La configuración de una comunidad española americana en la obra de Manuel Ugarte. Conexiones con la Generación del 98 española.

 

[The configuration of a Spanish American community in the work of Manuel Ugarte. Connections with the Spanish Generation of ‘98]

 

Micaela Sánchez

(Universidad Nacional de Córdoba)

micaela.fermina@gmail.com

 

Resumen

 

Manuel Ugarte converge con los autores españoles de la Generación del 98 en la configuración de un espacio trasnacional común. El alcance de la noción de “bloque agrietado” se complejiza en este trabajo a través de posibles conexiones con el conjunto de intelectuales españoles de la llamada Generación del 98. Se seleccionan como fuentes conferencias y libros del autor argentino, y dada la heterogeneidad de los autores hispanoamericanistas españoles, se seleccionan parte de obras y artículos disponibles de Miguel de Unamuno, Rafael Altamira y Ramiro de Maeztu, por la relevancia de sus aportes en la dimensión americanista del hispanoamericanismo. La conexión entre el argentino y los intelectuales españoles, en cuanto a la configuración de un espacio cultural común a España y América, puede situarse en el marco de la época del cumplimiento del centenario de las revoluciones y de la coyuntura de avance norteamericano sobre América latina.

 

Palabras claves: Manuel Ugarte; Comunidad transnacional; Generación del 98; Hispanoamericanismo

 

Abstract:

 

Manuel Ugarte converges with the Spanish authors of the Generation of '98 in the configuration of a common transnational space. The scope of the notion of a cracked block becomes more complex through possible connections with the set of Spanish intellectuals of the so-called Generation of ‘98. Lectures and books by the Argentine author are selected as sources and given the heterogeneity of Spanish Hispanic-American authors, part of the available works and articles by Miguel de Unamuno, Rafael Altamira and Ramiro de Maeztu are selected for the relevance of their contributions to the Americanist dimension of Hispanic-Americanism. The connection between the Argentinean and Spanish intellectuals, in terms of the configuration of a cultural space common to Spain and America, can be placed within the framework of the epoch of the centenary of the revolutions and of the situation of North American advance over Latin America.

 

Keywords: Manuel Ugarte; Transnational Community; Generation ’98; Hispanic-Americanism

 

Recibido: 03/08/2020

 

Evaluación: 18/11/2020

 

Aceptado: 12/03/2021

 

 

Introducción

 

La temática relativa a la construcción de una comunidad española-americana, en el marco de la renovación de las relaciones culturales en el contexto de la derrota de 1898 y el expansionismo de Estados Unidos, ha sido abordada de diferentes maneras; principalmente se ha investigado la articulación de redes de intelectuales españolas y americanas. En efecto, se ha comprobado el trazado de redes de sociabilidad intelectual entre los modernistas americanos y la Generación del 98 española hacia principios del siglo XX. Se enmarcan en esta línea los trabajos de Deves Valdez (1997; 2007), Becerra (1999), Abellán (2007). Por otra parte, Sepúlveda (2005) desarrolló la construcción de una comunidad española americana, en el seno del heterogéneo movimiento hispanoamericanista español, tanto el plano discursivo como en el impulso de diversos agentes operativos con la intención de materializarla. A la vez, identifica lo que denomina una “transposición americana” del hispanoamericanismo, como una nueva mirada a España por parte de los intelectuales modernistas americanos.

Otros trabajos se enfocan en la recepción de intelectuales españoles en América. Tal es el caso de Ledezma Martínez (2013), que aporta un análisis de la estancia de Rafael Altamira en México, y Pelosi (2005) que trata sobre la recepción del alicantino en Argentina. Gustavo Prado (2012) analiza la positiva recepción por parte del sector reformista de la elite liberal, de Altamira en su estadía en Argentina, en un contexto local propicio para que la estrategia americanista del alicantino se vea favorecida. Por su parte, Maíz (2018) aborda las transformaciones de la modernidad iberoamericana desde la óptica de Miguel de Unamuno, a partir de la lectura de su epistolario inédito.

Algunos trabajos sobre la obra de Manuel Ugarte abordan su trayectoria en relación con la construcción de la figura del intelectual. Maíz (2007) analiza las operaciones que el autor realiza para legitimar su argumentación y persuadir al lector, y cómo se construye a sí mismo como enunciador. Merbilhaá (2013) identifica en su trayectoria la práctica de “diletantismo militante”, habitus que explicaría su relación con la dirigencia del Partido Socialista Argentino. Cormick (2013) traza la trayectoria hacia la voluntaria auto marginación de Ugarte del círculo político-intelectual latinoamericano en la década del 30. Asimismo, Olalla (2013) trabaja la obra tardía del autor para revisar la corrección de las formas de autorización de su propio discurso y su desplazamiento hacia otros tópicos diferentes a la integración latinoamericana y el imperialismo, tales como la democracia.

Otro corpus de investigaciones se proponen establecer conexiones entre Ugarte y diversas matrices de pensamiento. De entre ellas, se destaca Merbilhaá (2009), quien explora la tensión generada en obras tempranas del autor por la búsqueda de respuestas a las problemáticas latinoamericanas desde matrices eurocéntricas de pensamiento. Olalla (2007) además identifica una base espiritualista e historicista en la construcción ugarteana de la unidad cultural en la composición social de América latina que se conjuga con categorías cientificistas. Por su parte, Camarasa (2012) trabaja las conexiones con el arielismo en nuestro autor y García (2014) estudia la inserción de Manuel Ugarte en el movimiento hispanoamericanista español, en particular las vinculaciones con las Asociaciones hispanoamericanas, e identifica que el autor argentino pudo moverse entre la diversidad de líneas que existieron dentro del heterogéneo movimiento.

En otro orden, otros trabajos se enfocan en su proyecto integrador subcontinental en relación con el binomio integración-antimperialismo, tales como los artículos de Villasmil Espinosa y Berbesí de Salazar (2007) y Hodge Dupré (2011). Estos trabajos no abordan la dimensión identitaria presente en ese proyecto, como sí lo hace Maíz (2003), quien, al igual que Moyano (2004), recupera el valor del legado hispano en el discurso integracionista del autor. Sostenemos que la extensión a España del proyecto integrador ugarteano y el lugar de España en su discurso quedan vacantes como temáticas en las cuales profundizar, tanto como su conexión en torno a esa problemática con intelectuales hispanoamericanistas españoles.

El presente artículo atiende a cómo el autor hizo extensiva a España la comunidad continental que proyectó para América. La configuración de una comunidad que incluye a España se encuentra en las conferencias impartidas en conmemoración del cumplimiento del centenario de las independencias americanas. El contexto, caracterizado por el avance estadounidense y el retroceso español en América, favoreció el estrechamiento de lazos culturales entre el país ibérico y América latina. Dirigiéndose a un público español receptivo a sus ideas, el autor argentino articuló la noción de “bloque agrietado”, cuya configuración será el eje del presente artículo.

La extensión de la hegemonía de Estados Unidos sobre el subcontinente operó en el marco de la crisis de los proyectos modernizadores latinoamericanos. Surge entonces la generación del primer antiimperialismo americano, un movimiento intelectual cuyas reflexiones identitarias y propuestas de solidaridad continental reactualizaron proyectos integradores de principios y mediados del siglo XIX (Deves Valdez, 1997, p. 14). En España, tras la pérdida definitiva de su estatus de potencia mundial, tras la derrota frente a Estados Unidos en la Guerra Hispano-cubano-estadounidense en 1898, incentivó un cuestionamiento por parte de los intelectuales españoles acerca del concepto de Nación Española y su identidad y carácter. Este movimiento, autodenominado de regeneración de la nación española, manifestó una dimensión americanista, es decir, volvió su atención hacia América latina planteando la existencia de una comunidad española-americana. Depositó en su vínculo con América[1] la posibilidad de reconstrucción nacional tomando en cuenta el lazo español-americano, que recuperaron a la hora de reflexionar acerca de qué constituye lo hispánico.

Ambos movimientos plantearon una mirada mutua sobre la relación América- España y recuperaron la idea de comunidad o alianza como respuesta a la irrupción de la figura de Estados Unidos. En este marco, el trabajo se centra en el periodo de confluencia entre los intelectuales modernistas y los regeneracionistas españoles, para recuperar la construcción de una comunidad española-americana en la ensayística de Manuel Ugarte. El artículo aborda el periodo comprendido entre 1898, año de la finalización de la Guerra Hispano-cubano-norteamericana, hasta principios de la década de 1920. El recorte responde a que en este periodo en España el movimiento hispanoamericanista demostraba interés en América, y paralelamente, en América se desarrollaba el apogeo de la articulación de redes de intelectuales latinoamericanistas desarrollada desde inicios del 1900 (Bergel y Martínez Mazzola, 2008, p. 120).

En tanto Ugarte converge con los autores españoles de la Generación del 98 en la configuración de un espacio trasnacional común, el alcance de la noción de “bloque agrietado” se complejiza, a través de posibles conexiones con el conjunto de intelectuales españoles de la llamada Generación del 98. Para el presente trabajo hemos seleccionado los siguientes autores: Rafael Altamira, Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu, debido a su relevancia dentro del movimiento español con producción americanista. Altamira promovió el desarrollo del americanismo en las universidades españolas y el trabajo documental para producir conocimiento sobre América. Unamuno se dedicó a la crítica de las literaturas hispanoamericanas y fue corresponsal del diario La Nación; mientras que Maeztu, también dedicado a la crítica literaria, se desempeñó como embajador en Argentina y publicó en medios gráficos del país.

Tanto Ugarte como los autores españoles recuperados se insertaron en redes de intelectuales de amplitud transcontinental, que articularon el modernismo americano y el hispanoamericanismo español. De hecho, Rubén Darío y Miguel de Unamuno fueron piezas clave de la confluencia entre los mencionados movimientos (Rama, 1982, p. 15), habilitando la articulación de redes trasnacionales que fueron soporte de la movilidad intelectual a uno u otro lado del océano (Deves Valdez, 2007, pp. 42-43). En aquellas tramas se situó la inserción de Ugarte dentro de las redes hispanoamericanistas españolas. Su obra fue bien recibida en España, y además de ofrecer numerosas conferencias, sus ensayos y artículos periodísticos fueron editados en la prensa española (Sepúlveda, 2005, p. 87). El argentino se reunió en España con varios miembros de la Generación del 98, entre ellos Azorín, Pérez de Ayala, Baroja, Maeztu (Deves Valdez, 2007, p. 52) y en 1902 visitó a Unamuno en Salamanca (Maíz, 2003, p. 285). El español redactó en 1901 un prólogo al libro Paisajes Parisienses (1903) y se registra el intercambio de correspondencia entre los autores.[2]

El presente artículo se estructura en tres apartados. El primero se centra en cómo Ugarte configura una comunidad española-americana en su interpretación de las independencias, expresada en el concepto de “bloque agrietado”. Se establecen además conexiones con la interpretación histórica de los autores españoles seleccionados. En el segundo apartado, se aborda la categoría de raza, fundamento del “bloque agrietado” y articulada en torno a un legado latino heredado de España, y se explora en las fuentes españolas seleccionadas la percepción de pertenencia al espacio cultural latino, en contraposición al espacio cultural sajón. En el tercer apartado, se trabaja el común compromiso español-americano por la pervivencia de la raza compartida frente a la expansión sajona encarnada en Estados Unidos. Finalmente, se cierra con unas palabras finales en donde se retoman las conexiones entre el autor argentino y los autores españoles analizados a partir de la configuración en sus discursos de una comunidad española-americana. Se recuperan aquellos aportes que favorecen la complejización de esa dimensión del ensayo ugarteano.

 

Configuración de la comunidad española americana en la interpretación de las independencias.

 

Manuel Ugarte se acercó en sus ensayos a una lectura historiográfica exponiendo sus interpretaciones acerca de los procesos de la conquista y la colonización española en América, así como también una interpretación sobre el proceso de las independencias americanas. En este artículo, nos detendremos en este segundo aporte.

Con motivo del Centenario argentino, Ugarte expresó su interpretación de las independencias americanas en conferencias impartidas en España y Francia. En ellas, el autor señaló como su causa fundamental el carácter absolutista de la monarquía Borbona. Explicó que la política de la Corona generó rechazo en las colonias “por el sistema centralista, por los impuestos y los abusos de los delegados” (Ugarte, 2014, p. 43). El problema radicaba en la administración colonial, los funcionarios de la Corona y su carácter absolutista, que negaba las múltiples demandas de libertades económicas, políticas, religiosas y sociales no solo a América, sino también a la misma España. 

El autor subsumió el proceso de independencias a una suerte de movimiento de resistencia a la monarquía absolutista, que se manifestó conjuntamente tanto en España como en América y señaló que existían estrechos vínculos de solidaridad entre el movimiento liberal español y el americano. La argumentación ugarteana unificó el proceso de las independencias americanas trazando una analogía entre el enfrentamiento de liberales y absolutistas y el de los españoles y criollos. De esta manera, trascendía la dicotomía españoles y americanos: “Si se hubiera tratado de una lucha entre peninsulares y americanos, no hubiera habido tantos españoles que […] encabezaron la insurrección, ni tantos criollos que […] la combatieron” (Ugarte, 2014, p. 28). El marco general de las revoluciones americanas fue, en la interpretación de Ugarte, la revolución democrática española y la pugna absolutismo versus anti-absolutismo (Molocznik, 2014, p. 10). El proceso independentista, entonces, involucró a España, no la opuso a América. Por el contrario, en su lectura, Ugarte se encargó de destacar que se trató de un proceso con una base en común.

Los autores españoles que abordaremos parecen acercarse en algunos tramos al discurso de Ugarte, pero sus interpretaciones también se distancian en algunos aspectos. Unamuno y Maeztu parecen alinearse con el argentino cuando hicieron referencia al absolutismo como causa de las independencias. Unamuno criticó la rigidez de España en lo referido a sus políticas con América, señalando que “la necia y torpe política metropolitana nos hizo perder las colonias” (Unamuno, 2009, p. 981).

Maeztu también reconoció el centralismo como causa de las independencias, cuando afirmó: “no cabe duda de que el ideal que conscientemente persiguieron los caudillos de la independencia fue el de la libertad política y, sobre todo, el de la libertad económica” (Maeztu, 1917). Pero luego, continúa la cita anterior sugiriendo que las independencias poseyeron desde el inicio el carácter separatista que perseguía el objetivo de independizar las colonias: “Y con ello no digo solamente que la postración de España facilitara a los hispano-americanos una ocasión favorable para sus planes” (Maeztu, 1917).

Altamira, en otro análisis de las independencias americanas, coincide con Ugarte al reconocer también la vinculación entre los reformistas españoles y los independentistas americanos: “no es aventurado creer que hallarían aquí entre los radicales españoles […] elementos simpáticos a sus aspiraciones, o cuando menos, participantes de cierto vago americanismo sentimental” (Altamira, 1909, p. 203). Señaló el contacto directo entre los independentistas americanos y los reformistas españoles y la existencia de simpatías mutuas. Esto último podría sugerir la pugna entre liberales y absolutistas que Ugarte entendió como transversal a España y América. Más adelante, el autor se refiere a “la “infeliz América” y la “tirana Europa”” (Altamira, 1909, p. 203); es decir, contrapuso Europa y América, que es exactamente la dicotomía que el discurso de Ugarte contraargumentaba.

Otra clave de la interpretación ugarteana fue el carácter coyuntural que le atribuyó a las independencias. Ugarte explicó que las independencias fueron producto del peso del absolutismo –reconocido esto como causa por los españoles– ya que la Corona se negaba a dar lugar a los reclamos, contribuyendo así a desatar el proceso de las independencias: “si el movimiento cobró un empuje definitivo y radical fue a causa de la “inflexibilidad” de la metrópoli” (Ugarte, 2014, p. 27). El carácter coyuntural que destaca en las independencias le permitió refutar toda intención inicial de separatismo. En relación con esto, aclaró que “ni se soñó en los comienzos en adoptar un gobierno fundamentalmente autónomo” (Ugarte, 2014, p. 46). Según el autor el movimiento independentista americano careció en un comienzo de cualquier signo separatista. Sugirió, en su interpretación, que las independencias fueron resultado de un proceso que en sus inicios no buscaba la autonomía y que quizá pudo haberse desarrollado de otra manera. Esto contrasta con el argumento de Maeztu citado más arriba, que le atribuye una impronta separatista al movimiento de las independencias americano, como parte de sus intenciones iniciales.

Las interpretaciones de los españoles en general tendían a considerar que las independencias americanas fueron premeditadas, no solo persiguiendo una intención separatista, como señaló Maeztu, sino incluso que fueron movilizadas por un sentimiento anti-español. Según Altamira, “La pérdida de las colonias continentales” –como titula el apartado en el que analizó las independencias– se fraguó debido a los resentimientos de los americanos hacia los españoles. Llega a exponer que existió como motivación de los movimientos independentistas americanos una clara animadversión hacia la figura de España: “Se formó partido antiespañol o por lo menos lleno de recelos y de sentimientos poco cordiales para España” (Altamira, 1900a, p. 200).

El discurso del argentino intentó desarticular cualquier interpretación que expusiera como causa o aliciente de las independencias un sentimiento antiespañol o que caracterice el proceso bajo un signo anti íbero. La interpretación de Ugarte, en diálogo con las interpretaciones españolas que circulaban, estaba orientada a presentar el proceso de las independencias americanas como resultado de una coyuntura –sin ánimo antiespañol alguno– que fundara pretensiones separatistas como parte de los objetivos del proceso.

Con el fin de negar cualquier impronta antiespañola al movimiento independentista americano, Ugarte expresó que “la revolución fue económica y política, pero no nacional” (Ugarte, 2014, p. 46). Es decir, argumentó que fue una revolución motivada por reivindicaciones que no revestían ningún perfil nacionalista, en sintonía con el argumento que descarta la autonomía respecto a la metrópoli entre las demandas iniciales del proceso de independencias.

La emancipación tuvo como resultado una separación solo política respecto de la metrópoli. Esto en la medida en que América, después de la revolución, debía considerarse parte de una comunidad con España, ya que no son “dos entidades distintas”, sino que forman “parte de un solo bloque agrietado” (Ugarte, 2014, p. 26). Ugarte postuló, en el centenario de las independencias, que España y América, formaban parte de un mismo conjunto, a pesar de que se encontraban separadas políticamente. En 1920, nuevamente en España, en su conferencia llamada “La atracción de los orígenes”, el autor retomó la idea de comunidad española-americana. Lo podemos advertir cuando expresó, frente a un público español, que “La América española, pudo […] separarse políticamente de España, pero […] ha seguido y sigue estrechamente unida a la nación que le dio vida” (Ugarte, 2014, p. 159). En el mismo texto, también sugirió que el origen de América estaba en España o que América es una prolongación o desprendimiento de aquella.

Así, el concepto de “bloque agrietado” configuró en el discurso de Ugarte una comunidad que excede a América e incluía a España. Esta idea lo conectó con el hispanoamericanismo español, ya que los intelectuales españoles construyeron un concepto de comunidad transnacional, más allá de las fronteras españolas, que incluyó a América. Siguiendo a Sepúlveda (2005), el movimiento hispanoamericanista en España construyó una revisión del pasado que fundamentaba la existencia de la comunidad española-americana en los siglos coloniales por el idioma y costumbres compartidos. Estos dos últimos elementos fueron entendidos como atributos de España, extendidos en América durante la conquista y colonización y, por lo tanto, comunes a la península y el continente. A través de ellos los intelectuales españoles articularon una comunidad española-americana (Sepúlveda, 2005, p. 179).

En ese marco, Unamuno halló una ascendencia común de los españoles de los siglos de la conquista y colonización de América, mientras el hispanoamericanismo español justificó la comunidad trasnacional española americana, en base a un origen colonial de la misma: “es una proposición de poco sentido y análoga a la de llamar a los americanos hijos nuestros, como si ellos no descendiesen de los conquistadores por lo menos tanto, y de seguro más que nosotros” (Unamuno, 2009, pp. 981-982). El autor estaría sugiriendo la presencia de una comunidad española-americana, lo que lo acercaría a la idea ugarteana de “bloque agrietado”. Para los hispanoamericanistas españoles de la corriente progresista, tanto América como España eran herederos de la España de los siglos XVI y XVII. El origen de América estaba en tiempos de la colonia, en los que, según entendieron, se conformó la comunidad con España que persistiría en el tiempo.

 

Fundamentos del “bloque agrietado”: la raza latina

 

El argentino refirió a la categoría de “bloque agrietado” como una “entidad superior” que engloba a peninsulares y americanos. Estos constituyeron “dos grandes fracciones de la raza” (Ugarte, 2014, p. 39). Así, el autor hacía referencia a la raza latina, cuyo legado recuperó para articular una identidad común para el conjunto del subcontinente americano, en la raza encontró la clave para pensar lo americano. La categoría de raza se entendía en términos culturales y, a través de ella, el discurso ugarteano operó para aglutinar en una raza común, o en una civilización o cultura comunes, a todos los países latinoamericanos (Maíz, 2003, p. 238).

En este marco de reflexiones, el autor escribió “Nuestra América, hispana por el origen, es esencialmente latina” (Ugarte, 1923, p. 393). De esta manera señala en su argumentación, que España perpetuó el legado latino en América durante los siglos de conquista y colonización. Este legado se conformó, en el discurso ugarteano, como parte constitutiva de su construcción identitaria ya que, a través de la recuperación de una herencia cultural hispana, puede adscribir el subcontinente en el marco de la latinidad.

El legado español fue recuperado en el discurso de nuestro autor para la construcción de un espacio identitario o civilizatorio opuesto a Estados Unidos, el nuevo agresor de turno, teniendo en cuenta su política expansionista.[3] Se trata, como explica Maíz (2003), de una identidad construida inicialmente con fines defensivos, pero su propósito era conformar América latina como un todo, un conjunto integrado, y el legado hispánico le permitía operar dicha construcción. Ugarte entendió que la nacionalidad hispanoamericana se materializaría en la constitución de una raza de síntesis latina. Dicha raza integraría toda la diversidad presente en América Latina, vertebrada en torno a “lo español”. Lejos de pretender suprimir la pluralidad americana y hegemonizarla bajo una impronta española, se propuso articular dicha heterogeneidad. (Maíz, 2003, p. 242).

Siguiendo la argumentación de Ugarte, la tradición latina, perpetuada en nuestra porción de América, se oponía a la sajona prevaleciente en Estados Unidos. Sus respectivas identidades e historias son muy diferentes. La frontera entre ambas porciones continentales se convierte en su discurso en una delimitación cultural, como propone Maíz, ya que trasciende la idea de división o mera marca limítrofe, para definir dos civilizaciones opuestas (Maíz, 2003, p. 188). Ugarte incorporó a la distinción de tipo moral –al estilo de la demarcada en el Ariel– la variable de una desigualdad material entre las “dos Américas” delimitadas, exponiendo los mecanismos que aseguraban la sujeción de una porción continental por sobre la otra. Incluyó una comprensión más aproximada del fenómeno imperialista y sus dimensiones económicas y políticas en relación con otros autores del primer antimperialismo (Terán, 1986, p. 94). Ambas dimensiones –la material y la arielista– conviven en su ensayística, para explicar la oposición Nación latinoamericana - Estados Unidos.

El proceso de expansión de Estados Unidos sobre el subcontinente fue formulado como un conflicto entre razas opuestas, la raza sajona y la raza latina. Extendidas cada una en las distintas porciones continentales, el “peligro yanqui” que identificó Ugarte adquirió una matriz racial, dando por resultado que en el ensayo ugarteano opere lo que Maíz denomina como “racialización” del conflicto (Maíz, 2003, p. 238).

Ugarte retomó la oposición sajón-latino en Europa, entre los pueblos romanizados (españoles, franceses, etc.), herederos de Grecia y Roma, y los pueblos bárbaros. Argumentó que dicha dicotomía se trasladó a América, con las Trece colonias de ingleses en el norte y la colonización de los españoles en el sur. América se alimentó de España –y también Francia– para configurarse como culturalmente latina en su origen, y conserva dicha marca identitaria: “es evidente que nada nos atrae hacia los vecinos del Norte […] Nos sentimos cerca de España, a la que debemos la civilización y cuyo fuego llevamos en la sangre; de Francia fuente y origen del pensamiento que nos anima” (Ugarte, 1953, p. 54).

El discurso de Ugarte consideró que la cultura latina se extendió en nuestro continente a partir de la colonización española. En ese sentido también, Altamira caracterizó a España como heredera de la civilización latina en Europa y como civilizadora de América por medio de su colonización. A juicio del español, las mencionadas características se encuentran entre las aportaciones de España a la humanidad: la “Cultura latina/ clásica (en Europa)” y que “Colonizó y civilizó a toda América” (Altamira, 1950, p. 277).

Altamira incluyó a España como parte de la civilización latina y justificó posteriormente dicha adscripción a la raza latina atribuyéndolo a “la extensión de la cultura latina por la profunda romanización de una gran parte de los habitantes peninsulares” (Altamira, 1950, p. 277). Remarcó el valor de España como continuadora de la cultura clásica, ya que ese país se convirtió en heredero de la civilización latina, por ende, de la cultura clásica. Considera además que se mantiene en el continente europeo después de la caída de Roma: “después de la caída del Imperio Romano de Occidente, España recogió, en mayor escala que las otras provincias de aquel, la cultura clásica y contribuyó así a salvar su tradición en Europa” (Altamira, 1950, p. 277).

Unamuno, al igual que Ugarte, reconoció que tanto América como España eran parte de la “raza latina”: “Los pueblos hispano-americanos, lo mismo que España, y en general los que llamamos pueblos latinos” (Unamuno, 2009, p. 970). Utilizó el término hispano englobando a los americanos, probablemente dejara entrever la idea de que por hispanos los pueblos americanos pueden englobarse bajo la cultura latina.

Lo “latino” y su recuperación en un discurso configurado en torno a la oposición con un Estados Unidos caracterizado como bárbaro, materialista, ostentoso, vulgar, fue condensada inicialmente en las figuras del Calibán y de Ariel. Estos pudieron ser pasos previos que mediaron la recuperación por parte de Ugarte de la dicotomía sajón-latino para enmarcar el conflicto Estados Unidos - América latina (Colombi, 2004, p. 96).

Es preciso advertir que la latinidad fue una construcción de origen francés, con el propósito de erigirse como rectores de esta, y, posteriormente, fue tomada en América y en España tras la irrupción de los Estados Unidos y su victoria en la Guerra del 98 (Colombi, 2004, p. 98). Tras el episodio del 98, en El triunfo de Calibán, Rubén Darío identificó a España “como la hija de Roma, la hermana de Francia, la madre de América” construyendo una genealogía en la cual España es parte de un orden cultural más amplio, el latino (Becerra, 1999, p. 104, de donde se toma la cita de Rubén Darío).

Los autores españoles, igual que el argentino, se autopercibieron como parte del espacio cultural latino. Probablemente, a través de otros intermediarios, la idea de latinidad circuló entre estos intelectuales peninsulares.

La percepción de la persistencia de una comunidad española americana en torno al legado latino compartido estaba dada en la consideración de la categoría de raza. Esta permite articular el “bloque agrietado” en el discurso ugarteano, ya que la raza común es el canal de unidad entre la antigua metrópoli y las ex colonias, en palabras de Ugarte: “Nuestra raza –y al decir nuestra raza me parece abarcar España y América en un calificativo común–” (Ugarte, 1950, p. 161).

 Como ya se ha mencionado, la categoría de raza se entendía en términos culturales, por lo cual el “bloque agrietado” supone una comunidad de tipo cultural integrada por España y América, dada por su legado latino compartido. En ese marco, Ugarte encumbró el legado latino que identificó en América, y a través de este, la construcción de una identidad latina para el subcontinente puede extenderse a España. Esta operación es posible gracias a que, en el conflicto sajón-latino, España y América quedan agrupadas del mismo lado del conflicto de razas, en tanto latinos, frente a los Estados Unidos, que encarna la raza sajona, como consecuencia de la racialización del conflicto anteriormente mencionada.

 

Compromiso español americano por la pervivencia de la raza

 

El discurso ugarteano construyó una confraternización entre España y América, argumentando que persistía la “unidad superior y su solidaridad indestructible” (Ugarte, 1950, p. 161) entre las partes del “bloque agrietado”. Posteriormente en la obra El destino de un continente, sentenció que “existe en la realidad de los hechos y en los estados del alma una íntima y completa confraternidad entre España y las repúblicas que nacieron de su seno” (Ugarte, 1923, p. 402) pero lamentaba que la “fraternidad efectiva […] no existe aún con la debida intensidad”, (Ugarte, 1923, p. 403). Consideraba que había que estrechar todavía en mayor medida esos lazos: “falta, entre la madre y las hijas, el isocronismo en las vibraciones, que sería indispensable para realizar el porvenir” (Ugarte, 1923, p. 403).

Ugarte sostuvo que persistía un sentimiento de solidaridad entre España y América dada su confraternización. Apeló a esa solidaridad vigente entre las dos partes del “bloque” para persuadir a la defensa de la raza latina de la cual también los españoles eran parte: “los españoles no pueden ver comprometido el Porvenir de América sin asistir a la muerte de sus más íntimos deseos, de sus nuevas encarnaciones y de su prolongación histórica” (Ugarte, 2014, p. 37). Frente a la amenaza representada por los Estados Unidos, Ugarte hizo un llamado a mantenerse “[r]eunidos en dos grandes grupos, independientes entre sí pero solidarios […] para defender nuestras costumbres y tener a raya la presión de otros grupos” (Ugarte, 2014, p. 39). Esta presión de la porción sajona del continente americano implicó que estuviera en juego “no solo el porvenir de la América española, sino el desarrollo de la raza entera” (Ugarte, 2014, p. 35). Entonces, la puja por la “frontera móvil” de Estados Unidos, interpelaba tanto a América latina, principal afectada, como a los españoles.

Se trataba de resguardar el legado cultural latino por lo cual la alianza defensiva se hacía extensiva hacia España, ya que se articularía para la conservación en el porvenir de la raza latina, prolongada en América por parte de España, tal como lo expresó en la conferencia de 1920 titulada «La tracción de los orígenes»: 

 

Si en el nuevo mundo se perdieran las tradiciones y las costumbres que prolongan la raza latina […] si cayeran de una u otra forma bajo el colonialismo de otro pueblo, si el comercio, la religión, el pensamiento que aun anima en las naciones que hacen perdurar en otro hemisferio la vitalidad y la gloria de una civilización fueran anuladas y vencidas por otra fuerza invasora, se podría decir que los de allá y los de aquí, habíamos faltado a nuestros destinos y que nos encontrábamos en presencia de la dolorosa bancarrota de una raza en un poderoso Trafalgar de ideas que hundía en el mar, no ya la flota material de un pueblo, sino sus navíos espirituales en las aguas sin límite del porvenir (Ugarte, 2014, p. 163).

 

La propuesta de comunidad y de alianza en defensa de la raza que compartían, se extendía de los países latinoamericanos hacia la misma España, ya que resultaba una exigencia de la coyuntura de avance del imperialismo norteamericano. La suerte de alianza defensiva entre España y América era una propuesta frente a lo que se percibió como un avance de la raza sajona, que implicaba salvar el legado cultural de la raza latina a nivel mundial y el futuro de los pueblos latinos en la humanidad. Al prolongar su raza en América, hacía también responsable a España de la protección frente al avance sobre América de la raza opuesta. Pero, se debe aclarar que la motivación principal del autor argentino era aglutinar a América latina en torno a elementos culturales de origen español, mientras que su apelación a España resultó más secundaria que central en su obra.

En consonancia con el planteo de Ugarte, Altamira pretendió una alianza para contrapesar la expansión sajona: “América quiere estar con España, desea construir con ella, […] una fuerza […], que contrapese el influjo de las razas, sajona y eslava y haga sentir en su acción decisiva en los destinos del género humano” (Altamira, 1900b, p. 59). El autor apreció la existencia de un vínculo solidario entre España y sus ex colonias que trasciende la emancipación política. La solidaridad en común, por encima del “bloque agrietado”, para la supervivencia del legado cultural compartido: “reconocimiento de esa solidaridad ideal que nos une por encima de las pasadas luchas, convirtiéndonos en colaboradores de una misma obra superior a todas las diferenciaciones nacionales y políticas por ser un hecho tan acentuado y de tan consoladora significación” (Altamira, 1900b, p. 52).

En cuanto a la necesidad de reforzar los vínculos españoles-americanos, tal como reclamaba Ugarte, Unamuno ya a principios del siglo XX demandaba fortalecer los lazos: “He de ahorrarme aquí las consabidas consideraciones respecto al cambio de ideas y productos para estrechar la unión iberoamericana, sin más que lamentarme de que sean tantas nuestras no satisfechas necesidades de cultura y tan escasa y pobre nuestra labor en ella” (Unamuno, 2009, p. 413). Planteaba el estrechamiento del vínculo español americano, en el marco del postulado del hispanoamericanismo español progresista acerca de la necesidad de concretar acciones orientadas a consolidar las relaciones culturales entre España y América.

El autor, en otro de sus textos, también reflexionó sobre el fomento de las relaciones españolas americanas: “Tenemos que acabar de perder los españoles todo lo que se encierra en eso de Madre Patria, y comprender que para salvar la cultura hispánica nos es preciso entrar a trabajarla de par con los pueblos americanos, y recibiendo de ellos, no sólo dándole” (Unamuno, 2009, p. 981). Ubicó a América y España al mismo nivel cuando marcó la necesidad de dejar de encumbrar a España como la “Madre Patria”, en relación asimétrica, y buscar a la par la salida al problema de la amenaza a la raza hispánica. Puede sugerir aquí la pertenencia de España y América a un mismo conjunto racial, tanto como la necesidad de involucrarse igualmente en su supervivencia, planteado por Ugarte en similares términos. 

Altamira parecía preocupado por la amenaza que representa Estados Unidos como obstáculo a la permanencia de la comunidad española americana, y estimativamente para la alianza defensiva de la raza: “el ejemplo de los Estados Unidos es hoy por hoy el obstáculo terrible para la solidaridad que pretendemos establecer” (Altamira, 1900b, p. 51-52). En líneas generales, en la perspectiva de Altamira, América latina aspiraba al progreso que encarnaban los Estados Unidos, por eso este último era objeto de admiración para ellas. Siguiendo a Sepúlveda, el hispanoamericanismo español entendía que la influencia de Estados Unidos erosionaba la cultura latina, por lo cual, corría riesgo el fundamento del lazo español-americano (Sepúlveda, 2005, p. 147). Cabe aclarar que, en el discurso español, la figura de Estados Unidos es presentada como amenaza a su intento por revitalizar lazos entre españoles y americanos, ya que entendía que la influencia de Estados Unidos y su carácter de modelo, erosionaba la cultura latina, por lo cual, corría riesgo el fundamento del lazo español-americano.

 

Consideraciones finales

 

Ugarte desarrolló extensamente el problema de las independencias americanas, en cuyo discurso realiza diversas operaciones para configurar el “bloque agrietado” de la comunidad americana-española. El desplazamiento que realiza, de la oposición España-América hacia aquella que unifica el proceso a uno y otro lado del Océano, habilita la construcción de la noción de “bloque agrietado” como aproximación a la comunidad española-americana. Refuerza la idea de comunidad, señalando que esta estaba en juego durante las independencias, al situar el proceso americano dentro del movimiento anti absolutista español. Ugarte articuló España y América al identificar una solidaridad entre el movimiento liberal español y los independentistas americanos.

Para el autor, no era conveniente utilizar una oposición España-América o españoles versus americanos, si se quería construir o enfatizar la idea de comunidad española-americana. Así, corrió el eje de las interpretaciones históricas decimonónicas sobre el periodo independentista. Por otra parte, si las independencias no correspondieron a movimientos nacionalistas, es posible configurar una comunidad española-americana posterior al resultado de dicho proceso. La categoría de “bloque agrietado” refiere a la “entidad superior”, en palabras de Ugarte, que integra a España y América, entidad fracturada, pero cuya comunidad cultural persistía tras las independencias.

Su explicación del proceso de las independencias se construyó en diálogo con las interpretaciones de autores españoles y en respuesta a ellas, ya que intentó refutarlas para desarticular algunas miradas sobre las independencias que circulaban en España –y también en América–.

Como hemos abordado en el trabajo, la noción de “bloque agrietado” está emparentada con la identidad trasnacional construida por los intelectuales españoles. Unamuno entendió América como culturalmente española, idea que podría ser en principio compartida por Ugarte, pero con una salvedad: el autor argentino rescató la cultura de origen español presente en América latina para articularla como un conjunto y fundamentar el proyecto de unidad subcontinental en una identidad basada en el legado latino. Su motivación principal no era incluir a España en esa comunidad, sin embargo, no dejaba de reconocer en ese país el origen de la identidad y núcleo de la raza americana. Por esto, en la época del Centenario de las independencias, apeló a la idea de comunidad española-americana a través del concepto de “bloque agrietado” con el objetivo de acercarse a España. La construcción de ese concepto se encontró fomentada por la emergencia de la expansión imperial estadounidense.

La conexión entre el argentino y los intelectuales españoles, en cuanto a la configuración de un espacio cultural común a España y América, puede situarse en el marco de la época del cumplimiento del centenario de las revoluciones y de la coyuntura de avance norteamericano sobre América latina.

La dimensión cultural de la oposición Estados Unidos - América Latina le da potencia a su discurso para configurar una identidad en respuesta a la expansión de Estados Unidos, que fue percibida como amenaza, en sus palabras, para la integridad territorial y moral de América latina. La obra de Ugarte identificó una oposición entre dos porciones del continente americano: la sajona y la latina. Ugarte inscribió a nuestra porción continental, al sur de Río Bravo, dentro de la cultura latina, tal como Altamira ubicó a España dentro del espacio de la cultura latina en Europa. La tensión entre las identidades sajona y latina también fue percibida por los autores españoles en el marco de la derrota del 98, la que fue entendida como una decadencia de la latinidad frente a la cultura anglosajona.

La dicotomía sajón-latino se había configurado en el espacio europeo antes de que Ugarte la tomara y cobró impulso tras la guerra del 98. Las respuestas discursivas del argentino y los españoles se enmarcan en la rendición de España y constituyen reacciones ante a la irrupción de Estados Unidos. La oposición sajona-latina fue incorporada por Ugarte y los españoles, en tanto interpretaron la expansión de Estados Unidos como una amenaza cultural por parte de la raza sajona a la América que se nutrió culturalmente de la raza latina. 

Ugarte planteó la percepción de una raza común, o dos “fracciones de la raza” y la concomitante responsabilidad española-americana por la raza latina y su porvenir en América y en la Humanidad. Apeló a España, planteando que no podía ser indiferente al avance de la raza sajona, representada por la expansión estadounidense sobre América. Los autores españoles, Unamuno y Altamira, plantearon en términos similares a Ugarte, la pertenencia española y americana a una raza común, lo que comprometía a ambas en la conservación del legado cultural compartido. 

Ugarte apeló a la idea de comunidad trasnacional, tal como los autores hispanoamericanistas españoles habían planteado, porque vislumbró en la alianza española-americana la respuesta a la irrupción y expansión de Estados Unidos. Compartir la raza latina le permitió especular con una alianza con España, si bien de carácter secundario, frente al avance de Estados Unidos, con el fin de fortalecer el legado cultural y su pervivencia frente a la amenaza representada por la raza sajona. El discurso ugarteano identificó la política expansionista del gobierno de Estados Unidos con el avance de la raza sajona.

La propuesta de una alianza española-americana, basada en la preexistencia de una comunidad, se encontró favorecida, estimamos, por la percepción en común entre Ugarte y los autores españoles del peligro cultural representado por Estados Unidos. El discurso de Ugarte interpeló a España en un momento en el que los hispanoamericanistas españoles pusieron su atención en América para sus fines regeneracionistas, tras la pérdida de las colonias americanas a manos de Estados Unidos. 

Para el autor argentino, la preservación de un legado latino en América, heredado de España, exigía a esta última a comprometerse con el porvenir americano. De este modo, Ugarte desarrolló el concepto de raza a fines de aglutinar América y convocar la ayuda de España frente al sajón.

 

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[1] Entendieron que América era medio y fin para superar la crisis de fin de siglo, por lo cual, los intelectuales de esta corriente se caracterizaron por un genuino interés por nuestro continente, pero más que nada les preocupó formular un ideal acerca de América, en lugar de alcanzar una comprensión cabal de la realidad americana (Sepúlveda, 2005, p. 134).

[2] Las cartas están disponibles en el epistolario editado por Graciela Swiderski (1999).

[3] El autor denunció el avance de Estados Unidos en la región, reconociendo a ese país como un foco de amenaza para América latina, una “frontera en movimiento”, en tanto su expansión progresiva hacia América latina. Ugarte entendió posteriormente que el Canal de Panamá le permitió a Estados Unidos controlar el comercio de la región del Caribe, y consolidar su hegemonía allí, y continuar su avance hacia el resto del continente (Ugarte, 2014, pp. 33-34).