Reseña bibliográfica de: Philp, M.; Leoni, M. S. y Guzmán, D. (Coords.) (2022). Historiografía argentina. Modelo para armar . Buenos Aires: Imago Mundi, 550 pp.

Palabras clave: Historiografía Argentina; Historiografía Federal; Usos del Pasado; Historiadores; Formas de Hacer Historia

Keywords: Argentine Historiography; Federal Historiography;
Uses of the Past in Argentina; Historians; Ways of Making History

Esta ambiciosa obra comienza con una introducción escrita por los coordinadores, en la cual se explicitan razones, fundamentos y justificaciones de esta obra colectiva. En ella se plantea que el libro está compuesto por escritos de 24 historiadoras e historiadores argentinos (de las 23 provincias más CABA). Las autoras y autores convocados tuvieron que debatir y reflexionar sobre dos ejes: los procesos de institucionalización y profesionalización en la escritura de la historia y las políticas de la memoria impulsadas en cada provincia.

En palabras de sus coordinadores, este libro invita a complejizar los procesos de escritura de la historia y las representaciones del pasado gestados a lo largo y ancho de todo el país. Su finalidad es ofrecer un mapa de la historiografía argentina para brindar recursos claves y entender los vínculos actuales con el pasado y los usos que se hacen de él.

Entre los conceptos que atraviesan este libro en sus diferentes capítulos, se puede encontrar a la historiografía, entendida como práctica sociocultural; las operaciones historiográficas desde la mirada de Michel De Certeau, productoras de distintas lecturas del pasado; las políticas de la historia; los usos del pasado y las disputas por la memoria, entre otras.

En cuanto a la organización de este libro que pretende “armar” un modelo de historiografía argentina, su intención es que no se sobredimensione a la historia nacional del centro del país (en donde podemos encontrar autores como Halperín Donghi, Devoto, Botana o Cattaruzza) en detrimento de las historias provinciales o regionales del “interior del país” como suele decirse en esa diferenciación de centros-periferias (en donde podemos encontrarnos, por ejemplo, autoras y autores como Philp, Ruffini, Ciselli o Escudero).

Una reseña crítica de un libro es, esencialmente, un escrito que nos sugiere si a un libro hay que leerlo o no. En ella, se encontrarán argumentos suficientes para recomendar o defenestrar una obra literaria, historiográfica en esta ocasión. En este caso, la recomendación es que sí, hay que leerlo. El libro está dirigido hacia un público especializado, historiadores interesados en el pasado de nuestro país, quienes podrían leerlo para entender cómo se ha ido construyendo la historiografía argentina desde una perspectiva federal. O sea, desde el caso particular de cada provincia, lo que es presentado detalladamente por especialistas de cada una de ellas. Esto implica que su lectura puede hacerse desde varias miradas.

Puede leerse desde una perspectiva global, en el sentido en que el proceso de escritura de la historia en las provincias se ha dado de forma muy similar a lo largo y ancho de nuestro país. Una variable que se repite en todas las historiografías provinciales es que los primeros relatos históricos no surgen de historiadores profesionales, sino de intelectuales, personas que en su mayoría ejercían profesiones liberales y sentían un determinado interés por contar la historia de sus provincias. Esto indica que no se les podía pedir rigurosidad metodológica si lo comparamos a como se hace historia hoy, pero se puede ver un hilo conductor en todos los casos: ellos fueron los primeros exponentes de la historia cuando aún no existían campos historiográficos definidos. No había historiadores profesionales como los conocemos hoy.

Con esto se pretende decir que la mayoría de estos cuasi-historiadores provinciales accedía a fuentes de manera accidental, con un trabajo heurístico y hermenéutico muy desafiante, ya que tampoco estaban definidos archivos de documentos históricos regionales ni Juntas de especialistas que validaran las producciones que se escribían en ese momento. Estas organizaciones de historiadores se van a empezar a conformar en la segunda mitad del s. XX, salvo en Buenos Aires y en otras provincias como Córdoba o Santa Fe, en donde se conforman tempranamente a principios de ese siglo. Muchos de sus integrantes viajaban a las provincias. Eso ocurría en Cuyo o el Noroeste argentino, los historiadores del centro del país, viajaban a esas provincias y participaban como asesores externos viajeros, aprovechando también a desplegar sus intereses metodológicos y producir historiográficamente en consonancia con historiadores locales. Son las primeras producciones de trabajos colaborativos o colectivos.

Es necesario recordar que el interés por el pasado no quedaba (ni queda hoy) restringido al campo de historiadores profesionales. En muchas provincias encontramos que los periodistas eran una especie de cronistas historiadores que relataban historias pioneras y fundantes de las provincias. El pasado no es monopolio de los historiadores va a decir Hilda Sábato, y en la manera en que se construyó la historiografía argentina se pueden encontrar suficientes muestras de esta afirmación.

Por otro lado, también puede leerse desde una perspectiva regional porque está dividido en seis partes (Buenos Aires, centro del país, noroeste, litoral y noreste, Cuyo y Sur del país) y cada lector/historiador puede leer la parte que más le interese desde su posicionamiento geográfico o desde sus intereses epistemológicos regionales.

Allí se va a notar una diferencia importante en la forma en que se escribió la historia, ya sea, por un lado, en las provincias “históricas” que venían como tales desde el s. XIX, herederas del Virreinato del Río de La Plata (Buenos Aires, Córdoba, Jujuy, Salta, etc.), o las provincias que comienzan como territorios nacionales en 1884 y que, recién a mediados del s. XX van a conformarse como provincias (Chaco, Chubut, Santa Cruz o Tierra del Fuego). Los referentes en todas las provincias pueden considerarse proto-historiadores, porque si bien no pertenecían a la academia tenían la idea en común de narrar los pasados de sus regiones.

Hay casos en que la historia de alguna provincia estuvo subsumida a la historia de otra. Por ejemplo, es el caso de Misiones y Corrientes, en donde la primera historia que se escribe de esa región es la de la provincia de Corrientes por estar más cercana al centro productor de conocimiento que era Buenos Aires. Misiones queda subyugada en las primeras crónicas como si ambas provincias fueran una región homogénea. Sin embargo, más tarde que temprano, Misiones también va a empezar a tener su propia historia, sobre todo en la voz de los cronistas que narraban el paso particular de los Jesuitas en la época de la colonia española y su expulsión cuando se crea el Virreinato del Río de La Plata.

Para las provincias del Sur también se va a notar la presencia de historiadores salesianos. Las primeras historias de esas provincias van a aparecer de la mano de intelectuales ligados a la iglesia católica y su rol evangelizador en la Patagonia. También los exploradores extranjeros (Musters, Lista, Moreno, Darwin, etc.) van a ser los primeros narradores de esas historias provinciales, aunque desde una perspectiva cientificista y determinista, muchas veces legitimando al Estado nacional en el avance sobre esas provincias y las comunidades de pueblos originarios que las habitaban a fines del s. XIX. En el resto de las provincias también se puede encontrar una marginalización de las historias y cultura de los pueblos originarios: salvo algunos casos particulares, los indígenas estaban invisibilizados en las historias de las provincias.

Desde el punto de vista metodológico-conceptual, los 24 capítulos siguen un hilo conductor común: indagan en los primeros relatos históricos y sus referentes; enmarcan a estas historias provinciales en la macro historia nacional. Por ejemplo, a través de la figura de algún prócer importante en el panteón nacional, como lo es Sarmiento y su relación con San Juan, o a través de un hecho histórico fundante, como lo va a ser la Guerra de la Triple Alianza en el caso de Formosa. Allí se pretende armar los primeros archivos o recursos documentales relevantes en las provincias; recrean las discusiones o temáticas que se abordaban en las Juntas o Congresos de historia que se iban conformando; plantean los antecedentes de la profesionalización o institucionalización de historiadores e historiadoras profesionales y su labor relevante en cada provincia; vinculan desde la actualidad a los centros de producción histórica de la mano del CONICET y las labores de los historiadores provinciales que están ligados a él; destacan la realización de obras colectivas o colaborativas desde la década del 90, y, en la mayoría de los casos, piensan un horizonte común de profesionalización historiográfica que aún está en construcción, un modelo para armar.

El título del libro podría remitir a la idea de un rompecabezas. Este consta de 24 piezas, pero cada una de estas piezas está vinculada no solo con las vecinas con las cuales encastra, sino también con las que se encastran más lejos, que sería el discurso historiográfico nacional. Pero también nos remite a la novela “62/Modelo para armar” de Julio Cortázar. Al igual que en el libro de Córtazar, el modelo literario de este libro nos plantea que el lector sea quien arme ese rompecabezas, ese modelo de historiografía nacional, si es que lo hay.

El lector puede ir tejiendo la historiografía nacional, con el fin de descubrir el hilo conductor en la escritura de nuestra historia nacional desde una perspectiva federal. De esa manera, los autores de los diferentes capítulos van dando forma a las historias de las provincias, imbricando los distintos matices de la historia, que, desde su conformación como ciencia y disciplina en el siglo XIX, ha ido atravesando auténticas revoluciones historiográficas.

Si enumeramos estas revoluciones nos podemos encontrar desde el positivismo del s. XIX a la irrupción de Annales con Febvre y Bloch en 1929; desde la influencia marxista del materialismo histórico hasta la historia social de los trabajadores, que está más viva que nunca, como la innumerable cantidad de congresos al respecto lo evidencia; desde el aspecto metodológico respecto a la heurística y hermenéutica rankeana de los documentos escritos propias del s. XIX hasta el advenimiento de la historia oral que ha modificado la forma de hacer historia para siempre. Y también, por qué no, desde los trabajos acerca de la importancia de los próceres en las historias provinciales en consonancia con la llegada de los estudios de género, que incluyen otras voces, otras disidencias, otras formas de hacer historia. Todas partes necesarias de este modelo para armar que es la historiografía nacional y que está muy bien retratada en esta obra colectiva federal.

Patricia Castro

Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco

patriciacastro@fhcs.unp.edu.ar