ESTRATEGIAS HABITACIONALES DE FAMILIAS POBRES CORDOBESAS EN LA DÉCADA DE 1990

HOUSING STRATEGIES PURSUED BY POOR FAMILIES IN CÓRDOBA IN THE 1990S

Alicia B. Gutiérrez

Universidad Nacional de Córdoba

aliciabeatrizgutierrez@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-6699-279X

 

Guadalupe Fernández

Universidad Nacional de Córdoba

guadalupe.fernandez@unc.edu.ar

https://orcid.org/0000-0002-3436-9872

Resumen

Sobre la base de un trabajo colectivo de investigación acerca de las dinámicas recientes de la reproducción social de familias cordobesas, en este trabajo proponemos un abordaje sociológico de la dimensión espacial de la desigualdad social en la ciudad de Córdoba a partir de la explicación y comprensión de las estrategias habitacionales desplegadas por familias pobres. En el apartado introductorio presentamos algunas dimensiones económicas, sociales y políticas del contexto en el cual se desenvolvieron esas estrategias. Luego, explicitamos nuestra manera relacional de construir la pobreza –abordaje que combina una dimensión cuantitativa y una cualitativa de investigación– y caracterizamos la clase en la que se posicionan las familias a las que nos referimos en este trabajo. En tercer lugar, reconstruimos las estrategias habitacionales desplegadas por esas familias en la ciudad de Córdoba en la década de 1990 teniendo en cuenta las condiciones objetivas que pesaron sobre sus prácticas y las representaciones asociadas a estas. Finalmente, proponemos algunas consideraciones que apuntan a explicar y comprender las modalidades identificadas de acceso al suelo y a la vivienda en relación con el volumen y la estructura del capital de las familias, con sus trayectorias residenciales y con determinados principios simbólicos y de distinción social.

Palabras clave: espacio social; pobreza; estrategias habitacionales.

Abstract

Based on a collective research work on the recent dynamics of the social reproduction of Cordoba families, in this paper we propose a sociological approach to the spatial dimension of social inequality in the city of Córdoba based on the explanation and understanding of the housing strategies pursued by poor families. In the introductory section we present some economic, social and political dimensions of the context in which these strategies were developed. Then, we explain our relational way of constructing poverty –an approach that combines a quantitative and a qualitative dimension of research– and we characterize the class in which the families we refer to in this work are positioned. Third, we reconstruct the housing strategies pursued by these families in the city of Córdoba in the 1990s, taking into account the objective conditions that weighed on their practices and the representations associated with them. Finally, we propose some considerations that aim to explain and understand the identified modalities of access to land and housing in relation to: the volume and structure of the families' capital, their residential trajectories, and certain symbolic principles and social distinction.

Keywords: social space; poverty; housing strategies

Fecha de recepción: 03 de agosto de 2023

 

Fecha de aceptación: 22 de diciembre de 2023

Introducción

Las políticas neoliberales implementadas por el gobierno de Menem durante la década de 1990 –fin de la “política industrial”, privatización de empresas estatales, desregularización de bienes, servicios y mercados laborales, liberalización de los mercados de bienes y capitales, reducción del gasto público, descentralización del Estado, reestructuración de la política social– reforzaron las tendencias, impulsadas desde 1976 por el gobierno cívico-militar, a la desregularización de la economía y al desmantelamiento del aparato estatal de subsidios y transferencias. Las consecuencias sociales de estas medidas fueron trágicas. La pobreza y la indigencia aumentaron, tanto en números absolutos como relativos, debido al empobrecimiento de los “pobres estructurales” y a la incorporación de nuevos grupos sociales al mundo de la pobreza, y la distribución del ingreso se volvió cada vez más desigual (Bustelo, 1992; Minujin, 1992; Altimir et al., 2002; Portes y Roberts, 2008).

Algunos estudios señalan que, a lo largo de la década de 1990, siete millones de personas –el 20% de la clase media argentina de entonces– se convirtieron en “nuevos pobres” (Gutiérrez, 2013, p. 316). En octubre de 2001 la pobreza afectaba al 35% de los hogares argentinos, porcentaje que pasó a más del 50% después de la crisis del verano de 2002 (Donza et al., 2004, p. 55). Por otro lado, el ingreso per cápita del 20% de los hogares más ricos con respecto al del 20% de los hogares más pobres pasó de ser 9 veces mayor en 1991 a 14 veces en 2001 (idem, pp. 58-59). Estas transformaciones en la estructura social argentina se encuentran estrechamente vinculadas con los cambios que las políticas neoliberales implicaron en el mercado de trabajo: entre 1990 y 2002, para el total de los aglomerados urbanos sobre los que la EPH ofrece información, la tasa de desocupación pasó de un 6,3% a un 17,9%; la de subocupación, de un 8,9% a un 20,1%; el porcentaje de los empleos asalariados no registrados creció de 28,3% a 43,6%, mientras que el salario promedio, en poder adquisitivo constante (pesos de 1994), pasó de 502,1 a 381,8 (Lindenboim y González, 2004a, p. 42-43). El aglomerado Gran Córdoba constituyó, en términos relativos, el más afectado en su mercado laboral (Lindenboim y González, 2004b, p. 203).

El empobrecimiento generalizado y el fin de la intervención estatal en las áreas de vivienda, salud y educación comprometieron seriamente la reproducción social de gran parte de las familias argentinas. En materia habitacional, durante la década de 1990 el sector público en nuestro país financió apenas el 15% de las unidades residenciales construidas. La inversión en el área de vivienda en 1992 había decrecido un 33% con respecto al período 1980-1987; para el mismo año, las autoridades estimaron un déficit habitacional de 3 millones de viviendas, el 35% del total de unidades residenciales del país, a lo que se sumaron la descentralización y la privatización total o parcial de los servicios urbanos y de infraestructura, que excluyeron del acceso a estos a numerosas familias (Auyero, 2001, pp. 30-33). En la provincia de Córdoba, si bien la descentralización de servicios sociales pasó a formar parte de la agenda de gobierno a partir del año 1987, con la reforma de la Constitución provincial, las consecuencias de esas medidas adquirieron mayor intensidad durante el gobierno de Ramón Mestre (1995-1999), en el marco del cual se concretaron las privatizaciones de los servicios públicos de agua y gas y la descentralización de distintos servicios sociales (Ase, 2006; Gordillo, 2015).

En consonancia con lo señalado hasta ahora, en 1994 se sancionó la ley nacional 24.441 de “Financiamiento a la Vivienda y a la Construcción” que, lejos de intentar resolver el problema  habitacional, introdujo nuevos instrumentos legales –como leasing, letras hipotecarias, ejecución extrajudicial de hipotecas– que favorecieron la expansión de la industria de la construcción, a lo que contribuyeron también la reactivación de los créditos hipotecarios durante la Convertibilidad (Cristini y Moya, 2004) y la inexistencia a nivel nacional –y en general, también provincial– de una política urbana y de leyes de ordenamiento del territorio (Goytia et al., 2010; Monkkonen y Ronconi, 2013). Como sostiene Segura, “en el marco de la apertura neoliberal y de la consecuente liberalización del uso del suelo, no solo los agentes privados […] tuvieron un margen de acción inédito sobre la ciudad […] sino que el Estado, además de abandonar su rol central en la producción y regulación del uso del suelo, subsidió la acción de los agentes privados” (2014, pp. 9-10). En este contexto se produce, en las principales ciudades argentinas, un incremento del precio del suelo. Si se considera la información sobre terrenos ofertados en avisos clasificados, se puede observar que el precio mediano de un lote de 250m2 en el sector noroeste de la ciudad de Córdoba era equivalente a 17 veces el Salario Mínimo Vital y Móvil en 1990, a 40 en 2001 y a 90 en 2008 –en dólares, el SMVM pasó de 200 USD en 2001 a 351,27 USD en 2008– (Monayar, 2014, 2016, p. 13). El aumento del costo del suelo en relación con los niveles de ingreso de la población contribuye a explicar que la principal tendencia en la configuración de la ciudad de Córdoba en la década de 1990 haya sido la segregación residencial socioeconómica, patrón excluyente de urbanización que no se modificó de manera sustancial en la década siguiente (Tecco y Valdés, 2006; Molinatti, 2013; Marengo y Elorza, 2014). En relación con estas dinámicas se explica que, entre 1987 y 2000, las urbanizaciones cerradas en la ciudad de Córdoba implicaron una apropiación de tierra para las familias de altos ingresos de 942 hectáreas (con lotes promedio de 1500 m2 en los countries y de 910 m2 en los barrios cerrados), mientras que la tierra destinada a conjuntos de vivienda subsidiada por el estado para “sectores muy pobres” fuera de 260 hectáreas (con lotes promedio de 180m2) (Marengo, 2002, p. 6).

En el marco de las condiciones expuestas, el acceso de familias pobres a bienes y servicios urbanos en la ciudad de Córdoba en la década de 1990 se vio seriamente comprometido. Los antecedentes sobre esta problemática pueden clasificarse, esquemáticamente, en cuatro grupos: los trabajos de relevamiento y estimación de la población de “villas miseria” y de “barrios pobres” (Buthet y Scavuzzo, 2001); los estudios que consideran “villas”, “asentamientos” o “tomas de tierra” y “loteos fraudulentos” como las modalidades de urbanización informal del período –entendiendo por “informalidad” la contravención a las normas jurídicas o administrativas estipuladas– (Marengo y Monayar, 2012; Monayar, 2016, 2018; Rebord et al., 2018); los trabajos dedicados a estudiar formas colectivas de apropiación de la ciudad, ya sea en clave de democratización y de constitución de movimientos sociales y problemas públicos (Franco y Medina, 2012; Franco et al. 2015; Medina, 2020), o bien en clave de “producción social del hábitat” (Arqueros Mejica et al., 2008; Elorza y Monayar, 2010). Finalmente, las investigaciones más estrechamente relacionadas con nuestro problema, aquellas que consideran, desde una perspectiva estratégica y relacional que adoptamos en este trabajo, las prácticas que ponen en juego familias pobres para acceder al suelo y a la vivienda (Gutiérrez, 2004, 2013).

Un abordaje relacional de la pobreza: construcción del espacio social cordobés y caracterización de las clases

En primer lugar, partimos de considerar la pobreza en términos relacionales teniendo en cuenta los recursos con que cuentan los pobres para reproducirse, las múltiples dimensiones de la pobreza (no solo económica, también cultural, social, simbólica) y, especialmente, las relaciones de los modos de reproducción en la pobreza con la reproducción de la sociedad (y de sus mecanismos de dominación) en su conjunto (Gutiérrez, 2004). De acuerdo con este posicionamiento, la identificación de las familias (considerada como unidades domésticas) a las que nos referimos en este trabajo implicó, en primer lugar, la construcción del espacio social cordobés, que se realizó en el marco de una investigación colectiva de la que formamos parte[1]. Es decir, no partimos de un colectivo predefinido como “pobre” sino que reconstruimos el sistema de relaciones que conforman las familias cordobesas para identificar en él conjuntos de agentes que, sometidos a condiciones de existencia homogéneas, ocupen posiciones semejantes.

“Espacio social” designa un espacio pluridimensional de posiciones que ocupan los agentes o las familias según el volumen y la estructura del capital que posean (Bourdieu, 1990). En tanto espacio virtual, el espacio social no debe confundirse con el espacio geográfico. Este constituye, más bien, una especie de “reificación” o “realización objetiva” del espacio social: “el espacio habitado (o apropiado) funciona como una especie de simbolización espontánea del espacio social. En una sociedad jerárquica, no hay espacio que no esté jerarquizado y no exprese las jerarquías y las distancias sociales, de un modo (más o menos) deformado y sobre todo enmascarado por el efecto de naturalización que entraña la inscripción duradera de las realidades sociales en el mundo físico” (Bourdieu, 2013, p. 120). Esta “inscripción duradera” constituye una de las mediaciones a través de las cuales las oposiciones sociales se reproducen en las estructuras mentales bajo la forma de principios de visión y división del mundo social (Idem, p. 121). En este sentido, como plantea Wacquant, la propuesta de Bourdieu nos invita a pensar en la “trialéctica” de espacios simbólicos, sociales y físicos, es decir, a rastrear sus mutuas correspondencias, transposiciones y distorsiones (Wacquant, 2017). 

Para construir el espacio social cordobés se apeló a información provista por la Encuesta Permanente de Hogares sobre el Gran Córdoba para el tercer trimestre de 2011[2] y se aplicaron métodos de estadística descriptiva multidimensional: análisis de correspondencias múltiples (ACM) y método de clasificación jerárquica ascendente (CJA) [3]. Esto permitió identificar cuatro grandes clases (con sus respectivas fracciones): precariado, clase trabajadora, clase media y elite (Cfr. Gutiérrez y Mansila, 2015; Gutiérrez et al., 2021). En la figura 1 mostramos el espacio social del Gran Córdoba para el año 2011, representado por los dos primeros factores[4], que expresan el 70% de la inercia total[5].

Figura 1. El espacio social cordobés 2011 en el plano de los ejes 1 y 2 (70% de inercia y 51 modalidades activas).

Fuente: elaboración a partir de EPH-INDEC, tercer trimestre 2011. Los baricentros de clases se identifican con un círculo negro; las modalidades activas, con un rombo y las modalidades suplementarias, con un cuadrado en color gris y cursivas. (Tomado de Gutiérrez et al., 2021)

Posteriormente, realizamos entrevistas en profundidad a referentes de hogar que, de acuerdo con sus recursos económicos y culturales, pudieran representar los perfiles de cada una de las clases y fracciones de clases construidas[6]. Estas entrevistas apuntaron a relevar un conjunto amplio de estrategias de reproducción social[7] (principalmente laborales, educativas, habitacionales y de consumos culturales) y de sentidos vividos en torno a estas prácticas con el objetivo de captar el carácter relacional de estas luchas individuales y colectivas. Además de ofrecer informaciones sobre las prácticas y trayectorias personales y de sus familiares, los discursos de los entrevistados pueden interpretarse a partir de las justificaciones y presentaciones de sí que ofrecen, es decir, pueden ser analizados también como una estrategia o “toma de posición” más (Martín Criado, 2014). En este trabajo analizamos ocho entrevistas realizadas a referentes de hogar de familias que presentan un bajo volumen global de recursos y que, por lo tanto, se ubican en la región dominada del espacio social: específicamente, en el precariado, clase en la que se posiciona el 20% de las familias cordobesas de la muestra (532 hogares en total).

El precariado se caracteriza por poseer un bajo volumen global de capital. La estructura patrimonial presenta bajos ingresos (el IPCF, el ingreso total del RH, el ingreso por ocupación principal del RH y el ingreso total familiar se ubican en el 1° decil) y se vincula con la recepción de subsidios y ayuda material. La ocupación del RH se asocia a la ausencia de calificación laboral, al cuentapropismo, a condiciones de precariedad laboral (escasa antigüedad, falta de cobertura médica) y a las ramas del servicio doméstico y de la construcción. El máximo nivel de instrucción alcanzado por los RH de esta clase es primario completo. En cuanto a los hogares, es posible identificar una fracción que agrupa un 10% de familias que poseen un alto porcentaje de referente femenino (mujeres divorciadas o viudas sin calificación laboral que se desempeñan en su mayoría en el servicio doméstico) y otra fracción, un poco más numerosa (12%), que presenta un referente masculino asociado a la rama de la construcción, al cuentapropismo, a la calificación operativa y a hogares numerosos. En relación con las condiciones habitacionales, estas familias se encuentran asociadas a “ocupación” como régimen de tenencia de la vivienda y a situaciones de hacinamiento: viviendas de dos ambientes y “más de tres personas por ambiente”.

Familias pobres y apropiación del espacio urbano en la ciudad de Córdoba en la década de 1990

En este apartado presentamos el segundo momento de nuestra investigación. Teniendo en cuenta las dimensiones estructurales de clase que presentamos arriba y las críticas condiciones de reproducción social que reseñamos en la introducción del trabajo, partimos de entrevistas realizadas a referentes de hogar de familias pobres enclasadas en la región dominada del espacio social cordobés, así como de información proveniente de otras fuentes y de bibliografía secundaria, para reconstruir las estrategias habitacionales, fundamentalmente de acceso al suelo y a la vivienda –así como las representaciones asociadas a estas– que desplegaron, en relación con sus trayectorias residenciales, las familias entrevistadas. Para complementar la descripción de las condiciones de clase de estos hogares, proporcionamos a continuación una tabla en la que indicamos, por cada barrio de la ciudad de Córdoba en que residieron las familias entrevistadas entre mediados de 1980 y 2002, la cantidad de población total y los porcentajes de esta con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) y sin cobertura social en 2001. Para contribuir a una lectura relacional de esta información, también incluimos los barrios de residencia de los entrevistados pertenecientes a la elite.

Tabla 1. Cantidad de población total, % de población con NBI y % de población sin cobertura social en 2001 por barrios de Córdoba donde residieron los entrevistados del precariado y de la elite entre mediados de 1980 y 2002.

Mediados de 1980 a 2002

2001

Barrios de residencia en la ciudad de Córdoba de los entrevistados según clase social

Población total

% de población con NBI

 

% de población sin cobertura social

Precariado

Acosta

6209

14,66%

55,01%

Altamira

6595

6,31%

41,99%

Comercial

6285

24,92%

67,92%

General Paz

8085

5,87%

26,75%

Jardín

7528

3,15%

27,35%

José Ignacio Díaz 1° Sección

5265

16,25%

53,03%

Los Gigantes

4883

6,25%

40,63%

Mosconi

4063

29,12%

69,55%

Parque Liceo II Sección

6773

15,49%

55,14%

Pueyrredón

21598

11,55%

42,36%

Renacimiento

3231

23,18%

68,67%

Santa Isabel

3572

5,57%

38,91%

Villa Alberdi

2298

22,68%

69,09%

Villa Pigüe

s/d

s/d

s/d

Villa Revol

4397

8,62%

42,55%

Villa Urquiza

6033

33,39%

77,64%

Elite

Centro

28949

5,19%

26,83%

Cerro de las Rosas

7245

0,64%

12,95%

Colinas de Vélez Sársfield

1574

1,39%

20,83%

Country Las Delicias

s/d

s/d

s/d

Jardín

7528

3,15%

27,35%

Juniors

7053

1,08%

19,17%

Nueva Córdoba

29412

2,58%

21,64%

Providencia

4916

7,83%

38,93%

San Carlos

2870

4,21%

34,09%

Urca

3652

0,22%

9,89%

Fuente: elaboración personal a partir de información provista por la Dirección General de Estadística y Censos de la provincia de Córdoba.

 

Mapa 1. Barrios de residencia de los entrevistados según clase social. Ciudad de Córdoba, mediados de 1980 a 2002.

Mapa

Descripción generada automáticamente

Fuente: gentileza de Virginia Monayar a partir de información provista por la Dirección General de Catastro de la provincia de Córdoba.

 

Apropiación del espacio de familias enclasadas en la 1° fracción del precariado

Carolina (50 años, empleada doméstica, nivel de estudios secundarios incompleto) residió hasta aproximadamente los quince años con sus padres y su hermana mayor en barrio Pueyrredón en una casa prestada por la fábrica de producción de calzados donde trabajaba su padre como encargado. Recuerda que vivió una infancia sin privaciones: “mi papá siempre tuvo una posición económica, no te digo guau, pero no nos ha faltado nunca nada. En la infancia, escuela de monjas; todo lo que nosotros queríamos, lo teníamos”. Sin embargo, la posición social de la familia se vio seriamente comprometida en los noventa en el marco de las consecuencias laborales que implicó la apertura de importaciones para la industria nacional de textiles y calzado, aunque estas condiciones objetivas no se consideren en el relato: “Después, por un motivo que yo en este momento no recuerdo, nos tuvimos que mudar a la casa de una tía mía en barrio Acosta porque hubo problemas en la fábrica, así que le pidieron la casa a mi papá. […] nos distribuíamos porque la casa de mi tío tampoco era ¡guau, qué casa grande! Así que yo me fui con una chica amiga en barrio Santa Isabel”.

La familia pudo finalmente reunirse de nuevo en una casa que alquilaron primero en barrio Altamira, donde vivieron unos ocho años, y después en barrio Renacimiento. Aunque el padre de Carolina pudo jubilarse, a ella “[le] tocó un poco el tema de trabajar”. En 1999 Carolina se casa y se muda con su marido a barrio Comercial, a un “departamento al fondo” de la casa de su suegra. Allí nacerán sus dos hijos, en 2000 y 2004. El proceso de desclasamiento de Carolina y su familia se retraduce en su trayectoria residencial: los sucesivos barrios que habitan son cada vez más periféricos y degradados física y simbólicamente. Sin embargo, la distancia moral entre ella y sus vecinos –asociados a comportamientos malos y egoístas, a la delincuencia y a las drogas– es para ella insalvable: como su empleadora le dice (desde una posición social y simbólica que permiten dar fe de que las cosas son así), Carolina es “distinta”: “yo sé que soy así […] yo voy a una iglesia y sé lo que está bien y lo que está mal, lo que hay que hacer y lo que no se debe hacer”.

Miriam (77 años, empleada doméstica y cuidado de personas, nivel de estudios primarios incompleto) empezó a trabajar como empleada doméstica a los 13 años. Había empezado la primaria en “un colegio con internado de chicos carecientes” pero tuvo que abandonar los estudios para trabajar y, de este modo, complementar los ingresos de la familia. Su madre había quedado viuda a los 42 años, con trece hijos a cargo. Vivían en camino a Pajas Blancas, kilómetro 8: “vendimos la casa de barrio Yofre por intermedio de un primo mío y le hace comprar ahí en Camino a Pajas Blancas, que tenía un pequeño terreno donde se hacía una quintita y sacábamos siempre alguna verdurita y la vendíamos. Con eso vivían mis hermanos, los más grandes, que le ayudaban a mi mamá, pero mi mamá empezó a trabajar en casa de familia”.

Algo de experiencia en trabajos rurales tenían los hermanos más grandes de Miriam. Ella recuerda que su padre, hijo de italianos que tenía estudios de nivel medio, había intentado “hacer producir un campo grandecito” pero terminó vendiéndolo y mudándose a una casa que compró en barrio Yofre porque “se fundió”. Cuenta que “él no entendía […] como ya te digo, él tenía sus estudios, no sabía nada de campo”. Esta y otras consideraciones de Miriam que veremos más adelante pueden quizá comprenderse a partir de un principio de visión que opone la ciudad –el lugar de la cultura, de la educación, asociada al barrio Centro de la ciudad de Córdoba[8]– al campo –mundo del trabajo físico y sacrificado, inhóspito para los urbanitas, vasto, deshabitado, lejos de todo–.

Cuando muere el padre de Miriam, la opción de la familia de mudarse a una zona por entonces rural no resultaba desconocida, aunque implicó pesares para todos, especialmente para la madre: “a mi hermana, la más chica, le agarra la poliomielitis a los quince días […]. Mi mamá tuvo que luchar con ella todos los días, de allá del camino de Pajas Blancas […]. Casi 9 años. Se iba caminando hasta los Bulevares para tomar el colectivo, porque no llegaba [a donde ellos vivían], para llevar a mi hermana al Hospital de Niños… […]. Tenía muchas operaciones. […] Ese fue el drama también de mi mamá. Que no nos podía atender a nosotros”. Cuando los hermanos más grandes de Miriam comienzan a independizarse, la madre vende la quinta, en torno a 1960, y se muda con las hijas más chicas a una casa que compra en barrio Parque Capital. Miriam vivió allí hasta que se casó en 1977. Durante esos años trabajó para complementar los ingresos de su madre.

Cuando Miriam constituyó su propia familia, lo primero que hicieron fue mudarse al campo: “después yo me casé y me fui al campo un tiempo con mi marido. Después volví y me compré el terreno en Malvinas Argentinas. ¡Que nadie quería que comprara ahí porque era lejos! Y bueno, los lotes estaban más baratos y eran lotes grandes, ¡10 x 50 de fondo! Así que tengo más posibilidades…”. Posibilidades de ampliar progresivamente la casa (en el momento de la entrevista vivían con ella dos de sus hijos, cuatro nietos y dos de sus hermanas) y de vivir un poco como lo hacía en el campo: en el patio de su casa, además de muchas plantas, tiene gallinas, pavos y patos.

Miriam y su familia se instalaron en Malvinas Argentinas alrededor de 1987[9]. Construyeron la casa muy lentamente. Avanzaban cuando podían acumular algunos ahorros. El marido de Miriam era perito mercantil, lo que le permitió trabajar como cajero en un banco algunos años, pero después intentó dedicarse al comercio, lo que no resultó. Durante los noventa, además de dedicarse al servicio doméstico, Miriam realizaba trabajos de corte y confección y cuidaba a adultos mayores: “¡trabajé hasta sábado y domingo cuidando abuelas! Cuenta que quería mandar a los hijos a una escuela en el centro de la ciudad de Córdoba pero que no podía porque tenía que hacer la casa: no podía [enviarlos al centro]. No. No porque yo tenía que hacer la casa. Entonces, no podía pagar el colectivo. Y pagar algún colegio privado, menos”. Los hijos cursaron hasta el secundario (que no completaron) en escuelas públicas de Malvinas Argentinas. Para Miriam, la localidad ha mejorado mucho desde que ella llegó, se fue pareciendo cada vez más a una ciudad: hay muchas viviendas construidas, hay más negocios, donde se consigue de todo, las calles se han asfaltado.

La distinción entre campo y ciudad como esquema jerárquico de percepción de lo social que asigna valores diferenciales para cada uno de sus opuestos se vislumbra también en el relato de Mirna (71 años, costurera, nivel de estudios primarios incompleto). Ella nació y vivió, hasta que se casó, “en el campo”, a 200 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Ayudaba a su padre y a su hermano con el trabajo en un tambo que alquilaba la familia. Cursó con dificultades algunos grados en la escuela primaria que se encontraba en el pueblo cercano, a 7 kilómetros; tenía que trasladarse en sulqui y parar en la casa de una tía: “era difícil cuando yo era chica […] no es como ahora que de mi pueblo vienen a Córdoba como nada. Antes no íbamos ni a Las Varillas, a 13-15 kilómetros, no íbamos a otros pueblos, era muy difícil”. A pesar de estos inconvenientes, durante un año tomó clases de corte y confección “porque en el pueblo no había otra cosa que hacer: era coser o bordar […] Y a mí me gustaba coser, entonces fui de una señora que me enseñaba”.

En 1973 Mirna se casa con un vecino del pueblo y se mudan a Córdoba. Se instalan en barrio General Paz, donde ponen un almacén sobre el que se encontraba un pequeño departamento que la familia alquiló para vivir. La pareja se muda después a una casa, también alquilada, en el mismo barrio. En 1979 y en 1985 nacieron los hijos. A fines de 1980, de acuerdo con el relato de Mirna, su marido “fundió todo y bueno, quedamos en empezar de nuevo”. Más adelante profundiza en algunos factores sociales que contribuyeron a semejante caída: “cuando empezaron a ponerse los híper grandes y eso […] y en esa inflación que un día era un precio y otro era otro, ahí se perdió todo”.

Durante estos años críticos, Mirna trabajó intensamente (por necesidad, aunque esto se presente como “preferencia”): “hubo una época que prefería estar sentada en la máquina y no salir, más que todo cuando los chicos eran chicos y necesitaba más. Ahora abandono y salgo, pero hubo veces que tuve que quedarme por la costura. Pero tampoco me arrepiento de haberlo hecho, pero a veces lleva mucho tiempo y podría haber hecho otra cosa, salir… Y me quedaba por ese motivo”. Al marido de Mirna lo empleó una distribuidora que le vendía productos para su almacén, así que entre los dos pudieron continuar pagando el alquiler de la casa. A Mirna le gusta el barrio porque “hay de todo y tiene todo cerca. Agrega que le costaría dejar el barrio: a mí me gusta vivir rodeada de gente; viví muchos años en el campo y me gusta tener gente alrededor”.

Apropiación del espacio de familias enclasadas en la 2° fracción del precariado

Una de las manifestaciones espaciales más evidentes de los procesos que expusimos en el apartado introductorio fue la expansión de “villas”. En la ciudad de Córdoba, los relevamientos realizados por SEHAS[10] en 1992 y en 1994 estimaron que la población villera había aumentado, solo entre esos años, un 40,11%[11]. Si se considera el período 1991-2001, el aumento fue del 109,3% y, en relación con la población total de la ciudad de Córdoba, el porcentaje de habitantes en “villas de emergencia” pasó del 2,95% al 8,07%. Por otro lado, el 77,74% de las familias de las “villas de emergencia” en 1994 era originario de la ciudad de Córdoba y, en cuanto a los tipos de asentamiento de los que provenían, el 49,15% lo hacía de distintos barrios de la ciudad, el 36,66% provenía de otras “villas” y el 11,18%, del “campo” (Buthet y Scavuzzo, 2001, p. 16-17).

Danilo (63 años, pintor de obra, nivel de estudios secundarios incompleto) vivió desde que nació y hasta mediados de 1990 en barrio Jardín con su madre, empleada doméstica que leía y escribía con dificultad, y su esposo (el padre de Danilo murió cuando este era chico) en una casa con cocina-comedor, lavadero separado, un dormitorio y un baño, cerca de las vías del ferrocarril. Empezó a trabajar como pintor de obra a los 14 años. Con vecinos de barrio Jardín (donde también residen, como podemos ver en la Tabla 1, familias enclasadas en la elite) Danilo llegó a establecer una red de vínculos sociales que le ha permitido acceder a distintos trabajos de pintura en la zona, por donde se moviliza en bicicleta. Danilo conoce al doctor que vive en la calle principal, al abogado de la otra cuadra, al veterinario, a la doña o al don de tal o cual esquina: “ya me conocen la gente y me llevan a trabajar. Y me llaman porque ya me conocen […] y saben a quién dejan en la casa. La confianza y todo eso. […] Usted viene y me dice: ‘tomá la llave, Danilo, y yo me voy’. O sea, eso para uno es un orgullo, creo”. Como en el caso de Carolina, la confianza concedida por agentes posicionados en la región dominante del espacio social concede una dignidad distintiva.

A mediados de 1990, Danilo forma pareja con María, empleada doméstica que tenía dos hijos de una relación anterior, y se mudan todos a la casa de la madre de Danilo que, como dijimos, tenía un solo dormitorio. En 1997 nace el hijo más grande de la pareja y, con un hogar ya de cinco miembros, se mudan por la zona, a una casa que alquilan en barrio Villa Revol. Sin embargo, no pudieron sostener esta situación mucho tiempo. En 1998 nace el segundo hijo y entonces, relata Danilo, “me fui a vivir a una villa porque realmente no podía pagar alquiler”. Ubica la villa “por allá al fondo, cerca de San Pablo, la Pigüé”. Esta villa se conforma en 1980 y actualmente viven allí 110 familias (RENABAP, 2022). Danilo supo de la posibilidad de comprar un terreno ahí a través de una amiga de María: “’¡Eh, no!’, dice, ‘¡qué vas a pagar alquiler, vení para acá, comprate un terrenito!’. Habré pagado 80 pesos un terreno, una cosa así. Hice una pieza, un baño, una cocina […] 6 x 4 metros […] Construí con lo propio. Vendimos todo lo que pudimos vender, lo vendimos para poder construir. Vendí cocina, vendí centro musical, cocina nueva, me acuerdo”.

Por estos años, Danilo y María trabajaban todo el día. Los niños quedaban en la pieza autoconstruida al cuidado de la hija mayor de María, Nadia, que por entonces tenía entre 11 y 12 años. La fecundidad se restringe: los dos hijos más chicos del matrimonio llegarán algunos años después, en 2004 y 2005. Cuando se le pregunta a Danilo por su experiencia en la villa, en la que residen también su cuñada y la hija mayor de María, no se explaya mucho en comparación con la manera como relata los vínculos que mantiene con los vecinos de su barrio de origen: “Bien, por lo menos. No conozco a nadie. Yo salía a trabajar, quedaba ella [María] en casa, los chicos iban al colegio, todo normal”. A pesar de los recursos, el trabajo y el sacrificio invertidos en la autoconstrucción de la vivienda en la villa a lo largo de los años, en 2013 la familia se muda nuevamente a la casa de la madre de Danilo, que había quedado viuda.

En la ciudad de Córdoba, al margen de los años más productivos de la Mesa de Concertación (1992-1995), las políticas habitacionales que incidieron en la reproducción social de familias pobres entre mediados 1983 y los 2000 tomaron por objeto principalmente las “villas de emergencia” para relocalizarlas, cuando estaban situadas en terrenos fiscales sobre los que proyectaban obras públicas –los nudos viales, la circunvalación o la costanera–, o bien para facilitar procesos de radicación in situ, en el menor de los casos (Marengo y Elorza, 2008; Rodríguez y Taborda, 2009; Medina, 2020). A mediados de 1980, el Ministerio de Acción Social de la provincia complementó la política de relocalización de villas que se encontraban en zonas de obras con una de subsidios para que los mismos habitantes compraran la tierra donde serían relocalizados. Para esto, se exigía que las familias villeras constituyeran cooperativas. Estas podían buscar un terreno, comprarlo con el subsidio provincial e iniciar los trámites para obtener los servicios. Una de las organizaciones que se constituyó mediante este mecanismo fue la cooperativa El Progreso, que accedió a 2,5 hectáreas en barrio José Ignacio Díaz 1° sección, donde el gobierno provincial también relocalizaría a otras familias villeras (Luciano, 1996).

Una hija de los socios fundadores de la cooperativa El Progreso está casada con Omar (52 años, albañil, nivel de estudios primarios completo), que nació y vivió en un pueblo rural del noreste de la provincia, donde comenzó con el “trabajo de campo” a los nueve años: “trabajaba en el carbón, en la leña. […] en la papa mucho tiempo”. Alrededor de 1993 se instala en la ciudad de Córdoba y se pasa a la rama de la construcción “porque acá en Córdoba es lo que más sale, o lo que más hay” –de acuerdo con su posición de clase y con su trayectoria social–. Desde mediados de 1990 Omar vive con su mujer, que se dedica a las tareas domésticas, y sus cinco hijos, de entre 25 y 12 años, en una casa que autoconstruyeron en lo que él llama “barrio El Progreso”. Cuenta que se instalaron ahí porque a su “señora”, en tanto hija de los fundadores de la cooperativa, “le correspondía un terreno”. Sin embargo, aclara inmediatamente, “no se lo daban gratis, lo teníamos que pagar”. Es decir, trabajaron por el terreno, nadie les regaló nada: “yo compré ahí en barrio El Progreso, cooperativa El Progreso. Hice la casa y viví. También estuve trabajando […] un año de sereno y compré y me hice la casa y viví ahí nomás”. O sea, trabajó en condiciones de sobreexplotación, como albañil y como sereno, para poder comprar el terreno, los materiales y construir.

En el momento de la entrevista, la casa de la familia tenía “un living-comedor y dos piezas y baño y un garaje. Todo techado y tapiado”. A tres cuadras de la vivienda había una escuela primaria de gestión pública. Sin embargo, Omar y su pareja terminaron inscribiendo a sus hijos en otra que quedaba a poco más de veinte cuadras porque “era más buena la enseñanza y porque a la del barrio iban muchos chicos, pongalé, que no eran del gusto de uno, por decirte”. Esta estrategia, junto con la práctica de llamar al barrio “El Progreso” (y no José Ignacio Díaz 1° sección) y la de remarcar que el acceso al suelo y a la vivienda no fueron regalos de nadie constituyen formas de distanciarse, física y simbólicamente, de las propiedades negativas que concentran los habitantes de un barrio que se conformó fundamentalmente a partir de la relocalización de villas.

Como señalan numerosos estudios sobre la dimensión habitacional de la reproducción social en condiciones de pobreza, en la jerarquía de los espacios habitados por familias pobres en las ciudades argentinas contemporáneas (viviendas ocupadas, pensiones, barrios autoconstruidos, viviendas construidas por el Estado, etc.), las “villas” concentran la mayor cantidad de propiedades negativas: retratadas como “lugares de inmoralidad, crimen y ausencia de la ley” (Auyero y Hobert, 2003, p. 233), constituyen territorios fuertemente estigmatizados que degradan simbólicamente a sus habitantes (Ratier, 1973; Guber, 2004; Cravino, 2002; Kessler, 2012). En relación con esto, distintas investigaciones sobre estrategias de distinción de clases populares han señalado que “villa” y “barrio” emergen como principios recurrentes de percepción y evaluación de lo social. Ocupan, en el sentido común, los polos opuestos de vicio y virtud, es decir, no remiten solamente al espacio físico (en el que se retraducen oposiciones sociales) sino que constituyen categorías morales (Kessler, 2004; Merklen, 2010). El “barrio” se presenta como espacio físico y como sujeto colectivo; está vinculado con una identidad que se construyó sobre la base de valores asociados a relaciones de comunidad entre vecinos y al trabajo, que permitía acceder a una vida mejor, fuera de la “villa”, de la que el “barrio” se distingue claramente. Como señala Kessler, “un barrio puede ser pobre pero el ‘villero’ es una manera particular de vivir la pobreza, cargada de los estereotipos más arcaicos del imaginario urbano” (2004, p. 226). Barrio y villa se caracterizan también por un tipo de circulación particular: el barrio es un espacio abierto por el que transita, mientras que la villa constituye un espacio encerrado en sí mismo del que se entra y se sale y que presenta una entrada, una zona intermedia y un fondo, en el que se concentra la degradación simbólica sobre personas y territorio (Segura, 2009).

En el relato de Omar, “cooperativa” adquiere el mismo sentido que “barrio”. Sin embargo, los estudios muestran que estas representaciones, y en especial la frontera tajante que separa al barrio de la villa, comenzarían a resquebrajarse hacia fines de la década de 1980, en el contexto hiperinflacionario, y terminarían por derrumbarse a mediados de la de 1990, cuando se restringen las posibilidades de los sectores populares de mejorar su posición en la estructura de clases (Puex, 2003). En relación con nuestro caso de estudio, estas transformaciones se evidencian fundamentalmente en los relatos de los RH más jóvenes.

Como Omar, el origen social de Guillermo (60 años, albañil, nivel de estudios primarios completo) también es rural. Vivió primero “en el monte”, en “el rancho de los viejos”, en un lugar que “no figura ni en el mapa”, y después en Tucumán. Trabajó desde chico. A fines de 1970 se muda a Córdoba y a mediados de 1980 comienza a trabajar como albañil “por su cuenta”. Se casa con Viviana, empleada doméstica desde los trece años, con quien tuvo cinco hijos entre 1986 y 2001.

“Hemos pasado las de Caín”, dice Guillermo cuando relata su trayectoria residencial: recién casados vivieron un tiempo en un “ranchito” que hizo “con madera”; estuvieron después dos años en La Calera en condiciones bastante precarias y luego, a fines de 1980, volvieron a Córdoba y se instalaron en barrio Los Gigantes: “vivíamos acá en Los Gigantes. Nos prestaban una pieza y a cuadra y media, dos cuadras, teníamos el colegio. Favorecía porque mi señora trabajaba en el frente, los llevaba al colegio y después los buscaba. Le quedaba a mano, entonces podía trabajar. Y yo […] agarraba la bici y me iba a trabajar a, qué se yo, Alberdi, lugares lejos. Entonces salía a la mañana y volvía a la noche. O sea que favorecía”.

Por ese entonces Guillermo y Viviana comenzaron a pagar un plan para acceder a un lote que ofrecía una cooperativa en barrio Liceo Segunda Sección, pero el proyecto se hizo cuesta arriba a partir de la hiperinflación: “cuando estuvo Alfonsín hubo, cómo es que le llaman… Yo perdí un terreno. O sea, tenía la moto y vendí la moto. Trabajé todo el año de punta a punta y no nos compramos ni una media […]. Y no lo pude pagar al terreno, no lo pude pagar y lo perdí, perdí todo. No había trabajo y lo poco que se hacía no… […] O comías o pagabas, qué se yo, y encima no había trabajo, fue grave. […] Nos excluyeron de la cooperativa, pero al final de cuentas yo terminé pagando, yo pagué todo como tiene que ser”. Después de algunos años pudieron acceder al terreno, de 300 m2, donde comenzaron a autoconstruir su vivienda: “haciendo la casa con los ladrillos de las casas que por ahí rompía […] De a poco algo compré, algo junté, así. Hace poco compré las aberturas que están ahí afuera”. Actualmente, “al fondo” del terreno vive una de sus hijas. Para Guillermo el barrio siempre fue tranquilo, los problemas tienen que ver con “chicos que vienen de afuera”. Le gustaría que la cooperativa “progrese” y construya “un salón propio para los vecinos”.

Arturo (35 años, albañil, nivel de estudios secundarios incompleto) es el menor de cuatro hermanos. Vivió en los noventa en barrio Mosconi en una casa que autoconstruyeron sus padres sobre un terreno de 100 m2 que compraron con plata que les prestó un pariente: “mi vieja trabajaba en una droguería, mi papá trabajaba en una bodega. Mi papá cuando salía de la bodega, después de comprar el terreno, se iba a trabajar y ahí fue haciendo la pieza. Le hizo la losa y a los diez días se metió. Tenían de ventana no sé qué. Habían puesto una puerta y se fueron, porque no tenían [casa], estaban alquilando”. Muchos años después, alrededor del 2007, Arturo se encontraría en la misma situación que sus padres: habiendo conformado un hogar con su pareja actual, con la que tiene tres hijas, no pueden continuar pagando el alquiler de la casa en la que vivían (“no me daba el trabajo”), por lo que termina “volviendo” a lo de sus padres, donde terminará autoconstruyendo su propia “pieza”. Arturo recuerda que, cuando era chico, en el barrio “no se podía estar […], había mucho robo, mucha junta en la esquina […], porque donde estamos nosotros a tres cuadras está la villa”. Sin embargo, dice, “hoy en día está re tranquilo el barrio”.

Darío (42 años, jardinero y albañil, nivel de estudios secundarios incompleto) se encontraba en una situación crítica a fines de los noventa. El alquiler que pagaba con su pareja por la vivienda donde vivían se hizo imposible de sostener. Se mudaron, entonces, como lo hicieron también dos de sus hermanos, “al fondo” de la casa de sus padres, en Villa Alberdi, donde él vivió toda su infancia: “la primer piecita que me hice, como me tenía que ir a vivir [con urgencia], le crucé unos palos y con techo de chapa la armé”. El padre de Darío, que tenía empleo formal, había podido comprar un lote en Villa Alberdi cuando se casó, a fines de 1970. Luego, con el ingreso de una indemnización laboral, pudo terminar la construcción de la casa y, posteriormente, compró el lote colindante. Los dos terrenos comprenden una superficie total de 300 m2.

En comparación con su padre, la inestabilidad e informalidad que caracterizan en cambio la situación laboral de Darío, sumadas al creciente costo del suelo en relación con los ingresos de la población, clausuran la posibilidad para las generaciones jóvenes de las clases dominadas de acceder al suelo mediante el ahorro. Así, la mejor manera de hacer rendir los escasos recursos económicos que ingresan es movilizar las redes familiares para acceder al suelo adquirido por las generaciones precedentes. Esta base segura compensa cualquier situación de precariedad: “yo estoy viviendo bien a comparación de otros. Hay otros que viven en ranchitos, cosas así […]. […] yo que tuve la suerte por mi viejo que… Yo, si fuera por mí, no sé”. Garantizado el suelo, luego se avanza lentamente: “construyo cuando yo puedo y tengo algún ingreso y puedo comprar material. Y voy haciendo de a poco. Aparte, sabés que soy albañil, así que mano de obra no me hace falta. Lo que sí, el tiempo y plata. Por ahí tengo todo el tiempo del mundo, pero no tengo trabajo y no tengo dinero, así que no me sirve de nada”.

En el caso de Darío, la estrategia habitacional se acompaña de una apropiación afectiva del barrio (Ripoll y Veschambres, 2005): “fue el barrio donde me crie toda la vida. Está bien, hay delincuencia, como en todos lados, pero uno ya los conoce y como que uno ya se siente más cómodo en ese sentido. […] yo no me meto con nadie, nadie se mete conmigo. Estamos tranquilos en ese sentido”. No se demarca tajantemente un límite entre su barrio y Villa Urquiza, que se encuentra “atrás, al fondo”, y donde “se complica un poco porque, es como en todos lados, a los colectivos los apedrean, los roban”. Pero se trata de “una partecita” de la villa, eso es “lo único feo” que Darío encuentra en el espacio donde vive.

Consideraciones finales

Desde fines de 1980 y durante la década de 1990, las estrategias de acceso al suelo y a la vivienda desplegadas por las familias posicionadas en la región dominada del espacio social cordobés se vieron condicionadas no solo por el escaso volumen global del capital poseído, sino también por su estructura y por distintas disposiciones incorporadas a lo largo de su trayectoria residencial. Las familias enclasadas en la primera fracción del precariado, que presentan, relativamente, cierta estabilidad laboral, han podido sostener a lo largo del tiempo el alquiler como forma de apropiación de la vivienda (casos de las familias de Mirna y Carolina) o bien acumular algunos ahorros para comprar un lote y construir, muy lentamente, la casa propia, pero a costa de radicarse en una localidad deficiente en infraestructura y equipamientos urbanos, alejada de la ciudad, que impone limitaciones a la movilidad de la familia (caso de Miriam, que a lo largo de su vida residió en distintos lugares distantes y poco urbanizados desde los que resultaba difícil desplazarse hacia la ciudad). En los casos de los hogares comprendidos en la segunda fracción del precariado, donde predomina entre los RH el trabajo en la rama de la construcción, el alquiler de una vivienda se concretó en ciertos momentos del ciclo de vida doméstica (cuando se producía una unión de pareja o cuando nacían el primero o el segundo hijo) pero, dadas las serias condiciones de inestabilidad y precariedad laboral y las dinámicas excluyentes de urbanización de la ciudad, se volvió insostenible en el tiempo. En este sentido, la estrategia predominante fue la autoconstrucción de la casa, en la que los albañiles han puesto en juego su capital técnico, un tipo de capital cultural que consiste en habilidades y conocimientos necesarios para, en este caso, edificar, construir sus viviendas.

La autoconstrucción se vinculó con distintas prácticas de acceso al suelo. Entre los RH de mayor edad predominó la compra, con dinero propio o prestado, a particulares o a través de cooperativas. En los casos de RH jóvenes con padres propietarios, la estrategia dominante fue la subdivisión del terreno donde se ubica la casa de la familia de origen. En estas prácticas, la movilización de distintas redes sociales –de familiares en este último caso, de conocidos que advierten sobre terrenos disponibles o que prestan dinero o las que suponen las cooperativas– fue clave[12]. Los espacios apropiados se ubican en barrios alejados del centro de la ciudad que presentan carencias de urbanización, como calles de tierra, y falta de algunos servicios de infraestructura (principalmente, red de gas), y algunos se encuentran fuertemente estigmatizados, como las “villas” o los barrios donde estas fueron relocalizadas.

Como han señalado numerosas investigaciones para otros contextos, la autoconstrucción de la vivienda, que en sus comienzos no es más que una pieza, se desarrolla en plazos largos, a cuentagotas (uno de los RH había comprado aberturas para su casa pocos días antes de que lo entrevistáramos). Supone un gasto enorme de energía doméstica (a la que también contribuyen los niños mayores cuando, por ejemplo, quedan a cargo del cuidado de sus hermanos para que ambos padres puedan salir a trabajar) e impone durante muchos años unas condiciones de vida asociadas a un hábitat sumamente precario (hacinamiento, falta de aislación térmica, humedad, riesgos estructurales). Por otro lado, cuando se construye sobre una subdivisión del lote de la familia de origen, si bien se gana acceso a bienes y servicios urbanos medianamente consolidados, se pierde volumen de ocupación por hogar. El caso de Ariel nos presenta la situación de cuatro unidades residenciales, la suya propia, la de su hermano, la de sus padres y la de su abuela, edificadas en un lote de 100 m2. Recordemos que, paralelamente, familias de la elite que residen en countries disponen de 1500m2 por hogar.

Además de ofrecer información sobre las estrategias de acceso al suelo y a la vivienda y sobre las formas como estas se experimentan, las entrevistas en profundidad permitieron también identificar ciertos principios de visión y división del mundo social en los que se fundamentan distintas estrategias de distinción simbólica y moral. Una oposición entre “ciudad” y “campo” emerge en los relatos de referentes de hogar mujeres de origen rural que no experimentan la proximidad física de territorios estigmatizados o de agentes considerados “indeseables”. Cuando estas condiciones sí se dan, encontramos cuatro modulaciones de un esquema de pensamiento que ubica en polos morales opuestos, uno negativo y otro positivo, a agentes y territorios. Una de esas variaciones corresponde a una mujer desclasada, de origen urbano (Carolina): ella distingue “lo que está bien y lo que está mal”, sabe que es “distinta” (como su empleadora también lo ha sostenido y, por lo tanto, legitimado) de las personas que la rodean físicamente, las cuales son presentadas como delincuentes, drogadictos, pendencieros. La segunda modulación es la que se desprende del relato de un RH varón de origen urbano que se resiste a ser identificado con los vecinos de la “villa” donde vive, moralmente estigmatizados, y en cambio fundamenta su estima en los vínculos que construyó en su “barrio” de origen con agentes posicionados en la región dominante del espacio social. Los RH varones de origen rural también establecen una frontera tajante entre la “villa” y el “barrio”, que se considera sinónimo de “cooperativa”, pero en este caso sobresale el trabajo como principio de distinción en torno al cual se construye esa frontera y se presentan las trayectorias y las estrategias habitacionales: habituados desde chicos a trabajos físicamente exigentes y desgastantes (sus trayectorias laborales empiezan en “el campo” alrededor de los diez años), resaltan que pagaron por sus terrenos y que construyeron sus casas gracias a su propio trabajo y se distinguen de los que obtienen todo “gratis”, tan próximos en el espacio físico (como en el social); ensayan, incluso, algunas estrategias para distanciarse de esta gente que “no es del agrado de uno”, como enviar a sus hijos a escuelas fuera del barrio. Finalmente, la última modulación corresponde a RH varones jóvenes de origen urbano para quienes las posibilidades de mejorar su posición en la estructura de clases se ven restringidas; ellos ya no construyen un límite infranqueable entre la “villa” y el “barrio”; el territorio estigmatizado queda reducido a “una partecita” de la villa solamente y manifiestan una apropiación afectiva de sus lugares de residencia.

Para cerrar estas consideraciones finales, otros principios de visión y división social en los que se aprecian las retraducciones físicas y simbólicas de las proximidades y distancias espaciales remiten a las formas como se representa la circulación por el espacio. Por los barrios se circula libremente, se va y se viene. Al barrio uno se “muda”, se traslada, deja uno y toma otro en su lugar. En cambio, a la villa uno “tiene que ir” porque no le queda otra opción. Las villas, los “indeseables”, se ubican “al fondo”, donde se concentran los estigmas sociales y territoriales.

Referencias Bibliográficas

Altimir, O., Beccaria, L. y González Rozada, M. (2002). La distribución del ingreso en Argentina, 1974-2000. Revista de la CEPAL, 78, pp. 55-85.

Arqueros Mejica, M., Gil y de Anso, M., Mendoza, M. y Zapata, M. (2008). Córdoba y Mendoza: Dos casos para pensar la Producción Social del Hábitat. Revista INVI, 23(62), pp. 21-73. https://doi.org/10.5354/0718-8358.2008.62191

Ase, I. (2006). La descentralización de servicios de salud en Córdoba (Argentina): entre la confianza democrática y el desencanto neoliberal. Salud Colectiva, 2(2), pp. 199-218. https://doi.org/10.18294/sc.2006.66

Auyero, J. (2001). Poor people’s politics. Peronist Survival Networks and the Legacy of Evita. Durham and London: Duke University Press.

Auyero, J. y Hobert, R. (2003) “¿Y esto es Buenos Aires?” Los contrastes del proceso de urbanización. En James, D., Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976). Nueva Historia Argentina. Tomo IX. Buenos Aires: Sudamericana. 

Bourdieu, P. (1990). Espacio social y génesis de las “clases”. En Bourdieu, P. Sociología y Cultura.  México: Grijalbo.

Bourdieu, P. (2013). Efectos de Lugar. En Bourdieu, P. (Dir.), La miseria del mundo, pp. 119-124. Buenos Aires: Siglo XX.

Bustelo, E. S. (1992). La producción del Estado de Malestar. Ajuste y política social en América Latina. En Minujin (Ed.), Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina, pp. 119-142. Buenos Aires: UNICEF-Losada.

Buthet, C. y Scavuzzo, J. (2001). Perfil de la pobreza en Córdoba. Localización urbana y diagnóstico socio habitacional del sector de barrios pobres e inquilinatos. Córdoba: CONICET-Secretaría de Vivienda de la Nación-CEBEMO-EZE-SEHAS.

Cravino, M. C. (2002). Las transformaciones en la identidad villera… la conflictiva construcción de sentidos. Cuadernos de Antropología Social, 15, pp. 29-47. https://doi.org/10.34096/cas.i15.4616

Cristini, M. y Moya. R. (2004). Las Instituciones del financiamiento de la vivienda en la Argentina. Banco Interamericano de Desarrollo-Departamento de Investigación, Documento de Trabajo 498. Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL)

Donza, E., Salvia, A., Steinberg, C., Tissera, S. y Yelatti, C. (2004). Cambios en la distribución del ingreso y en las oportunidades de empleo para los hogares urbanos. Argentina: 1991-2001. En Lindenboim, J. (Coord.), Trabajo, desigualdad y territorio. Las consecuencias del neoliberalismo, pp. 49-83. Buenos Aires: Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo-CEPED.

Elorza, A. y Monayar, V. (2010). La extensión universitaria en procesos de producción social del hábitat: el caso “Ampliación Nuestro Hogar”. E+E, 2, pp. 50-57. https://doi.org/10.34096/cas.i15.4616

Franco, M. J. y Medina, L. (2012). Villeros, vecinos y desocupados en el escenario de protestas en Córdoba (1989-2003). En Gordillo, et al., La protesta frente a las reformas neoliberales en la Córdoba de fin de siglo, pp. 257-306. Córdoba: Ferreyra Editor.

Franco, M. J., Medina, L. y Solis, A. C. (2015). Conflictividad social y articulación política en los barrios cordobeses durante la reconstrucción de la democracia. En Ferrari, M. y Gordillo, M. (Comps.), La reconstrucción democrática en clave provincial, pp. 153-179. Rosario: Prohistoria.

Gordillo, M., Arriaga, A. E., Franco, M. J, Medina, L. y Solis, A. C. (2015). La dinámica de la protesta durante la reconstrucción democrática. Córdoba dentro del escenario nacional. En Ferrari, M. y Gordillo, M. (Comps.), La reconstrucción democrática en clave provincial, pp. 123-152. Rosario: Prohistoria.

Goytia, C., De Mendoza, C. y Pasquini, R. (2010). Land Regulation in the Urban Agglomerates of Argentina and its Relationship with Households’ Residential Tenure Condition. Lincoln Institute of Land Policy Working Paper: WP10CC1.

Guber, R. (2004). La identidad social villera. En Boivin et al. Constructores de otredad. Una introducción a la antropología social y cultural, pp. 115-125. Buenos Aires: Antropofagia.

Gutiérrez, A. (2004). Pobre’, como siempre… Estrategias de reproducción social en la pobreza. Un estudio de caso. Córdoba: Ferreyra.

Gutiérrez, A. (2005). Las prácticas sociales. Una introducción a Pierre Bourdieu. Córdoba: Ferreyra.

Gutiérrez, A. (2012). Reflexiones en torno al análisis de las redes sociales en la pobreza. Sociológica, 27(76), pp. 149-188. http://www.sociologicamexico.azc.uam.mx/index.php/Sociologica/article/view/75

Gutiérrez, A. (2013). La vieja “nueva pobreza” en Argentina: redes y capital social en un universo heterogéneo. Cuadernos de Relaciones Laborales, 31(2), pp. 313-336. https://doi.org/10.5209/rev_CRLA.2013.v31.n2.43222

Gutiérrez, A. y Assusa, G. (2019). Estrategias de inserción laboral y capital social. Un estudio sobre jóvenes de clases populares en Córdoba, Argentina. Revista Última Década, 51, pp. 160-191. https://ultimadecada.uchile.cl/index.php/UD/article/view/54307

Gutiérrez, A. y Mansilla, H. (2015). Clases y reproducción social: el espacio social cordobés en la primera década del siglo XXI, Política y Sociedad 52(2), pp. 409-442. http://dx.doi.org/10.5209/rev_POSO.2015.v52.n2.44467

Gutiérrez, A., Masilla, H. y Assusa, G. (2021). De la grieta a las brechas. Pistas para estudiar las desigualdades en nuestras sociedades contemporáneas. Villa María: Eduvim.

Kessler, G. (2004). Sociología del delito amateur. Buenos Aires: Paidós.

Kessler, G. (2012). Las consecuencias de la estigmatización territorial. Reflexiones a partir de un caso particular. Espacios en Blanco. Revista de Educación, 22, pp. 165-198. https://ojs2.fch.unicen.edu.ar/ojs-3.1.0/index.php/espacios-en-blanco/issue/view/31

Lindenboim, J. y González M. (2004). El neoliberalismo al rojo vivo: mercado de trabajo en Argentina. En Lindenboim, J. (Coord.), Trabajo, desigualdad y territorio. Las consecuencias del neoliberalismo, pp. 27-44. Buenos Aires: Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo-CEPED.

Lindenboim, J. y González M. (2004b). Heterogeneidad en los mercados de trabajo locales y políticas económicas. En Lindenboim, J. (Coord.), Trabajo, desigualdad y territorio. Las consecuencias del neoliberalismo, pp. 187-215. Buenos Aires: Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo-CEPED.

Luciano, F. (1996). Regularización de asentamientos irregulares en Córdoba (Argentina). En Azuela, A. y Tomas, F. El acceso de los pobres al suelo urbano, pp. 89-116. Centro de estudios mexicanos y centroamericanos. https://doi.org/10.4000/books.cemca.925

Marengo, C. (2002). Estrategias habitacionales en los bordes urbanos. Puntos de partida para analizar la expansión suburbana. Proyección, 1(2). https://bdigital.uncu.edu.ar/3112

Marengo, C. y Elorza, A. (2008). Globalización y políticas urbanas. La política habitacional focalizada como estrategia para atenuar condiciones de pobreza urbana: los programas implementados en Córdoba y los desafíos pendientes. Cuaderno Urbano, 8(8), pp. 7-33. http://dx.doi.org/10.30972/crn.88918

Marengo, C. y Elorza, A. L. (2014). Tendencias de segregación residencial socioeconómica: el caso de Córdoba (Argentina) en el período 2001-2008. EURE, 40(120), pp. 111-133. https://www.eure.cl/index.php/eure/article/view/396

Marengo, C. y Monayar, V. (2012). Crecimiento urbano e informalidad residencial. El caso Nuestro Hogar III, en la periferia de Córdoba, Argentina. Cuaderno Urbano. Espacio, Cultura, Sociedad, 13(13), pp. 7-25. http://dx.doi.org/10.30972/crn.1313531

Martín Criado, E. (2014). Mentiras, inconsistencias y ambivalencias. Teoría de la acción y análisis del discurso. Revista Internacional de Sociología (RIS), 72(1), pp. 115-138. https://doi.org/10.3989/ris.2012.07.24

Medina, L. (2020). Democratización del espacio urbano, Buenos Aires. URL:
https://www.teseopress.com/democratizacionurbana

Merklen, D. (2010). Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática (Argentina, 1983-2003). Buenos Aires: Gorla.

Minujin, A. (1992) (Ed.). Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina. Buenos Aires: UNICEF-Losada.

Molinatti, F. (2013). Segregación residencial socioeconómica en la ciudad de Córdoba (Argentina): Tendencias y patrones espaciales. Revista INVI, 28(79), pp. 61-94. https://revistainvi.uchile.cl/index.php/INVI/article/view/62547

Monayar, V. (2014). Las formas de la informalidad. Vivienda y Ciudad, 1, pp. 114-122. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/ReViyCi/article/view/9545

Monayar, V. (2016). Informalidad urbana y acceso al suelo. Políticas habitacionales en el Municipio de Córdoba (1990-2010). Hi Revista Habitat inclusivo, 8, pp. 1-22. http://www.habitatinclusivo.com.ar/revista/informalidad-urbana-y-acceso-al-suelo-politicas-habitacionales-en-el-municipio-de-cordoba-1990-2010/

Monayar, V. (2018). Ocupación informal del espacio urbano. Situaciones, características y factores determinantes, en el municipio de Córdoba, Argentina 1990-2010. ACE: Architecture, City and Environment = Arquitectura, Ciudad y Entorno, 12(36), pp. 111-130. https://doi.org/10.5821/ace.12.36.4800

Monkkonen, P. y Ronconi, L. (2013). Land Use Regulations, Compliance and Land Markets in Argentina. Urban Studies, 50(10), pp. 1951-1969. http://www.jstor.org/stable/26144580

Portes, A. y Roberts, B. (2004). Introducción. La ciudad bajo el libre mercado. En Portes, S., Roberts, B. y Grimson, A., Ciudades latinoamericanas en el umbral del nuevo siglo, pp. 19-74. Buenos Aires: Prometeo Libros.

Puex, N. (2003): “Las formas de la violencia en tiempos de crisis: una villa miseria del conurbano bonaerense”, en Isla, A. y Miguez, D., Heridas urbanas. Violencia delictiva y transformaciones sociales en los noventa, Buenos Aires, Editorial de las Ciencias-FLACSO Argentina.

Ratier, H. (1973). Villeros y villas miseria. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Rebord, G., Mulaero Bruno, D, Ferrero, A. y Astesano, C. (2018). Mercado informa del suelo urbano en Córdoba. En Cravino, C. (Org.), La ciudad (re)negada. Aproximaciones al estudio de asentamientos populares en nueve ciudades argentinas, pp. 123-160. UNGS.

Ripoll, F. y Veschambre, V. (2005). Introduction. L’appropriation de l’espace comme problématique, Noirois [En ligne], 195. http://journals.openedition.org/norois/477 

Rodríguez, M. y Taborda, A. (2009). Análisis de políticas públicas: formación, estilos de gestión y desempeño. Políticas de vivienda, Córdoba 1991-2007. Brujas.

Segura, R. (2009). "Si vas a venir a la villa, loco, entrá de otra forma". Distancias sociales, límites espaciales y efectos de lugar en un barrio segregado del gran Buenos Aires. En Grimson, A. y Ferraudi Curto, M. La vida política en los barrios populares de Buenos Aires, pp. 41-62. Prometeo.

Tecco, C. y Valdés, E. (2006). Segregación residencial socioeconómica (SRS) e intervenciones para contrarrestar sus efectos negativos: Reflexiones a partir de un estudio en la ciudad de Córdoba, Argentina. Cuadernos de Geografía, 15, pp. 53-66. https://revistas.unal.edu.co/index.php/rcg/article/view/1286

Wacquant, L. (2017). Bourdieu viene a la ciudad: pertinencia, principios, aplicaciones. EURE43(129), pp. 279-304. https://dx.doi.org/10.4067/S0250-71612017000200013



[1] El trabajo colectivo de producción, procesamiento y análisis de datos se realizó en el marco de los proyectos “Las clases y su reproducción en el espacio social cordobés (2003-2013)” y “Estrategias de reproducción social en familias cordobesas: dinámicas recientes”, radicados en el CIFFYH-UNC y dirigidos por Alicia B. Gutiérrez y Héctor O. Mansilla.

[2] Para el ACM se seleccionaron ocho variables activas de las provistas por la EPH: “ingreso per cápita familiar” (IPCF según deciles del aglomerado) e “ingreso total individual” (ITI, también según deciles) sobre los hogares y, sobre los RH: “sexo”, “edad”, “situación conyugal”, “nivel educativo”, “jerarquía ocupacional” y “calificación ocupacional”. El resto de las variables de la EPH fueron incorporadas al análisis como propiedades ilustrativas.

[3] Para el procesamiento de los datos se usó el software SPAD 5.0 de DECISIA (Cfr. Gutiérrez y Mansilla, 2015; Gutiérrez et al. 2021).

[4] El primer factor del espacio social (54,21% de la inercia total), representado verticalmente, opone a las familias de acuerdo con el volumen global de su capital: en las regiones superior e inferior del espacio se ubican, respectivamente, las familias que más y que menos recursos –económicos y culturales– tienen. El segundo factor (15,92% de la inercia total), representado horizontalmente, desplaza hacia la izquierda a las familias que poseen un volumen global medio de capital (Cfr. Gutiérrez et al., 2021).

[5] La inercia total, que se descompone en factores, “mide las asociaciones y desigualdades en torno a recursos clave que cada factor pone en evidencia, permitiendo ver cómo cada configuración de variables, desigualmente distribuidas, conforman sub-nubes de puntos o regiones del espacio social construido” (Gutiérrez et al., 2021, p. 62).

[6] Se realizaron un total 43 entrevistas a referentes de hogar de distintas clases y fracciones de clase entre diciembre de 2014 y junio de 2015.

[7] Las ERS son prácticas que individuos o familias despliegan consciente o inconscientemente para “conservar o a aumentar su patrimonio y, correlativamente, mantener o mejorar su posición” en el espacio social (Bourdieu, 2012: 140). Dependen de: los sistemas de disposiciones de los agentes, los instrumentos de reproducción social disponibles, el volumen y la estructura del capital que poseen las familias y la relación de fuerza entre las clases (Cfr. Gutiérrez, 2005).

[8] Cuando relata su trayectoria laboral, Miriam recuerda especialmente que a los 16 años trabajó en un departamento en el centro de la ciudad de Córdoba, en la calle Colón, donde vivía un “universitario”, decano de una facultad, y su esposa “muy educada”, de quien aprendió “muchas cosas”.

 

[9] La localidad de Malvinas Argentina presenta graves deficiencias en infraestructura y equipamientos urbanos, carece de dinámica económica propia y es altamente dependiente de la ciudad de Córdoba. Por su cercanía a la capital (16 kilómetros) y por el costo accesible del suelo y de la vivienda, durante la década de 1990 se convirtió en un centro receptor de población de bajos ingresos. Según datos censales, la población de Malvinas Argentinas se incrementó un 67% entre 1991 y 2001 (pasó de 5.160 a 8.628 habitantes) (Gutiérrez, 2012: 153).

[10] SEHAS es una organización no gubernamental que se constituye en la ciudad de Córdoba en 1979 con el objetivo de “desarrolla[r] un trabajo de promoción y asistencia a procesos organizativos en varias villas de emergencia de Córdoba y de Reconquista” (https://sehas.org.ar/institucional/).

[11] En el relevamiento de 1994 se define “villa de emergencia” como “todo asentamiento de población ubicado en tierras que legalmente no le pertenecen, cuya propiedad es del Estado o de cualquier otra persona y/o entidad privada y cuyas condiciones de habitabilidad general (vivienda, servicios de agua y energía eléctrica) son en algún grado precarias” (cit. en Gutiérrez, 2004: 118).

[12] Sobre la importancia que adquiere el capital social en el sistema de las estrategias de reproducción social de las familias con escaso volumen global de capital, cfr. Gutiérrez, 2004, 2013, 2015 y Gutiérrez y Assusa, 2019.