Imperio, cultura y poder: dos ejemplos de la “nueva” historia seléucida

[Empire, Culture and Power: Two Examples of the "New" Seleucid History]

 

Ezequiel Martin Parra

University of Michigan

emparra@umich.edu

 

Resumen

Durante las últimas décadas las investigaciones sobre el imperio seléucida han gozado de una vitalidad sin precedentes, consecuencia de la profunda renovación que el área de estudios ha atravesado. Esta “nueva historia seléucida” ha alcanzado su madurez con la publicación de dos importantes volúmenes colectivos, de los cuales el presente artículo ofrece una recensión. Proponemos que estas obras muestran con claridad tres ejes que, juzgamos, constituyen las principales características de la nueva historia seléucida: la diversificación metodológica y la relectura de las fuentes a partir de nuevas perspectivas, la reflexión sobre la naturaleza estructural del imperio seléucida, y la discusión sobre la posibilidad de definir una identidad propiamente seléucida.

Palabras clave: Historiografía; Imperio Seléucida; Cultura; Imperialismo

Abstract

Scholarship on the Seleucid Empire has experienced an astonishing expansion as the result of the deep renovation that the field has undergone in the last decades. This “New Seleucid History” has reached maturity, as shown by the recent publication of two important volumes. This article serves as a recension of these books and suggests that they share three methodological and thematic axes that, we argue, define the spirit of the New Seleucid History: the adoption of a wide array of methods, which encourages new ways of reading old sources, the critical reflection about the nature of the empire’s structure, and the debate on the existence of a specifically Seleucid identity.

Keywords: Historiography; Seleucid Empire; Culture; Imperialism

 

Recibido: 22/08/2024

Evaluación: 09/10/2024

Aceptado: 21/11/2204

 

Imperio, cultura y poder: dos ejemplos de la “nueva” historia seléucida

 

“Así, con unos pocos hombres y con la recepción favorable de los locales, Seleuco recuperó Babilonia y en poco tiempo extendió su poder enormemente” (App. Syr. 9. 274-275).[1]

 El imperio que emergió de la reconquista de Babilonia en el 311 a.C., un suceso probablemente menor en el contexto inmediato de las guerras de los diádocos, se convirtió en un par de décadas en el mayor Estado fundado por uno de los sucesores de Alejandro Magno. En su apogeo, los reyes seléucidas gobernaron territorios desde las costas del Egeo hasta el macizo del Hindu Kush, y durante más de dos siglos fueron uno de los principales actores políticos del Mediterráneo y del Cercano Oriente Antiguo.

Esta centralidad fue, sin duda, uno de los factores que propició la formación temprana de un campo de estudios, a cuyo desarrollo la exigüidad de fuentes históricas disponibles ha obstaculizado, pero nunca frenado. Desde las obras de Edwin Bevan (1966 [1902]), Auguste Bouché-Leclercq (1913), Elias Bickermann (1938), William Tarn (1938) y Mikhail Rostovtzeff (1941) nuestro conocimiento sobre la dinastía no ha hecho sino aumentar. Empero, lo ha hecho a un ritmo variable: después de aquella edad de oro fundacional sobrevino un aletargamiento, del que los estudios seléucidas no comenzarían a despertar sino hasta finales de los 80. En contraste, hoy gozan de un inusitado vigor que se manifiesta en el número de publicaciones que se han sucedido vertiginosamente por ya casi dos décadas.

En este nuevo impulso, en esta “nueva historia seléucida”, se han aunado perspectivas y metodologías de muy diversa índole bajo una serie de principios básicos que han servido de rectores a la reflexión historiográfica. Hundiendo sus raíces en las reflexiones poscoloniales relativas al imperialismo y en las nuevas derivas teóricas sobre cultura e identidad, tales principios no han sido factor de homogeneización, sino que, más bien, han operado como una argamasa que sostiene a la par una gran diversidad de posturas.

Dos volúmenes recientes, editados respectivamente por Roland Oetjen (2020) y Eva Anagnostou-Laoutides y Stefan Pfeiffer (2022a), son el producto más acabado de la nueva historia seléucida, al ser reflejo de las múltiples tensiones disciplinares que existen en su seno a la vez que el resultado de la aplicación consecuente de aquellas líneas de investigación que han venido a dominar el área. Dan indicios, en este sentido, de la madurez que ya ha alcanzado el campo hacia el despuntar de los nuevos años 20. La multitud de artículos que reúnen pone en evidencia que las temáticas abordadas no son del todo nuevas: es frecuente la revisión de ideas planteadas años atrás en obras que ya operan como hitos de referencia obligada. En general, el debate gira en torno a tres grandes núcleos que podemos definir en los siguientes términos: metodología y estudio de las fuentes, la naturaleza estructural del Imperio seléucida, y su identidad (cultural). Los aportes verdaderamente novedosos, por otro lado, parecen ubicarse en los márgenes de estos ejes para cubrir zonas que todavía no han sido del todo exploradas. Y, sin embargo, también ellos se encuentran atravesados por las temáticas enumeradas, a la orden del día en la agenda de la disciplina.

En este trabajo ofreceremos algunas consideraciones sobre estos dos libros a modo de recensión bibliográfica. Tratándose de recopilaciones que en conjunto suman más de sesenta artículos, hemos optado por realizar nuestra aproximación a partir de los ejes temáticos delineados más arriba. Aunque no estemos en condiciones de brindar un análisis detallado de cada contribución, creemos que el siguiente recorrido permitirá esbozar el estado de la cuestión de los estudios seléucidas de un modo crítico, ofreciendo al lector una serie de puntos de acceso para el abordaje de la cuantiosa bibliografía disponible en la actualidad.

La “nueva historia seléucida”

Hace un tiempo Boris Chrubasik (2016, p. 5) llamó la atención sobre el gran desplazamiento en la forma de estudiar el Imperio seléucida que ha operado desde los años 90, que, en su opinión, justifica hablar de una “nueva historia seléucida”. Tres líneas disciplinares habrían confluido para dar lugar a esta renovación: el trabajo sobre fuentes epigráficas del Asia Menor, la consolidación de los estudios sobre numismática seléucida[2] y la asiriología centrada en periodos tardíos.[3] Al rastrear los orígenes de estos desarrollos disciplinares, ciertamente es necesario remontarse a obras que vieron la luz a mediados del siglo pasado. Pero, como bien señala el autor, el cambio sustancial no se produjo sino hasta que Susan Sherwin-White y Amélie Kuhrt publicaron su monumental From Samarkand to Sardis: A New Approach to the Seleucid Empire. No es este el lugar para repasar las numerosas maneras en que este libro modificó nuestra comprensión del imperio: por lo pronto, digamos que enarboló la imagen de “un Imperio seléucida fuerte y vigoroso” (Chrubasik, 2016, p. 5).

Si bien Chrubasik tiene razón en decir que el abandono del tropo de un imperio débil (predominante en la historiografía del siglo XX) es uno de los pilares de la nueva historia seléucida (regresaremos a esto en otro apartado), consideramos que lo característico de esta corriente historiográfica –si se nos permite tal nomenclatura– se encuentra en el orden de los supuestos teóricos y metodológicos de los que se vale. Brevemente, el espíritu poscolonialista que se inauguró en los 80 ha sido determinante en tanto ha permitido extirpar ideas largamente sostenidas referentes al carácter “griego” del Imperio seléucida. Frente a ellas, la obra pionera de Sherwin-White y Kuhrt (1993, pp. 1-2) sentó las bases para un estudio multidisciplinar que considerase no solo el elemento cultural griego del Estado seléucida, sino también sus múltiples componentes orientales. De esta forma, dirigieron la atención al modo en el que una elite greco-macedónica logró imponerse satisfactoriamente a una multitud nativa, mediante la interacción y el intercambio (Sherwin-White y Kuhrt, 1993, pp. 186-187). Si bien la teoría poscolonial sigue vigente, hoy parte del esfuerzo de los investigadores está dirigido a la búsqueda de marcos interpretativos dinámicos y no binarios que vayan más allá de las oposiciones simplistas en las que muchos estudios del pasado siglo cayeron, fundamentalmente la de griegos/no-griegos (Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer, 2022b, pp. 1-2). Así, teorías como la de la globalización, middle-ground y aproximaciones del tipo semiótico resuenan con frecuencia en la nueva historia seléucida, todas indicios de que actualmente la cultura se percibe como una realidad abierta y heterogénea.

El poscolonialismo propició, por otra parte, un giro hacia el estudio del imperio en sí mismo, algo ya apreciable en la obra de Sherwin-White y Kuhrt. En el momento actual es notable la centralidad que posee el estudio del imperialismo y las estrategias imperiales: la construcción material y simbólica del imperio, su sostenimiento a lo largo del tiempo, la relación entre poder imperial y poblaciones locales, y la administración de regiones periféricas son solo algunas de las temáticas que se desprenden de esta problemática. Fruto de este interés, las últimas décadas han visto la publicación de trabajos de gran envergadura que han sistematizado nuestros conocimientos acerca del fenómeno imperial seléucida, como los de Makis Aperghis (2004), Laurent Capdetrey (2007) y Paul Kosmin (2014; 2018). Aunque estas obras no han logrado establecer completamente una visión dominante sobre los seléucidas, sí que se han vuelto referencias obligadas, invocadas con frecuencia ya sea para debatir sus postulados, ya para elaborar sobre ellos. Y, sin embargo, un efecto colateral de esta producción parece haber sido cierto agotamiento del área. Como adelantamos en la introducción, actualmente la historiografía parece más enfocada en tratar problemas puntuales y atar cabos sueltos que en ofrecer grandes aproximaciones. En consecuencia, la dispersión temática y la revisión son otras de las grandes insignias de la nueva historia seléucida.

Los volúmenes que se tratarán a continuación son testimonio de tales derroteros: reúnen una multitud de trabajos de índole muy diversa que no aspiran a un carácter sintético y que difícilmente se prestan a una consideración en conjunto. En lo que sigue, proponemos una aproximación a partir de tres ejes no excluyentes, a sabiendas de que no logran captar la increíble diversidad de enfoques presentes en ambos libros. En primer lugar, consideramos prudente realizar algunas consideraciones sobre metodología y estudios de fuentes.

Métodos nuevos, fuentes conocidas

En la ya citada opinión de Chrubasik (2016), una de las líneas de investigación que ha apuntalado la nueva historia seléucida ha sido la asiriología. No hay duda de que el estudio de la cultura y sociedad mesopotámicas tardías fue fundamental en la renovación de la imagen del imperio seléucida.[4] La relativa abundancia de documentos cuneiformes ha permitido reconstruir con detalle muchos aspectos de la Babilonia seléucida, especialmente sobre el lugar que ocupaba dentro del imperio y su relación con la corte imperial. Hoy esta región se nos presenta, junto a Siria, como uno de los núcleos geográficos del imperio, de gran importancia para el poder real (Kosmin, 2014, p. 157).

Con esto en mente, no sorprende que el volumen de Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer (2022a) contenga una sección titulada “Ideología local: La tradición babilónica y la cultura griega”. El título es significativo en sí mismo, porque da cuenta de que los aportes provenientes de la asiriología se ponen en relación con los avances provenientes de los estudios clásicos. En resumen, se trata de una integración interdisciplinaria. Varios artículos, en ambos volúmenes, dan cuenta de un enfoque de este tipo y de las ventajas que puede conllevar. Así, Gillian Ramsey (2020) explora el modo en que las estrategias de compra y venta de tierras por parte de la familia real impactaron sobre las poblaciones locales de Asia Menor y Babilonia. Inscripciones griegas y cuneiformes son puestas a la par en su análisis, a fin de obtener una visión global del modus operandi seléucida en las áreas rurales, cuyo fin era crear un verdadero sentido de imperio (Ramsey, 2020, p. 243).

Este abordaje dialógico de documentos griegos y mesopotámicos lo encontramos también en el análisis de Patrick Michel y Marie Widmer (2022) sobre el valor simbólico del atuendo y las vestimentas del rey, para lo cual acuden al caso específico de Antíoco I. A este rey le fue otorgado el atuendo de Nabucodonosor II, en un contexto más amplio: diacrónicamente, primero, al considerar el simbolismo otorgado al traje real en el imperio asirio y en el babilónico, y sincrónicamente después, al aludir a otros ejemplos del mundo helenístico. Estudios de este tipo, atentos al modo en que los reyes inscribieron su poder en el medio cultural mesopotámico, han sido frecuentes en las últimas décadas. Como contracara, también se ha ahondado en los medios por los que las elites babilónicas incorporaron el dominio seléucida en la historia regional. Paul-Alain Beaulieu (2022) ilustra este proceso perfectamente al develar que las tradiciones judías y griegas sobre la muerte de Antíoco IV abrevaban, en última instancia, de un relato común compuesto en Babilonia, el cual tenía como base la milenaria crónica del rey Šulgi.

Los frutos del contacto entre estudios clásicos y asiriología son, como se ve, numerosos, pero no precisamente nuevos. Los asiriólogos ya llevan trabajando en el imperio seléucida varias décadas, y es esa tradición lo que ha asegurado que su disciplina sea en la actualidad uno de los pilares más fuertes sobre los que los estudios seléucidas se han construido. Más recientes, en cambio, son los aportes provenientes desde los “estudios bactrianos”. De nuevo, el vigor de esta área se ha materializado en los últimos años en publicaciones de gran envergadura que han logrado delimitar y reclamar un territorio disciplinar específico para el Asia Central post-aqueménida.[5]

Ahora bien, las relaciones entre los estudios seléucidas y bactrianos no pueden ser tomadas como un hecho dado, y esto a pesar de la dominación de casi un siglo de los seléucidas sobre el Asia Central. La pronta secesión de las satrapías superiores del control seléucida fomentó el desarrollo de una disciplina autónoma que, como señala Frank Holt (2020), hizo del supuesto rechazo de las poblaciones nativas a toda influencia griega su piedra angular. Sin embargo, la llamada de este autor a la superación de este desencuentro disciplinar es indicio de que se está en proceso de revertir esta profunda escisión. Así, en los dos volúmenes que nos ocupan encontramos aportes de especialistas en Bactria y el Asia Central helenística y post-helenística. No sorprende que uno de los ejes de estas reflexiones sea la ciudad de Ai Khanoum, un asentamiento de posible origen seléucida que ha sido famoso por el manifiesto “helenismo” que sus ruinas exhiben. Laurianne Martinez-Sève (2020) y Jeffrey Lerner (2020) dirigen sus críticas contra tal presentación simplista y, aunque no niegan la presencia de elementos culturales griegos, llaman la atención sobre la gran variedad de prácticas que se desarrollaron dentro de los muros de la ciudad y que propiciaron la aparición de formas culturales específicamente bactrianas.[6] Por su parte, Rachel Mairs (2022) tiende un verdadero puente entre Bactria y el Imperio seléucida al explorar la permanencia de la ideología real seléucida, en particular en materia de titulatura y representación iconográfica, que sobrevivió a la escisión bactriana y se perpetuó al combinarse con formas locales.

Las reflexiones de los especialistas en Bactria coinciden en su optimismo respecto a lo que el encuentro interdisciplinar pueda generar en el futuro. Sin embargo, la perspectiva de que nuevos hallazgos significativos salgan a la luz próximamente es incierta, de cara a los desarrollos políticos de la región en los últimos años. Como fuera, la nueva historia seléucida solo puede salir beneficiada de los diálogos con sus disciplinas hermanas. Es en la expansión del horizonte metodológico y temático, y no tanto en el trabajo sobre nuevas fuentes, donde se encuentra el motor de los estudios seléucidas hoy en día. Así, regresando al caso de la asiriología, se debe notar que las fuentes utilizadas han sido conocidas durante décadas, pero a menudo fueron consideradas irrelevantes para el estudio de una dinastía percibida como macedónica, o tildadas de “conservadoras” e impermeables a los influjos del imperio. Solo mediante los intercambios disciplinarios nuevas lecturas han sido posibles.

Ahora bien, debemos indicar dos salvedades respecto a lo anterior. Primero, si bien las fuentes con las que se trabaja no son exactamente nuevas, el trabajo sobre las mismas se ha hecho más intensivo y ha dado más frutos. Por un lado, esto quiere decir que se aprovecha mejor todo el material del que disponemos, más allá de las fuentes literarias, lo que se ve en la proliferación de estudios de caso basados en la numismática (p.ej.: Aperghis, 2020; de Callataÿ, 2020; Lorber y Iossif, 2020; Hoover, 2020), la epigrafía (Kholod, 2020; Lerner, 2020; Couvenhes, 2020), los mosaicos (Olszewski, 2022) y la arqueología (Hannestad, 2020; Leriche, 2020). Por otro lado, estos análisis puntuales facilitan la posterior integración de la evidencia en una mirada holística sobre el imperio seléucida que no pocas veces conduce a la reformulación de premisas que se habían sostenido por largo tiempo (Anagnousou-Laoutides y Pfeiffer, 2022b, p. 2). En segundo lugar, precisamente es la arqueología la disciplina que muestra las mayores probabilidades de ofrecer nuevo material para el estudio, incluso en sitios intensamente estudiados en el pasado, como la isla de Failaka, que no deja de ofrecer descubrimientos claves para el entendimiento de la política marítima de los seléucidas, de la cual, sin embargo, solo poseemos un cuadro general (Hannestad, 2020, pp. 329-330).

La estructura del Estado seléucida

La introducción de nuevos métodos y las numerosas vetas abiertas por el trabajo interdisciplinar no ha hecho sino expandir el universo temático de la nueva historia seléucida. El volumen de Oetjen (2020) es un claro ejemplo, con artículos que van desde problemáticas más “tradicionales”, como la organización del ejército del imperio y la relación entre los reyes y las ciudades, hasta cuestiones hasta ahora inexploradas, como la etimología de nombres de plantas y la recepción tardo antigua de la memoria dinástica. Es difícil dar un orden a esta constelación dispersa. Sin embargo, creemos que postular la existencia de problemas más o menos transversales no solo no es imposible, sino que es necesario.

Como adelantamos, Chrubasik (2016, p. 5) considera que la opinión actual se inclina a entender el Imperio seléucida como un Estado exitoso o, por lo menos, fuerte.[7] La discusión de la naturaleza del imperio está lejos de estar saldada, empero. En primer lugar, porque el estudio del fenómeno imperial está en boga, como hemos señalado, y la descripción y calificación de la estructura del Imperio seléucida es en consecuencia inevitable. Y en segundo lugar, porque la dicotomía fuerte/débil es abordada de lleno por no pocos académicos. Puede que la balanza esté a favor de la primera postura, pero como la obra del propio Chrubasik ejemplifica, lo mismo que la de David Engels (2014, p. 75) –solo para mencionar dos estudios de gran difusión–, la imagen de un imperio débil persiste y no carece de buenos argumentos.

En este sentido, es interesante la declaración de propósito esgrimida en la introducción de Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer, con una pretensión superadora del debate:

 

No estamos interesados en juzgar a los seléucidas como ‘fuertes’ o ‘débiles’, ya sea en sus interacciones con otros reinos helenísticos o con las poblaciones que dominaban. Aunque los seléucidas tenían una clara visión de sus ambiciones dinásticas y una hábil competencia cultural, la interfaz cultural desafía las estructuras de poder, siempre resultando en un proceso bilateral, de múltiples niveles y dinámico que los gobernantes pueden influenciar hasta cierto punto (2022b, p. 3).

 

Ciertamente, la perspectiva adoptada por algunos autores va en esta línea, al intentar superar el binarismo débil/fuerte. Paul McKechnie aborda de lleno la supuesta debilidad estructural que el imperio habría padecido tras la Guerra de los Hermanos, conflicto que afectó al imperio a mediados del siglo III y que propició la “secesión” de varias regiones. Al contrario de lo que suele pensarse, las nuevas entidades que emergieron continuaron dentro de la órbita seléucida, a la manera de reinos clientelares, un proceso propiciado por el propio centro imperial a fin de asegurar gobernabilidad en sus extensos territorios. Sería, pues, una reorganización institucional, un signo de resiliencia, que aseguró la supervivencia de la dinastía (McKechnie, 2022, pp. 146-147). El autor construye aquí sobre ideas ya planteadas por Rolf Strootman (2020, pp. 140-141), que entiende estos desarrollos desde el concepto de “vasallización”. En su caso, se interesa más por el caso de Antíoco III, donde dichas transformaciones cristalizan con mayor claridad, no como signo de debilidad, sino como parte de una estrategia de adaptación que permitió sobrevivir al imperio durante otro siglo más a pesar de los cambios geopolíticos que el Asia Central experimentó en aquellos años. De manera similar, el estudio de Marion Meyer sobre las acuñaciones realizadas de manera autónoma por las ciudades del Levante procura complejizar la tradicional afirmación de que esto sería síntoma de debilidad. Al contrario, la iniciativa habría venido de parte de la autoridad real, como una concesión que permitía a las ciudades afirmar su poder local y expresar su propia agenda, a la vez que manifestar libremente su lealtad al rey mediante la incorporación en sus monedas de iconografía imperial (Meyer, 2020, pp. 529-530).

No obstante, los conceptos de débil y fuerte siguen siendo operativos en muchas de las reflexiones, muy a pesar de las declaraciones de Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer. Al estudiar la temprana política monetaria seléucida, Matthew Trundle y Christopher de Lisle inscriben al sistema de acuñaciones de Seleuco I en las instituciones, ideologías y estrategias económicas que abarcaban todo el imperio. Esta tendencia hacia la uniformidad no se oponía al regionalismo, ni lo excluía, sino que ambas propensiones se reforzaban mutuamente (Trundle y de Lisle, 2022, p. 59). En efecto, el diálogo y la cesión de ciertos atributos a los potentados locales se presentan como el único modo de gobernar un estado tan vasto y diverso, siendo verdaderas fuentes de “poder y dinamismo” (Trundle y de Lisle, 2022, p. 71). Un panorama muy distinto es pintado por el artículo de Richard Wenghofer, dedicado a los desafíos populares a las proclamas hegemónicas seléucidas, cuyo estudio lo conduce a concebir la relación entre el gobierno central y las entidades integrantes del imperio como “parasitaria”, demasiado débil como para ser tomada en serio por nadie, ni siquiera por el rey, que sabía que su autoridad era tan ilusoria que “no intentaba ejercer sus reivindicaciones de poder con demasiado vigor”, de lo contrario la resistencia estaría a la orden del día (Wenghofer, 2022, p. 181).

Más allá de las consideraciones sobre el carácter general del Estado, la nueva historia seléucida ha mostrado gran interés por el funcionamiento mismo del imperio y su concretización en acciones, personajes, objetos e ideas. Resultaría excesivo rastrear las numerosas líneas de investigación que se desprenden de estas temáticas, por lo que nos limitaremos a indicar dos preocupaciones centrales en la agenda historiográfica actual, una de largo cuño y otra que parece haber cobrado relevancia solo recientemente.

La relación entre el centro imperial y las múltiples elites locales, sean griegas o no, lleva ocupando décadas a los estudiosos. En efecto, la afirmación de que todo imperio necesita administrar el balance de poder entre los grupos de poder que lo integran, usualmente resultando en la delegación de cierta cuota de autoridad en dirección a aquellos, se ha elevado casi a la posición de axioma en los trabajos sobre imperialismo.[8] La complejidad de esas relaciones intraimperiales son la preocupación de varios de los trabajos que componen los volúmenes tratados. El citado Meyer (2020) lo ilustra bien, pero es John Ma (2020) quien aborda la cuestión más cabalmente al reconsiderar los acontecimientos de la Rebelión de los Macabeos en el siglo II a.C. Su interpretación inscribe la sublevación en la historia administrativa del imperio, como un desarrollo “normal” de las relaciones entre el centro y una entidad política menor (en este caso, Jerusalén), por el cual la autonomía local se basa en una prerrogativa de la autoridad imperial, y no en una oposición a la misma. La rebelión poco tendría que ver con la religión. En cambio, sería un hecho político, una instancia de negociación. En una línea similar, rehuyendo de interpretaciones que enfatizan el enfrentamiento cultural, Edward Dąbrowa (2020) rechaza el argumento de hostilidad hacia las ciudades por parte de los hasmoneos, los nuevos amos de Judea tras la rebelión. El que su política de colonización de las tierras anexadas no incluyera la fundación de entidades políadas se debía al escaso capital humano del que disponían, lo que implicaba que fuera más sencillo controlar los territorios mediante una población dispersa que a través de ciudades con gran concentración habitacional.

Pero quizás el aspecto más estudiado del proceso de interacción entre imperio y súbditos sea el intercambio cultural que este suscita, un intercambio bidireccional o, mejor, multidireccional (cf. Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer, 2022b, pp. 3-5). Un claro ejemplo lo ofrece Anagnostou-Laoutides (2022). En su análisis, los relatos fundacionales creados ex novo para la capital seléucida Antioquía en el Orontes se elaboraron a partir de tradiciones míticas griegas que resonaban también con las leyendas de origen babilónico que circulaban en Siria y el Levante. Así, la elección de ciertos personajes como Zeus y Tifón se habría realizado en paralelismo con las figuras de Marduk y Tiamat. Aunque estas identificaciones no hayan sido creadas por los seléucidas, estos reyes las explotaron, pues les ofrecía “un pretexto mítico para incrustarse a sí mismos en la historia babilónica y en la local en un contexto significativo para sus súbditos griegos y no-griegos” (Anagnostou-Laoutides, 2022, p. 245).

Si la promoción de este sincretismo religioso al servicio de la legitimación dinástica se presenta como una instancia de comunicación bien lograda entre grupos dentro del imperio, dicho intercambio no era siempre sencillo. Al respecto de la titulatura real de raigambre babilónico, Andreas Mehl señala que el uso por parte de los seléucidas de atributos de proyección universal, como “gran rey” o “rey de los países”, podía conllevar a malentendidos por fuera del sistema cultural específico donde se originaron. Por eso, aunque su adopción podía ser útil para un diálogo con la elite sacerdotal babilónica, a fin de evitar conflictos con otros Estados por las pretensiones expansionistas que encarnaban, los seléucidas evitaron asumirlos completamente (Mehl, 2022, pp. 199-200).

Lo que todos estos estudios muestran es que las interacciones entre los constituyentes del imperio no pueden ser captadas a través de conceptos como helenización, resistencia (cultural o política) e imposición, términos que describen procesos unilaterales (cf. Cool Root, 2020, p. 444; Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer, 2022b, p. 1; Hunter, 2022, p. 293). La realidad imperial se antoja más compleja, un campo de fuerzas inestable que requería constante negociación y redefinición.

Estas consideraciones, por otro lado, invitan a un análisis más concreto de las relaciones que constituían el imperio. Posiblemente aquí se encuentre el interés creciente por actores específicos y sus acciones. Aunque puede argüirse que, dada la naturaleza de las fuentes, la atención a individuos particulares, sobre todo reyes, ha sido una tendencia constante en la historiografía seléucida,[9] algunas innovaciones han tenido lugar. Entre las más notables, está la atención que reciben las reinas seléucidas en tanto agentes políticos y económicos. El ya mencionado trabajo de Ramsey (2020), por ejemplo, está dedicado a Laodice II y sus estrategias de administración de tierras regias. Por su parte, Sheila Ager (2020) ha explorado el papel desempeñado por las consortes seléucidas de origen ptolemaico en la desestabilización del imperio durante el siglo II a.C. A diferencia de las visiones tradicionales, la autora niega una estrategia dinástica o individual por parte de estas reinas para debilitar el imperio o hacerse ellas mismas con el control del reino. Aunque ciertamente gozaron de un prestigio y poder sin precedentes, Ager considera que su situación era más bien precaria, y que sus acciones no reflejan tanto la búsqueda de una independencia femenina como un anhelo de seguridad en un mundo inestable y peligroso (Ager, 2020, p. 196).

En resumen, el tejido imperial seléucida ha sido colocado bajo el microscopio para analizar detenidamente cada uno de los hilos que lo conforman. La atención se ha dirigido a casos particulares, sea que hablemos de individuos concretos o de las relaciones específicas que las entidades políticas que integraban el imperio entablaron entre sí. No obstante, la cuestión de cuán firmemente las fibras del tejido lograron sostener al todo sí que continúa siendo un debate de trasfondo, signando el actual momento historiográfico. Prueba de ello es el desarrollo de una nueva línea de investigación que goza de especial vitalidad y sobre la que todavía queda mucho por decir: la identidad imperial.

El significado de “seléucida”

La heterogeneidad interna del Imperio seléucida, se considere que haya sido bien administrada o no, representaba un factor de dinamismo que dificultó el desarrollo de un imperio unitario y totalmente coherente. Los reyes tenían que lidiar con cada ciudad, pueblo y templo nativo de manera individual y, lo que es más, cada rey sucesivo debía reestablecer esos lazos. Hace un tiempo Michel Austin (2003, pp. 122-123) llamó la atención sobre el carácter compuesto de ese conglomerado de entidades que llamamos “imperio seléucida”, carácter que sus propios reyes reconocían. Ahora bien, la nueva historia seléucida, sin desconocer estos rasgos estructurales, ha procurado identificar los mecanismos por los cuales los seléucidas intentaron (y lograron, en opinión de muchos) construir un sentido de unidad. Se trata, en efecto, de estrategias ideológicas: el desarrollo de una ideología imperial seléucida.

Aunque esta línea de investigación, vinculada con la propaganda imperial, hunde sus orígenes en los planteos de Sherwin-White y Kuhrt, encontramos en las obras de Kosmin (2014; 2018) sus frutos más maduros. El autor abordó sucesivamente el modo en que los seléucidas construyeron significativamente el espacio del imperio, haciéndolo verdaderamente “seléucida”, y, más tarde, la manera en la que manipularon la concepción del tiempo con la instauración de la Era Seléucida.[10] En cierta forma, estos trabajos proyectan la imagen de un imperio fuerte en el nivel superestructural, complementando así los estudios que con anterioridad exploraron la realidad económica y social del imperio (cf. Aperghis 2004; Capdetrey, 2007).

En los volúmenes que nos competen, el interés por la ideología imperial se manifiesta con claridad en trabajos como los de Alex McAuley e Ivan Ladynin. McAuley (2022) explora lo que denomina la “tríada reinante”, una figura que designa el frecuente agrupamiento en las fuentes de las figuras del rey, la reina y su hijo heredero al trono. Los tres miembros de la familia real son conceptualizados conjuntamente como encarnación de un poder que se presenta estable y duradero gracias a los vínculos entre sus miembros. Interesantemente, el autor indica que esta elaboración retórica parece haber sido imitada a lo largo del imperio, incluso tras la desaparición formal de la dinastía seléucida. En su opinión, esto demuestra lo exitoso del modelo en su función de crear una imagen coherente de la dinastía y sobrepasar las diferencias inherentes a este inmenso imperio: “en la tríada reinante, así como en toda la práctica dinástica seléucida, encontramos un énfasis en el lenguaje familiar y de interrelaciones que podía ser comprensible aún para las diversas, y a menudo conflictivas, tradiciones de la compleja herencia cultural del imperio” (McAuley, 2022, p. 38).

El caso analizado por Ladynin (2020) desarrolla otra faceta de la construcción de la ideología seléucida, pero se trata aquí de un proceso trunco y, a la postre, fallido en sus pretensiones panimperiales. En efecto, la concepción de Seleucia Pieria como centro simbólico del imperio, idea reforzada por la construcción en dicha ciudad del complejo que albergaba los restos de Seleuco I, el fundador de la dinastía, nació muy temprano, con Antíoco I. Ladynin argumenta que la intención original parece haber sido la de crear un culto estatal uniforme centrado en la figura de Seleuco, a la manera en que los ptolomeos de Egipto habían hecho con Alejandro Magno. Sin embargo, y aunque indicios de aquella intención pervivieron en las fuentes literarias, la epigrafía del imperio demuestra que el culto no pasó de ser un fenómeno local, dado que nunca se creó la “infraestructura” necesaria para mantenerlo a lo largo del territorio.

Es evidente que de entre los intentos de unir discursiva y simbólicamente el imperio unos tuvieron más éxito y otros se vieron condenados al fracaso. En cualquier caso, las opiniones continúan dividas sobre cuál de estos dos derroteros define mejor la actuación política de los seléucidas en términos generales, es decir, si realmente el imperio alcanzó en modo alguno coherencia. Cualquiera que sea la respuesta dada, es importante tener en cuenta que el sentido de unidad implicaba, antes que nada, la participación en una misma entidad política, un imperio que estaba bajo el dominio de la dinastía seléucida, pero que bien podría haber sido gobernado por cualquier otra familia. Por lo menos, esto es lo que se desprende de muchos trabajos ocupados de la ideología imperial seléucida: el conjunto de principios de gobierno puede haber tenido más o menos éxito en la creación de un sistema simbólico que asegurase la gobernabilidad del imperio, pero falló en la creación de una identidad específicamente seléucida, si es que algo así fue buscado, para empezar.[11] Esto es lo que se encuentra tras la declaración de Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer (2022b, p. 7) de que la noción de cultura seléucida “no es sino un término de conveniencia que cubre muchos desarrollos”, vinculados a la dinastía solo por cuanto emergieron durante el reinado de la misma. Así entendido, “seléucida” sería ante todo una referencia cronológica.

Lo significativo del problema queda ilustrado en el artículo de Thomas Brüggemann (2022), que se ocupa de un terreno tan básico como lo es el de la nomenclatura del imperio. Haciéndonos eco de Anagnostou-Laoutides y Pfeiffer, podríamos decir que el término actual de “imperio seléucida” es una etiqueta más conveniente que precisa. En efecto, Brüggemann analiza los diversos modos con los que el imperio fue designado en la Antigüedad para demostrar que los propios contemporáneos tenían problemas para definir la naturaleza de este estado heterogéneo. Las denominaciones del tipo “reino de Seleuco” o “reino de Antíoco”, con referencia a individuos puntuales, remite no solo al constatado hecho de que los reinos helenísticos eran concebidos como “los asuntos” de un rey, sino también a la dificultad de dar una identidad étnica o geográfica a este Estado, cuyo único signo de unidad era la presencia de un rey en su cúspide (Brüggemann, 2022, pp. 335-336). Por otro lado, las designaciones de “reino macedónico” y similares aluden, de nuevo, a la pretensión étnica de los monarcas que lo gobernaban, y no al carácter general del imperio. En resumen, el reino de los seléucidas no era más que eso: un reino que era gobernado por la dinastía seléucida.

Federicomaria Muccioli (2020) llega a conclusiones similares. Las intenciones de Antíoco IV de que todos los componentes de su reino se comportaran como “un solo pueblo” bajo su autoridad no deberían ser entendidas como la voluntad de homogeneización cultural del imperio bajo el estandarte de la helenización o imposición de la cultura griega. Más bien, la unidad habría venido por la propia figura del rey, ante el cual todos los súbditos estaban en la misma posición de sumisión. Nuevamente, el personalismo de esta estrategia no deja lugar a la creación de una identidad seléucida por fuera de la referencia a la persona del monarca. El sentido de pertenencia que esto podía engendrar era lo suficientemente limitado como para que la muerte de un rey o la usurpación del trono hiciera tambalear las lealtades de los sometidos.

 ¿Pero no es posible ver el germen de una “cultura” seléucida en muchos de los desarrollos culturales propiciados por la dinastía, como la ya aludida tríada reinante? ¿No lograban estos instrumentos llenar de sentido específico al término seléucida, o, mejor dicho, al imperio, que fuera identificable por quienes utilizaban o entraran en contacto con dicho sistema cultural?

Una forma de abordar estas cuestiones es analizando la recepción de los elementos seléucidas por los diversos actores con los que entraron en contacto. Hunter (2022) constata que los reyes de Bitinia y del Ponto adoptaron muchos motivos iconográficos propios de la tradición seléucida en sus propias acuñaciones. En su opinión, esto no debería ser entendido desde la óptica del concepto de helenización: el valor de esas imágenes radicaba en su cercanía con los conceptos de realeza y de monarquía divina. Que los reyes del Asia Menor, ávidos de legitimar su poder, las utilizaran para construir su propia imagen de realeza apunta a que su significado era evidente y a que, a su juicio, cumplía bien su función. En este sentido, bien se podría considerar que la política seleúcida fue exitosa. Sin embargo, como el propio autor señala “no hay garantía de que el repertorio visual adoptado por los bitinios y los mitridátidas haya retenido el mismo significado que poseía en el contexto seléucida” (Hunter, 2022, p. 293).

Por otro lado, si la adopción se basó en criterios generales, en la idea abstracta de realeza, no queda claro el papel que jugó lo seléucida en este proceso. Si la dinastía logró volverse sinónimo de monarquía entre sus vecinos, parece haber fallado en darle un sentido propio, una “coloración” específica. Así, si retomamos, por ejemplo, las conclusiones de McAuely (2022) sobre la extensión que alcanzó la tríada reinante entre las dinastías circundantes, podemos preguntarnos si el esquema fue adoptado para simbolizar un vínculo concreto con los seléucidas o si, más bien, en él se veía un lenguaje consolidado del poder. Sería entonces un modelo que por la insistencia que sus creadores habían puesto en él había terminado por devenir en una referencia a la que cualquier aspirante a la monarquía debía acudir, casi ineludiblemente, mas sin aludir a los seléucidas mismos.

Insistamos entonces en la diferencia entre afirmar que los seléucidas crearon una cultura imperial más o menos exitosa, que les permitió asegurar aunque fuera una coherencia laxa a sus dominios, y sostener que hubo una cultura propiamente seléucida, que encarnase una identidad específica vinculada con la dinastía. Mientras que, como hemos visto, múltiples trabajos insisten en lo primero, la segunda posibilidad parece más compleja de dilucidar. Pero frente a análisis que parecen inclinarse por una respuesta negativa, como los de Mehl (2022) y Brüggemann (2022), el análisis de Marek Olszewski (2022) sobre los mosaicos del siglo IV d.C. hallados en Apamea sugiere la pervivencia de una memoria seléucida incluso en tiempos romanos. Las piezas muestran escenas de la fundación de la ciudad, y las figuras prominentes son todos miembros de la dinastía seléucida. Aunque el autor enmarca la producción de los mosaicos en la continuidad de la tradición del evergetismo entre monarcas y ciudades, considera que reflejan, no obstante, de manera puntual el deseo de los habitantes “de respetar la memoria de los reyes seléucidas, tan profundamente amados en la ciudad” (Olszewski, 2022, p. 119).

En última instancia, todas estas derivas historiográficas se desprenden del cuestionamiento sobre la capacidad de acción y efectividad del imperio seléucida. La instauración de una cultura imperial, sea seléucida o no, es uno más de los aspectos hacia los que la nueva historia seléucida ha expandido la dicotomía de imperio fuerte/débil, sobre la cual, debe ser dicho, no hay consenso todavía. En cualquier caso, la preocupación por los fenómenos culturales e identitarios parece ser característico del momento actual. Es posible que esto no sea sino el resultado de la convergencia de las múltiples disciplinas, que contribuyen, como hemos visto, a complejizar la imagen del imperio: tanto la voluntad del rey como la de sus súbditos debe ser tenida en cuenta, lo que se traduce en la necesidad de considerar también las reacciones de estos últimos frente a las estructuras que se les imponía, sean económicas, políticas o culturales.

Conclusión

Los dos libros reseñados aquí nos ofrecen un panorama de lo que ha venido a llamarse la nueva historia seléucida. Lejos de ser una corriente historiográfica o una escuela teórica, es mejor definida como una serie de problemáticas tenidas por centrales, a las que los estudiosos acceden desde una perspectiva multidisciplinaria. Pero más allá de esos principios compartidos, la dispersión temática es notable, lo que hace difícil una evaluación de conjunto y mucho más difícil aún realizar un diagnóstico sobre posibles itinerarios en un futuro próximo. Sin consenso sobre algunos puntos básicos, como el de la naturaleza del Estado seléucida y sus capacidades efectivas, resulta probable que la tendencia al esparcimiento se acentúe, poniendo en riesgo, quizás, el logro más importante que esta nueva historia ha conseguido: una mirada abarcadora del imperio seléucida.

Es poco probable que esto sea indicio de disminución de la vitalidad del área. Por lo pronto, las publicaciones sobre los seléucidas no han menguado, todo lo contrario, y podemos arriesgar que el imperio seléucida gozará de cierta popularidad entre los académicos por un tiempo más. Precisamente, serán las cuestiones no resueltas las que aseguren este interés continuo. En cualquier caso, el próximo gran desafío será el manejo de la diversidad, y, en este sentido, el mismo Imperio seléucida tiene algo para enseñar. No necesariamente debe apuntar esto a la imposición de una perspectiva uniforme y dominante. Más bien, el mantenimiento del diálogo interdisciplinario y la comunicación constante de resultados pueden ser herramientas muy útiles. Los volúmenes recensionados aquí tienen esa ventaja: la de colocar a la par análisis que no siempre son compatibles entre sí en cuanto a conclusiones, pero que estimulan la comparación e invitan a la elaboración de balances que trasciendan los abordajes puntuales.

 

Referencias bibliográficas

Ager, S. (2020). ‘He shall give him the daughter of women …’: Ptolemaic Queens in the Seleukid House. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 183-201). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Anagnostou-Laoutides, E. (2022). Flexing Mythologies in Babylon and Antioch-on-the-Orontes: Divine Champions and their Aquatic Enemies under the Early Seleukids. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 227-250). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Anagnostou-Laoutides, E. y Pfeiffer, S. (2022a). Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty. Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Anagnostou-Laoutides, E. y Pfeiffer, S. (2022b). Introduction: Un-Framing Seleukid Ideology. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 1-120). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Aperghis, G. G. (2004). The Seleukid Royal Economy: the Finances and Financial Administration of the Seleukid Empire. Cambridge: Cambridge University Press.

Aperghis, G. G. (2020). The Armed Forces of Seleukos I, with Help from Coins. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 4-30). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Austin, M. (2003). The Seleukids and Asia. En A. Erskine (Ed.), A Companion to the Hellenistic World (121-133). Malden/Oxford: Blackwell Publishing.

Bang, P. F. (2021). Empire–A World History. Anatomy and Concept, Theory and Synthesis. En P. F. Bang, C. A. Bayly, W. Scheidel (Eds.), The Oxford World History of Empire, Volume 1: The Imperial Experience (pp. 1-87). New York: Oxford University Press.

Beaulieu, P. A. (2022). The Death of Antiochos IV in the Context of Babylonian Hellenistic Historiography. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 251-266). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Bevan, E. R. (1966 [1902]). The House of Seleucus. Volume 1-2. New York: Barnes & Noble, Inc.

Bickermann, E. (1938). Institutions des Séleucides. Beirut: Presses de l’Ifpo.

Boiy, T. (2004). Late Achaemenid and Hellenistic Babylon. Dudley: Peeters.

Bouché-Leclercq, A. (1913). Histoire des Séleucides (323-64 avant J.-C.). Paris: Ernest Leroux.

Brüggemann, Th. (2022). Mehr als Schall und Rauch? Das Seleukidenreich und seine antiken Namen. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 332-350). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Capdetrey, L. (2007). Le pouvoir séleucide. Territoire, administration, finances d’un royaume hellénistique (312-129 av. J.-C.). Rennes: Presses Universitaires de Rennes.

Chrubasik, B. (2016). Kings and Usurpers in the Seleukid Empire. Oxford: Oxford University Press.

Cool Root, M. (2020). Life-Fragments: Wilhelmina van Ingen and the Figurines from Seleucia. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 421-457). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Couvenhes, J.-C. (2020). Attaleia de Lydie et Philétaireia-sous-l’Ida dans l’accord entre Eumène Ier et les soldats mutinés (OGIS 266): des colonies militaires?. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 158-180). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Dąbrowa, E. (2020). The Hasmoneans’ Attitude towards Cities. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 284-295). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

De Callataÿ, F. (2020). Did the Seleucids Found New Cities to Promote Coinage?. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 561-573). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Engels, D. (2014). Antiochos III. der Große und sein Reich. Überlegungen zur ‚Feudalisierung‘ der seleukidischen Peripherie. En F. Hofmann y K. S. Schmidt (Eds.), Orient und Okzident in hellenistischer Zeit Beiträge zur Tagung „Orient und Okzident – Antagonismus oder Konstrukt? Machtstrukturen, Ideologien und Kulturtransfer in hellenistischer Zeit“ (pp. 31-75). Nuremberg: Verlag Patrick Brose.

Erickson, K. (2018). Introduction. En K. Erickson (Ed.), The Seleukid Empire, 281-222 BC: War withing the family. Swansea: The Classical Press of Wales.

Erickson, K. (2019). The early Seleukids, their Gods and their Coins. London/Nueva York: Routledge.

Graslin-Thomé, L., Clancier, P., y Monerie, J. (Eds.) (2023). La Babylonie hellénistique. Paris: Les Belles Lettres.

Hannestad, L. (2020). On the Periphery of the Seleucid Kingdom: Failaka Revisited. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 312-332). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Holt, F. L. (1999). Thundering Zeus: The Making of Hellenistic Bactria. Berkeley: University of California Press.

Holt, F. L. (2020). Macedonians, Seleucids, Bactrians, Greeks: Histrionics as History on the Hellenistic Fringe. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 458-465). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Hoo, M. (2022). Eurasian Localisms. Towards a Translocal Approach to Hellenism and Inbetweenness in Central Eurasia, Third to First Centuries BCE. Stuttgart: Franz Steiner Verlag.

Hoover, O. D. (2020). The Beginning of the End or the End of the Beginning? Seleucid Coinage and the Roman Provincial Paradigm. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 765-775). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Houghton, A., Lorber, C. C., y Hoover, O. D. (2002-2008). Seleucid Coins: A Comprehensive Catalogue. New York/London: The American Numismatic Society.

Hunter, D. (2022). The Influence of Seleukid Coinage upon the Bithynian and Pontic Monarchies to the Reign of Mithridates VI. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 269-296). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Joannès, F. (1982). Textes économiques de la Babylonie récente. Paris: Éditions Recherche sur les civilisations.

Kholod, M. M. (2020). On the Seleucid and Attalid Syntaxis. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 94-107). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Kosmin, P. J. (2014). The Land of the Elephant Kings. Space, Territory, and Ideology in the Seleucid Empire. Cambridge/London: Harvard University Press.

Kosmin, P. J. (2018). Time and its Adversaries in the Seleucid Empire. Cambridge/London: Harvard University Press.

Ladynin, I. (2020). The Burial of Seleucus I Nicator in Appian (Syr. 63): A Replica of the Ptolemaic Eponymous Cult?. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 46-58). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Le Rider, G. y Callataÿ, F. de. (2006). Les Séleucides et les Ptolémées: lhéritage monétaire et financier dAlexandre le grand. Monaco: Rocher.

Leriche, P. (2020). Doura-Europos ou Europos-Doura?. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 632-647). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Lerner, J. D. (2020). The Bilingual Bricks of Aï Khanoum (Afghanistan). En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 466-480). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Lorber, C. C. y Iossif, P. P. (2020). Draped Royal Busts on the Coinage of the Early Seleucids. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 603-622). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Ma, J. (2020). The Restoration of the Temple in Jerusalem by the Seleukid State: II Macc. 11.16-38. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 80-93). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Mairs, R. (2016). The Hellenistic Far East: Archaeology, Language and Identity in Greek Central Asia. Oakland: University of California Press.

Mairs, R. (2020). The Graeco-Bactrian and Indo-Greek World. New York: Routledge.

Mairs, R. (2022). Kingship and Ruler Cult in Hellenistic Bactria: Beyond the Numismatic Sources. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 297-312). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Martinez-Sève, L. (2020). Recherches récentes sur la Bactriane et la Sogdiane à l’époque hellénistique. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 349-374). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

McAuley, A. (2022). The Seleukid Royal Family as a Reigning Triad. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 23-40). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

McKechnie, P. (2022). Wars of the Brothers: the Contested Coalescence of Seleukid Statehood in mid-Third-Century Asia Minor. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 131-150). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Mendoza Sanahuja, M. (2020). Graeco-Bactrian Historiography and Archaeology: A brief guide. Karanos. Bulletin of Ancient Macedonian Studies, 3, 131-56.

Mehl, A. (2022). How to understand Seleukids as Babylonian “Great Kings”. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 187-202). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Meyer, M. (2020). King Antiochus IV and the Cities in the Levant. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 525-539). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Michel, P. M. y Widmer, M. (2022). Au sujet de la puissance symbolique des vêtements du souverain en Babylonie et dans l’Orient grec hellénistiques. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 203-226). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Monerie, J. (2018). L’économie de la Babylonie à l’époque hellénistique (IVème–IIème siècle avant JC). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Muccioli, F. (2020). Antioco IV, i Giudei e l’unità del regno seleucide (Mach. I 1, 41–42). En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 540-557). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Narain, A. K. (1957). The Indo-Greeks. Oxford: Clarendon Press.

Oetjen, R. (2020). New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen. Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Ogden, D. (2017). The Legend of Seleucus. Cambridge: Cambridge University Press.

Olszewski, M. T. (2022). Memory and Ideology of the First Successors of Alexander the Great as inscribed on Roman Mosaics from Apameia of Syria. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 97-127). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Ramsey, G. (2020). Seleukid Land and Native Populations: Laodike II and the Competition for Power in Asia Minor and Babylonia. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 243-239). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Rostovtzeff, M. (1941). The Social and Economic History of the Hellenistic World [3 vols]. Oxford: Oxford University Press.

Sherwin-White, S. M. y Kuhrt, A. (1993). From Samarkhand to Sardis: A New Approach to the Seleucid Empire. Berkeley: University of California Press.

Strootman, R. (2020). The Great Kings of Asia: Imperial Titulature in the Seleukid and Post-Seleukid Middle East. En R. Oetjen (Ed.), New Perspectives in Seleucid History, Archaeology and Numismatics. Studies in Honor of Getzel M. Cohen (pp. 123-157). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Tarn, W. W. (1938). The Greeks in Bactria and India. Cambridge: Cambridge University Press.

Trundle, M. y de Lisle, C. (2022). Coinage and the Creation of the Seleukid Kingdom. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 57-75). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

Van der Spek, R. J. (2004). Palace, Temple and Market in Seleucid Babylonia. Topoi6, 303-332.

Van der Spek, R. J. (2014). Factor Markets in Hellenistic and Parthian Babylonia (331 BCE-224 CE). Journal of the Economic and Social History of the Orient, 57 (2), 203-230.

Van der Spek, R. J. (2018). The Latest on Seleucid Empire Building in the East. Journal of the American Oriental Society, 138 (2), 385–394.

Wenghofer, R. (2022). Popular Resistance to Seleukid Claims of Hegemony. En E. Anagnostou-Laoutides y S. Pfeiffer (Eds.), Culture and Ideology under the Seleukids. Unframing a Dynasty (pp. 167-184). Berlin/Boston: Walter de Gruyter.

 

                                                            

[1] La traducción es propia, así como las siguientes, tanto de obras modernas como antiguas.

[2] Fundamental en el desarrollo de esta área ha sido la publicación del monumental catálogo de monedas seléucidas, Houghton, Lorber, y Hoover (2002-2008). Desde el 2018, es posible acceder al mismo online: https://numismatics.org/sco/. De entre toda la producción académica de las últimas décadas, cabe mencionar los aportes de Le Rider y Callataÿ (2006) y Erickson (2019).

[3] Solo por nombrar algunos aportes ulteriores de un campo disciplinar que ha gozado de una enorme expansión, la naturaleza de los documentos preservados ha permitido que se realicen grandes avances sobre los aspectos económicos de la Babilonia seléucida, lo que se evidencia en la obra de Joannès (1982), Boiy (2004); Van der Spek (2004; 2014; 2018) y Monerie (2018). Por otro lado, vale la pena mencionar la reciente compilación de fuentes primarias publicada por Graslin-Thomé, Clancier y Monerie (2023).

[4] Nuevamente, los estudios de Sherwin-White y Kuhrt (1993) fueron pioneros en este aspecto.

[5] Solo para mencionar algunos: Holt (1999); Mairs (2016; 2020); Hoo (2023). No pretendemos aquí menospreciar los aportes de los grandes trabajos del siglo pasado, fundacionales de los estudios bactrianos, como Tarn (1938) o Narain (1957). Solo queremos llamar la atención sobre el notable desarrollo que ha tenido el área desde finales de los años 90, que contrasta con el tratamiento esporádico que recibieron hasta entonces estas temáticas. Para un repaso de los aportes en lengua hispana en esta área, Mendoza Sanahuja (2020).

[6] A conclusiones similares llegó Mairs (2014, p. 98) al hablar de una koiné bactriana.

[7] Esto se aprecia con claridad en los artículos reunidos por Erickson (2018), dedicados al estudio del gran impasse que el imperio afrontó a mediados del siglo III a.C., cuando las fuerzas centrífugas de su interior amenazaron su existencia. El editor resume la postura del volumen de la siguiente manera: “Proponemos que al cooptar como vasallos y estados clientelares a grupos que hasta entonces habían sido definidos como rebeldes del Imperio seléucida aseguró su notoria longevidad (Erickson, 2018, p. 2).

[8] Los monumentales volúmenes de The Oxford World History of Empire publicados hace pocos años hacen constante referencia a este principio de gobierno. En particular, la introducción de Bang (2021) lo presenta como una característica esencial de cualquier imperio.

[9] Con esto nos referimos a un enfoque historiográfico de carácter positivista cuyo centro está en los “grandes hombres”. Convendría distinguirlo del recurso, por lo demás muy común, de referirse a los desarrollos y políticas imperiales como emanando de un rey en particular, como las reformas institucionales de Antíoco IV. Es difícil distinguir entre las decisiones que auténticamente eran realizadas por un rey y las que emanaban del entorno cortesano o la elite imperial más en general, es decir, “políticas estatales”. Por otro lado, si se considera, como cierta literatura, que el monarca helenístico encarna el Estado, dicha distinción podría tornarse innecesaria.

[10] Debe mencionarse además a Ogden (2017), quien ha demostrado la existencia de una historia oficial sobre los orígenes del imperio, a la que él llama “la leyenda de Seleuco”, producto de la elaboración consciente y selectiva de los grupos intelectuales dentro del imperio (la corte, fundamentalmente). Los objetivos de esta obra, sin embargo, están más vinculados con el rastreo tipológico de los componentes de aquel relato que con demostrar la existencia de una maquinaria imperial encargada de producir ideología.

[11] La tesis de Chrubasik gira en torno a esta cuestión: el surgimiento periódico de usurpadores del trono que lograban ganarse el apoyo de los ciudades y pueblos del imperio, aun cuando competían con miembros de la casa real (quienes, se esperaría, habrían gozado de mayor legitimidad), se debe a que nunca se consolidó un sentido de pertenencia o lealtad verdadero por parte de los súbditos (Chrubasik, 2016, pp. 227-229).