“Historia de las civilizaciones”. El orientalismo infantil en los años sesenta
[“History of Civilization”. The orientalism in the Infant Culture at 1960’s]
Ezequiel Cabrera
(Universidad de Buenos Aires – FFYL– IIEGE
FCE – IIEP (UBA – CONICET))
ezeagosto@gmail.com
Resumen: El objetivo de este artículo es analizar las representaciones orientalistas dentro del álbum de figuritas “Historia de las civilizaciones” de la revista Anteojito de la editorial Julio Korn S.A. en tanto artefacto orientalista didáctico-pedagógico. Durante los años sesenta, este logró una llegada inusitada mediante estrategias de marketing, destacadas ilustraciones y una narrativa histórica novedosa hasta su sorpresiva cancelación. Se propone el término orientalismo infantil, ya no bajo su visión tradicional en tanto discurso abyecto y subalternizador, sino como un dispositivo pedagógico y masivo capaz de enseñar valores cívicos y morales que se creen necesarios para estas infancias dinámicas y activas. El Oriente culturiza, enseña, educa, ejemplifica y resignifica, cuando se convierte en transmisor de enseñanzas morales y conocimientos cívicos para niños y niñas, pero también funciona como artefacto lúdico, coleccionable y canjeable, es decir, consumible.
Palabras clave: Orientalismo; Infancias; Anteojito; Recepción; Revistas
Abstract: The purpose of this article is to analyze the orientalist representations in the figurine album “History of Civilizations” of Anteojito magazine, published by Julio Korn S.A. as a didactic-pedagogical orientalist artifact. During the sixties, it achieved an unusual arrival through marketing strategies, outstanding illustrations and a novel historical narrative until its surprising cancellation. The term children's orientalism is proposed, no longer under its traditional vision as an abject and subalternizing discourse, but as a pedagogical and massive device capable of teaching civic and moral values that were believed necessary for these dynamic and active childhoods. The Orient culturizes, teaches, educates, exemplifies and resignifies as a transmitter of moral teachings and civic knowledge for children, but it also functions as a playful, collectible and exchangeable artifact, that is to say, consumable.
Keywords: Orientalism; Childhoods; Anteojito; Reception; Magazines
Recibido: 15/09/2024
Evaluación: 31/10/2024
Aceptado: 01/12/2024
“Historia de las civilizaciones”. El orientalismo infantil en los años sesenta[1]
“El Orientalismo se fundamenta en la exterioridad, es decir en el hecho de que el orientalista, poeta o erudito, hace hablar a Oriente, lo describe, y ofrece abiertamente sus misterios a Occidente, porque Oriente solo le preocupa en tanto que causa primera de lo que expone” (Edward Said, 1978, p. 44)
Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis, qua voce alia nisi oratoris immortalitati commendatur? (Cic. de Orat. 2, 36)
“En un esfuerzo sin precedentes, realizado por primera vez en la Argentina y llevado a cabo por el más grande equipo didáctico integrado por escritores, especialistas y dibujantes, ANTEOJITO pone así, al alcance de todos los niños sudamericanos, uno de los temas más apasionantes de la Humanidad: la HISTORIA DE LAS CIVILIZACIONES”.[2]
De esta manera, y con un pequeño Anteojito[3] caracterizado de guerrero espartano, la revista infantil homónima, lanzada al mercado en 1964 por el dibujante hispano argentino Manuel García Ferré bajo la firma Editorial Julio Korn S.A., promocionaba un álbum de figuritas de tapa dura “que dure toda la vida” con temática histórica. Con la excusa de celebrar el primer año de la revista, aparecía este ambicioso proyecto del cual se preveía lanzar cuatro volúmenes cuidadosamente encuadernados para pegar las figuritas que salían todos los jueves dentro de la revista y que contaban la historia de las civilizaciones antiguas y medievales en la cual el Oriente antiguo[4] ocupaba un lugar privilegiado.
Como ha señalado Matías Alderete (2023, p. 132), los estudios sobre los orientalismos de las últimas décadas se han interesado en analizar la potencia del discurso en dispositivos y artefactos heterogéneos que dan cuenta de su circulación en un público amplio y con límites poco claros, poniendo el interés en la cultura visual, libros baratos, estampillas, la oferta de las tiendas departamentales, la egiptomanía masiva (vinculada al impacto de Tutankhamón), el japonismo en la industria gráfica o los empaques de productos comerciales. Sin embargo, los magazines infantiles han sido descuidados en estas investigaciones, ignorando la proliferación de representaciones orientales que en ellos aparecen. Los estudios realizados por la historiadora del arte, Sandra Szir (2007; 2009; 2011) han sido pioneros en analizar las imágenes destinadas a la infancia, pertenecientes al ámbito de la cultura popular, gráfica o comercial, en relación a su funcionalidad pedagógica e ideológica. Retomando la importancia que tiene la cultura impresa para producir, resignificar y hacer circular representaciones sociales, un aspecto que se observa en un análisis detallado de estos magazines es la recurrencia de imágenes que evocan el Oriente o "lo oriental", en un sentido amplio, sobre todo en la revista Anteojito[5]. Desde portadas humorísticas ilustradas por García Ferré y Jorge de los Ríos, historietas ambientadas en el Egipto antiguo o la Arabia musulmana, secciones enteras con información didáctica sobre atuendos; utensilios o mitos; historias y relatos con protagonistas faraones, momias, chinos y árabes; formas de vida, objetos o lugares orientales; fábulas, moralejas, publicidades y hasta festividades.
¿Cuál era el rol que ocupaba el Oriente en este magazine infantil? ¿Cómo se visualizaba la historia en este relato? ¿Cómo convergieron distintas imágenes y representaciones sobre el Oriente para la cultura infantil? Partiendo de estas preguntas, el presente artículo busca indagar en la construcción de un “orientalismo infantil” en la revista Anteojito, utilizando como puerta de entrada el álbum de figuritas “Historia de las civilizaciones” (1965), pero en consonancia con parte de la cultura visual desplegada durante los años sesenta. Se propone el término orientalismo infantil, ya no bajo su visión tradicional en tanto discurso abyecto y subalternizador, sino como un dispositivo pedagógico y masivo capaz de enseñar valores cívicos y morales que se creen necesarios para estas infancias dinámicas y activas. Para explorar los significados del Oriente, múltiples inquietudes historiográficas conforman los supuestos que sustentan su desarrollo, como los trabajos sobre la cultura impresa, los estudios de la infancia[6], y los abordajes realizados sobre los orientalismos latinoamericanos. Así, trabajos como el de Paula Bontempo (2012a; 2012b; 2015), que exploran la construcción de una cultura infantil en Billiken; Matías Alderete (2021; 2022; 2023), que analiza el rol que tuvieron las representaciones sobre el Oriente en la prensa porteña masiva de inicios del siglo XX; Sandra Szir (2009; 2016), en su análisis de la prensa ilustrada infantil de fines del siglo XIX, o Martín Bergel (2006; 2015), que analiza la ponderación positiva de "lo oriental" luego de la Gran Guerra, serán retomados sistemáticamente. A su vez, se considera que, al ser un análisis de una de las revistas más representativas, con mayor tirada y permanencia del mercado editorial infantil, es lo suficientemente representativo.
El presente artículo se diagrama a lo largo de tres apartados. El primero realiza una propuesta para abordar el orientalismo infantil partiendo de algunos estudios que se centran, por un lado, en la cuestión de los orientalismos, y por otro, en la cultura impresa infantil. Luego se propone una hipótesis general bajo el análisis detallado de un artefacto cultural específico, entendido como un dispositivo didáctico – pedagógico orientalista. Por último, la conclusión invita a ampliar los horizontes temporales y comenzar a delinear un orientalismo infantil multipropósito, masivo y extensivo que revive vigorosamente a mediados del siglo XX en la Argentina.
Una propuesta para pensar los magazines infantiles y el orientalismo argentino
Egle Becchi, en su obra monumental junto con Dominique Julia, Historia de la infancia en Occidente (1998), incorpora el concepto de “cultura de la infancia”, constituida no solo por producciones y bienes —portadores de rituales, normas, roles y lenguajes específicos—, sino también por el uso que los niños hacen de estos. Las producciones culturales, sumadas a los procesos de industrialización, con el tiempo crearon un mercado específicamente infantil que incluye juguetes, artículos de decoración, vestimentas y por supuesto, publicaciones periódicas.
Para el caso argentino, Mirta Varela (1994) y Sandra Szir (2016), han estudiado algunas de las revistas que tuvieron como protagonistas y destinatarios principales a los niños. La ilustración infantil; Diario de los niños; Pulgarcito; Caras y Caretas; y Billiken formaron parte de una producción cultural que ocupó un lugar trascendente en la vida cotidiana de los niños. Como sugiere Leandro Stagno, estas publicaciones interpelaban a sus lectores a través de un lenguaje visual y escrito que se hacía eco de las preocupaciones de pedagogos, médicos e higienistas, en relación con la necesidad de construir una identidad infantil revestida de valores morales laicos y/o religiosos (Stagno, 2011, p. 7).
Szir (2009), ha demostrado que la relación entre educación y cultura visual fue fundamental desde finales del siglo XIX, cuando las imágenes didácticas ambientaban las aulas e ilustraban los textos escolares. Estas respondían a requerimientos institucionales particulares, provenientes de las estrategias pedagógicas de los espacios educativos (Szir, 2009, p. 130). Por su parte, Louis Marin, ve en las imágenes no un elemento subordinado a la palabra escrita, sino su propia potencia e ímpetu: en efecto, en tanto representación, no son un reflejo o “una presencia segunda” de la cosa representada, sino que cobra autonomía (Marin, 2009, pp. 146-147). En este sentido, Marcela Gené y Laura Malosetti Costa (2009), han dado cuenta de cómo la imagen en la cultura impresa no solo opera, sino que genera nuevas realidades e impacta en la creación de nuevas sensibilidades, ideas y representaciones. Para inicios del nuevo siglo, la producción local de imágenes didácticas cobra impulso y transforma su carácter con una inclinación hacia la educación patriótica (Szir, 2009, p. 133). En este contexto, “el niño comienza a ser considerado como un receptor estético diferenciado al que se le brindan espacios capaces de situarlo en la capacidad de crear y consumir productos artísticos” (Arpes y Ricaud, 2008, p. 14).
La revista Billiken se lanzó al mercado en 1919 bajo la novel firma Editorial Atlántida dirigida, en sus inicios, por el uruguayo Constancio Vigil, quien rápidamente reforzó la construcción de un nuevo segmento lector-consumidor: las infancias argentinas. María Paula Bontempo ha analizado en su tesis de maestría el devenir de la revista desde su nacimiento hasta 1935. La autora demuestra cómo el magazine se volvió más escolar hacia mediados del siglo XX, momento en el que desaparecen secciones de participación activa de los lectores, como los comités Billiken, y se incorporaron cuentos o ficciones morales; pero, sobre todo, material escolar y secciones de interés general. Dentro de esos nuevos espacios, ligados a los niños escolarizados, es donde vamos a encontrar uno de los aspectos centrales de este trabajo, un “orientalismo infantil didáctico – pedagógico”.
Anteojito se lanzó al mercado el 8 de octubre de 1964 bajo la firma de la prestigiosa Editorial Julio Korn S.A.[7] y se convirtió rápidamente en un suceso de ventas a nivel nacional.[8] El mercado destinado a las infancias lectoras ya estaba explotado y consolidado hacia la segunda mitad del siglo XX gracias a la proliferación de publicaciones semanales, historietas y literaturas destinadas a este público específico desde finales del siglo XIX y principios del XX (De Diego, 2006; Szir, 2007). La revista copió elementos de las revistas infantiles pretéritas y se sumó a la tendencia de incluir un fuerte contenido escolar. Sin embargo, una ventajosa estrategia utilizada fue promocionar por diversos mecanismos y medios sus propios productos, utilizando la masividad de la prensa y de la televisión abierta, sumado al hecho de entregar regalos en cada una de sus ediciones (figuras de Anteojito, Pi-Pio o Hijitus, objetos lúdicos, juegos de mesa, piezas de personajes históricos y demás).
La publicación también promocionaba el programa de televisión El Club de Anteojito y Antifaz (1964) en una sección que llevaba el mismo nombre, donde niñas y niños de edad escolar socializaban en un plató televisivo mientras participaban de concursos y juegos con figuras destacadas del espectáculo argentino. A su vez, la existencia de personajes animados que migraban de la televisión al cine y a las revistas, estimuló la creación de un mercado que ofrecía juguetes, golosinas y un sinfín de artículos con las caras de los famosos personajes (Josiowicz y Zapiola, 2022, p. 30). En este sentido, la revista puede leerse “bajo la consolidación de una lógica centrada en el star system animado y de la cultura del merchandising, que se instala fuertemente a partir de la llegada de la televisión” (Accorinti, 2019, p. 29).
La revista estaba impresa a color y salía todos los jueves por el precio de 20 pesos (1964). Tenía unas 45 páginas en promedio, que solían aumentar para festejar conmemoraciones importantes relacionadas al calendario escolar, como el 25 de mayo, el 9 de julio, o el 12 de octubre. En sus diversas secciones se podían encontrar historietas de la creación de García Ferré, como por ejemplo Pi-Pío, que había salido por primera vez en 1952 en la revista Billiken y que se convirtió en un personaje fundamental entre las páginas de Anteojito. También se publicaban cuentos, poesías, información sobre cultura general y hasta una sección llamada “Mi infancia en el recuerdo” donde los adultos —probablemente padres y familiares cercanos de los niños— compartían escritos evocativos que entrañaban mensajes morales y aleccionadores. Hacia la década del sesenta, se produjo un cambio en la cultura visual de la escuela, cuando se incorporaron dibujos y caricaturas “de los personajes archiconocidos por los niños en las historietas y tiras televisivas más populares” (Finocchio, 2011, p. 185), entre los que se encontraban los de García Ferré, a quienes se le daba preferencia por ser personajes de origen nacional.
En este sentido, en términos de M. Foucault, se considera a los magazines como dispositivos culturales, entendidos como un conjunto heterogéneo que implica discursos, instituciones, leyes, enunciados científicos y demás; ligados a una función estratégica en un momento histórico determinado, pero siempre atravesado por relaciones de poder (Agamben, 2015). En palabras de G. Agamben, “parece remitir a un conjunto de prácticas y mecanismos (invariablemente discursivos y no discursivos, jurídicos, técnicos y militares) que tienen por objetivo enfrentar una urgencia para obtener un efecto más o menos inmediato” (Agamben, 2015, p. 13). A su vez, estos dispositivos implican un proceso de subjetivación, es decir, producen un sujeto. En definitiva, esta noción permite problematizar las revistas entendidas como un conjunto de praxis, de saberes, de medidas y de instituciones cuya meta es gestionar, gobernar, controlar y orientar —en un sentido que se quiere útil— los comportamientos, los gestos y los pensamientos de los niños. Es erróneo pensar que estos dispositivos son inherentemente efectivos, ya que las tensiones entre las relaciones de poder dentro de los mismos incluyen la agencia de los receptores, entendidos como sujetos activos, que en general configuran contra–dispositivos, logrando procesos de desubjetivación.
La fascinación por el antiguo Oriente en sus múltiples formas es un aspecto recurrente en la cultura popular occidental. Esta forma específica de relacionarse, consumir, reapropiar, reescribir, dominar y resignificar a la antigüedad oriental está atravesada por un discurso orientalista. La categoría “orientalismo”, propuesta hace más de 40 años por el crítico literario Edward Said (2002 [1978]), sigue siendo una herramienta teórico-metodológica útil para pensar las construcciones y las representaciones en torno al universo oriental, intrínsecamente relacionadas a nociones estereotipadas y generalmente negativas de estas sociedades. En palabras de Said, “Oriente era casi una invención europea y, desde la antigüedad, había sido escenario de romances, seres exóticos, recuerdos, paisajes inolvidables y experiencias extraordinarias” (Said, 2002, p. 19). Este se construyó desde y por oposición a Occidente, o, de acuerdo con Z. Bahrani (2001), se instaló como un espejo invertido.
Oriente, en el sentido más saidiano, se constituye como un discurso sobre la alteridad, capaz de manipular e incluso de dirigir la tradición cultural. Si bien Said no da una definición específica, hablar de “orientalismo” es entenderlo como un complejo aparato de ideas “orientales” (despotismo, esplendor, crueldad, sensualidad), y de una relación de poder específica: aquella que, a partir del siglo XIX, mantuvieron los principales países imperialistas (Gran Bretaña, Francia y EE.UU. desde el siglo XX en adelante, y en menor medida Alemania, Holanda e Italia) sobre una zona geográficamente determinada. Al ser un discurso sobre la alteridad, el orientalismo es un discurso hegemónico, y como tal invade todos los aspectos de la vida social, política y cultural de Occidente. En términos más generales, es un medio distintivo para representar la raza, la nacionalidad y la otredad (Bernstein y Studlar, 1997, p. 3). Su construcción histórica está mediada por Occidente, respetando sus cánones, sus estilos y sus múltiples intereses. Y aunque sus representaciones no son del todo ficticias, tampoco son ingenuas.
En este sentido, dicha categoría nos permite reflexionar sobre estas construcciones y problematizarlas. Si bien, en este trabajo no utilizaremos el concepto de “exotismo” propuesto por F. Bohrer (2001), consideramos que el enfoque no solo debe estar puesto en los “medios artísticos tradicionales” como la pintura, sino también en “situarlo en un ámbito más amplio de la teoría cultural”. Por último, es necesario entender esta categoría en un sentido amplio, es decir, incluyendo regiones que representan la orientalidad sin diferenciar demasiado entre “Lejano” y “Cercano” Oriente (incluyendo así zonas de África, Japón y Turquía). Como sostiene Martin Bergel, “el Oriente es así una entidad ubicua, que no se corresponde estrictamente con un área geográfica claramente delimitada” (2015, p. 20). Bergel ha desarrollado el concepto de “orientalismo invertido” para demostrar cómo durante el siglo XIX, Oriente, en tanto categoría subalternizada, ha calado hondo en la dicotomía civilización/barbarie de matriz sarmientina. De esta manera, las referencias orientales fueron utilizadas para ilustrar todo aquello de lo que debía escapar una sociedad que pretendía ávidamente sumarse al elenco de países modernos” (Bergel, 2015, p. 21).
En este contexto, la prensa se vuelve un revelador objeto de estudio: por un lado, por el importante rol, en tanto artefacto, que cumplió en la emergencia de un nuevo sentido de globalidad en el entresiglo, del cual el Oriente formaba parte (Bergel, 2015; Caimari, 2015); por otro, por vehiculizar representaciones sociales y permitir su circulación masiva al encontrarse dirigidas a una amplia franja de lectores, un aspecto que ha sido señalado por un importante caudal de investigaciones que subrayan su rol central en la configuración de identidades y prácticas urbanas (Sarlo, 2011 [1985]; Saitta, 1998; Bontempo, 2012a; 2012b).
Desde inicios del siglo XX, el Oriente ocupa el formato de la noticia internacional en tanto novedad por default, pero no solamente vinculadas a sucesos internacionales de relevancia geopolítica, sino también como un tema de interés amplio y general. Alderete (2021), ha rastreado en la sección “De todo el mundo” de Caras y Caretas, como Oriente fue presentado como una contradictoria mezcla de exhibición de exotismo, extrañeza y cotidianeidad, pero de la cual emerge una alteridad fácilmente detectable. Era un mundo por conocer: por momentos, atrasado, despótico y salvaje, pero también extravagante, foráneo y milenario. Ilustraciones y fotografías poblaron las páginas del semanario, cuya forma de significar al Oriente se realizaba a partir de un recurso reducido de elementos: un elemento arquitectónico reconocible, un fragmento decorativo, un monumento extraño o la figura de un árabe o una odalisca (Alderete, 2021, p. 6).
Este tipo de Orientalismo, clásico y subalternizador de matriz saidiana, es lo entendemos a lo largo de este trabajo como “orientalismo abyecto o tradicional”. Su característica central es resaltar la otredad, en tanto construcción homogénea, exótica y estereotipada de lo oriental. Aunque este aspecto no es habitual en las revistas infantiles, disponemos de algunos ejemplos. En un capítulo de “Manuelo”, una sección que aparece desde sus inicios en la revista Anteojito, el protagonista compra una alfombra mágica que lo lleva a lugares exóticos en un paso de comedia eficiente. En esta oportunidad, Oriente es representado de una forma estereotipada y subalternizada, utilizando múltiples elementos que evocan fácilmente la orientalidad, ya sean alfombras mágicas, desierto, vestimentas árabes y hasta animales exóticos.
Algo parecido pasa con el capítulo de Anteojito y Antifaz llamado “Honrados Camelleros” de 1964, donde Anteojito y su inseparable tío son los protagonistas de una aventura en un paisaje exótico del Oriente. Al comienzo de la historieta, que solía estar en las primeras páginas, los niños y niñas leerían: “En su legendario palacio Oriental, el riquísimo sultán Alí-Barbudo consulta con su consejero sobre un importante problema”. La representación del sultán tiene todos los tópicos orientalistas necesarios — alfombras, tesoros, camellos y narguile —. Un último y claro ejemplo puede verse en el capítulo de la historieta Pi-pío llamado “Egipto”, que vio la luz en la revista Billiken hacia 1956, y luego se lanzó dentro de la revista Anteojito con modificaciones mínimas. Existen varias curiosidades interesantes con respecto a este capítulo. La aventura transcurre en el Egipto antiguo — nuevamente reflotando todos los tópicos estereotípicos de la antigüedad faraónica —, los egipcios son representados por García Ferré siempre de perfil, Hijitus (en su primera aparición como un personaje Ferriano) se convierte en un faraón legítimo, etc.
En definitiva, es imprescindible y enriquecedor un análisis de las representaciones orientalistas infantiles en la prensa masiva de mediados del siglo XX, utilizando como puerta de entrada una perspectiva saidiana. Sin embargo, dado la especificidad del objeto de estudio aquí presentado, se debe ampliar la mirada e incorporar herramientas teórico-metodológicas sobre los estudios de la recepción, el consumo y la historia de las infancias.
La historia del Oriente antiguo como un dispositivo didáctico - pedagógico.
Como hemos visto, durante gran parte del siglo XX, la mayor parte de los semanarios infantiles establecieron una íntima relación con la enseñanza primaria básica, las currículas escolares y el calendario patrio. El binomio niño-alumno era una característica presente en las publicaciones periódicas de la época. Las innovaciones mencionadas invitan a pensar de qué modo esta cultura visual se transforma, a medida que los productos impresos destinados a la infancia se multiplican y perfeccionan, mientras que dialogan con contenidos audiovisuales.
En este marco de jerarquización de la cultura visual, a fines del siglo XIX, las representaciones del Oriente se desplazaron hacia otro tipo de valoraciones, en algunos casos más positivas o alternativas, abandonando su nicho de alteridad y conquistando nuevos espacios de convivencia. El Oriente es entendido aquí como una amalgama de representaciones, discursos, imágenes, estereotipos, prejuicios e ideas que se mezclan, se solapan y conviven. Para el caso argentino, las imágenes sobre el Oriente se construyeron en el cruce de la tradición orientalista europea y sus recepciones americanas. Axel Gasquet (2007), ha demostrado cómo el orientalismo argentino no es una mímesis del europeo. Por su parte, Matías Alderete (2021; 2022; 2023), fue el primero en indagar en las representaciones orientalistas en la prensa masiva argentina de los años veinte para proponer la existencia de un orientalismo “de anhelos cosmopolitas”, entendido como un “tópico de encantamiento” que ensalzó la fantasía y la magia en contraposición al reciente escenario posbélico. En este sentido, el “encanto orientalista” desde la óptica nacional no funcionó como un espejo invertido de las virtudes europeas, sino que proyectó la modernidad global, generando una filiación ficcional y haciéndola parte de ese horizonte de vivencias y anhelos globalizadores.
Para elaborar nuestra propuesta, se retoma esta línea de investigación que identifica un Orientalismo capaz de colarse en artefactos culturales masivos, como las revistas infantiles, y generar discursos que no necesariamente coinciden con los discursos eurocéntricos. En ese sentido, el Oriente se presenta con una multiplicidad de propósitos, siendo caricaturesco, moralista, legitimador, humorista, exótico, mágico y entretenido. Pero, sobre todo, el Orientalismo infantojuvenil es objeto de información y elemento pedagogizante. Analicemos brevemente algunos ejemplos que demuestran este aspecto didáctico-pedagógico.
A principios de la década del cuarenta, Billiken publicó una sección llamada “Nuestra Historia”, donde se representaba la historia argentina mediante ilustraciones y textos didácticos. Esta, que coincidía con las currículas escolares del periodo, era utilizada cotidianamente en las aulas de la Capital Federal. Considero que, gracias a la popularidad del segmento, el formato y temática histórica siguió explotándose. En 1956, la revista incorporó otro espacio, “La humanidad a través de los tiempos”, con textos pedagógicos de Elba Teresa Cozzio y dibujos de Martín. En ella, las civilizaciones de Próximo Oriente ocuparon un lugar esencial. Dicha estrategia continuó siendo utilizada, ya que en 1959 se publicó a doble página “Las primeras civilizaciones de la edad antigua”, también ilustrada a color y con información detallada del Oriente antiguo. Al mismo tiempo, el magazine publicó en sus secciones de interés general imágenes sobre la vestimenta en el antiguo Egipto, la creación de la tinta, los mitos persas o las dinastías chinas.
La revista Anteojito no fue ajena a este recurso comercial y pedagógico.[9] En 1965 lanzó su propia “Historia de las civilizaciones”, en formato de álbum de figuritas. Las caras conocidas del ámbito nacional del primer álbum fueron reemplazadas por faraones, reyes asirios y monumentales construcciones orientales. Egipto, Asiria y Babilonia fueron los escenarios coleccionables — y canjeables —. Las figuras a color debían ser recortadas y conservarse hasta que el tan esperado álbum estuviese en circulación; y cada una de ellas estaba “complementada con un texto explicativo completo, y al mismo tiempo moderno, ágil y ameno” (García Ferré, 1965c).
La finalidad educativa del álbum es clara. La editorial afirmaba que “fiel a su principio de INSTRUIR DIVIRTIENDO”, la revista lanzaba “cada libro, con un texto explicativo al pie de cada figurita, ameno, instructivo y documentado, con el desarrollo cronológico de toda la historia” (García Ferré, 1965b). Este proyecto estaba cargado de punchs publicitarios, la temática histórica —con una narrativa que hoy llamaríamos “de divulgación”— aportaba fluidez a un formato novedoso y “coleccionable”, que superaba a las conocidas historietas de las otras revistas. Una propuesta lúdica y participativa, “moderna, ágil y amena”, que se vendía como una “obra maestra de la cultura humana”, “un tesoro digno de figurar en las mejores bibliotecas” (García Ferré, 1965a). Como si esto fuera poco, el magazine promocionaba “300 grandes premios”, entre los que se encontraba un incentivo para que los adultos compraran la revista —un Citroën 0KM “para papá”[10] de aquellos niños y niñas que completaran el primer tomo— (García Ferré, 1965c). Asimismo, el multimedio García Ferré S.A. también transmitía un programa de televisión llamado “El club de Anteojito y Antifaz”, en el cual los lectores y sus familias participaban en diferentes juegos, concursos y actividades recreativas. Este contaba con la conducción de importantes figuras del entretenimiento infantil de la época, como Juan Carlos Altavista, Julio Vivar, el Hada Patricia, el canillita Manuelo y diferentes personajes de historietista español.
La primera entrega de figuritas fue incluida a doble página dentro de la revista a partir del 7 de octubre de 1965 y se extendió semanalmente hasta abril de 1966. A lo largo de las entregas, los niños y niñas que participaban podían ir conociendo un poco más del concurso y los premios que podían ganar. Para diciembre de 1965 las figuritas seguían saliendo, pero los lectores esperaban ansiosamente el tan promocionado álbum. No fue hasta febrero de 1966 que salió a la venta, con un valor de lo que equivalía en ese momento a 2 y 1/2 revistas Anteojito (unos 100 pesos). El álbum contaba con tapas duras a color e interior monocromático, 36 páginas y 165 figuritas a completar. Además, incluía un cupón en la última página para participar del mencionado concurso. Las entregas de figuritas finalizaron entre abril y mayo de 1966 y, el 7 de agosto del mismo año en el “Club de Anteojito y Antifaz”, se conoció al ganador del primer premio: un niño llamado Ángel Giménez de Paraná, Entre Ríos. El ganador del sorteo demuestra la importancia del magazine en el campo revisteril a nivel nacional.
Pese a la fastuosa publicidad y el relativo éxito del primer volumen, el segundo no se hizo realidad sino hasta noviembre de 1967, en el cual, a lo largo de 14 entregas, 28 páginas y 154 figuritas, continuó la historia en orden cronológico. Sin embargo, lo hizo en páginas dobles para anillar, es decir, descartando el ambicioso plan original. El tercer y cuarto volumen corrieron con menos suerte y nunca se lanzaron al mercado. La historia de las civilizaciones desencantó los bolsillos empresariales y se licuó entre las páginas de las revistas. Desconocemos si algún aspecto legal influyó en esta decisión, ya que la editorial nunca explicó el motivo de su descontinuación. De todas maneras, podemos afirmar que el álbum “Historia de las civilizaciones” se convirtió en una “historia de las civilizaciones antiguas”, donde el Oriente ocupaba la mayor parte del proyecto. En definitiva, a través de esta estrategia de marketing, Anteojito uso un tópico orientalista antes explotado por otras industrias culturales.
Ahora bien ¿quién era el encargado de escribir e ilustrar está historia antigua? Pese a ser promocionado como un “esfuerzo sin precedentes, realizado por primera vez en la Argentina y llevado a cabo por el más grande equipo didáctico integrado por escritores, especialistas y dibujantes” (García Ferré, 1965c), la historia de las civilizaciones no fue un producto original, ni novedoso para el público infantil argentino. He rastreado esta publicación, con las mismas ilustraciones y el mismo texto, en otra revista argentina llamada Juvenilia, bajo el título de “Historia del Mundo”. Juvenilia fue publicada en 1957 por la Editorial Siluetas, cuyo material se integraba casi en su totalidad por historietas provenientes de la renombrada revista belga Tintín, y también estaba destinada a un público lector infanto-juvenil. Cada número ofrecía siete historietas cortas, un relato a doble página, y notas de divulgación o de carácter técnico sobre armas, naves y aviones. Un atractivo extra de Juvenilia fue una colección de figuritas con uniformes de soldados argentinos a razón de 12 en cada número, en láminas que aparecieron del nº 1 al nº 9, totalizando 108 cromos que se pegaban en un álbum —cuyo costo era de 2 pesos y se vendía por separado—. La revista tenía frecuencia mensual, pero solo aparecieron 12 números y, debido a cuestiones legales, cambió tres veces de título: Juvenilia, Juvenilia/Siluetas Heroicas y, finalmente, Siluetas Heroicas. Las historietas que publicaba eran de tipo documental o divulgativo, dejando poco margen a la ficción. Predominan las evocaciones de personajes históricos, tales como Alejandro Magno, Luis Pasteur, o el cacique Cochise, junto con la recreación de episodios de la Segunda Guerra Mundial o de las vidas de grandes figuras del deporte o la aviación. Dicho material se completaba con la serie “Modesto y Pompón”, que ocupaba la contratapa; mientras que el único aporte local era una historieta titulada “Anecdotario Histórico”, referida habitualmente a la “Conquista del Desierto”.[11]
En cuanto a la procedencia del material, era de origen belga o franco belga, ya fuera de la revista Tintín, de su gran rival comercial Spirou, o de Vaillant —en Tintín se publicaba “Modesto y Pompón”—. Por su parte, los dibujantes que firmaban los trabajos eran grandes nombres de la historieta belga, como Fred Funcken y su esposa Liliane, Raymond Reding, Jean Graton (el creador del personaje Michel Vaillant), Dino Atanasio, Franquín, Joke, Francois Craenhals y Victor Hubinon.
Evidentemente el material que publicó Anteojito en 1965 era el mismo que había lanzado la revista Juvenilia en 1957, aunque difieran en sus formatos —Juvenilia lo lanzó tipo historieta, en cambio Anteojito en formato álbum coleccionable—. De igual manera, podemos afirmar que ninguna de las dos publicaciones es la creadora original. El material fue exportado de la revista belga Tintín, una de las primeras publicaciones periódicas destinada a un público infanto-juvenil en el mundo occidental. L´ Histoire du monde fue lanzada por Timbre-Tintín en una colección en diferentes tomos entre 1955 y 1962. Estaba escrito por el historiador y divulgador J. Schoonjans e ilustrada por Fred y Liliane Funcken.
El análisis histórico e iconográfico no debe dejar de lado el carácter performativo de una imagen, es decir, la intención de crear sentido a través del binomio imagen- texto. Debido a esto, antes de estudiar una imagen, se debe estudiar el propósito que persigue su autor. En consonancia, se debe entender que una imagen sirve para construir —o perpetuar— una ideología (Jakubowicz, 2007, p. 11), o en palabras de Marc Ferro, la imagen controla no solo las costumbres y las opiniones sino también las ideas (Ferro, 2000, p. 16). En el caso del álbum de figuritas, dado que su objetivo principal estaba asociado a una finalidad lúdica y didáctica, debe ser entendido en tanto objeto de consumo visual extendido y como artefacto cultural con la capacidad de influir en el público receptor. Influencia que se ejerce sobre la axiología de los individuos, al convencerlos de comprar una revista por sobre otras. A través de ellos, los editores comunican una multiplicidad de sentidos y representaciones políticas, sociales y culturales (puntos de vista, ideologías, estereotipos, prejuicios, etc.). A su vez, al circular y ocupar el espacio público urbano, el álbum se convierte en un artefacto democratizador de la industria editorial infantil. En el espacio privado, con el tiempo, el álbum formará parte de los archivos de coleccionista y fanáticos.
Para sostener nuestra propuesta, es necesario ejemplificar con el contenido textual del álbum. La narrativa histórica sobre las sociedades orientales que se pretendía retratar iniciaba con la sentencia: “su modo de vida era tan diferente al nuestro que hoy nos parece misterioso”. La extrañeza de las sociedades antiguas pretendía ser iluminada para las nuevas generaciones. De esta manera, el álbum “propone un salto en el tiempo” para “observarlos mejor”, ya que esto es “la Historia” y así, los niños, “podrán apreciar lo apasionante que es”. Inmediatamente, el artefacto invitaba a recorrer la historia de “un enigmático país” llamado Egipto. La “civilización egipcia antigua” era retratada como el “milagro del Nilo”, constructora de “grandiosos” monumentos dedicados a los dioses, y tumbas piramidales para albergar a los faraones momificados (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 3). La monumentalidad antigua no solo era narrada, sino también representada por las figuritas coleccionables. En la sección que correspondía a la sociedad Babilónica se reforzaba esta tendencia: “Tenía 45 kilómetros de murallas, 150 torres y 100 puertas con sus famosos jardines colgantes y 8 zigurats, templos de siete pisos de colores diferentes”, pero igualmente “en el año 539, Babilonia cayó” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 10). El álbum moralizaba el contenido alertando sobre los peligros de la grandilocuencia y el mal gobierno. Así, desde la primera página, los niños y niñas se encontraban con un sin fin de estímulos visuales que reforzaban la monumentalidad de la sociedad faraónica y mesopotámica. Según Davide Nadali (2013), la arquitectura del antiguo oriente está profundamente inventada, construida a partir de imágenes codificadas provenientes de otras culturas, y mezcla diferentes elementos en busca de esos detalles específicos que, según la actitud y el sentimiento personal del artista, definen este espacio como un lugar oriental.
La cuarta página del álbum aprovechaba el “pacifismo egipcio” para alertar a los niños de las tragedias acaecidas por la guerra contemporánea. Con el título “Guerra Fría y Canal de Suez”, la bajada sostenía que, pese a que los egipcios antiguos no disponían de “cañones, bombas atómicas o aviones”, también “mataban mucha gente” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 4). Como ha demostrado Paula Bontempo (2012b; 2015), la ideología pacifista era una constante en los magazines infantiles. El propio García Ferré, editor de la revista y del álbum, había sido un emigrado de la Guerra Civil Española. En consonancia, uno de los epígrafes del álbum advertía sobre los peligros de la tiranía, catalogando a Ramsés “como el más conocido de los reyes”, pero también “el más vanidoso”. Algo similar ocurría con las figuras de Sargón de Akkad, que “se vanagloriaba de haber arrasado cincuenta y cinco ciudades” y tomar “27 mil cautivos”, pero que, sin embargo, “fue conquistado por los reyes de Babilonia”; y de Balthazar, el último rey de Babilonia, que según el relato bíblico, “había estado bebiendo de un vaso robado del templo de Jerusalén” y por eso condenado a ser “pesado, juzgado y destrozado”. Las sociedades antiguas transmitían así, valores cívicos y democráticos necesarios en el mundo contemporáneo. En este sentido, las representaciones románticas y las “imágenes mentales” construidas en tiempos pretéritos sobre las sociedades orientales, su grandilocuencia y sus personajes principales, habían calado tan hondo en la cultura popular que hasta los magazines infantiles daban cuenta de ello. Las distorsiones que podemos apreciar en las representaciones antiguas, son un testimonio de ciertos puntos de vista o miradas del pasado que reflejaron un “mundo fantástico que los europeos crearon en imágenes” (Burke, 2005, p. 38).
Incluso la descripción física de estos antiguos nos invita a reflexionar sobre una propuesta moralizante para las infancias de los años sesenta. Uno de los epígrafes sostenía que “los egipcios son pacíficos, trabajadores y endurecidos a fuerza de penurias […] viven en moradas decentes y llevan el cabello corto y barba afeitada” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 4). Esta descripción, representaba más un arquetipo cívico de mediados del siglo XX, que una realidad de civilizaciones antiguas (Martinenco y Zapiola, 2022; Lionetti, 2007). Algo similar sucedía con la información que incorporaba el álbum sobre los escribas: “¡Que buen gusto apreciamos en las esculturas y en las pinturas de ese entonces!”(Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 4). El artefacto estaba colmado de analogías que coqueteaban con las realidades materiales y discursivas del siglo XX (civismo, maniqueísmo, tercermundismo, binomio paz-guerra, individualismo). Esto se debió, en gran medida, a su finalidad divulgadora, y por ello las civilizaciones antiguo orientales funcionaban como una compañera invaluable. La narrativa recogía varias hipótesis, hoy descartadas, sobre el devenir histórico de las sociedades mesopotámicas. Por ejemplo, sostenía que “un siglo más tarde se hundió un misterioso país llamado Atlántida y grandes masas de emigrados bélicos invadieron el mundo oriental” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 4). Algo parecido sucedía con la representación de los esclavos. Si bien el álbum utilizaba el término “obrero” —más cercano a los niños y niñas de los sesenta—, uno de los epígrafes sostenía que “eran hombres débiles, que tenían que deslomarse a pleno sol [...] mientras el capataz les daba bastonazos” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 5). La conexión entre las sociedades antiguas y las sociedades esclavistas fue un nicho común en las representaciones sobre la orientalidad.
A partir de la tercera página, el álbum fue más allá en su finalidad pedagógica. En ella se presentaba la historia de Ani, un “joven egipcio” que a los “siete años fue a la escuela”, donde “aprendió a escribir” y “sudó mucho para hacer sus deberes”, que controlaba su padre, el escriba del faraón. Sin embargo, el pequeño Ani ansiaba la carrera militar (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 5). La sección dedicada a los asirios incorporaba una conexión entre el mundo antiguo y el contemporáneo. Bajo el título “¿Qué dicen los dioses?”, puede leerse que “los asirios no han desaparecido, su raza sobrevive en las tribus kurdas […] que han conservado el carácter duro y voluntarioso de sus antepasados” (Álbum “Historia de las Civilizaciones”, 1966, p. 12). Una concepción estática de la historia, mezclada con la herencia de las sociedades antiguas, introducía la idea de un esencialismo milenario que se mantenía en el mundo contemporáneo.
De esta manera, el álbum de figuritas con temática antiguo-oriental se convirtió en lo que Reinhart Koselleck (1993) llamó Historia Magistra vitae. Koselleck analizó la historia antigua como fuente de ejemplos morales y éticos, y por lo tanto, marcó una diferencia en cuanto a la concepción contemporánea. Esta visión de la Historia posee una función fuertemente pedagógica, que se exacerba cuando se trata de historia antigua oriental. En este sentido, las civilizaciones orientales tienen algo que enseñarnos y se constituyen como guías de conducta y comportamiento, mientras alertan sobre los peligros de la grandilocuencia y la tiranía. Esto quedaba reflejado en casi todo el álbum. Los zigurats, los jeroglíficos, los dioses y el Nilo eran ineludibles, portadores de encantamiento y de elementos distinguibles de la orientalidad, acompañados por relatos enciclopédicos o literarios que idealizaban y mistificaban la historia.
En definitiva, Historia de las Civilizaciones fue un producto que se sabía vendible, y que podía ser recomendado por los propios maestros al ser un contenido histórico-pedagógico (Falabella, 2010; Finocchio, 2011). Las civilizaciones del oriente antiguo resurgían constantemente como fuente de información, sabiduría y extrañeza. Se establece así un Orientalismo infantil, fuertemente pedagógico, pero también lúdico, que instruye mientras divierte. Este ejemplo tampoco era una mimesis de lo europeo ya que, aunque recuperaba la literalidad del contenido, el formato cambiaba, mediante una interesante estrategia de venta. El Oriente como consumo empezó a ser un tópico destacable. No obstante, consideramos que estas representaciones pedagógicas de la orientalidad no fueron un caso aislado. Desde principios de los años cincuenta hasta principios de los años setenta, la circulación de narrativas, ilustraciones, enseñanzas, publicidades y objetos orientales —u orientalizados— se destacó en las publicaciones infanto-juveniles.
Conclusiones finales
El Oriente presente en los magazines infantiles de los años sesenta del siglo XX evocaba una multiplicidad de formas y contenidos que buscaban diversos resultados. Oriente se constituyó como una amplia gama de recursos morales, estéticos, informativos, lúdicos y hasta humorísticos, que reflejaban un mensaje pedagógico y se fortalecía como objeto de consumo. Sus influencias variaban, desde la construcción de la alteridad hasta la mimesis europea. No obstante, consideramos que, en el caso de los artefactos culturales destinados a las infancias, existió una apelación constante a incorporar estrategias comerciales que generaran nuevas lógicas de consumo, mientras cambiaba de formato y revivía como “maestro de vida”. En este sentido, he intentado demostrar que existen, por lo menos, tres aspectos esenciales en las representaciones del Oriente en este tipo de publicaciones.
En primer lugar, un “orientalismo tradicional”, saidiano o abyecto, anclado en la exaltación de la alteridad, de los estereotipos y del exotismo. Esta faceta se ve ilustrada de manera más cabal cuando se apela al humor o la sátira, pero también está presente en las historietas con escenarios y personajes orientales de la época. Sin embargo, el orientalismo infantil es fundamentalmente un dispositivo cultural de tipo “didáctico–pedagógico”, tanto educativo como moralista. El Oriente, como parte de civilizaciones antiguas y sabias, fue evocado como elemento de interés general, aportando datos, información, e imágenes útiles para el ámbito escolar. El Oriente fue rescatado como fuente de sabiduría e inicio civilizatorio, así como de enseñanzas que debían instruir a las nuevas generaciones en comportamientos cívicos y democráticos. Dicho de otra manera, el Oriente representado en los magazines infantiles se convierte en aquello que Koselleck, tomado de Cicerón, ha trabajado como una Historia Magistra Vitae, es decir, un tipo de historia cargada de ejemplos morales y valores cívicos necesarios para la vida en comunidad.
La historia del Oriente es importante en tanto transmisora indiscutible de enseñanzas pedagógicas que advertían a los niños de los peligros del mal gobierno, mientras los cultivaba en sus saberes ancestrales. Al mismo tiempo, también funciona como artefacto lúdico, coleccionable y canjeable, es decir, consumible. En definitiva, estas dos acepciones conviven con un “orientalismo como objeto de consumo”, ligado a festividades y estrategias publicitarias. La fiesta de los Reyes Magos ocupa un rol central en esta faceta del orientalismo infantil, ya que conjuga elementos cristianos y modernos, transformando al Oriente en un catalizador de elecciones o ambiciones infantiles y en un elemento destacado en la consolidación de esa cultura de consumo.
Otro impulsado fue dado por los álbumes de figuritas, donde las civilizaciones del Próximo Oriente antiguo fueron centrales a lo largo de estos años. Considero que hemos comprobado que las revistas infantiles son tanto artefactos culturales como objetos de consumo, y que su adquisición genera estatus socioeconómico —ligándose a la clase media argentina—. El Oriente es revivido en imágenes reconocibles y experiencias pedagógicas, sin abandonar su halo de encanto y exotismo. Oriente vende y las infancias argentinas, evidentemente, están comprando.
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[1] El presente artículo no hubiese sido posible sin el acompañamiento de mis tutores, el Mgt. Matías Alderete y la Prof. Florencia Jakubowicz, ambos docentes de la cátedra de Historia antigua I (Oriente) “B” que lleva adelante la Prof. Irene Rodríguez en la FFyL – UBA. A su vez, agradezco a la Dr. María Paula Bontempo por las observaciones hechas en una versión preliminar. Por último, hacer lo propio con el comité evaluador que lo enriqueció con agudas recomendaciones y comentarios.
[2] Promoción del segundo álbum de figuritas: “Historia de las civilizaciones”, revista Anteojito N°52, 1965. La mayúscula es del original.
[3] Anteojito es un personaje infantil creado por el historietista Manuel García Ferré para el lanzamiento de la revista. Es un niño en etapa escolar — el artista no da precisiones en cuanto a su edad, aunque evidentemente cambia a lo largo de la publicación — que está fielmente aconsejado por su tío Antifaz. Esta dupla ocupa un lugar central en la revista gracias a la historieta “Anteojito y Antifaz”.
[4] A lo largo de este artículo se utiliza el término Cercano Oriente antiguo y Próximo Oriente antiguo de manera indistinta por una decisión metodológica, sin embargo, es necesario mencionar que algunos investigadores prefieren usar del término antiguo Iraq, con el objetivo de quitarle su rasgo eurocentrista e incorporar expresiones nativas (Murphy, 2006).
[5] Las revistas Anteojito no se encuentran disponibles en su totalidad en ninguna hemeroteca, a diferencia de otras publicaciones periódicas. Sin embargo, un puñado de ellas se encuentra digitalizada, en gran medida, gracias al aporte de los mismos fanáticos y seguidores de la obra de García Ferré. Existen blogs y páginas en redes sociales de intercambio de materiales y algunos ejemplares se pueden visualizar en archive.org. En los últimos años, el Archivo Históricos de Revistas Argentinas (AHIRA) dirigido por Silvia Saítta ha logrado incorporar, con algunas excepciones, de manera digital hasta el N°200. Las revistas Billiken fueron consultadas en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno y en la Biblioteca del Maestro.
[6] Sobre estudios de las infancias en Argentina y América Latina puede consultarse: Bontempo (2012a; 2012b); Cosse (2010); Lionetti y Miguez (2010); Sosenski y Jackson (2012); Szir (2006).
[7] Esta editorial abarcaba el 33% de la producción de revistas de tirada nacional destinadas a diversos públicos según género y rango etario (Getino, 2008, p. 130). Entre las más famosas podemos mencionar a Radiolandia, Antena, Goles y Vosotras.
[8] El primer número de Anteojito llegó a vender 250 mil ejemplares, escalando a picos de ventas de 369.537 en agosto de 1971 solo en Ciudad de Buenos Aires (Información obtenida del Instituto Verificador de Circulaciones). Este dato se obtuvo del análisis de ventas entre 1964-1976 (Zapiola y Josiowicz, 2022, p. 30).
[9] El sentido pedagógico, según Raymond Williams no es funcionalista o instrumentalista de forma voluntaria, sino que forma parte de "estructuras de sentimientos" que llaman la atención y enfatizan lo vivido, lo inmediato, lo inarticulado, lo presente; hacen referencia al reinado de las reacciones o respuestas inéditas, a las decisiones o disposiciones que no tienen fundamento en una tradición, en el aprendizaje o en la inculcación previa, aunque sí, como sostendría Marx refiriéndose a la “superestructura de sentimientos”, en condiciones sociales de existencia (Williams, 2000 [1977], p. 95). En este sentido, las estructuras de sentimientos expresan un sentido particular de la vida que remite a la vez a una comunidad particular de experiencias. Metodológicamente, es una “hipótesis cultural” (Williams, 2000, p. 155) sobre los elementos y conexiones entre elementos que animan impulsos y elecciones: ella representa un intento de comprender la presencia de tales elementos y conexiones en una generación o un período, presencia que se hace evidente a partir de regularidades o, en última instancia, en patrones determinados.
[10] Esta marca de automóvil fue característica de la clase media argentina durante los años sesenta.
[11] La llamada "Conquista del Desierto" hace referencia a un proceso histórico-militar llevado adelante por el Estado nacional argentino para lograr la extensión y ocupación de la frontera sur y norte, en aquellos territorios que se creían necesarios para el desarrollo socioeconómico del país, sobre todo a partir de los años 1876/1979. Dichos territorios estaban habitados por sociedades indígenas originarias diversas. Desde el Estado Nacional se apeló a nociones como "civilización" "desierto" y "salvaje" para legitimar la conquista (Adamovsky, 2020, pp. 116-120; Sabato, 2016, pp. 265-273).