Dignos descendientes de Sandino: etapismo, lucha armada y hombre nuevo en las interpretaciones de Carlos Fonseca sobre Augusto César Sandino (1953-1976)

[Worthy descendants of Sandino: stagism, armed struggle and new man in the Carlos Fonseca’s interpretations about Augusto César Sandino (1953-1976)]

Gastón Mazzaferro

(LICH-Universidad Nacional de San Martín/CONICET)

gaston.mazzaferro@gmail.com

 

Resumen

En este trabajo nos proponemos abordar las interpretaciones que realizó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de la figura de Augusto César Sandino enfocándonos principalmente en la obra de Carlos Fonseca Amador, líder y principal intelectual de la organización. A partir de un análisis diacrónico de sus escritos, notaremos que la interpretación que Fonseca realiza de Sandino variará al compás de su biografía político-intelectual. Así, Fonseca pasará de no considerar a Sandino como una figura relevante a ponerla en el centro de sus escritos como un personaje central del movimiento sandinista. Nuestra hipótesis es que, en sus escritos, Fonseca construirá a Sandino como una figura normativa al interior del movimiento —con características similares a las del arquetipo del “Hombre Nuevo”— que todo militante debía imitar para ser considerado un digno revolucionario.

Palabras clave: Fonseca; Sandino; Hombre Nuevo; Etapismo; Foquismo.

 

Abstract

In this paper, we propose to address the interpretations that the Sandinista National Liberation Front (FSLN) made of the figure of Augusto César Sandino focusing mainly on the work of Carlos Fonseca Amador, leader and main intellectual of the organization. From a diachronic analysis of his writings, we will notice that the interpretation that Fonseca makes of Sandino will vary according to his political-intellectual biography. Thus, Fonseca will go from not considering Sandino as a relevant figure to putting him at the centre of his writings as a central figure of the Sandinista movement.  Our hypothesis is that we can observe in the writings of Fonseca how Sandino will be constituted as a normative figure within the FSLN, —with characteristics similar to those of the archetype of the “New Man”— that every militant had to imitate in order to be considered a worthy revolutionary.

Keywords: Fonseca; Sandino; New Man; Stagism; Foquismo


Recibido: 05/09/2024

Evaluación: 31/10/2024

Aceptado: 01/12/2024

 

Dignos descendientes de Sandino: etapismo, lucha armada y hombre nuevo en las interpretaciones de Carlos Fonseca sobre Augusto César Sandino (1953-1976)

Cuando el 19 de julio de 1979 el ejército guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ingresó victorioso a Managua, nadie se esperaba que un nuevo triunfo revolucionario sucediera en América Latina. La región—y en particular sus izquierdas—se encontraba golpeada por la derrota: hacía tan solo 6 años que la vía chilena al socialismo de Allende había llegado a su fin con el golpe de Pinochet; desde al menos 1975, el resto de las guerrillas latinoamericanas se encontraban en franco retroceso ante la avanzada de las dictaduras militares; y, en Argentina, Montoneros se comenzaba a encontrar frente a una inexorable derrota de su Contraofensiva.

Sin embargo, Nicaragua ofrecía para la región otra cara: las imágenes del triunfo recorrieron el mundo y en ellas se observaron no solo a los nicaragüenses flameando la bandera del FSLN, sino también levantando los retratos de Augusto César Sandino, aquel líder campesino que menos de 50 años antes había estado en boca de los antiimperialistas latinoamericanos por haber conformado un ejército que enfrentó y derrotó a los marines norteamericanos que entre 1927 y 1932 ocuparon Nicaragua.

Si bien el recuerdo de la lucha de Sandino había pervivido en la memoria popular (Fernández Ampié, 2015), tras su asesinato, el régimen de los Somoza había buscado ocultarlo y denigrarlo (Ivette y Guillén, 2007). Tras el surgimiento del FSLN en 1961, y a partir de las operaciones intelectuales de Carlos Fonseca, esta visión se modificó y Sandino volvió a ser considerado como una figura central de la política en Nicaragua. En su obra encontramos la piedra angular de las interpretaciones sandinistas respecto al líder de la resistencia nicaragüense.

La bibliografía que abordó la Revolución Sandinista y su vínculo con la imagen de Sandino y con la obra de Carlos Fonseca, se ha desarrollado en tres etapas distintas. La primera de ellas se abrió tras el triunfo revolucionario e incluyó trabajos pioneros como el de Camacho Navarro (1986), en el que se abordaron los usos de la figura de Sandino desde el inicio de su lucha hasta la Revolución Cubana, y el de Palmer (1988), donde el autor se enfocó en el discurso histórico de Fonseca. La segunda etapa surgió luego de la derrota electoral del FSLN en 1990. En ella se destacaron la biografía política de Fonseca escrita por Zimmemann (2000), y el estudio de Baracco (2005) sobre los discursos nacionalistas desde la independencia de Nicaragua hasta la irrupción de la Revolución. Finalmente, nos encontramos con una tercera etapa tras el triunfo electoral de un FSLN transfigurado en 2006 (Torres Rivas, 2007), donde proliferaron una serie de trabajos académicos que exploraron la figura de Sandino desde múltiples perspectivas, centrando su atención en aspectos como la construcción que hizo de él la dictadura de la familia Somoza (Ivette y Guillen, 2007); la iconización de su figura (Lacaze, 2012); la pervivencia que mantuvo en la memoria popular (Fernández Ampie, 2015); y la forma en la que fue caracterizado por la literatura antiimperialista (Ramos Saslavsky, 2015).

En este trabajo pretendemos realizar un aporte al campo de la Historia Intelectual, profundizando en la construcción que hizo el FSLN de la figura de Sandino centrándonos  en la obra de Carlos Fonseca, a quien tomamos no solo como el principal referente político del movimiento, sino también como a uno de sus principales intelectuales. A partir de un análisis de los escritos de Fonseca en los distintos momentos de su trayectoria político-intelectual, observaremos cómo la figura de Sandino fue mutando, siendo caracterizada de distintas maneras y adquiriendo mayor centralidad. Por otro lado, indagaremos sobre el rol que jugaba la figura de Sandino al interior de la militancia del FSLN. En este sentido, nuestra hipótesis es que el líder campesino se constituyó como una figura normativa al interior de la organización, impartiendo pautas de comportamiento relacionadas al arquetipo del “Hombre Nuevo”, algo que podemos encontrar en los trabajos de Carlos Fonseca.

El texto está estructurado en tres partes, que dan cuenta del recorte temporal. En la primera, centramos nuestra atención en los inicios intelectuales de Carlos Fonseca en el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) y en la omisión de la figura de Sandino en su temprana obra; en el segundo apartado, nos concentraremos en el impacto de la Revolución Cubana en la obra de Fonseca y en las interpretaciones que realizó de Sandino como un ejemplo de que la lucha armada era una posibilidad; y finalmente, la tercera parte comprende el periodo iniciado tras la muerte de Ernesto “Che” Guevara, marcado por la consolidación de la figura del “Hombre Nuevo” como el arquetipo del militante revolucionario ideal de las izquierdas latinoamericanas y, en el caso nicaragüense, por la asociación de Sandino con esta figura.

Inicios etapistas: Fonseca como militante comunista en el Partido Socialista Nicaragüense y primeros escritos.

Podríamos decir que la trayectoria político-intelectual de Carlos Fonseca Amador tuvo su inicio en la década del 50 en una Matagalpa que estaba atravesando un vertiginoso crecimiento económico (Zimmermann, 2000, p. 20). Dicho crecimiento vino acompañado por la aparición de una incipiente oposición a la dictadura de Somoza encarnada por el Partido Conservador, la disidencia del Partido Liberal y por el PSN (el partido comunista recientemente legalizado por el régimen somocista).

Hijo ilegítimo de Agustina Fonseca Úbeda y Fausto Amador — integrante de una importante familia cafetera de Matagalpa y administrador de los bienes de Somoza en la región—, fue en esa década cuando Carlos, ayudado económicamente por su padre, inició sus estudios secundarios en el Instituto Nacional del Norte (INN), un secundario público en el cual los hijos de funcionarios somocistas, así como también de oficiales de la Guardia Nacional e integrantes del Partido Liberal Nacionalista (PLN), tenían prioridad en el ingreso (Zimmermann, 2000, p. 20). A pesar de este aspecto, el INN contaba con un importante historial de actividad opositora estudiantil que se expresaba en publicaciones como Vanguardia Juvenil —revista de 1946 en la cual escribió, entre otros, Tomás Borge—o Espartaco, publicada entre 1947 y 1948. Como remarca Zimmermann (2000, p. 29), el INN fue el único colegio secundario que se unió a la huelga estudiantil universitaria de 1952, marcando el inició de un radicalizado activísimo universitario del cual Fonseca luego formaría parte.

En este contexto, Fonseca se involucró en la militancia política. Primero, lo hizo en el Partido Conservador, asistiendo a reuniones y a discusiones de la rama intelectual de la agrupación: la Unión Nacional de Acción Popular (UNAP). No obstante, esta experiencia fue efímera: como señala Zimmermann (2000, p. 29), Fonseca consideraba que los integrantes de la UNAP eran demasiado aburguesados. Por lo cual, mientras crecía en él cierto interés por el marxismo, hacia 1953 comenzó a entablar contactos con el PSN, un partido pequeño constituido por apenas quince personas, de las cuales la más grande tenía unos 26 años (Zimmermann, 2000, p. 26).

En paralelo, hacia 1954 junto a sus compañeros del Instituto —Ramón Gutiérrez y Francisco Buitrago—, Fonseca integró un grupo de estudio llamado el Centro Cultural, que editaba una publicación, dirigida por el mismo Carlos, titulada Segovia.[1] Si bien se trató de un pequeño proyecto autogestivo de tres estudiantes secundarios, suponemos que alcanzó cierto grado de relevancia. Esto lo podemos afirmar por varias razones: en primer lugar, por las características demográficas propias del municipio de Matagalpa que, según el censo de 1950, contaba con apenas 50 mil personas (República de Nicaragua, 1964, p. XIII); en segundo lugar, se trataba de una publicación realizada por estudiantes del secundario más importante del municipio; en tercer lugar, y no menos central, como muestra Zimmermann (2000, p. 33), La Prensa, el diario conservador más relevante, se hizo eco de la publicación, acusando a sus editores de ser unos jóvenes comunistas.

Segovia fue publicada entre 1954 y 1955, momento en el cual Fonseca abandonó Matagalpa para comenzar sus estudios universitarios. La revista incursionaba en una serie de temas como el sufragio femenino; la historia de las guerras de independencia en el siglo XIX; la poesía; la necesidad de alfabetizar; y el rol de la juventud en el futuro. Sin embargo, un aspecto llamaba la atención por su ausencia: la falta de menciones sobre la figura de Augusto César Sandino. Según señala Baracco, esto se explicaría debido a que, a pesar de que “Fonseca estaba al tanto de Sandino durante la década del 50, sus vínculos con el PSN habían evitado que discutiera su legado militar y político en detalle. La mirada oficial del PSN era que Sandino no era más que un burgués nacionalista” (2005, p. 63).[2] A nuestro parecer, esta una omisión respondió más a una decisión de Fonseca que a una estrictamente partidaria. Como señala Zimmermann (2000, p. 37), otros militantes del PSN contemporáneos a él, como Tomás Borge, sí se habían centrado previamente en la figura de Sandino; a diferencia de Fonseca, quien incluso decidió no mencionarla en un artículo sobre las luchas de liberación que habían sucedido en Nicaragua desde la independencia hasta su presente histórico.

En ese sentido, la posición de Fonseca nos estaría hablando de su coincidencia con la mirada etapista sobre el devenir histórico y la revolución que tenían el PSN y los Partidos Comunistas sobre América Latina. Es decir, con la idea —hegemónica desde el estalinismo— de que en aquellos países considerados “subdesarrollados”, la realización de una revolución comunista no era posible ya que debían atravesar las distintas etapas de desarrollo especificadas por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: una revolución burguesa que sentara las bases de una economía capitalista, abandonara un supuesto feudalismo, y preparase las condiciones objetivas para que el proletariado llevase a cabo su revolución. Según esta idea, ciertos sectores de la sociedad, como el campesinado, eran percibidos como hostiles al socialismo (Löwy, 2007, p. 11) y, en consecuencia, no eran vistos como actores revolucionarios relevantes. De esta manera, la omisión de la figura de Sandino en los primeros escritos de Fonseca se explicaría por las características propias de su lucha: se trató de un caudillo que conformó un ejército de campesinos y que, sumado a esto, acabó confrontado con el Partido Comunista Mexicano, que lo acusó —tras las determinaciones del VI Congreso de la Internacional Comunista, en donde se decidió la oposición a las luchas nacionalistas por ser consideradas pequeño burguesas— de ser un entreguista de la causa antiimperialista.

Ahora bien, en 1955 Fonseca partió a Managua, y posteriormente a León, para iniciar sus estudios en Derecho en la Universidad Nacional de Nicaragua[3]. Debido a eso, Segovia llegó a su fin. Su mudanza a León coincidió con un contexto muy particular del movimiento estudiantil universitario: por un lado, si bien el estudiantado era un sector muy pequeño de la sociedad civil —en este momento había apenas mil estudiantes en la Universidad Nacional (Zimmermann, 2000, p. 41)—; por el otro, el mismo se estableció rápidamente en base a un reclamo que fue clave a la hora de crear una identidad colectiva: el pedido por la autonomía universitaria.

Los estudiantes se organizaban y confrontaban al somocismo desde principios de la década del 50. Un hito clave de este proceso fue la clausura de la Universidad de Granada en 1951. Recordemos que en Nicaragua, existía una división política basada en la geografía que databa de tiempos coloniales: mientras que los liberales dominaban León; Granada siempre había destacado por ser una ciudad conservadora. En este sentido, la decisión de cerrar la universidad de esta última significó un importante golpe de Somoza —liberal— a su sector opositor más relevante. Sin embargo, este accionar se mostró como un arma de doble filo, ya que buena parte del estudiantado granadino acabó en la Universidad de León. A pesar de que el grueso del mismo estaba conformado por liberales, muchos de los cuales eran disidentes al somocismo, “esta afluencia de estudiantes conservadores creó una atmósfera política más diversa” (Rueda, 2014, p. 168).[4] La división política fundamental no era por filiación político-partidaria, sino entre estudiantes somocistas y antisomocistas.

Aun sufriendo la represión, los estudiantes antisomocistas encontraron formas de organización, particularmente, alrededor del Centro Universitario. Este estaba compuesto por representantes elegidos directamente por los alumnos y contaba con una orientación marcadamente opositora. A través de él llevaban a cabo sus reclamos, entre los que se destacaba el pedido por la autonomía universitaria.[5]

En 1956, Fonseca llegó a León para estudiar en la Universidad Nacional. Allí se une al Centro Universitario y es nombrado editor de su publicación, El Universitario. De la misma forma, se organizó políticamente: junto a Tomás Borge y Silvio Mayorga conformaron una primera célula universitaria del PSN, que inicialmente se enfrentó a varias adversidades, como la baja adhesión de los estudiantes y la indiferencia de la dirección del partido al cual Fonseca acusó de no darle órdenes, ni prestarle atención (Zimmermann, 2000, p. 43). Otra de las grandes complicaciones sucedió en septiembre de 1956 cuando el presidente Anastasio Somoza García fue asesinado por un poeta y militante del Partido Liberal Independiente (PLI): Rigoberto López Pérez.[6] Inicialmente, la consecuencia que tuvo el asesinato fue un recrudecimiento de la represión y de la persecución política. Esto se hizo particularmente visible en la oposición estudiantil que, tan solo un año antes, había propuesto una alianza entre los conservadores y el PLI para vencer a Somoza en las elecciones. Por este motivo, la Guardia Nacional tomó como principales sospechosos a los estudiantes, y la noche del asesinato arrestó a los principales líderes, a la vez que irrumpió en las oficinas del Centro Universitario, destruyendo y secuestrando archivos y libros, entre otras cosas (Rueda, 2014, p. 225). Entre los arrestados se encontraban Fonseca y Borge. Si bien ninguno de ellos formaba parte del PLI o de la oposición conservadora, habían participado en la organización de diversas actividades en la universidad con integrantes de esas agrupaciones. Sumado a esto, eran visiblemente comunistas, lo que también levantaba sospechas. Fonseca estuvo preso casi dos meses y fue liberado posiblemente gracias al accionar de su padre (Zimmermann, 2000, p. 44). Por su parte, Borge estuvo preso más de dos años. Durante ese tiempo, la célula del PSN quedó acéfala y llegó a su fin.

Sin embargo, Fonseca siguió militando en la organización y en 1957 viajó como delegado al VI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en Moscú. Producto de ese viaje, escribió el libro Un nicaragüense en Moscú (1985a [1958]), publicado al año siguiente por la editorial del PSN, con una introducción escrita por el Secretario General del Partido, Manuel Pérez Estrada. En la obra, Fonseca mostró una gran admiración por los avances de la Unión Soviética en materia educativa y tecnológica. Asimismo, hizo explícita su mirada etapista. Cuando refería a las razones por las cuales decidió escribir su libro, afirmaba:

 

Que no se crea en ningún momento que al dar a conocer el progreso de Rusia, pretendo decir al pueblo de Nicaragua que la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción, sea el camino que debemos escoger en este momento para solucionar los numerosos problemas que nos atormentan.

Ni por un instante puede ser esa mi intención.

Yo creo que en las actuales condiciones históricas en que vivimos los nicaragüenses, la propiedad privada tiene que desempeñar un papel de primera importancia en el progreso de nuestro país (Fonseca, 1985a, pp. 31-32).

 

La tarea que tenían los nicaragüenses, en este sentido, no era hacer la revolución, sino “continuar nuestra lucha por la liberación económica y política de nuestra Patria” (Fonseca, 1985a, p. 32). Esta postura fue reiterada de manera inmediata a este viaje. Al retornar de Moscú, Fonseca fue detenido e interrogado por la Guardia Nacional, que sospechaba de él por haber realizado un viaje no solo a la Unión Soviética, sino también a otros países socialistas como Alemania del Este, Polonia y Checoslovaquia.[7] En esa situación, afirmaba ser comunista pero no creía que “sea posible en las actuales condiciones históricas de Nicaragua la realización de una sociedad socialista o comunista”. Los problemas de Nicaragua se podían “resolver mediante un régimen que facilite el desarrollo económico y que permita que las condiciones económicas de Nicaragua, actualmente semifeudales y semicoloniales, se transformen en un capitalismo nacional” (Fonseca, 1985b [1957], p. 242).

De vuelta en León, y tras haber rendido libre todas las materias del semestre anterior por haberse encontraba preso, Fonseca retomó los estudios y fue elegido para formar parte del Comité Ejecutivo del Centro Universitario. 1958 fue el año en el cual la Universidad consiguió la autonomía universitaria. En este momento, Carlos formaba parte activa del PSN, pero hubo dos razones que lo alejaron: la primera, la poca atención que recibía por parte de la conducción política del partido, que aún no lo consideraba un miembro demasiado relevante (Zimmermann, 2000, p. 59); la segunda, y más importante, sucedió en 1959, cuando el movimiento revolucionario encabezado por Fidel Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos llevó a cabo una revolución triunfante en Cuba.

“Hagamos la guerra como Sandino”: Sandino y el ejemplo de la lucha armada a partir de la Revolución Cubana

El primero de enero de 1959, más de un año desde el desembarco del Granma, triunfó en Cuba la revolución encabezada por el Movimiento 26 de Julio y acabó la dictadura de Fulgencio Batista. Este acontecimiento significó un punto de inflexión en el imaginario de las izquierdas latinoamericanas. Si bien inicialmente la Revolución Cubana no se había proclamado como marxista —y no lo hizo hasta la Segunda Declaración de la Habana en el año 1962—, su triunfo en condiciones aparentemente adversas generó que muchos militantes de los partidos tradicionales de izquierda pensaran que era posible hacer una revolución en América Latina.

A partir de entonces, nos encontramos con la conformación de nuevas organizaciones políticas, con otras reivindicaciones y orientaciones ideológicas, con nuevos métodos y propuestas revolucionarias, menos subsumidas a las instrucciones de la Unión Soviética. Es decir, apareció a lo largo de América Latina una heterogénea “Nueva Izquierda” — que incluyó dentro de sus filas desde maoístas hasta peronistas en Argentina— con algunas características trasversales a los grupos que la conformaron: el uso de cierto lenguaje político; la oposición al orden social; y la reivindicación de la violencia como método legítimo para transformar la realidad (Tortti, 2014, p. 17).

El triunfo de la Revolución Cubana modificó rotundamente la postura etapista de muchas de estas organizaciones demostrando, como señala Löwy “que la lucha armada podía ser una manera eficaz de destruir un poder dictatorial y pro-imperialista y abrir camino hacia el socialismo” (2007, p. 47). Quienes mejor expusieron este principio fueron Ernesto Che Guevara (1984 [1960]) —comandante de la Revolución— y Régis Debray (1967), intelectual francés. En las obras de ambos veremos el desarrollo del “foquismo” o teoría del foco.[8]

La irrupción de esta nueva perspectiva significó un cambio radical en las izquierdas del continente que comenzaron a organizarse en distintos movimientos políticos-armados para realizar la revolución. En este contexto, Carlos Fonseca acabó por alejarse del PSN y participó, posteriormente, en la fundación del FSLN. Como señala Palazón Saéz, “el triunfo de la Revolución Cubana supuso un importante giro en el pensamiento de Fonseca porque hizo viable que un movimiento armado al margen de la estructura organizativa del partido comunista llegará a la toma de poder” (2010, p. 86). A esta razón exógena, debemos agregarle un elemento interno: la incapacidad del PSN de aggiornarse a las nuevas demandas de sus militantes.

Aquí es necesario señalar un hecho previo: el PSN tuvo una fugaz intención de emprender la lucha armada. El mes posterior al triunfo de la Revolución Cubana, una comitiva de militantes —entre los que se encontraban Fonseca y otros integrantes del partido, además de conservadores y militantes del PLI— partió hacia La Habana para entrevistarse con el “Che” Guevara. De esa reunión surgió el Comité de Liberación de Nicaragua, integrado por militantes del PLI y del PSN, apoyados por voluntarios cubanos. Fue ese grupo entrenado en Cuba el que se propuso llevar a cabo una acción armada para derrocar a Somoza, partiendo desde Honduras. El 24 de junio de 1959, la columna marchó hacia la frontera con Nicaragua donde, en una acción conjunta entre el ejército hondureño y la Guardia Nacional en la localidad de El Chaparral, fueron interceptados y derrotados. El saldo fue de 9 guerrilleros muertos —seis en combate, tres fusilados— y quince detenidos —uno de ellos era Fonseca, herido por un impacto de bala en uno de sus pulmones—. El episodio fue conocido, a la posteridad, como la “Masacre de El Chaparral”.

En principio, este acontecimiento tuvo dos consecuencias de relevancia: la primera fue que el PSN desistió totalmente de la lucha armada por considerarla improbable. Esto dio lugar a que el distanciamiento entre el partido y Fonseca sea insalvable. A esta discrepancia debemos sumarle otras dos que aparecieron como segundo efecto de la derrota en el Chaparral. Tras la masacre, Fonseca partió al exilio en Cuba. A partir del trabajo intelectual que desarrolló allí, comenzó a considerar la posibilidad de aliarse con otros sectores y de defender el principio de soberanía nacional, dos aspectos contrarios al pensamiento del PSN (Palazón Sáez, 2010, p.87).

Como señala Zimmermann (2000), fue en su destierro cubano donde Fonseca comenzó a estudiar la figura de Augusto César Sandino, buscando darle un carácter nacional a su lucha. El cambio en las perspectivas revolucionarias de las izquierdas fue fundamental para que esto sucediera. En última instancia, fue la convicción de que era posible realizar una revolución en Nicaragua, lo que lo llevó a estudiar la historia de su país y centrara su atención en la figura de Sandino (p. 61).

Si bien Fonseca ya era consciente de la existencia de Sandino, durante el exilio cubano accedió a una bibliografía más crítica sobre el tema. En Nicaragua, el único libro que circulaba libremente era El verdadero Sandino o el calvario de las Segovias (1936), escrito por Anastasio Somoza García, dictador de Nicaragua y responsable del asesinato del líder del EDSN. Fue en Cuba donde se encontró con un libro central del antiimperialismo latinoamericano: Sandino, general de hombres libres, escrito por Selser (1984 [1955]) y reimpreso allí tras la Revolución.

Por otro lado, otro aspecto fundamental en la biografía intelectual de Fonseca fue que, a partir de su exilio mantuvo contacto con otros exiliados, como Silvio Mayorga y Tomás Borge, con los que fundó el FSLN y con quienes escribió una serie de textos, en los cuales la figura de Sandino ocupó un lugar central. De hecho, el primer escrito donde Carlos mencionó al líder del EDSN, fue en un informe titulado “Breve análisis de la lucha popular nicaragüense contra la dictadura de Somoza” (Fonseca y Mayorga, 1985), que presentó a la Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de Venezuela en 1960 junto a Silvio Mayorga.

Para ese momento, Fonseca ya había abandonado definitivamente el PSN y se encontraba organizando el FSLN. La primera experiencia previa a esto fue la organización, junto a Silvio Mayorga, de la Juventud Democrática Nicaragüense (JDN), un grupo conformado mayoritariamente por estudiantes, muchos de ellos ex integrantes del PSN. No obstante, esta experiencia fue efímera y, para finales de 1959, se conformó la Juventud Revolucionaria Nicaragüense (JRN). Esta organización fue establecida en Cuba y en Costa Rica, pero no tenía presencia real en Nicaragua. Sin embargo, hacia 1960 se alió con la Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN), un grupo conformado por militantes conservadores que acabaron liderando el movimiento estudiantil en Nicaragua y abrazando los principios de la Revolución Cubana.

En ese pasaje entre la experiencia en el PSN y en los distintos intentos agrupacionistas que acabarían en el FSLN, Fonseca y Mayorga elaboraron este informe que trataba temas como los objetivos de la dictadura de los Somoza; la incapacidad de los partidos tradicionales de confrontar al régimen; y la importancia del apoyo estadounidense para su existencia. Sin embargo, lo que aquí queremos destacar son dos puntos interrelacionados: en primer lugar, las primeras consideraciones que aparecieron sobre Augusto Sandino; y, en segundo, la insistencia de los autores en que la única salida posible a la dictadura era una revolución armada.

La primera mención a Sandino en el texto apareció cuando los autores se refirieron a los orígenes de la dictadura somocista y a su principal instrumento para la permanencia en el poder: la Guardia Nacional. Así Fonseca y Mayorga señalaron que

 

El primer traidor nacional que se prestó para ocupar el puesto de jefe de la Guardia fue Anastasio Somoza García, ascenso que coloca en sus garras la parte más importante del poder y que le permite llevar a la práctica, el 21 de febrero de 1934, la infame orden de los amos extranjeros y reaccionarios nacionales, que consistía en asesinar al gran patriota jefe del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, general Augusto César Sandino (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 99).

 

A primera vista notamos un importante cambio respecto a la obra del Fonseca militante del PSN: Sandino, lejos de ser ignorado, no solo fue mencionado de entrada y reivindicado como patriota, sino que también fue señalado como “un obstáculo para la realización de los perniciosos planes preparados por los intereses extranjeros” (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 102). Es decir, el líder del EDSN fue caracterizado como un antiimperialista, algo que distaba de la apreciación comunista sobre su figura. Por otro lado, su existencia se contrapuso a la de Somoza, que era retratado como un traidor que respondía a intereses foráneos. Sin embargo, Sandino fue mencionado en este primer texto porque, para los autores, era la prueba de que había que llevar a cabo una revolución armada en Nicaragua con una fuerte conducción política. Para Fonseca y Mayorga, la falta de una organización adecuada del ejército de Sandino y, tras su asesinato, del de sus seguidores “puede explicar una de las razones que impidieron el triunfo definitivo de los anhelos patrióticos” (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 102).

Era esa falta de organización lo que, para ellos, explicaba la larga permanencia de los Somoza en el poder. Para Fonseca y Mayorga, no alcanzaba con la existencia aislada de personajes como Rigoberto López Pérez, ya que su propio accionar era una muestra de que “el heroísmo individual no logró extirpar la dictadura” (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 105). El medio para dar fin al régimen somocista, señalan los autores, “no puede ser producto de una determinada acción individual, sino la acción de las mayorías populares movilizadas” (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 105). Es decir, la solución a los problemas nicaragüenses no era otra que la que legó Sandino: la lucha de tipo guerrillero “que tantas victorias populares produjo al general Augusto César Sandino” (Fonseca y Mayorga, 1985, p. 113)

La insistencia de Fonseca en adoptar la lucha armada para vencer a la dictadura somocista fue profundizada en un ensayo titulado “La lucha por la transformación en Nicaragua” (Fonseca, 1985c).[9] Este es el texto donde el fundador del FSLN presentó de forma sistematizada como creía que debía ser la lucha en Nicaragua, especificando cuál era el sujeto revolucionario; las cuestiones relacionadas con la moralidad de los militantes; las posibles alianzas y estrategias a adoptar. Como venimos señalando, Fonseca consideraba que la lucha guerrillera debía llevarse a cabo en Nicaragua para que triunfe la revolución y el antecedente de Augusto Sandino le dio la pauta de que la misma podía funcionar. Al respecto señalaba que, si bien la lucha armada fracasó de manera reciente en Nicaragua (Fonseca, 1985c, p. 118) a causa de que fue realizada por aventureros desesperados —en referencia evidente al fracaso sin mucha planificación en El Chaparral—, la estrategia que había que adoptar era “la guerra de guerrillas del pueblo contra la Guardia Nacional; es la continuación de la lucha que contra ese mismo ejército y contra los invasores yanquis sostuvo el patriota Sandino con su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional” (Fonseca, 1985c, p. 118).

Esta afirmación tiene un rasgo a destacar: Sandino no solo aparecía como un ejemplo de que la lucha armada era viable en territorio nicaragüense, sino que era señalado, por primera vez, como un precursor de la lucha revolucionaria. Es decir, Fonseca estableció una continuidad entre la lucha del EDSN y la que se llevaría a cabo a partir de ese momento. Esto es algo que se hace más visible al final del texto cuando el autor señaló, explícitamente, que su generación, la de la “Revolución Cubana, la generación fidelista”, era la de los “descendientes de Sandino, los que estábamos muy niños o no habíamos nacido cuando vilmente lo asesinaron” (Fonseca, 1985c, p. 128).

Ahora bien, llegado 1963, nos encontramos con la fundación del FSLN. Si bien la historia tradicional del partido sitúa el origen del movimiento en una reunión que mantuvieron Carlos Fonseca, Tomás Borge y Silvio Mayorga en Honduras, la conformación del partido pasó por un proceso un tanto más complejo.[10] Como muestra Zimmermann, un hito fundamental y previo a la creación del FSLN, fue la conformación a inicios de 1961 del Movimiento Nueva Nicaragua (MNN). Esta organización, nacida en Honduras, pero con células en las más importantes regiones nicaragüenses —Managua, León, Estelí—, tenía entre sus fundadores personajes que fueron relevantes en la conformación del FSLN, como Fonseca, Mayorga y Borge, pero también veteranos del EDSN, como José Santos López.

La existencia del MNN fue corta y pronto cambió su nombre, inspirado en la lucha de liberación en Argelia. A partir de 1962, pasó a llamarse Frente de Liberación Nacional (FLN). Fue recién en 1963, tras una propuesta de Fonseca, que la organización comenzó a llamarse FSLN. La primera aparición de esta denominación la hallamos en 1963, en una entrevista que la revista mexicana Siempre le hizo a Carlos Fonseca. El primer programa de la organización fue publicado recién en 1969, a pesar de haber realizado acciones armadas que acabaron en derrotas —como las sucedidas en el Río Coco y el Bocay en el 1963—, llevaron a sus integrantes, incluido Fonseca, a estar presos en Nicaragua; o a que importantes miembros como Silvio Mayorga murieran en acción, como fue el caso en la derrota en Pancasán, en 1967. Cuando sucedieron estos fracasos, el FSLN era virtualmente desconocido en Nicaragua. Sin embargo, esas acciones, a pesar de sus consecuencias en principio negativas, llevaron a que la organización tuviese gran difusión en el país. No obstante, hasta 1965, cuando fue deportado a Guatemala, Fonseca no escribió ningún artículo de relevancia que tratase el tema Sandino.

Ahora bien, si bien hasta 1969 no existía el programa del FSLN, la deportación de Fonseca y otros militantes a Guatemala, permitió a la organización nutrirse de otras tradiciones políticas y de otros grupos guerrilleros. Como señala Martí I Puig (2002, p. 9), tras los fracasos iniciales, fue en Guatemala donde el FSLN adoptó otra estrategia revolucionaria: la de la Guerra Popular Prolongada, a partir del contacto con la guerrilla guatemalteca llamada Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y de la participación de algunos integrantes en eventos celebrados en La Habana, como la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) y el foro de la Tricontinental, que puso al ejemplo vietnamita en el centro de la escena.[11]

Así, entre 1966 y 1969, se iniciaron los esfuerzos por reorganizar un foco guerrillero en Pancasán, al este de Matagalpa. Fue esa derrota la que llevó a los sobrevivientes a conformar una doctrina propia y a establecer una estructura más compleja que incluyó la creación de una Dirección Nacional y la elaboración de un programa en 1969. Sin embargo, en los comienzos de la lucha en Pancasán nos encontramos con un documento de relevancia: el comunicado “¡Sandino sí, Somoza no; revolución sí, farsa electoral no!” (Fonseca et al., 1985), impreso en la imprenta Artes Gráficas de Managua el 25 de noviembre de 1966 y distribuido de manera inmediata tras su publicación.

El comunicado fue elaborado, no solo durante el inicio de la estrategia en Pancasán, sino también previamente a las elecciones de 1967 que llevaron al poder a Anastasio Somoza Debayle, Jefe de la Guardia Nacional y hermano de Luis Somoza Debayle, tras la muerte de este último. En ese sentido, el documento —firmado por Carlos Fonseca, Silvio Mayorga, Rigoberto Cruz, Oscar Turcios y Conchita Alday— era una denuncia al fraude electoral llevado a cabo por la familia Somoza desde la década del 30. Esta denuncia apuntaba no solo contra Somoza, sino también contra la oposición tradicional —que incluía al Partido Conservador, al Partido Socialcristiano Nicaragüense y al PLI— y contra el apoyo estadounidense a la farsa.

“¡Sandino, sí, Somoza no…” fue también el primer comunicado que encontramos del FSLN desde que su nacimiento en 1963, y la primera invitación explícita a participar de la lucha armada al pueblo. Finalmente, como en escritos anteriores de Fonseca, observamos que el FSLN entendía a su lucha como una continuidad de la de Sandino, e invitaba a todos sus herederos a unirse a la misma. Al respecto se señalaba:

 

[…] hermanos nicaragüenses: seamos dignos descendientes de Augusto César Sandino, el más grande héroe popular de América Latina, y que desafió victoriosamente a la más agresiva potencia imperialista: la bota yanqui.

A la lucha, hermanos nicaragüenses: por la tierra, por el trabajo, por la cultura.

¡PATRIA LIBRE O MORIR! (Fonseca et al., 1985, p. 321).

 

Ahora bien, en estos primeros escritos de Fonseca —que redactó a veces solo, a veces acompañado—, Sandino solo aparecía fugazmente, si bien fue reivindicado, no era central. Tampoco se realizaron grandes descripciones sobre su vida y personalidad. Por el contrario, formaba parte de una argumentación sobre un tema que lo excedía —como el fraude electoral, la situación de la dictadura de los Somoza, etc.—.

Para que Sandino apareciera como protagonista central de los escritos de Fonseca tendremos que esperar hasta finales de la década del 60 y principio de la del 70, cuando se publicaron trabajos como “Sandino, guerrillero proletario” (1985g). Durante ese período sucedió un hecho fundamental: la muerte de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia y su consolidación como representante del “Hombre Nuevo” socialista.

“Seremos como Sandino”: Sandino y el Hombre Nuevo sandinista

El bienio 1967-1968 marcó importantes hitos en la historia de las izquierdas latinoamericanas. Por un lado, la muerte del “Che” Guevara en Bolivia significó la asociación definitiva de su imagen con la del “Hombre Nuevo”, figura que él mismo definió como aquel hombre del futuro socialista que un buen militante debía emular, predicando con el ejemplo y el sacrificio.[12] La difusión de las imágenes de su cadáver contribuyó a esta asimilación, generando un imperativo moral para el resto de los militantes. Ahora, se esperaba que ellos cumplieran con una serie de características constitutivas de ese “Hombre Nuevo” encarnado en Guevara: debían ser sacrificados, solidarios, humildes y contar con verdadera vocación revolucionaria. En síntesis, un buen revolucionario debía ser un asceta y, en lo posible, morir por la causa, convirtiéndose en un mártir.

La muerte del “Che” tuvo otra consecuencia: dio lugar a una gran discusión en Cuba respecto al rol que debían jugar los intelectuales en los procesos revolucionarios. Como señala Gilman, 1968 “fue un año partido en dos para la familia intelectual latinoamericana y también para Cuba. La primera mitad marcó el clímax de la eufórica alianza entre los intelectuales y la revolución. La segunda, el comienzo de la disolución de esos lazos” (2012, p. 206). Este proceso es observable en los debates que sucedieron en las páginas de la principal revista cultural cubana, Casa de las Américas y, particularmente, en la resolución final del Congreso Cultural de La Habana realizado en enero de 1968, donde se afirmó que:

 

[…] solo podrá llamarse intelectual revolucionario aquel que, guiado por las grandes ideas avanzadas de nuestra época, esté dispuesto a encarar todos los riesgos y para quien la muerte no constituya sino la posibilidad suprema de servir a su patria y a su pueblo” (Congreso Cultural de La Habana, 2013, párr. 22).

 

En síntesis, en 1968, lo que se impuso en el mundo cultural fue la figura del “Intelectual Revolucionario”. Es decir, aquel intelectual que estaba dispuesto a morir por la revolución. Como señala Gilman, “el ejercicio de la literatura, el arte y la ciencia era un arma de lucha en sí mismo, pero la ‘medida revolucionaria del escritor’ estaba dada por su disposición para compartir las tareas combativas de estudiantes, obreros y campesinos” (2012, p. 207).

En este contexto, marcado por la muerte del “Che” Guevara y las nuevas ideas respecto al rol de los intelectuales en el proceso revolucionario, Carlos Fonseca escribió sus principales textos sobre Sandino. Asimismo, a finales de los 60, el FSLN comenzó a delimitarse ideológicamente e intensificó su accionar armado. En 1969, seis años después de su fundación, salió a la luz la “Proclama del FSLN” (Fonseca, 1985f). En este texto —publicado en nombre del FSLN, pero escrito por Fonseca (Zimmermann, 2000, p. 123)— podemos observar las primeras marcas que la muerte de Guevara dejó en el imaginario de las guerrillas latinoamericanas. No solo se señalaba que “perder la vida o derramar su sangre no es para el guerrillero una condenación” (Fonseca, 1985f, p. 334), sino que, el último de los quince puntos que comprendían el programa del FSLN mencionaba explícitamente la “veneración hacia los mártires” como un mandato (Fonseca, 1985f, p. 334).

Luego de lanzada la proclama, Fonseca tenía planeado retornar a Nicaragua para darle un nuevo impulso al accionar armado. No obstante, fue encarcelado por la policía costarricense en agosto de 1969. Recién en octubre de 1970, tras un intento fallido de escape, el líder del FSLN fue liberado cuando un comando de la organización secuestró a dos ejecutivos estadounidenses de la United Fruit Company exigiendo su liberación. El gobierno de Costa Rica aceptó y Fonseca, junto a otras importantes figuras como Humberto Ortega, retornó a La Habana. Durante este nuevo exilio cubano, el líder del FSLN elaboró sus estudios más complejos sobre la figura de Sandino. En ellos se aprecia su construcción como una figura moralmente superior, cuyas características son similares a las del “Hombre Nuevo”, en un contexto marcado por el incremento en la cantidad de militantes del FSLN y por el recrudecimiento de la represión por parte de los Somoza en Nicaragua. Como señala Villena Fiengo, fue en este momento cuando el líder del EDSN “se convierte ya no solo en un héroe de la resistencia antiimperialista, sino también en una figura tutelar, factor aglutinador y referente para un nuevo proceso político” (2017, p. 20).

Entre los escritos más relevantes, nos encontramos con el ensayo “Sandino, guerrillero proletario” (1985g), publicado en el n° 24 de la revista cubana Tricontinental, en 1971, posteriormente difundido de forma clandestina en León, en 1972 (Zimmermann, 2000, p. 144). Podríamos decir que este texto es una larga descripción de la vida y lucha de Augusto César Sandino. El escrito trataba temas que iban desde los primeros años de vida del líder del EDSN, hasta las razones detrás de su muerte, pasando por la descripción de los aspectos organizativos de su guerrilla. No obstante, podemos afirmar que este ensayo era una descripción de la personalidad y los atributos morales de Augusto César Sandino. Las menciones a su figura dejan de ser superficiales para pasar a ser centrales: “Sandino, guerrillero proletario” fue el primer texto que Fonseca dedicó íntegramente a describir su vida y lucha.

En estas descripciones comenzaron a vislumbrarse las características ejemplares de Sandino, tales como el patriotismo —cuando mencionó el rechazo de Sandino al Pacto del Espino Negro[13] señaló que, movido por el  “el ardor del patriotismo” (Fonseca, 1985g, p. 348), habría decidido continuar su lucha a pesar de tener todo en contra—;  el espíritu de sacrificio —“a su coraje y profundo patriotismo se unió su entereza para soportar todo tipo de privaciones y dificultades materiales” (Fonseca, 1985g, p. 352)—; la humildad —“con su lenguaje sencillo explicaba a los campesinos guerrilleros que los pueblos derrotarían definitivamente al imperialismo” (Fonseca, 1985g, p. 352)–; y la sobriedad —“en una ocasión se le ofreció un trago de licor para hacer un brindis y se negó diciendo que: ‘el agua clara de la montaña es lo único que he tomado estos últimos años’”— (Fonseca, 1985g, p. 352).

Las consideraciones de Fonseca respecto a la moralidad de Sandino aparecieron en otros dos artículos: “Crónica secreta: Augusto César Sandino ante sus verdugos” (1985h) y “Viva Sandino” (1985i). El primero de ellos —publicado en Casa de las Américas, en el n° 86, año XIV— trataba los acontecimientos que rodearon al asesinato de Sandino, abordando temas como la complicidad de la política tradicional y el rol de la embajada estadounidense en el mismo. Dado que fue un escrito sobre su muerte, había un aspecto que se destacó a lo largo de las páginas: el profundo sentido del deber con el que contaba Augusto César Sandino.

Este aspecto era algo fundamental ya que, a diferencia de las interpretaciones previas sobre este hecho como la de Selser (1984) o Sofonías Salvatierra (1934), Fonseca no consideraba que la muerte de Sandino haya sido producto de su ingenuidad. Al respecto, las ideas que se centraron en caracterizar a Sandino como un ingenuo al momento de su muerte, eran para Fonseca el “producto de improvisados comentarios”, ya que “por el contrario, él sabía a plenitud los peligros que corría al bajar de la montaña” (Fonseca, 1985h, p. 413). La asistencia de Sandino a la entrevista con Sacasa que acabó con su muerte, se explicaba para Fonseca por su sentido de responsabilidad histórica.[14] Como señala el autor[15], a pesar de que Sandino contaba con opciones para exiliarse, fue a Managua y “adoptó una actitud lindante con la inmolación [...], fiel a su costumbre de cumplir con el deber” (Fonseca, 1985h, p. 414). Lo que observamos aquí son dos características constitutivas del “Hombre Nuevo”: el deber y el martirio. Sandino no solo se comprometió con una causa: se inmoló y murió con ella, convirtiéndose en un mártir.

Por otor lado, en “Viva Sandino” (1985i) —ensayo escrito en 1974, pero publicado de forma póstuma—, Fonseca reiteró tópicos analizados en “Sandino, guerrillero proletario”, como la humildad y el sacrificio que lo caracterizaban, pero inscribiéndolos en una tradición de rebeldía más extensa. No obstante, Fonseca presentó una novedad: refiriendo a las características constitutivas del “Hombre Nuevo”, lo que se esperaba de un militante variaba de acuerdo a si este era hombre o mujer. En este sentido, en “Viva Sandino”, nos encontramos con párrafos orientados a las militantes de la organización que, como ha mostrado Plaza Azuaje (2010), constituían, al momento revolucionario, aproximadamente el 30% de la misma. Ahora bien, si fue a través de la figura de Sandino y su vida que Fonseca especificaba que se esperaba de un revolucionario; será a partir del desempeño de las mujeres que acompañaron al EDSN, que detalló qué se esperaba de las militantes. Así, por ejemplo, Fonseca mencionaba que:

 

[…] las mujeres campesinas tuvieron una participación relevante, no solamente en tareas auxiliares de la guerrilla, sino también como combatientes. [...] Las mujeres, además de laborar en la preparación de la comida, atendían a los heridos y a los enfermos, a falta de médicos profesionales (Fonseca, 1985i, p. 55).

 

Si bien para corroborar el tipo de conducta que se esperaba que las mujeres del FSLN sería necesario valerse de otras fuentes, Vilas afirma que “más que en el combate directo, la participación de la mujer parece haber tenido lugar fundamentalmente en tareas de apoyo: correo, casas de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, ocultamiento y trasiego de armas, y similares” (1984, p. 24). En última instancia, aunque hayan participado activamente en el combate, parecería que lo que se pretendía era que lo hagan relegadas a las tareas de cuidado que implicaban, por ejemplo, el cuidado de enfermos y heridos. Esta mirada desigual, da la cuenta de lo señalado por Molyneux (1985): la fuerte tensión que existía al interior del FSLN entre el estímulo a la participación femenina en la política y el no reconocimiento de sus derechos en un sentido más amplio. Es decir, la falta de consolidación de la idea de igualdad de género al interior del movimiento[16], algo que también es apreciable en los textos de Fonseca.

Ahora bien, la muerte de Guevara significó un cambio sustantivo en las interpretaciones que Fonseca realizó sobre Augusto César Sandino. Su fallecimiento en Bolivia situó al “Hombre Nuevo” como un arquetipo central para la gran mayoría de las organizaciones armadas latinoamericanas. En la obra de Fonseca, Sandino dejó de ser un mero antecedente histórico que probaba que la lucha armada era posible en Nicaragua, para convertirse en la figura central del FSLN. Ya no bastaba con constituir una guerrilla similar a la que Sandino había liderado: ahora el militante sandinista debía ser valiente, honrado y sacrificado. En otras palabras, el militante sandinista debía ser como  Augusto César Sandino.                                                                                                               

A modo de conclusión

En 1975, Fonseca escribió un texto en el cual las características vinculadas a la figura arquetípica del “Hombre Nuevo” que le atribuía a Sandino, se hicieron explícitas como mandato para los militantes. ¿Qué es un sandinista? (1980) fue un volante que circuló clandestinamente entre los sandinistas en Nicaragua, y que constó de treinta y un puntos que especificaban como debían comportarse: un buen militante debía contar con modestia revolucionaria; estar caracterizado por “el desinterés absoluto, máximo, opuesto a mezquinas ambiciones”; y, finalmente, ser paciente, humilde y, sobre todas las cosas, luchar por la humanidad, “cumpliendo con su deber” (Fonseca, 1980, pp. 7-12).

La muerte de Fonseca al año siguiente dio lugar a la martirización de su figura, ubicada en un panteón junto a Augusto César Sandino. Su caso, y su relevancia dentro del movimiento estando en el exilio hasta el año de su fallecimiento, nos presenta una interrogante a examinar en próximos trabajos. Si como señala Gilman (2012), los dilemas de los intelectuales de izquierda, tras el Congreso Cultural de La Habana, se resolvieron en favor de la figura del Intelectual Revolucionario, el caso de Fonseca presentó la peculiaridad de que, incluso en el momento en el cual esta idea se desarrolló en su máxima expresión, la palabra escrita parecería haber tenido un peso específico y fundamental.

Fonseca estableció su liderazgo a partir de la escritura de estos textos: entre 1970 y 1976, cuando el FSLN creció sustantivamente, su líder se encontraba en el exilio. La forma en la cual construyó su liderazgo fue a partir de escritos que circulaban en revistas con grandes tiradas como Bohemia, o Casa de las Américas, o en hojas mimeografiadas que eran leídas de manera clandestina en Nicaragua por los militantes. En esos artículos, Fonseca se posicionaba en temas tan variados y relevantes como la estrategia revolucionaria debía seguir el FSLN o la manera en que sus militantes se debían comportar. En este periodo, su forma de decir presente no fue mediante la lucha armada, sino mediante la escritura. Queda entonces el interrogante de cómo esos textos eran recepcionados por los militantes.

En síntesis, como vimos a lo largo del trabajo, fue a través de la figura de Sandino que Fonseca construyó ese espejo en el cual cualquier militante sandinista debía reflejarse. Si bien inicialmente Fonseca no consideraba a Sandino como una figura relevante —dada la postura etapista que mantenía el PSN y el resto de los partidos comunistas—, a partir de la Revolución Cubana esto comenzó a cambiar. Primero, se constituyó como la muestra de que una revolución armada era posible en Nicaragua; luego, y tras la muerte de Guevara, Fonseca interpretó la vida de Sandino a través del prisma del “Hombre Nuevo”. Así, quien alguna vez estuvo en boca de los antiimperialistas latinoamericanos por liderar un ejército campesino que derrotó a los marines norteamericanos, ahora apareció en los escritos del líder del FSLN como un héroe solidario, sobrio y valiente, que murió por una causa justa y necesaria.

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[1] Dada las dificultades a las cuales nos enfrentamos a la hora de acceder a esta fuente, en este caso, nos valdremos de bibliografía secundaria que abordó el tema. Ver Zimmermann (2000) y Palazón Sáez (2010).

[2] Traducción propia, cita original: “Whilst Fonseca was already aware of Sandino during the mid-1950s, his association with the PSN had prevented him from openly discussing his political and military legacy in any detail. The official view of the PSN was that Sandino was nothing more than a petty-bourgeois nationalist” (Baracco, 2005, p. 63).

[3]  Si bien hoy en día sigue existiendo, su nombre cambió a Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), luego de la autonomía conseguida en 1958.

[4] Traducción propia, cita original: “This influx of conservative students created a more diverse political atmosphere in León” (Rueda, 2014, p. 168).

[5] Nicaragua era, junto con República Dominicana, uno de los pocos países de la región que aún no había sancionado la autonomía. Para más información, ver Rueda (2014).

[6] El PLI es un partido político nicaragüense formado en 1944 por disidentes antisomocistas del PLN. Rigoberto López Pérez tomó la decisión de asesinar a Somoza cuando la convención del PLN lo proclamó nuevamente como candidato a la presidencia. Esa misma noche, López Pérez asesinó de 4 balazos al presidente y murió en el acto como consecuencia de un balazo de la Guardia Nacional. Como sucesor inmediato de Somoza, asumió la presidencia su hijo, Luis Somoza Debayle.

[7] El testimonio fue encontrado en un expediente de la Guardia Nacional dedicado a Carlos Fonseca Amador. Acompañado de este se encontraba una hoja con el título “Declaración completa de Carlos Alberto Fonseca Amador, suministrada al oficial investigador de seguridad nacional Tnte. (Inf) GN Carlos J. García S., sobre su viaje a la Unión Soviética y a los países detrás de la cortina de Hierro” (Fonseca, 1985b, p. 233). Posteriormente, fue recogido y difundido en la recopilación de textos de Fonseca que editó en dos tomos el Instituto de Estudios del Sandinismo, bajo la editorial Nueva Nicaragua, en 1985.

[8] Para Ernesto Guevara (1984 [1960]), la Revolución Cubana dejó tres enseñanzas que debían, en algunos casos, ser aplicadas en Latinoamérica: “(1) Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército. (2) No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas. (3) En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo” (p. 37). Si la teoría etapista planteaba que era necesario esperar a que estén dadas las condiciones objetivas y subjetivas para que se lleve a cabo una Revolución, Guevara planteó lo contrario: no era necesario esperar a que esas condiciones se dieran, ya que el mismo foco podía crearlas.

[9] Desconocemos donde fue publicado originalmente este texto. Dado que estaba mecanografiado y fue encontrado en el expediente de Fonseca de las oficinas de la Guardia Nacional (Fonseca, 1985c, p. 115), podemos suponer que, como otros, tenía una tirada baja y circulaba de forma clandestina entre los militantes nicaragüenses durante la lucha antisomocista.

[10] El origen de este mito lo encontramos en el libro de memorias del propio Borge, La paciente impaciencia (1989). Según este, la fundación tendría una fecha exacta: el 23 de julio de 1961. Esta versión cundió profundo en la historiografía del FSLN, apareciendo la reunión en Tegucigalpa como la fecha de fundación del Frente (Martí I Puig, 2002, p. 5).

[11]  La estrategia de la Guerra Popular Prolongada surgió a raíz de la Revolución China y el accionar del Vietcong en Vietnam. En síntesis, ésta consideraba como sujeto revolucionario al campesinado y consistía en una guerra contra un enemigo cualitativa y cuantitativamente superior. Por lo cual, “su propio desarrollo implicaba la construcción de una fuerza militar que iría ‘de lo pequeño a lo grande, de lo débil a lo fuerte’ a través de mil batallas tácticas” (Carnovale, 2018, p. 74). Mediante el uso de la guerra de guerrillas, lo que se pretendía era acumular fuerzas —encontrando adhesiones de los habitantes de los territorios donde se accionaba— hasta poder enfrentarse en una guerra de movimientos con el ejército enemigo.

[12] Ver Guevara (1967 [1965]).

[13] El Pacto del Espino Negro, firmado entre los bandos liberales y conservadores, puso fin a la Guerra Constitucionalista de Nicaragua (1926-1927). Entre los puntos destacados, establecía la continuidad del conservador Adolfo Díaz como presidente, un llamado a elecciones —supervisadas por los Estados Unidos— al año siguiente y la creación de la Guardia Nacional, una fuerza policial por fuera del control de los dos partidos. Sandino fue uno de los pocos integrantes del bando liberal que se opuso a la firma del pacto, ya que este no establecía la salida inmediata de los ocupantes estadounidenses (Ferrero Blanco, 2010, p. 32).

[14] En 1934, Sandino decidió firmar la paz con Juan Bautista Sacasa, elegido presidente en 1933, pero proponiendo algunas reformas a la Guardia Nacional con el fin de acortar sus márgenes de maniobra y ponerla bajo el poder del presidente. Esto hizo que, luego de una cena en La Loma —por entonces palacio presidencial— en febrero de dicho año, Sandino sea interceptado por integrantes de la Guardia Nacional que, por orden de su jefe Anastasio Somoza García, lo asesinaron. Dos años después, el jefe de este cuerpo lideró un golpe de Estado contra su tío político, Sacasa, dando comienzo a lo que serían cuatro décadas de dictadura de la familia Somoza (Ferrero Blanco, 2010, p. 34).

[15] A partir de citas de Últimos días de Sandino (1934) del periodista y delegado de Sandino, Salvador Calderón Ramírez, y de la correspondencia extraída del libro de Somoza (1936); constatamos que Salvador Calderón Ramírez hizo las veces de mediador entre Sandino y Sacasa durante las negociaciones que llevaron al desarme del primero y que dieron lugar a su asesinato. En este libro (1934), el periodista relató los pormenores de las negociaciones entre ambos, así como también las decisiones que llevaron a Sandino a dicha negociación.

[16] Sobre la participación de las mujeres en el proceso revolucionario, ver: Toussaint Ribot (1985); Gariazzo (1991); Kampwirth (2002); Fernández Hellmund (2010); González Rivera (2011).