La “linfa de Koch” en Buenos Aires (1890-1891): médicos fraudulentos, xenofobia y honor
en la cultura sanitaria
[“Koch’s Lymph” in Buenos Aires (1890-1891): Fake Physicians, Xenophobia, and Honor in the Medical Culture]
Mauro Vallejo
(Universidad de Buenos Aires – CONICET)
maurosvallejo@gmail.com
Resumen:
El objetivo de este artículo es documentar las variadas reacciones producidas en Buenos Aires por la llegada de la tuberculina, el fallido remedio ideado en 1890 por Robert Koch para curar la tuberculosis. Junto a la reconstrucción de los ensayos clínicos efectuados en simultáneo en algunos nosocomios de la red sanitaria local entre enero y febrero de 1891, se examina la airada polémica despertada por la presunción de que un médico extranjero traficaba una versión falsificada de la droga. El estudio detenido de ese conflicto, del que tomaron parte tanto las autoridades del Departamento Nacional de Higiene como de la Facultad de Medicina, sirve para echar luz sobre algunas dimensiones del mundo de la salud de la capital argentina durante el tramo final del siglo XIX. La creciente presencia de diplomados foráneos y la expansión de un mercado interno de productos de consumo higiénico, son algunos de los tópicos a revisar.
Palabras claves: Tuberculina; Honor; Inmigración médica; Higiene
Abstract:
The purpose of this paper is to analyze the varied reactions produced in Buenos Aires by the arrival of tuberculin, the failed remedy developed in 1890 by Robert Koch. In addition to reconstructing the clinical trials carried out simultaneously in some hospitals of the local health network between January and February 1891, the acrid controversy aroused by the presumption that a foreign doctor was trafficking a counterfeit version of the drug is studied. The careful examination of this conflict, in which both the authorities of the National Department of Hygiene and the Faculty of Medicine took part, serves to shed light on some dimensions of the world of health in the Argentine capital city during the end of the 19th century. The growing presence of foreign physicians and the expansion of an internal market for hygienic consumer products are some of the topics to review.
Keywords: Tuberculin; Honor; Foreign physicians; Hygiene
Recibido: 11/11/2020
Evaluación: 23/02/2021
Aceptado: 07/04/2021
Horas después de la prematura y lamentada muerte de Ignacio Pirovano, ocurrida apenas pasado el mediodía del 2 de julio de 1895, Eduardo Wilde (1895, p. 144) dijo que en el carácter de su amigo predominaba “la bondad y la delicadeza”. Esta última cualidad, “elevada hasta el grado de un pudor femenino”, hacía del gran cirujano un hombre “tímido y vergonzoso” (Wilde, 1895, p. 144). Esa timidez había sido puesta a prueba unos años antes, en diciembre de 1890, cuando muchos porteños acosaron a Pirovano por las calles, o incluso hicieron vigilias en la puerta de su casa. Todos esos perseguidores buscaban un único objetivo: pedir al diplomado huidizo que por favor los incluyera en los ensayos clínicos de una droga presuntamente milagrosa.
[1] En efecto, a comienzos de 1891 Pirovano estuvo al frente de una de las pruebas “oficiales” de la “linfa de Koch”, el misterioso remedio desarrollado por el bacteriólogo alemán unos meses antes, y descrito por su artífice como la solución efectiva y ansiada contra la tuberculosis, una de las patologías endémicas más temidas y mortíferas en los principales conglomerados urbanos de fines de siglo.
El objetivo de este artículo es documentar las reacciones producidas por el arribo de esa nueva droga en el universo sanitario de la ciudad de Buenos Aires. Se trata, por un lado, de reconstruir los agentes y dispositivos de la disciplina médica movilizados en aras de estudiar y probar localmente las consecuencias clínicas de aquel artefacto curativo –y en tal sentido se contempla un examen de las iniciativas puestas en acto por la Facultad de Medicina, el Departamento Nacional de Higiene y algunos de los principales nosocomios públicos de la ciudad–; por otro lado, de mostrar con qué premura y con qué consecuencias cobró una singular significación en ese proceso la sospecha acerca de la presencia de un actor fronterizo; en este caso en particular, un presunto médico extranjero, a quien rápidamente se acusó no solamente de tener en su poder una versión falsificada de la droga de Koch, sino también de poseer un título profesional adulterado. El estudio detenido de su caso habrá de servirnos, entre otras cosas, para repensar la relevancia que tuvo en el mundo sanitario de la capital argentina el tópico de la falsificación (que afectaba tanto a objetos de consumo como a identidades y credenciales) y para sopesar los variados mecanismos y agentes sociales que podían intervenir en la resolución de esos conflictos ligados al control y persecución de individuos acusados de pertenecer al terreno del ejercicio ilegal de la medicina.
A propósito de esto último, cabe señalar que, de manera más o menos reciente, distintos investigadores han echado una valiosa luz tanto sobre la presencia del curanderismo en diferentes contextos geográficos durante el siglo XIX, como sobre los divergentes posicionamientos asumidos por los médicos en relación a ellos (desde la lisa condena o represión, a la tal vez menos estudiada decisión de asociarse o colaborar con ellos, o reinterpretar sus hábitos curativos). Entre esas contribuciones significativas es menester reponer, asimismo, los trabajos que han argumentado sobre la necesidad de aproximarse a este tópico mediante una toma en consideración de los disímiles actores sociales que estuvieron implicados en esas controversias: abogados, policías, periodistas, consumidores de remedios, etc. [2] Ahora bien, el caso que nos ocupa pertenece a un terreno que si bien tiene muchos puntos de contacto con el campo del curanderismo, no se confunde con él y ha sido objeto de una atención menos marcada (González Leandri, 1999; Kohn Loncarica, 1981). Nos referimos a los altercados que giraron alrededor de las labores de individuos que ni pertenecían por derecho propio al universo de la medicina autorizada, ni tampoco dejaban de reclamar su pertenencia a ella. El ejemplo más ilustrativo de esa zona híbrida está dado por los muchos médicos extranjeros que trabajaron en Buenos Aires (y en el país) durante el último tercio del siglo XIX sin haber revalidado su diploma, o luego de haber fracasado en el intento. A ese campo pertenecen de algún modo también aquellos diplomados foráneos que, incluso después de haber tramitado correctamente esa reválida, eran tildados ya sea de cómplices del delito de curanderismo –porque prestaban su firma para que otros sanadores no legitimados pudieran abrir o sostener sus consultorios–, ya sea de falsarios, pues eran víctimas de presunciones y habladurías (ventiladas tanto por la prensa médica como por los diarios generales) a propósito de la naturaleza espuria de sus diplomas.
Dicho con otras palabras, el estudio de la utilización local y temprana de la linfa de Koch servirá, en primera instancia, para captar desde un ángulo alternativo algunos de los rasgos del funcionamiento de la disciplina médica porteña finisecular (entre otros, su exitoso afán de mantenerse al corriente de las novedades de ultramar, su incipiente voluntad de alentar el desarrollo local de la cultura del laboratorio, o su capacidad de movilizar recursos humanos de distinta índole en aras de, por ejemplo, conseguir con relativa urgencia una sustancia recién desarrollada en Europa) (Rojas, 2019); en segunda instancia, y quizá en mayor medida, para construir un mirador merced al cual observar ingredientes y procesos de la cultura médica que aún generan muchos interrogantes para la mirada historiadora. En esa zona menos transitada convergen el análisis de las variadas representaciones producidas a propósito de los médicos extranjeros, así como el estudio del valor que pudo revestir para muchos de los protagonistas de la cultura sanitaria (curanderos, médicos locales y diplomados extranjeros) la problemática del prestigio público y la inclusión en el mercado de consumo, entendido en un sentido amplio. El artículo estará dividido en tres apartados. En el primero de ellos se brinda una síntesis de la historia de la linfa de Koch y se aprecian los eventos más significativos de su primer uso por parte de los médicos porteños entre diciembre de 1890 y el primer trimestre de 1891. En el segundo, se recuperan las evidencias referidas al altercado suscitado por la noticia de que un médico de origen rumano, Hugo Marcus, poseía una versión falsificada del remedio, y se recobran las estrategias desplegadas por los implicados en vistas a defender las respectivas posiciones. Por último, en el fragmento conclusivo se esboza una clave interpretativa que sirve para releer el episodio en cuestión.
De Berlín a las manos de Pirovano
El 4 de agosto de 1890, durante el Décimo Congreso Internacional de Medicina celebrado en Berlín, Robert Koch hizo un anuncio que volvió a colocar su nombre en las páginas de todas las revistas médicas del globo. Tras años de ensayos infructuosos, y en momentos en que la bacteriología francesa hacía ostensibles progresos en el hallazgo de remedios efectivos, Koch comunicó al mundo entero que acababa de dar con una sustancia capaz de sanar la tuberculosis (al menos en animales de laboratorio). El anuncio provocó una euforia inusitada, pero comprensible, y, de un día para otro, diplomados de todos los puntos del planeta se dirigieron a Berlín a conocer de primera mano la novedad, y sobre todo para hacerse de alguna muestra del remedio milagroso (Burke, 1993). Fue tal la expectativa, que Koch se vio compelido a redactar un informe un poco más detallado acerca de la sustancia, que apareció el 15 de noviembre en el Deutsche Medizinische Wochenshrift (Koch, 1890). A pesar de que no daba precisiones a propósito de la verdadera composición de la droga, advertía que era capaz de aniquilar el tejido tuberculoso, y de esa forma impedir la pervivencia del proceso patológico. Allí mismo agregaba lo que todos querían escuchar: mediante su hallazgo, las tuberculosis de inicio reciente podían ser curadas en el ser humano de manera radical. Por esa misma fecha la sustancia comenzó finalmente a ser distribuida, y con ello se inició el corto pero fervoroso entusiasmo por las virtudes sanadoras del hallazgo. Durante todo el tiempo que pudo, el bacteriólogo alemán guardó silencio sobre la composición de su “linfa”, e igual de reservado se mostró en relación a los ensayos en animales que respaldaban supuestamente la viabilidad de su creación (Gradmann, 2001 y 2004). [3] Merced a ese descubrimiento, Koch ansiaba no solamente poner fin a una larga secuela de investigaciones fallidas, sino también enriquecerse con el producto de la venta de un remedio que, como él bien sabía, sería muy bien acogido en el mercado mundial. Si bien ese afán de lucro no se cumplió, sobre todo por las presiones de las autoridades, gracias a su linfa Koch logró recomponer su situación académica y fue nombrado director del recién creado Instituto de Enfermedades Infecciosas, que de inmediato se transformó en el único fabricante y expendedor de la sustancia (Gradmann, 2000). Ya para fines de 1890 las evidencias comenzaron a mostrar que la supuesta sustancia milagrosa era inefectiva, cuando no peligrosa para la salud. Presionado por tales reacciones, el 15 de enero de 1891 Koch publicó, en la misma revista, un segundo informe, donde ofrecía una primera descripción de la sustancia, y pocos días más tarde se tomó licencia y se ausentó de Berlín hasta abril de ese año. Entre enero y febrero de 1891 se multiplicaron los ensayos contrarios a la tuberculina, no obstante lo cual algunos médicos, sobre todo en Berlín, mantuvieron su fe en el remedio hasta más o menos mediados de año. [4]
Como toda novedad acaecida en Europa, la nueva sustancia no tardó en llegar a Buenos Aires. Lo hizo, primeramente, de manera inmaterial, bajo la forma de cables informativos referidos a sus milagros, telegramas con noticias de último momento, rumores de controversias científicas y declaraciones de algunos científicos y médicos del Viejo Continente (Caimari, 2018). En efecto, para mediados de noviembre de 1890 los grandes diarios de la ciudad (La Prensa, La Nación o Sud-América) incluyeron periódicamente ese tipo de relatos en sus páginas y no hubo día en que los lectores no se toparan con, al menos, un comentario a propósito del flamante descubrimiento de Koch. Lo que primaba en ellos, por supuesto, era un franco optimismo, apenas escandido por aislados reportes de ensayos europeos que parecían desmentir la eficacia de la linfa bienhechora.
El entusiasmo local por el remedio contra la tuberculosis tenía su razón de ser. Al igual que en otras grandes ciudades de occidente, esa enfermedad tenía tasas de morbilidad y de letalidad más que alarmantes. [5] Según los registros de aquella época, la tisis era responsable de un séptimo de las muertes sobrevenidas en la capital y casi todos los años superaba por lejos, en términos de letalidad, a otras afecciones infecciosas o contagiosas. [6] Hasta bien entrado el siglo XX, la biomedicina se mostró incapaz de ofrecer un tratamiento efectivo contra la afección. No es el objetivo de este artículo recuperar de manera exhaustiva las terapias ensayadas por los médicos contra la tuberculosis. Recordemos simplemente que los diplomados echaban mano de una amplia variedad de remedios y dispositivos: el aceite de hígado de bacalao y otras drogas vigorizantes, la hidroterapia, la gimnasia mecánica, las estadías en las sierras, etc. Es menester comprender, sin embargo, que los tuberculosos de fines de siglo, sobre todo en un centro urbano como Buenos Aires, apelaban a otros agentes o mediadores a los fines de buscar un alivio para su enfermedad. La estrategia más habitual fue tal vez la automedicación, atizada y garantizada tanto por la difusión de pequeños y populares manuales de medicina casera o popular, como por una aceitada circulación de drogas y “específicos”, publicitados ampliamente en los grandes diarios durante el último cuarto de siglo. Estaba la opción, asimismo, de recurrir a curanderos y sanadores no diplomados, que no retrocedían ante el desafío del mal tuberculoso (Armus, 2016; Di Liscia, 2003).
Por lo antedicho, resulta comprensible que las noticias acerca de la reciente elaboración de un remedio eficaz hayan generado un inmediato fervor tanto en el público de Buenos Aires como entre los médicos y las autoridades sanitarias. [7] Estas últimas se encargaron de efectuar las gestiones necesarias para enviar hacia Berlín a médicos argentinos, a quienes se dio el encargo de hacer averiguaciones más detalladas a propósito del remedio, y también de conseguir muestras de él. El Departamento Nacional de Higiene, por ejemplo, ordenó al inspector sanitario Nicolás Lozano, que por entonces se hallaba en Barcelona, que viajara lo antes posible a la ciudad alemana. [8] Al mismo tiempo, concedió a Miguel Ferreyra, un joven médico que planeaba instalarse un semestre en Europa, una “representación oficial” para que estudiara en Berlín el nuevo método. [9] Por su parte, la Intendencia de la ciudad hizo lo propio con Carlos Malbrán, otorgándole una licencia a su cargo de médico municipal. [10] Hacia mediados de diciembre de 1890, uno de los diarios locales afirmaba con orgullo: “Como se ve, ya son tres los médicos argentinos: los Dres. Ferreyra, Malbrán y Lozano, que van a Alemania a estudiar el maravilloso descubrimiento del sabio médico alemán”. [11]
Esas gestiones no tardaron en dar sus frutos, pues el 27 de diciembre de ese año llegaban al decano de la Facultad de Medicina los primeros frascos de linfa. [12] El destino final de las muestras era el Hospital de Clínicas, pues allí debían llevarse a cabo los ensayos del remedio, en los servicios dirigidos por Ignacio Pirovano y Eufemio Uballes. Apenas unos días más tarde, tuvo lugar una ceremonia casi religiosa, en la cual el decano hizo entrega de la novedad a Pirovano. Hubo coberturas detalladas de esa acción que, mirada de lejos, podía parecer un simple trámite burocrático:
Con todas las formalidades del caso fue recibida la cajita por el Dr. Pirovano, quien procedió a abrirla en presencia de los doctores Uballes, Señorans, Ayerza y el joven Decoud (…)
La operatoria duró un buen rato, pues la cajita se encontraba perfectamente empaquetada y cubierta de una gruesa envoltura.
Quitada ésta, apareció un trozo de madera con el número 639, y en su centro una perforación donde se hallaba embutido un frasquito de cristal con tapa esmeril que contiene cinco gramos de linfa.
La cajita fue cuidadosamente guardada. [13]
El tono litúrgico (casi de consagración) de esa ceremonia no hacía más que refrendar el optimismo ciego que se había gestado alrededor del remedio (tildado de “elixir maravilloso” por el diario de Láinez). [14] Y la descripción de esa suerte de misa no podía generar sino un efecto entre la feligresía expectante. A partir de ese día, tal y como ya recuperamos al inicio de este escrito, los tuberculosos porteños comenzaron a peregrinar tanto a los hospitales en que se llevaban adelante los ensayos, como a los domicilios de los diplomados que dirigían las experiencias. “Una verdadera revolución ha causado entre los enfermos tuberculosos nuestra noticia de ayer, referente a los preparativos que hacen los Doctores”, decía La Prensa el último día del año. [15] Luego, refiriéndose al Hospital de Clínicas, agregaba: allí “el Dr. Decoud se vio asediado por multitud de enfermos, que necesariamente tuvo que atender y consolar, ofreciéndoles curarlos oportunamente”. [16] De acuerdo con esa misma columna, unos pocos lograron el gesto piadoso de ser agregados a los ensayos.
Mientras los médicos porteños ultimaban los detalles para las acciones en el Clínicas, el Hospital Alemán tomaba la delantera. En efecto, ese mismo 31 de diciembre a las 8 de la mañana comenzaron las aplicaciones de la droga en aquel nosocomio, comandadas por su director, el doctor Otto Beek, quien, según las crónicas que se hicieron eco de la novedad, había regresado de Berlín el día 29 con algunos frasquitos de linfa en su maleta. [17] De acuerdo con la cobertura de la prensa, la droga fue aplicada inicialmente en 3 pacientes aquejados de tuberculosis pulmonar, y participaron de los ensayos otros diplomados de la institución (los doctores Hansmann, Kollikar, Welchli y Julio Méndez).
El 3 de enero comenzaron finalmente las pruebas en el Clínicas, y durante casi todo el mes de enero los principales diarios de Buenos Aires ofrecieron información meticulosa y prolija sobre las progresivas reacciones y efectos producidos por las inyecciones aplicadas en una decena de pacientes. Día a día se fueron apilando columnas que informaban, con lujo de detalles, las modificaciones en la temperatura corporal, los procesos inflamatorios y las aparentes mejorías en cada uno de los enfermos incluidos en los ensayos. Durante la primera quincena, el tono que imperaba era el de optimismo casi ciego, incluso a pesar de que algunas de las crónicas daban testimonio de efectos algo preocupantes. Por esos días no dejaron de registrarse las escenas ya descritas, protagonizadas por tuberculosos que rogaban ser incluidos en las pruebas. A ello se sumó la creciente popularidad del nombre de Koch: su retrato adornó las páginas de algunos semanarios ilustrados, e incluso se difundieron chistes y ocurrencias a propósito del remedio.
En el transcurso de ese mismo mes llegaron a la ciudad ecos fidedignos de estudios realizados en el Viejo Continente, que alertaban sobre la ineficacia de la sustancia, e incluso sobre su peligrosidad clínica. De todas formas, ellos no impidieron la prosecución de las aplicaciones, y tampoco atentaron contra el sostenimiento de una mirada optimista. Ello es evidente a la luz del primer escrito científico elaborado por uno de los médicos involucrados en los ensayos oficiales del Clínicas, Diógenes Decoud. [18] Redactado el 26 de enero, el artículo aparecido en los Anales del Círculo Médico trazaba un primer balance luego de más de tres semanas de uso de la linfa en el servicio de Pirovano. [19] Si bien el autor sostenía que “los resultados obtenidos hasta hoy hacen concebir esperanzas halagadoras” (Decoud, 1891a, p. 44), esa afirmación no era del todo conciliable con las observaciones recogidas, pues de los diez casos analizados, solo cuatro habían mostrado mejorías ostensibles luego de la aplicación del tratamiento. Ese cortocircuito fue reconocido por el propio autor apenas cuatro semanas más tarde. A fines de febrero de ese mismo año Decoud concluyó su tesis de medicina, dedicada precisamente a la linfa de Koch. Esas pocas semanas habían bastado para disolver las esperanzas de la medicina porteña y el joven practicante extrajo la conclusión que mejor justicia hacía a la recopilación y sistematización de los datos obtenidos tras la aplicación de la sustancia en doce casos: “consideramos al remedio de Koch en la mayor parte de las tuberculosis locales completamente ineficaz por sí solo, pero, apoyados en otras experiencias le atribuimos una significación posible como auxiliar del tratamiento quirúrgico. Nuestros resultados van señalados más adelante: positivos en cuanto a la mejoría momentánea, son negativos en cuanto a la curación” (Decoud, 1891b, p. 131).
La tesis de Decoud no significó el entierro definitivo de la linfa en la medicina argentina. En efecto, todavía durante marzo o abril la sustancia siguió siendo aplicada en hospitales públicos e incluso durante esas semanas el Departamento Nacional de Higiene siguió remitiendo muestras a hospitales de otras ciudades del país.
Una sorpresa venida de Rumania [20]
En los días finales de diciembre de 1890 ya habían quedado asentados los vértices o los linderos en que el episodio de la tuberculina parecía destinado a desplegarse. Por un lado, el lindero no siempre ordenado de la medicina “oficial”, representado no solamente por los propios diplomados (incluso por algunos de los orgullos de la disciplina vernácula, como Ignacio Pirovano), sino también por sus agencias de control sanitario (como el Departamento de Higiene) o sus instancias académicas y hospitalarias. Por otro lado, la región menos definida del foro público, donde convergen las variadas acciones garantizadas por la prensa (amplificación de los rumores sobre el remedio, colaboración en el realce del prestigio de su artífice) y las propias iniciativas de los potenciales consumidores y enfermos, quienes, como acabamos de comprobar, asumieron desde el inicio un rol activo y demandante.
Ahora bien, en esas mismas fechas se sumó una voz complementaria, representante de una nueva dimensión, que con el paso de los días terminaría ocupando un rol casi protagónico. El 31 de diciembre de 1890, mientras la atención de los porteños se repartía entre las noticias de la entrega de la linfa a Pirovano y las referidas al inicio de las aplicaciones en el Hospital Alemán, uno de los diarios de la comunidad italiana de la ciudad incluyó, en su página central, una entrevista a un médico extranjero que residía en Buenos Aires, llamado Hugo Marcus. Todo en esa nota, realizada por el director Giuseppe Boselli, parecía llamado a desentonar; todos sus ingredientes significaban, sino un escándalo, al menos sí una advertencia sobre la necesidad de reordenar el tablero porteño de la tuberculina. [21] Sus declaraciones eran un tanto explosivas, pues no solamente decía ser un discípulo directo de Koch (y de otras eminencias de ultramar, como Vulpain o Pasteur), sino que también afirmaba tener en su poder muestras de la misteriosa linfa. Más aun, según sus dichos, se la había remitido un colaborador de Koch en Berlín, el Dr. Fränkel, por expreso pedido del maestro. [22] Por último, y en respuesta a una pregunta explícita de Boselli, Marcus confesaba que ya había aplicado su linfa en dos pacientes.
Esas declaraciones sorprendentes de Marcus pasaron casi desapercibidas en lo inmediato. Fueron publicadas en un diario comunitario y eso seguramente impidió que llegaran a los ojos de la mayoría de los porteños. Para colmo de males, aparecieron en un momento en que los habitantes de la ciudad estaban interesados en acceder a evidencias de los efectos prodigiosos del remedio y no en conocer las opiniones de un médico foráneo que para muchos era un perfecto desconocido. De hecho, hasta ese entonces Marcus no había ganado demasiado protagonismo ni en el mundo profesional, ni en el escenario público más extenso. Por fortuna, contamos con algunos rastros documentales que nos permiten acceder a datos certeros acerca de su presencia en Buenos Aires. En su expediente alojado en el Archivo Histórico de la Facultad de Medicina consta que este médico de origen rumano, llegado a la ciudad a mediados de 1889, inició el 12 de mayo de 1890 el trámite para revalidar su diploma médico obtenido en París. [23] En esa nota declaraba ser soltero y tener 29 años. [24] Entre junio y agosto rindió los 3 exámenes reglamentarios, y el 21 de agosto de 1890 obtuvo finalmente la reválida, a resultas de lo cual quedó habilitado para ejercer su profesión en el país.
Pues bien, durante los primeros días de enero de 1891, en pleno fervor por los ensayos en el Hospital Alemán y el Clínicas, el nombre de Marcus no volvió a aparecer en los diarios. El 6 de enero, uno de los órganos de prensa de la comunidad alemana, el Deutsche La Plata Zeitung, volvió a traerlo al escenario público al informar que aquel “médico austríaco” ya había aplicado la linfa en varios pacientes y que publicaría pronto los resultados de sus experiencias en los Anales del Círculo Médico. [25] Cuando esa información se había difundido en diarios italianos, las consecuencias habían sido casi nulas. Algo bien distinto sucedió ahora, cuando la novedad se hizo circular entre el mundo germanoparlante de la ciudad. Ello puso en movimiento la acción coordinada de distintos actores sociales (médicos, cónsules, funcionarios del servicio diplomático), merced a lo cual un altercado en ese mundo reducido desbordó pronto sus fronteras y se convirtió en la lente a través de la cual se reinterpretó toda esta historia.
El 10 de enero se tiró la primera piedra del escándalo. El mismo diario alemán publicó una nota titulada “Rectificación”, en la que se afirmaba que la noticia acerca del rumano estaba “basada en una mistificación”; según una “fuente confiable”, Marcus no poseía linfa verdadera. [26] A esa primera desmentida siguieron de inmediato muchas más, de tono cada vez más grave. Al día siguiente entró en acción, siempre desde las columnas del diario alemán, nada menos que el vicecónsul del Impero Austro-Húngaro en Buenos Aires, Victor Mikulicz, a través de una nota en la cual informaba que Marcus ya tenía antecedentes pecaminosos.
En el Deutsche La Plata Zeitung del 6 de enero […] el Dr. Hugo Marcus, quien aparentemente buscó una malograda publicidad con la linfa de Koch, es descrito como “médico austríaco”.
Me honra aquí aclarar que el Dr. Hugo Marcus, quien ya anteriormente se concedió a sí mismo el título de médico de la Universidad de Viena, de médico asistente del consejero áulico Billroth y de practicante del Hospital General [de Viena] –más tarde fue obligado, empero, a dejar de emplear este último título–, no es un médico austríaco, tal y como consta en documentos alojados en este Consulado General. [27]
Esa nota, agria y concisa, dejaba colocado el tono que modularía las ulteriores idas y vueltas de este conflicto. En esas líneas quedaban ya anunciados los elementos más salientes de la florida refriega. Primero, los cargos contra Marcus eran mucho más graves que el de no poseer linfa de Koch legítima; se lo acusaba, al parecer, de ostentar credenciales que no eran genuinas. Segundo, y tanto más importante, que las autoridades, al menos las diplomáticas, ya habían cruzado sus caminos con este misterioso médico foráneo.
Tal y como muchas disputas del mundo sanitario, la primera arena de la contienda fue la del papel. En las más variadas secciones de los diarios (las columnas editoriales, las crónicas informativas, las secciones concedidas al mejor postor, las publicidades) verán la luz los sucesivos capítulos de esta puja, en la cual cada parte sacará a relucir documentos y contra evidencias. A esa primera etapa, basada en la lucha por el prestigio público o su erosión, le sucederá muy pronto la intervención de las autoridades sanitarias (Departamento Nacional de Higiene y Facultad de Medicina). No se trató, ni en este caso ni en otros similares, de una alternancia brusca de escenario bélico, pues esas agencias estatales también podían recurrir al desdoro público como táctica inmediata (Palma y Ragas, 2019).
Todo empieza, entonces, en las punzadas de tinta. El ofendido acometió un primer contraataque, haciendo uso de la sección de “Publicaciones a pedido” [Publikation auf Verlangen] del diario alemán del día 13 de enero. Publicó en un mismo artículo dos cartas personales dirigidas al periódico. [28] En la primera de ellas, fechada el día 10, Marcus manifestaba no entender en qué “fuente” se había basado el redactor de la noticia aparecida en esa fecha para afirmar que la linfa que él poseía no era verdadera. En su segunda esquela, fechada el 12, Marcus manifestaba su sorpresa por el hecho de que el diario no hubiera impreso su carta anterior, y aprovechaba para responder a la ofensa lanzada en su contra por Mikulicz. El médico no se mostraba amedrentado frente al diplomático: aludía casi al pasar a “extrañas revelaciones” [sonderbare Enthüllungen] que otro órgano de prensa había realizado a propósito del vicecónsul de manera reciente, y agregaba que no tenía ni tiempo ni deseo de discutir con él. Para concluir, lanzaba una amenaza digna de folletín: si el vicecónsul no se mostraba satisfecho con esta contestación, Marcus daría a la publicidad “cartas privadas y tarjetas de visita” de aquel, “que ayudarán entonces al público a entender de modo más claro todo este affaire”. [29]
Los contrincantes de Marcus aunaron fuerzas y decidieron poner al descubierto que desde hacía bastante tiempo venían apilando evidencias de sus hábitos de farsante. En efecto, al día siguiente y, ya no en una sección paga, sino en un espacio informativo, el diario alemán hizo del asunto Marcus el tema principal de su entrega, dedicando tres largas y apretadas columnas a la reproducción de dos cartas demoledoras, una del Cónsul alemán, Carl Ferié, que de esa forma se incorporaba a la contienda, y otra de Mikulicz. [30] Esa documentación diplomática volvía a poner al descubierto no solo que las autoridades venían siguiendo desde antaño los pasos del rumano sospechoso, sino que habían logrado atesorar evidencias que ponían en entredicho todas y cada una de sus presuntas credenciales profesionales.
Para empezar, Carl Ferié no le hacía las cosas fáciles a Marcus. [31] De hecho, y no sin ironía, anticipaba que su intención era ayudar al rumano a hacer memoria y auxiliarle en su meta de comprender de dónde había provenido la alegación de que la linfa no era verdadera. A ese propósito Ferié daba precisiones del encuentro que ambos habían mantenido el 9 de enero entre la 1 y las 3 de la tarde. En esa ocasión, Marcus le había confesado “que él no poseía linfa real” y que si había declarado lo contrario había sido con la sola intención de ganar algo de notoriedad. Luego de señalar que era falsificada la carta de Fränkel mediante la cual el diplomado habría pretendido probar el origen oficial de su linfa, Ferié dictaminaba que esta sería su primera y la última palabra en el asunto, en el cual se vio forzado a intervenir a los fines de prevenir a sus conciudadanos contra un “evidente embuste”.
A renglón seguido, los lectores del Deutsche La Plata Zeitung se topaban con una kilométrica nota de Mikulicz, que no contenía otra cosa que una ristra de diligencias y documentos realizados por el consulado austríaco a propósito de Marcus desde hacía varios meses. La primera pieza era una resolución emitida por esa institución en septiembre del año anterior, en la cual se intimaba al médico a no ostentar en sus avisos publicitarios información falsa, como, por ejemplo, su condición de “médico de la embajada”. La queja iba acompañada por una de esas viejas publicidades:
Figura 1. Publicidad del consultorio de Marcus
Fuente: Deutsche La Plata Zeitung, 14 de enero de 1891.
La segunda pieza era un comunicado de la Dirección de Policía de Viena, fechado en junio de 1890. En respuesta a un pedido realizado en abril de ese año por el Consulado Austro-Húngaro de Buenos Aires, aquella oficina respondía que, de las averiguaciones realizadas, se deducía que ningún médico de apellido Marcus había egresado de la Facultad de Medicina de aquella ciudad europea. El siguiente escrito, emitido por la dirección del Hospital General de Viena, negaba que Marcus hubiera frecuentado el nosocomio en calidad de asistente. Las últimas evidencias eran aún más comprometedoras. El Consulado austríaco en Buenos Aires se había tomado el trabajo también de contactar a su equivalente en París, el cual se había encargado de averiguar si Marcus había obtenido un diploma médico en esa ciudad. A ese propósito, una nota del secretario de la facultad parisina era terminante: el rumano no se había recibido en la capital francesa.
Esas pruebas tenían alcances que rebasaban la honra de cada una de esas partes. De hecho, el, ahora desmentido, título médico parisino de Marcus le había servido para tramitar en Buenos Aires, y de manera exitosa, su reválida. En tal sentido, no ha de sorprender que las autoridades sanitarias locales no tardaran en reaccionar. El contexto lo ameritaba. La constante llegada a Buenos Aires de médicos extranjeros no hacía más que abultar recelos y sospechas tanto de parte de los colegas locales –que veían en esa competencia una amenaza práctica cotidiana– como de las agencias de control (Vallejo, 2017). Muchas veces estos diplomados se negaban a someterse al examen de reválida y se volcaban sin pudor al ejercicio de su arte. Peor aún, tanto por esa negativa a dar el examen, como por los hábitos industriosos o heterodoxos que solían ostentar (prometían a través de publicidades vistosas métodos curativos más que arriesgados, se asociaban entre sí para escapar a las reprimendas de las normativas), era imposible acallar algunas sospechas sobre la naturaleza legítima de los diplomas que decían haber obtenido (Correa, 2018).
Algunos diarios locales no perdieron la oportunidad de utilizar el nombre de Marcus para relanzar su queja a propósito de la legión de charlatanes que, camuflados de falsos médicos, llegaban a Buenos Aires a través del puerto. Por ejemplo, dando por probadas las peores acusaciones contra el rumano, el 15 de enero El Censor incluía como nota principal lo siguiente:
Un caso concreto acaba de poner en evidencia un vicio profundísimo de las prácticas médicas en nuestro país y de las formalidades que se exigen para autorizar el ejercicio profesional y es llegado el momento de que se reaccione rigurosamente y se corrijan deficiencias graves que perjudican nuestro nombre de nación culta y lanzan en el seno del pueblo charlatanes patentados que lo explotan y que son un peligro permanente en el medio social en que se agitan.
Nos referimos al facultativo que, después de hacer valer títulos académicos que no posee ante nuestra facultad de medicina, ha venido a revelársenos en plena ciudad de Buenos Aires como un falsificador sin conciencia y sin escrúpulos, libre de toda consideración hacia los principios de la sana moral y de todo asomo de probidad científica. [32]
Siguiendo con esa prédica, El Censor acusaba de ese atropello no solamente a la Facultad –que según una opinión, que por entonces repiten a coro diversos actores del mundo letrado incluyendo por supuesto a médicos bien posicionados en las tramas académicas o asociativas, implementaba un proceso de reválida demasiado permisivo (Gache, 1891; Ramos Mejía, 1892)–, sino también al Departamento Nacional de Higiene, por su inacción ante charlatanes y falsarios de esa índole que atentaban contra la sanidad pública.
La agencia sanitaria, comandada desde octubre de 1890 por Guillermo Udaondo, no tuvo más alternativa que tomar cartas en el asunto. Citó a Marcus ese mismo 15 de enero a las 3 de la tarde. El médico extranjero declaró que la linfa que él poseía era legítima y que le había sido enviada por un amigo de Berlín. [33] Dado que él había trabajado en medicina experimental durante tres años con el doctor Vulpain de París, era natural que deseara probar el remedio de Koch. A propósito de esos ensayos, Marcus aclaró que los hizo exclusivamente en animales (conejos y perros) y no en humanos. [34] Luego de recibir esas alegaciones, la oficina sanitaria procedió a dejar en manos de la Facultad de Medicina local la evaluación de la autenticidad del título del implicado. [35]
Al tiempo que la prensa lanzaba aquellas acusaciones xenófobas, la agitación alrededor de Marcus no se detenía. La misma tarde en que Mikulicz difundía la documentación más corrosiva, Giuseppe Boselli, el responsable de haber dado temprana publicidad al parentesco entre Marcus y la linfa, sintió que su honor había sido mancillado. Como buen caballero, le envió al supuesto diplomado sus padrinos, a los fines de exigir una rectificación o una solución por las armas. El día 15, el italiano usaba las columnas de su diario para dar a conocer el resultado de esas gestiones, reproduciendo la carta redactada por aquellos padrinos tras visitar a Marcus, quien se negó rotundamente a someterse a un duelo. [36]
La esquela iba seguida por una breve nota de Boselli, en la cual pedía disculpas a los lectores de su periódico por haber dejado trascender, de manera no intencional, las opiniones de Marcus que eran “fantásticas creaciones de un pobrecillo atacado de megalomanía médica”. El movimiento emprendido por este periódico fue el puntapié inicial de una nueva batalla, esta vez al interior de la prensa italiana de la ciudad. En efecto, otra hoja en la lengua del Dante, titulada Roma, se hizo eco de inmediato de las tensiones entre Boselli y Marcus, erigiéndose en el único agente en defender públicamente la posición del rumano.
Marcus no podía quedarse de brazos cruzados ante esas acometidas tan variadas. Al igual que sus contrincantes, recurrió a la prensa a los fines de recomponer su prestigio. Para empezar, el 15 de enero volvió a poner dinero de su bolsillo para imprimir en elDeutsche La Plata Zeitung (en la sección Publikation auf Verlangen) sus contra evidencias. [37] Primero, aparecía la transcripción, en francés, de un certificado emitido por el Ministerio de Instrucción Pública de París en el que constaba la autenticidad del diploma médico obtenido el 31 de julio de 1885. En segundo lugar, figuraba la transcripción de la resolución del decano de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, fechada el 6 de septiembre de 1890, que certificaba que Marcus había revalidado su diploma según el procedimiento establecido en los reglamentos. Al día siguiente, en la misma sección, se difundieron otros documentos: [38] por un lado, una nota firmada por el doctor Martin de Berlín, con fecha 2 de noviembre de 1887, donde se dejaba constancia de que Marcus había estudiado allí “enfermedades femeninas”; por otro lado –y esto era casi una provocación–, una pequeña nota de octubre de 1889 en la cual el cónsul Ferié certificaba que la firma de Martin era auténtica. Tercero, un escrito de von Bergmann de Berlín, para atestiguar que Marcus había asistido a su clínica durante el verano europeo de 1887. [39]
Dos días más tarde el rumano subió las apuestas e hizo imprimir, en el diario más leído, una carta pública destinada mayormente a desmentir las afirmaciones del cónsul alemán y desplegar su propia visión del asunto. [40] Además de repetir la veracidad de sus credenciales (su título parisino, sus trabajos a la vera de Martin, von Bergmann y Vulpain), repasó los eventos más recientes. Esa intervención en La Prensa tuvo su réplica tres días más tarde en esas mismas columnas. Se trató de otra carta pública, aparecida asimismo en la sección “Publicaciones varias”, firmada por “varios alemanes”. [41] En esas líneas se tildaba a Marcus de “nuevo Cagliostro” y se brindaba un relato exactamente invertido, según el cual había sido el propio acusado quien se había presentado ante las redacciones de L’operaio italiano y Deutsche La Pata Zeitung, con la intención de que esos órganos de prensa hicieran alguna mención a su quehacer profesional. A manera de respaldo de su pedido, mostró una carta de Fränkel (en que se comunicaba el envío de la linfa) y se explayó sobre sus experimentos con animales. Ambos diarios accedieron a esa demanda con los resultados consabidos. [42]
Hugo Marcus decidió, además, echar mano de una nueva estrategia. Optó por iniciar un proceso judicial por calumnias contra el cónsul alemán. Acompañó esa avanzada con una nueva carta en el diario más leído, aparecida el 22 de enero: “Antes de que los tribunales le corten las alas a ese individuo me voy a encargar de demostrar nuevamente cómo ese tal cónsul es un falsario y un mentiroso”. [43]
La entrada en escena del foro judicial marcó un punto de inflexión en esta trama. [44] Los diarios no tuvieron ya nada para decir a propósito de títulos falsos o documentos diplomáticos. Hubo, empero, un curioso epílogo. Tras dos semanas de casi absoluto silencio en relación al rumano, el Argentinisches Tageblatt incluyó, en primera página y a varias columnas, un largo documento titulado “Hugo Marcus”. [45] La nota iba acompañada por un aviso de la redacción donde se aclaraba que el texto había sido enviado por un profesor de la universidad cuyo nombre podía ser consultado en la redacción del periódico. La publicación tenía el cometido de mostrar que “Hugo Marcus ha engañado al público de la manera más desvergonzada”, incluso acerca de su verdadero nombre. El autor anónimo afirmaba contar personalmente con evidencias que indicaban que Marcus no concluyó sus estudios médicos en Francia. Más aun, disponía de testimonios de médicos argentinos que lo habían frecuentado en París hacía unos años, quienes podían afirmar que Marcus “estudiaba con celo” la carrera de medicina, más “por acontecimientos de carácter muy grave –los que se me han indicado especialmente– fue borrado de la lista de estudiantes como indigno de seguir sus estudios”. Las autoridades de la Facultad de Medicina de Buenos Aires estaban anoticiados de todo esto, proseguía el autor del anónimo, pero no tuvieron otra alternativa que seguir los procedimientos prescritos y procedieron a conceder el examen de reválida pedido por Marcus luego de verificar la autenticidad del diploma extranjero presentado por él. El autor acotaba: “Lo hicieron con repugnancia y resistencia”, tal y como se comprobaba por la larga cantidad de meses que pasaron hasta que se le entregó el diploma revalidado (trámite que por lo general tomaba 8 días).
El autor, con ojo policíaco, no dejaba evidencia sin revisar. Por ese motivo evaluaba los documentos sacados a la luz por el propio Marcus en el diario alemán a mediados de enero, entre ellos el certificado de diploma médico de París. Para ser estrictos, prosigue el profesor universitario, el certificado en cuestión autorizaba a ejercer el arte médico, pero no demostraba explícitamente la posesión de diploma médico. Y aquí viene lo esencial: “Creo que Hugo Marcus se ha procurado de uno u otro modo un diploma con el cual” consiguió, primero, permiso para ejercer en París, y segundo, reválida en Buenos Aires. ¿Cómo se resuelve este misterio? La respuesta está en el cruce de varias historias. Hacía unos años un tal Dr. Munro publicaba avisos en diarios alemanes y austríacos ofreciendo a los médicos interesados suculentos puestos de trabajo en América del Norte. Los postulantes debían remitirle a una dirección en París sus títulos originales. Ahora bien, “sé personalmente” [ist mir bekkant] que un médico austríaco cayó en la trampa y envió su título. “¡¡¡Como el diploma ha desaparecido, se ha averiguado que las cartas dirigidas al Dr. Munro fueron recibidas en la portería por un señor Hugo Marcus que se fue a Buenos Aires!!!”.
El artículo del Argentinisches Tageblatt compendiaba y reforzaba todas las acusaciones de embustería acuñadas contra el rumano durante las últimas semanas y llevaba las sospechas hasta un nuevo umbral. El hecho que debe retener nuestra atención es que apenas unos días más tarde la Facultad de Medicina encomendó a un especialista la traducción al español de aquel escrito (que parecía sacado de un cuento de Edgar Allan Poe). La versión castellana es el documento más extenso del legajo universitario de Marcus (ocupa doce fojas de un total de veintiuna).
Figura 2. Portada del Argentinisches Tageblatt
Fuente: Portada de Argentinisches Tageblatt, 5 de febrero de 1891.
Figura 3. Primera página de la traducción incluida en Legajo 9126, “Hugo Marcus”
Fuente: Archivo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, f. 3.
Consideraciones finales
Todo este altercado tuvo un desenlace más apacible de lo previsto. La Facultad de Medicina pudo certificar, hacia octubre de 1891, que el título revalidado por Marcus era legítimo. [46] El médico se dedicó en lo inmediato a las enfermedades nerviosas, a propósito de lo cual publicó un año más tarde un volumen de tono divulgativo (1892). Con el correr de los años, y a un ritmo un poco acelerado, fue modificando su especialidad y nunca dejó de publicitar sus cambiantes y variadas pericias a través de avisos publicitarios en los principales diarios y revistas de Buenos Aires. En efecto, al menos hasta fin de siglo, Marcus usó esas propagandas para promover su experticia en la curación del cáncer, la medicina naturista y cosas similares.
La documentación disponible no permite despejar con exactitud si los títulos y credenciales que él ostentó eran o no legítimos. A fin de cuentas, podemos desentendernos de esa incógnita y centrar nuestra atención más bien en las lecciones y desafíos que se desprenden de las fuentes analizadas. Ellas nos advierten de la fuerte significación atribuida al tópico de la “falsificación” en una trama sanitaria en la cual los médicos extranjeros, los sanadores no diplomados y los mercaderes un tanto inescrupulosos formaban una inquieta y hacendosa legión (Correa y Vallejo, 2019). [47] Ante las dificultades para certificar de manera tajante la verdadera identidad o las verdaderas intenciones de algunos de esos agentes sociales, la sospecha sobre el tenor artificioso o falaz de sus títulos o de sus artefactos teñía de modo constante las representaciones generadas acerca de su accionar. Esos recelos eran particularmente vigorosos cuando se trataba de individuos fronterizos como Hugo Marcus. Esto es, médicos extranjeros que no solamente daban signos de una laboriosidad desembozada –publicitaban repetidamente sus consultorios, fundaban institutos privados, ensayaban terapias de vanguardia, usaban con solvencia los recursos de la prensa, tal y como también hicieron otros médicos foráneos ya analizados, como Alberto Díaz de la Quintana o Anselmo Ruiz Gutiérrez (Correa y Vallejo, 2019) –. También mostraban hábitos que, o bien no eran habituales entre sus colegas locales, o bien los dejaban en una peligrosa proximidad con curanderos, feriantes o charlatanes –como ser, la difusión de avisos publicitarios con promesas algo utópicas o la divulgación de poco probables nexos con eminencias europeas–.
Este caso en particular, por último, pone de relieve la necesidad de atender a una dimensión que hasta el presente ha sido un poco descuidada por los estudios locales. Nos referimos al empleo de la prensa, sobre todo bajo la forma de la propagación del rumor o de la lisa y llana diatriba pública, con los fines de dirimir los conflictos generados tanto por las sospechas de falsificación de títulos o productos como por las denuncias de ejercicio ilegal de la medicina. Tal y como se pudo observar en este artículo, tanto Marcus como sus variados acusadores apelaron a las columnas periodísticas para librar una batalla abierta que, a fin de cuentas, giraba en torno a la cuestión del prestigio y la honorabilidad. La importancia que ese recurso tuvo no solamente en este caso en particular, sino en muchos otros referidos a acusaciones de curanderismo o de falsificación de diplomas, puede ser interpretada, en primera instancia, desde una óptica que podemos tildar de suplencia o reemplazo. Dado que durante todo el siglo XIX el ejercicio ilegal de la medicina no era estrictamente un delito penal sino una mera falta administrativa controlada y penada mediante multas por el Consejo de Higiene y luego el Departamento Nacional de Higiene, y en respuesta a que las agencias estatales encargadas de esa tarea no ponían mucho celo en esa campaña de represión, los actores sociales que deseaban obstaculizar las faenas de los no-diplomados debieron buscar medios alternativos, más eficaces y expeditivos. La denuncia a través de la prensa se volvió, en consecuencia, un arma de ataque muy frecuente. Y también un arma de defensa, pues con la misma solvencia los acusados echaron mano de esas páginas para recomponer su dañada reputación.
De todas maneras, es tal vez indicado ensayar una mirada ligeramente distinta, que supondría recolocar los altercados del mundo sanitario en reglas de sociabilidad más extendidas. Tal y como ha mostrado Sandra Gayol (2008) en un ensayo más que esclarecedor, la defensa pública de la propia reputación, así como el intento por socavar la ajena, formaban parte de una práctica social no solamente fundamental sino también extendida en todos los estamentos. A tal respecto, los diarios constituían una de las plataformas esenciales merced a las cuales provocar altercados o resolverlos, y para ese fin contaron, sobre todo durante las últimas dos décadas del siglo XIX, con secciones especiales –que son, sin ir más lejos, los espacios empleados en el caso de Marcus, como los de “Solicitadas”, “Noticias” o a pedido–. Por ese mismo motivo, es natural que los médicos, curanderos, farmacéuticos y guardianes de la higiene pública hayan invertido tiempo y dinero en la propagación impresa de rumores, habladurías y denuncias, o que hayan hecho lo imposible, siempre mediante letras de molde, por contrarrestar esos embates. [48] Vistas las cosas desde ese punto de vista, la historia de Marcus es mucho más que una “anécdota” curiosa de la vida médica de la Capital. Por el contrario, patentiza la necesidad de repensar las tensiones del campo sanitario con el auxilio de herramientas de análisis que atiendan a los resortes de una trama social que dependía en demasía de la visibilidad pública.
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Para citar este artículo:
Vallejo, Mauro (2021). La “linfa de Koch” en Buenos Aires (1890-1891): médicos fraudulentos, xenofobia y honor en la cultura sanitaria. Anuario de la Escuela de Historia Virtual, 19, 47-69.
[1] “Ensayo del sistema Koch en el hospital de Clínicas”, La Prensa, 31 de diciembre de 1890.
[2] Excede los intereses de este trabajo efectuar un balance de toda esa literatura. Algunas monografías recientes contienen una buena introducción a la historiografía reciente a nivel local (Carbonetti, Allevi y Sedrán, 2018a y 2018b; Dahhur, 2019). Respecto del contexto regional, vale recuperar los trabajos incluidos en algunos números temáticos (Armus y Hering Torres, 2018; Hernández Berrones y Palma, 2019).
[3] Durante esos meses iniciales, la sustancia fue llamada “linfa de Koch” o “el remedio de Koch”. Recién en la primavera europea de 1891 recibió el apodo de “tuberculina” (Gradmann, 2000).
[4] El propio Koch se resistió a abandonar su proyecto, y todavía en 1897 presentó una nueva versión de la tuberculina. Recién en 1901 accedió a echar por la borda su remedio (Gradmann, 2001). Cabe apuntar que el episodio de la tuberculina tuvo un franco impacto en los protocolos y controles adoptados de inmediato en el desarrollo de remedios biológicos, como sueros y vacunas (Hüntelmann, 2007; Gradmann, 2008).
[5] Existe una abultada y muy documentada bibliografía acerca de la historia de la tuberculosis en distintas zonas del país durante el tránsito del siglo XIX al XX. Entre los ensayos más importantes, cabe mencionar los de Armus (2007), Carbonetti (1998), Recalde (2000) y Blinn Reber (2000).
[6] Según los registros consignados por Samuel Gache, entre 1870 y 1897, el porcentaje de muertes por tuberculosis en la ciudad de Buenos Aires fue siempre superior a los 7 puntos; en el decenio 1875-1885, los decesos por la enfermedad alcanzaron, en promedio, el 12% del total; durante el decenio posterior, esa cifra era del 8,50% (Gache, 1898, p. 190). Acerca de los índices de mortalidad por tuberculosis entre 1878 y 1950, véase: Armus (2007, p. 24) y Carbonetti y Herrero (2013).
[7] Un indicador del entusiasmo de los médicos puede ser hallado en la breve noticia incluida a último momento en el postrero número de los Anales del Círculo Médico, de diciembre de 1890, donde se dedicaban estas palabras al remedio de Koch: “Se trata seguramente del descubrimiento médico más importante que se haya producido en el año que va a terminar; puede ser que se trate del mayor suceso médico que se haya hecho en este siglo; puede tratarse también de la más trascendental de las conquistas que haya hecho la medicina desde que existe” (Anónimo, 1890, p. 491).
[8] “Estudios sobre la tuberculosis”, El Correo Español, 22 de noviembre de 1890.
[9] “Estudios sobre la tuberculosis”, La Prensa, 29 de noviembre de 1890.
[10] “Curación de la tisis”, La Prensa, 7 de diciembre de 1890.
[11] “A estudiar el procedimiento de Koch”, Sud-América, 19 de diciembre de 1890.
[12] Fueron remitidos por otro médico argentino que por entonces continuaba su formación en Europa, Federico Texo; “La linfa de Koch en Buenos Aires”, El Diario, 27 de diciembre de 1890 (Barisio, 1985).
[13] “Ensayo del sistema Koch en el Hospital de Clínicas”, La Prensa, 30 de diciembre de 1890. Véase una descripción similar en “Las experiencias de la linfa de Koch”, El Diario, 30 de diciembre de 1890.
[14] “En el Hospital de Clínicas. Pirovano y la linfa de Koch”, El Diario, 30 de diciembre de 1890.
[15] “Ensayo del sistema Koch en el Hospital de Clínicas”, La Prensa, 31 de diciembre de 1890.
[16] “Ensayo del sistema Koch en el Hospital de Clínicas”, La Prensa, 31 de diciembre de 1890.
[17] “La primera inyección de linfa Koch en Buenos Aires”, El Diario, 31 de diciembre de 1890; “Dr. Kochs Lymphe. Einspribung in deutschen Hospital”, Deutsche La Plata Zeitung, 1 de enero de 1891. Este médico aparece a veces mencionado en la prensa como “Beech” o “Beck”. Se trata seguramente de Pablo Otto Beek, que según los registros existentes revalidó su título profesional en 1883 (Fernández, 1893).
[18] Decoud era en verdad estudiante de medicina, pues obtendría su título mediante una tesis concluida a fines de febrero de 1891.
[19] Vale anotar que, en su número de enero, los Anales habían incluido una traducción al español del escrito de Koch de noviembre de 1890 (Koch, 1890 [1891]). En el número de marzo se publicaría el texto que el bacteriólogo alemán había dado a la prensa en enero de 1891 (Koch, 1891).
[20] Esta sección ha sido confeccionada mediante la consulta y análisis de la prensa comunitaria (alemana, italiana y española) editada en Buenos Aires, conservada en la Biblioteca Nacional de la República Argentina. Las citas al castellano nos pertenecen.
[21] “La linfa de Koch a Buenos Aires. Ciò che ne pensa il Dr. Hugo Marcus”, L’Operaio Italiano, 31 de diciembre de 1890.
[22] Sabemos que Karl Fränkel se desempeñó efectivamente como asistente de Koch desde 1885 en el Instituto de Higiene de la Universidad de Berlín (Gosepath, 1961).
[23] Existen evidencias que atestiguan que Marcus había llegado al país a mediados de 1889. Su ingreso no aparece en los registros migratorios.
[24] La Facultad de Medicina procedió a otorgarle el derecho a rendir la reválida, aun a pesar de que el diploma presentado por Marcus, según la nota que consta en ese legajo, no venía “legalizado en debida forma”; Legajo 9126, “Hugo Marcus”, Archivo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, f. 1. La buena predisposición de la facultad para dar curso al pedido de reválida a pesar de ese defecto formal en la documentación, respondió quizá a que el solicitante venía con buenas recomendaciones. En su legajo se incluye una pequeña esquela manuscrita de Bartolomé Novaro, del 28 de octubre de 1889, en la que el especialista en medicina operatoria (y futuro diputado nacional por Capital Federal) refiere que algunos médicos argentinos residentes en París le habían descrito a Marcus como “un médico distinguido de aquella Facultad”. En tal sentido, Novaro pedía al destinatario de la nota (Luis de la Cárcova, por entonces secretario de la facultad) se “allane alguna dificultad que pueda surgirle para la pronta revalidación de su título”; ibíd., f. 4.
[25] “Kochs Lymphe”, Deutsche La Plata Zeitung, 6 de enero de 1891.
[26] “Berichtigung”, Deutsche La Plata Zeitung, 10 de enero de 1891.
[27] “Hugo Marcus”, Deutsche La Plata Zeitung, 11 de enero de 1891.
[28] “Publikation auf Verlangen”, Deutsche La Plata Zeitung, 13 de enero de 1891.
[29] “Publikation auf Verlangen”, Deutsche La Plata Zeitung, 13 de enero de 1891.
[30] “Zur Affaire Hugo Marcus”, Deutsche La Plata Zeitung, 14 de enero de 1891.
[31] Según el Biographisches Handbuch des deutschen Auswärtigen Dienstes , luego de desempeñar algunas funciones diplomáticas en Estados Unidos, Ferié asumió el consulado de Buenos Aires el 28 de mayo de 1889 y conservó el puesto hasta el 9 de junio de 1891 (Keipert y Grupp, 2000, p. 558). Debo a la gentileza del Dr. Hans Knoll el acceso a esa fuente.
[32] “Médicos y charlatanes”, El Censor, 15 de enero de 1891. También a propósito de Marcus, El Diario del día siguiente acotaba: “Hoy en Buenos Aires, después de la invasión de tantopseudo-médico que llegan del viejo continente a far l’America, no hay más medio para comer y pagar casero que ser charlatán; en Buenos Aires la especie es infinita y variada y entre ellos entran los que cuyo nombre no tiene rival en America”: “La linfa Koch falsificada”, El Diario, 16 de enero de 1891.
[33] Tal y como repitieron todos los periódicos, durante esa exposición dijo no poder brindar el nombre del colega que le había remitido la sustancia desde Berlín, para no comprometerlo frente a las autoridades de su propio país. El motivo de esa aclaración no deja de resultar enigmático, pues ya había trascendido que el presunto remitente era Fränkel.
[34] Respecto de este punto, Marcus volvió a jugar su carta favorita. Había trascendido que uno de los pacientes tratados por él era una tenedora de libros de la editorial Peuser, la señorita Auster. En tal sentido, el rumano decía tener en su poder una carta de Auster, en la cual quedaba probado no solamente que él le había desaconsejado la inoculación de la linfa hasta tanto hubiera certezas de su efectividad, sino que ella estaba sorprendida de las falsas noticias difundidas por los periódicos acerca de los ensayos efectuados por él. El acta completa puede ser consultada en: “La linfa de Koch y el Dr. Hugo Marcus”, La Prensa, 16 de enero de 1891; ver asimismo: “¿Es genuina o no lo es?”, El Censor, 16 de enero de 1891.
[35] “Departamento Nacional de Higiene”, Sud-América, 21 de enero de 1891.
[36] “Personale”, L’operaio italiano, 15 de enero de 1891.
[37] “Publikation auf Verlangen”, Deutsche La Plata Zeitung, 15 de enero de 1891.
[38] “Publikation auf Verlangen”, Deutsche La Plata Zeitung, 16 de enero de 1891.
[39] Dos días más tarde, el Cónsul Ferié publicó en ese mismo periódico una larga carta que incluía una nota de von Bergmann, en la cual el científico alemán afirmaba, primero, que Marcus jamás había sido su asistente, y segundo, que ni siquiera lo conocía; “Zur Affaire Marcus”, Deutsche La Plata Zeitung, 18 de enero de 1891.
[40] “Publicaciones varias. La linfa de Koch y el Dr. Marcus. Al público”, La Prensa, 17 de enero de 1891.
[41] “Publicaciones varias. La linfa de Koch y el Dr. Marcus. Refutación”, La Prensa, 20 de enero de 1891.
[42] Esta versión no suena descabellada y parece hallar respaldo en varios documentos, entre ellos la elogiosa nota publicada el 6 de enero en el Deutsche La Plata Zeitung, donde se aludía a los tratamientos y experimentos conducidos por Marcus; “Koch’s Lymphe”, Deutsche La Plata Zeitung, 6 de enero de 1891.
[43] “El doctor Hugo Marcus. Al público”, La Prensa, 22 de enero de 1891.
[44] En este artículo no nos ocuparemos de los pleitos judiciales promovidos por Marcus contra Ferié y otros individuos. Por un lado, debido a que ellos demoraron mucho tiempo en ser resueltos y en este trabajo nos hemos concentrado en un lapso temporal bien acotado. Por otro lado, debido a que los expedientes se hallan fuera de consulta desde inicios del año 2019 (a resultas de un desperfecto en los depósitos del Archivo General de la Nación).
[45] “Hugo Marcus”, Argentinisches Tageblatt, 5 de febrero de 1891.
[46] “El Dr. Hugo Marcus”, La Nación, 3 de octubre de 1891.
[47] Para citar tan solo una cifra, según el censo de 1887 en la ciudad de Buenos Aires había 436 médicos, de los cuales 159 (un 36%) eran de origen extranjero (Censo General, 1889, p. 43).
[48] En otros casos, algunos de ellos ya analizados, las propias autoridades sanitarias o de la universidad usaron, en paralelo a denuncias administrativas o judiciales, las columnas de la prensa con el cometido de atacar la reputación pública de algún curandero o médico extranjero (Correa y Vallejo, 2019). Más aun, vale subrayar que en el caso de Marcus sucedió algo parecido, tal y como lo muestra el destino del anónimo del 5 de febrero, que pasó de la portada de un diario alemán al expediente universitario del rumano.