Migración, nostalgia y cultura material: una aproximación a partir del caso de la comunidad española de Buenos Aires (1890-1930)

 

[Migration, Nostalgia and Material Culture. An Approach from the Case of the Spanish Community of Buenos Aires (1890-1930)]

 

Stefania Cardonetti

(Universidad Nacional de Quilmes – Universidad de San Andrés – CONICET)

stefaniacardonetti91@gmail.com

 

Resumen

 

El trabajo aborda los usos políticos de la nostalgia dentro de la comunidad española de la ciudad de Buenos Aires analizando dos episodios que tuvieron lugar entre el último lustro del siglo XIX y la década de 1930. A partir del entrecruzamiento entre las emociones, la migración y la cultura material este artículo propone estudiar prácticas y prescripciones emocionales vinculadas a la nostalgia. El trabajo aporta al estudio de las dinámicas emocionales vinculadas a la migración y, especialmente, a las políticas de recreación identitaria e integración a una nueva sociedad.

 

Palabras clave: Migración; Nostalgia; Cultura Material; Comunidad Española; Emociones

 

Abstract

 

This paper explores the political uses of nostalgia within the Spanish community of the city of Buenos Aires, analyzing two episodes that took place between the last five years of the 19th century and the 1930s. From the intersection between emotions, migration, and material culture this article proposes to study emotional practices and prescriptions linked to nostalgia. It contributes to the study of the emotional dynamics linked to migration and, especially, to the policies of identity recreation and integration into a new society.

 

Keywords: Migration; Nostalgia; Material Culture; Spanish Community; Emotions

 

 

Recibido: 22/05/2021

Evaluación: 26/08/2021

Aceptado: 07/12/2021

 

 

 

 

                                                           

Entre la década de 1880 y 1950, la Argentina experimentó profundas transformaciones políticas, sociales y culturales.[1] Dentro de estos cambios, el fenómeno migratorio ocupó un lugar central: un flujo de intensidad variable pero constante proveniente del exterior combinado con una intensa movilidad interna constituyen el rasgo persistente de todo el período.[2] En este artículo abordaremos la dimensión emocional de las migraciones, una arista cuya relevancia ha sido opacada por la gravitación de interpretaciones en las que domina la imagen de los inmigrantes movidos por razones económicas. Sin desestimar la relevancia explicativa de esos abordajes, aquí partimos de la premisa de que las dinámicas emocionales y las económicas no deben comprenderse bajo el prisma del falso binomio racional/irracional ni como esferas que se desconocen entre sí, sino como elementos cuya interacción ilumina aspectos aún poco explorados del fenómeno migratorio (Baldassar & Boccagni, 2015; Bjerg, 2020).

Analizar las dinámicas emocionales asociadas a la migración (no solo desde el punto de vista individual, sino a nivel social y político) contribuiría a una mayor comprensión de la experiencia migratoria y de los modos de integración de los migrantes en la sociedad receptora, la forma que adoptó la recreación de los lazos con los lugares de origen y, en líneas generales, los múltiples modos en los que la migración afectó las relaciones sociales tanto transnacionales como en el país de acogida.

Los estudios migratorios no descartaron que la movilidad supuso un costo emocional para las personas involucradas (tanto para los que migraron, como para los que se quedaron), y en ese sentido las cartas y las remesas revelan las estrategias de los migrantes para sostener sus vínculos afectivos (Da Orden, 2010; Cancian, 2011; Borges, 2016). A pesar de esas aproximaciones a la dimensión afectiva, hace relativamente poco tiempo que los estudios migratorios comenzaron a nutrirse de las contribuiciones del giro afectivo para observar las dinámicas emocionales vinculadas a la movilidad espacial. Migrar no solo implica dejar atrás paisajes emocionales conocidos y adaptarse a los repertorios y prescripciones emocionales[3] de la sociedad receptora, sino también el desencadenamiento de emociones como el miedo, la ansiedad, la tristeza y la añoranza del lugar de origen.

Del espectro amplio de emociones que acompañaron (y acompañan) a la experiencia migratoria, este artículo pone el foco en la nostalgia e intenta desentrañar las prescripciones y prácticas emocionales asociadas a la nostalgia en la comunidad española de la ciudad de Buenos Aires entre el último lustro del siglo XIX y la década de 1930, asumiendo que el sentimiento nostálgico puede ser abordado desde dos dimensiones que, aunque complementarias, recurren a fuentes distintas. El primero enfoca la trama de vínculos reales e imaginarios que el inmigrante, como individuo, tiene con el pasado a lo largo de su vida y cómo expresa sus sentimientos en la esfera privada y familiar. Las huellas, siempre difusas, de esa experiencia subjetiva pueden rastrearse en sus narrativas personales (cartas, diarios, memorias, autobiografías), en sus prácticas (viajes de visita o de retorno reales o deseados e imaginados al lugar de origen y patologías vinculadas al extrañamiento como melancolía, depresión y alcoholismo) y en sus apegos emocionales a objetos que evocan el pasado en sus sentidos múltiples y cambiantes. El segundo abordaje, que es el que adoptamos en este trabajo, se centra en la nostalgia pública y en la movilización emocional que las dirigencias étnicas llevaban adelante para crear sentidos de comunidad asegurando el vínculo afectivo de los inmigrantes con el pasado, con los espacios y las tramas culturales del lugar de origen.

Resulta crucial para este trabajo la alternativa postulada por Monique Scheer (2012) a partir de una lectura de las emociones inspirada en la noción de habitus, que propone pensar las emociones como prácticas. Las prácticas emocionales que sugiere la autora son hábitos, rituales, formas de manipulación del cuerpo (lugar en el que está inscrito el habitus en el sentido de Bourdieu) y del espacio y es a través del estudio de la transformación de estas prácticas que las emociones resultan historiables. (Scheer, 2012, p. 220).

Observar los cuerpos, la relación con los artefactos y los rituales del pasado constituye entonces las vías para una historia de las emociones que ponga el foco en la práctica. Esto supone releer fuentes textuales en busca de esas prácticas emocionales y, además, prestar atención a otros materiales que nos puedan informar sobre las formas de manifestación emocional en el pasado y los usos personales, sociales y políticos que se hacen de las emociones en situaciones concretas.

Asimismo, vale aclarar que la dimensión pública del sentimiento nostálgico será analizada teniendo en cuenta la interacción de las emociones y la cultura material, la interacción entre sujetos y objetos que se afectan mutuamente y configuran dinámicas emocionales (Moran & O’Brien, 2014; Zaragoza Bernal, 2015; Dolan & Holloway, 2016; Downes, Holloway y Randles, 2018; Bjerg, 2019). Este artículo se nutre de interpretaciones que proponen la recuperación de la cultura material y la exploración del vínculo entre sujetos y objetos en clave emocional. Los autores que siguen esta propuesta –que es teórica pero también heurística, porque propone una ampliación del espectro de fuentes– se ocupan de develar cómo el mundo inanimado de las cosas afecta a las dinámicas emocionales, cómo los objetos activan las emociones y cómo los sujetos responden emocionalmente a ellos.

 

La politización de la nostalgia

 

En la gestión íntima de la nostalgia, los inmigrantes enviaban y recibían objetos, entre los cuales las cartas, el dinero (en forma de remesas) y las fotografías ocupaban un lugar preponderante, pero también mercancías que, al tiempo que aceitaban circuitos comerciales entre Europa y el Río de la Plata, contribuían a la persistencia de patrones de consumo étnicos y fomentaban, a través de los sabores, los apegos y la cercanía imaginaria a los paisajes afectivos de origen.[4] Sin embargo, en la vida pública de los inmigrantes, que se desarrollaba en instituciones de la comunidad étnica como las asociaciones mutuales y los clubes, los objetos emocionales también jugaron un rol y las dirigencias se valieron de ellos en lo que en este trabajo llamaremos “usos políticos de la nostalgia” vinculados al anhelo colectivo del pasado y al reforzamiento de identidades y nociones de patria.

Se propone aquí desentrañar las interacciones complejas entre la comunidad inmigrada, sus líderes étnicos, la gestión política de la nostalgia y la gravitación material, sentimental y simbólica de los objetos. Indagar en esta gestión política de una emoción como la nostalgia implica comprender las estrategias de la elite dirigente de la comunidad española de la ciudad de Buenos Aires para cohesionar a un grupo heterogéneo. Como se verá más adelante, hacer un uso político de la nostalgia implicó evocar el pasado como una herramienta válida para la dinámica política del grupo. Dado que, como ha señalado Sara Ahmed (2004), las emociones no pueden comprenderse como estados psicológicos internos e individuales, sino como prácticas sociales y culturales. Con el fin de reflexionar sobre los usos prácticos de las emociones en situaciones sociales concretas, nos centraremos en primer lugar en un episodio de 1892 que fue publicado por el periódico El Correo Español bajo el título “Españoles sin Patria”.[5] Allí se cuenta la trayectoria de un puñado de tierra que viajó desde la Puerta del Sol en Madrid hasta la Argentina en respuesta al pedido que un grupo de inmigrantes españoles, radicados en Buenos Aires, le hicieron al periodista autor del artículo. En segundo término, analizaremos una práctica análoga en la que la tierra cobra una importante resonancia emocional, pero en un contexto diferente. En este caso, que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XX, la dirigencia del Centro Gallego de Buenos Aires utilizó el recurso de movilizar tierra de las cuatro provincias gallegas hacia la Argentina en el marco de la construcción de un Panteón Social en el Cementerio Oeste.[6]

Los objetos que desempeñarán un rol central en las siguientes páginas compartieron una misma ruta: fueron traídos de España y relocalizados en la Argentina y en ese movimiento su significado cambió. En el nuevo contexto la tierra de la patria se volvió eficaz en un doble sentido: para afianzar el sentimiento de comunidad étnica y para legitimar las políticas y liderazgos de las dirigencias comunitarias. Una eficacia que cobra sentido a través de la nostalgia y con la movilización de emociones compartidas.

La nostalgia es una noción polisémica que se asocia a una variedad de experiencias que incluye el reconocimiento de la ruptura con el pasado en la modernidad, la movilidad provocada por la guerra, el exilio y también la migración.[7] Del amplio espectro de prácticas vinculadas a la nostalgia, este trabajo se interesa –como señalamos más arriba— en las políticas de la nostalgia orientadas a cohesionar a un grupo que es heterogéneo en cuanto a las posiciones económicas y sociales de sus miembros en la sociedad de acogida, pero también, con relación a los lugares que ocupan dentro de esta amplia comunidad.

Si, como es sabido, la migración provocó un quiebre de sentidos de pertenencia y alienación debido a la llegada a una sociedad extraña, los entramados institucionales creados por las comunidades emigradas colaboraron en los complejos procesos de integración. Algunos grupos se caracterizaron por crear un tejido diverso, tal es el caso de los franceses que contaron con sociedades de protección y beneficencia, escuelas, sociedades recreativas y militares (Otero, 2012). Por su parte, los británicos exaltaron tempranamente la dimensión religiosa de su identidad a través del anglicanismo, el metodismo y el presbiterianismo, sin descuidar la educación de los miembros de la comunidad mediante la creación de escuelas (Seiguer, 2016; Silveira, 2017). En el caso de los españoles, debido a su carácter mayoritario en términos númericos, el asociacionismo se caracterizó por un espectro amplísimo de asociaciones de difente factura: la creación de la Cámara Española de Comercio, la Asociación Patriótica Española, la Institución Cultural Española, el Patronato español, la Sociedad Española de Beneficencia, el Hospital Español y el Banco Español del Río de la Plata son ejemplos de esa profusión. Asimismo, en la primera década del siglo XX se fundaron instituciones regionales, como el Banco de Galicia y Buenos Aires, el Centro Asturiano y el Centro Gallego de Buenos Aires. Este último planteó una claro desafío a la hegemonía de la pionera Sociedad Española de Socorros Mutuos cuando para la década de 1930 la superó en cantidad de socios (Moya, 1998).[8] La prensa también delimitaba identidades y colaboraba en la creación de un sentido de pertenencia entre los emigrados. En este sentido, resulta pertinente señalar la importancia del diario El Correo Español, una publicación que, como ha señalado Marcelo Garabedian (2019), constituía un emprendimiento periodístico de gran relevancia para las elites españolas en el ámbito rioplatense. Garabedian también nos ofrece una perspectiva interesante para comprender la naturaleza del liderazgo de la prensa étnica en la medida que señala la importancia de esos emprendimientos para forjar un relato nacional desde la inmigración, intentando diluir diferencias regionales y reforzando la defensa de una “nación española”. Al mismo tiempo, su liderazgo radicaba en su rol de difusor de las actividades de otras asociaciones españolas con las que tenía un vínculo estrecho (Garabedian, 2012).

Teniendo como telón de fondo esta densa malla institucional en la que la identidad étnica se configuraba y se negociaba a lo largo del período del que se ocupará este trabajo, retomemos la historia de aquellos inmigrantes que “solo querían un puñado de tierra”, reproducida en una extensa nota que aparecía en un diario de Madrid por El Correo Español, cuyo editor animaba su lectura “por las verdades que contiene, el espíritu de justicia que le inspira y la patriótica amargura que rebosa”. El autor, el escritor y periodista Lorenzo Coria, narraba allí un encargo especial que le habrían realizado en uno de sus viajes:

 

Cuando les dije adiós y los invité a formular encargos y peticiones, convinieron unánimes y no poco emocionados en que solo deseaban ‘un poco de tierra de la Puerta del Sol, ¡que no volverán a ver! cogida al pie de la farola inmediata a la calle de Preciados. La tierrecilla negruzca, húmeda y pegajosa que unía las losas centrales de la farola- burladero, camino está del Plata y en el Plata será recibida con alegría sin nombre y distribuida por las familias que la pidieron. Tierra de Madrid, tierra legítima de Madrid es en América para todo español, para un madrileño de raza, joya valiosísima.[9]

 

El puñado de tierra constituye un objeto complejo por su carácter polisémico y, al mismo tiempo, un potente prisma a través del cual avizorar las condiciones de posibilidad para navegar[10] de manera individual y colectiva una emoción como la nostalgia en la Argentina de fines de siglo. Sostenemos que el valor emocional de un objeto para un sujeto o para un grupo social se modifica a través del tiempo y del espacio y esto es válido tanto para comprender el significado de una carta, de una fotografía o de una remesa, como también de los puñados de tierra que constituyen la fuente principal de este trabajo. Veremos cómo el valor emocional de este objeto solo puede comprenderse si se tiene en cuenta el contexto cultural en el cual los sujetos establecieron un tipo de relación particular con el mundo material (Downes, Holloway & Randles, 2018). Se abren, entonces, una serie de interrogantes para esta investigación. No solo cabe preguntarse acerca del valor emocional de este objeto, sino que también es necesario abordar las razones detrás de la decisión editorial de El Correo Español, que le dedicó buena parte de una página a la reflexión del escritor a cargo de transportar el puñado de tierra.

Por un lado, vale la pena preguntarse si, antes de emigrar, para este grupo de españoles la tierra que yacía bajo la farola-burladero y entre las baldosas que rodeaban a la Puerta del Sol tenía algún sentido particular. Tal vez transitaban ese lugar cotidianamente, como un paso ineludible, y la tierra que ahora reclamaban no era más que un objeto inadvertido y humilde. En cambio, en el contexto del proceso complejo y surcado por sentimientos contradictorios de la adaptación/integración a una nueva sociedad, esa tierra cobró un nuevo significado ligado a la añoranza y al sentimiento de amor a la patria (como terruño, como lugar de origen y centro de las configuraciones de sentido e identidad) que no habían experimentado hasta convertirse en migrantes. Por otro lado, podríamos preguntarnos también por qué esos inmigrantes desearían un puñado de tierra de la Puerta del Sol cuando, como se sabe, la migración española al Río de la Plata tuvo una impronta regional de la cual fueron protagonistas mayoritarios gallegos, asturianos y vascos que, probablemente, pocas veces o ninguna habrían pisado aquel sitio. ¿Acaso El Correo Español intentaba reforzar, a través de la nostalgia, un sentido de identidad supra-regional?[11]

Como es sabido, la prensa de la colectividad fue un elemento crucial a la hora de reforzar el sentimiento de apego a la patria entre los inmigrantes a través de la circulación de mitos e imágenes sobre España.[12] Varios trabajos historiográficos han señalado que en el último cuarto del siglo XIX y la primera década del XX se vivió dentro de la colectividad hispana una reactivación del sentimiento patriótico que, a pesar de ser motorizado por elites profesionales y económicas, alcanzó resonancia dentro de la amplia comunidad de españoles (Duarte, 1998, citado en Farías, 2018), además de un sentimiento nacionalista marcado por la derrota militar de España en sus últimas colonias, que hizo de la prensa de la comunidad una caja de resonancia de los sucesos políticos y un espacio de reforzamiento de un sentimiento patriótico que trascendía apegos e identidades regionales. En ese contexto, el puñado de tierra de la Puerta del Sol revela la eficacia emocional del sentimiento colectivo de nostalgia y, a la vez, el papel que los liderazgos étnicos jugaron en la configuración de nociones prescriptivas sobre qué sentir y cómo sentir. La tierra movilizaba la nostalgia, pero esa emoción ya no evoca apegos pequeños y parroquiales, anhelos de la familia y los paisajes conocidos, sino un sentido de amor a la patria que, en la distancia de un destino de ultramar, alentaba a la cohesión de un grupo migratorio proverbialmente heterogéneo atravesado por disputas identitarias enraizadas en diferencia regionales, culturales y políticas. Uno de los párrafos del artículo es muy elocuente en este sentido: “Allí viven, unidos, cohesionados, manteniendo progresivo y envidiable tacto de codos. Quedaron acá los odios, las rivalidades, las discrepancias; son españoles y no se acuerdan de otra cosa; dejaron en la patria muchas amarguras y olvidadas están; marcharon desconsolados y cuánto va de España les consuela y anima.”[13]

La última frase de este párrafo vinculada al consuelo y al ánimo que puede brindar algún objeto o quizás una novedad proveniente de España da cuenta de que la nostalgia por el país de origen era entendida como una emoción que trascendía a las amarguras que habían provocado, en muchos casos, las necesidades económicas y la miseria que, quizás, los llevó a emigrar. El autor del artículo también relata que cuando, cada mes, el vapor que transportaba cartas (remesas y objetos también) se acercaba al puerto lo recibían con palmas y lo despedían con pena. Asegura que los inmigrantes que reciben a este buque parecieran querer hacerlo astillas y distribuírselos al igual que harán con la “negruzca tierrecilla de la farola.”[14]

Ahora bien, aunque el anhelo por la tierra o el hogar perdido y el deseo de recuperar la estabilidad del pasado quedan subsumidos en nuestro idioma bajo la palabra “nostalgia”, sostenemos que la importancia que adquirió aquel puñado de tierra como objeto emocional se acerca mucho a la noción de homesickness o mal del país. Según Matt (2011) quienes sufrieron el “mal del país” estaban separados de su hogar por un abismo geográfico, mientras que los nostálgicos están distanciados por un golfo mayor: el golfo del tiempo. Quienes transitan el anhelo por un hogar perdido, entonces, sostienen la esperanza del regreso e intentan recrear y gestionar ese anhelo a través de distintas vías. En esta línea, es posible argumentar que aquel puñado de tierra disparase entre los migrantes específicamente el “mal del país” o, al menos, que esa fue la intención del periódico y de un sector de la dirigencia étnica. Si los lectores a los que iba dirigida la nota eran confrontados desde el título con su condición de “españoles sin patria”, ese poco de tierra que se desplazó a través del océano desde Madrid, la capital de la nación española, encarnaba el lazo emocional del inmigrante con España y no con su parroquia o su región.

No obstante, el objeto emocional con el que un sector de la elite buscó afianzar un sentido de identidad nacional a principios de la década de 1890, cuando a partir distintos acontecimientos (que culminaron con la guerra de 1898) comenzó a revelarse la inestabilidad del Imperio Español, fue el mismo recurso del que se valió la dirigencia regional del Centro Gallego de Buenos Aires no solo para legitimar su poder, sino también para aliviar las tensiones entre sentir nostalgia por el terruño y arraigarse en la Argentina. Era posible vivir en Buenos Aires (e incluso morir ahí) sin dejar de sentir amor y anhelo por el pasado, sin dejar, en fin, de ser gallego.

 

¡Terriña!

 

El Centro Gallego, que había sido fundado en el invierno de 1907, amparó una intensa actividad social y benéfica que lo llevó a consolidarse como una institución modelo a nivel nacional y de la América Hispana, superando, incluso, a la pionera Asociación Española de Socorros Mutuos de Buenos Aires (Farías, 2011). Durante la década de 1920 el Centro, abocado a la amplición de su edificio institucional, se propuso también la creación de un panteón propio, dos iniciativas que constituían una excelente vía para vehiculizar las carreras políticas de los referentes de estas instituciones y para legitimar su poder cultural dentro de la comunidad de inmigrantes españoles en la que los gallegos constituian una indudable mayoría.[15]

Es dificil precisar el nivel de recepción que esas iniciativas tenían entre los socios y en los inmigrantes gallegos en general (aquellos que no estaban afiliados a la institución), a pesar de que los servicios de atención hospitalaria y la bolsa de trabajo que ofrecía la institución demuestran que el Centro era convocante. Asimismo, las actividades culturales, que constituyeron otro de los estandartes del Centro, concitaban gran interés especialmente en festividades especiales y caras al afecto del inmigrante gallego como la celebración de Santiago Apóstol, santo patrono de Galicia.

En la movilización emocional de los gallegos también jugó un rol crucial un órgano de prensa de la institución: la revista Galicia. Posiblemente su impacto fuese menor que el del Correo Español, un diario de mayor alcance que una publicación comunitaria dirigida a los socios de la institución, pero a la vez, la naturaleza menos fugaz y más acotada de la revista (en la que la noticia, la primicia y la convivencia de niveles nacionales e internacionales no apremia como en un publicación diaria) favoreció el uso de ese espacio para movilizar emociones. Aunque la publicación apelaba a un lenguaje que evocaba anhelos y nostalgia, las imágenes fueron, quizá, el principal recurso para que los inmigrantes no perdieran su vínculo afectivo y dejaran de sentirse gallegos en medio del abrumador cosmopolitismo de Buenos Aires. Así, la portada de cada publicación era ilustrada con fotografías de Galicia que sumergian o intentaban sumergir al lector en un repertorio cuidadosamente seleccionado de paisajes afectivos del pasado. Aunque no es el propósito de este trabajo indagar esos soportes y representaciones, sí creemos relevante destacar que en las fotografías de Galicia fueron configurando prescripciones emocionales que alentaban el sentimiento de nostalgia en los lectores. Dicho de otro modo, la dirigencia del Centro Gallego de Buenos Aires estimulaba a los inmigrantes a imaginarse como parte de una comunidad emocional unida por la morriña y a la vez, ese sentido de apego al pasado le permitía afianzar y legitimar su liderazgo étnico y su poder político. En este caso, abrevo en la categoría de “comunidades emocionales” acuñada por Barbara Rosenwein (2006) para referirme a los sistemas de sentimientos y modos de expresión de las emociones que los miembros de una comunidad alientan, aprueban, toleran o desprecian. Además, parto de la premisa de que estas comunidades emocionales no son estáticas, sino que, al contrario, mutan a través del espacio y del tiempo.

Sin duda, en la vida privada de los inmigrantes, las fotografías –junto con las cartas— fueron objetos emocionales, porque a través de ellos se mantenían –o se malograban— los lazos afectivos, el cuidado y los sentidos de una co-presencia imaginaria (Baldassar, 2008).

En el caso de las fotografías publicadas en la revista del Centro Gallego, era la institución la mediadora del vínculo afectivo entre los lectores y el mundo de origen, un lazo que se renovaba y afianzaba en la simultaneidad y la comunión de lectores que se imaginaban parte de la misma comunidad de lectores y de sentimientos. Sin embargo, existía un punto de contacto entre un retrato enviado por un familiar o una prometida desde Galicia y las imágenes que ilustraban las páginas de la revista: las fotografìas en tanto que objetos emocionales salvaban la ruptura en la temporalidad y acortaban la distancia, aunque evocaran un sentimiento contradictorio como la nostalgia, que puede ser triste pero al mismo tiempo generar alivio.

 

Figura 1. “Monforte. El puente viejo que, no obstante, su nombre, será eternamente joven para las gratas evocaciones del espíritu”

 

Fuente: Revista del Centro Gallego. Octubre de 1930, año XVIII, N° 214, p. 1 (portada).

 

Dentro del amplio repertorio que comprende a la dimensión material, me interesa retomar la importancia que recobró la tierra como un objeto con una importante resonancia emocional para este grupo social, a la luz de un proyecto social de vital importancia: la construcción de un panteón propio en el Cementerio de la Chacarita.

Desde hace un tiempo, las ciencias sociales comenzaron a indagar la importancia política y social de los rituales asociados a la muerte. En este sentido, cabe señalar que en la Argentina, como lo ha estudiado Celeste Castiglione (2020), la gravitación de distintos flujos migratorios ha dado lugar a prácticas y rituales vinculados a la muerte con una fuerte carga simbólica y a través de los que se han reforzado identidades étnicas y religiosas. El hecho de erigir un panteón o un monumento no posee un significado único, sino que se trata de acciones que portan significados vinculados al contexto específico en el que tienen lugar. Por ejemplo, en la segunda posguerra la comunidad judía de Buenos Aires a través de la AMIA construyó un “monumento al mártir desconocido” en el Cementerio Israelita de La Tablada como una forma de conmemorar a los muertos de la Shoah y canalizar el duelo de los familiares que no habían podido despedir los restos físicos de sus parientes. Como sostiene Malena Chinksi, en ese caso, se trató de un ritual que reforzaba los lazos hacia dentro de la comunidad a partir de una pérdida y el dolor compartido y no buscaba demostrar ese dolor hacia afuera o interpelar a la sociedad del Gran Buenos Aires, donde se emplazó el monumento (Chinksi, 2018).

En un contexto diferente, Sandra Gayol (2009) señala que a finales del siglo XIX y principio del XX, cuando Buenos Aires estaba inmersa en un torbellino de cambios sociales y culturales, las elites de la ciudad se propusieron luchar contra el miedo al olvido y a la invisibilidad. Ese sentimiento se canalizó y expresó materialmente en la edificación de panteones familiares en el Cementerio de la Recoleta y en los suntuosos funerales de los miembros de aquellos grupos dominantes que temían al olvido en un clima de transformación de una ciudad cada vez más plural en términos étnicos Cabe señalar también que para el mismo período otras agrupaciones veían la ostentación de aquellos lujosos panteones como una enorme erogación sin sentido, tal es el caso de la Asociación Obrera de Socorros Mutuos que informaba a sus socios: “Nuestros muertos lo que necesitan es solo descanso y paz. Y afortunadamente esto se consigue por igual ya teniendo por cielo dorada bóveda o purificadora tierra.”[16]

No obstante, así como algunos grupos pugnaban por no desaparecer de la memoria pública de Buenos Aires, a su tiempo algunas asociaciones de inmigrantes también quisieron visibilizar la relevancia social y cultural de su trayectoria en la ciudad a través de la creación de un panteón propio. Las prácticas y rituales asociados a la muerte se encuentran jalonados por diversas emociones como la tristeza, la pena, el amor, la piedad o incluso el miedo al olvido. Sin embargo, en el caso que analizaremos, la emoción que tuvo preeminencia fue la nostalgia.

El proyecto de crear un panteón social que fuera propiedad del Centro Gallego de Buenos Aires comenzó a circular en las publicaciones de la institución a mediados de la década de 1920. Este proyecto formó parte de una iniciativa más amplia de “engrandecimiento social”, basada en la consecución de tres objetivos: crear un nuevo edificio para consultorios y sanatorios, proyectar una sección de Recreo y Cultura para los asociados y, en tercer lugar, construir un panteón social.

Los dos primeros proyectos se financiarían con recursos propios de la institución, pero el tercer objetivo iba a requerir la colaboración de los afiliados: “en cuanto al Panteón, pronto se anunciará a los socios la forma en que ha de ser financiada y esperamos que, una vez aprobada, ni uno solo dejará de responder al llamamiento que se le haga”.[17]

 

Figura 2. “Como será el mausoleo una vez terminado”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                  

Fuente: Galicia. Revista oficial del Centro Gallego de Buenos Aires, año XIX, N° 226, octubre de 1931, p. 7.

Una vez resueltas las cuestiones formales (permiso municipal, obtención de un terreno, planos técnicos), el Centro tuvo que zanjar la cuestión de la financiación de la obra, para lo que era imprescindible el aporte de los asociados. Con ese fin se abrió una suscripción a la que cada socio podía contribuir con una suma de dinero. Este pedido necesitaba legitimarse y la movilización de la nostalgia fue entendida, por los líderes de la colectividad, como un recurso eficaz para validar el pedido colaboración de los gallegos de a pie, para financiar una obra de escala monumental muy costosa.

La dirigencia se dirigía a una comunidad unida por la morriña, un sentimiento que se asumía como propio del inmigrante, pero a la vez, se fomentaba. Esta expresión, que alude a la nostalgia por la tierra de origen, podía convertirse en un capital emocional (Frevert, 2011) que, como tal, no podía intercambiarse en cualquier espacio social pero dentro de las fronteras del grupo constituía un medio eficaz para cohesionar y trazar objetivos políticos.

Política, emociones y cultura material se entrelazaron en la creación del panteón social y la tierra volvió a aparecer como un objeto cargado de sentidos afectivos y contenidos simbólicos. Fue así que, antes de comenzar las obras, la Junta Directiva del Centro le encomendó al banquero coruñés Ricardo Rodríguez Pastor, el envío de terriña de las cuatro provincias gallegas para ser depositada con la primera piedra del panteón social.

Esos puñados de tierra, que en su lugar de origen no tenían más valor que ser el suelo transitado día a día por los habitantes, atravesó por un proceso de transición que afectó radicalmente su valor emocional y cambió de significado al ser recontextualizado (Svašek, 2012). En este caso, la tierra se convirtió en un artificio de regreso a Galicia porque a la hora de la muerte, al menos de forma simbólica, los muertos descansarían finalmente en la añorada tierra gallega.

Los cuatros cofres cargados con tierra de las cuatro provincias gallegas llegaron a la Argentina a mediados de 1929 y comenzaron su derrotero para convertirse en la piedra basal de un proyecto de largo aliento. En el artículo publicado en la portada del órgano oficial de la institución, en julio de 1929, se anunciaba que el 25 de ese mes iba a ser colocada la piedra fundacional del mausoleo y no se escatimó en referencias a la nostalgia:

 

Ya no será tan intenso el frío en la rigidez de la muerte, ni tan triste la agonía lejos del lar añorado. La piedra fundamental del mausoleo a construirse en la necrópolis del Oeste descansará sobre la tierra gallega y, bajo su advocación, descansarán también nuestros despojos al término de la última jornada […] De estos cuatro santuarios gallegos, nos mandan nuestros hermanos unos puñados de tierra, por si fuera poca la morriña, esa novia tenaz del emigrante, que nos acompaña hasta la tumba.[18]

 

Finalmente, sería el Centro quien cumpliría el sueño de todo gallego de descansar en la tierra que añoraban desde la Argentina. De este modo, la Junta Directiva interpelaba a sus asociados remitiéndose a la nostalgia como un fundamento de las políticas que ellos llevaban a cabo. Esta institución se representaba a sí misma como una de las más pujantes de su época y buscaba destacarse por sus prácticas mutualistas y benéficas entre las demás asociaciones del mismo tipo con las que disputaba por un lugar en la escena pública de Buenos Aires.

Esta última es una cara más conocida de las asociaciones étnicas: su intención por recrear la cultura de la patria de origen y, al mismo tiempo, hacerse de un lugar privilegiado en la arena política de la época. Es necesario no perder de vista las aspiraciones políticas de los dirigentes de las asociaciones de inmigrantes. En ese sentido, podemos señalar la trayectoria de José Casas, quien fuera el presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos, miembro del Directorio del Banco Español, del Banco de Galicia de Buenos Aires y del Club Español, entre otras instituciones (Devoto, 2003, p. 314). Entidades que, al mismo tiempo, constituían vínculos sociales y políticos de gran relevancia para el Centro Gallego de Buenos Aires.

Finalmente, y para retomar las experiencias ligadas a la nostalgia, hay que destacar que estas son muy diversas si atendemos las diferencias de estatus social entre los socios del Centro Gallego (una masa que también era sumamente heterogénea en su composición) y las clases dirigentes. La experiencia nostálgica que se desplegaba en una carta enviada por un inmigrante trabajador a su esposa difiere enormemente de las prácticas que desplegaron las elites dirigentes para legitimar sus políticas mutualistas y benéficas a través de la emoción nostálgica.

 

Reflexiones finales

 

La historia de las emociones nos permite revisitar fuentes que los historiadores utilizaron para comprender la experiencia migratoria, sin embargo, esta perspectiva posee el potencial de releerlas y obtener información relevante que nos acerca a un tema que ha sido poco estudiado: el costo emocional de migrar y cómo afecta esto a las políticas de recreación identitaria e integración a una nueva sociedad.

Para abordar estas políticas se propuso no perder de vista que, dentro del complejo entramado asociativo de la época, existían vínculos e intereses que trascendían las diferencias y las distintas naturalezas de los liderazgos. Por ejemplo, como se mencionó al inicio de este artículo, la influencia y la larga trayectoria de un diario como El Correo Español solo pueden comprenderse por la red de relaciones que los dirigentes de esta publicación tenían con otras asociaciones españolas y con otros órganos de prensa y porque, a pesar de la competencias y de sus diferencias, compartían valores e intereses materiales similares, por ejemplo, que los inmigrantes se unieran al entramado institucional español en la Argentina (Garabedian, 2012). A su tiempo, el Centro Gallego de Buenos Aires también había construido fuertes vínculos sociales y políticos con distintos actores que excedían los límites de la comunidad regional y que incluían a la prensa local, a los bancos y a las autoridades políticas, de distintos niveles, que apoyaban sus proyectos.

Por otro lado, en las páginas anteriores propuse un entrecruzamiento entre las emociones, la migración y la cultura material a través del estudio de la nostalgia y, específicamente, de experiencias de movilización política en las que esta emoción fue protagonista. En el primer caso, que tuvo lugar en la década de 1890, la nostalgia remite a la intención de fomentar el amor a una patria suprarregional o nacional en un contexto en el que España se encontraba experimentando un proceso de resquebrajamiento del poder en sus posesiones ultramarinas, mientras que en el segundo caso se alienta la adhesión a Galicia por parte de la dirigencia de la comunidad galaica y la nostalgia materializada en la tierra se utiliza tanto para legitimar su poder como para relajar las tensiones entre la morriña y el proceso de integración en la Argentina. En los dos casos que se han analizado, la nostalgia se entrelaza con la cultura material a través de los puñados de tierra que se movilizan de un lado a otro del Atlántico y en esas experiencias se evidencian los usos políticos de la nostalgia en dos coyunturas diferentes.

Este artículo pretendió destacar que, si hasta hace algunos años los historiadores solo reposaban en fuentes textuales que hablaran de emociones, el giro hacia la cuestión material permite ampliar el espectro de fuentes. Así un puñado de tierra podía parecer anecdótico hasta hace algún tiempo, mientras que para esta investigación constituye un potente objeto emocional a través del cual vislumbrar políticas que están estrechamente ligadas a dinámicas emocionales, las prescripciones sobre las formas de expresión de la nostalgia, así como las prácticas de los inmigrantes que buscaban recrear, de múltiples maneras, sus lazos afectivos que habían dejado del otro lado del océano.

 

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[1] Agradezco a Benjamin Bryce por facilitarme el acceso a distintas fuentes de las que se nutrió este artículo en el contexto de la pandemia por COVID- 19 y a la Dra. María Bjerg por sus sugerencias y aportes.

[2] Por ello ha suscitado el interés de las Ciencias Sociales y de la Historia y dio lugar a profundos debates sobre distintas dimensiones del fenómeno migratorio en la Argentina (Bertoni, 1992; Bjerg & Otero, 1995; Schwarzstein, 2001; Devoto, 2003; Farías, 2017).

[3] La idea de abordar estas prescripciones se nutre de la propuesta de William Reddy de estudiar los estándares emocionales del pasado. En su libro The Navigation of Feelings (2001) Reddy elaboró una propuesta teórico-metodológica alrededor de los conceptos de emotives (a los que definió como “manifestaciones codificadas que conforman el repertorio emocional”), régimen emocional, navegación emocional, sufrimiento y refugio emocionales. Cabe destacar que Reddy se propuso superar un primer intento que habían realizado Carol y Peter Stearns en 1985 al proponer el concepto de emocionología como herramienta para distinguir entre estándares emocionales y experiencia emocional y para comprender las normas que podían configurar o reprimir las pautas de expresión de las emociones en una sociedad o grupo social.

[4] Sobre los circuitos comerciales entre España y la Argentina y la creación de un mercado étnico, ver Fernández (2004). En relación con el papel de la comida y la identidad, ver Gabaccia (1998).

[5] El Correo Español, 6 de febrero de 1892, año XII, N° 7, p. 3.

[6] Boletín mensual del Centro Gallego de Buenos Aires, año XIV, N° 161, abril de 1926; Galicia. Revista oficial del Centro Gallego de Buenos Aires, año XVII, N° 199, julio de 1929; Galicia. Revista oficial del Centro Gallego de Buenos Aires, año XIX, N° 226, octubre de 1931.

[7] Por ejemplo, para Fritzsche (2001) la modernidad supuso un quiebre, la nostalgia surgió y se expandió como el término adecuado para expresar la añoranza de un tiempo y una circunstancia a la que ya no es posible regresar. En ese contexto, la nostalgia devino en una emoción socialmente compartida y las experiencias de la guerra y del exilio hicieron que los sujetos fueran conscientes de esa ruptura. Otros estudios pusieron el foco en la dimensión patológica que adquirió la nostalgia en contextos de guerra y en la variedad de estrategias que se desarrollaron desde las autoridades y la medicina para curar esta aflicción, otros trabajos evidenciaron el vínculo estrecho entre movilidad espacial y nostalgia (Lowenthal, 1998; Anderson, 2010; Matt, 2011).

[8] Hacia finales del siglo XIX los italianos contaban con cuatro diarios de gran tirada en la Ciudad de Buenos Aires, mientras que The Standard y Buenos Aires Herald editaban 4.500 ejemplares destinados a angloparlantes. Por su parte, la prensa española distribuía entre sus lectores cuatro mil ejemplares de El Correo Español, diario publicado por primera vez en 1871 (Bjerg, 2009, p. 49).

[9] El Correo Español, 6 de febrero de 1892, año XII, N° 7, p. 3.

[10] Para William Reddy (2001) las emociones pueden “navegarse” y gestionarse y ese proceso puede habilitar una ruptura con un régimen emocional vigente. Los regímenes emocionales remiten a una serie de normas que son inculcadas a través de rituales y prácticas oficiales que constituyen elementos necesarios para sostener cualquier régimen político estable, pueden ser marginales y hegemónicos y en ellos se sostienen normas y valores emocionales diferentes.

[11] Ruy Farías (2018) señala que las configuraciones identitarias dentro de la comunidad galaica implicaron una compleja coexistencia entre identidades regionales, identidad nacional y procesos de integración e identificación con la sociedad de acogida.

[12] Un ejemplo en ese sentido es la publicación por entregas en El Correo Español de los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós, una obra que consta de cinco series de novelas que narran los episodios más trascendentes de la historia de España durante el siglo XIX.

[13]El Correo Español, 6 de febrero de 1892, año XII, N° 7, p. 3.

[14] El Correo Español, 6 de febrero de 1892, año XII, N° 7, p. 3.

[15] En el primer tercio del siglo XX, Buenos Aires concentró más gallegos que ninguna otra ciudad del mundo. Ver Núñez Seixas (2001, p. 11).

[16] Revista de la Mutualidad. Órgano de la Asociación Obrera de Socorros Mutuos, año XXII, N° 8, Buenos Aires, agosto de 1924, p. 1 (portada).

[17] Boletín mensual del Centro Gallego de Buenos Aires, año XIV, N° 161, abril De 1926, p. 5.

[18] Galicia. Revista oficial del Centro Gallego de Buenos Aires, año XVII, N° 199, julio de 1929. p. 1.