Las clases sociales en América Latina. Los aportes de Ruy Mauro Marini
Social classes in Latin America. The contributions of Ruy Mauro Marini
Ayelén Branca
https://orcid.org/0000-0002-8197-9227
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Centro de Investigación María Saleme de Burnichon,
Facultad de Filosofía y Humanidades,
Universidad Nacional de Córdoba
Gabriela Giacomelli
https://orcid.org/0000-0002-9134-724X
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe,
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires
gabigiaco@gmail.com
Fecha de envío: 3 de marzo de 2020. Fecha de dictamen: 8 de julio de 2021. Fecha de aceptación: 12 de agosto de 2021.
Resumen
En el presente artículo, indagamos en torno a la teoría de la dependencia de Ruy Mauro Marini y sus estudios de principios de los años 1970, a fin de retomar los aportes teóricos-metodológicos que proporciona frente al problema de la conceptualización de las clases sociales en América Latina. Recuperamos los estudios desarrollados entre 1973, año de publicación de La dialéctica de la dependencia, y 1979, cuando se divulgan los artículos “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” y “El ciclo del capital en la economía dependiente”. En este período, desarrolló el núcleo de su crítica a la economía política latinoamericana y los cimientos de la categoría de dependencia. Asimismo, produjo una serie de estudios volcados a pensar la coyuntura chilena de la época. Muchos de estos materiales fueron compilados en el libro El reformismo y la contrarrevolución (1976). El diálogo entre los textos teóricos y los estudios sobre Chile constituyen la fuente principal de nuestra indagación. Nuestra hipótesis es que, en estos textos, escritos al calor de las luchas y proceso políticos y culturales, hay implícita una orientación teórico metodológica que hace a la consideración de las clases sociales en el capitalismo dependiente latinoamericano y desborda los acontecimientos puntuales para abonar la construcción de herramientas que permiten comprender determinaciones en un plano general, ligadas a las reconfiguraciones neoliberales del capitalismo.
Abstract
In this article we inquiring into Ruy Mauro Marini’s dependency theory, and his studies from the early ‘70s, in order to take up again the theoretical-methodological contributions provided in the face of the problem of conceptualizing social classes in Latin America. We have retrieved the studies developed by Marini from 1973, the year of publication of La dialéctica de la dependencia, to 1979, when his articles “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” and “El ciclo del capital en la economía dependiente” were released. During that period of time, the author developed the core of his critique of Latin American political economy, and the foundations of dependency as a category. Likewise, in that context he produced a series of studies aiming to think about the Chilean juncture of the time. Many of these materials were compiled in the book El reformismo y la contrarrevolución (1976). The dialogue between his theoretical texts and his studies about Chile is the main source for our research. Our hypothesis is that, in these texts —written in the heat of struggles, and political and cultural processes—, there is an implied theoretical-methodological orientation that serves as a consideration of social classes in Latin American dependent capitalism, and that goes beyond punctual events to support the construction of tools which permit the understanding of determinations in the general picture, linked to neoliberal reconfigurations of capitalism.
Palabras claves: clases sociales; América Latina; teorías marxistas de la dependencia; capitalismo dependiente; Ruy Mauro Marini.
Keywords: social classes; Latin American; marxist theories of dependency; dependent capitalism; Ruy Mauro Marini.
Introducción
En este trabajo indagamos en torno a la teoría de la dependencia de Ruy Mauro Marini y sus estudios de principios de los años 1970, a fin de retomar los aportes teóricos y metodológicos que el autor proporciona frente al problema de la conceptualización de las clases sociales en América Latina.
En los últimos años, asistimos a una reestructuración del capitalismo a nivel global que nos exige repensar la configuración de nuestras sociedades. En América Latina esta nueva etapa asume características difíciles de definir ya que la correlación de fuerzas sociales y políticas se encuentra inestable y en movimiento vertiginoso. La necesidad de hacer balances y análisis para explicar tal coyuntura empuja al campo del pensamiento crítico hacia una revisión de corrientes que proporcionan herramientas para nutrir nuestra capacidad interpretativa y transformadora. Dentro de un conjunto de iniciativas de reelaboración del legado del pensamiento crítico y revolucionario latinoamericano, recuperamos los estudios que indagan desde y sobre las teorías marxistas de la dependencia.
Estas teorías presentan categorías y herramientas de análisis teórico y coyuntural que otorgan centralidad a la dimensión económico estructural, en una consideración del capitalismo como proceso global, cuya dinámica conflictiva y contradictoria tiene modalidades diferenciales en las diversas formaciones sociales. Nos centramos en Ruy Mauro Marini como referente de esta tradición teórica por ser quien desarrolló estudios sistemáticos sobre la categoría “dependencia”. Enfocado en una crítica a la economía política latinoamericana, el autor aportó herramientas para formular el problema de la articulación de las múltiples dimensiones que configuran el desarrollo capitalista en la región en coordenadas que reconstruyen un vínculo orgánico entre la acción política, el Estado y los procesos de acumulación de capital.
Entre las múltiples aristas a ser interrogadas, la problemática de las clases sociales asume central relevancia de cara a los desafíos actuales. Las alteraciones económicas políticas, culturales e identitarias que emergen en los últimos años embeben de dinámicas novedosas a las relaciones sociales.
Ante la ausencia de un tratamiento sistemático del tema por parte del autor, utilizamos herramientas metodológicas del marxismo que habilitan la distinción analítica entre el plano económico (estructural) y el ideológico-político (superestructural). Indagamos los aportes desarrollados en la principal obra teórica de Marini, La dialéctica de la dependencia (1973), pero nos centramos en las determinaciones político-ideológicas de las clases valiéndonos de sus estudios sobre Chile —El reformismo y la contrarrevolución (1976). A partir del análisis de estas fuentes, nos proponemos realizar un trabajo de sistematización del modo en el cual Marini conceptualiza las clases sociales y, particularmente, analizar el modo en que se articulan las dimensiones económicas y políticas en la comprensión de las formaciones sociales latinoamericanas. Nuestra hipótesis es que en los textos de Marini escritos al calor de las luchas y procesos políticos y culturales del Chile de los 70 hay implícita una orientación teórico-metodológica respecto de las clases sociales en el capitalismo dependiente latinoamericano que desborda los acontecimientos puntuales y abona la construcción de herramientas que permiten comprender determinaciones en un plano general, ligadas a las reconfiguraciones neoliberales del capitalismo. Si bien en La dialéctica hay una preponderancia de análisis estructurales y abstractos, en los estudios sobre Chile Marini introduce otros vectores referidos a la esfera política y social de la lucha de clases, que no son contemplados de manera específica en sus obras más “económicas”. No obstante, esas elaboraciones no tienen la misma densidad teórica que encontramos en aquellas. En este sentido, el principal aporte del artículo consiste en proporcionar claves para problematizar las determinaciones políticas y sociales desde un punto de vista que exceda el análisis coyuntural. El análisis realizado abre una puerta teórica y metodológica significativa para la construcción de nuevos conocimientos del campo de los estudios sociales latinoamericano.
En un primer apartado, proporcionamos elementos para situar al autor y las coordenadas centrales de su teoría económico-política de la dependencia. A continuación, reconstruimos aspectos generales referidos al enfoque metodológico sobre las clases sociales en clave marxista, que complementamos y ponemos en diálogo con reflexiones que sistematizamos a partir de los escritos de Marini. En el siguiente apartado, estudiamos el modo en que se configuran las clases sociales en los estudios de Marini, a través de la división analítica entre estructura y superestructura, derivada de la perspectiva metodológica del marxismo. Finalmente, concluimos con algunas dilucidaciones sobre los aportes relevantes de las teorías marxistas de la dependencia, y en particular de Marini, en torno a la conceptualización de las clases sociales en América Latina. Indagamos líneas para ulteriores problematizaciones sobre el tema, desde una perspectiva crítica, a fin de complejizar esta propuesta, de cara a la comprensión integral de las particularidades de nuestras formaciones sociales. Así, el trabajo consiste fundamentalmente en un análisis crítico de fuentes a partir del eje problemático de la configuración de las clases sociales en el capitalismo dependiente latinoamericano. La centralidad que otorgamos en este artículo a los diferentes estudios sobre Chile, recopilados en El reformismo y la contrarrevolución, puede constituir un aporte para futuras indagaciones, dado que dentro de la vasta bibliografía que se vuelca al estudio de las teorías marxistas de la dependencia hay pocas aproximaciones a estos escritos.
Ruy Mauro Marini, un teórico marxista de la dependencia
En la segunda mitad del siglo XX, podemos reconocer un periodo de auge del pensamiento social latinoamericano vinculado al desarrollo de procesos sociales de gran relevancia, entre los que se destacó la Revolución Cubana (Sigal, 1991; Terán, 1993; Bambirra, 1976; Löwy, 2007; y Astarita, 2010). En este contexto, el debate sobre el “subdesarrollo” de América Latina dio lugar a distintas escuelas teóricas que intentaron explicar y pensar caminos posibles para el “desarrollo” de la región. Emergieron, entonces, tanto perspectivas desarrollistas representadas principalmente por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) —una de las cinco comisiones regionales creadas por las Naciones Unidas a finales de los 40—como posiciones críticas ubicadas en la tradición marxista, entre otras (Astarita, 2010; Löwy, 2007; Sotelo Valencia; 2003; Svampa, 2016). En la segunda mitad de los 60, surgieron las posteriormente denominadas “teorías de la dependencia”, cuya enunciación en plural se debe a que en su interior se reúnen diferentes líneas de investigación, tal como lo demuestran los estudios de Amaral (2006), Astarita (2010), Beigel (2006), Dos Santos (2002), Katz (2016), Orunda (1992), Sotelo Valencia (2003) y Osorio (2016), entre otros. Ubicadas en un complejo entramado teórico y político, las llamadas “teorías marxistas de la dependencia” se presentaron como una apuesta de intelectuales que criticaban las perspectivas desarrollistas sostenidas por la CEPAL, así como los posicionamientos etapistas predominantes en los partidos comunistas de la época (Bambirra, 1978; Beigel, 2006; Dos Santos, 2002).
Las teorías marxistas de la dependencia se postularon como un intento por pensar y reformular el problema del “subdesarrollo” de las sociedades latinoamericanas desde una perspectiva basada en el estudio de la obra de Marx, principalmente El Capital (Marini, 2008a), retomando el método planteado por Marx (1857-1858) para pensar las particularidades regionales de América Latina como resultado de la estructuración del capitalismo como sistema económico internacional.
A Ruy Mauro Marini se lo reconoce tanto por su trayectoria intelectual, periodística y militante, como por el legado de lo que podemos considerar una crítica a la economía política latinoamericana. Conjugó su actividad académica con una inserción política activa, en un escenario de exilio y persecución política característico de la época. Con el golpe de Estado en Brasil, de 1964, tras meses de clandestinidad y algunas detenciones, decidió exiliarse en México. Allí ejerció la docencia en la Universidad Autónoma de México y estuvo siempre vinculado a movimientos estudiantiles de izquierda, situación por la cual también se vio forzado a dejar el país en 1969. Se dirigió a Chile, donde permaneció hasta 1973, cuando se inició la dictadura de Pinochet. Durante su periodo en Chile, Marini militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) con un rol muy activo. Como afirma Marini (2012: 76), “En un ambiente de dicha naturaleza es difícil distinguir lo que fue la actividad académica y lo que fue actividad política”.
El MIR surgió en agosto de 1965, como resultado de la convergencia de diferentes movimientos políticos chilenos con tendencias revolucionarias, tales como la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM), la Vanguardia Revolucionaria Marxista-Rebelde (VRM-R), algunos sectores de la Central Única de Trabajadores (CUT), el Partido Socialista Popular (PSP) y grupos anarquistas, así como diversas corrientes de izquierda heterodoxas. Cuando la organización se fue consolidando, se delineó una tendencia marxista-leninista con aportes maoístas. Tenía un programa flexible, según el cual la tarea revolucionaria implicaba un proceso de lucha articulada entre el movimiento obrero y el movimiento campesino. En 1969, debieron pasar a la clandestinidad e impulsaron la formación de un grupo político-militar, que luego tuvo importancia como guardia del presidente Salvador Allende.
Marini, entonces, no solo se erigió como referente de las teorías marxistas de la dependencia sino como un crítico radical que desde el marxismo analizó el desarrollo del capitalismo a nivel mundial y su expresión local en América Latina. Sus aportes como teórico dependentista son tan solo una parte de su vasta obra. Dentro de sus principales producciones teóricas específicamente dependentistas, podemos considerar los artículos “Plusvalía extraordinaria y acumulación del capital”, “El ciclo del capital en la economía dependentista”, ambos de 1979, y el breve escrito La dialéctica de la dependencia, que se presenta como punto de partida teórico y metodológico sistemático que enmarca el desarrollo de esta perspectiva como corriente definida. Como afirma Carlos Eduardo Martins (2008: 11),
“La dialéctica de la dependencia proyecta definitivamente la importancia académica y política de su obra. Marini parte de la construcción teórica de Marx y se mueve de lo abstracto a lo concreto para la creación de una teoría capaz de interpretar y describir la legalidad específica del capitalismo dependiente”.
Es importante considerar el sesgo ensayístico de este trabajo. El propio Marini (2012: 83) sostuvo: “mi resistencia a publicar Dialéctica de la dependencia se debía a la conciencia que tenía de que el texto era insuficiente para dar cuenta del estado de mis investigaciones y a mi deseo de desarrollarlo”. Por lo tanto, es imposible reducir su obra a este texto, la gran cantidad de artículos publicados por el autor configuran y complejizan, entre críticas y autocríticas, sus análisis y aportes, así como su teoría marxista de la dependencia.
Cuestión de método
Las clases sociales no “son diferentes” en América Latina. Lo que es diferente es la manera en que el capitalismo se objetiva y se irradia históricamente como fuerza social.
Florestan Fernandes
El estudio de las clases y su movimiento involucra, para el marxismo, múltiples dimensiones que son sintetizadas en una mirada totalizante que entiende que los fenómenos sociales constituyen expresiones de una totalidad compleja y contradictoria. En el método dialéctico, el momento estructural, es decir, de las características del modo en que se produce la existencia material de una sociedad, se presenta como determinación fundamental, aunque no exclusiva, para la comprensión del todo.
El debate acerca de las clases sociales en nuestro continente siempre tuvo un lugar destacado en el ámbito de la historia intelectual y en las disputas político-estratégicas: el llamado debate “feudalismo/capitalismo” y sus repercusiones en la caracterización de las clases populares (Mazzeo, 2009); la cuestión de las identidades indígenas y campesinas abordadas en el pensamiento marxista de Mariátegui y con proyecciones hasta la actualidad (Aricó, 2010); la polémica acerca del papel de los pueblos en las luchas independentistas; el problema nacional y su relación con la contradicción capital/trabajo y su impacto en la relaciones entre las tradiciones locales y el marxismo (García Linera, 2009), entre tantos otros.
Podríamos decir que, al interior de la tradición marxista, el debate acerca de las clases sociales oscila entre dos tendencias relacionadas con las posturas que asume el marxismo en la región. Como reconoce Löwy (2014: 10), de manera esquemática, podemos identificar, por un lado, un excepcionalismo indoamericano, que “tiende a absolutizar la especificidad de América Latina y de su cultura, historia o estructura social”; y, por otro, un eurocentrismo, que niega la especificidad del continente y lo concibe como una especie de “Europa tropical”. Estas posiciones, que se presentan como contrarias, convergen en su comprensión del marxismo como una teoría estática y acabada. Ante estos enfoques, es posible identificar otros, como los de las teorías marxistas de la dependencia, que permiten superar “un particularismo hipostasiado y un dogmatismo universalista —gracias a la unidad dialéctico-concreta entre los específicos y el universal” (Löwy, 2007: 12). Es por eso que aquí nos detenemos en los aportes de las teorías marxistas de la dependencia y, en particular, en la perspectiva que puede desprenderse de los estudios de Ruy Mauro Marini.
Para Marini (1983) hay una oposición entre la visión totalizadora del marxismo y la “visión parcelaria de las ciencias académicas burguesas”, por lo que descarta la posibilidad de una sociología marxista con un marco teórico y un método propio. El método es, precisamente, el marxismo. Se pueden desarrollar categorías específicas para pensar lo social, pero siempre que no se abandone el método materialista dialéctico. Desde esta perspectiva, la lucha de clases se despliega en condiciones delimitadas por el modo de producción dominante en determinado momento histórico (Marini, 2008c), y no puede ser entendida como entidad autónoma que opera como explicación última de la sociedad.
Marini postula el estudio de los diversos modos de producción como clave para el análisis de la lucha de clases en diferentes momentos históricos. El concepto de valor de la fuerza de trabajo, característico del modo de producción capitalista, sirve para explicar y proyectar la forma que la lucha de clases asume en el modo de producción estrictamente capitalista. Entonces, el estudio de las particularidades del capitalismo dependiente abre camino para analizar las leyes particulares que rigen la lucha de clases en las formaciones sociales de la región.
Se trata de niveles de análisis que en la realidad mantienen una relación dialéctica: “según el nivel de análisis, más abstracto o más concreto, el énfasis se desplaza a la manera como las leyes generales se realizan a través de la lucha de clases o hacia el modo como la lucha de clases actúa sobre la realización de esas leyes” (Marini, 2008c: 181). Estos dos momentos se articulan en la determinación de las clases sociales y nos servirán como guía para nuestro análisis y síntesis de las contribuciones de Marini en torno a esta temática.
En esta línea, Theotônio dos Santos (1967) advierte que las determinaciones de las clases sociales constituyen diversos momentos que se contraponen en la construcción de su concepto como si fueran autónomos, pero en realidad constituyen niveles interrelacionados. Por ejemplo, el estudio teórico de las clases se contrapone al estudio empírico no como su negación sino como un momento ineludible para comprender las condiciones que explican esa manifestación superficial. Es necesario destacar la dimensión relacional del concepto de clases, que no puede ser entendida como una relación cooperativa o solidaria, sino contradictoria y conflictiva. En la misma operación, según la cual una clase depende de la otra para ser tal, se configura frente a esta como antagónica y viceversa. Por lo tanto, en los modos de producción basados en la propiedad privada de los medios de producción, el conflicto es una dimensión irreductible en la definición de las clases. Es decir, las clases se configuran en la lucha de clases, que, según el nivel de determinación, se expresa y existe en diversas esferas y a través de distintas mediaciones relacionadas, pero no reducibles las unas a las otras. La disputa política entre partidos por el poder del armazón institucional del Estado, la lucha ideológica en el plano cultural, por ejemplo, no son un espejo de la lucha por la apropiación del trabajo en el terreno de la producción, pero de ninguna manera se configuran de manera autónoma e independiente.
Al hablar de las relaciones sociales de producción y de las relaciones de propiedad, nos remitimos a la dimensión estructural donde la determinación de las clases sociales es fruto de las características inherentes a un determinado modo de producción. En el capítulo inconcluso acerca de las clases sociales en El Capital, Marx comienza con el siguiente planteo:
“¿Qué es una clase? La contestación a esta pregunta se desprende enseguida de la que demos a esta otra: ¿qué es lo que convierte a los obreros asalariados, a los capitalistas y a los terratenientes en factores de las tres grandes clases sociales? […] Es, a primera vista, la identidad de sus rentas y fuentes de renta. Trátase de tres grandes grupos sociales cuyos componentes, los individuos que los forman, viven respectivamente de un salario, de la ganancia o de la renta del suelo, es decir, de la explotación de su fuerza de trabajo, de su capital o de su propiedad territorial”. (Marx, 2010: 817)
Lo que convierte a cada uno de estos agrupamientos en esas clases sociales son las características del modo de producción capitalista. Para dos Santos (1967), la relación entre modo de producción y clases sociales se expresa en el ordenamiento de El Capital, dentro del cual las clases sociales pretenden ser abordadas con mayor sistematicidad luego de que fueran expuestas las características de la producción capitalista en su conjunto, incluso el momento de la circulación.
Es importante recordar que las categorías marxistas son expresión teórica de la práctica social y no condiciones de posibilidad, por lo que su emanación de un modelo de producción no las vuelve directamente aplicables a realidades que no están históricamente determinadas. Si al considerar a las clases según los momentos que constituyen el nivel estructural en la determinación de las clases dilucidamos como campo de referencia al modo de producción es necesario pensar en un campo de referencia en el cual se inscriben las determinaciones ligadas tanto a diferentes etapas históricas del modo de producción capitalista como a sus modos específicos de territorialización. Introducimos un concepto muy caro a la tradición marxista que entendemos es sumamente necesario en un nivel de análisis más concreto: el concepto de formación social. La formación social, entendida como una sociedad históricamente situada, nos permite apreciar no solo la dinámica de las luchas políticas e ideológicas sino también la diversificación de las clases en este proceso. Pues en una formación social capitalista, el modo de producción capitalista resulta dominante, pero coexiste junto con otros modos de producción precedentes, lo que complejiza la polarización burguesía/proletariado (Fernandes, 1998).
El nivel de la formación social nos posibilita apreciar características específicas de las diversas fases del desarrollo histórico del capitalismo y su impacto en la composición y dinámica de las clases sociales. Nos interesa mencionar, en este sentido, la noción de fracción presentada con anterioridad, que refiere a diferencias económicas relevantes dentro de una misma clase en virtud de las características de la estructura productiva (Fernandes, 1998). La presencia de fracciones de clase da lugar al problema de las alianzas políticas y a las relaciones de fuerza en la conformación del sistema de dominación política. Si bien en el capitalismo la burguesía se compone como clase política e ideológicamente dominante, al no constituir una clase homogénea existen conflictos en su seno que serán gestionados a través de diversos mecanismos políticos y económicos, que permitirán la continuidad de la dominación bajo la hegemonía de alguna de sus fracciones, la cual, a su vez, estará siempre tensionada por la acción de la clase trabajadora.
La dialéctica de la dependencia y las clases sociales en América Latina
Marini definió la dependencia como una
“[...] relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. El fruto de la dependencia no puede ser por ende sino más dependencia, y su liquidación supone necesariamente la supresión de las relaciones de producción que ella involucra”. (Marini, 2008a: 111)
Si bien la definición puede parecer circular, cabe detenerse en las especificidades de la relación a fin de comprender sus aportes. En primer lugar, desde una mirada histórica, Marini ubica el origen del capitalismo dependiente en el desarrollo del modelo exportador de materias primas gestado en América Latina una vez alcanzada la independencia formal en el marco de la Revolución Industrial en Europa. A partir de estos dos fenómenos interrelacionados, América Latina se inserta en el mercado mundial desde una posición subordinada que condiciona en su interior las relaciones sociales de producción.
La dependencia latinoamericana se explica a partir de las contradicciones de la producción capitalista en general y del modo en que América Latina se inserta en la dinámica del comercio internacional. Esta perspectiva se opone al “etapismo” y contribuye a superar sus derivaciones esquemáticas según las cuales el mundo queda temporal y espacialmente escindido en dos, al entender que se trata de expresiones diferenciadas dentro de un mismo proceso histórico. Las periferias no están a la espera de la llegada del capitalismo y su consecuente proceso de desarrollo, sino que los antagonismos propios entre estas regiones son resultado del modo en que se dio el proceso de expansión capitalista a nivel mundial y la dependencia es tanto consecuencia como condición de dicho proceso. Identificamos en la propuesta de Marini tres elementos fundamentales para explicar la relación de dependencia: la transferencia de valor, la interrupción del ciclo del capital y la superexplotación.
A través de la recuperación de la teoría de valor de Marx, específicamente la configuración de la ley del valor en el ámbito de la circulación de capitales, desarrollada en el tomo III de El capital, se presenta la relación de dependencia como uno de los mecanismos que contrarresta la caída tendencial de la tasa de ganancia en el capitalismo central (Marx, 1910). Dicho mecanismo, para Marini, opera en América Latina a partir de distintas formas de transferencia de valor. Al tomar los esquemas de Marx, se reconocen tres tipos de transferencias de valor que se dan desde capitales, ramas de producción y/o países con bajo nivel de desarrollo capitalista, hacia los capitales, ramas y países altamente desarrollados. Cada uno de estos tipos de transferencias de plusvalor está relacionado con los distintos ciclos del capital —mercantil, productivo y dinerario—, que se expresa en las distintas formas que asume el capital: comercial, industrial y capital que deviene en interés.
En el ciclo dinerario del capital se generan relaciones de intercambio desigual debido al funcionamiento de la ley del valor en el mercado mundial, que rige la formación de precios de producción mundiales. Tal como explica Marini (2008a) a partir de los aportes de Marx, se da una transferencia de valor desde los capitales y ramas con baja composición orgánica del capital hacia aquellas que tienen una composición elevada. En el caso del capital industrial, la transferencia está dada por inversiones directas en países dependientes del capital transnacional con sede en países imperialistas. De esta forma los grandes capitales extranjeros no solo participan del proceso de producción de mercancías en regiones dependientes, sino que participan del proceso de extracción y apropiación del plusvalor. Por último, y con respecto al capital dinerario o financiero que deviene en interés, generan transferencias de valor debido al pago de intereses de la deuda pública, bonos gubernamentales, amortización de préstamos bancarios, etc. Es importante señalar, aunque puede ser obvio porque la realidad lo impone, que estos diferentes tipos de transferencias internacionales de plusvalor se articulan y retroalimentan y asumen un peso relativo específico en distintos momentos.
“[...] la importancia relativa de los distintos tipos de transferencias se modifica en las diferentes etapas del desarrollo capitalista, según las condiciones particulares de cada formación social. La particularidad de las distintas formas de dominación y expropiación en el sistema mundial capitalista radica —en buena medida— en cuál es la modalidad predominante de transferencia y apropiación de plusvalor por parte de los capitales y países con mayor nivel de desarrollo. El estudio de situaciones concretas e históricamente determinadas exige mirar cómo se organizan e imbrican las distintas modalidades de transferencias de plusvalor de las ramas, regiones y países con menor nivel de desarrollo capitalista, hacia otras con altos niveles de desarrollo capitalista”. (Reyes, 2020: 94)
El proceso descrito tiene como consecuencia la interrupción del ciclo de valorización del capital a escala local; es decir, parte del valor producido en América Latina no puede ser acumulado en la economía local. Esta interrupción es saldada por los capitalistas de países dependientes en el plano de la producción:
“Lo que aparece claramente, pues, es que las naciones desfavorecidas por el intercambio desigual no buscan tanto corregir el desequilibrio entre los precios y el valor de sus mercancías exportadas (lo que implicaría un esfuerzo redoblado para aumentar la capacidad productiva del trabajo), sino más bien compensar la pérdida de ingresos generados por el comercio internacional, recurriendo a una mayor explotación del trabajador”. (Marini, 2008a: 123)
La “mayor explotación del trabajador” es lo que Marini denomina “superexplotación”, que puede definirse como el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, el cual está representado por el costo de reproducción de la fuerza de trabajo y constituye una característica estructural del capitalismo dependiente. A diferencia de lo que sucede en el “capitalismo clásico”, la clase trabajadora pierde su doble carácter de productora y consumidora.
“[...] la tendencia natural del sistema será la de explotar al máximo la fuerza de trabajo del obrero, sin preocuparse de crear las condiciones para que este la reponga, siempre y cuando se le pueda reemplazar mediante la incorporación de nuevos brazos al proceso productivo”. (Marini, 2008a: 134)
La posibilidad de reemplazo de mano de obra está ligada a un mecanismo ya estudiado por Marx, la creación de un Ejército Industrial de Reserva (EIR) que, desde la perspectiva de Marini, cobra un papel fundamental en el desarrollo capitalista dependiente. La constitución histórica de las formaciones sociales configura un EIR especialmente masivo: el proceso de transición del colonialismo al predominio del modo de producción capitalista deja como saldo una cantidad extraordinaria de mano de obra disponible, conformada fundamentalmente por la población indígena. Luego se añaden las oleadas inmigratorias de trabajadores/as europeos/as expulsados/as por el progreso tecnológico de las revoluciones industriales (Marini, 2008a). Este fenómeno histórico se conjuga con características estructurales del capitalismo dependiente, cuyo sistema productivo promueve un continuo engrosamiento del EIR, dada la falta de dinamismo de los sectores industriales volcados a la producción de bienes de consumo destinados al mercado interno.
A partir de la categoría de la superexplotación, se plantea la constitución de las clases sociales en el capitalismo dependiente como un proceso diferente, aunque relacionado con las características de las mismas clases en los países imperialistas (Marini, 2008a).
La superexplotación es, de este modo, una “mayor explotación del trabajador” como forma de contrarrestar la transferencia de valor hacia las economías centrales. El aumento de la explotación supone, además, la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor como tendencia estructural (Marini, 2008a). El pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor no es exclusivo de las economías dependientes, ya Marx había estudiado esto y los diferentes mecanismos para aumentar la tasa de explotación. Ahora bien, en la exposición de las determinaciones generales del modo de producción capitalista, esta forma de aumentar la tasa de plusvalía no se erige como uno de los elementos centrales ni tampoco constituye una forma exclusiva de obtención de un aumento en la tasa de plusvalor (Carcanholo, 2013). Es decir, si bien Marx identifica al pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor como un fenómeno posible, no se presenta en ese nivel de análisis como un factor determinante en el proceso de acumulación de capital que se describe ni tampoco es una característica de las economías capitalistas centrales (Amaral, 2012).
Ahora bien, ¿no podría haber superexplotación en los países capitalistas centrales? Aún en la actualidad existe un acalorado debate entre quienes recuperan y continúan inscribiendo sus estudios en el marco de las teorías marxistas de la dependencia respecto de la superexplotación como un conjunto de mecanismos propios de las economías periféricas. Este debate se condensa en los intercambios entre Osorio (2020) y Katz (2017 y 2019).
Mientras Osorio reconoce que la superexplotación es una característica específica de regiones como América Latina, debido a la dinámica heterogénea y diferenciada del capitalismo como sistema mundial, por lo que no es posible comprender la dependencia sin considerar esta categoría, Katz (2017) pone el énfasis en la relación de transferencia de valor y sostiene que esta categoría resulta prescindible, ya que es posible que haya mecanismos de explotación redoblada en distintas regiones y no hacen a la especificidad de las economías dependientes. Frente a este debate, destacamos que la superexplotación es para Marini más que un simple aumento en la explotación de la clase trabajadora, ya sea con la prolongación de la jornada laboral, la reducción del salario o la intensificación del trabajo. La superexplotación se presenta como el mecanismo para contrarrestar los límites de la acumulación de plusvalor debido a la transferencia de valor a las economías imperialistas. Por lo cual, afirmar la superexplotación en dichos países sería, además de una contradicción lógica, una negación de las características del capitalismo en su fase imperialista. No negamos, sin embargo, que hay ciertas tensiones. Pues en sus últimos escritos analiza el proceso de globalización neoliberal, donde considera la posibilidad de que las alteraciones en el patrón de acumulación capitalista internacional den lugar a la expansión de la superexplotación en países centrales, en aquellas unidades y ramas productivas nacionales que han quedado rezagadas desde el punto de vista tecnológico, respecto de los conglomerados multinacionales y trasnacionales (Marini, 2008b). Esto no implica, sin embargo, que como mecanismo no se siga desarrollando en el capitalismo dependiente de manera específica y en retroalimentación con las dinámicas de transferencia de valor:
Habría que señalar que sin superexplotación no sería factible el intercambio desigual como proceso estructural, y sin intercambio desigual recurrente no habría necesidad de la superexplotación. Uno y otro son dos caras que hacen posible la reproducción del capitalismo dependiente, que se manifiesta en el mercado mundial como intercambio desigual (transferencia de valor) y que arranca de la producción local de valor como superexplotación, lo que alimenta al capital mundial (Osorio, 2020). Si la superexplotación y las condiciones históricas que la habilitan definen las particularidades de la clase trabajadora en la región, ¿qué significa hablar de “burguesía latinoamericana”? Para Marini, la característica diferencial de la burguesía en el capitalismo dependiente es la dificultad de realizar su interés objetivo primordial, la ganancia, debido a la internalización del capital extranjero que supone la dependencia. La limitación estructural para la realización del ciclo de valorización produce un efecto espiral sobre todo el ciclo y tiende a generar profundas asimetrías al interior de esta misma clase. A partir de esto podemos comprender las diferencias entre las fracciones de clases en la región, donde se identifican dos grupos principales. Por un lado, la gran burguesía, cuyas unidades productivas pertenecen a ramas dominadas por la burguesía extranjera y orientadas hacia el mercado extranjero, dedicadas a la producción de bienes de capital y bienes para el consumo suntuario. Por otro lado, la fracción de la burguesía cuya producción se orienta a los bienes-salario, vinculada al mercado interno. Marini denomina a este sector como mediana y pequeña burguesía, o simplemente como burguesía nacional.
Las tensiones y antagonismos entre las fracciones de esta clase se presentan con una intensidad inusitada, que puede hacer peligrar la estabilidad del régimen de dominación política, aunque existan intereses últimos que aglutinan al conjunto de la burguesía al enfrentarla de forma antagónica con el proletariado. Marini coloca como ejemplo de esta unidad estratégica de la burguesía la dimensión salarial. A diferencia de lo que pasa en países imperialistas, donde la política salarial puede constituir fuente de disputa interburguesa, en las naciones dependientes la necesidad de la burguesía de promover la comprensión salarial constituye una tendencia estructural (Marini, 1976c).
Cuando el autor describe la pequeña burguesía, se evidencia la ausencia de un criterio explícito en la definición de esta “clase”. Resulta evidente que quienes poseen medios de producción a una escala intermedia, que coincide con la producción de bienes primarios, entran en este grupo social. No obstante, en sus análisis, incluye en este mismo colectivo al “pequeño burócrata”, al empleado de comercio y al “oficinista”. Pero no podemos caracterizar estos agrupamientos de la misma forma que el pequeño industrial, ni remitirlos a la definición de clase según la propiedad de los medios de producción y la posición en las relaciones sociales de producción. El autor parece tener en cuenta dimensiones extraeconómicas para introducir bajo la rúbrica de pequeña burguesía a sectores que, prima facie, no podemos considerar como burgueses.
En este sentido consideramos que en la clasificación de la denominada “pequeña burguesía” priman determinaciones político-ideológicas. Marini afirma que las clases medias se identifican con la pequeña burguesía propietaria a nivel idiosincrático: “conservan sus hábitos, su visión de mundo, sus reacciones frente al proletariado y la burguesía” (Marini, 1976c: 84). Esto sugiere que las clases sociales y sus dinámicas no están determinadas únicamente por la dimensión económica-estructural, sino que es necesario incorporar la dinámica de la lucha de clases, así como elementos ideológicos y políticos.
Entre la primera caracterización de las clases medias en virtud de su relación con los medios de producción y la segunda afirmación, donde la pertenencia a una clase se da por la adopción de un comportamiento, hay una gran diferencia desde el punto de vista teórico-metodológico. En un artículo de 1972, Marini (1976h) nos da una pista que podría contribuir a una elaboración más sistemática sobre las clases y ayudar en la comprensión de por qué ubicar a la diversidad de grupos que se ponen bajo el paraguas de las “nuevas clases medias” como parte de la pequeña burguesía. Marini menciona, en ese artículo, una diferencia entre posición de clase y práctica de clase como una especificación conceptual que permitiría desarrollar un análisis capaz de abordar las complejidades suscitadas por la coexistencia de relaciones sociales de producción pertenecientes a distintos modos de producción que caracterizan al capitalismo dependiente. El problema en esta enunciación es que la diversidad y complejidad presente en América Latina en lo que refiere a las clases sociales no se debe sola ni fundamentalmente a la coexistencia de diversos modos de producción. Pues, como ya hemos dicho a partir de la recuperación de Florestan Fernandes (1998), esto no puede tomarse como un rasgo exclusivo de nuestro continente.
Mencionaremos un último sector, dentro de la clase dominante, que se presenta en los escritos de Marini (1976b) casi como una clase residual: los grandes terratenientes rentistas. La supervivencia de este agrupamiento se vio afectada, al menos en Chile, por las políticas de reforma agraria que fomentaron una relativa redistribución de tierras y, junto con esto, la extensión de las relaciones capitalistas en la esfera rural. En sus análisis, más allá de estas cuestiones generales, no hay una indagación exhaustiva. Entendemos que esta omisión está vinculada a la coyuntura teórico-política en la que se inscribe su teoría, marcada por una disputa con el proyecto de las burguesías nacionales desarrollistas.
En este punto recuperamos la crítica de Juan Iñigo Carrera, desde la cual podemos reconocer la ausencia de una caracterización del sector terrateniente por parte de las teorías marxistas de la dependencia. Este vacío remite, para Iñigo Carrera, a que las teorías marxistas de la dependencia consideran al mercado capitalista como unidad de análisis básica, en línea con las teorías desarrollistas:
“El proceso mundial de acumulación del capital industrial no arranca históricamente tomando la forma concreta inmediata de tal. Por el contrario, arranca como la confluencia de varios procesos nacionales de acumulación que pugnan por desarrollarse sobre la base de abarcar dentro suyo la producción de la generalidad de las mercancías que consumen”. (Iñigo Carrera, 2008: 5)
Desde su perspectiva, es necesario darle peso en el análisis a las características principales de la producción interna en nuestra región, donde la renta de la tierra y quienes se apropian de ella es una clave de análisis que no puede faltar. Si bien no compartimos con el crítico la negación del sistema mundial capitalista como unidad fundamental de análisis, consideramos enriquecedor complementar las teorías marxistas de la dependencia con los debates acerca de la renta de la tierra para caracterizar las formaciones sociales latinoamericanas, puesto que la burguesía agraria tiene un peso innegable en la región. Se trata de un debate con proyección hasta la actualidad, sobre todo en países como Brasil y Argentina, donde la renta diferencial se conjuga con las grandes concentraciones de tierra, los precios de los commodities y el avance de la biotecnología, de manera que se configura una clase social privilegiada que se beneficia no solo de la explotación de la tierra, sino, principalmente, de la especulación financiera que esta le permite.
El reformismo y la contrarrevolución. Estudios sobre Chile. La dimensión política en la configuración de las clases sociales en América Latina
En El reformismo y la contrarrevolución (1976), Marini analizó los factores que posibilitaron el golpe de Estado al gobierno de Allende por parte de los sectores militares y la derecha chilena. En estos estudios, encontramos elementos para pensar la dimensión política-ideológica de las clases: la matriz de análisis es la economía política de la dependencia desarrollada en La dialéctica.
Chile, más allá de las particularidades, se inserta en la dinámica de la dependencia y comparte, especialmente con los países de desarrollo industrial relativamente avanzado de la región como Argentina y Brasil, características estructurales y políticas. Finalmente, tal como señala Marini (1976a), podemos tomar al Chile de los 60 y 70 como caso ejemplar, una suerte de “vidriera” de la dinámica de la lucha de clases en América Latina, dado que las tendencias políticas, al estar tan polarizadas, se manifiestan con mayor nitidez. Razón por la cual consideramos que es posible extraer elementos para elaborar claves de análisis del plano político ideológico en la configuración de las clases.
En sus estudios sobre Chile se puede observar de qué manera las leyes tendenciales del desarrollo capitalista dependiente requieren de condiciones políticas y sociales para su concreción en coyunturas específicas. Dado el nivel elevado de desarticulación de la estructura productiva, las contradicciones de clase tienden a manifestarse de manera aguda y acelerada en las formaciones latinoamericanas. Esto arroja consecuencias paradójicas que no se pueden predeterminar, sino que dependen de la lucha de las clases en la historia. Si por un lado señala que las clases dominantes tienden a una unidad más sólida que en otras formaciones sociales capitalistas, por otro lado analiza cómo en los momentos de crisis las contradicciones entre clases, y a su interior, generan tensiones en la dominación burguesa mucho más pronunciadas que en los países imperialistas, que pueden ser aprovechadas por una estrategia revolucionaria.
Las consecuencias paradojales se expresan en el movimiento de las clases sociales en el terreno político. Marini analizó dos grandes momentos al interior de la burguesía, uno de unidad y otro de separación, cuyo despliegue depende de las correlaciones de fuerzas y de los movimientos tácticos y estratégicos de las diversas expresiones políticas en juego. El momento de separación consiste en el enfrentamiento entre las principales fracciones burguesas, donde se torna viable un desprendimiento, en términos de perspectiva política, ideológica y económica, de las expresiones políticas referidas a la burguesía nacional respecto de los sectores del gran capital, lo que se sintetiza en el reformismo.
Marini presenta elementos para pensar el reformismo como expresión política con capacidad hegemónica que requiere al menos de tres condiciones de posibilidad: una coyuntura geopolítica favorable a la adopción de ciertas políticas de desarrollo del mercado interno, tal como fue el caso de los 60, cuando los lineamientos de la Alianza para el Progreso fomentaban reformas redistributivas en países periféricos para contener a las masas; que el bloque de la burguesía ligado directamente al capital extranjero esté debilitado y con dificultades de lograr un proyecto político unificado; y cierta movilización de sectores populares, de manera que, al absorber parcialmente sus reivindicaciones, pueda operar como base social y base electoral. Podemos añadir como cuarto elemento la existencia de espacios políticos del campo popular que coincidan a nivel táctico con el desarrollo de la pequeña burguesía y adhieran al proyecto reformista, al menos como paso necesario para una posterior radicalización, como fue el caso del PC chileno.
La manera de abordar la cuestión del reformismo, que fue y es fuente de numerosos debates y polémicas en el movimiento popular y en el campo de la teoría crítica, aporta una clave dialéctica de lectura. El reformismo, según la perspectiva de Marini, no se define por una serie de medidas “de centro”, sino que consiste en una conjunción de elementos, define una posición de clase, pero no de manera abstracta y axiomática sino en términos históricos y relacionales. El momento de unidad política de la burguesía está ligado a la crisis del reformismo, donde su capacidad de contener y equilibrar las fuerzas sociales se pone en jaque y, con ello, la propia estructura de dominación (Marini, 1976b). El cemento de la unidad se forja a partir de un interés de clase general, en última instancia, por lo que no será armónica ni igualmente beneficiosa en términos inmediatos para todos los sectores de la clase dominante. Dada la estructura productiva dependiente y la presión imperialista, en estos momentos el polo de poder se asienta en sectores políticos ligados al gran capital y la burguesía nacional pasa a un lugar de subordinación.
En Chile, el fascismo fue la clave de desestabilización del gobierno de Allende y de destrucción del sistema político vigente, a través de la unidad de las distintas fracciones burguesas y la desorganización de la clase trabajadora. Se caracterizó por la combinación de la lucha parlamentaria y extraparlamentaria, centrada, esta última, en la constitución de un movimiento de masas reaccionario (Marini, 1976f). En su interpretación sobre la crisis chilena, se destaca que, si bien el gran capital había logrado derrotar políticamente al gobierno, era necesario ir más allá para lograr una derrota categórica del movimiento popular de masas (Marini, 1976b). Aquí podemos desentrañar una clave de interpretación del fascismo como fenómeno, que ha tenido lugar en distintos contextos en las formaciones sociales latinoamericanas. Se erige como herramienta política predilecta de la contrarrevolución en América Latina y no es simplemente una inclinación de derecha sino una forma específica de resolución de la crisis económica y política que supone un arsenal ideológico y una política económica orientada al disciplinamiento social (Marini, 1976g).
En los extremos de estos momentos de unidad y separación, propios de la dinámica política de la burguesía, la pequeña burguesía tiene, en los estudios de Marini, un papel gravitante. Como señalamos, no es posible definir este sector a través de criterios meramente económicos, sino que debemos acudir al papel que tiene en el plano político ideológico. La pequeña burguesía se posiciona como “gestora de los intereses de la burguesía” debido a la existencia de un “relativo margen de autonomía entre la clase social y su representación política” (Marini, 1976e: 207-211). Las expresiones políticas de la pequeña burguesía tienden a aparecer como fuerzas autónomas y por encima de las clases sociales que pretenden jugar un papel (ilusorio) como balanza de poder. Están enquistadas en el aparato estatal y la democracia parlamentaria es su herramienta principal. En términos poulantzianos, la clase media se configura como “clase reinante” (Poulantzas, 1998). Esta aparente neutralidad la posiciona como agente con capacidad de promover consensos entre las clases, razón por la cual los distintos sectores la privilegian como aliada política fundamental, profundizando su autonomización (Marini, 1976d).
El ejercicio del poder en las formaciones sociales de economías dependientes está atravesado por una triple tensión que tiende a profundizarse: la presión de las masas superexplotadas, las internas de clase dentro de la burguesía y la coerción imperialista. Mientras mayor es el nivel de tensión entre estas fuerzas, más necesaria se vuelve la autonomía de las clases dirigentes en relación con sus “bases” (Marini, 1976e), o sea, con relación a los intereses inmediatos de la burguesía para asegurar la reproducción de la dominación política. Por eso las clases medias tienen, en la lectura de Marini, una dinámica política pendular, pero en los momentos más álgidos de la lucha de clase se posicionan junto al polo dominante del gran capital (Marini, 1976d). Esta tendencia general está ligada a aprendizajes históricos en tanto clase que le permiten recalibrar sus tácticas. Así, el interés de clase se configura de forma compleja. Si bien encuentra su explicación última en la economía, está mediado por la lucha de clases en el terreno político y la traducción de esta en instrumentos organizativos y acumulados en el nivel de la conciencia de las clases dominantes —que en ese momento tienen más que presente el cuadro de la Revolución Cubana.
La complejidad de la dinámica política que Marini analiza en la burguesía también está presente en el otro extremo de la lucha de clases, la clase trabajadora. Al considerar el plano de los procesos de organización política y los movimientos en la conciencia de clase, podemos apreciar un movimiento dinámico y contradictorio, atravesado por múltiples mediaciones, entre las cuales la dimensión organizativa cobra un papel destacado.
Las dos grandes vertientes políticas que se disputaron la dirección de las masas trabajadoras en Chile, el MIR y el PC, se diferenciaron centralmente en la concepción del carácter de la revolución y la modalidad que debía asumir la transición al socialismo. Esto involucraba una serie de dimensiones, como la consideración del Estado, del movimiento de masas y la política de alianzas. La manera en que Marini abordó los contrastes entre una y otra posición nos permite constatar que el problema central respecto de la transición al socialismo consiste en cómo se logra y cómo se mide una correlación favorable de fuerzas, según lo cual los indicadores no pueden ser meramente electorales y deberemos considerar la lucha de clases en toda su amplitud.
En relación con el Estado, Marini toma distancia de los planteos estructuralistas y distingue entre sistema de dominación y su expresión institucional, “cúspide” de ese poder, el aparato estatal. Tomando la concepción leninista, el autor enfatiza su papel eminentemente coercitivo. A su vez, en su análisis del fascismo, muestra el papel del Estado en la mediación de los intereses de las fracciones de la clase dominante (Marini, 2008c). Esa capacidad, que fue denominada por otros/as como autonomía relativa del Estado capitalista (Poulantzas, 2005), introduce una complejización de la consideración del Estado como mero aparato coercitivo y muestra que también está atravesado por la lucha de las clases. Pero Marini no parece atribuir la autonomía relativa al Estado sino a la clase que se ocupa de gestionarlo, la pequeña burguesía.
El modo en que Marini comprende la diferencia entre Estado y sistema de dominación tiene consecuencias respecto de la organización y estrategia de la clase trabajadora. Retomando a Lenin, la toma del poder del Estado es entendida por Marini como la continuación de la lucha de clases, pero esta vez utilizando a su favor la estructura estatal en la alteración de la correlación de fuerzas sociales (Marini, 1976d). Pero tal como Lenin (2009: 35) subraya, para el marxismo la estructura estatal no es neutra, por lo cual su utilización tiene límites objetivos. El gran error de la Unidad Popular (UP), para Marini, es desconocer esos límites y pretender reforzar el proceso de transformación a partir del reforzamiento del Estado. La única vía para las clases trabajadoras es priorizar la lucha de masas. Se plantea una contraposición entre poder popular y disputa estatal, que deriva en una estrategia de transición del “doble poder”, de fortalecer y promover órganos de poder contra y fuera de la estructura estatal, hasta el punto de que sea posible su destrucción y reemplazo. Visto de ese modo, se soslaya el hecho de que la lucha se da en todos los planos y que incluso la burguesía, a través del fascismo, también disputa la movilización de masas. El Estado aparece entonces en Marini como premisa de la lucha de clases. Es decir, pone énfasis en su carácter estructuralmente clasista y no tiene en cuenta que está siempre permeado y tensionado por las contradicciones de clase (Thwaites Rey, 2010; García Linera, 2010).
Reflexiones finales
En este trabajo intentamos sistematizar la concepción de Marini respecto de las clases sociales a partir de la economía política de la dependencia elaborada por el autor. Realizamos un ordenamiento analítico en función de las determinaciones económicas y luego las pertenecientes a la esfera político-ideológica. Encontramos cierta dificultad en la articulación dialéctica de ambas determinaciones ya que, si bien en el terreno de la economía hay una enorme densidad categorial y teórica, no ocurre lo mismo en el plano político. Una de las contribuciones de nuestro trabajo tiene que ver con la profundización y sistematización de las reflexiones del autor en ese nivel. Lo que no es muy recurrente entre los estudios sobre las teorías marxistas de la dependencia, que tienden a focalizarse en las discusiones económicas.
Quisiéramos destacar que el trabajo realizado sobre distintos tipos de fuentes, tanto obras teóricas como publicaciones coyunturales, constituye la piedra angular de nuestro análisis. Nos sumergimos en diversos materiales, los desmenuzamos y establecimos conexiones que nos permitieron una reconstrucción de corte epistemológico de la propuesta de Marini. En esta labor realizamos un ordenamiento analítico y separamos nuestro trabajo en las dimensiones relacionadas con el nivel económico-estructural y luego consideramos las pertenecientes a la esfera político-ideológica, superestructural. El fundamento de tal organización intenta ser coherente con la adopción de un método marxista. No obstante, es probable que el ordenamiento del trabajo haya obturado la construcción de un panorama dialécticamente integrado respecto de la producción teórico-política del autor y del tratamiento del problema de las clases.
A pesar de que Marini reconoce la posibilidad de desarrollar categorías sociológicas desde el método marxista para los análisis de clases, no hay una elaboración sistemática de estas categorías sino un uso ad hoc para justificar, en distintos momentos, los análisis que realiza. No nos parece que necesariamente esto se deba, como muchos críticos aseveraron, a una posición mecanicista. El sesgo economicista, que en algunos momentos de su obra resulta evidente, no es una constante. Pensamos que es posible avanzar, a partir de la propuesta metodológica de Marini y su aporte en la economía política, en una perspectiva más integral orientada por la visión totalizante que exige el marxismo. Lo que no se puede lograr sin el desarrollo de categorías de análisis que permitan contemplar los distintos momentos de una sociedad. Es indispensable una visión coherente y sistemática del papel de la política en general y del Estado, en tanto determinación histórica y relación social que condiciona desde el principio el proceso de acumulación y la lucha de clases.
Reconocemos que la recuperación del materialismo dialéctico para los estudios de América Latina y la categoría de dependencia desarrollada por Marini otorgan elementos tanto para pensar una crítica a la economía política propia de América Latina como para reconstruir la historia contemporánea de la región desde una perspectiva holística, donde los niveles estructurales se entrelazan con los movimientos de la lucha de clases en el plano político e ideológico.
Estimamos que la concepción de las clases sociales de Marini que reconstruimos en este trabajo constituye una herramienta teórica importante para el análisis de las clases. La principal contribución reside en la remisión del problema de las clases al problema de las características específicas del desarrollo capitalista en nuestra región. A partir de la comprensión de las formaciones sociales latinoamericanas como sociedades que atraviesan un proceso histórico de dependencia en relación con las potencias imperialistas, se pueden identificar determinadas tendencias generales del desarrollo del capitalismo en nuestro continente que condicionan la estructura productiva y el ciclo de acumulación y, por ende, la modalidad que asumen las relaciones sociales involucradas. Un aporte clave es, entonces, la categoría de superexplotación entendida como característica estructural. Si bien la superexplotación requiere y promueve condiciones políticas y organizativas concretas, Marini destaca que no puede ser adjudicada a la debilidad de los sindicatos y de las organizaciones políticas, consideración que nos permite dimensionar el elemento estratégico en las luchas sindicales.
Por otra parte, consideramos que los estudios del autor aportan herramientas para comprender las particularidades de las diversas opresiones que atraviesan distintas identidades en nuestro territorio. En ese sentido, un desafío importante es el de poder articular los aportes de las teorías de la dependencia en clave económico-política con perspectivas de economía feministas y socioambiental, que permitan comprender en toda su complejidad cómo se estructura el sistema capitalista patriarcal colonial y dependiente que se expresa en marcadores de raza, género y clase.
A partir de esas consideraciones, entendemos que la recuperación de la obra de Marini no puede pensarse como un marco estático a ser rellenado con los datos que arroja la realidad contemporánea. La vigencia de las teorías marxistas de la dependencia requiere de un esfuerzo de reelaboración y reinterpretación permanente que las mantenga vivas a partir de su articulación con las transformaciones del capitalismo a nivel global y local, así como con las contribuciones teórico-políticas que surgieron en el campo del pensamiento revolucionario para su aprehensión. En esta dialéctica entre continuidades, rupturas, teoría y práctica, podremos construir lineamientos teóricos y conceptuales que nos ayuden a pensar la coyuntura que atravesamos. En los procesos de contraofensiva neoliberal a nivel mundial, podemos notar no solo la vigencia de la dependencia sino su profundización. La globalización neoliberal consolidada hacia los 80, y en nuestro continente a lo largo de los 90, impone un nuevo orden mundial cuya génesis está en la base de las reflexiones de Marini.
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