El debate inconcluso de la romanización:

el caso itálico en la primera década de Ab Urbe Condita de Tito Livio

The Unfinished Romanization Debate:

The Italian case in Livy’s First Decade of Ab Urbe Condita

Daniel Nieto Orriols

(Universidad Andrés Bello)

daniel.nieto@unab.cl

Juan Pablo Prieto

(Universidad Andrés Bello)

j.prietoiomi1@uandresbello.edu

Resumen

El presente artículo aborda el estudio de la identidad romana republicano-imperial desde los principales análisis inspirados por la teoría de la romanización y la discusión conceptual que esta ha generado. Específicamente, se analiza el problema del rol de los itálicos en la construcción de la identidad romana en el período imperial de Augusto. En primer lugar, se ofrece una explicación de los paradigmas que analizan la identidad romana. En segundo lugar, se examina el problema de la identidad y de los itálicos en la primera década de Ab Urbe Condita de Tito Livio. Finalmente, considerando a Livio como un caso de estudio, se concluye que el paradigma de la “romanización renovada” se condice mejor con la información que se interpreta desde la fuente.

Palabras clave:Romanización; Identidad Romana; Itálicos; Tito Livio; Concordia Romana

Abstracts

This paper will appraise the study of Roman identity in the Republican and Imperial periods by building on the so-called “Romanization Theory”, and its resulting conceptual debates. Specifically, the role played by the Italians in the making of Imperial Roman identity at the time of Augustus will be critically evaluated. Firstly, the main modern theories on these historical processes will be briefly described. Secondly, the issue of Roman identity and the Italian question will be examined in the first decade of Livy’s Ab Urbe Condita (AUC). Thirdly, it is concluded that the best suited model for a successful assessment of this phenomenon in Livy’s work, is the so-called “Renewed Romanization”.

Keywords: Romanization; Roman Identity; Italians; Livy; Roman Concordia

Recibido: 28/11/2023

Evaluación: 06/02/2023

Aceptado: 12/05/2023

El debate inconcluso de la romanización:

el caso itálico en la primera década de Ab Urbe Condita de Tito Livio*

Desde que en la segunda mitad del siglo XIX la identidad se erigiera como un foco de interés en las investigaciones de la Urbs, uno de los temas centrales que ha guiado la discusión sobre el ser romano [1] es la teoría de la romanización. [2] Esta ha propiciado un ingente debate sobre los aspectos que constituyeron la romanidad, así como también la forma en la que los romanos dialogaron, influenciaron y se vieron afectados por los pueblos con los que interactuaron en su proceso imperialista.

Desde diversas perspectivas, a partir de la segunda mitad del siglo XX el paradigma de la romanización ha sido profundamente cuestionado, lo que ha conllevado la transformación de sus enfoques originales, considerados taxativos, hacia otros más mesurados. Dicho proceso ha promovido una interesante discusión entre teorías que discrepan respecto del concepto, los componentes y las posibilidades de extensión de la identidad, mientras que su desarrollo ha ampliado la comprensión del ser romano y las formas en las que se expresó en los territorios dominados por la Urbs.

A pesar de la multiplicidad de enfoques, en los estudios de la identidad romana distinguimos tres corrientes principales. En primer lugar, la teoría de la romanización en su versión clásica, que luego, producto de la actualización de sus principios, derivó hacia una propuesta que consideramos “renovada”. En segundo lugar, la teoría de la etnicidad, cuyas derivaciones consideran una propuesta de identidad “discrepante”. Finalmente, en tercer lugar, la teoría de la identidad cultural, que ofrece una aproximación entre las anteriores y, en buena medida, propicia la renovación de la primera. Cada una constituye un paradigma en sí mismo; sin embargo, se modifican y se complementan dialógicamente. [3]

Si bien los estudios de la identidad romana se han enfocado preferentemente en el Imperio, [4] un aspecto de la República conforma un tema central de la investigación, a saber, el problema itálico. [5] El rol de los socii en términos políticos y culturales resulta fundamental en el último siglo republicano, con énfasis tras la obtención de la civitas optimo iure, su acceso a las magistraturas y su protagonismo en el contexto faccionario y de marcada enemistad entre nobilitas y novitas, circunstancias todas en que los itálicos debieron legitimar su romanidad más allá del reconocimiento propiciado por la civitas [6] y promover lo que sería el fundamento de una identidad coherente con los desafíos del principado de Augusto. [7]

Se trata de un proceso complejo que no solo dio lugar a interpretaciones divergentes de la identidad en el período de inestabilidad tardorrepublicano, [8] sino que condujo a una crisis que afectó a Roma en su conjunto. [9] Una época de rupturas que solo se resolvería tras el Bellum Civile, cuando la “restauración” de la República por Augusto conllevó, a la vez que el restablecimiento institucional, la renovación de sus élites, proceso que implicó la integración efectiva de los itálicos y que condujo a la revolución cultural y al ajuste de unas identidades que propiciaron la unificación total de Italia. [10]

En este contexto, la adaptación del ser romano a la realidad social del Principado solo se comprende a partir de la implicancia y de la participación de los itálicos, pues se trata, en definitiva, de aquellos que se erigieron como agentes de una identidad que se consolidó tanto en la promoción de la memoria histórica como en la práctica política. En esta, mediante el ejercicio de magistraturas; en aquella, mediante la construcción de un ideario romano que incorpora a los itálicos en la tradición cultural romana. [11]

Desde estas consideraciones, y en función del problema itálico en la construcción identitaria en el período de Augusto, en el presente artículo ofrecemos, por un lado, una revisión de los principales paradigmas de la identidad romana y el modo en el que entregan perspectivas sobre los itálicos. Para ello consideramos, como eje central, el problema de la romanización y los debates interpretativos que ha generado. Por otro lado, analizamos la construcción identitaria itálica a partir de la primera década de Ab Urbe Condita de Tito Livio, [12] asumiendo en ella un ejercicio historiográfico que, fijando una interpretación canónica del pasado de Roma, [13] adapta el ser romano a los desafíos sociopolíticos de Augusto, con énfasis en la demanda de reconocimiento cultural de los itálicos.

Concebido como un caso de estudio, nos proponemos identificar si alguno de los paradigmas en cuestión resulta más coherente con el proceso identitario señalado, en particular con la información que interpretamos desde Livio, que es, en el contexto de Augusto, un itálico que construye la memoria histórica de Roma y que ofrece relevantes planteamientos de la identidad. [14]

El paradigma original: la romanización clásica

La romanización en su versión clásica advierte la identidad en términos político-jurídicos, por lo que el ser romano se entiende desde la pertenencia a una comunidad política cuyos límites fijados por la ley establecen las definiciones específicas de sus miembros. El paradigma es una interpretación fundada en el contexto histórico e historiográfico del siglo XIX, que, vinculando la nación con el Estado en términos de subordinación, [15] asume la identidad de un modo esencialista: ser romano supone vivir de acuerdo con las leyes de una comunidad cívica constituida por la Urbs . [16]

Desde estas consideraciones, la expansión romana y el traspaso de su cultura –la romanización– se asumen como fase de transformación total de las sociedades conquistadas, a las que se les reemplaza o substituye su identidad nativa por otra romana en una fase de aculturación. [17] Y es que la colonización se considera como un proceso en el que las comunidades indígenas se integran de manera efectiva a Roma, producto de un esfuerzo liderado por la institucionalidad y sus mecanismos de incorporación administrativa, lingüística, jurídica y militar. [18] En definitiva, en esta corriente se asume la identidad en términos políticos, y, por consiguiente, el imperialismo de la Urbscomo un proceso de conversión paulatina y efectiva al ser romano. [19]

En el análisis del problema itálico, el paradigma subyace a dos propuestas fundamentales de la identidad que han marcado la interpretación de la primera mitad del siglo XX. Se trata de los estudios promovidos por Theodor Mommsen y por Ronald Syme, [20] quienes advierten en los itálicos un grupo unificado tras su disputa con Roma, mientras que reconocen la unidad de Italia a través de la gestión de Julio César y de Augusto respectivamente. Estos, desde sus circunstancias, intereses y capacidades, generaron las posibilidades para que los itálicos consolidaran una suerte de proyecto nacional al que histórica y naturalmente estaban llamados, y en el que se destaca una Roma corrupta que los desdeñaba. [21]

Lo interesante de la propuesta estriba en la mirada de una Italia totalmente unificada en función de Roma, en una interpretación que obvia las diferencias de los aliados y de sus intereses por participar de la política romana en términos pragmáticos, más allá de sus adhesiones culturales. Se trata, entonces, de una perspectiva que asume la expansión de Roma por Italia como proceso unificador, y los métodos de incorporación administrativo y militar como garantes de una transformación total de los itálicos a la romanidad. [22]

Derrocando la romanización: la mirada de la etnicidad

Precisamente la mirada totalista de la primera corriente constituye el foco de reprobación de la segunda: la etnicidad. Surgida en la segunda mitad del siglo XX desde la disciplina arqueológica e inspirada en corrientes postcoloniales, [23] sus estudios se han centrado preferentemente en la cultura material, y sus análisis se dirigen a identificar las prácticas culturales comunes de las agrupaciones étnicas. [24] Respecto del concepto etnicidad, resulta complejo de precisar, puesto que adquiere sentido como proceso y como resultado. Como proceso, advierte los aspectos que inciden en la formación de la identidad étnica; como resultado, aquello que permite a una colectividad identificarse como grupo cultural. Es así un concepto que reemplaza al de identidad, puesto que lo contiene y lo aplica a comunidades específicas. [25]

Para el período en cuestión, la relevancia de los estudios de la etnicidad estriba en la puesta en valor de las etnias de la península itálica y el modo en el que sus individualidades dialogaron e incluso negociaron con el poder central, ámbito en el que convergieron diferentes intereses y necesidades que posibilitaron el intercambio cultural. Así, en este paradigma es fundamental el rechazo a la noción de la romanización como una fase de transformación cultural guiada por Roma, pues se considera que el intercambio entre grupos genera influencias mutuas; cuestión que, preferentemente, se plantea desde los vestigios arqueológicos. [26]

Este último aspecto resulta de principal importancia, pues la expansión romana por Italia no se comprende como una fase de unificación en el sentido puramente identitario, sino, principalmente, en términos de conveniencia política de acuerdo con los intereses de diferentes grupos étnicos. Estos, incluso, conservarían sus etnicidades tras su contacto e integración político-jurídica con Roma. [27]

En una mirada complementaria, pero algo extrema, la etnicidad se ha centrado en los factores que consolidaron, por un lado, identidades estáticas, asociadas a la etnicidad nativa previa a la conquista romana; y, por otro, identidades dinámicas, generadas por los cambios producidos en el encuentro con la Urbs. En sus múltiples aplicaciones, una parte relevante de los estudios debate con la corriente político-jurídica tradicional de la romanización, pues no reconoce en el imperialismo de Roma un proceso de cambio a la Romanitas,sino, por el contrario, de refuerzo a la identidad nativa mediante el rechazo y la discrepancia hacia la Urbs. [28]

Más allá de algunas posiciones extremas, la teoría de la etnicidad permite entrever agentes múltiples que contribuyeron a la identidad romana, perspectiva útil para reconocer los vínculos sociopolíticos de la península itálica en tiempos de la República y de Augusto. [29]

En principio, lo interesante de esta mirada radica en que el centro de atención no está en la homogeneidad de Italia, sino en su pluralidad. [30] En los análisis que ofrece la crítica especializada, no obstante, la identidad igualmente se observa en elementos de cohesión, en particular cuando se analiza a los itálicos como un grupo que se enfrenta a Roma, que se identifica desde conceptos comunes o incluso desde un etnónimo. [31] Y es que a pesar de las divergencias, la comprensión de la identidad supone, al menos como ejercicio contemporáneo, encontrar los puntos de convergencia entre los miembros que componen una sociedad, cuestión que obliga a identificar los aspectos semánticos, las representaciones o los simbolismos que los itálicos ocuparon como referentes dentro de Roma o fuera de ella.

Con todo, más allá de las diversas interpretaciones, se trata de un paradigma que permite comprender la pluralidad de pueblos que no solo dialogaron, sino que influyeron en la construcción de una romanidad itálica en el período en discusión. [32]

Vínculos y retornos: el paradigma cultural y la romanización

Precisamente en esta concepción más amplia de la identidad –que considera diversos agentes en su construcción– se propone el tercer paradigma, el cultural. Como respuesta a la crítica del conocimiento histórico generada por las perspectivas postmodernas y por los narrativismos, este paradigma vincula la corriente tradicional de la romanización con la etnicidad, y promueve una aproximación que aborda los diferentes espectros de la vida social bajo una dimensión común: el discurso. Centrándose en sus simbolismos, advierte la forma en que la sociedad entiende la realidad y la explicita a través de códigos comunes a quienes comparten la cultura, [33] proceso en el que inciden tanto los miembros del poder central como local. Así, en los diversos territorios romanos, los discursos de sus miembros remiten a su identidad. [34]

Aun cuando esta tercera corriente es diversa, sus representantes coinciden en valorar los planos privado y público para comprender las nociones del ser romano en el orden individual y colectivo, cuya conciliación conforma la identidad. En el ámbito público se presentan las normas sociales globales. Su adhesión por quienes componen la comunidad los ajusta en el ámbito privado y les otorga reconocimiento. Se trata de un sello que permite reconocer a quien forma parte del grupo y quien queda fuera, esto es, el “otro”. [35]

En esta perspectiva, para comprender la identidad son fundamentales los aspectos locales destacados por la etnicidad; sin embargo, se los considera en un marco de interacción más amplio, en el que, a través de una política de expansión y de conciliación con el poder central, se construyó una sociedad romana de alcance global. [36]

Este último aspecto constituye un foco de especial atención, pues la amplitud geográfica y la diversidad de pueblos que coexistieron bajo el alero de Roma implicaron un desafío en la construcción de marcos de referencia comunes, ejercicio que esta perspectiva reconoce en la ciudadanía romana y sus formas de significar la romanidad en escalas locales y globales. [37] En escala local, a través del ejercicio de la ciudadanía en las provincias; en escala global, mediante la adhesión a unas normas jurídicas y morales que definían a los miembros de la comunidad y que sustentaban a la civitas en términos históricos e ideológicos. [38] Se trata, en definitiva, de un recurso útil en la comunidad, ya que permite aunar diferentes realidades sociales bajo un estatuto común, así como también legitimar a quienes tienen la civitascon una suerte de membresía, más allá de sus diferencias étnicas y de sus prácticas culturales específicas.

En este marco, el paradigma retoma muchos elementos institucionales de la teoría de la romanización clásica –sistema institucional, administrativo, militar, lingüístico, entre otros–, pero no los analiza desde el carácter formal, sino desde el sentido simbólico e ideológico que les subyace. Conformando una nueva mirada respecto de los fundamentos del paradigma y de los fenómenos que estudia, el giro cultural abandona la mirada totalista y adquiere una perspectiva de análisis más equilibrada, que, como ya hemos señalado, identificamos como “romanización renovada”. Esta asume las diferencias de las sociedades que compusieron Roma, y considera, además, las condiciones y el tipo de recursos que permitieron la construcción de un espacio de influencias culturales bilaterales. [39]

En esta propuesta renovada, el problema itálico adquiere vital importancia, ya que permite una reflexión de los aportes que los romanos, a través de siglos de vinculación civil y militar, entregaron a los aliados; pero también, con énfasis, el rol que estos últimos tuvieron frente a la communitas en tanto agentes de la identidad. [40] Más allá de los detalles, el análisis de la romanización desde esta perspectiva ofrece unos principios metodológicos y hermenéuticos del todo interesantes para el período de nuestro estudio: una época en la que los traspasos y las adaptaciones de la tradición republicana dieron lugar a la cultura política del Principado, así como también a la construcción de una Romanitas de fuertes implicancias itálicas.

Habida cuenta de los paradigmas de identidad y de los desafíos identitarios del período de Augusto, a continuación analizamos el problema de la construcción identitaria por parte de Tito Livio en la primera década de AUC. Como historiador de orígenes itálicos, su obra ofrece una imagen de la romanidad que dialoga con su tiempo, y responde, además, a los procesos de intercambio romano-itálico y de consolidación cultural en momentos de crisis y restauración sociopolítica: el fin de la República y los inicios del principado. [41]

La presencia de los itálicos en AUC ha sido profundamente analizada por la crítica, que disiente respecto de su caracterización, del rol que cumplen en el relato y de los problemas identitarios que se desprenden de su desempeño. La propuesta más tradicional, representadas por Ronald Syme y por Torrey James Luce, identifica la perspectiva romanocéntrica de Livio y su interpretación histórica proimperial, así como la influencia de ello en su posicionamiento hacia los pueblos de Italia, que no reconocen ni benevolente ni detallada. Antes bien, a pesar de los orígenes paduanos de Livio, ambos autores advierten una evaluación poco amigable hacia los pueblos itálicos, a los que se exhibe, en no pocas ocasiones, como enemigos que representan un contraste de valores y de virtudes con Roma. [42] En opinión de Luce, Tito Livio apenas si pone atención en los pueblos itálicos, y su tratamiento no ahonda ni en sus diferencias específicas ni con Roma. Salvo en el caso sabino, cuando Livio aborda a los itálicos los refiere en sus roles de enemigos o de ciudadanos, condiciones ambas en las que no detalla las particularidades de su identidad. [43]

La explicación del fenómeno respondería, según Luce, a una posible descripción para otorgar verosimilitud al relato, toda vez que los itálicos del período que Livio narra no serían ciudadanos de pleno derecho de la Urbs, con lo cual se ofrecería una imagen más realista del período tratado. Con todo, no muestra convicción sobre este último punto, sobre el cual, afirma, no hay evidencia suficiente. [44]

La contraparte de estas interpretaciones se encuentra, con especial fuerza, en D. S. Levene, quien analiza el problema de la identidad en AUC a la luz de la perspectiva de la etnicidad. [45] Respecto de las descripciones, destaca la importancia de los estereotipos étnicos en Livio, quien expone retratos de la tradición literaria conocidos y esperados por su audiencia como un recurso efectivo para otorgar verosimilitud al relato. De acuerdo con Levene, esta es una cuestión fundamental del problema identitario, pues las descripciones de AUC responderían a un retrato considerado real por el público, lo que permite advertir, por un lado, un modelo sociocultural de los romanos; y, por otro, que la imagen étnica de Livio no necesariamente es una concepción propia, sino un recurso historiográfico que, incluso siguiendo la tradición, no es rígido y otorga espacios a la novedad. En este marco, respecto de la identidad itálica, Levene disiente con la tradición, por cuanto reconoce en Livio una especial consciencia del problema de la identidad, con énfasis en el sentido histórico en el que las identidades itálica y romana se confunden con el desarrollo de la historia romana. Inmerso en un contexto augustal y en el que la noción tota Italia adquiere una función propagandística, Levene reconoce en Livio a un historiador que comprende los problemas políticos e históricos de la identidad, y advierte, asimismo, que las descripciones étnicas son un intento por expresar diferencias que se enmarcan en una identidad más amplia, cuyos factores políticos positivos y negativos se presentan equilibradamente. [46] La conciencia de Livio está en mostrar que la etnicidad de los pueblos paulatinamente configura la realidad sociocultural romana, mientras que su principal desafío está en la construcción de una obra que expone, en función de su presente, una sociedad en la que los pueblos itálicos, y luego incluso no itálicos, serán parte de Roma. [47]

Más allá de los detalles, el análisis que proponemos encuentra coincidencias con Levene, cuya aproximación nos parece fundamental a la hora de concebir tanto la descripción de los itálicos como la función historiográfica del texto, con énfasis en el contexto de su producción y de su audiencia.

Tito Livio: itálicos e identidad en la primera década de Ab Urbe Condita

Desde una mirada global, la primera década de AUCes un espacio significativo para el análisis de los pueblos itálicos: se trata de los libros en los que Roma consolida su poder en la península itálica y disputa con los principales itálicos que luego serán sus aliados o súbditos. [48] A lo largo de la década, Livio ofrece múltiples caracterizaciones de estos pueblos en función de diversos criterios: la geografía, el ejercicio político, la actitud frente a la guerra, el respeto a los tratados, entre otros. [49] Todo ello entrega una imagen de Italia [50] y del carácter de sus pueblos, [51] en lo que parece mostrar una variedad de grupos que Roma enfrenta por causas de su política interior o exterior. [52]

Lo interesante del relato, no obstante, es que esa heterogeneidad paulatinamente se diluye y toma sentido en la historia de la Urbs, pues su relación se genera no solo en términos bélicos o políticos, sino profundamente culturales. [53] En este marco, la vinculación que Livio muestra es tan estrecha que, a pesar de sus diferencias, los itálicos se transforman en agentes de la identidad de Roma, a través de un ejercicio que consagra una tradición valórica y moral fundamentada en prácticas políticas y en costumbres que consolidan la grandeza de la Urbs y que se transforman en exempla.

Lo anterior lo vemos, con énfasis, en el período monárquico, en el que los itálicos son protagonistas en los momentos fundacionales de Roma y en los que le otorgan su grandeza política y sus costumbres. En este proceso destacan dos momentos clave marcados por la monarquía de Rómulo y los reyes que lo suceden.

Los tiempos de Rómulo, fundacionales por definición, destacan por su espíritu integrador, en particular tras la apertura del asilo y el llamado a individuos de diverso origen que llegan a Roma, a quienes se recibe y se unifica a través de las leyes; es decir, se los transforma en ciudadanos. [54] Advierte Livio que Rómulo:

Una vez realizadas ritualmente las ceremonias religiosas y convocada a asamblea la población, que únicamente a través de lazos jurídicos podía cohesionarse como un solo pueblo, les dio leyes [55] [y luego] [c]on el fin de incrementar la población […] abrió un asilo […] desde los pueblos vecinos un aluvión de gentes de todas clases, sin distinción de esclavos y libres, ansiosos de novedad, acudieron a refugiarse allí, y esta fue la primera aportación sólida en orden a las proporciones del trazado urbano. [56]

El ejercicio propuesto por Rómulo se destaca por dos aspectos esenciales: en primer lugar, enfatiza en los orígenes heterogéneos de una Roma que se unifica mediante la civitas, ícono de la identidad; [57] y, en segundo lugar, pone de manifiesto que se trata de una acción que establece lazos permanentes, cuya ejecución supuso unas prácticas rituales y una integración efectiva que constituyó la primera communitas.

A pesar del tenor político y jurídico de la civitas, Tito Livio no centra su atención en ello, [58] sino en una concesión de ciudadanía que, instalada por Rómulo, se transforma en una tradición que luego continuarán la mayoría de los reyes sucesivos con otros pueblos de Italia, en un ejercicio que, de manera sistemática, parece consolidar una práctica de integración. [59] Así, Tulo Hostilio integró a los albanos como ciudadanos y Anco Marcio hizo lo propio con los latinos, episodios en los que Livio nuevamente omite aspectos institucionales de la civitas y pone el énfasis en una suerte de práctica concebida como costumbre. De este modo se desprende cuando se refiere a que Anco Marcio actuó según “la costumbre de los reyes predecesores”. [60]

La presentación de los reyes siguiendo la tradición los instala como herederos y protagonistas de un legado fundacional de la Roma misma; sin embargo, el principal factor de interés viene dado por el sentido que Livio otorga al contexto general de los monarcas, cuya mirada favorable –salvo en el caso de Tarquinio el Soberbio– destaca una correcta gestión pública y los aspectos personales que conducen a la consolidación de una cultura ejemplar que logra la unidad y la paz a través de la concordia.

En este sentido, a pesar de sus diferencias, en casi todos los reyes de Roma hay una evaluación principalmente favorable por parte del autor, a quienes, además, destaca por su origen itálico. Así lo vemos, por ejemplo, en el rey sabino Tacio, que, posterior al rapto de las sabinas, no solo gobierna junto a Rómulo, “sino también de pleno acuerdo”. [61] En este marco, si bien Livio no se detiene mayormente en el retrato y deja entrever errores en el proceder del rey, [62] la mención imbrica la gestión de Tacio con la de Rómulo, y destaca, asimismo, el tenor de la concordia en la consolidación de la estabilidad y del poder de Roma, aspecto central de la historia romana en general y de la primera década en particular. [63]

Por su parte, el latino Tulo Hostilio, aunque debatible, es también un caso favorable. [64] Livio advierte que el monarca “fue incluso más belicoso que Rómulo”, [65] carácter que, si bien lo llevó a la guerra contra los albanos, [66] consiguió también la expansión de Roma. Asimismo, Livio lo destaca por su intervención frente a la pena capital decretada por los duumviros sobre Horacio por la muerte de su hermana, situación en la que destaca la apelación recomendada por el monarca y lo señala como “intérprete indulgente de la ley”. [67]

El caso de Anco Marcio no se aleja de los anteriores. Aunque Livio no se extiende con detalles, pone en valor al monarca por tres aspectos claves. En primer lugar, su parentesco con Numa Pompilio, [68] rey notable de origen sabino que, de forma analógica, lo integra en el devenir romano con benevolencia. En segundo lugar, su consideración a la tradición y a la pietas, que se evidencia en sus primeras disposiciones como monarca: el retorno a las costumbres y principios de Numa y la práctica del culto público. [69] Finalmente, en tercer lugar, un carácter mesurado que lo sitúa entre dos de los mejores reyes: Anco tenía un carácter medio que recordaba tanto a Rómulo como a Numa”. [70]

Con Tarquinio Prisco la evaluación es ambigua. Por un lado, se trata de un etrusco, [71] pueblo que Livio en ocasiones considera diferente a los demás itálicos. [72] Por otro lado, su arribo al poder es fruto de la ambitio, [73] inclinación que, de acuerdo con la tradición republicana, bien orientada conduce a la virtus, pero que en descontrol deviene vicio, cuestión frecuente en la época republicana. [74] Este último punto se equilibra, empero, con el contexto de su designación y su desempeño como rey. En el primero, el propio Tarquinio arguye una tradición romana integradora. Esta promueve una adhesión de tipo cultural, como se desprende de su discurso respecto de los monarcas extranjeros precedentes que enaltecieron a Roma [75] y, acto seguido, la mención de su propio aprendizaje de las leyes y las instituciones religiosas romanas. [76] Respecto del segundo, su desempeño, Livio lo destaca favorablemente, cuestión clara cuando se refiere a sus cualidades personales, su política de ampliación del senado y sus victorias militares, factores que adquieren especial significación si se considera el prodigio del águila apenas Tarquinio llegó al Janículo, que enmarca el relato y el devenir del monarca. [77]

También a propósito del destino divino se presenta Servio Tulio, cuya legitimidad regia se consolida con el prodigio del fuego en su cabeza durante su niñez. [78] Un aspecto de sumo interés del monarca es su origen servil, que no fue impedimento para que una vez instruido se erigiera en rey. En este sentido, cuenta Livio que, visto el prodigio por Tarquinio Prisco y su familia:

A partir de entonces, comienzan a tratar al niño como a su hijo y a hacerle adquirir todos los conocimientos con que elevan el espíritu a nivel de una condición elevada. El éxito fue fácil, los dioses lo tenían en el corazón. La adolescencia desarrolló en él cualidades verdaderamente regias; de modo que, al momento de buscar un yerno, Tarquinio no pudo encontrar a nadie en la juventud romana que fuera comparable a él en ningún aspecto, y él le entregó a su hija. [79]

La educación en manos de Tanáquil y de Tarquinio evidencia la continuación de una tradición romana que se consolida en Servio Tulio, cuyo nombre latino reafirma el sentido de una Roma que integra a los itálicos y los forma como romanos; al tiempo que estos últimos, mediante una cultura que se consolida con los monarcas, se ven afectados por los itálicos y por sus costumbres. De este modo se observa, con énfasis, en el más representativo de los reyes itálicos que contribuyen a Roma: Numa Pompilio. En efecto, Livio destaca explícitamente su excelencia. Esta se manifiesta en su gobierno y en su naturaleza, que el historiador patavino destaca virtuosa a causa de su educación sabina:

yo soy más bien de la opinión de que Numa, por su propia inclinación natural, labró su espíritu virtuoso, y que se formó no tanto en la doctrina forastera cuanto en la educación rígida y severa de los antiguos sabinos, gente de una integridad por entonces sin igual. [80]

El caso de Numa es notable, pues exhibe la grandeza de las costumbres itálicas y se erige como un vínculo entre estas y los romanos. Estos últimos parecen integrar, mediante la gestión política del rey, una moral que luego será parte de su cultura, como se observa en su presencia permanente al momento de ponderar y vincular el beneficio de los monarcas que lo suceden. No por nada Numa será reconocido como rey sin la objeción del Senado, que sanciona su elección de forma expedita y reconoce su talante acorde al bienestar de los romanos. [81]

Más allá de los detalles, la monarquía en Livio deja en claro dos cuestiones medulares en el problema de la identidad. Por un lado, el rol central de los pueblos de Italia en la historia romana en función de su representación regia, cuya presencia favorable se muestra desde los orígenes de la Urbs. Por otro lado, la intención por mostrar que las costumbres que llevaron a Roma a la grandeza fueron instaladas por los monarcas itálicos, ora mediante la consolidación de una tradición propiciada por Rómulo, ora mediante la incorporación de costumbres cívicas, militares y religiosas que se erigieron en exempla. Y es que Livio parece mostrar, de manera paulatina pero sostenida, un mos maiorum de tenor itálico que fundamenta la cultura romana; un ejercicio que no pretende tanto exponer la romanidad itálica, sino más bien, en una suerte de inversión, plantear la italicidad de Roma.

Lo anterior se torna especialmente significativo cuando se instaura la República, momento en que la concordia permitió la conquista de la libertas y la construcción de una c ommunitas fundamentada en el bien común. [82] Las acciones que posibilitaron la grandeza de aquel momento se fundamentaron en las costumbres de los antepasados ilustres de Roma, aquellas consagradas por la tradición itálica en el libro 1 y que Livio se dedicará a refrendar desde los libros 2 al 10.

En este sentido, llama poderosamente la atención que, aun cuando durante la República la Urbs iniciará múltiples enfrentamientos con los itálicos, salvo en casos muy particulares –ecuos y volscos, por ejemplo–, Livio muestra que el conflicto no resulta tanto de la belicosidad itálica cuanto de la pérdida de la concordia entre republicanos, cuyos actos de sedición interna se manifiestan, de manera análoga, en su política exterior con los itálicos.

El problema en cuestión resulta sumamente interesante, por cuanto la concordia representa uno de los pilares clave en la estabilidad política de Roma a lo largo de la República; y será, por lo mismo, un tópico frecuente en autores previos y posteriores a Livio. Claros ejemplos vemos, en la época republicana, en las referencias de Cicerón a la constitución mixta de Roma, [83] cuyo equilibrio de poder implicaba, precisamente, la conservación de la concordia ordinum; o, citando ya un caso imperial, las referencias de Apiano, que celebra un modelo de res publica que consolidó el diálogo y el acuerdo entre patricios y plebeyos durante más de tres siglos. [84]

Con el tópico de la concordia, entonces, Livio no pretende originalidad, así como tampoco con la idea de que su ausencia, la discordia , conlleva enfrentamientos bélicos con potencias foráneas. [85] Después de todo, ya en el siglo I a.C. Salustio advierte de la situación, en particular cuando argumenta que la guerra contra Yugurta (111-105 a.C.) resultó de la crisis interior de los romanos; producto, en última instancia, de la pérdida del metus hostilis tras la destrucción de Cartago en 146 a.C., enemigo histórico de Roma. [86]

A diferencia de Salustio y de su metus Punicus, [87] Livio nunca propone un metus Italicus, puesto que no pretende mostrarlos como enemigos acérrimos de la Urbs, sino como pueblos que integran y que constituyen la propia romanidad. De modo que la novedad de Livio no radica en el uso del tópico, sino en el rol que le asigna frente a los itálicos. De forma dialógica, pues, son estos quienes reflejan y sufren la falta de concordia romana. La reflejan, por cuanto la discordia moviliza a la guerra contra itálicos; la sufren, por cuanto participan de esta como enemigos o como tropas auxiliares romanas.

Con todo, lo interesante de la narración es que la discordia y la guerra siempre se producen por la vulneración del mos maiorum, ese que los itálicos ayudaron a construir a través de sus monarcas y que luego, ya en tiempos republicanos, constituye el sustento de la libertas. En este marco, más allá de casos puntuales, lo interesante de los itálicos es su presencia permanente y su rol en AUC, donde operan como fundadores y mediadores de la tradición cultural de la Urbs. Un carácter protagonista en el que Livio insiste y reafirma a través de casos que evidencian la proximidad romano-itálica y el problema de la disputa para la estabilidad de Roma, así como también la directa conexión entre el abandono de los valores fundantes, la pérdida de concordia y la disputa con los itálicos.

Múltiples ejemplos se observan en la narración, aunque dos casos resultan sumamente ilustrativos. El primero es el peligro que implica para Roma la defección de latinos y hérnicos, momento en que Livio no se enfoca en la defección como deslealtad o vulneración de los tratados, sino que destaca la acción como resultado del quehacer disruptivo de Marco Manlio Capitolino, que genera discordia y disputa al interior de la Urbs :

[…] una guerra de gravedad se inició en el exterior y una sedición más grave en el interior: guerra de los volscos unida a la defección de latinos y hérnicos, sedición nacida donde menos se podía temer, en un hombre de familia patricia y de fama insigne, Marco Manlio Capitolino. Este, de un espíritu desmesurado, menospreciaba a los demás hombres ilustres y envidiaba a uno solo eminente tanto por sus honores como por sus méritos, Marco Furio […] [88]

El segundo caso lo encontramos en el icónico episodio de las horcas caudinas, [89] cuando el general samnita Cayo Poncio advierte a los romanos la violación del tratado [90] y la injusticia de la guerra, actitud que será acompañada, según Livio, del apoyo de los dioses a los samnitas y del resultado desfavorable a los romanos. [91] Cuenta Livio que, previo a la guerra, Ponció señaló:

¿En qué más, romano, estoy en deuda contigo o con el tratado, o con los dioses testigos del tratado? ¿Qué persona voy a proponer como juez de tus iras y de mi castigo? No recuso a nadie, sea un pueblo o un ciudadano particular. Y si al débil no le asiste ninguna ley humana frente al más fuerte, en ese caso yo me acogeré a los dioses vengadores de la tiranía intolerable y les suplicaré que dirijan sus iras contra aquellos a los que no les basta con la restitución de lo que era suyo, ni incrementado con lo que era de otros; cuya crueldad no se sacia ni con la muerte de los culpables ni con la entrega de sus cuerpos sin vida, ni aunque vaya seguida de sus bienes la entrega de sus dueños, a no ser que les ofrezcamos nuestra sangre para que la beban y nuestras entrañas para que las desgarren. La guerra, samnitas, es justa cuando es una necesidad y las armas legítimas para aquellos a los que no se les deja más esperanza que las armas. Por consiguiente, como la mayor importancia de las empresas humanas se cifra en cuál de ellas tiene a los dioses a su favor y cuál en contra, tened por seguro que las guerras anteriores las hiciste en contra de los dioses más que de los hombres, y que esta que ahora se avecina la vais a hacer guiados por los propios dioses. [92]

El discurso de Poncio es de suma relevancia, pues, además de que refleja una crítica al comportamiento de la Urbs, lo hace desde los principios jurídicos del derecho romano, evidenciando así a un samnita que conoce el Ius Belli y lo utiliza con justicia, habida cuenta de que los dioses apoyan su moción. [93]

En este sentido, la propuesta de Livio muestra a un grupo itálico que conoce la intimidad de los romanos, o que, por el contexto histórico, bien podría constituir un grupo cuya profunda convivencia con la cultura romana conllevó la asunción de sus principios normativos. Después de todo, se trata de sabinos, aquellos de los que Livio destaca, ya desde Tacio y desde Numa, su participación y su aporte a la cultura romana. El caso en cuestión es, de este modo, una muestra de la proximidad romana e itálica mediante ejemplos analógicos y sugerentes. Con todo, la fuerza expresiva del episodio también refuerza la idea de una Roma cuya discordia afecta en la violación del tratado con los samnitas, y destaca en Cayo Poncio a un sabino que, por oposición a los romanos de entonces, perfila un exemplum de romanidad.

La proximidad de los sabinos, sin embargo, no es un privilegio de ese grupo itálico, sino que se trata de una condición que Livio reconoce también en otros. Así, destaca la participación fundamental de latinos y de hérnicos en la defensa romana frente a Veyos; [94] un tipo de participación militar que el autor expone con frecuencia al precisar la composición de las cohortes de aliados, [95] que en más de una ocasión salvan a Roma del desastre, [96] y que, incluso, en algunos casos, a pesar de no ser romanas, sufren los mismos males que las tropas de la Urbs. [97] Un caso especialmente significativo es el de los aliados de Túsculo, que Lucio Quincio Cincinato, exemplum romano, destaca fundamentales por su apoyo y su cercanía. [98]

A través de estos ejemplos, Livio construye una memoria histórica en la que los itálicos adquieren un tono ejemplar y se muestran próximos a los romanos y a su desarrollo histórico, como si se tratara de un mismo pueblo. A este respecto, probablemente uno de los casos más icónicos se evidencia en la guerra contra los galos. Frente al inminente enfrentamiento, el cónsul, Marco Popilio Lenate, se dirige a los romanos a través de una arenga que remarca la diferencia entre disputar contra los galos, un pueblo bárbaro y en extremo belicoso, y luchar contra los pueblos de Italia, en particular latinos y sabinos, a quienes con facilidad se los convierte de enemigos en amigos. Frente al cansancio, la desazón y la inactividad de las tropas romanas, señala:

¿Por qué estáis ahí parados, soldados? El enemigo con el que os las veis no es el latino o el sabino, al que poder convertir de enemigo en aliado una vez vencido con las armas; hemos desenvainado la espada contra animales salvajes; hay que verter toda su sangre o entregar la nuestra. [99]

Otro ejemplo paradigmático vemos en la guerra contra los latinos. En los preludios del conflicto, en el senado se destaca la importancia de retomar la tradicional disciplina militar en el ejército romano, [100] máxime cuando se disputa con un pueblo cuyas tropas se consideran “semejantes en lengua, costumbres, tipo de armamento y, sobre todo, instituciones militares”. [101] Una similitud tan profunda que, para evitar confusiones y ataques entre los propios romanos en el fragor de la batalla, “los cónsules proclaman que nadie abandone su lugar para luchar contra el enemigo”. [102] La imagen de proximidad que Livio muestra entre romanos y latinos es ilustrativa y funcional a sus propósitos historiográficos. No obstante, es su ponderación final del conflicto lo que sella la idea de unos romanos en intimidad con los itálicos, cuestión clara al considerar la lucha “extremadamente similar a una guerra civil”. [103] Una expresión profundamente simbólica que, de todos modos, no solo se aplica a la guerra contra los latinos de la época republicana, sino también contra los albanos de la época monárquica, cuyo enfrentamiento con la Roma de Tulo Hostilio Livio reconoce “muy parecido a una guerra civil, casi entre padres e hijos”. [104]

Más allá de los detalles, pareciera que la intención de Livio es destacar la participación de los itálicos a través de la historia republicana, así como también remarcar que el poder de Roma estriba en una concordia que solo se sostiene desde las costumbres instaladas por los itálicos en los tiempos de la monarquía, y que luego se recuerdan y remarcan mediante contextos de concordia y de discordia. La concordia conduce al equilibro del poder al interior de Roma y a un vínculo pacífico con los itálicos, que participan de la historia romana comportándose como romanos propiamente tales, más allá de su estatus ciudadano, como demuestran los ejemplos de algunos sabinos y latinos que siguen la tradición y las costumbres.

En este marco, a través de la narración, la participación de los itálicos en AUC se comprende desde una presencia constante en el avance histórico de la Urbs, aunque su particularidad está en la generación de episodios que recuerdan siempre los exempla de los primeros ciudadanos que instalaron un mos maiorumde implicancia itálica. La primera década, de este modo, plantea un modelo historiográfico de avance histórico con retornos moralizantes, cuyo propósito es legitimar a los itálicos y su rol en la construcción de una romanidad desde los orígenes mismos de la Urbs.

Probablemente, los casos más importantes de este recurso narrativo se observan en los discursos de Gayo Canuleyo y de Camilo, ejemplos de romanidad en momentos de conflicto. Respecto del primero, su alocución se enmarca en el contexto de la discusión de la ley de matrimonios entre patricios y plebeyos, momento en el que el tribuno Gayo Canuleyo ofrece un recuento notable de los tiempos de los monarcas itálicos, y su moción enfatiza tanto en su carácter extranjero como en el aporte que generaron en la construcción de la cultura y la estabilidad de Roma. [105] Una vez presentadas las leyes de matrimonio mixto y de consulado plebeyo, frente a la discusión al interior del senado y a la discordia que generaban las propuestas, afirma con ahínco:

¿Es que no estáis seguros de haber oído contar alguna vez que a Numa Pompilio, que no era patricio ni siquiera ciudadano romano, se le fue a buscar a la tierra sabina y reinó en Roma por mandato del pueblo con el referendo del senado, y que, más adelante, Lucio Tarquinio, ni romano ni siquiera itálico de origen, hijo de Demárato de Corinto e inmigrante procedente de Tarquinios, fue hecho rey en vida de los hijos de Anco; que, después de él, Servio Tulio, hijo de una prisionera de Cornículo, de padre desconocido y madre esclava, ocupó el trono en razón de sus cualidades naturales y de sus méritos? ¿Y qué voy a decir de Tito Tacio el Sabino, con el que el propio Rómulo, padre de Roma, compartió el trono? Por consiguiente, mientras no se despreció por su origen a nadie en quien resaltase mérito, el imperio romano fue a más. [106]

El discurso del tribuno despunta el tenor heterogéneo de la Urbs, en el que Livio insiste, así como también un modelo de romanidad que, más que centrar su atención en la ciudadanía, lo sugiere desde los aportes de unos reyes que llevaron a Roma a la grandeza a través de la instalación de sus costumbres; moción esta última que, de igual modo, el autor enfatiza a través de un Gayo Canuleyo que reafirma el aporte de Numa Pompilio en el ámbito religioso y de Servio Tulio en el institucional. Frente a la crisis interna de Roma, el discurso retorna a los primeros tiempos de los monarcas itálicos, ejercicio historiográfico que bien evoca el aporte del mos maiorum itálico que Livio ya había instalado.

Por su parte, el discurso de Camilo, exemplum de romanidad, se construye desde el mismo tono; aunque, en su caso, en el contexto de una crisis por conflicto externo: la guerra contra los galos. Tras la toma de Roma por estos últimos, Camilo emite un discurso [107] que destaca la concordia y la necesidad de levantar nuevamente la ciudad, aludiendo para ello ejemplos de los antepasados ilustres que, mediante la fuerza de sus costumbres y de la unidad, tornaron grandiosa y fuerte a la Urbs. Lo interesante del discurso está, nuevamente, en el tenor heterogéneo de los antepasados, que Camilo reconoce como “pastores y extranjeros venidos de todas partes”, [108] característica que Camilo parece destacar como elemento central de la patria romana.

Más allá de los detalles, en ambos discursos encontramos un vaivén entre el pasado itálico ejemplar y el presente histórico republicano, en lo que consideramos un recurso de reiteración que, de manera sostenida, instala el ideario itálico de Livio a lo largo de la primera década.

A este respecto, si bien la crítica reconoce en AUC un ritmo cíclico que repite ideas clave al propósito historiográfico del autor mediante tópicos narrativos o episodios alegóricos, [109] la presencia itálica en la primera década nos parece que se comprende mejor desde un modelo concéntrico, esto es, una trama en la que el avance histórico supone, mediante menciones directas o indirectas, un retorno a los itálicos de la época de la monarquía, aquellos que instalaron los fundamentos de un mos maiorum que, en definitiva, se erige como fundamento de la cultura romana y como soporte de la concordia y de la libertas, ejes de la romanidad.

Consideraciones finales

La narración que Tito Livio ofrece sobre los itálicos en AUC nos entrega importante información sobre los procesos de construcción identitaria en la Roma de los tiempos de crisis y “restauración” republicana y la necesidad de legitimar su pertenencia a Roma desde una perspectiva cultural. En este contexto, la veracidad del relato liviano no es tan importante como su carácter verosímil, desde el cual es posible identificar problemas históricos reales que, además de entregar información sobre los desafíos y ajustes del cambio en la romanidad, permiten entrever posibles procesos de creación identitaria entre romanos e itálicos.

En este contexto, y si consideramos el principal público de Livio –la aristocracia itálica–, [110] el discurso que construye una memoria histórica de Roma incorporando a los itálicos en su tradición valórica responde a un fenómeno que debería ser, si no verdadero, al menos sí creíble o necesario. De otro modo, AUC perdería su función operativa político-moralizante, característica de la historiografía clásica en general y liviana en particular.

Desde estas consideraciones, y a la luz de la propuesta que observamos en Livio, en el análisis de los paradigmas de la romanización advertimos las siguientes consideraciones:

En primer lugar, aunque interesante, la romanización en su versión clásica constituye una propuesta reduccionista que no se refleja en la propuesta liviana, en particular por el modo en el que ofrece un modelo de incidencia identitaria itálica en la tradición del ser romano.

En segundo lugar, la etnicidad admite algunos aspectos interesantes, en particular por su foco en prácticas culturales extrarromanas; no obstante, su atomismo y su foco en las divergencias no constituye un referente para comprender el modelo propuesto por Livio, que se traduce desde una mirada de influencias más amplias.

Finalmente, la propuesta de unos itálicos en diálogo permanente con los romanos y que influyen en la romanidad, es interesante de analizar desde la perspectiva de la romanización en su versión renovada, por cuanto supone influencias culturales bilaterales y un modelo de romanidad susceptible de adaptar a las diversas realidades históricas. Este es, a nuestro juicio, el paradigma más coherente para comprender el problema itálico en el período estudiado, puesto que admite, al menos en teoría, comprender la inversión identitaria que Tito Livio nos entrega en la primera década. Esta, como ya hemos señalado, no legitima el ser romano de los itálicos desde cánones tradicionales, sino que, desde la astucia historiográfica, ocupa la tradición para advertir la italicidad de Roma.

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* El presente trabajo forma parte del proyecto Fondecyt Nº11200433: “La identidad romana en tiempos de crisis y restauración: aspectos de la romanidad en Ab Urbe Condita de Tito Livio”, financiado por ANID, Chile.

[1] Ocupamos los conceptos ser romano, Romanitas y romanidad como referentes a la identidad romana. Véase Bancalari (2007, pp. 56-57).

[2] Al respecto véase Polverini (1993); Wulff (2007, pp. 41-67); Revell (2016, pp. 6-8).

[3] Un análisis más detallado de estos paradigmas, así como del contexto histórico en el que surgen y los autores que fundamentan el debate, véase en Nieto Orriols (2019; 2020).

[4] Véase Dench (2005); Roselaar (2012; 2015); Revell (2016); Carlà-Uhink (2017).

[5] La bibliografía es vasta y transita entre interpretaciones que advierten en los itálicos un grupo unificado tras su disputa con Roma (Mommsen, 2003, pp. 28-31 y Syme, 2010, pp. 338-357, esp. 349-351) y otras que discrepan respecto de la unidad cultural de Italia (Gabba, 2001, pp. 11-24 y Giardina, 1997), que transitan entre la demarcación de la etnicidad de cada pueblo, la pertenencia territorial a Italia como un factor de convergencia y los roles de la institucionalidad en la composición de una nueva cultura de implicaciones bilaterales romano-itálicas (Torelli, 1995; Dench, 2005; Roselaar; 2012). Un excelente análisis crítico del problema véase en Wulff (2011, pp. 21-38); Carlà-Uhink (2017, pp. 330-363); Wulff (2021, pp. 169-349) y, en este mismo dossier, la contribución de Santangelo.

[6] Véase Sherwin-White (1973, pp. 148-151); Bancalari (1988, pp. 7-22); Duplá (2006, pp. 207-220).

[7] Véase Dench (2005, pp. 4-8); Wallace-Hadrill (2008).

[8] Ejemplos claros de la divergencia interpretativa en autores del período vemos en Cicerón y en Salustio, quienes ofrecen miradas del ser romano en directa oposición. Cicerón, siguiendo el modelo institucional, acusa una crisis moral (Cic. Rep.1.2), pero no cuestiona la institucionalidad, sino que su perspectiva sigue anclada en la idea de la civitas como símbolo de la identidad, idea central de su noción de dos patrias (Cic. Leg. 2.2.5). Por contraparte, Salustio observa un cambio en la identidad, pues se aleja del modelo ciudadano y advierte una perspectiva centrada en las prácticas culturales más allá del reconocimiento cívico, idea que se comprende por una destrucción total de la República (por ejemplo: Sal. Cat. 1.12). Una comparación de ambos autores en este sentido véase en Gabba (1979, pp. 117-141) y Nieto Orriols (2021, pp. 193-203).

[9] Véase, por ejemplo, Cic. Rep. 1.2 y Off. 2.8 y Sal. Cat. 1.12; 38.3-4. Respecto del debate contemporáneo sobre los itálicos en este contexto véase nota 5.

[10] Wallace-Hadrill (2008, pp. 30-38, esp. 73-143).

[11] Wallace-Hadrill (2008); Syme (2010 [1939]).

[12] Revisamos las ediciones de Baillet (2012, Les Belles Lettres); Foster (1989a; 1989b; 1989c; 1989d, Loeb Classical Library); Scàndola (1982, Bur Rizzoli); Ceva (1986, Bur Rizzoli), Reverdito (2018, Garzanti) y la traducción de Villar Vidal (2008a; 2008b; 2008c, Gredos). Salvo cuando señalamos lo contrario, las traducciones son nuestras.

[13] Fontán (1976, pp. 133-134); Chaplin (2000, pp. 16-31); Mehl (2014, p. 100).

[14] Véase Miles (1997); Marques (2013, pp. 51-133); Balmaceda (2017, pp. 83-126).

[15] El problema de la identidad en la segunda mitad del siglo XIX está vinculado a la construcción de los estados nacionales. Dicho proceso implicó la delimitación de la pertenencia a la comunidad según una mirada legalista que asumía una suerte de esencia nacional en función de las leyes que definían al Estado. Es un proceso que implicó la “construcción de la tradición”, cuyas conceptualizaciones repercutieron en las interpretaciones de la historia contemporánea como de la antigua. Sobre el proceso en el siglo XIX véase Gellner (2001); Hobsbawm (2002); Aurell y Burke (2013, pp. 200-202). Sobre la interpretación antigua en clave moderna véase Momigliano (1997, pp. 272-275); Buono-Core (2006, pp. 55-72); Wulff (2007, pp. 44-45); Nieto Orriols (2020, pp. 369-381).

[16] Nieto Orriols (2019, p. 222).

[17] Mommsen (1945); Alonso-Núñez (1989); Wulff (2007, p. 47).

[18] Freeman (1997, p. 27).

[19] Véase Haverfield (1915); Mommsen (1945); Alonso-Núñez (1989, pp. 7-10) y Freeman (1997).

[20] Mommsen (2003 [1856]); Syme (2010 [1939]).

[21] Las interpretaciones en cuestión se fundamentan en una mirada que Wulff destaca por su carácter nacionalista, lo que se comprende por las circunstancias históricas de los autores. En el caso de Mommsen, las disputas bélicas de la guerra franco-prusiana y la anexión de Alsacia y Lorena al imperio alemán, así como la unificación alemana y el proceso de legitimidad de la “nación germana”. En el caso de Syme, en tanto, el marco de los nacionalismos europeos de las primeras décadas del siglo XX, en particular en el período de entreguerras y los totalitarismos, véase en Wulff (2011, pp. 21-37; 2017, pp. 163-186).

[22] Wulff (2007; 2021).

[23] Freeman (1997); Barrett (1997).

[24] Véase Jones (1997); Revell (2016).

[25] Shils (1957, p. 122); Kellas (1991, p. 19); Jones (1997, p. 64). Es una identidad característica de cada grupo y su propósito es la cohesión y la estabilidad, adquiriendo así una condición estática. Es en este aspecto donde se diferencia la corriente instrumental, que considera absurda una noción de identidad inmutable (Barth, 1969, p. 10). Su posición destaca el modo en que los cambios sociales afectan la vida de las etnias, lo que las lleva a alterar sus formas de vinculación, sus costumbres y, en consecuencia, su identidad. Concibe como sus principales factores de desarrollo los ámbitos social, económico y político (Jones, 1997, pp. 54-79), motivos que la han llevado a estudiar los fenómenos de encuentros y de intercambios culturales.

[26] Véase Webster (2001); Keay y Terrenato (2001); Mattingly (2002); Revell (2009).

[27] Prosdocimi (1978); Millett (1990); Torelli (1995); Wallace-Hadrill (2000); Hingley (2005, pp. 54-55); Keay y Terranato (2009); Carlà-Uhink (2017).

[28] Hingley (1997); James (2001); Webster (2001); Woolf (2001); Mattingly (2002).

[29] Keay y Terrenato (2001); Bancalari (2007, pp. 56-67).

[30] Sin fundamentarse en la etnicidad, se trata de ideas propuestas por Gabba (2001 [1978]) y retomadas luego por Giardina (1997).

[31] Así ha ocurrido con el etnónimo Italicus, que una parte de la crítica considera como un referente identitario utilizado por los autores itálicos del período estudiado. Véase, por ejemplo, Dench (2005, esp. p. 331). La propuesta es profundamente criticada por Wulff, que en un detenido examen de las fuentes republicanas y del Principado evidencia que el supuesto uso del etnónimo no corresponde a un referente etnicitario, sino más bien a usos tradicionales, fundamentados, sobre todo, en las referencias griegas ’Ιταλικώσ, ’Ιταλιώτης, ’Ιταλός. Así, de acuerdo con el autor, los usos latinos se refieren a los habitantes de Italia en su conjunto, sin presentar una oposición itálico-romano, sino todo lo contrario: itálico sería un referente de romano. Véase Wulff (2021, pp. 402-406).

[32] Wallace-Hadrill (2008, pp. 213-258).

[33] Habinek (1998, pp. 3-7).

[34] Gardner (2013, pp. 1-25); Revell (2016, pp. 2-39).

[35] Gruen (2010, pp. 1-15).

[36] Sobre el modelo de análisis véase Witcher (2000, pp. 213-225); Sweetman (2007, pp. 61-81); Hitcher (2007); Bancalari (2007). Sobre la función de la ciudad y sus espacios véase Lomas (1998, pp. 64-76); Harris (2002); Revell (2009).

[37] Buena parte del significado de la civitas en este orden se conceptualiza desde Cicerón, que ya en su Leg. 2.2.5 advierte de una ciudadanía doble: una de nacimiento y una de Roma, implicándolas y evidenciando que la romana es preponderante. Como itálico, Cicerón intenta legitimar su propia romanidad, pero se trata de una conceptualización general que tendrá sentido a lo largo del período imperial.

[38] David (2000); Andrés (2007); Blanch (2013, pp. 167-168); Torregaray (2013).

[39] Al respecto véase Woolf (1997); Bancalari (2007, p. 90).

[40] Torelli (1995); Keay y Terranato (2001); Roselaar (2015, pp. 1-3); Witcher (2000, pp. 213-225); David (1996, pp. 135-139); Keaveney (1987); Lomas (1998, pp. 64-76); Gruen (1993, pp. 1-4).

[41] La datación de AUC es fruto de numerosos debates, cuyo sustento encuentra lugar en la información interna y externa de la obra. Interna, a partir de criterios de coherencia estructural y narrativa; externa, a partir del vínculo entre la información aportada y los hechos conocidos. La primera década en particular es objeto de una profunda discusión, por cuanto la posible publicación del prefacio en dos momentos diferentes conllevaría cambios y correcciones, a lo que se incluye su publicación en péntadas; cuestiones que, a la luz del período, admiten interpretaciones disímiles (Luce, 1965). Asimismo ocurre con referencias a hechos contemporáneos al autor –especialmente a Augusto y algunas de sus políticas– bajo fórmulas conceptuales y lingüísticas que, en el marco de la historicidad del texto, generan dudas a propósito de la adición y corrección en diferentes momentos. Las propuestas de datación transitan entre el 33-32 a.C. y el 27-25 a.C., períodos marcados por la crisis política, la batalla de Accio, el ascenso de Augusto y el inicio de la pax. Por el tema que nos convoca, no proponemos una fecha específica, y, sea cual fuere, para el caso de nuestro análisis, la funcionalidad de los itálicos en el texto es la misma. Con todo, y a modo de reflexión, a partir de algunas nociones de la identidad, así como de su aplicación en los itálicos, desde el inicio de la primera década nos parece que existen evocaciones a una perspectiva republicana, lo que vemos, en particular, en la presencia de algunos conceptos filosóficos presentes en Salustio –así, por ejemplo, el sentido que adquiere el término animay su vínculo con la romanidad– (véase Nieto Orriols, 2022, pp. 123-140, esp. 138-140). En el rol de los itálicos, empero, Tito Livio tiene diferencias con Salustio: este muestra la romanidad de los itálicos; aquel, como veremos, invierte la fórmula. Aunque menor, se trata de un detalle susceptible de analizar bajo la época de Augusto, momento en el que los itálicos juegan un rol preponderante en términos políticos y culturales (Wallace-Hadrill, 2008). Lo anterior no obsta que, por su modo de publicación y su extensión, el autor bien pudo cambiar detalles o posiciones personales en función de su contexto. La bibliografía al respecto de la datación de la obra es enorme. Sobre el prefacio, la primera péntada y la primera década en general, véase Luce (1965, pp. 209-240); Miles (1997, pp. 92-94, n. 49); Oakley (2004 [1997], pp. 109-110); Burton (2000, pp. 429-446; un recuento bibliográfico en p. 430 n. 4); Burton (2008, pp. 70-91).

[42] Es ilustrativa la aseveración de Syme (1958, p. 139) al respecto: “As long as Livy had to recount the exploits of the Populus Romanus in its early struggles with the Volscian, the Etruscan, and the Samnite, he was content with the edifying contrast between valour and virtue on the one side, on the other perfidy, cruelty, or cowardice. Knowledge and sympathy are absent”. En este marco, y considerando el carácter itálico de Livio, asume una posible inclinación más favorable hacia los itálicos en los libros que abordan la Guerra Social; aunque, por cierto, no es más que una suposición (p. 140).

[43] Luce (1977, pp. 285).

[44] Luce (1977, p. 285): “There is a possibility that this attitude is in part due to a desire to achieve historical verisimilitude: i.e. to recreate imaginatively a time when those who later became citizens were still regarded as outsiders and enemies. There seems to be little evidence to support the possibility, however”.

[45] Levene (2010, pp. 214-260).

[46] Levene (2010, pp. 226-227).

[47] Levene (2010, p. 260).

[48] Aunque con un enfoque y propuesta diferentes, un análisis de los itálicos en la primera década realizamos en Nieto Orriols (2022, pp. 123-141).

[49] Sobre críticas a las incoherencias e imprecisiones en las descripciones de Livio, así como su defensa en tanto herramientas retóricas en un discurso y para un público y contexto particular, véase Luce (1977); Miles (1997); Jaeger (1997); Feldherr (1998). Una presentación del problema y de los estudios de la geografía en Livio y sus enfoques véase en Moreno (2012).

[50] La noción de Italia en Livio no es unívoca, sino ambigua. Sobre los usos de Italia en Livio véase Mahé-Simon (2003).

[51] Respecto del vínculo geografía-identidad véase Mineo (2006, p. 23).

[52] No es el interés de nuestro estudio ofrecer una aproximación etnográfica de los pueblos de Italia, sino analizar el rol que cumplen en el marco de una propuesta identitaria mayor, esto es, la interpretación histórica de la construcción de la romanidad. Con todo, respecto de la visión de los diversos pueblos en AUC , la crítica advierte la presencia de estereotipos, cuya funcionalidad se interpreta de manera diversa. Una síntesis propositiva véase en Levene (2010, pp. 214-260). Un detenido y actualizado estado del arte véase en Moreno (2022).

[53] Véase Levene (2010, 214-227).

[54] El texto no advierte explícitamente la civitas, sino lazos jurídicos que unifican al pueblo romano y que lo constituyen. La referencia expone la noción ciceroniana del populus, que refiere la unión de cives a través de la ley (Cic.Rep. 6.13.13). Si consideramos el contexto general en que se ofrece la mención, así como la explícita relación de los monarcas posteriores –que analizamos más adelante– y de su concesión de ciudadanía fundada en una tradición que se rastrea hasta Rómulo, es razonable que la mención de Livio se refiera a la ciudadanía. Se trataría, de todos modos, de una acción coherente con la tradición helénica que Ogilvie (1965, pp. 62-63) destaca en el recurso del asilo.

[55] Liv. 1.8.1 (trad. Villar): rebus diuinis rite perpetratis uocataque ad concilium multitudine quae coalescere in populi unius corpus nulla re praeterquam legibus poterat, iura dedit.

[56] Liv. 1.8.5-6 (trad. Villar): deinde ne uana urbis magnitudo esset, adiciendae multitudinis causa uetere consilio condentium urbes, qui obscuram atque humilem conciendo ad se multitudinem natam e terra sibi prolem ementiebantur, locum qui nunc saeptus escendentibus inter duos lucos est asylum aperit. eo ex finitimis populis turba omnis sine discrimine, liber an seruus esset, auida nouarum rerum perfugit, idque primum ad coeptam magnitudinem roboris fuit.

[57] Liv. 1.8.1: populis turba omnis sine discrimine, liber an seruus […]; “toda una multitud de personas sin discriminación, libres y esclavos […]” Liv. 1.8.6: coalescere in populi unius corpus nulla re praeterquam legibus poterat ; “solo las leyes podían unir como un solo pueblo”.

[58] Véase Dench (2005, pp. 3-11).

[59] Nieto Orriols (2022, pp. 135-136).

[60] Liv. 1.33.1-2: morem rerum priorum.

[61] Liv. 13.8. (trad. propia): Inde non modo commune, sed concors etiam regnum duobus regibus fuit .

[62] Con la muerte de Tacio, Livio deja entrever una suerte de imprudencia que el propio Rómulo considera causa legítima, lo que bien podría considerarse una mirada negativa (1.14.1-3). El contexto general del monarca, sin embargo, no parece mantener dicha ponderación, pues Livio, más que detallar en su carácter personal, lo incorpora en el relato a propósito de la alianza entre romanos y sabinos, pueblo que en general destaca y considera con benevolencia. Ejemplo del contexto previo a la guerra en 11.5-6; véase especialmente 1.18.4, donde Livio advierte de los sabinos como: genere nullum quondam incorruptius fuit;“gente de una integridad por entonces sin igual”. Con todo, la presentación de Tacio queda incluso imbricada a la de Rómulo y a la consolidación de sus pueblos en uno solo, proceso que Mineo destaca como ejemplo de la concordia en un primer ciclo de la historia romana, cuyo tenor es, en términos políticos e históricos, ascendente. Véase Mineo (2006, p. 167).

[63] Mineo (2006, p. 167).

[64] Cf. Penella (1990, pp. 207-213); Martínez-Pinna (2009, p. 2), quienes ponderan una mirada negativa.

[65] Liv. 1.22.2: ferocior etiam quam Romulus fuit.

[66] Liv. 1.22.3-7.

[67] Liv. 1.26.8: clemente legis interprete.

[68] Liv. 32.1.

[69] Liv. 32.2-3.

[70] Liv. 32.4: medium erat in Anco ingenium, et Numae et Romuli menor.

[71] Los etruscos y la identidad relacionada con las descripciones étnicas es materia de debate en Livio, cuyas propuestas transitan entre las que advierten una animadversión del autor hasta las que defienden una posición filoetrusca. Lo más probable es que las descripciones se correspondan con cuestiones de tipo narrativo, de verosimilitud y de expectativas de la audiencia. Detalles sobre el debate etrusco en AUCvéase en Dauge (1981, pp. 172-173); Bittarello (2009, pp. 216-218); Moreno (2017). Un detallado estado del arte véase en Moreno (2019).

[72] Así se evidencia, por ejemplo, cuando Livio alude a Italia y a las italicae gentes/gentis en la primera década, apelativos que se refieren, en general, a los pueblos que habitan la península y que luego serán los aliados de Roma. Las menciones, no obstante, parecen excluir o establecer en una condición diferente a los etruscos, como vemos en Liv. 4.3.11 y 5.33.8.

[73] Respecto de sus características personales, advierte Livio en 1.35.6 (trad. Villar): ergo virum cetera egregium secuta, quam in petendo habuerat, etiam regnantem ambitio est; nec minus regni sui firmandi quam augendae rei publicae memor centum in patres legit, qui deinde minorum gentium sunt appellati, factio haud dubia regis, cuius beneficio in curiam venerant ; “La misma habilidad de que este hombre, sobresaliente en las demás cualidades, había dado muestra al pretender el trono, lo acompañó cuando lo obtuvo. No se preocupó menos de consolidar su poder personal que de engrandecer el estado: nombró cien patres senadores, que desde entonces se llamaron ‘de segundo orden’, partidarios incondicionales del rey, por cuyo favor habían llegado a la curia”. Respecto del portento de águila en el Janículo véase Liv. 1.34.7.

[74] Véase Sal. Cat. 10.4-6.

[75] Liv. 1.35.3-4. Idea que, por cierto, la propia Tanáquil, esposa de Tarquinio, mujer de gran alcurnia y ambición, utilizó para persuadirlo de emigrar a Roma y buscar el poder que en Tarquinios no obtendría. A ella, Roma le pareció funcional a su propósito: in novo populo, ubi omnis repentina atque ex virtute nobilitas sit, futurum locum forti ac strenuo viro; regnasse Tatium Sabinum, arcessitum in regnum Numam a Curibus, et Ancum Sabina matre ortum nobilemque una imagine Numae esse ; “en un pueblo donde toda la nobleza es reciente y, por méritos, habrá un sitio para un hombre de arrestos y empuje; fue rey Tacio, un sabino; a Numa se le hizo venir de Cures para hacerlo rey, y Anco es hijo de madre sabina y no posee más nobleza que una imagen de Numa” (1.34.6). Más allá de la ambición de Tanáquil y de su móvil, lo interesante de la mención estriba en la insistencia en el tenor itálico de los reyes, así como en el sentido de una Roma que alberga y que construye una tradición común desde sus orígenes heterogéneos; aspectos que, de manera insistente, Livio reproduce a lo largo de la primera década. Sobre de la función de los monarcas en AUC véase Penella (1990, pp. 207-213); Mineo (2006, pp. 161-198); Martínez-Pinna (2009, pp. 2-15); Fox (2015, pp. 286-298).

[76] Liv. 1.35.5.

[77] Liv. 1.34.8-9.

[78] Liv. 1.39.1-2.

[79] Liv. 1.39.4: inde puerum liberum loco coeptum haberi erudirique artibus, quibus ingenia ad magnae fortunae cultum excitantur. evenit facile, quod diis cordi esset: iuvenis evasit vere indolis regiae, nec, cum quaereretur gener Tarquinio, quisquam Romanae iuventutis ulla arte conferri potuit, filiamque ei suam rex despondit .

[80] Liv. 1.18.4: suopte igitur ingeniotemperatum animum virtutibusfuisse opinor magis instructumque non tam peregrinis artibus quam disciplina tetrica ac triste veterum Sabinorum, qui genere nullum quondam incorruptius fuit .

[81] Liv. 1.18.5.

[82] Sobre concordia, discordia, libertas y bien común en Livio véase Walsh (1961, pp. 69-70); Mineo (2006, pp. 67-71); Marques (2013, pp. 76-90); Humm (2015, pp. 353-357); Vasaly (2015, p. 96); Balmaceda (2017, pp. 83-128).

[83] Cic. Rep. 1.45 y 69.

[84] App. BCiv. 1.1.

[85] Vasaly (2015, pp. 96-121).

[86] Al respecto véase Sal. Cat. 10-13; Iug. 41.2-5; Hist. 1.11-12.16.

[87] Sobre el metus hostilis en Salustio véase La Penna (1973, pp. 232-241); La Penna y Funari (2015, p. 131); Nieto Orriols (2021, pp. 162-169).

[88] Liv. 6.11.1-3 (trad. Villar): […] grave bellum foris, gravior domi seditio exorta: bellum ab Volscis adiuncta Latinorum atque Hernicorum defectione, seditio, unde minime timeri potuit, a patriciae gentis viro et inclitae famae, M. Manlio Capitolino. qui nimius animi cum alios principes sperneret, uni invideret, eximio simul honoribus atque virtutibus, M. Furio […].

[89] Liv. 9. 1-4.

[90] Véase el tratado en Liv. 8.2.1-4. Su violación en 8.23.

[91] Liv. 9.1.8-11.

[92] Liv. (trad. Villar): 9.1.7-11: quid ultra tibi, Romane, quid foederi, quid dis arbitris foederis debeo? quem tibi tuarum irarum, quem meorum suppliciorum iudicem feram? neminem neque populum neque privatum fugio. quod si nihil cum potentiore iuris humani relinquitur inopi, at ego ad deos vindices intolerandae superbiae confugiam et precabor, ut iras suas vertant in eos, quibus non suae redditae res, non alienae adcumulatae satis sint; quorum saevitiam non mors noxiorum, non deditio exanimatorum corporum, non bona sequentia domini deditionem exsatient; qui placari nequeant, nisi hauriendum sanguinem laniandaque viscera nostra praebuerimus. iustum est bellum, Samnites, quibus necessarium, et pia arma quibus nulla nisi in armis relinquitur spes. proinde, cum rerum humanarum maximum momentum sit, quam propitiis rem, quam adversis agant dis, pro certo habete priora bella adversus deos magis quam homines gessisse, hoc, quod instat, ducibus ipsis dis gestures .

[93] Liv. 9.1.5 y 9.2.1.

[94] Liv. 5.19.6.

[95] Liv. 3.22.4. En la guerra contra los ecuos, 2/3 de las cohortes son de aliados y 1/3 de ciudadanos.

[96] Así, por ejemplo, frente a la guerra con ecuos, destacan los latinos y los hérnicos que apoyan a Tito Quincio (Liv. 3.5.8-9).

[97] Por ejemplo, Liv. 3.7.5-7.

[98] Liv. 3.19.3.

[99] Liv. 7.24.4-5 (trad. Villar): quid stas, miles? inquit; non cum Latino Sabinoque hoste res est, quem victum armis socium ex hoste facias; in beluas strinximus ferrum; hauriendus aut dandus est sanguis .

[100] Liv. 8.6.14-16.

[101] Liv. 8.6.15: lingua, moribus, armorum genere, institutis ante omnia militaribus congruentes .

[102] Liv. 8.6.16: edicunt consules, ne quis extra ordinem in hostem pugnaret .

[103] Liv. 8.8.2: fuit autem civili maxime bello pugna similis.

[104] Liv. 1.23.1: et bellum utrimque summa ope parabatur, civili simillimum bello, prope inter parentes natosque.

[105] Liv. 4.3-4.

[106] Liv. 4.3.10-13 (trad. Villar): en numquam creditis fando auditum esse Numam Pompilium, non modo non patricium sed ne civem quidem Romanum, ex Sabino agro accitum, populi iussu patribus auctoribus Romae regnasse? L. deinde Tarquinium non Romanae modo, sed ne Italicae quidem gentis, Demarati Corinthii filium, incolam ab Tarquiniis, vivis liberis Anci regem factum? Ser. Tullium post hunc, captiva Corniculana natum, patre nullo, matre serva, ingenio virtute regnum tenuisse? quid enim de T. Tatio Sabino dicam, quem ipse Romulus, parens urbis, in societatem regni accepit? ergo dum nullum fastiditur genus, in quo eniteret virtus, crevit imperium Romanum .

[107] Liv. 5.53.9.

[108] Liv. 5.53.9: maiores nostri, convenae pastoresque.

[109] En términos históricos, Miles (1997), en un análisis de la primera péntada, reconoce la presencia sistemática de momentos de auge y decadencia histórica que instalan los conceptos centrales de la identidad romana, ejercicio en el que la monarquía y los primeros tiempos de la república resultan fundamentales, en particular por la idea de libertas y su conservación mediante la concordia . En esta propuesta coincide Mineo (2016; 2015), que, además, mediante un análisis general de la obra, advierte en Livio una interpretación filosófico-política del devenir romano en términos teleológicos, identificando en este un avance progresivo que evidencia ciclos de fundación y de crisis que, mediante concordia y discordia, conducen la historia romana hacia los tiempos de Augusto. En términos narratológicos, en tanto, Kraus y Woodman (1997, pp. 51-81) advierten en Livio el uso de discursos como recurso de síntesis histórica, cuya funcionalidad a lo largo de la obra está en resumir los episodios más relevantes del pasado en el presente de la trama.

[110] Véase Chaplin (2000); Rodríguez-Horrillo (2012, pp. 89-110).