Juventudes sospechosas. Las ansiedades moralizadoras de la Juventud Obrera Católica durante el primer peronismo

[Suspicious Youth. The Moralizing Anxieties of the Catholic Worker Youth during the First Peronism]

Jessica Blanco

(Universidad Nacional de Córdoba-CONICET)

jessieblanco@yahoo.com.ar

Resumen

El artículo se refiere al problema moralque para la JOC representaban los y las jóvenes concretos que la integraban. En este sentido, analizaré el reverso de los discursos emitidos por las fuentes jocistas sobre los ideales morales del ser jocista. Intentaré demostrar que estos discursos, emitidos por sus propios miembros, ocultaban mal una desconfianza general hacia la administración del tiempo libre y del salario de los integrantes de esa misma asociación: las y los jóvenes de los sectores populares. Desde el cruce entre las categorías etarias y de clase, indagaré en las tensiones entre la heteronormatividad moral de las juventudes católicas de la JOC y sus experiencias y sociabilidades como jóvenes y trabajadores.

La principal fuente utilizada, el periódico Juventud Obrera, representaba a la JOC porque marcaba las pautas de pensamiento y comportamiento ideales de los jocistas. Empero, ese deber ser traslucía ciertas realidades de las clases populares que afectaban a los y las jocistas en primera persona y que perturbaban la función recristianizadora de la asociación.

Palabras clave:Moralidad; Catolicismo; Juventudes; Clase

The article refers to the moral problem that specific young men and women who were part of the JOC represented for the association. I will analyze the reverse of the discourses emitted by the JOC sources on the moral ideals of being a JOC member. I will aim to show that these discourses, issued by its own members, poorly concealed a general distrust towards the management of free time and the salary of the members of that same association: the youth of the popular sectors. From the intersection between the categories of age and class, I will investigate the tensions between the moral heteronormativity of the Catholic youth of the JOC and their experiences and sociability as young people and workers.

The main source used, the Juventud Obrera newspaper, represented the JOC because it set the standards for the ideal thinking and behavior of the JOC members. However, it also revealed certain realities of the popular classes that affected the JOC members first hand and disturbed the re-Christianizing function of the association.

Keywords:Morality; Catholicism; Youth; Class

Recibido: 15/03/2023

Evaluación: 03/05/2023

Aceptado: 28/08/2023

Juventudes sospechosas. Las ansiedades moralizadoras de la Juventud Obrera Católica durante el primer peronismo

Desde fines del siglo XIX, la iglesia en Argentina experimentó un proceso de transformaciones internas doctrinales, ideológicas, filosóficas, culturales e institucionales que consolidaron su estructura y organización. En la década de 1930 y en el contexto de la crisis política y económica del liberalismo, estos cambios y una mayor sensibilidad social permitieron a la iglesia situarse como un serio actor político. Su propuesta de superación del liberalismo y de recristianización de una sociedad considerada moralmente denigrada se inspiraba en el catolicismo integral. [1]

Los periodos de crisis de utopías, como fue el caso del liberalismo en la primera posguerra y en los años posteriores, constituyeron espacios sociales propicios para la emergencia de idearios alternativos que pretendieron competir con aquel, ya en proceso de contracción y desvalorización. Resumido en la consigna “restaurar todo en Cristo”, el catolicismo integral partía de la consideración del catolicismo como principio moral fundante de la sociedad. De ello se derivaba la injerencia de la institución eclesiástica tanto en la vida pública como en la privada y en la orientación sobrenatural de lo terrenal (Mallimaci, 1988 y 1992), contrariamente al proyecto liberal que pretendía relegar la religión al plano privado de la conciencia individual. La propuesta política implicaba la restauración del orden social en clave cristiana y corporativa, basado en la armonía de clases y en la integración de las masas trabajadoras, sin por ello derogar la propiedad privada o transformar jerarquías consideradas naturales.

Dentro de esta propuesta integralista de recristianización social la iglesia valorizará a laicos organizados en asociaciones bajo dirección eclesiástica para la ocupación de distintos espacios públicos. Entre estas asociaciones se destacaba la Acción Católica Argentina (ACA). De origen italiano, en nuestro país fue fundada en 1931. La ACA trató de concretar dentro de su propia organización los lineamientos de la encíclica social Quadragesimo Anno(1931),acerca de la conquista de los hombres por pares en su misma situación y contexto social. Así, la organización inicial “vertical” en cuatro ramas de acuerdo a edad y género (mujeres y hombres adultos y jóvenes) fue complejizada años más tarde con la especialización horizontal. La iniciativa se sustentaba en el reconocimiento de la complejización social y en una estrategia más realista en relación con la sociedad: había que actuar desde el interior de cada “ambiente” (estudiantil, trabajador, profesional) y con socios representativos. [2] Esta capacidad de adaptación de la iglesia en la transformación hacia un catolicismo socialmente más ofensivo e inclusivo posibilitó que en 1940 en el seno de la ACA se fundara la Juventud Obrera Católica (JOC), una asociación de origen belga creada por el canónigo Joseph Cardjin, que buscaba que sus socios −obreros ellos− ayudaran a cambiar sus propios espacios de acción. El apostolado en su campo de influencia según la revisión de vida o el método “ver, juzgar, actuar” priorizaba la acción reflexiva para influir en los ámbitos cotidianos. El objetivo de la asociación era una formación integral de los jóvenes que contemplara los aspectos morales, religiosos, intelectuales, sociales, físicos, higiénicos y profesionales para elevar el nivel moral y espiritual de la clase trabajadora. [3]

Existen investigaciones que reconstruyeron la asociación desde sus inicios hasta 1955 [4] como movimiento apostólico, conforme a sus orígenes, organización y método de trabajo; su relación con las jerarquías eclesiásticas y con otras asociaciones laicales; las actividades en el ámbito sindical; la afinidad ideológica con el peronismo y el imaginario de los militantes a partir de sus prácticas (Soneira, 1989 y 2002; Bottinelli et al., 2001; Blanco, 2011b). [5] La arista de los imaginarios y las identidades nos abre a estudios puntuales acerca de la construcción de identidades etarias, confesionales, laborales y de clase de los militantes de la JOC a través de discursos, relaciones y prácticas (Blanco, 2011a; 2014 y 2015). Estos trabajos enfatizan la moralidad ideal de los jocistas, que se autorrepresentaban como auténticosjóvenes, obreros y católicos respecto de núcleos políticos u otras agrupaciones católicas para construir una imagen de militantes comprometidos. En sentido inverso pero complementario, en este trabajo me propongo indagar en torno al problema moralque para la JOC representaban los miembros concretos que formaban sus filas. Estudiaré el reverso de los discursos emitidos por las fuentes jocistas sobre los ideales morales del ser jocista, es decir, ahondaré en las tensiones que la palabra traslucía entre el deber ser y el ser de estos sujetos como católicos.

Intentaré demostrar que estos discursos, emitidos por sus propios miembros, ocultaban mal una desconfianza general −compartida por la sociedad de la época− hacia la administración del tiempo libre y del salario de los integrantes de esa misma asociación: las y los jóvenes de los sectores populares. En diálogo con la propuesta del dossier, desde el cruce entre las categorías etarias y de clase en este artículo analizaré las tensiones entre la heteronormatividad moral de las juventudes católicas de la JOC y sus comportamientos, sociabilidades y experiencias como jóvenes y trabajadores.

La fuente principal es el periódico Juventud Obrera, publicado casi ininterrumpidamente desde mayo de 1943 hasta −al menos− 1955. Fue una publicación mensual hasta diciembre de 1946, luego pasó a ser quincenal y no superaba las doce páginas. Era vendido a un precio accesible por los militantes de la JOC en la calle, en el transporte público, casa por casa o a la salida de los lugares de trabajo con la finalidad de atraer nuevos socios. Su continuidad económica dependía de dicha comercialización, puesto que carecía de publicidad o subsidio alguno. La mayoría de los redactores de Juventud Obrera eran dirigentes jocistas de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires y de algunas ciudades del interior, característica que convertía la publicación en una eminentemente urbana. No aparecían artículos escritos por sacerdotes, aunque sí referencias a la palabra de los principales referentes eclesiásticos del movimiento a nivel internacional como el fundador Cardjin.

La relevancia del periódico radica en que servía para reforzar el sentido de pertenencia de sus miembros y en relación con la sociedad publicitaba los objetivos y la presencia de la JOC en el ámbito laboral. A los fines de este trabajo, Juventud Obreranos transmite las ideas de los propios dirigentes y socios, aparentemente sin censura ni intermediación eclesiástica. La publicación representaba a la JOC porque comunicaba las problemáticas de las distintas diócesis, se difundía y efectivamente era leído por los socios [6] y porque marcaba las pautas de pensamiento y comportamiento ideales de los jocistas acerca del trabajo, la familia y el lugar de la mujer en el mundo. Empero, ese deber traslucía ciertas realidades de las clases populares que afectaban a los y las jocistas en primera persona y que perturbaban la función recristianizadora de la asociación.

La conexión entre el deber ser y el ser desde los propios miembros y la autonomía económica y de pensamiento de Juventud Obrera eran características distintivas respecto de otras asociaciones laicales como la ACA, que contaba con un número importante de publicaciones financiadas y controladas por la curia.

La “juventud” en la JOC

Las clasificaciones son divisiones arbitrarias performativas, puesto que en el proceso mismo de enunciación cobran realidad. Como dice Bourdieu (1992, p. 65), estructuran la percepción que los actores sociales tienen de su entorno. Asignan a diversos grupos ciertas conductas y valores que se van conformando socialmente, y sirven para marcar fronteras y legitimar un desigual acceso a los recursos materiales y simbólicos. Así, toda una serie de normas, comportamientos, instituciones, valores y ritos se conjugan para delinear identidades etarias, étnicas, de clase, de género, entre otras, cada una de ellas presentada como un todo homogéneo (Feixa, 1998, pp. 25 y 77-78).

En la iglesia argentina no todos los sectores eran interpelados con la misma intensidad a la hora de militar por una transformación social en clave cristiana. Existía un grupo al que se le prestaba particular atención y por ello era especialmente convocado: el de los “jóvenes católicos”. Como vimos en la introducción, tanto la ACA como la JOC estaban compuestas entera o parcialmente de “jóvenes” de ambos sexos. ¿Pero qué significaba ser joven en la Argentina de entreguerras? Diferentes cosas de acuerdo a dónde se hubiera nacido, crecido, estudiado o trabajado.

El discurso hegemónico consideraba a la juventud como una etapa intermedia, de preparación hacia la maduración total. Como instancia de mora que era palpable para los sectores altos y medios de la población. El concepto de juventud estaba moldeado por una cuestión de clase, pues en términos experienciales los sectores populares no vivían el ser joven como una transición, sino que pasaban sin escalas de la niñez a las responsabilidades propias de los adultos. Desde una perspectiva adultocéntrica el joven era representado como un ser en transición, incompleto y hasta no productivo, pero a la vez revolucionario, característica que podría convertirlo en alguien desviado y peligroso (Chaves, 2006, pp. 19-20). Esta potencial peligrosidad era aún más patente en el caso de los jóvenes de sectores populares y fue una idea que se profundizó luego de la jornada de apoyo popular a Perón el 17 de octubre de 1945 entre los sectores identificados con el antiperonismo. [7] Las representaciones de clase encuadraban al obrero en una persona poco confiable y en el caso de los y las jóvenes de la JOC, la clase social ponía en suspenso los valores espirituales asociados a la religión.

En esta línea, la visión eclesiástica argentina y la de los propios dirigentes laicales juveniles mostraban al joven como potencialmente útil, pero a la vez peligroso, dado que
se lo relacionaba con el cambio, la vitalidad, el optimismo, el idealismo,
pero también con la informalidad y la maleabilidad. Había que regular y controlar
esas energías pues podían conducir al “vicio” (Blanco, 2014, p. 216; Acha, 2016, p. 94).

Como su nombre lo indica, la Juventud Obrera Católica se proponía agrupar a varones y a mujeres que idealmente compartieran la triple caracterización de joven, trabajador y católico. De acuerdo con los estatutos, los miembros de la JOC debían ser varones solteros, de 14 a 25 años “en edad de elegir oficio asalariado; alumnos de escuelas profesionales e industriales, de artes y oficios; jóvenes trabajadores de fábricas y talleres, pequeños empleados de oficinas, de tiendas y almacenes, repartidores, cadetes, canillitas, etc.” [8] Por debajo de la edad jocista existía una sección preparatoria llamada PREJOC, que agrupaba a los varones de 12 a 14 años “que se orientan hacia la vida de trabajo”. [9] Quienes superaran los 25 años o se casaran pasaban a integrar su sindicato, en caso de que aún no se hubieran incorporado. Con los años se intentó fundar una sección denominada Liga de Obreros Católicos que contemplara a los trabajadores mayores de esa edad, pero la iniciativa no prosperó. A nivel del género también se fundó la JOC Femenina con la finalidad de “dignificar” la vida de trabajo de “las obreras auténticas, las pequeñas empleadas y aquellas que en sus casas se ocupen de los quehaceres domésticos, todos encuadrados dentro de los 15 a 25 años de edad. No pueden pertenecer al movimiento, las estudiantes, las profesionales, y aquellas empleadas cuyo alto sueldo las coloque fuera de la denominación de ´pequeñas empleadas´”. [10] Aquí vale la pena detenerse en las inclusiones y exclusiones de clase porque también nos hablan de las moralidades. Por un lado, se apartaba de la JOC Femenina a las mujeres de sectores medios y altos, que encontrarían “su lugar” en las ramas femeninas de la Acción Católica. Por otro, se incorporaba a las trabajadoras fabriles, entendidas como las “obreras auténticas” y a empleadas de módicos ingresos. Resulta llamativo el reconocimiento a los quehaceres domésticos, pero solo a los realizados por las amas de casa −seguramente de sectores humildes− y no a los llevados a cabo por empleadas domésticas. En el periódico las referencias sobre servicio doméstico exigían para este sector derechos laborales como el descanso semanal e instaban a la agremiación nacional. De todas maneras, no se especificaban las tareas encuadradas en tal servicio, pero la imagen que acompañaba el artículo representaba a un cocinero pelando papas. [11] A nivel gráfico, las excepcionales imágenes de la joven trabajadora de la JOC que el periódico transmitía referían a obreras industriales, a amas de casa y a “pequeñas empleadas” como costureras. [12] Probablemente la omisión de las trabajadoras domésticas se relacionara con dos cuestiones: una, porque ya la ACA se estaba ocupando de su organización, a través del Sindicato del Personal Doméstico de Casas Particulares fundado en 1944 bajo su dependencia administrativa y económica (Vázquez Lorda y Pérez, 2019). La otra, por la connotación social negativa que tenía esta actividad, asociada desde hacía décadas a la peligrosidad, la “mala vida” y el delito (Acha, 2013), comportamientos que el deber ser jocista condenaba y quería tener lejos.

En los varones las delimitaciones etarias y de actividades laborales de las normativas definían un perfil de niño y de joven en la JOC determinados más por la ocupación y la clase social que por la edad. Los estatutos eran claros en las inclusiones y las exclusiones, seguramente fundamentadas en diferencias experienciales pero también en barreras sociales que se tornaban infranqueables. [13] Por otro lado la diferenciación interna entre prejocistas y jocistas parecía más una respuesta a las actividades de los miembros (los primeros en la escuela de oficios y como aprendices y los segundoscon un pleno desempeño en la vida laboral) que a la correspondencia con la adolescencia y la juventud burguesas, respectivamente (Blanco, 2014, p. 216). En el otro extremo etario, ¿era realmente el matrimonio un rito de pasaje de la inmadurez a la madurez, de la liviandad a la responsabilidad? En el caso de los y las jocistas sin duda se trataba de asumir mayores compromisos, pero el cambio no era tan abrupto como para quienes solo estudiaban. Respecto de este punto, se incentivaba la unión conyugal jocista, aspecto que formaba parte del apostolado mismo de la JOC: la mejor familia era la integrada por jocistas que, con su influencia en la sociedad, podía contribuir a su transformación.

Desde la perspectiva eclesiástica, tanto la iglesia y la familia, la escuela y los maestros imbuidos de valores cristianos eran fundamentales en los jóvenes “durante el período de su formación” para hacer frente al mundo y sus peligros. Instrumentos de difusión como los libros, el cine o la radio podían transmitir mensajes concupiscentes que había que vigilar. La solución no era la segregación, sino la lucha “contra los errores del mundo” con las mismas armas: buenas lecturas y espectáculos educativos en radios, cines y teatros. [14] En esta misma línea se expresaba la Juventud Obrera internacional en sus flamantes estatutos de 1947 respecto de la centralidad de la formación educativa primero en la familia y luego en la escuela entre las y los jóvenes de hasta 16 años: “Que esta edad exige para los adolescentes y las muchachas un ambiente esencialmente educativo que los preserve de los contactos precoces con todo aquello que pueda favorecer la instabilidad [sic] física, intelectual y moral, resultante de la crisis de la pubertad”. [15]

Sin embargo, todas estas definiciones e ideales respecto de la juventud eran de difícil plasmación para el caso de los miembros de la JOC argentina. La idea de la juventud como etapa formativa, de inversión, de espera, de moratoria social, era poco realista para un prejocista que debía dejar la escuela e ir a trabajar de aprendiz. El periódico publicaba que, según estadísticas industriales, de 511.000 varones trabajadores de 14 a 18 años, solo 6300 estaban inscriptos en escuelas. [16] Esta prematura incursión laboral los alejaba de los adolescentes de otras clases sociales cuya cotidianidad era la vida escolar y los acercaba a los adultos de su misma clase. Más que compartir una cultura juvenil, a estos jóvenes los unía una rutina laboral y de responsabilidades, sin un matrimonio, pero con la exigencia −no siempre asumida−de aportar o sostener la economía familiar. [17]

La familia aparecía, pero en el pasado como dadora de una formación religiosa moralmente preventiva y luego recién en el futuro con el antiguo jocista ya casado y a cargo de su propio hogar (Blanco, 2014, p. 217), mientras los asesores eclesiásticos reconocían que la parroquia tampoco era un ámbito convocante para los jocistas. [18]

Para la asociación la temprana edad no era per se sinónimo de transformación positiva, fuerzas, renovación e ideales, como lo suponía el juvenilismo reformista. En este sentido, para la JOC los jóvenes, entre ellos los obreros, representaban la esperanza de cambio como próximos padres de familia y líderes sociales
solo si explotaban su capacidad transformadora en cierto sentido. Como Cristo con su doctrina y como Cardjin, quien expuso la problemática obrera a las jerarquías, los jocistas debían ser promotores de una revolución espiritual para la conformación de un elemento obrero diferente, en contraposición con los objetivos de los comunistas, quienes eran definidos como revolucionarios destructivos. [19]

En definitiva, las experiencias podían hacer de un joven un revolucionario o un ser nulo. [20] Como veremos a continuación, las historias de vida, las anécdotas y los ejemplos vertidos por los propios jocistas en su periódico dan cuenta de que no estaban exentos de convertirse en jóvenes viciosos y de espíritu viejo.

Los jóvenes de las clases populares, el (no) trabajo y la pérdida de la “dignidad”

La JOC representaba un apostolado circunscripto al ámbito de los trabajadores, que consistía en la observación, diagnóstico y discusión de su situación a fin de establecer soluciones viables que mejoraran su calidad de vida. Precisamente, esa era su nota identitaria: el método de trabajo según el “ver, juzgar, actuar” y la “revisión de vida”, que significaba un repaso consciente de los hechos diarios. Ambos priorizaban la acción en espacios cotidianos (la fábrica, el taller, la oficina, la calle, el sindicato) sobre la formación doctrinaria, con el objetivo de resolver problemas concretos de las personas. Por ejemplo, a través del planteo en el grupo de un problema en la parroquia, barrio o fábrica −“ver”−, se analizaban las causas y las consecuencias −“juzgar”−, y se decidía conjuntamente qué hacer ante circunstancias determinadas −“actuar”−. [21] Con las encuestas a los miembros también se recababa información sobre diversas problemáticas económico-sociales.

Desde la perspectiva de los propios dirigentes jocistas −ellos mismos obreros− que escribían en el periódico Juventud Obrera, el ser un joven, pero sobre todo de las clases populares, era un problema desde el punto de vista económico, social y moral. Los redactores basaban su posición en los resultados de diversas encuestas realizadas a los mismos jocistas, de acuerdo al método de la revisión de vida. En efecto, uno de los temas que aparecían en los números iniciales era la “Primera encuesta nacional sobre la desocupación de la juventud argentina” (el ver). En un análisis lineal de la problemática, los redactores encontraban en el desempleo y la falta de capacitación un círculo vicioso del que era difícil escapar: atribuían a la falta de capacitación en un oficio y a la incompetencia técnica las principales causas de despido (el juzgar). [22] La consecuencia era un mundo de degradación moral e ilicitud: la inutilidad para el trabajo, el fatalismo, la irreligión y el pesimismo iban ganando los ánimos. Por otro lado, esos momentos serían ocupados con el ocio, entendido como inacción y tiempo desaprovechado, y el “pecado” o las acciones moralmente repudiables desde la perspectiva católica. El ocio llevaba a la pereza y al tedio que podía conducir a comportamientos inapropiados. En términos económicos, “[e]l dinero que no se puede ganar trabajando, se quiere ganar jugando. Y esta es la puerta abierta que conduce a todos los vicios”. [23] En definitiva, la desocupación avizoraba un futuro juvenil sombrío que terminaba en la cárcel o en los hospitales. Pero en el periódico también había otras insinuaciones al delito, puntualmente al robo, cuando en la “Ley prejocista” se remarcaba que para ser obreros perfectos se debían respetar los bienes ajenos. [24]

Ahora bien, ¿era el pleno empleo la solución? La vida laboral y especialmente la fabril tenía sus ambivalencias. Si bien el trabajo dejaba poco tiempo para “pensar en el pecado”, [25] desde la visión de la JOC uno de los ámbitos laborales por antonomasia en las ciudades, la fábrica, era un espacio completamente deformador y moralmente peligroso para ambos sexos, y no solo para las mujeres (cf. Cosse, 2006, p. 32).

El trabajo femenino era considerado por la iglesia y por la asociación como una resignación ante la complejización social que perturbaba el ideal maternal de la mujer. [26] No obstante, cabe aclarar que este ideal maternalista y los resquemores morales hacia el trabajo fabril femenino no eran privativos del catolicismo, sino compartidos por casi todos los sectores sociales y políticos de la época. [27]

Se consideraba que las labores extradomésticas desvirtuaban a las mujeres desde diferentes perspectivas: las apartaba de sus casas y de su función natural de ser novias, esposas y madres; y puntualmente el trabajo fabril las embrutecía. No obstante, y para cumplir la misión recristianizadora de la asociación, las mismas jocistas promovían la conversión en delegadas gremiales para ganar los sindicatos por dentro. [28]

Pero lo peor se encontraba en el ambiente indecente y desmoralizador de la fábrica: el “trato inmoral” de algunos patrones hacia las aprendizas y las compañías de ambos sexos que les acercaban pornografía y las llevaban al coqueteo con hombres casados. Terminaban irreconocibles y convertidas en “las otras”. [29] ¿Quiénes eran esas otras? Probablemente las “desvergonzadas, atrevidas, provocadoras” que se arreglaban en demasía, que se insinuaban a los hombres, que iniciaban o continuaban conversaciones “groseras”, de acuerdo a ciertos parámetros de decencia familiar, respetabilidad y represión sexual provenientes de las clases altas y medias.

En sintonía con la preocupación de otros grupos católicos, ciertos críticos sociales y manuales de comportamiento (Milanesio, 2014, pp. 110, 148, 153 y 160), que venían de décadas atrás, los dirigentes jocistas criticaban a las “empleaditas” u “obreritas” que se pintaban o que se vestían exageradamente, aduciendo estos consumos a las malas influencias del cine, la prensa y las modas. Los modelos de vestir de mujer presentados en el periódico eran de mujeres recatadas, en un caso elegantes y más acordes al estereotipo de una empleada de comercio, y en el otro con un atuendo mucho más humilde. [30]

Sin embargo, no había que prejuzgar por una apariencia física que desde la visión jocista acercaba a las mujeres a la prostitución: “No olvidemos nunca: es de una mujer pública que Cristo hizo la primera de sus apóstoles.” Las asociaciones entre trabajo fabril y sexual continuaban cuando se mencionaba la potencial conversión de la dura ley del trabajo femenino extradoméstico “en una vergonzosa ley de prostitución”, cuando la trabajadora “no [se] respete a sí misma y tal vez sea causa de escándalo para los otros.” [31] Este comportamiento inadecuado hacía que las trabajadoras perdieran su femineidad, entendida como el halo puro que toda mujer debía tener en su función primordial de madre y esposa. La fábrica llevaba a una deformación moral que repercutía en la dignidad física y moral para contraer matrimonio y en la función educadora hacia su descendencia. [32] Es que la asociación estaba en contra de la emergencia de un nuevo modelo femenino con una sociabilidad más libre y una mayor exposición y atención del cuerpo, como ha estudiado Cosse (2006) para la época.

El matrimonio y la familia como pilar fundamental del orden social era uno de principios sostenidos por la iglesia pero también por la sociedad argentina. Durante el peronismo este modelo basado en la familia nuclear con hogar propio y el matrimonio como articulador en el horizonte de felicidad doméstico se mantuvo, aunque se avanzó en la supresión de discriminaciones hacia los hijos ilegítimos (Cosse, 2006, p. 21).

Para el caso de los varones Juventud Obrera reiteraba las advertencias sobre el ambiente tóxico, malsano, “corruptor y corrompido” de las fábricas y los talleres que resquebrajaban la moral y la inocencia de los aprendices. [33] Sin embargo, una particularidad a destacar de la JOC es que, a diferencia del doble estándar de moralidad de la época que solo exigía virginidad a las mujeres (Cosse, 2006, p. 32), la asociación subrayaba para ambos sexos la importancia de la contención de los impulsos sexuales y de la castidad como un orgullo y premio de clase heredable: “Es una fortuna que ningún millonario del mundo que se haya ‘divertido’ antes de casarse, pueda dar a sus hijos.” [34]

Cabe aclarar que la consideración del consumo de cines o bailes como actitudes superficiales, el rechazo a la ostentación y al consumismo, el énfasis en la austeridad, el autocontrol y la disciplina personal y laboral, el correcto comportamiento en el espacio público y en el privado, el respeto al prójimo y sobre todo al otro sexo en palabras y en actos era una marca en la ética jocista inspirada en la humildad de Jesucristo que tuvo continuidad décadas después en el asociacionismo católico juvenil, como muestra Dominella (2020, pp. 160-161).

El mal uso del tiempo libre y de los salarios

Desde las filas juveniles de la ACA fundadoras de la JOC había consenso en que “el joven [de la JOC] tiene necesidad de distraerse”, [35] de ahí la importancia de brindar una “sana” diversión y formación y un “buen uso” del tiempo libre para el “enriquecimiento integral”, a través de actividades al aire libre y ejercicio físico y de bibliotecas, salas de juegos, gimnasios, salas de reuniones con proyección de películas y teatro en los locales de la JOC. [36]

Sin embargo, estas alternativas (el obrar) parecían no ser suficientes contra la fábrica, que pasó a ser parte central de las interacciones diarias. El problema era que este entorno transponía el ambiente de trabajo e influía en todas las decisiones cotidianas de las y los jóvenes obreros.

Las malas compañías laborales muchas veces llevaban a un uso considerado desmoralizante de los domingos o feriados: el consumo de obras pornográficas, la frecuentación de cafés, bailes, cabarets, el vicio de las apuestas, entre otros. Por ello la JOC exigía a los poderes públicos la represión del juego y de lo que calificaban pornográfico en cines, playas y literatura y la “corrupción de menores”, [37] etiqueta jurídica que refería a la prostitución infantil y la pederastia. Este diagnóstico de 1944 se agravó con los años y el mayor nivel de vida alcanzado por los sectores trabajadores durante los gobiernos peronistas. [38] Los mejores salarios permitieron a los sectores populares una mayor participación en la cultura del consumo y una concreción en el mercado del ideal de justicia social. De todas maneras, tenemos que pensar que las diversas ofertas de la cultura de masas y su mayor demanda por el creciente poder adquisitivo de los asalariados se concentraba en la capital nacional y en el Gran Buenos Aires, que representaban 30% de la población y 40% del ingreso nacional (Milanesio, 2014, pp. 120 y 64).

En términos económicos, ya en 1947 y 1948 los católicos, a través de la JOC y de monseñor Gustavo Franceschi, director de la revista Criterio, advertían sobre el relajamiento productivo de los asalariados en momentos de pleno empleo y como contracara de su bienestar material. Acorde con el objetivo trazado de mayor productividad propuesto en el Primer Plan Quinquenal del gobierno peronista, la JOC exigía una mayor productividad cuyo resultado fuera redistribuido en pos del bienestar general. La campaña 1949 de la asociación insistía en la responsabilidad del trabajo obrero (la “conciencia profesional”) para lograr una mayor productividad. [39]

En sentido moral, en 1947 los dirigentes jocistas apoyaron el programa cultural propuesto por el Primer Plan Quinquenal de creación de bibliotecas, centros culturales y de estudio de la música, aunque advertían que ellos controlarían que el contenido de las propuestas no degradara a los obreros por medio de “lecturas perniciosas, poesías inmorales, danzas lascivas o pornográficas, etc.” Sin embargo, al año siguiente uno de los principales referentes eclesiásticos de la asociación, monseñor Enrique Rau, convocaba a los militantes a luchar contra una ola de inmoralidad popular que él aducía al mal gasto de los altos salarios. [40] Con los años, las críticas morales basadas en los testimonios de los mismos jocistas recrudecieron. Como ejemplo cito los “hechos de la vida real” transcriptos en 1952, cortas historias laborales y del uso del tiempo libre de obreros y obreras. Bajos salarios que se evaporaban en diversiones comercializadas: cines, juegos de apuestas (naipes, ruletas, hipódromos), alcoholismo, [41] concurrencia a la milonga, a boîtes, a teatros de revistas y a cabarets: [42]

Cabarets, dancings, teatros de revistas. Mujeres frívolas y que hacen de su belleza un comercio infame.

Tú vas en busca de una huída [sic], de una evasión que te haga olvidar tu vida de trabajo embrutecedora, cansadora, sucia y enervante.

Buscas un rato de amor pasajero, de “aventura nocturna” y no te das cuenta que esas noches de placer te cuestan la felicidad y la responsabilidad de tu vida futura, de tu seguridad, de tu responsabilidad, de tu salud.

El sudor y el sacrificio de tu salario va a parar a manos de mujeres que después se reirán de vivir a costillas de los “tarados y los zonzos”. [43]

Las recreaciones consideradas espurias aparecían desde la perspectiva católica como una hipoteca al porvenir económico y social del país por atentar contra la integridad del futuro marido y jefe de familia y como un peligro a la salud pública por la transmisión de enfermedades venéreas. Considero importante destacar de la fuente dos cuestiones: por un lado, el reconocimiento de la prostitución como parte del abanico de diversiones obreras de la que miembros de la JOC probablemente participaban. [44] Por otro, la imagen empoderada de las mujeres dedicadas a esos trabajos y burlándose del hombre que utilizaba esas diversiones, a diferencia de la visión médica y la autorrepresentación activa de los varones y pasiva de la mujer en el acto prostituyente (Simonetto, 2018, pp. 20-21; 2020-2021, p. 213).

Hay que tener en cuenta el deterioro de la situación económica del país en pocos años. Entre 1948 y 1952, el salario real había caído aproximadamente 20% (Rock, 1985, p. 301; Torre y Pastoriza, 2002, p. 281). En el periódico se afirmaba que hasta ese primer año las clases populares habían podido elevar su nivel económico, pero luego el costo de vida había dejado retrasado los salarios. De estos testimonios los jocistas concluían que existían dos realidades: salarios insuficientes y su mala utilización, al punto que diagnosticaban que en el mundo y en Argentina para el 90% de los trabajadores el sentido del salario era la diversión. En una crítica elíptica al peronismo afirmaban que quizá la explotación económica al obrero había mermado con las conquistas sociales, pero esta dominación de las diversiones se convertía en una explotación sutil aún más peligrosa que aquella. [45]

De todas maneras, cabe aclarar que la preocupación por ciertas prácticas ociosas y de consumo de la clase trabajadora no era privativa de asociaciones religiosas como la JOC o la ACA, como dan cuenta congresos de las regionales de la Confederación General del Trabajo sobre el problema del alcoholismo o los testimonios de dirigentes sindicales que temían por la salud y las inclinaciones sexuales de trabajadores afectos a los burdeles. [46] La respuesta del peronismo ante la condena social por estas prácticas de los sectores populares fue la denuncia de la existencia de una doble moral sobre los mismos comportamientos, benévola para los ricos y deleznable para los pobres (Cosse, 2006, p. 60; Milanesio, 2014, p. 207).

Este diagnóstico de juventudes obreras presas de diversiones nocivas y mercantilizadas analíticamente cobra otro sentido a la luz de las distinciones que hacía la JOC sobre las juventudes. Para ella había tres juventudes, la "comunista", la "política" (aquella que buscaba el beneficio personal en un puesto dado por el partido gobernante) y la indiferente (constituía la gran mayoría y solo se preocupaba por superficialidades, pero no por problemas económicos, sociales o espirituales). Desde la perspectiva de la asociación, era la mal llamada juventud, ignorante, incapaz y perdida. Contra ella se erigía la auténtica juventud, representada precisamente por los valores defendidos por la JOC (Blanco, 2014). Valores que, como vimos a lo largo del artículo, no necesariamente se condecían con las vivencias y deseos juveniles jocistas, más cercanos a los de las “juventudes indiferentes”.

Reflexiones finales

A través de encíclicas, pastorales, libros y revistas de editorial católica, boletines y publicaciones oficiales laicales, la jerarquía eclesiástica marcaba las directrices morales tanto para sus fieles como para el resto de la sociedad. La disponibilidad y el control de este armazón tecnológico y cultural fue fundamental para la difusión y circulación del proyecto orgánico de sociedad armónica que contenía el integralismo católico.

Para el caso de las publicaciones de la ACA argentina, estas evidenciaban un férreo control eclesiástico en la diagramación, contenidos y secciones. Los boletines fueron un instrumento de las jerarquías para inculcar su visión del mundo y unificar directivas de organización y funcionamiento para la cohesión y el control laical. Eran de compra y de lectura obligatorias de socios y socias y conformaban las bases escritas de la estructura ideológica de la asociación (Blanco, 2008, pp. 144-145). A diferencia de la ACA, las diversas publicaciones propias de los dirigentes de la JOC −como Juventud Obrera, Cruz y Espiga, Adelante, Pantalones Cortos, El Yunque (Blanco, 2011b)– o de asesores espirituales y de sacerdotes cercanos a la asociación (Notas de Pastoral Jocista) eran autónomas y libres de la censura de las jerarquías eclesiásticas. En otras palabras, a través de ellas podemos escuchar más claramente y sin intermediaciones las voces de sus miembros.

En este artículo, me focalicé en el análisis del periódico Juventud Obrera respecto de lo que el discurso del deber ser dejaba traslucir acerca de lo que los jocistas hacían y el contexto en el que se movían. Un deber ser y un ser evidenciado desde los propios protagonistas que eran quienes escribían la publicación.

La identidad es considerada desde el enfoque construccionista como una elaboración producto de la relación entre individuos y grupos que ocupan distintas posiciones de poder (Lomnitz, 2002, p. 29). En un sistema de dominación estas diferencias se traducen en identidades asignadas “desde arriba” a los grupos subalternos, con discursos, representaciones y prácticas que modelan sujetos. Así, no era lo mismo ser joven de las élites o los estratos medios, que un “muchacho” de las clases trabajadoras.

La naturalización de los estigmas estaba presente en el deber ser jocista que traslucía el periódico. Las voces de Juventud Obrera dan cuenta de dominaciones internalizadas, de hegemonías constitutivas incorporadas en los propios dirigentes jocistas por ejemplo acerca del ideal doméstico, apuntando a la conformación católica y burguesa de la familia nuclear como modelo de familia, con el padre proveedor y con la madre ama de casa y cuidadora de hijos escolarizados. Asimismo, adscribiendo a una conceptualización de desviación y peligrosidad de los sectores populares que los consideraba menos inteligentes, aptos, decentes y confiables que otras clases sociales.

En Juventud Obrera, los jocistas reproducían normas, un ideal y unos imaginarios internalizados sobre la juventud católica que estaban divorciados de la mayoría de sus vivencias, algunas relacionadas con actividades ilícitas y en torno de su sexualidad, tópicos incómodos para la iglesia. En este caso la juventud plebeya se presentaba a sus mismos protagonistas desde los preceptos católicos como un problema: la inclusión temprana en el mercado de trabajo que obligaba al abandono de sus estudios escolares y la socialización con influencias que los introducían en un mundo conceptuado de indecente e inmoral. El ser aparecía con el hacinamiento en viviendas plurifamiliares y con la apelación al alcohol, al juego, a la prostitución y a otros consumos de masa considerados superfluos en desmedro del “buen uso” del tiempo libre y del salario.

La JOC coincidió con el resto del catolicismo y de la sociedad en considerar que el destino natural de la mujer era ser esposa y madre, aunque su particularidad radicó en un discurso y acción de género relativamente igualadores: la fábrica era considerada perniciosa para ambos géneros y ante la dura vida extradoméstica la mujer era puesta en pie de igualdad con los hombres a nivel de derechos laborales y sindicales, respecto del descanso posterior a la jornada laboral y en exigencias morales. Era valorada e incluso aparecía empoderada como persona y en sus roles de trabajadora, dirigente sindical e incluso vendedora sexual.

En sentido análogo a lo que afirma Acha (2013) para las empleadas domésticas, las estructuras de subordinación de clase y de cultura condicionaban fuertemente a los y las jóvenes trabajadores de la JOC, quienes reproducían esa sujeción. Podemos mencionar como excepción el ejemplo de la superioridad moral del joven católico obrero respecto del rico en la preservación de su castidad. Sin embargo, aquí se apelaba a un ideal que no se trasladaba a otros planos ni tampoco tenía asidero en la vida real de estos jóvenes jocistas, que en cuanto a diversiones se comportaban de manera similar a otros jóvenes. En definitiva, ellos mismos desde y para su propio discurso heteronormado y actos terminaban siendo sospechosos y poco confiables. Y aquí radicaban las ansiedades moralizadoras, en ese malestar por la tensión entre las normativas y las expectativas y las realidades.

La JOC argentina tuvo una posición marginal dentro de la iglesia. Considero que esto en parte se debió a los temores que tanto las jerarquías, asesores eclesiásticos como jocistas tenían de la composición social de sus miembros. Desde el punto de vista laical la JOC era percibida como un movimiento peligroso, cuyos miembros podían llegar a politizar las estructuras de la iglesia por su origen social, por las temáticas tratadas y por la relación con trabajadores de diversas ideologías en los lugares de trabajo y dentro de los sindicatos. Asimismo, porque los preconceptos acerca de las clases sociales y la connotación peyorativa de lo obrero hechos propios por los mismos jocistas chocaba con las vivencias plebeyas. Las diferencias morales y de capacidades, naturalizadas constantemente a través de discursos y acciones de los jocistas, en conflicto con sus propias experiencias, más cercanas a la de otros sin moral católica, tornó dificultosa la concreción de “la hora de la clase obrera” contenida en el proyecto integralista.

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[1] Véanse distintas posturas historiográficas sobre las transformaciones de la iglesia argentina en la década de 1930 en Zanatta (1996); Lida y Mauro (2009) y Lida (2015).

[2] Acerca de la ACA hasta mediados del siglo XX puede consultarse Acha (2011a); Blanco (2008) y Bertolotto (2020). Sobre esta asociación desde una perspectiva de mediana duración ver Acha (2010 y 2016).

[3] Juventud Obrera,números 2, 6 y 46, junio de 1943, octubre de 1943 y 15 de marzo de 1947, respectivamente.

[4] Sobre el derrotero de la JOC luego del golpe de Estado de 1955 véase Soneira (2002); Blanco (2018) y Dominella (2020).

[5] A nivel internacional, los trabajos de Soares y Peixoto (2002) y García Mourelle (2010) también hacen alusión a una “mística jocista”.

[6] Entrevistas a dirigentes de la JOC de Córdoba y de Buenos Aires.

[7] A nivel social, para los socialistas y los comunistas los participantes del 17 y 18 de octubre no eran “auténticos obreros” , sino “maleantes y hampones”. Diario Córdoba,20 de octubre de 1945, p. 5; Los Principios, 20 de octubre de 1945, p. 3. En términos etarios, la prensa también hacía hincapié en que los manifestantes “más agresivos” eran jóvenes de 15 a 28 años. Diario La Capital, 20 de octubre de 1945, p. 3, citado en Acha (2011b, p. 46). Esta visión convivía con otra, alimentada en los discursos de Perón y observable en el cine y los radioteatros, que representaba a los jóvenes de los sectores humildes como la encarnación de la verdadera moral (Cosse, 2006, pp. 39-40; Gené, 2005 y Karush, 2013).

[8] Artículo 6 de los estatutos de la JOC en Boletín Oficial de la Acción Católica Argentina . Buenos Aires, número 228, abril de 1941, p. 224.

[9] Juventud Obrera,número 5, septiembre de 1943.

[10] Juventud Obrera,número 12, mayo de 1944.

[11] Juventud Obrera, número 24, junio de 1945.

[12] Ejemplos en Juventud Obrera,número 5, septiembre de 1943; número 26, agosto de 1945 y número 38, octubre de 1946.

[13] Las distinciones en la composición social entre las ramas juveniles de la ACA y de la JOC fueron mencionadas por los entrevistados jocistas, quienes percibían que dentro de la iglesia eran tratados con desprecio y lástima.

[14] Encíclica Divini Illius Magistri, de S. S. Pío XI sobre la educación cristiana, diciembre de 1929.

[15] Juventud Obrera, número 47, 1 de abril de 1947. La cursiva pertenece al original. Cabe aclarar que en Europa, sede de la JOC internacional, los varones de hasta 16 años todavía pertenecían a la PREJOC. Juventud Obrera, número 41, 1 de enero de 1947.

[16] Juventud Obrera, número 1, 1 de mayo de 1943. Estos números disonaban con otros brindados para años posteriores. En 1947 el Instituto Alejandro Bunge de Investigaciones Económicas, de orientación católica, sostenía que, de 550.000 jóvenes entre 14 y 18 años, 90.000 seguían estudios medios y especiales. El resto pasaba de la escuela primaria a “la vida”, o sea, el trabajo o la calle. Un año antes el presidente Perón afirmaba que solo egresaban del secundario y de la universidad 100.000 de 2.500.000 jóvenes aptos para la formación. Acha (2011b, pp. 41 y 49).

[17] Juventud Obrera, número 119, junio de 1952.

[18] Notas de Pastoral Jocista, marzo-abril de 1949, p. 20; julio-agosto de 1950, p. 13; mayo-junio de 1954, pp. 37-38; marzo-abril de 1956, p. 125.

[19] Juventud Obrera, número 29, noviembre de 1945; número 36, agosto de 1946 y número 120, julio de 1952.

[20] Juventud Obrera, número 18, octubre-noviembre de 1944.

[21] Boletín Oficial de la Acción Católica Argentina, Año XI, número 236, diciembre de 1941, p. 338.

[22] Juventud Obrera, número 4, agosto de 1943. Durante el bienio 1943-1944 el periódico abordó en numerosas oportunidades la desocupación como problema económico y social.

[23] Juventud Obrera, número 4, agosto de 1943. Sobre una cultura juvenil callejera y la asociación entre la desocupación, la vida en las calles y el delito véase Stagno (2019).

[24] Juventud Obrera, números 3, 4 y 5, julio, agosto y septiembre de 1943 y número 19, diciembre de 1944. Una propuesta de relación entre trabajo, antagonismo de clases y delito durante el primer peronismo en Acha (2013).

[25] Juventud Obrera, número 19, diciembre de 1944.

[26] Juventud Obrera, número 36, agosto de 1946; número 46, 15 de marzo de 1947; número 5, septiembre de 1943; número 26, agosto de 1945 y número 29, noviembre de 1945. Según datos brindados por Torre-Pastoriza (2002, p. 305) y Cosse (2006, p. 27) entre 1900 y 1947 el trabajo femenino extradoméstico se había reducido y cambiado en su composición, con un aumento del empleo industrial, administrativo y en el sistema educativo en desmedro del doméstico.

[27] Al respecto véase Juventud Obrera,número 5, septiembre de 1943; Cosse (2006, pp. 31-32); Bianchi y Sanchis (1988); James (2004,pp. 246-247, 251); Lobato (2004, pp. 194-195); Guy (1994); Ceruso, López Cantera y Piro Mittelman (2022, p. 25) y Milanesio (2014, p. 164).

[28] Juventud Obrera, número 46, 15 de marzo de 1947.

[29] Juventud Obrera, número, 26, 29, 36 y 125, de agosto y noviembre de 1945, agosto de 1946 y enero de 1953, respectivamente. ¿Qué entendían los católicos de aquella época por pornográfico o inmoral? Las referencias concretas mencionan aparatos donde se veían “hombres y mujeres desnudas que al mover una rosca aparecen haciendo movimientos”, espejitos de bolsillo que al revés tenían figuras pornográficas o publicidades vendiendo la imagen de felicidad de un hombre fumando con mujeres “bastante desvestidas”. También se consideraba inmoral la exhibición en vidrieras comerciales de prendas íntimas “en forma procaz o atentatoria.” Juventud Obrera, número 15, agosto de 1944; 125, enero de 1953 y 38, octubre de 1946. Se considera que la primera película argentina que mostró un desnudo fue El ángel desnudo (1946), donde la protagonista aparecía con la espalda descubierta. Según algunos testimonios, las películas con contenido sexual de la época a lo sumo mostraban un busto (Stagno, 2019, p. 87).

[30] Juventud Obrera, números 46 y 47, 15 de marzo y 1 de abril de 1947, respectivamente.

[31] Juventud Obrera, número 5, septiembre de 1943.

[32] Juventud Obrera, número 36, agosto de 1946 y 114, diciembre de 1951.

[33] Juventud Obrera, número 10 y 19, marzo y diciembre de 1944, respectivamente. Presbítero Norberto Derudi en Notas de Pastoral Jocista , julio-agosto 1953, pp. 10-11.

[34] Juventud Obrera, número 5, septiembre de 1943; número 36, agosto de 1946. Un análisis de los componentes clasistas en la rétorica jocista en Blanco (2015).

[35] Carlos Consigli, del centro del Perpetuo Socorro de la Juventud de Acción Católica de la ciudad de Córdoba, en las reuniones públicas de estudio. Página, Año II, número 16, noviembre de 1939, p. 4.

[36] Juventud Obrera, número 8, diciembre de 1943; número 1 y 3, mayo y julio de 1943 y número 18, octubre-noviembre de 1944.

[37] Juventud Obrera, números 17 y 18, octubre y noviembre de 1944. En este último número celebraban un decreto de la intendencia de Buenos Aires sobre el control moral de publicaciones.

[38] Entre 1945 y 1949 los salarios reales aumentaron 62%. Torre y Pastoriza (2002, pp. 279-280).

[39] Juventud Obrera,número 55, 1º de septiembre de 1947. Cf. Franceschi, “El ausentismo, las huelgas ilegales y el trabajo a desgano” en Criterio,9 de diciembre de 1948; Meinvielle en Notas de Pastoral Jocista, marzo-abril de 1956, pp. 73-78. Sobre la preocupación por el absentismo laboral véase Milanesio (2014, p. 121).

[40] Juventud Obrera, número 45, marzo de 1947; Caimari (1995, p. 300).

[41] Según Torre y Pastoriza (2002, pp. 282-283) entre 1946 y 1953 el mayor consumo de vino de mesa y de cerveza promovió un aumento de su producción del 35 y 41% respectivamente.

[42] Testimonios de otros críticos en la misma línea en Milanesio (2014, p. 125) y Meinvielle en Notas de Pastoral Jocista, marzo-abril de 1956, p. 77. Por el contrario, los medios afines al gobierno estimulaban a los trabajadores la emulación de consumos y gustos de los sectores altos y medios.

[43] Juventud Obrera, número 119, junio de 1952. Véanse testimonios de diversiones plebeyas masculinas en Acha y Ben (2004-2005).

[44] Los manuales de sexología de la época representaban a los trabajadores como mayores consumidores de prostitución que otros sectores sociales. Simonetto (2018, p. 21).

[45] Juventud Obrera, número 119, junio de 1952. Similares apreciaciones de otros sectores, incluidos los católicos, en Milanesio (2014, pp. 181 y 191).

[46] Boletín Oficial de la Acción Católica Argentina, 20 años de Acción Católica, 1931-1951 , Buenos Aires, abril de 1951, p. 107; Los Principios, 24 de julio de 1951, p. 3. Unos años antes el dirigente sindical lucifuercista José Quevedo aducía que los trabajadores no podían casarse por los bajos salarios y por eso debían apelar a prostitutas para calmar sus “necesidades fisiológicas” (Simonetto, 2018, p. 19; 2020-2021, p. 210).