Reseña bibliográfica de: Lanza, D. y Ugolini, G. (Eds.)(2022). History of Classical Philology: From Bentley to the 20th century (Vol. 2). Berlin: Walter de Gruyter GmbH & Co KG, x + 366 pp.
Palabras clave: Filología Clásica; Historia; Ciencia de la Antigüedad
Keywords: Classical Philology; History; Science of Antiquity
Esta historia de la Filología Clásica realiza un recorrido de la disciplina a través de los últimos dos siglos y medio enfocándose en las innovaciones teórico metodológicas que conformaron el campo. Este segundo e interesantísimo volumen de Trends in Classics – Scholarship in the making , publicado originalmente en italiano en 2014, aborda también a los estudiosos más importantes de la disciplina, sus debates y controversias, y sus vínculos con el contexto institucional. El libro está compuesto por tres partes, las cuales se encuentran precedidas por un prefacio y una introducción. La primera parte se titula “Hacia una Ciencia de la Antigüedad”, y consta de cuatro capítulos; la segunda, llamada “La ilusión del arquetipo: estudios clásicos en la Alemania del siglo XIX”, también de cuatro capítulos; y, finalmente, la tercera, “Filología Clásica en el siglo XX”, contiene cinco capítulos. Cada capítulo tiene autores separados, y es remarcable que los editores, Gherardo Ugolini y Diego Lanza, aportan también capítulos al libro, seis y uno respectivamente.
El primer capítulo del libro, escrito por Francesco Lupi, “Richard Bentley (1662-1742) y la filología como arte de conjeturar”, es un interesante análisis de la importancia del enorme legado de Bentley a la Filología Clásica. El autor cubre algunos de sus aportes, tales como la exposición que hace de las Epístolas de Phalaris, así como también su (re)descubrimiento de la digamma en Homero. También es importante su ensamblaje de fragmentos, entre los que se incluye a Calímaco, y su redescubrimiento de la sinafía en los sistemas anapésticos, especialmente en los metros de Terencio. Sin embargo, el foco del capítulo se centra en el trabajo que realiza Bentley en la modificación de los textos de los autores antiguos. Aquí, el autor pone mucho más énfasis en la edición notoria de Horacio, en comparación con escritores posteriores, que, en otra obra, como la edición de Manilio, muy elogiada por Housman (1903). Lupi resalta que el legado de la filología de Bentley fue enorme y que abrió nuevas perspectivas y posibilidades de investigación. Además, señala que Bentley no respalda su conocimiento filológico con la formulación de principios generales y que su estilo de conjetura no era apropiado para este tipo de abordaje, pero esto está más que compensado por la amplitud de sus intereses, el espectro de su investigación y su intuición de que los estudios clásicos deben abrirse a nuevos campos de investigación.
En el capítulo siguiente, de Sotera Fornaro, el foco va a cambiar a Europa central. Christian Gottlob Heyne (1739-1812), el objeto de análisis de la autora, tuvo un rango amplio de trabajo, cubriendo a Tibulo, Epicteto, Píndaro y Apolodoro, además de clásicos como Homero y Virgilio. Heyne fue llamado a Gotinga a la edad de 34 años para ser profesor de retórica y poesía. Su Tibullus y Epictetus posiblemente habían jugado un papel importante en su convocatoria. Si bien Heyne había innovado y modernizado la tradición de la conferencia inaugural y era el "guardián" de la biblioteca de Gotinga, su fama pronto sería eclipsada por Friedrich Wolf (1759-1824). Fornaro describe a Heyne como quien sentó las bases para la siguiente institucionalización de una ciencia de la Antigüedad. Así, Heyne daría el puntapié inicial en camino a la Altertumswissenschaft.
En el capítulo siguiente, titulado “F. A Wolf y el nacimiento de la Altertumswissenschaft ”, Ugolini regresa al punto fundacional y explica, a diferencia de lo que expone Fornaro, que Wolf es considerado universalmente como el padre fundador de la nueva Ciencia de la Antigüedad. Eso supuso, entre otras cosas, permitir que la Filología Clásica adquiriera cierto prestigio y encontrara definitivamente su lugar entre las disciplinas de las universidades europeas. Wolf había ingresado a la Universidad de Gotinga específicamente como studiosus philologiae, a pesar del consejo de Heyne de que las oportunidades de progreso en ese campo eran pocas. Aun así, después de algunos años en cargos menores, en 1783 se convirtió en profesor de filosofía y pedagogía en la Universidad de Halle, donde, además de escribir Prolegómenos a Homero, fundó el Seminarium philologicum .
Para mala fortuna de Wolf, esta universidad fue cerrada por orden de Napoleón en 1806 y, desanimado, recurrió a Goethe, quien lo instó a dedicarse a escribir una enciclopedia filológica ampliada. Wolf ya había estado creando esta obra a través de sus conferencias sobre metodología. El resultado fue la Exposición de la ciencia de la Antigüedad (1807), que fue dedicada a Goethe. El escrito dejaba en evidencia que tanto lo filológico como lo estético eran importantes si se pretendía alcanzar el objetivo de una comprensión histórica de la Antigüedad. En su trabajo, prosigue el autor, había un proyecto cultural que conduciría al renacimiento del espíritu alemán a través de la apropiación de la antigua Grecia, aunque quedaran excluidos (entre otros) asirios, egipcios, persas y judíos.
Wolf, con William Humboldt, jugó un papel importante en la fundación de la Universidad de Berlín en 1810, a la que Ugolini le dedica, a continuación, un capítulo entero. En él, se expone de manera extensa la propia concepción que Humboldt poseía sobre la función de una universidad y del sistema educativo. De esta base surge el llamado “Segundo Humanismo”, corriente que Humboldt se encargaría de profesar en Alemania.
Ya en la Parte II, llamada “La ilusión del arquetipo”, se retorna a la erudición clásica en la persona de Karl Lachmann. Fornaro da cuenta clara, especialmente, de la obra “La génesis del método de Lachmann”, de Sebastiano Timpanaro. Allí explica que es precisamente en la reconstrucción de las relaciones genealógicas que conectan los manuscritos que la contribución original de Lachmann fue muy limitada y la simplificación del método de Lachmann habría tenido un impacto negativo en algunos de sus seguidores. En cuanto a su Lucrecio, la autora se queda con lo que dice Ulrich von Wilamowitz cuando sostiene que fue el libro del que todos aprendieron lo que era el método crítico.
La figura de Gottfried Hermann (1772-1848) y su disputa con August Boeckh (1785-1867) es el tema del capítulo siguiente, escrito por Ugolini. El eje se ubica en “la filología de la palabra” (Wortphilologie)contra la “filología del objeto” (Sachphilologie). Hermann puede tomarse como un ejemplo de lo primero, mientras que Boeckh fue más allá de la habilidad lingüística y textual para abarcar otros campos y así lograr, como expresa el autor, una reconstrucción compleja y multifacética de la Antigüedad en su totalidad. Se brinda un relato admirable de la carrera de Hermann y su actividad editorial. Por su parte, la propia carrera y producción de Boeckh fue en sí misma muy distinguida, incluyendo notablemente sus obras La economía pública de Atenas (1817) y sus Investigaciones metrológicas (1838), una edición de Antígona (1843), así como controversiales estudios sobre Píndaro con un énfasis puesto en la colometría. Mucho más importante, empero, fue la controversia sobre la edición de las inscripciones griegas, un proyecto realizado bajo el liderazgo de Boeckh. Cuando el primer fascículo vio la luz fue revisado por Hermann quien deploró los fundamentos metodológicos y los resultados inadecuados de la edición, pero, y no menos importante, también pretendía destruir la reputación académica de Boeckh. No se puede decir, escribe Ugolini, que uno haya prevalecido sobre el otro.
El capítulo siguiente, escrito también por Ugolini, hace referencia a Nietzsche (1854-1900). Antes de su posterior fama como filósofo, este se hizo un nombre como erudito clásico, habiendo sido educado en Pforta, cuatro años antes que Wilamowitz. Los primeros trabajos de Nietzsche incluyeron un ensayo sobre Theognis (1867) y un estudio de las fuentes de Diógenes Laercio. Más allá de esto, el libro que lo colocaría en la lista de eruditos fue El nacimiento de la tragedia (1871), con sus elementos apolíneos y dionisíacos. Un libro descrito por Ugolini como un intento ambicioso e ingenuo de refundar la Filología Clásica, utilizando la relevancia filosófica como discriminante. Wilamowitz no tardaría en responder a esta publicación acusando a Nietzsche de crear un texto que caía completamente fuera del ámbito de la ciencia; se oponía a la idea de que lo dionisíaco habría jugado un papel esencial en la creación del género trágico, así como a la asociación de Apolo con el reino del sueño y la apariencia. De todas maneras, Ugolini resume la controversia desdramatizando y dándole todo el crédito a Nietzsche.
El capítulo final de la Parte II, escrito también por Ugolini, se titula “Wilamowitz: La filología como totalidad”. Wilamowitz fue el erudito más distinguido de la Antigüedad clásica de su generación. Por estudio filológico de la Antigüedad, Wilamowitz entendía la capacidad de abordar científicamente los diferentes aspectos de la cultura grecorromana, sin perder nunca de vista el cuadro completo. Es en su edición del Heracles de Eurípides donde mejor pondría en práctica el ideal de “totalidad” que había teorizado y perseguido. Se convirtió así en un modelo paradigmático para las siguientes generaciones de académicos. La lectura realizada sobre la figura de Wilamowitz da cuenta de la importancia que los autores otorgan a la figura destacada que fue y sigue siendo por su influencia.
La Parte III abre con un capítulo de Ugolini sobre Werner Jaeger (1888-1961) y el denominado “Tercer Humanismo”. El humanismo de Jaeger ponía la mira en un nuevo enfoque pedagógico basado en el valor imperecedero de la cultura antigua. El rasgo más importante del sistema de Jaeger fue su enfoque absoluto en la idea de paideía, que se convirtió en el lema de este Tercer Humanismo. El concepto buscaba la reivindicación del papel pedagógico que lo clásico tenía no solo en la educación de los jóvenes en las escuelas sino también, sostenía Jaeger, en la curación de los males sociales de la época.
El capítulo siguiente, escrito por Luciano Bossina, se concentra en valiosos detalles de la carrera de Giorgio Pasquali (1885-1952). El autor señala con firmeza que la filología de Pasquali fue la más fructífera inyección de método, pragmatismo y originalidad que experimentaron los estudios clásicos en Italia en la primera mitad del siglo XX. En 1929, Pasquali fue invitado a revisar la Crítica textual de Maas (1927). Este trabajo, el doble de largo que el libro, se convirtió en publicación bajo el título Historiade la tradición y crítica del texto. Sostenía Pasquali, haciendo referencia a uno de sus principales modelos a seguir –Wilamowitz–, que uno no puede ser un buen filólogo sin ser un buen historiador y viceversa.
El capítulo de Pasquale Massimo Pinto, “Nuevas antigüedades: los papiros”, ofrece un resumen del desarrollo del campo y los principales aportes que la papirología brindó a los estudios de la Antigüedad. Hace referencia principalmente al papiro de Artemidoro y a los recientes descubrimientos de fragmentos de Safo, donde se han planteado cuestiones de autenticidad y legalidad.
Andrea Rodighiero, en “Volver a contar la Antigüedad: palabras e imágenes”, analiza, entre otras cosas, los tratamientos cinematográficos y señala que algunas opciones de dirección y escritura son sintomáticas de una inevitable casualidad en el tratamiento del texto antiguo y el universo que representa y que esto difícilmente podría ser de otra manera. En cuanto a la cuestión sobre la traducción, sugiere que vale la pena traducir aquellos autores menos conocidos de tratados técnicos, los creadores anónimos de textos epigráficos, los compiladores de léxicos más o menos conocidos y los editores de corpus escolásticos.
Finalmente, en “Filología de la posguerra: nuevas perspectivas”, Diego Lanza se refirió al descubrimiento de los trabajos de Bruno Snell, quien pretendía mostrar nuevos caminos de investigación en Filología. Anteriormente, Snell había publicado una larga reseña del primer volumen de Paideia, en la que, expresa Lanza, se dio cuenta de su gran importancia, al tiempo que contrarrestaba el Tercer Humanismo con una visión histórica inspirada en Hegel.
Como ya nos tiene acostumbrados la editorial De Gruyter, la calidad del libro es de resaltar tanto en el formato de tapa dura como el gramaje del papel. Todos los capítulos tienen sus propias bibliografías relativamente breves lo que agiliza la lectura. El libro está admirablemente producido. Tanto los editores, como la editorial han realizado un excelente esfuerzo por llevar un libro tan complejo a un público mucho más amplio a través de la adaptación del mismo del italiano al inglés.
Leandro Nahuel Fernández Roveda
Universidad Nacional de Córdoba
nahuel.fernandez.820@unc.edu.ar