Traducción y lenguas originarias: un abordaje desde la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes
Translation and Aboriginal Languages as Approached from the Argentine Association of Translators and Interpreters
Gabriel Torem - intisumajpas@gmail.com
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Resumen
Se presentan algunas de las acciones encaradas desde la AATI (Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes) en relación con la valorización y difusión de las lenguas originarias, haciendo hincapié en el vínculo entre lenguas originarias y traducción tal como se lo entiende hoy desde la Asociación. La comunicación pretende explorar los nuevos papeles que desempeñan los traductores, y los desafíos de concebir las relaciones entre las lenguas en el contexto de nuestro país. En ese marco, se presentarán las discusiones y reflexiones a que da origen el proyecto actual denominado «Etnodiscursividades en lenguas originarias». Discutiremos el concepto de literatura, de libro y de discursividades en las distintas culturas originarias, y el papel de las editoriales universitarias en la difusión y defensa de las lenguas originarias. Por otro lado, discutiremos el papel de las asociaciones de traductores en general en el diálogo entre lenguas, pensándolas también como verdaderos agentes glotopolíticos. Algunos de los puntos por tratar son las tensiones entre mercado editorial y mundo académico y entre estos y pueblos originarios; la relación entre culturas orales y escritura y las realidades diferenciales que plantean las distintas lenguas en virtud de avances en las respectivas legislaciones y en las acciones ejercidas sobre el estatus desde diferentes agentes locales. Por último, intentaremos abrir el debate sociolingüístico acerca de la relación entre derechos lingüísticos y derechos sociales y económicos desde las realidades de nuestro país, y en particular de la ciudad de Buenos Aires.
Palabras clave: oralituras, etnodiscursividades, traducción, lenguas originarias, minorización
Abstract
We shall introduce some of the efforts made by AATI (Argentine Association of Translators and Interpreters) regarding the valorization and dissemination of aboriginal languages, with a focus on the link between aboriginal languages and translation, as considered by AATI. This communication seeks to explore the new roles of translators and the challenges of exploring language relations in Argentina.
The newly launched project «Ethnodiscourses in Aboriginal Languages» will be discussed and analyzed, focusing on the ideas of literature, book, and discourse, as they are understood in our aboriginal cultures, and commenting on the role of university publishing houses as language and culture disseminating agents. Moreover, we shall discuss the way in which translator associations in general foster the dialogue between languages, acting as true glotopolitical agents. Topics to be dealt with include the relations between publishing market and academy, and between these and aboriginal peoples, and between oral cultures and literacy, and the differentiated scenarios for each language in view of the newer linguistic policy legislation and the influencing action by local agents. Finally, we shall try to untrigger sociolinguistic debate about the relationship between linguistic rights and social and economic rights in Argentina and, more specifically, in the city of Buenos Aires.
Keywords: oralitures, ethnodiscurses, translation, aboriginal languages, minorization
Traducción y lenguas originarias: un abordaje desde la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes
La traducción de lenguas originarias es uno de esos temas muy abordados y poco o nada transitados. No me refiero a la práctica en sí de la traducción, de la cual intentaremos hablar más adelante, sino a la teorización. Hablamos de teorizar, intentamos teorizar, pero hay un fondo al que no podemos llegar. No es de extrañar que así sea: como en tantas otras disciplinas, hace falta mucho morderse la cola antes de reunir ímpetu teórico y salir a desarrollar nuevos modelos. Lo mismo pasó con la traductología. Antes de que Holmes sistematizara los estudios de traducción, pasaron siglos durante los cuales la teoría se debatía entre los polos literal o libre de la traducción. En la Francia del s. XVII se hablaba de Les bélles infideles, antes Schleiermacher hablaba de servir a los dos amos, y antes Cicerón hablaba de ceñirse a las palabras solo cuando no se apartan del estilo. Hoy, si vemos a esta mesa, pero también a tantas otras mesas como esta que se repiten en el país, por ser cautos con las generalizaciones, veremos que quienes hablamos de lenguas originarias llegamos a la traducción desde otros reductos. Ni siquiera las teorías más americanas, como la antropofagia de Haroldo de Campos sirven a nuestros fines, porque siempre remiten a intercambios de literaturas en el sentido occidental del término.
Quiero decir que los temas que se debaten en torno a la lenguas dominantes[1] (Calvet, 2017, p. 30) no tendrían asidero en una mesa como la nuestra. Los temas actuales de la traductología no se abordan ni se podrían abordar en el campo de las lenguas originarias. Y no tiene sentido lamentar que hoy no hablemos de circulación de literaturas, ni de skopos diferenciales según tipos textuales, ni de TAP porque los postulados de base de los estudios de traducción no se dan aquí. Para que existan los estudios de traducción como una disciplina social, debe haber una masa de obras, que puedan diferenciarse en tipos textuales pasibles de ser categorizados, un corpus de traducciones, una comunidad de traductores y sociedades que impongan reglas sobre la producción textual y sobre las traducciones. Nada de eso tenemos hoy en las lenguas nativas de nuestro país.
Este dato solo ha de pensarse como ausencia (de textualidades como producto masivo) si se aplican categorías históricas europeas a una historia americana. Dicho de otro modo, si pensamos la historia americana como una copia mala de la historia europea, todas las diferencias se verán como carencias. Es como definir a las llamas como caballos sin cola. La idea no es tan descabellada, si se piensa que durante años, hasta hace relativamente poco, las gramáticas de las lenguas originarias se pensaron desde las gramáticas grecolatinas. Hasta el día de hoy, seguimos diciendo que el sufijo -manta representa el caso ablativo en quechua y que el sufijo -ta es el acusativo.
Lo que propongo es relevar y ordenar algunas problemáticas que se nos plantean hoy, para luego situar la traducción de lenguas originarias como hecho de la realidad, con sus propias finalidades. Lejos de ser decepcionantes, las conclusiones pueden ser alentadoras, si se asume la actitud de abandonar el pedestal de la teoría y situarse en las necesidades planteadas por las condiciones actuales, tal como están históricamente determinadas.
A modo de convención, y para facilitar una esquematización, elegiré dos grandes enfoques, con sus entrecruzamientos. En primer lugar, hay investigaciones que se dedican a aquello que históricamente ha sido la codificación de las lenguas, cuestión que, si bien en todas las lenguas de nuestro país se da por resuelta, sigue despertando nuevos trabajos, por el cambio propio de las lenguas y por los matices que siguen indagándose en las hablas sociolectales e incluso idiolectales. Dentro de lo que aquí englobo como «codificación», podemos incluir los aspectos diacrónicos, o la historia interna de las lenguas. En segundo lugar, en los últimos años han cobrado ímpetu los estudios sobre los aspectos sociales de la lengua. Algunas de las preguntas que englobo en este enfoque son: ¿quiénes son los hablantes?, ¿cuáles son sus condiciones materiales de existencia?, ¿qué condiciones existen (como si las condiciones existieran de por sí, y no fueran permitidas, facilitadas o dificultadas desde instancias de poder) para la transmisión intergeneracional y, en consecuencia, el mantenimiento o la revitalización de las lenguas? En Europa, esta es el área de la sociología del lenguaje o de la sociolingüística, tal como la definen los sociolingüistas catalanes. En Argentina, estos problemas son abordados mayormente por autores más vinculados a la etnolingüística. La historia externa de las lenguas, eso que autores europeos, como Monteagudo, denominan historia social de la lengua, se vincula más con esta visión. Estas dos áreas son la piedra angular a partir de la cual se pueden pensar otros temas menos problematizados, como las técnicas de enseñanza en sí de lenguas originarias, el diseño de políticas estatales para con las lenguas, las situaciones de contacto lingüístico, la minorización, las literaturas, la traducción.
Estos compartimentos no son estancos. Los etnógrafos no pueden realizar sus trabajos de campo sin involucrarse con las problemáticas de los hablantes, y no pueden estudiar la historia interna de la lengua desconociendo aspectos histórico-sociales, del mismo modo que los sociolingüistas no pueden ignorar el código para identificar variaciones, regularidades y contextos de uso.
Antes de seguir, quiero adelantar que desde la AATI y, en particular desde la comisión de lenguas originarias, sostenemos la postura de que los traductores debemos formarnos integralmente en el conocimiento y la acción sociolingüística en las lenguas originarias, excediendo todos los temas relativos a la traducción. De ser posible, alentamos a los traductores a conocer al menos básicamente alguna de nuestras lenguas y fomentamos acciones en territorio, a fin de que el contacto con los hablantes se dé en contextos reales. Ello fundamentalmente debido a lo que se apuntaba anteriormente, vale decir, que las problemáticas de los hablantes se relacionan mucho más con las condiciones de uso de las lenguas y las relaciones entre lenguas y marginalidad que con los temas que hoy discute la traductología hegemónica.
Vamos a detenernos en las nociones de literaturas y de traducción, que son los temas que nos convocan y en los cuales nuestra asociación está interviniendo. Es demasiado lo que hay para discutir en torno de la noción de literatura y su inscripción en las lenguas originarias y es mucho lo que tenemos para aprender de otras regiones, sobre todo de México, América del Norte y Colombia. Intentaré unas reflexiones preliminares y una presentación parcializada del estado de la cuestión en nuestro país. Para ello, traeré a colación dos viejos temas, que son el debate sobre la propia existencia de literatura en culturas que han sido ágrafas, es decir, que han carecido de letras, hasta hace pocos años y la posibilidad de pensar una literatura ficcional en culturas que organizan sus modos de narrar o incluso de contar historias en torno a formas discursivas diferentes. Como dos temas relacionados, pensaremos la presencia del libro y de la traducción en lenguas originarias.
Los reparos que pueden ponerse desde el punto de vista teórico se hacen más importantes cuando se pasa a la práctica. Alfabetización y normalización lingüística son dos temas sobre los que puede acordar sin titubeos el sentido común biempensante, pero que han sido cuestionados. En un sentido general, el primero en cuestionar el alfabetismo fue McLuhan. En su libro The Gutenberg Galaxy (1962), apunta a la invención de los alfabetos fonémicos, escalón previo a los tipos móviles, como el primer paso hacia la destribalización del hombre y la homogeneización de la cultura[2]. McLuhan lleva hacia el camino de sus conclusiones sobre la «aldea global» y la relación entre tecnología, conciencia humana y relaciones sociales el germen de un argumento que hoy se sigue discutiendo en antropología. La cultura escrita estandariza saberes, pero fundamentalmente compartimentaliza la conciencia, al trasladar hacia lo visual el conjunto de la experiencia humana, incluidos los otros sentidos y la memoria[3]. Como señala la antropóloga Aurolyn Luykx, «el énfasis casi exclusivo en una alfabetización escolarizante como el eje de toda planificación lingüística deja entrever que el objetivo subyacente, acaso inconsciente, es más que alentar la persistencia y el desarrollo de prácticas discursivas indígenas con un sello cultural distintivo, expandir las lenguas originarias de Bolivia hacia el estándar trazado por los géneros académicos occidentales» (2013, 92). Luyks compara a los lingüistas con los evangelizadores, que bajo el velo de llevar luz a los pueblos conquistados imponen sus esquemas ideológicos.
Desde las políticas lingüísticas, también se han levantado voces contra la normalización lingüística. En particular, Maria Carme Junyent (1998) y la escuela de la ecolingüística, apoyada críticamente sobre el modelo gravitacional de Calvet, señala que el afán planificador de Occidente reforzaría ciertas lenguas centrales en desmedro de lenguas más periféricas, o de sus variedades no hegemónicas. Por nuestra parte, solo para dejar el tema abierto, señalaremos que muchas de las líneas en que han avanzado las políticas lingüísticas europeas no serían aplicables a nuestras lenguas, al menos en entornos urbanos, por las diferencias históricas y etnográficas de las poblaciones minorizadas de uno y de otro continente.
Nada de esto intenta invalidar, o siquiera contradecir, a los sujetos y colectivos que, amparados en normas legales conocidas por la mayoría de los presentes, reclaman a los estados la efectiva implementación de la educación intercultural bilingüe. Ser educado en la primera lengua de socialización es un derecho de todos los seres humanos. Pero sí hay una necesidad nunca resuelta de repensar nuestra propia relación con el otro[4].
Es sabido que a su llegada al Imperio Incaico, los europeos no solo destruyeron el sistema de quipus, sino también todo un archivo pictoriográfico, en el Puquikancha, de cuyas imágenes se valían los incas para transmitir su historia. Cierta escritura ideográfica fue conocida incluso en pueblos preincaicos (Stingl, 2007, p. 300).
Junto con la destrucción de culturas enteras y la desaparición provocada de lenguas, la invasión europea interrumpió en gran medida modos de narrar. Y cuando los etnógrafos fijan por escrito las tradiciones y codifican las lenguas, se produce un desfasaje del que aún somos testigos, porque mientras transcribimos y leemos las historias y los mitos de nuestros pueblos originarios, los hablantes, legítimos herederos de ese acervo cultural, solo pueden acceder a ellos en la lengua del conquistador, pues en ella han aprendido a leer generación tras generación. Y el problema se duplica, porque la incorporación del alfabetismo ha truncado socialmente la transmisión oral de historias. Por eso, la lucha por la educación intercultural bilingüe en todos los espacios donde haya hablantes de lenguas originarias debe ser acompañada por un trabajo de revitalización de las lenguas, por la construcción de nuevos espacios de uso, y sobre todo, por alicientes materiales para aquellos que son capaces de usar su lengua, pues sin ellos, los discursos de prohibición y estigmatización terminan imponiéndose.
Está, por otra parte, el problema de las formas discursivas propias de cada cultura, que van por un carril diferente de la literatura, sin comillas. Las historias son una parte esencial del ser humano y pueden cumplir funciones universales, en términos de cohesión social, fijación de valores, construcción de enemigos externos, o como mera expresión estética (Gottschall, 2012). Pero la literatura, en las culturas letradas y sobre todo en Europa, a partir de la modernidad, desarrolla funciones inéditas hasta el momento, relativas a la constitución de naciones. La cuestión nos es familiar a los traductores porque la estudió Even Zohar. Más allá de los temas que trate la literatura, la existencia de un corpus y de repertorios nacionales funcionan como símbolos patrios y colaboran con la formación de nacionalismos. En épocas más recientes, la literatura pasa a formar parte de la industria del ocio y específicamente de las industrias culturales.
En las culturas no literarias, dada la ausencia de mercados, y de medios de difusión masiva, las narrativas y los discursos también cumplen funciones cohesivas, solo que no se dan a través de espacios abstractos, como los mercados, sino mediante la relación directa entre los ancianos o la gente con el don de palabra y la comunidad. La transmisión oral de mitos, consejos, rogativas e historias mantiene las funciones sociales premodernas, y en ese sentido, es ajena a los requerimientos y repertorios de la literatura, en el sentido occidental del término, ya sea como elemento cohesivo nacional o como bien cultural. El hecho de que la transmisión sea oral y no escrita, ha dado lugar a que en algunos espacios se hable de oralituras, pero el término tampoco es exacto, porque no deja de remitir a la literatura.
Eso por solo hablar de la generalidad. Cada etnia tiene su propia cosmovisión y con ella hay una concepción del lenguaje. Por ejemplo, en los tobas, la palabra encierra un poder (Messineo, 2014, pp. 30-31). De hecho, la palabra empleada en las rogativas acompaña al cazador desde su entrada al monte, o la palabra aplicada a los consejos protege a quien lo recibe durante el resto de su vida. Algo similar ocurre con el mapuzungún. Es decir que, si la noción de literatura occidental se ha homogeneizado, en parte debido a aquello que pronosticaba McLuhan (1962) cuando hablaba de aldea global, lo que queda fuera de ella sigue manteniendo especificidades que deben abordarse caso por caso.
Incluso en lenguas como el quechua o el guaraní, donde la codificación y la grafía están relativamente estabilizadas, aunque con muchas disputas internas, los hablantes siguen estando en grados muy variables alfabetizados en español pero no en sus lenguas nativas, por lo que muchos de los postulados planteados para las lenguas con alfabetos recientes son también válidos para las lenguas con tradiciones de escritura más antiguas. En este contexto es evidente que a los fines de la producción y circulación de libros, las lenguas originarias no pueden pensarse simplemente como otras lenguas más. Como no existe un mercado lector, los ejemplares suelen ir a parar a manos de académicos o coleccionistas. Debe decirse, sin embargo, que hay un gesto glotopolítico cada vez que se edita un libro o una traducción en lenguas originarias, o un material bilingüe. Cuando un hablante hace una traducción de su lengua al castellano o del castellano a su lengua, se pone en marcha todo un subsistema literario, por incipiente que sea (Even Zohar, 2007): hay toda una comunidad que asiste a la presentación del libro, hay un segmento del mercado que recuerda la existencia de esas otras lenguas, en algunos casos hay un espacio en la prensa; en fin, se eleva el estatus de esa lengua tanto hacia dentro como hacia afuera de la comunidad (Fishman, 1974).
Ahora bien, esos libros siguen sin ser leídos por la gran masa de hablantes. ¿Tiene sentido traducir solo como gesto glotopolítico? La respuesta no nos interesa demasiado, pues, como diría Ricoeur, a pesar de todo, traducimos (Ricoeur, 16). Entonces, puesto que, por el motivo que sea, seguimos traduciendo, lo importante es aprovechar esos gestos para construir glotopolítica a partir de ellos. La pregunta por la traducibilidad ya no surge del relativismo lingüístico absoluto, de la incompatibilidad entre cosmovisiones, sino de consideraciones más pragmáticas. Si traducimos a las lenguas originarias, carecemos de un mercado lector; si traducimos de las lenguas originarias, en el caso en que haya material, los cánones discursivos, o digamos, literarios, son incompatibles con el mercado de las lenguas dominantes.
¿Cómo superar esta trampa? El primer esfuerzo que se hace desde la AATI es el de salir de nuestros paradigmas y encasillamientos. Se ha repetido mucho que los traductores unimos culturas; pues bien, podríamos alterar ligeramente los términos. No es que unimos culturas porque volcamos textos de una lengua a otra, sino que porque unimos culturas es que, entre otras cosas, volcamos textos de una lengua a otra. Este unir culturas incluye, entre otras tareas el patrocinio de presentaciones de libros en lenguas originarias, el fomento de cursos o talleres relativos a las lenguas y las culturas, el impulso a encuentros internacionales de traductores vinculados a las lenguas originarias, el acompañamiento a las luchas por los derechos laborales de los intérpretes judiciales que acompañan a comunidades monolingües del interior profundo, y el fomento de producciones editoriales en las cuales el bilingüismo se da de diversas maneras.
Aquí es donde entra en escena la colección de etnodiscursividades fomentada a través de la asociación. Como su denominación indica, no solo no se encasilla ninguna producción bajo el rótulo de literatura, sino que se abre el juego a las propuestas discursivas de las comunidades. La convocatoria surge de la AATI, que convoca a un conjunto de editoriales universitarias[5]. Las propuestas de libros varían desde las construcciones más etnográficas clásicas (rogativas, consejos) hasta las opciones más innovadoras, como letras de hiphop o textos extraídos de grupos de WhatsApp.
Aquí sí, en términos de producción artística, valen los conceptos retomados por Haroldo de Campos (1987) sobre la antropofagia, tal como la hubiera concebido Oswald de Andrade en el «Manifiesto Antropófago» de 1928.
La «antropofagia», respuesta a esa ecuación irónica del problema del origen, es una especie de desconstruccionismo brutalista: devoración crítica del legado cultural universal, llevada a cabo no a partir de la perspectiva sumisa y conciliatoria del «buen salvaje», sino desde el punto de vista desengañado del «mal salvaje», devorador de blancos, antropófago. «Sólo me interesa lo que no es mío» —afirma Oswald de Andrade en el «Manifiesto»— y propone transformar «el tabú en tótem». Ese proceso de deglución antropofágica no involucra una sumisión (una catequesis), sino una «transculturación», o, mejor, una «transvaloración»: una visión crítica de la Historia como «función negativa» (en el sentido de Nietzsche). Todo pasado «otro», todo pasado con el cual mantenemos una relación de «extrañamiento», merece ser negado.
Merece ser comido, devorado, diría Oswald.
La colección recién se inicia, aunque ya hay interés concreto por algunas publicaciones. El proyecto se encuentra en etapa exploratoria; sin embargo, ya hemos logrado reunir a todos los editores participantes, quienes manifestaron su compromiso y entusiasmo. Mientras tanto, las entrevistas con autores y traductores, en algunos casos en lugares recónditos del país, nos permiten conocer el maltrato cotidiano que ejercemos como sociedad sobre los pueblos originarios, aun hasta el día de hoy. Si la labor de nuestra asociación de traductores permite dar, aunque sea, un poquito de voz a esos sujetos históricamente silenciados, creo que seremos los mejores traductores.
En definitiva, aplicando una visión histórica, sabiendo que nuestras poblaciones originarias enfrentan problemas mucho más acuciantes que la traducción y aun incluso que los derechos lingüísticos, y sabiendo que nuestra misión no es la de ser etnógrafos, sino la de mediar para que las culturas secularmente minorizadas tengan voz y puedan hacer valer sus legítimos derechos, como asociación de traductores intentamos establecer vínculos, que lejos de ser asépticos, buscan ser herramientas de lucha por la igualdad de derechos y la reparación histórica.
Referencias bibliográficas
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[1] No está de más usar la terminología de Calvet en este caso. Me refiero a la lengua hipercentral (el inglés) o las lenguas supercentrales (las lenguas europeas, chino, árabe, hindi).
[2] Una reflexión equiparable hace Yuval Noah Harari en Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, donde postula que la capacidad de generar historias permite al ser humano salir de la animalidad, puesto que las narrativas unifican detrás de una palabra común a personas que no tienen relación directa entre sí.
[3] Para una crítica a McLuhan, ver Finkelstein (1979) en Communication and Class Struggle. Sobre la memoria, véase Rossi (2003).
[4] Sobre la relación entre la cultura europea y los pueblos originarios americanos y la construcción de un otro, véase Todorov (2012).
[5] Hasta el momento, se han sumado las editoriales universitarias de Villa María (EDUVIM), de Santiago del Estero (EDUNSE), de Formosa (EDUNAF), del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Editorial UNICEN) y de Río Negro.