soñar, desplazarse, innovar, crear. El viejo sueño del artefacto moderno de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” se desacopla en la estrategia neoliberal que considera la libertad como un principio articulador de la sociedad que requiere de la desigualdad y la competencia para su emergencia.

El régimen de veridicción del neoliberalismo asume a la igualdad como una condición conservadora que conduce a la quietud, el estancamiento, la mediocridad, la asfixia, la sedimentación, mientras que la desigualdad es una fuerza vital que conduce a la movilidad, a la superación. Por ello la competencia refiere a un modo de comportamiento, en el marco de las nuevas exigencias y condiciones que ofrece la vida social y que requiere el capitalismo neoliberal; y si bien suele ser asociada al comportamiento del mercado, traspasa su órbita y la vemos colonizar las más variadas dimensiones de la vida humana. Es en este momento que estamos en condiciones de afirmar que la competencia se constituye en un modo de comportamiento social (Giavedoni, 2018a).

El sujeto-frenético es aquel que se opone al sujeto de las sociedades disciplinarias, industriales, de carreras laborales fijas, con derechos laborales adquiridos, instituciones fuertes y certezas de por vida. El sujeto-frenético es aquel que se enfrenta a la incertidumbre pero que no la asume como un problema, sino como una condición de su existencia. De allí que el principio directriz del capitalismo neoliberal no sea ya el de “la elección para toda la vida”, sino el “recalculando” constante que nos dicta el GPS, la ductilidad y la adaptación.

Esto encuentra sus antecedentes, más bien uno de sus puntos de anclaje, de su superficie de aplicación, el campo de la educación: un sujeto-frenético que pone en crisis la sedimentación de instituciones escolares frente a las nuevas exigencias que el mercado y la sociedad demandan. En 2016, un documento del Instituto Nacional de Educación Tecnológica de Argentina advertía la dificultad que estaban teniendo las empresas para tomar mano de obra calificada, dificultad que era directamente adjudicada a las instituciones formales en el marco de la cuarta revolución industrial. Estos cambios, continuaba el documento, exigen poner atención en las “habilidades blandas” y socioemocionales ya que “[…] existe un consenso en que ganarán relevancia en el próximo quinquenio entre las habilidades valoradas en el trabajador” (INET, 2016: 7). Aquellas habilidades refieren a conocimientos no específicos, metodologías de trabajo y cuestiones actitudinales, capacidad de adaptarse a las nuevas tecnologías, capacidad de construcción y entrenamiento de equipos. Como señala el documento, “[…] a medida que las rutinas de trabajo mecánico y repetitivo pierden ponderación en el proceso productivo, el empleado requerido se torna más sofisticado y se ve cada vez más expuesto a la toma de decisiones de mayor complejidad” (INET, 2016: 9).

A comienzos de ese mismo año, se realizó en Dubái un encuentro organizado por la Global Education & Skills Forum (Foro sobre las Capacidades y la Educación Global), que se realiza anualmente y reúne a funcionarios públicos y empresarios. Se trata de una cumbre global organizada por la Fundación Varkey, una ONG con sede en Londres perteneciente a Sunny Varkey, quien ha logrado un importante éxito económico con GEMS, una de las cadenas de escuelas privadas más grande del mundo. La conclusión a la que llegó el Foro es la siguiente:

“[...] el aumento de la matrícula y la creación exponencial de universidades contrastan con el reclamo de los empleadores, que no encuentran entre los graduados las habilidades necesarias.

La educación vocacional y técnica, al mismo tiempo, empieza a ganar espacio como solución más flexible ante una realidad en continuo cambio”. (Vázquez, 2016: s-p)

Una preocupación común recorre los rincones a nivel global, la necesidad de contar con instancias educativas que den respuestas a las exigencias novedosas y cambiantes en las transformaciones socio-productivas. Enunciados diversos, puestos en juego en diferentes contextos, reconocen como elemento común un diagnóstico acerca de las características de nuestras sociedades (la complejidad y la realidad cambiante) y una necesaria intervención (contar con personas que sean capaces de responder a esos cambios).

Ya en marzo de 2005, el Proyecto Tuning-América Latina, en el documento de su primera reunión general, identificaba como objetivo prioritario el fortalecimiento de las competencias y destrezas: “En una sociedad en transformación donde las demandas se están reformulando constantemente, estas destrezas o competencias generales se vuelven muy importantes” (Tuning, 2007: 10). El Proyecto Tuning es el modo de ingreso a América Latina del Plan Bolonia para la Educación Superior, cuya primera parada fue, en 1999, la Cumbre Birregional de Rio de Janeiro, donde la Unión Europea y América Latina se comprometieron a trabajar en conjunto por un espacio común de enseñanza de educación superior. En 2000, los ministros de Educación de ambas regiones ratificaron el compromiso y en 2004 se creó el Proyecto Tuning-América Latina (Moral, s-f), es decir, la sintonización, la puesta a punto de la educación superior a escala global.

Antes, en 2001 un estudioso de la educación superior, había señalado:

“[...] parece claro que la dinámica de la globalización está generando y profundizando formas de movilidad de la fuerza de trabajo en todas sus dimensiones y aspectos. Dentro del campo de la educación superior este proceso tiene implicaciones directas e inmediatas sobre los sistemas de formación: la necesidad de generar un currículum flexible, esquemas de formación continua y educación permanente, enseñanza de lenguas, y preparación para el mercado global, tanto en competencias específicas como en actitudes y valores”. (Rodríguez Gómez, 2001: 56)

Todas estas líneas confluyen en el documento del Banco Mundial de 2018 dedicado al problema de la educación, por lo que las discusiones iniciadas en los 80 que dieron comienzo al conocido Plan Bolonia encuentran su herencia, finalmente, en este documento. El Banco Mundial reconoce como problema ya no estar excluido físicamente de la escuela sino, aun asistiendo, estar excluido de la competitividad. No somos conscientes de lo poco que hemos aprendido hasta que comenzamos a buscar trabajo y fracasamos en ello, dice el documento. De aquí la necesidad de reconocer que “escolarización no es lo mismo que aprendizaje”; por lo tanto, podemos estar escolarizados y, sin embargo, ser completos ignorantes respecto de las demandas de la sociedad a la que saldremos.

Por ello, los contenidos sedimentados y macizos de las instituciones escolares propias de la sociedad industrial requieren ser reformulados en línea con las nuevas exigencias:

“[…] todos los estudiantes deben aprender a interpretar numerosos tipos de textos escritos, desde etiquetas de medicamentos hasta ofertas de empleo, desde estados de cuenta bancarios hasta grandes obras literarias. Tienen que saber hacer cuentas, de modo de poder comprar y vender productos en los mercados, elaborar presupuestos familiares, interpretar convenios de préstamo o escribir códigos de ingeniería de software. Requieren también de los razonamientos complejos y de la creatividad que se desarrollan a partir de esas habilidades básicas. Y necesitan las competencias socioemocionales (como la perseverancia y la capacidad para el trabajo en equipo) que los ayuden a adquirir y aplicar esas capacidades básicas y otras habilidades” (Banco Mundial, 2018: 4).

En síntesis, frente al hombre-masa de la sociedad industrial, nos encontramos con el sujeto-frenético del capitalismo neoliberal, aquel que debe tener capacidades para desarrollar la creatividad y las competencias socioemocionales (habilidades no cognitivas), la capacidad de reflexionar antes de actuar, la capacidad de resolver problemas. Todo un conjunto de herramientas para ponerlas en juego en la competencia que llevamos adelante en nuestra vida social.  

Hace casi 50 años, Gilles Deleuze (2005: 21) decía: “La paradoja fundamental del capitalismo como formación social es que se ha constituido históricamente sobre algo increíble, sobre lo que era el terror de las otras sociedades: la existencia y la realidad de flujos descodificados”. En otras palabras, los mecanismos de funcionamiento de las sociedades pasan por generar instancias de orden, control, captura, disciplinamiento, se intentan codificar los comportamientos que toda formación social produce en sus capilaridades, en sus flujos. La particularidad del capitalismo, por el contrario, es alimentarse de esos flujos, producirlos y no interrumpirlos ni asfixiarlos a través de los códigos. Marx y Engels, en el Manifiesto, reconocían ese carácter de inconstancia del capitalismo como su rasgo positivo y es lo que el propio Marshall Berman (2000) recupera. Si este se presenta como un rasgo propio del capitalismo a secas, se exacerba aún más en el capitalismo neoliberal, constituyéndose en lo que Deleuze llamaría su axiomática: el modo de funcionamiento del capitalismo neoliberal es el de producir las fuerzas que pueden lograr ponerlo en riesgo pero que, sin embargo, terminan tributando para su fortalecimiento, lo que llama flujos descodificados, en otras palabras, las conductas disruptivas.

Desde luego, esta liberación de las fuerzas puede resultar, en sí misma, una forma de codificación, pero por lo menos debe resultar llamativo que esta codificación viene de la mano no de la coerción y el disciplinamiento frente a una negatividad de lo otro, sino de la potenciación de una positividad de lo idéntico, lo que Byung-Chul Han (2018) llamaría “sociedad de rendimiento”. Frente a las sociedades disciplinarias, donde las otredades negativas debían ser acomodadas a la norma, el capitalismo neoliberal las transforma en positividades y las potencia.

El capitalismo neoliberal es el capitalismo de las finanzas, pero no solo porque el capital dinerario ha logrado la hegemonía sobre las otras formas del capital (de Brunhoff, 2009), sino porque, por ello mismo, impone su lógica de comportamiento a las demás dimensiones de la vida humana (Brown, 2017), estableciendo el cambio, la movilidad, la adaptación, el frenesí, como principio rector de comportamiento en todas esas dimensiones. Si en algo se caracteriza el capitalismo financiero, es que los sueños de estabilidad, certidumbre y un horizonte de vida claro pensado y construido de una vez para siempre, no son otra cosa que una rémora del pasado. Marazzi (2014: 57) llama a esto la crisis del tiempo industrial newtoniano propio de las sociedades industriales, que mide las jornadas laborales sobre las que se calculan los costos salariales: “[…] se asiste al surgimiento de nuevos tiempos: tiempos consagrados al tratamiento de acontecimientos/emergencias de producción, tiempos de implicación en proyectos de innovación, tiempos de formación, tiempos de relación […]”, tiempos que se despliegan en las más variadas dimensiones de la vida (laboral, afectiva, social, recreativa, política, etc.), donde la división de la jornada en trabajo-descanso-recreación queda completamente desdibujada, así como también la distinción entre espacio de trabajo y espacio de ocio. El capitalismo neoliberal funde las dimensiones témporo-espacial e impone una misma forma de comportamiento en todas ellas, el frenesí. Necesita de sujetos frenéticos que sean capaces de adaptarse a cualquier situación, de vivir en la precariedad y disfrutar de ella, como supo decir en 2016 quien fuera ministro de Educación de la Nación en el gobierno de Cambiemos y que retomaremos en la conclusión.

Si la desobediencia y el fracaso han sido focos de potenciales comportamientos disruptivos antaño, que debían ser controlados y sofocados a través de las instituciones disciplinarias, el capitalismo neoliberal se alimenta de ellos; por eso no requiere naturalizar esta precariedad o no requiere codificarla bajo su naturalización, sino dejarla librada como fuerza motora, descodificada, como pura potencia. A ello nos abocaremos en los próximos dos apartados.

Elogio de la desobediencia

El sujeto del neoliberalismo es un sujeto cuyas fuerzas políticas están disminuidas, mientras que a sus fuerzas económicas se las pretende potenciar al máximo. Como versa la cita con la que comienza el presente escrito: “No tardamos en advertir que el sistema cultural se vale hoy de una multitud de personas creativas desarticuladas políticamente” (Zafra, 2017: 21). En aras de la productividad, se nos exige no solo que estemos ocupados, que tengamos un trabajo, sino también que seamos felices, que trabajemos contentos y entusiasmados (Ahmed, 2019). Si el capitalismo ha constituido al trabajo como la vara para medir la estatura moral de las personas, en el capitalismo neoliberal el entusiasmo ligado al trabajo es el vector a través del cual se evalúa la actitud de las personas. No basta con hacer bien las tareas, hay que hacerlas con entusiasmo y convicción, es el mandato de la felicidad laboral que hoy nos atraviesa.    

Ello requiere obturar y disminuir la capacidad política, y uno de los modos de lograrlo es potenciando la libertad, la imaginación, la creatividad y, desde luego, la autovigilancia de los sujetos: nos constituimos en nuestros propios patrones y nos imponemos altos niveles de exigencia que transforman nuestra voluntad en el peor de los capataces. Si las sociedades de soberanía reaccionaban a las resistencias políticas a través de la espada (Hobbes, 2001), y las sociedades disciplinarias ponían en movimiento un complejo archipiélago de micropoderes (Foucault, 1989), en las sociedades del capitalismo neoliberal el dispositivo de control político recae en los propios sujetos a través del autocontrol, del exceso de positividad (Han, 2018), el mandato de felicidad (Ahmed, 2019), la disposición a rechazar el dolor como dimensión del afecto (Kohan, 2019). No se trata de afirmar la desaparición de los anteriores dispositivos, sino de reconocer la importancia que toma la autovigilancia como modo de control. Esto toma forma en una de las maneras más asombrosas de recodificación de la fuerza vital: la desobediencia y el breaking rule como normas de comportamiento para lograr, en un solo movimiento de piezas, la desarticulación política y la potenciación económica. Este mensaje, que aparece retratado en las paredes de empresas y grandes corporaciones, encuentra su respaldo, como lo expresamos, en la desigualdad como modo de funcionamiento social y el estatus móvil como la manera de legitimarla. Desobedecer es la actitud atrevida que se requiere para mejorar nuestro lugar en la sociedad, nuestra jerarquía, para lograr el éxito.  

Hace unos años, el reconocido Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) premió a aquellos que se corrieran de las reglas establecidas, como modo de indicar que no siempre los avances y los buenos resultados se logran siendo obedientes. El premio fue bautizado como “MIT Media LAB Disobedience Award”, se trataba de un premio de 250.000 dólares a la “desobediencia ética y responsable” conducida por los principios de “la no violencia, creatividad, valor, responsabilidad personal” y su objetivo era “[…] recompensar los actos de desobediencia reflexivos y no violentos [con el fin de] elevar el perfil público de estas actividades y, en última instancia, inspirar a nuevos agentes de cambio” (Mit Media Lab, s-f). En palabras de uno de sus directores: “No puedes cambiar el mundo siendo obediente” (Barbuzano, 2017: s-p). Para muchos puede resultar llamativa la premiación de la desobediencia cuando siempre se trató de instalar normas de comportamiento claras. Pero de lo que se trata ahora es de celebrar, premiar, incentivar, hasta generar las condiciones óptimas para desobedecer, de aquí la importancia de las habilidades socioemocionales para la resolución de problemas sorpresivos a las que apunta la nueva pedagogía. Es cierto, se premia aquella desobediencia que “se realiza de manera ética y responsable y conlleva un impacto social positivo”, como ratifica uno de los directores del MIT; por lo tanto, no toda desobediencia es tolerable. Sin embargo, si en las sociedades disciplinarias cualquier atisbo de estar fuera de la norma lo convertía a uno en objeto de captura por las instituciones de poder, el neoliberalismo potencia esa suerte de a-nomia controlada, pero a través de hacer ingresar la desobediencia en una grilla de poder, construirla como una tecnología a partir de la cual se gobierna, maximizando las capacidades económicas de los individuos y disminuyendo sus capacidades políticas.

Ello nos habla de la inmensa capacidad que tiene el neoliberalismo de transformar un principio disruptivo y de desorden en una tecnología para conducir conductas. En este sentido, no resulta exagerado afirmar que el neoliberalismo devora pasiones políticas y vomita sujetos inofensivos, ya que aquellos sentimientos, valores y principios antes asociados a lo disruptivo, lo peligroso, el riesgo, son inscriptos en una malla de poder, masticados y digeridos de tal forma que define un sujeto que, en un mismo movimiento, contribuye a la acumulación de capital, cumple el mandato de la felicidad laboral y alimenta su ego inconformista. Pero Laval y Dardot (2013) reconocen que, si bien los hombres deben ser movedizos económicamente, no deben vivir como nómades desarraigados, por ello la cuestión de la integración social sigue ocupando un lugar relevante en sus preocupaciones. De esta manera, los hombres deben ser móviles económicamente, pero estáticos políticamente, por lo que la celebración de la desobediencia y el breaking rule se refiere exclusivamente a su capacidad de ser sujetos útiles en lo económico, productivos, pero inofensivos en lo político.  

La gran astucia del capitalismo neoliberal ha sido transformar en formas reguladoras y ordenadoras potencias que estaban asociadas a las resistencias, las disrupciones y lo peligroso. En 2017, Roberto García se preguntaba “¿Por qué puede ser positiva cierta desobediencia en el trabajo?” y reconocía que el verdadero motor de las organizaciones, lo que les permite avanzar, es cierto grado de desobediencia:

“las organizaciones de hoy en día demandan nuevos comportamientos. En un mundo tan cambiante como el actual, no podemos hacer siempre las misas cosas porque, y en este caso me permito corregir a Einstein que fue quien dijo la frase, no es que obtengamos siempre los mismos resultados, es que obtendremos cada vez peores resultados. Se hace necesario una cierta desobediencia”. (García, 2017: s-p)

Es decir, la desobediencia se perfila como norma de comportamiento en función de las nuevas condiciones que impone el mundo. Este es cambiante y, por lo tanto, exige atención a esos cambios, inteligencia y capacidad de adaptación, romper con las normas (escritas o no, formales o informales) pre-establecidas. En otras palabras, se requiere de una desobediencia inteligente, como el propio autor lo enuncia en otro apartado.  

Por otro lado, también contamos con un documento de trabajo cuyo sugerente título es “Taller para no dejarse llevar por la corriente (Educación para la desobediencia)”, de un grupo que profesa principios antimilitaristas y no violentos:

“La obediencia se ha incrustado en la conciencia por su larga trayectoria, iniciada en el seno de la familia, verdadera estructura de autoridad, y continuando en la escuela, que educa en el sometimiento. Luego, cristaliza en el mundo laboral, donde el sistema de recompensas perpetúa la estructura jerárquica. Es de una claridad absoluta que la obediencia se premia, y se castiga la desobediencia”. (Grupo Antimilitarista Tortuga, 2011: s-p)

Reconociendo con claridad las instituciones disciplinarias por excelencia, el triángulo familia-escuela-fábrica, la pretensión de poner en diálogo este documento con el resto no es para asimilarlo, no queremos afirmar que se trata del mismo discurso enarbolado por el neoliberalismo. La serie documental arqueológica permite reconstruir un conjunto de enunciados diversos y heterogéneos y sobre ellos remarcar, en primer lugar, que este documento del taller sigue reconociendo en la norma clásica de la obediencia a su discurso de adversidad. El problema que reconoce el documento es el propio de las sociedades disciplinarias y, frente a ello, la propuesta es sugerir su opuesto, romper las normas que aquellas instituciones imponen, desobedecer las reglas que verticalmente bajan de la familia, la escuela o la fábrica, desobedecer a dichas instituciones para obturar el sistema y hacer chirriar sus engranajes. Es decir, se inscribe en el mismo diagrama de poder propio de las sociedades disciplinarias, pero, en esta ocasión, para formular su contrario, la resistencia. Sin embargo, en segundo lugar, reconocer que, sin ser lo mismo y siendo que se asienta en el diagrama disciplinario, este enunciado junto a los anteriores discursos se inscribe en un conjunto de condiciones de posibilidad que hacen del eje “desobediencia” el principio de una inteligibilidad común y de una misma estrategia de poder.

En primer término, porque, como aconseja Foucault (2005a), hay que observar y reconocer la dispersión de la multiplicidad de enunciados en la unidad que los reúne y los torna posibles y enunciables. Esa unidad es la “desobediencia”. Nos encontramos con enunciados diferentes, articulados por sujetos en posiciones disímiles, pero cuyo discurso es inteligible bajo un mismo principio. Unos llaman a desobedecer para acabar con el capitalismo, otros lo hacen para fortalecerlo. Un mismo principio los reúne y los pone a dialogar, resta saber la correlación de fuerzas entre esos enunciados y, como correlato, la estrategia en la que terminan jugando, lo que nos conduce al segundo punto.

En segundo término, “no existe el discurso del poder por un lado y, en frente, otro que se le oponga […] puede haberlos diferentes e incluso contradictorios en el interior de la misma estrategia […]” (Foucault, 2000: 124), por lo que discursos aparentemente contradictorios pueden estar tributando a una misma estrategia de poder, aun sin quererlo ni saberlo. La polivalencia táctica de los discursos hace que un discurso no sea en sí mismo conservador o progresista, sino en función de la estrategia a la que tributa en determinado momento. Por ello, aun cuando se trata de un documento de trabajo de una organización ideológicamente diferente a las que hemos estado mencionando, la perspectiva genealógica nos indica que debemos preguntar sobre los efectos que produce, más que por las intenciones que sus autores le asignan.

Por lo expuesto, la desobediencia, bajo determinadas formas y límites, pero siempre abierta a modularse, recomponerse y seguir avanzando, se presenta como una estrategia de poder para el fortalecimiento de las fibras sensibles del capitalismo liberal y la producción de subjetividades frenéticas.  

Elogio del fracaso

En un artículo del Banco Mundial (2015a), una de sus secciones se llama “Abrazar los fracasos”:

“Tanto jóvenes como expertos coinciden que el camino hacia el emprendedurismo está lleno de obstáculos y el principal está atado a una gran barrera cultural que experimentamos en Latinoamérica: la aversión al riesgo. Tenemos que superar el estigma que tiene el fracaso. Que no sea visto como el final sino como un paso más dentro de una trayectoria de aprendizaje”.

Así como el elogio de la desobediencia no puede comprenderse por fuera de la competencia como modo de comportamiento, el elogio del fracaso tampoco por fuera del emprendedurismo como modo de subjetivación (Giavedoni, 2018a). La cultura del emprendedurismo viene atada a la innovación y, por lo tanto, a la incertidumbre, al riesgo y, desde luego, al fracaso. Se construye una subjetividad del riesgo, que va unida al fracaso como pasos o momentos propios en la producción de un sujeto frenético.

Pero lo que el Banco Mundial enuncia al estilo de manual de autoayuda, Hayek (2011: 262) lo hace como mecanismo de autorregulación del propio mercado: “[...] es de crucial importancia para la comprensión del funcionamiento del mercado el hecho de que un alto grado de coincidencias de expectativas tenga por causa la desilusión sistemática de algún tipo de expectativa”. La frustración no es solo un resultado producto de la apuesta de quienes innovan y emprenden, es el mecanismo subjetivo que expresa la corrección del propio mercado. La competencia produce desequilibrios virtuosos que generan en una de las partes la frustración por la falta de éxito en la acción y, como correlato, desigualdad. Competencia, frustración y desigualdad son los vértices de un triángulo cuyo equilibrio se encuentra en la libertad, la plena posibilidad de elegir y actuar.  

El fundador y CEO de Amazon, Jeff Bezos, lo ha dicho con absoluta claridad en 2017: “No te puedes construir en un pionero si no estás dispuesto a aceptar el fracaso. Para inventar necesitas experimentar. Pero si sabes de antemano que ese experimento va a funcionar, deja de ser un experimento” (Woods, 2017: s-p). No se puede ser pionero en la invención si no se acepta el fracaso, ya que el camino del éxito está fundamentalmente sembrado de constantes fracasos, en la medida que para inventar es necesario experimentar y ello implica prueba y error. Lo que es cierto en cualquier orden de la vida, comienza a ser transformado en una norma de conducta, en un principio que organiza las responsabilidades, desconflictualiza las relaciones sociales y deposita en el individuo la carga por ese fracaso. Cuando el fracaso no se inscribe en contradicciones estructurales, sino que se deposita en el interior del propio sujeto, no solo la responsabilidad queda presa dentro de él, sino que también se le adjudica la carga de resolver el problema.  

Como recién expresamos, la cultura del emprendedurismo viene atada a la innovación, y esta al riesgo y, finalmente, al fracaso. El emprendedor es el modo en que uno mismo se construye como sujeto, que implica una actitud de atrevimiento ante la vida. Es el innovador de Mises (2002) que se presenta con una actitud entusiasta frente al mundo, por ello deja de ser ese homo economicus clásico para pasar a ser un homo emprendedoris. Foucault (2007) analiza la transformación del hombre económico del intercambio propio del liberalismo clásico en el empresario de sí del neoliberalismo, lo que supone pasar de la oposición capital-trabajo a la transformación del salario en capital y del trabajador en capitalista. El trabajador posee competencias, idoneidades, que las pone en juego y, en este sentido, el trabajador se constituye en un empresario de sí mismo. Este es el nuevo principio de desciframiento del neoliberalismo, no el hombre racional y calculador del intercambio, sino el entusiasta y atrevido hombre del emprendimiento, el empresario de sí, poseedor de capital y, por lo tanto, productor de sus propios ingresos, de sus propias satisfacciones, de sus propias deudas (Giavedoni, 2017).

Esto prolifera en los programas del Banco Mundial fomentando el autotrabajo, la autogestión, el emprendedurismo, exaltando la imaginación como parte de nuestro camino laboral, la creatividad, la flexibilidad, el cambiar de trabajo y la inestabilidad como dato positivo. El Banco Mundial (2015b) se ha preguntado si “se puede aprender a tener espíritu emprendedor”, y en su respuesta dice: “Los programas educativos y de capacitación para emprendedores buscan promover la iniciativa empresarial”. Como dijo el presidente Barack Obama al inaugurar la Cumbre Mundial del Emprendimiento de 2015 en Kenya, el “espíritu emprendedor crea nuevos empleos y nuevos negocios, crea nuevas maneras de prestar servicios básicos, crea nuevas maneras de ver el mundo; es el factor que impulsa la prosperidad” (Banco Mundial, 2016). En otro artículo, el Banco Mundial (2015a) dice: “A diferencia de otras generaciones, son cada vez menos los jóvenes que esperan ser contratados por una empresa para comenzar su carrera laboral”. La importancia de construir una subjetividad del riesgo en el neoliberalismo se encuentra vinculada a la producción de subjetividades frenéticas.

Pero estas dimensiones del emprendedurismo y la competencia no pueden comprenderse sin aceptar antes la desigualdad como condición necesaria sobre la cual aquellas encuentran óptimas condiciones de desenvolvimiento. Como dijimos, si bien la desigualdad no es resultado no deseado sino condición óptima de funcionamiento, siempre debe existir, el bálsamo es advertir que no siempre serán los mismos quienes ocupen los lugares de arriba y abajo. Por ello se requiere poseer un espíritu emprendedor, no sucumbir ante los fracasos y atreverse a realizar los sueños, y hacerlo compitiendo, enfrentando y siendo exitoso en ello, pero admitiendo siempre que el fracaso forma parte del ADN del emprendedor.  

Dijimos también que lo que legitima la desigualdad y, al mismo tiempo, la hace tolerable, es precisamente su condición aleatoria, factible de ser modificada y que ello responde a las propias actitudes y aptitudes del individuo involucrado. El fracaso y la desigualdad son los incentivos para la acción, el motor de funcionamiento de una sociedad libre. Es el resultado de acciones que tomamos, ese resultado nos provee de éxito o fracaso produciendo una diferencia con el resto de los individuos, hacia arriba o hacia abajo. Esa diferencia es la que debe incentivar a actuar libremente, tomar decisiones, arriesgar, fracasar, cambiar, volver a intentar, progresar, crecer, madurar. Sin esa desigualdad motivadora, la sociedad sería estática, estancada, sin esos fracasos carecería de vitalidad. Por ello, ni el fracaso es indeseable ni la desigualdad la constatación de la imperfección de la competencia y el libre mercado, son condiciones para el funcionamiento social. Si la igualdad supone una condición conservadora que conduce a la quietud, la desigualdad es una fuerza vital que conduce a la movilidad. De aquí que el fracaso es el modo de nombrar en términos individuales lo que antes era comprendido en términos sociales y arrastraba consigo el riesgo de la fractura social: la desigualdad.

Conclusión

En las sociedades disciplinarias, se produce un sujeto útil económicamente y dócil políticamente. Para ello existe una serie de tecnologías que desarticulan el cuerpo y lo recomponen, haciendo de él un sujeto disciplinado. Si llegara a producirse alguna fuga o indocilidad, diferentes instancias se activarían para capturarlo y recomponerlo o, en su defecto, aislarlo (Foucault, 2005b). Ahora bien, en las sociedades del capitalismo neoliberal, si bien las disciplinas no desaparecen, las tecnologías de poder son otras en la medida que el sujeto que se requiere es diferente.

El principio de la maximización de la utilidad y la minimización de sus capacidades resistentes sigue operando, pero ya no lo hace sobre un rasgo negativo sobre el par normal-patológico, sino sobre la constitución de un rasgo de positividad en aquellos elementos que, anteriormente, eran propios de la otredad. En otras palabras, lo que antes era considerado un rasgo negativo hoy se ha vuelto una positividad a explotar económicamente. Por ello, si en las sociedades disciplinarias la obediencia era la norma de exteriorización del sujeto, en el capitalismo neoliberal es el frenesí. Si como expresa Han (2018: 31) “la supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad, más bien hace que libertad y coacción coincidan”, esa coincidencia es la que anida en el sujeto frenético del capitalismo neoliberal. El dominio externo que se suprime es la norma resguardada por las instituciones disciplinarias, pero esa supresión y el consiguiente debilitamiento de las instituciones disciplinarias no conducen a una mayor libertad. En el capitalismo neoliberal no se ha internalizado la norma disciplinaria en el cuerpo de los sujetos; por el contrario, es el cuerpo el campo de batalla, el lugar donde se fragua la libertad, el movimiento, el desenfado, a fin de cuentas, la desobediencia como un modo de gobierno. Estos dos comportamientos que el orden ha pretendido codificar, controlar, ordenar, la desobediencia por un lado y el fracaso como síntoma de fractura social por el otro, el capitalismo neoliberal no hace otra cosa que exacerbarlos, promocionarlos. Por este motivo hemos querido hablar de subjetividades frenéticas como las formas que se imponen en nuestras sociedades.

Las instituciones se resquebrajan, cada vez más parecen no estar aptas para contener los nuevos fenómenos. Tanto la escuela como la familia, la universidad, los sindicatos, los partidos políticos, todas estas instituciones naufragan en la incertidumbre frente a fenómenos para los cuales no saben cómo responder. En el seno de instituciones normalizadoras, surgen y se despliegan estrategias de desarrollo individualizantes, de potenciación de las capacidades de los individuos en sus rasgos personales, y esto pone seriamente en entredicho instituciones que habían tenido como finalidad construir identidades colectivas a través de tecnologías que intervenían sobre un conjunto, creándolo. Hace un momento citábamos a un funcionario del gobierno argentino que, en 2016, había señalado la incertidumbre y su disfrute como objetivos de la política educativa. Esteban Bullrich, ministro de Educación de la Nación en aquel momento, decía:

“Nosotros tenemos que educar a los niños y niñas del sistema educativo argentino para que hagan dos cosas. Que sean los que crean esos empleos, los que aportan al mundo esos empleos, que generan empleos; o crear argentinos y argentinas que sean capaces de vivir en la incertidumbre y de disfrutarla, que entender que no saber lo que viene es un valor”. (Bullrich, 2016)

Lo que en su momento se interpretó como un exabrupto o cinismo, debe ser leído como la más clara exposición de los principios conducentes del capitalismo neoliberal. La escuela no está para construir Nación, ciudadanía ni derechos. Ese mundo ha desaparecido, dirá Bullrich, las exigencias de hoy lejos están de aquellas que supieron trazar los rasgos en la construcción del Estado-nación a fines del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX. La crisis de las instituciones, en parte, responde a la intervención de estas en condiciones donde se requiere un sujeto que, precisamente, las ponga permanentemente en contradicción.

Comprender los procesos de subjetivación que se dan en el capitalismo neoliberal con las matrices utilizadas para comprender las sociedades disciplinarias nos condena a desconocer lo que somos hoy como sociedad y como sujetos, además de ignorar cómo hemos llegado a este lugar.


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