Introducción al dossier:

“Lecturas historiográficas sobre la romanización”

[Introduction to the dossier: “Historiographical Readings on Romanisation”]

Agustín Moreno

(Universidad Nacional de Córdoba)

agustin.moreno@unc.edu.ar

Federico Santangelo

(Newcastle University)

federico.santangelo@newcastle.ac.uk

Las contribuciones reunidas en este dossier tienen como hilo conductor la reflexión historiográfica sobre la romanización. Este término tiene una historia larga, compleja y controvertida: comenzó a circular en algunas lenguas europeas desde la década de 1830 y ha adquirido una relevancia creciente en los estudios de historia antigua desde que Theodor Mommsen lo utilizara en su Römische Geschichte. Posteriormente, su sentido ha ido sufriendo cambios fruto de las recepciones y subsiguientes debates que llevaron periódicamente a precisar su(s) significado(s), limpiarlo de anacronismos y enriquecerlo a partir de nuevos intereses y problemas que surgían en los diferentes contextos en que ha sido pensado. [1]

En la disputada semántica que evidencia la biografía de esa palabra, quizá, el ámbito académico que, en las últimas décadas, lo ha cuestionado con más fuerza es el británico. [2] Allí, en la década de los noventa, principalmente entre los arqueólogos, se hizo notoria una reacción hostil al concepto mismo de romanización. [3] Con esto, nos referimos tanto a la definición de una postura de oposición frente a la idea que han identificado con ese concepto, en polémica más o menos abierta con la definición propuesta a principios del siglo XX por Francis Haverfield, [4] como, entre algunos autores, a una animadversión contra el propio término romanización en cuanto categoría analítica. [5] Otros, aceptando algunas de las argumentaciones sostenidas en el debate, han preferido mantener el concepto de romanización en un sentido lato, a modo de concepto paraguas, y proponer otros conceptos para enriquecer los análisis. [6]

En ese momento, algunos autores han identificado la generación de una bifurcación de caminos en el debate internacional. Uno, seguido fundamentalmente por investigadores españoles, italianos y franceses, se mantendrá más vinculado con un enfoque filológico más atento a las fuentes escritas, literarias o epigráficas, y, derivado de ello, con una perspectiva italocéntrica –o, incluso, romanocéntrica– que confiere un peso sustancial a lo político en sus trabajos. El otro, recorrido especialmente por autores anglosajones, entablará un diálogo más estrecho con las ciencias sociales y se abocará al desarrollo de propuestas teóricas, especialmente con el fin de elaborar herramientas teórico-conceptuales perspicaces que le posibiliten generar interpretaciones más productivas de los registros de cultura material. Estos últimos otorgarán mas peso a los aspectos culturales en sus investigaciones. [7] Hay claramente un elemento de esquematismo y aproximación en estas particiones nacionales, que sin embargo tienen su propio valor heurístico. Sobre el telón de fondo de este enfoque, hay una estrecha confrontación con los debates teóricos y políticos provocados por el pensamiento poscolonial y la necesidad de enfrentar la pesada herencia del colonialismo y el eurocentrismo: temas que han cobrado mayor relevancia desde Black Lives Matter , y que claramente no pueden ser indiferentes en el contexto latinoamericano. Estos debates, además, ponen en cuestión la propia conformación de los estudios clásicos, su ejemplaridad y su posición en el panorama de las ciencias humanas. [8]

Esta promoción de nuevas alternativas teórico-conceptuales, destinadas a llenar el vacío que el destierro del concepto de romanización produce, no ha estado exenta de críticas. [9] Sin embargo, se podría aceptar que esas propuestas han posibilitado que el debate siguiera avanzando y con él nuestro conocimiento del ámbito territorial tocado por el proyecto imperial de Roma. Esto se advierte también en el impacto que la literatura producida y publicada en el marco de ese segundo grupo ha tenido en los restantes ámbitos académicos. [10]

***

Esa influencia puede observarse, aunque en distinto grado, en casi todos los trabajos del dossier: “Todavía más sobre romanización”, de Alejandro Bancalari Molina, “Roma redux: la romanización y las identidades romanas en el siglo XXI”, de Francisco Machuca Prieto, “El debate inconcluso de la romanización: el caso itálico en la primera década de Ab Urbe Condita de Tito Livio”, de Daniel Nieto Orriols y Juan Pablo Prieto e “Historiografías de la romanización: el caso de Italia”, de Federico Santangelo. Quizá, pueda ser injusto subrayar solo el influjo de esta segunda deriva y, tal vez, sería más adecuado plantear la situación en los términos de un diálogo –concebido personalmente por cada autor en su escrito– entre ambas tradiciones. Sin embargo, parece ser la fuerza crítica de ese segundo grupo lo que actúa de catalizador en las reflexiones que aquí reunimos.

En el primer caso, Bancalari Molina –posiblemente, el especialista más reconocido en la temática en estas latitudes hispanohablantes hoy en día– retoma y actualiza una reflexión que había comenzado en la primera década de este siglo (Bancalari Molina, 2007). El historiador chileno hace un repaso crítico de varias opciones controvertidas que han saltado en los últimos tiempos a la palestra, no solo en el ámbito anglosajón (v.g. hibridez cultural, mestizaje, transferencia cultural, multiculturalismo, etc.), y se detiene especialmente en aquella que prefiere por sobre todas, globalización. De este modo, por un lado, se posiciona en el debate amplio de la romanización y, por otro lado, precisa su postura dentro de la discusión en torno al paradigma que defiende particularmente. En este último punto, cabe reconocer la especificidad de su planteo. Frente a la concepción de globalización como una alternativa que podría ocupar aquel vacío que dejaría el destierro del concepto de romanización que proponen, por ejemplo, los autores reunidos en el libro editado por Martin Pitts y Miguel John Versluys (2015), él, más bien, la toma como una herramienta teórica útil para enriquecer los análisis de distintas dimensiones que se dieron cita en el complejo mundo dominado por Roma. [11] Una postura que ya había adoptado con otra opción sugerida en el contexto británico: criollización. [12]

De este modo, la contribución de Bancalari Molina a este dossier, así como otras intervenciones suyas en el debate, trasluce un intento de generar un diálogo entre los dos grupos a los que aludimos más arriba, mostrándose receptivo a algunas de las iniciativas generadas en espacio anglosajón, planteando sus reticencias a aquellas aproximaciones que juzga presentistas, y defendiendo la pertinencia de los cotérminos romanización e imperialismo para entender la relación de Roma con los demás pueblos en marco de su imperio. [13]

Otro autor que busca definir una senda propia entre los dos caminos o tradiciones mencionadas es Francisco Machuca Prieto. Su contribución repasa aspectos espinosos de las propuestas que han surgido o se han revitalizado como consecuencia de las críticas poscoloniales en el debate sobre romanización, término cuya pertinencia es puesta en tensión a la luz de los aportes de dichas aproximaciones. De todos modos, y más allá de reconocer las vías abiertas por estas para la investigación del imperio romano, también pone el dedo en la llaga, al puntualizar enredos terminológicos y problemáticas metodológicas que es necesario tener presentes y sobre las que es preciso meditar para seguir avanzando en el debate. En ese sentido, su revisión de las perspectivas globales sirve de complemento al planteo de Bancalari Molina en las siguientes páginas y las observaciones que realiza a lo largo del texto respecto del estudio de la identidad –o, más bien, de las identidades– en el mundo dominado por Roma deben ser leídas en paralelo con las que presentan Daniel Nieto Orriols y Juan Pablo Prieto en este mismo dossier.

Dos aspectos más cabe destacar de este minucioso estudio historiográfico. Uno es la presentación de un actualizado repaso de los aportes que, en las últimas décadas, han proporcionado los estudios de género en distintos ámbitos académicos al poner el foco en distintos grupos sociales anteriormente invisibilizados no solo por las fuentes literarias clásicas, sino también por los sesgos que acarreaban los propios investigadores en sus análisis.

El otro, en el cierre, es su reflexión sobre la recepción de la que es objeto hoy la Antigüedad romana por una audiencia general, en la que subraya la necesidad de que las y los historiadores tengan una participación más activa en los debates públicos que se generan. En este punto, se advierte que Machuca Prieto se coloca en la línea de colegas como Mary Beard, desde hace tiempo ya en la línea de fuego, y Neville Morley. [14] Todos ellos abogando por una intervención de las y los especialistas en la arena pública para disputar las interpretaciones que se hacen de ese pasado en determinados ámbitos para legitimar tal o cual práctica o ideología.

Esto que se relaciona con la denuncia de usos y abusos del pasado y la revitalización de interpretaciones, –en muchos casos, al menos– ya superadas en el ámbito académico, para ser instrumentalizados en la arena pública nos muestra una cara del problema, aquella que se deriva de considerarlo en un tiempo sincrónico. Pero hay otro modo de encarar la cuestión y es hacerlo diacrónicamente, como lo plantea, en este dossier , Santangelo. [15] En su contribución, revisa el estudio de las antigüedades itálicas en la Italia preunitaria y el debate sobre la historia itálica en la década del veinte del siglo pasado para poner de manifiesto el impacto de las discusiones políticas y, por tanto, ideológicas modernas, vinculadas al problema de Italia coetáneo a los escritores, en la interpretación que estos presentaban de la cuestión de la Italia romana antigua. Volveremos, al final, sobre la conclusión más profunda que extrae de ese examen. Pero, no podemos dejar este tema aquí, sin traer a colación una de sus afirmaciones que no solo glosa los temas de este párrafo, sino también el debate más amplio que se da cita en este dossier: “El estudio de un proceso de conquista nunca puede prescindir del trasfondo ideológico y político en el que se desarrolla […].” Un punto, sin duda, cierto, pero que en algunos casos lleva a reflexiones presentistas –adrede o inadvertidamente– por las valoraciones morales que se hacen del pasado objeto de análisis. [16] Será una de las tareas de las y los lectores de este dossier verificar que esto no se haya colado en esta introducción o en las contribuciones subsiguientes.

Volviendo al punto que desarrollábamos más arriba, otro trabajo en que notamos la influencia de la discusión anglosajona es el de Nieto Orriols y Prieto. Este artículo retoma un problema que el primero de los autores abordó en las obras de Salustio (Nieto Orriols, 2021), el de la identidad de los itálicos en las obras de historiadores romanos de fines del siglo I a.C. De este modo, su estudio de caso, la primera década de Tito Livio, a la vez que representa una continuación por esa línea de reflexión, complementa aquí las dos contribuciones precedentes, que examinan el tema identitario en un nivel más conceptual. Un tema que, como se advierte en los tres casos, ha ganado mucho terreno en las investigaciones de la Antigüedad desde los noventa por su inextricable relación con lo cultural –dimensión que ha ido obteniendo cada vez más espacio como factor explicativo en la historiografía de las últimas décadas– y, obviamente, ligado a las reivindicaciones contemporáneas de diferentes grupos sociales por ser reconocidos de uno u otro modo y, asimismo, a la contestación de identificaciones que son denunciadas por considerarse imposiciones externas.

El escrito de Nieto Orriols y Prieto se inserta también en otro debate, uno más específico, el problema de la identidad romana en las obras de historiadores romano-itálicos, [17] particularmente en la obra de Tito Livio. [18] Considerando los conflictos entre romanos e itálicos en la República Tardía, los autores cuestionan la mirada unívoca que la bibliografía precedente ha tendido a interpretar sobre dicha identidad en la narración de Ab urbe condita y defienden una propuesta más englobadora y rica. Esto es, una que contemple no solo la construcción que se promueve de la misma desde Roma, sino que considere también las voces de los itálicos con quienes esa identidad era negociada. De este modo, Nieto Orriols y Prieto profundizan en un filón abierto por David Levene (2010, pp. 214-260) en su análisis de la narración de la guerra anibálica de Tito Livio y, asimismo, pretenden discutir la connotación negativa que la literatura especializada anterior nota en los estereotipos de pueblos itálicos que el paduano presenta. [19] Todo ello los lleva a sugerir que este, sin dejar de ser un historiador “romano”, [20] se erigiría en promotor de una italicidad inherente al ser romano y en portavoz de los itálicos –y especialmente de sus virtudes– a través de su obra.

Por último, el artículo de Javier Herrera Rando, “Epigrafía expuesta y romanización temprana en la Hispania republicana”, es el que más claramente se posiciona en la perspectiva filológica tradicional que mencionamos en primer lugar en el comienzo. Esto se advierte no solo en su defensa del concepto de romanización, como observamos también en las contribuciones de los profesores chilenos, [21] sino también en la atención que pone en el período republicano tardío, que, según sus críticos, suele ser relegado por los participantes del debate anglosajón más interesados por la etapa imperial a partir de la conquista del poder por Augusto. [22] De este modo, y munido del concepto de romanización temprana planteado hace dos décadas por Francisco Beltrán Lloris (2003; 2017), nuestro autor subraya el rol de Roma como agente mediador en las transformaciones culturales que identifica en las comunidades de la Hispania romana con anterioridad al Principado. Mediadora en la medida en que el centro político del imperio no impondría cambios culturales y en tanto que su dominio de diferentes espacios posibilitaría el flujo de elementos culturales de distinta procedencia hacia lugares diversos del imperio sin pasar necesariamente por Roma.

Un último punto que es interesante considerar, y que quizá permanece implícito en varios de estos artículos, es la relación que existe entre romanización y la idea de Roma. Una cuestión que puede pensarse, al menos, de dos modos diferentes. Por un lado, situando la reflexión en un contexto antiguo, analizando qué idea de Roma tenían, en un determinado momento histórico, aquellas y aquellos provinciales que o bien pretendían mostrarse como romanos, o bien querían apartarse, por los motivos que fueren, de lo que identificaban como parte constituyente de la identidad romana. [23] En este primer caso, romanización cobraría valor como categoría analítica para algunos investigadores.

Por otro lado, tenemos la problematización de la idea de Roma realizada por los propios historiadores, arqueólogos y demás pensadores modernos en el marco de sus propios problemas contemporáneos. En este segundo caso, y como pone de manifiesto Santangelo a través del problema de Italia, es romanización en calidad de tema historiográfico lo que pasa al primer plano de interés.

Estos dos modos de entender la cuestión, que pueden identificarse en este dossier, subyacen también a la discusión más amplia entre las dos tradiciones mencionadas en el comienzo de esta introducción.

En esta primera intervención, sin dejar de señalar puntos de acuerdo visibles entre los diferentes artículos, nos ha parecido oportuno resaltar aspectos particulares que pueden reconocerse en los distintos planteos, en varios casos divergencias, y que dan cuenta de cuestiones específicas y polémicas que han ido nutriendo el debate. Son especialmente estos desacuerdos los que evidencian la riqueza de este dossier y los que serán de mayor provecho para las y los lectores que recorran sus páginas para iniciarse en la materia o para profundizar en ella. Esto fundamentalmente porque, primero, de esa manera, se pone de manifiesto que no hay una sola forma de interpretar el tema y, segundo, porque la evidencia de ello los llevará a generar su propia posición respecto del mismo, puesto que “ante un tema así, no se dan condiciones de neutralidad.” [24]

***

Cerramos esta introducción con un breve comentario sobre los estudios de la cuestión que nos ocupa en el ámbito académico argentino. En este, podemos afirmar, la romanización no ha sido un tema de interés. La revisión de la bibliografía publicada en el país realizada hasta el momento ha arrojado un magro resultado. Solo hemos encontrado cinco escritos, de los cuales tres aparecieron en revistas especializadas en temas de Antigüedad clásica, uno en Anales del Instituto de Literaturas Clásicasy dos enAnales de Historia Antigua y Medieval. [25]

Cronológicamente hablando, las primeras publicaciones –específicamente dos artículos (1946; 1949) y un ensayo (1956)– fueron firmadas por Claudio Sánchez Albornoz, prestigioso profesor español que inmigró como exiliado político a Argentina en 1940, donde se destacó más bien por sus aportes a los estudios de la historia medieval, tanto a nivel local como internacional. El autor encuadra estas contribuciones sobre la romanización de Hispania en el marco del debate sobre el “problema de España”, que ocupó por varias décadas a los intelectuales españoles. En ellas, se preocupaba especialmente por lo que identificaba como la segunda etapa de los orígenes de la nación española.

El cuarto escrito, de Ernesto Muñoz (1967), apareció en la revista Norte , de contenido más general, publicada por el Departamento de Literatura del Consejo Provincial de Difusión Cultural de San Miguel de Tucumán. El autor presenta allí una lectura en la misma línea que la trazada por Sánchez Albornoz (1956), aunque sin intención, al menos explícita, de participar del mencionado debate.

Finalmente, la última publicación sobre el tema sería un artículo de Carlos García Mac Gaw publicado en 1994 en Anales de Historia Antigua y Medieval . En él, el autor reflexiona sobre los aportes de distintas perspectivas historiográficas, propuestas en el marco de un debate académico francófono, para entender la situación de las poblaciones del norte de África en el Imperio romano.

Después de este artículo, el tema no volvió a ser objeto de un análisis detenido ni en revistas nacionales dedicadas a la Antigüedad, ni, hasta lo que sabemos, en libros de esta disciplina.

Este breve repaso evidencia que no hay registros significativos en las publicaciones nacionales de un interés por participar de un debate internacional sobre la romanización, ni de generar uno circunscripto al ámbito local. [26] Sánchez Albornoz parece haber sido una excepción entre los profesores extranjeros interesados por los estudios clásicos, que por distintas razones migraron al país. Y sus contribuciones no parecen haber despertado la curiosidad sobre el tema entre sus discípulos y colegas nacionales, más allá del caso aislado del mencionado escrito de Muñoz. [27]

La identificación de este vacío en los estudios argentinos sobre el mundo dominado por Roma nos incitó a promover este dossier, que reúne especialistas de distintos ámbitos académicos. Los trabajos aquí reunidos, con la sola excepción de la contribución de Alejandro Bancalari Molina, fueron discutidos en junio del año pasado durante el Workshop “Diálogos sobre romanización”, que se pensó como una instancia para empezar a visibilizar el tema a nivel local.

Agradecemos a los editores del Anuario de la Escuela de HistoriaVirtual su interés por este dossier y a los y las colegas que aceptaron evaluar los manuscritos de las contribuciones incluidas en este número.

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[1] Desideri (1991, p. 585 n. 30).

[2] Con esta etiqueta, cabe aclarar, no aludimos al origen de los investigadores, sino a su afiliación académica. En dicho ámbito, participan de la discusión académicos de diversas procedencias y, por tanto, distinta formación de base.

[3] Ver, por ejemplo, Freeman (1993); Webster y Cooper (1996); Mattingly (1997); Woolf (1998); las distintas ediciones de Theoretical Roman Archaeology Conference (TRAC, http://trac.org.uk/), reunión académica realizada anualmente desde 1991, y su órgano de publicación: Theoretical Roman Archaeology Journal (TRAJ), que desde 2017 también acepta trabajo por fuera de esas conferencias (https://traj.openlibhums.org/site/about/). El debate también ha tenido su desarrollo específico en Estados Unidos: véanse las recientes intervenciones de Padilla Peralta (2020) y Ramgopal (2022).

[4] Los ataques a la definición de Haverfield (1915) guardan relación especialmente con los matices colonialistas que en ella reconocían y que también identificaban implícitos en interpretaciones recientes. Así, por ejemplo, Jane Webster (2001) reconocía los sesgos del planteo de este autor aún en propuestas renovadoras del debate británico como era la de Martin Millett (1990a; 1990b). Para una relectura reciente del concepto de romanización en Haverfield, véase Dench (2018, pp. 2-9).

[5] Así, por ejemplo, Alcock (2001, p. 227); Mattingly (2002, p. 537); Merryweather y Prag (2002); y más actualmente, por ejemplo, Haeussler y Webster (2020, p. 1).

[6] Keay y Terrenato (2001).

[7] Keay y Terrenato (2001, p. x) –seguidos por Mattingly (2002, p. 539) y Beltrán Lloris (2017, pp. 18-21; aunque ver antes ya 1999, pp. 131-134)– distinguen entre dos tradiciones académicas: la del norte de Europa (Gran Bretaña, Países Bajos y Alemania) y Estados Unidos y la del sur de Europa (ejemplos en Italia, España, Portugal y parte de Francia). Sommer (2016, p. 192 n. 2) igualmente, aunque de un modo más general, opone dos usos del término romanización: uno continental y otro monolingüe inglés/estadounidense.

[8] Sobre este tema, véanse las contribuciones de Traina, Santangelo y Zucchetti recogidas en Quaderni di storia 95 (2022) bajo el título “Di chi è la storia romana?”.

[9] Ver Le Roux (2004); Cecconi (2006); Dmitriev (2009); Pereira Menaut (2010).

[10] Incluso, en aquellos que se muestran críticos por la falta de interés en un diálogo más fluido por parte de muchos autores de ese ambiente anglosajón, acusados de no leer generalmente la bibliografía foránea, o que consideran que allí el peso de la discusión teórica es mayor que el que se pone en el estudio concreto de las fuentes. Ese impacto quizá también guarde relación con el poder económico de las editoriales anglosajonas y su consecuente capacidad de difusión. Esta crítica, sin embargo, está flanqueada por otra, especular en los hechos, que reprocha a los historiadores de la Antigüedad su indiferencia ante las aportaciones de la historiografía poscolonial, su escasa apertura a las propuestas de autores no europeos y su confinamiento en una estéril especialidad técnica.

[11] En ese sentido, cabría entender que globalización es, para nuestro autor, otro vocablo para referirse a la romanización.

[12] Ver Bancalari Molina (2008), que reflexiona sobre esta cuestión planteada por Webster (2001).

[13] Sobre el imperialismo romano, ver ahora también una interesante reflexión de García Domínguez (2021) sobre el planteo de Arthur Eckstein en Mediterranean Anarchy, Interstate War, and the Rise of Rome .

[14] La participación de Mary Beard en este debate a través de sus obras de divulgación (v.g. 2016; 2018), su blog A Don’s Life , sus columnas en el Times Literary Supplement, entrevistas publicadas en periódicos e, incluso, en televisión es conocida y ha sido reconocida, por ejemplo, por el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016. Ver también Morley (2019). Entre estos especialistas que echan mano a la Antigüedad para reflexionar sobre situaciones actuales y meditar futuros posibles, vale la pena mencionar asimismo al latinista y antropólogo italiano Maurizio Bettini (v.g. 2016).

[15] También sobre esto uno puede encontrar puntos en común con reflexiones como las de Morley (2019) o, antes ya y para un público académico especialmente, Luciano Canfora en su ya clásico Ideologías de los estudios clásicos (1991); por nombrar solo dos ejemplos.

[16] Sobre el presentismo en la historia antigua, véase Osborne (2017).

[17] Empleamos la denominación romano-itálicos, porque, de ese modo, se evidencia mejor la naturaleza del planteo del problema que hacen los profesores chilenos, quienes pretenden ir más allá de lo jurídico en sus análisis de lo identitario. En ese sentido, cabe recordar que Salustio era de Amiterno y Tito Livio de Padua.

[18] Ver también sobre la identidad romana en este historiador Marques (2013, pp. 49-133).

[19] Sobre los estereotipos étnicos en Ab urbe condita ver también Schlip (2020, pp. 217-243); Moreno (2022), con una discusión del planteo de Levene en pp. 126-128.

[20] O paduano y romano, si consideramos, por un lado, su apego a su patria chica y, por otro lado, su lazo jurídico con Roma.

[21] Nótese que, en el final de su texto, Herrera Rando acepta, como Bancalari Molina, que la romanización puede entenderse también en términos de una globalización –o mediterranización–.

[22] Esta relegación, aunque frecuente, tiene excepciones, como, por ejemplo, Nicola Terrenato (v.g. 1998; 2001; 2019), quien ha mostrado una preocupación especial por problematizar el caso de la península itálica, o algunas y algunos autores que promueven la interpretación del mundo romano antiguo en términos de globalización (v.g. Isayev, 2015; Santangelo, 2022).

[23] Dos pasajes ubicuos en la bibliografía que examina la cuestión son Str. III.2.15 y Tac. Agr. 21.1-2. En este segundo pasaje, como en Plut. Sert. 14, se advierte también la transmisión de una determinada imagen que es proyectada –y estimulada– por un político procedente de ese centro político.

[24] Véase la contribución de Santangelo en este dossier.

[25] La primera revista continuada hoy por Anales de Filología Clásica y la segunda por Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna. Dejaremos de lado aquí problemas más profundos que atañen al desarrollo institucional de las Humanidades en Argentina (Ubierna, 2016, pp. 123-147), que condicionaron la evolución de los estudios de Historia Antigua en general –entre otros– y, en ese sentido, sin duda, los de nuestro tema. Esto último se advierte claramente en dos alusiones de Sánchez Albornoz (1956, pp. 37, 41) a la imposibilidad de generar una renovación de los conocimientos sobre la romanización de Hispania desde Argentina.

[26] Como mencionamos en la nota precedente, las carencias institucionales, especialmente en lo que atañe al acceso a las fuentes indispensables para el estudio del tema seguramente condicionaron las posibilidades de desarrollo de un interés por la cuestión. Pero ni siquiera se encuentran otros trabajos que exploren el proceso de la romanización a partir de la información que puede encontrarse en fuentes literarias de la Antigüedad.

[27] No incluimos en este repaso trabajos escritos por miembros de un grupo de investigación de Córdoba (Argentina), que se está iniciando en la materia y del que uno de los que suscribe esta introducción forma parte. Nos referimos a Arévalo (2021), que revisa la propuesta de promover el marco teórico asociados a los estudios sobre globalización para estudiar el mundo romano antiguo; Moreno Leoni y Moreno (2018, pp. 23-26) y Moreno Leoni, Moreno y Paiaro (2022, pp. 63-80), donde se presentan breves repasos historiográficos sobre algunas derivas del debate de la romanización.