Introducción al dossier: “Los nuevos actores sociales en América Latina: rupturas, continuidades y transformaciones”

 

[Introduction to the dossier: “The New Social Actors in Latin America: Ruptures, Continuities and Transformations”]

 

Esteban Torres

(Universidad Nacional de Córdoba – CONICET)

esteban.torres@unc.edu.ar

 

Manuel Antonio Garretón

(Universidad de Chile)

magarret@uchile.cl

 

I

 

El título del presente dossier lo definimos a principios de noviembre de 2020: “Los nuevos actores sociales en América Latina: rupturas, continuidades y transformaciones”. Recurrimos a un lenguaje clásico de la sociología y de la historia, arraigado en los esquemas lógicos y en las inclinaciones protagónicas persistentes del campo académico regional, para convocar a un conjunto de colegas a compartir sus avances de investigación sobre un sustrato problemático igualmente persistente: el que atañe al devenir de los procesos de cambio social en América Latina. El término devenir se refiere a algo que puede sobrevenir, suceder o llegar a ser. Alude por lo tanto a un punto de indeterminación de un movimiento que involucra diferentes estaciones del tiempo futuro. Desde mediados del siglo XIX, quienes pretendieron asomarse al futuro regional de una forma metódica debieron sumergirse en una historia social localizada. Y para que dicho ejercicio de historización singular pudiese ofrecer algún rendimiento prospectivo resultó necesario identificar los modos de progresión de los vectores de fuerza determinantes de cada sociedad histórica. Nos referimos a aquellos núcleos que no solo concentran el poder suficiente para reglamentar la edificación de una sociedad dada, sino para movilizar el cambio de una sociedad a otra. La reconstrucción de dicho escenario sociohistórico, compuesto por un cúmulo enigmático de duraciones temporales y de procedencias que se solapan, se entremezclan y se desplazan entre sí, resultó ser una condición necesaria para poder dimensionar los juegos de poder que se fueron conformando en cada uno de los tiempos presentes considerados. Y la delimitación de esos juegos sucesivos de apropiación ofrecieron el campo de observación inmediato para reconocer los nuevos actores emergentes en las sociedades y para conseguir aventurar cuánta fuerza social son capaces de acumular en determinada circunstancia para la realización de sus propios intereses y proyectos. Por lo tanto, al volver a preguntarnos en este dossier por los nuevos actores sociales en América Latina, asumimos que estamos en la búsqueda no solo de actores novedosos sino también expansivos, que pueden tornarse protagónicos. Y junto a ello presuponemos que el sentido principal que justifica su observación esta íntimamente ligado a la pretensión de conocer en qué medida esa presencia novedosa podría marcar la evolución de las diferentes esferas sociales involucradas. Esta pretensión clásica de subsumir la observación de los actores a la pregunta por el cambio social estuvo presente en la convocatoria que le hicimos llegar en su momento a los/as autores/as invitados/as. Y prácticamente un año y medio despues, llegados a esta instancia final, observamos felizmente que tales inquietudes están presentes, de uno u otro modo, en la totalidad de los textos que aquí logramos reunir.

 

II

 

En esta introducción optamos por dejar de lado la descripción relativamente literal de cada uno de los textos del dossier, en los términos ofrecidos por los/as autores/as. Lo que preferimos hacer es ensayar una reflexión a partir de la cual podamos plantear de modo suscinto un diálogo con los diversos textos, de modo de vincular la singularidad temática de los diferentes trabajos con un núcleo de problematización común. Y dicho núcleo tiene que ver con lo que entendemos por “neoliberalismo” al observar la realidad de América Latina, así como con las crisis y los efectos que le adjudicamos al primero. Lo cierto es que ninguno de los trabajos se priva de responder, de una u otra forma, a este fenómeno. Si bien al definir el tema del dossier preferimos no mencionar el término “neoliberalismo”, para así intentar escapar al efectismo que puede producir una de las nociones mas polisémicas, populares y recargadas ideológicamente del momento, era de esperar que los diferentes textos nos condujeran de algun modo hacia allí. Por lo tanto, la primera constatación que emerge de la lectura de los artículos refuerza el sentido común de nuestro tiempo histórico: al parecer resulta imposible avanzar en el conocimiento crítico de los procesos actuales de cambio social en América Latina sin contribuir a la clarificación conceptual respecto a lo que denominamos “neoliberalismo” o calificamos como “neoliberal”. Esta categoría, anclada en la enorme mayoría de los discursos críticos en la sociedad mundial, es más lo que confunde que lo que aclara respecto a las diversas dimensiones de la realidad social que pretende registrar. Si toda forma, proceso o relación es neoliberal, bien podríamos suponer que nada lo es.

Tomando en consideración la sumatoría de debates y de producciones que circulan, lo primero que intuimos es que aún tenemos como deuda colectiva una exploración más profunda del neoliberalismo regional como idea y como realidad social. ¿En qué elementos se sustenta esta intuición? En primer lugar, en su estado preliminar de conceptualización en América Latina, pese a que al parecer hay un acuerdo generalizado de que se trata de un impulso determinante que cambia el rumbo de la región y del mundo desde la década del 70 del siglo XX. Por lo tanto, se presenta la curiosa situación de que estamos de acuerdo en el punto de partida temporal del “neoliberalismo”, pero estamos lejos de entender algo similar por ello, y más alejado aún de ofrecer una conceptualización avanzada de la noción, que incluya señalamientos básicos de inclusión/exclusión de elementos. Esto último resultaría necesario para abrir una discusión algo más precisa respecto a los sentidos y los alcances de la categoría.[1]

Refiriéndonos a los trabajos del dossier,[2] el artículo de Carlos Ruiz Encina no intenta ofrecer una definición de neoliberalismo, pero todo indica que para él se trataría de un modo de desarrollo capitalista, centrado en la privatización y la mercantilización de la vida social, con primacía del capital financiero. En su trabajo Ruiz Encina no asocia explicitamente el neoliberalismo con un tipo de sociedad histórica determinada o una teoría de la sociedad. Hablará de “giro neoliberal” para referirse a lo que llama la “refundación capitalista” de Chile, propiciada abruptamente por la dictadura encabezada por Pinochet. El texto de Gabriela Benza y Gabriel Kessler tampoco define lo que se entiende por neoliberalismo y por posneoliberalismo, nociones que envuelven el análisis social de los autores. Al parecer ambas etiquetas serían la expresión de una determinada política económica estatal. Y a partir del cambio de dicha politica, de una manera y a una escala no explicitada en el texto, se activaría el neoliberalismo o bien el posneoliberalismo. A diferencia de Ruiz Encina, en los autores argentinos se observa o bien una primacia de la esfera regional respecto a la nacional a la hora de definir qué es lo neoliberal y qué lo posneoliberal, o bien una atención en ambas esferas. Los autores emplean el concepto de “ciclo” para referirse a la duración y a la dinámica de ambas nomenclaturas. Todo indicaría que para Benza y Kessler América Latina experimentó un ciclo neoliberal hasta algún momento de principios del siglo XXI, a partir de allí ingresó en un ciclo posneoliberal, en sintonía con lo que otros autores llamaron el “ciclo progresista” o “la década ganada” y, finalmente, en la actualidad, estaríamos atravesando o bien un nuevo ciclo neoliberal, o bien un momento indefinido entre ambos ciclos. Benza y Kessler entenderán también al neoliberalismo y al posneoliberalismo como “agendas”. Nuevamente, a diferencia de las acepciones de Ruiz Encina y de Garretón (ver nota 1), se trataría de un concepto ligado a la planificación estatal antes que a las formas del mercado capitalista. Luego, en el artículo de Verónica Gago y Gabriel Giorgi, el neoliberalismo es definido en primera instancia como una racionalidad gubernamental, cuyos rasgos centrales serían –citando a Foucault– la optimización y la gestión del riesgo. Pero junto a esta acepción el neoliberalismo también se presenta como la expresión de una epoca histórica, la actual, y como el atributo de una matriz social general. A su vez, esa “matriz neoliberal” tendría una inflexión libertaria, que se estaría activando en la actual coyuntura.[3] En aparente sintonía con Gago y Giorgi, el artículo de Carmen Ilizarbe sigue la lectura que efectua Wendy Brown de Foucault. La autora peruana sostiene que el neoliberalismo es ante todo una forma particular de razonamiento que reconfigura todos los aspectos de la vida en términos económicos. La “razón neoliberal” se habría extendido a todas las dimensiones de la vida social, reconfigurando incluso al propio sujeto y sus sensibilidades. En los términos de Illizarbe, el neoliberalismo no solo debe ser entendido como un programa económico sino principalmente como una racionalidad e, incluso, como una antropología particular. En el texto de Emmanuelle Barozet y equipo se llega a hacer mención a un “ethos neoliberal”, que al parecer conciben como un componente estructurante de la sociedad chilena actual. Finalmente, Esteban Torres, en su artículo, tampoco define lo que entiende por neoliberalismo. Más bien opta por referirse a la programación neoliberal de los Estados regionales, enlazando esta referencia con un tipo de sociedad histórica que se estaría configurando en el conjunto del hemisferio occidental de la sociedad mundial, y que denomina “sociedad de consumo tardío”.[4]

De este modo, lo primero que podemos corroborar es que las nociones de “neoliberalismo” o “neoliberal”, que en la mayoría de los trabajos del dossier adquieren cierta relevancia como marco explicativo, no llegan a compartir entre ellas, en términos explícitos, un núcleo de elementos comunes a partir del cual se pueda acotar el juego de diferencias que generan las interpretaciones que cada quien ofrece del asunto. Como señalamos, todos los/as autores/as reconocen que el neoliberalismo es parte o la totalidad del marco en el cual cobran existencia las problemáticas de sus textos, y que por lo tanto el fenómeno conforma los diagnósticos generales sobre la situación actual de sus sociedades nacionales o de América Latina como un todo. Ahora bien, el hecho de que los textos aquí reunidos contemplen al neoliberalismo como fenómeno pero no propongan en su mayoría una conceptualización sistemática del término, antes que debilitar el análisis social ofrecido en cada caso, abre un conjunto de interrogantes sobre los significados que se ponen en juego en torno a esta cuestión. De este modo, un interrogante que se nos plantea aquí, llegados a este punto, es en qué medida resulta deseable y luego posible la fijación de un marco de referencias compartidas, aunque mas no sea provisorio, en torno al neoliberalismo como concepto y como hecho social.

 

III

 

De los aspectos señalados en el punto anterior se desprende un segundo tópico, que mencionamos al pasar, y sobre el cual nos interesaría reflexionar aquí con más detenimiento. Nos referimos a la identificación por parte de los/las autores/as de una o de varias crisis asociadas a lo que cada quien denomina “neoliberalismo”. En el artículo de Ruiz Encina, circunscripto a Chile, se reconoce una secuencia que transita desde una primera crisis social, ligada al estallido de 2019, hacia el desarrollo de posteriores crisis de orden político y económico. Para el sociologo chileno estaríamos ante una crisis de legitimidad de las elites, tanto empresariales como políticas, sin aludir explícitamente a una “crisis del neoliberalismo”. En el trabajo de Benza y Kessler se hace exclusivamente mención a la “crisis del Covid-19” sin conectarla directamente con el clivaje neoliberal/posneoliberal que secuencia el análisis sociológico que ambos proponen. Al parecer los autores asocian tal crisis con un proceso de movilidad social descendente, haciendo hincapié en el empobrecimiento y la vulnerabilidad de los estratos medios. En el texto de Gago y Giorgi la idea central que prima es la de una “crisis de legitimidad política del neoliberalismo”, dicho literalmente en tales términos. Aquí se presentan similitudes discursivas con los registros ofrecidos por Garretón[5] y por Ruiz Encina. Luego el par de autores argentinos hacen mención al avance de sucesivas crisis desde 2008 en adelante, pero sin ofrecer referencias concretas. Por su parte, en el texto de Ilizarbe, predomina la idea de una crisis irreversible del sistema de representación política –sobre este registro avanza su trabajo– y luego se menciona la existencia de determinadas “crisis económicas con fuerte impacto social”. En el texto de Barozet y equipo no se menciona explícitamente la existencia de una crisis, aunque el artículo se concentra en el estudio de las movilizaciones sociales de derechas en Chile en una situación de crisis nacional. Finalmente, en el texto de Torres se argumenta contra la existencia de una crisis y particularmente de una crisis sistémica. El sociólogo argentino tampoco establece un enlace directo entre los programas neoliberales y la ausencia de una crisis estructural, aunque parte del supuesto de que el componente neoliberal de las políticas de los Estados latinoamericanos está dotado de un impulso de integración material.

Nos ha parecido relevante aludir al modo en que los artículos reconocen la existencia de ciertas crisis asociadas al “neoliberalismo” porque a partir de tal observación es posible acceder a un registro común que resulta determinante. A saber, en los textos predominan las identificaciones de crisis estructurales y de crisis políticas, sin una referencia explícita a la existencia o no de una crisis cultural, aunque es evidente que cuando se habla de crisis de legitimidad se presupone una afectación sustantiva en el plano simbólico. Aquí nos interesa resaltar la importancia del nucleo cultural del orden neoliberal, al cual denominamos “cultura de consumo y comunicación capitalista” (CCCC). Este dispositivo simbólico viene progresando en la totalidad de las esferas nacionales de la sociedad mundial, y se despliega de modo diferencial en los diferentes estratos de clase de cada país. El reconocimiento de la CCCC como ámbito cultural expansivo permite dialogar con los diferentes artículos, sobre todo porque la mayoría de las acepciones esbozadas de “neoliberalismo” reconocen, directa o indirectamente, el avance de los procesos de mercantilización de la vida social. En el próximo apartado proponemos una breve aproximación al sustrato cultural del neoliberalismo, bajo el supuesto de que los textos del dossier ofrecen pistas valiosas para su consideración en la teoría y en la realidad social latinoamericana.

 

IV

 

Nos aproximamos a la dimensión cultural del neoliberalismo a partir de suponer que en las esferas nacionales de América Latina, o mas bien en el conjunto del hemisferio occidental de la sociedad mundial, se viene configurando un nuevo tipo de sociedad histórica centrada en el consumo y la comunicación, antes que en la producción. Este desplazamiento societal es a la vez material y simbólico. Asumir la premisa indicada significa reconocer, tal como indicamos, que se viene expandiendo de forma sostenida una CCCC.[6] Como toda expresión cultural de tal magnitud, este universo simbólico tiende a actualizar los procesos de identificación y de reconocimiento de los millones de individuos que pueblan el conjunto de los estratos de cada sociedad nacional. De este modo, lo que llamamos “neoliberalismo”, sea cual sea la entidad que finalmente le adjudiquemos, se conformaría en relación a un proceso de reconfiguración mercantil de las sociedades motorizado por una CCCC. Tomando como referencia estas premisas generales iniciaremos un diálogo con el modo en que los diferentes textos del dossier aluden a los aspectos culturales vinculados al “neoliberalismo”. Proponemos organizar la observación distinguiendo dos ingredientes del desenvolvimiento cultural que, a nuestro entender, cada artículo considera de alguna manera: el de la “tendencia cultural” que se correspondería con un momento dominante y sostenido y luego el ingrediente de las “reacciones colectivas”.

Veamos en primer lugar la cuestión de las tendencias culturales ligadas al neoliberalismo. En su texto, Ruiz Encina asume que el neoliberalismo chileno viene acentuando un proceso de oligarquización, que está forjando lo que llama un “apartheid sociocultural”. Al parecer –esto lo decimos nosotros– se trata de un registro que se acentúa en todos los países. Ahora bien, junto con reconocer la progresión de un proceso de estratificación cultural, con crecientes distancias entre los submundos elitistas y populares, consideramos en términos simplificados que el encapsulamiento elitista que señala Ruiz Encina se precipita a partir de un sustrato cultural único y unificado, que sería precisamente una CCCC, la cual atraviesa y compone de un modo singular la totalidad de los estratos de clase. Asumir la existencia de una dinámica de superposición e imbricación de capas culturales mercantilizadas y mercantilizantes, tal como lo hacemos, tiene algunas implicancias en relación a las tesis centrales del autor que luego veremos. El texto de Benza y Kessler, por su parte, introduce al menos dos registros que se pueden asociar a este punto. Estos tienen que ver con el reconocimiento –¿weberiano?– del avance de un proceso de “democratización del consumo”, que los autores lo observan al momento del despliegue de lo que denominan “ciclo posneoliberal”, así como la identificación, para ese mismo período, del “aumento del piso de bienestar” en América Latina. Creemos que ambos registros podrían abonar la idea del avance de una CCCC en la región, que viene progresando desde ciclos anteriores, y que desde su primera generalización hasta hoy no necesariamente se ha retraído, pese a que en términos materiales los mercados de consumo sí lo harán drásticamente en la mayoría de los países de la región a partir de 2019. En el texto de Gago y Giorgi se reconoce que el neoliberalismo, entre otros movimientos, permitió el avance de valores individualistas y de lógicas competitivas, las cuales formarían parte de un proceso general de subjetivización. Los autores tienden a depositar esos rasgos en el poder de las nuevas derechas. Aquí se nos ocurre agregar que si bien tales valores se proyectan desde lo que denominan “fuerzas de transgresión reactivas”, al parecer permean también, en diferentes grados, los modos de subjetivación del conjunto de la sociedad. Tal como lo observamos, las inclinaciones individualistas más o menos acentuadas no son patrimonio exclusivo de la derecha, y a su vez dicho valor anticolectivista no parece ser la única expresión de la cultura social del neoliberalismo. Es dificil no suponer que el “deseo de lo social” al que aluden Gago y Giorgi es producto de una matriz cultural ampliada que integra igualmente la CCCC. Dejando aquí de lado el problema del determinismo tecnológico, nuestros comentarios se aproximan a la noción de “networked individualism” que ambos autores emplean en el texto, y a la cual parecen suscribir. Allí Gago y Giorgi afirman que tal expresión anglosajona da cuenta de cómo funcionan las plataformas como matriz de subjetivación de los usuarios, y de cómo se está produciendo el nuevo modelado de la libertad. Se trata de un concepto muy semejante al de “tecnologías del Yo”, que propuso Manuel Castells hace un cuarto de siglo (1996). Ahora bien, antes que ver allí una condición para el despliegue de los fascismos contemporaneos, lo cual efectivamente puede ser, sugerimos que se trata de una condición para el avance de cualquier identidad política colectiva hoy. Tal como indicamos, en su capa de sedimentación última, se trataría de una matriz cultural o tecno-cultural unificada, que opera más allá de la voluntad de los individuos, y a partir de la cual se reconfiguran las diferentes expresiones políticas, asumiendo formas mas o menos restrictivas o radicalizadas. Dado el carácter ubicuo que le adjudicamos a esta matriz cultural, activadora de un conjunto de nuevos impulsos de individuación y de autonomía individual que se manifiesta en los diferentes ámbitos sociales, nos parece que puede ser necesario distinguirla en primera instancia de las cuestiones de clase y de género, aunque esté imbricada con ellas. Somos proclives a considerar que la individuación –de la cual emerge el individualismo como fenómeno social– es un componente central de la matriz cultural a partir de la cual se recrea en su singularidad posicional la totalidad de culturas de estratos de clase en la actualidad. Se reconoce así que el conjunto de las expresiones dominantes y subalternas de una determinada esfera social nacional se recrea a partir de una cultura de consumo y comunicación capitalista, arraigada en la sociedad mundial, y no por fuera de tal constelación. En líneas generales, el texto de Ilizarbe tiende a acompañar nuestras intuiciones en este punto. La autora peruana hace particular hincapié en el hecho de que el neoliberalismo como racionalidad (podríamos decir como cultura) se habría extendido a todas las dimensiones de la vida societal, reconfigurando al propio individuo y sus sensibilidades. Y si bien no hace referencia a la CCCC, Ilizarbe considera que “todos somos sujetos del neoliberalismo”. Finalmente, el texto de Barozet y equipo pone entre paréntesis la pregunta por la gramatica cultural del neoliberalismo para concentrarse, en un sentido similar al propuesto por Gago y Giorgi, en la caracterización cultural y normativa de las movilizaciones advenedizas de derechas en Chile. Y a partir de tal propósito el trabajo llega a la conclusión de que este sector movilizado se apropia de una idea de justicia basada en el mérito para justificar su activismo. Podríamos suponer que para los/as autores/as esta expresión normativa es entendida como patrimonio exclusivo de los nuevos agrupamientos reaccionarios que tomaron la calle. Y aquí igualmente optaríamos por agregar que la noción de mérito, se formalice o no en una idea de justicia social, tiene una expresión ubicua en la sociedad y de hecho compone una gama variada de teorías de la justicia, entre ellas las que se asientan sobre un principio de igualdad de oportunidades. Así, podría decirse que el espectro semántico del mérito antecede al “neoliberalismo” y luego lo desborda en la actualidad en varias direcciones.

Cabe observar ahora cómo cada autor/a hace referencia a la trama cultural de las reacciones colectivas analizadas, y cómo éstas se ligan a lo que cada quien denominó “neoliberalismo”. Este punto de observación, particularmente sensible a las expectativas de cambio progresistas, es el que se aproxima en mayor medida al título del dossier. Al revisar los trabajos desde esta aproximación comprobamos que es posible clasificarlos en dos tipos, atendiendo a dos posiciones relativamente nítidas. Por un lado, se ubicarían los artículos que consideran que las reacciones colectivas en los países latinoamericanos se vienen desplegando contra el “neoliberalismo” como lógica o modelo societal y, por el otro, están aquellos que asumen que las movilizaciones no necesariamente impugnan dicho núcleo estructural. Según nuestra lectura, en el primer conjunto se ubicarían los textos de Carlos Ruiz Encina y de Verónica Gago/Gabriel Giorgi, y en el segundo los restantes. Así, ligado a la primera posición, Ruiz Encina postula que la actual coyuntura chilena esta marcada por “el desajuste entre estructura y cultura”. Al parecer, para el sociólogo chileno, el elemento estructural de la sociedad en la coyuntura nacional sería neoliberal, a la cual se contrapondría una cultura popular antineoliberal. Más aún: el campo popular de la sociedad estaría generando para Ruiz Encina, como subjetividad subalterna predominante, un nuevo individuo antineoliberal. Para el sociólogo serán las movilizaciones desde abajo ligadas a los estallidos sociales de 2019, recreadas al interior de un proceso más extendido de acumulación de poder popular activado a partir de las luchas sociales estudiantiles de los últimos años, las que estarían forjando un “nuevo pueblo”, portador una nueva conciencia histórica. Este “nuevo pueblo” estaría reaccionando de forma deliberada “contra la privatización y mercantilización de la reproducción social, tanto material como cultural”. La formulación más sutil que ofrece Ruiz Encina del desajuste que menciona se sintetiza en la siguiente frase: “Hoy, el peso de los procesos forzados de individuación de la experiencia neoliberal no impide la marcha de cursos de formación de un nuevo sujeto popular”. De este modo, el aspecto crítico de su afirmación se traslada a la corroboración del carácter forzado o no del proceso de individuación, así como al interrogante respecto al efecto que finalmente produciría el hecho de que tal desenvolvimiento haya resultado más o menos forzado. Y es aquí donde se puede observar, a nuestro juicio, para el caso chileno (y mas allá), un movimiento progresivo y no forzado de adhesión del campo popular al dispositivo cultural del “neoliberalismo” en la forma de una CCCC. Esta inclinación colectiva mercantilizada se estaría produciendo pese al creciente bloqueo material experimentado por las mayorías para acceder a una posición respetable en los circuitos de valorización social del mercado. Si fuera así, la emergencia de ese “nuevo pueblo” que Ruiz Encina observa y alienta no superaría su condición de “pueblo del mercado”.[7] En tal sentido, no habría que descartar la posibilidad de que el “nuevo pueblo” en formación no tuviera interés en sepultar al “neoliberalismo” (a sus pilares culturales) y sí, en cambio, en reclamar el acceso a esferas y experiencias mas elevadas de reconocimiento en nuestras actuales sociedades de consumo tardío.[8] Dicho en otros términos: la mayoría de los intereses sociales que se expresan en el campo popular podrían no ser antimercantiles, anticonsumistas o anticapitalistas en su forma cultural. Si bien es posible reconocer una posición popular situada en las antípodas de las élites, dispuesta a antagonizar con estas últimas, tal como sugiere Ruiz Encina, ello no necesariamente implicaría situarse simbólicamente fuera del orden cultural del “neoliberalismo” como sistema. En lo inmediato se trataría de un antagonismo potencial entre posiciones dentro de un sistema no clausurado, y no de un enfrentamiento entre sistemas, uno dominante y otro en proceso de formación popular. Acompañando las consideraciones del sociólogo chileno, el texto de Gago y Giorgi identifica al movimiento feminista, o al menos a una parte de él, como nucleo expansivo de reacción al neoliberalismo en tanto forma contemporánea del capitalismo. Entonces aquí nuevamente la pregunta que plantearíamos –sin dejar de reconocer el avance de las diferentes agendas de género– sería en qué medida esa potencia feminista teórica y práctica es portadora de una impugnación al núcleo de la cultura de consumo y de comunicación capitalista.

Los restantes artículos parecen asumir ciertos reparos con respecto a la idea de que las reacciones colectivas en la región podrían ser portadoras de un impulso antineoliberal en el plano cultural.[9] Benza y Kessler sostienen en su artículo que los descontentos sociales actuales en la región se explican en gran medida por el reforzamiento de las desigualdades estructurales y por el deterioro de las condiciones de vida. Para los autores argentinos, más que el avance de una reacción colectiva contra la lógica constitutiva del sistema económico o contra el nucleo cultural de su variante neoliberal, se trataría de una contestación contra la actual forma de progresión del “ciclo neoliberal”. El texto de Ilizarbe exhibe una trama política en la cual existe un cierto vinculo entre las manifestaciones populares actuales en el Perú y lo que la autora denomina el proceso de “enraizamiento socio-cultural del neoliberalismo”. La politóloga peruana reconoce dos componentes concatenados de la coyuntura del país andino: la hegemonía del neoliberalismo y su capacidad para constituir nuevos sujetos como consumidores. Finalmente, el artículo de Barozet y equipo reconoce como primera demanda de las abultadas manifestaciones contra el gobierno de Piñera, una redistribución social y económica justa, contra el acaparamiento de las élites. A ello añade, como fuente del descontento social, “la falta de reconocimiento cotidiano y la experiencia directa de la desigualdad en el acceso a las oportunidades en Chile”. En esta interpretación, el problema proyectado por las protestas sociales sería en primera instancia la injusticia distributiva y la desigualdad en el acceso, más que la CCCC como lógica cultural del neoliberalismo. Así, desde el momento que validamos la existencia de una dimensión cultural como sustrato sistémico del “neoliberalismo”, podríamos suponer que subyace a este último grupo de interpretaciones una distinción entre el neoliberalismo en-sí y determinada forma de concreción histórica de dicho sistema.

 

V

 

A partir de la lectura de los artículos del dossier podríamos concluir que la cuestión central que se plantea al momento de analizar los nuevos actores sociales y su relación con la crisis o la superación del neoliberalismo es el interrogante respecto a la potencialidad de los primeros para encarnar esta superación. Desde nuestra perspectiva, el proceso de privatización y de mercantilización avanzada de las esferas sociales nacionales, propia del “neoliberalismo”, viene recreando un cúmulo de impulsos de identificación social en los campos popular y de élite, así como nuevos sentidos de realización colectiva e individual ligados a una cultura de consumo y comunicación capitalista (CCCC). Se trata de una dimensión sistémica que viene progresando en la sociedad mundial desde hace décadas, a partir y mas allá de los movimientos permanentes de expansión y retracción de cada mercado nacional de producción y consumo. Aunque aquí nos distanciamos de la premisa de una colonización absoluta del mundo social por parte de la CCCC, aplicable a toda esfera nacional existente, sí observamos un movimiento de avance persistente de las lógicas culturales capitalistas en América Latina, así como en el conjunto de la sociedad mundial. Así, antes que una reacción cultural contra el sistema capitalista en su modo neoliberal, lo que constatamos es una concatenación de diferentes movimientos de resistencia de los estratos medios y bajos a determinados efectos del “neoliberalismo”, padecidos en sus propias trayectorias subalternas. Estas fuerzas reactivas, en su expresión dominante, no impugnan la lógica del sistema social desde una posición de exterioridad. Más bien lo que hacen es negar las posiciones particulares asumidas y adjudicadas al interior de dicho sistema, lo cual podría significar un reconocimiento no deseado de la hegemonia societal de la CCCC. Desde la perspectiva que asumimos pareciera dificil sostener que estamos frente a una crisis estructural del neoliberalismo en América Latina, provocada por los estallidos sociales que proliferan en la región a partir de 2019 y, con anterioridad, por el cambio de orientación de algunos gobiernos nacionales (desde 1999 con Chavez en la presidencia de Venezuela y más nítidamente, a partir de 2003, con Lula). Estos dos factores, el de los impulsos ascendentes provocados por los estallidos recientes y el del cambio de las políticas macroeconómicas hacia fórmulas neokeynesianas, resultan determinantes en el desencadenamiento y el desarrollo de una crisis destinada a ensanchar las posibilidades de transitar de una sociedad histórica neoliberal a una posneoliberal. Pero, hasta la fecha, las relaciones entre ambos procesos y sus proyectos de transformación han resultado insuficientes. Y lo son desde el momento que concebimos al “neoliberalismo” como una matriz retroalimentada por una CCCC. El devenir de las sociedades nacionales, como sabemos, no solamente se desenvuelve a partir de impactos coyunturales y de cortas duraciones. La persistencia del problema de la dependencia estructural de América Latina respecto a los paises centrales desde los tiempos coloniales es el mejor ejemplo de ello. La evolución histórica de nuestros países, producto de esa posición periférica, está siendo traccionada en buena medida por un proceso de integración desde arriba, y por lo tanto no se puede concebir al márgen de un movimiento de cambio social mundial.

Si aceptamos la situación de hegemonía actual de la CCCC podríamos reconocer que no habrá salida definitiva del andamiaje societal del neoliberalismo sin la superación de esta matriz cultural, a la vez masiva y capilarizada, que antecede a su recodificación neoliberal pero que al parecer no la trasciende. Ahora bien, en la actualidad, pareciera que cualquier perspectiva de superación de la CCCC está bloqueada en la práctica. Se trata de un asunto dilemático en la medida en que la desmercantilización de la vida social y de los deseos colectivos mayoritarios, que es una condición sine qua non para conseguir trascender la CCCC y con ello la matriz neoliberal, entran en profunda contradicción con los requerimientos de expansión mercantil de todos los procesos de desarrollo económico que el progresismo imagina como deseables y posibles en América Latina. Pero el futuro social no puede clausurarse. La profundidad de esta contradicción social no debería llevarnos a despreciar la capacidad potencial de los estallidos sociales y de los nuevos actores sociales emergentes para propiciar el resquebrajamiento de la hegemonía cultural del neoliberalismo en la región. En cualquier caso, para que los nuevos actores sociales puedan empujar a la CCCC hacia su propia crisis, es imprescindible el reconocimiento de la política como espacio y motor de las transformaciones sociales. Es en el campo de la política que se vienen librando las principales batallas que permiten trastocar las relaciones de poder, y es en su seno que se disputan los horizontes de expectativas colectivas de una sociedad, recogiendo las diversas politicidades de los actores sociales, sin reducir el ámbito de la dinámica política a una simple suma de ellas. Si acordamos que la política es el motor del cambio social, la reinvención democrática es la condición actual para que dicho cambio pueda adoptar una dirección progresista. Es a partir de la puesta en marcha de un proyecto de reinvención democrática multidimensional, basado en una redefinición novedosa de los actores propiamente políticos y su relación con los actores sociales, que podríamos iniciar el tránsito hacia nuevas formas generales de valorización cultural y de organización económica. Y las ciencias sociales que pueden colaborar con un proceso de democratización profunda de las sociedades latinoamericanas son aquellas que se fundamentan en un proyecto intelectual orientado a la transformación de la sociedad.[10] Una de las grandes tareas que tenemos pendientes es la construcción de nuevas teorías del cambio social que contribuyan a una política que consiga enlazar las dimensiones cultural, económica y política desde la propia especificidad estructural de América Latina en tanto región periférica de la sociedad mundial. Pero dicha construcción sociológica debe arraigarse necesariamente en un entramado social que trascienda la academia, a partir de la articulación con aquellos actores sociales que traen consigo pretensiones transformadoras, y sin los cuales toda sociología del cambio social, por mas encendida que resulte, queda reducida a un mero juego intelectual.

 

Bibliografía

 

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Touraine, A. (2021). La Société de communication et ses acteurs. Paris: Seuil.

 



[1] Garretón define el neoliberalismo como un tipo particular de capitalismo que se basa en el poder financiero y en la búsqueda de mercantilizar los distintos aspectos de la vida cotidiana (Garretón, 2012). En su visión, el concepto se correspondería con el modelo de desarrollo predominante (no excluyente) de la “sociedad pos-industrial globalizada”, un tipo particular de sociedad histórica que está dejando atrás a la “sociedad industrial de Estado nacional” (Garretón, 2021a).

[2] Es importante aclarar que a lo largo de esta introducción no sugerimos que los/as autores/as invitados/as al dossier no cuenten con una conceptualización avanzada del neoliberalismo que se pueda hacer presente en otros trabajos de investigación. Simplemente tomamos como referencia los textos presentados.

[3] En Garretón, Cavarozzi, Cleaves, Gereffi y Hartlyn (2004) se emplea la noción de “matriz neoliberal”. Esta se define como un tipo histórico particular de matriz sociopolítica constituida y constituyente de los actores sociales. Aquí la matriz neoliberal comprende el sistema de relaciones entre el Estado, el sistema de representación y la base socio-económica y cultural, mediadas por el régimen político.

[4] En otros trabajos, Torres esboza una definición de la dimensión material del neoliberalismo, partiendo del supuesto de que también tiene un componente simbólico que le es propio. En concreto, invita a concebir el neoliberalismo como la confluencia de al menos tres procesos materiales en expansión en el hemisferio occidental: i) la liberalización, desregulación y privatización de las economías nacionales; ii) la reestructuración tecnológica de las interacciones sociales y económicas; y iii) el agigantamiento de las corporaciones privadas dominantes, las cuales llegan a superar, en tamaño y poder, a la mayoría de los Estados nacionales.

[5] Garretón (2021b) alude básicamente a una crisis de legitimidad, que en el caso chileno se presenta como una doble crisis de legitimidad: i) del modelo socioeconómico neoliberal implantado por la dictadura de Pinochet y solo corregido parcialmente por los gobiernos democráticos posteriores (con sus consecuencias de endeudamiento de las familias, concentración del poder económico y profundización de las desigualdades) y ii) crisis de legitimidad del modelo político, basado en la Constitución impuesta por la dictadura y desarrollado en democracia con fórmulas cupulares y elitistas que rompieron la clásica relación entre partidos y actores sociales.

[6] Garretón ya afirmaba en el año 2001 que los ejes en torno a los cuales se organizaba la sociedad actual, a diferencia de la sociedad industrial de Estado nacional, eran el consumo y la comunicación, y los actores sociales principales se constituían en torno a tales ejes (Garretón, 2001, p. 36). Sobre los estudios que contribuyen a fundamentar la perspectiva de una CCCC ver un reciente texto de Touraine (2021). Allí el sociólogo francés considera a los procesos de comunicación social como fuente central de estructuración de las sociedades.

[7] Aquí invertimos la ecuación empleada por Wolfgang Streeck. Recurriendo a un materialismo restrictivo, el sociólogo alemán se refiere al “pueblo del mercado” para dar cuenta del campo mundial de los grandes capitales, al cual le contrapone el “pueblo del Estado”, que sería la expresión de las sociedades nacionales territoriales de Europa (Streeck, 2015).

[8] Torres denomina “sociedades de consumo tardío” a una formación social en la cual el consumo de realización (y no todo el consumo capitalista) es cada vez menos un consumo de masas, y en la cual se revolucionan los modos de organización del consumo de supervivencia. Es precisamente dicha recomposición radicalizada la que impulsa en buena medida la creación de la “clase dependiente de la asistencia” que Torres analiza en el artículo de este dossier. Para un análisis general más exhaustivo de la sociedad y de la cultura de consumo tardío, ver Torres (2022).

[9] Al analizar los estallidos sociales en Chile, Garretón observa que las movilizaciones emergentes en el campo popular son heterogéneas en su composición y en su expresión, que no tienen un claro eje organizador y que en apariencia no son portadoras de demandas sistematizadas en un proyecto histórico determinado. Para un análisis pormenorizado, ver Garretón (2021a; 2021b).

 

[10] Para un desarrollo sistemático de la noción de “proyecto intelectual”, ver Torres (2021).