Notas sobre el internacionalismo durante la Guerra Fría: mexicanos en la Guerra de El Salvador (1981-1992)
Notes on Internationalism during the Cold War: Mexicans in the Salvadoran War (1981-1992)
Resumen
El siguiente artículo constituye una primera aproximación a las experiencias internacionalistas de los militantes mexicanos que se sumaron al proceso insurgente salvadoreño (1981-1992) durante la última década de la Guerra Fría. El trabajo dialoga con los estudios transnacionales sobre la nueva izquierda latinoamericana y se enfoca en la trayectoria personal y política de tres miembros del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN): Mario Olivera, Héctor Ibarra y Augusto Vázquez. Interroga las redes a través de las cuáles efectuaron su incorporación al teatro de guerra salvadoreño, sus motivos para hacerlo y sus recuerdos de la experiencia. Dada la carencia de fuentes sobre la temática, el artículo apela a la metodología de la historia oral para construir testimonios como fuentes y se sostiene, también, en los documentos partidarios del FMLN. Cuatro hipótesis guían la presente exploración. En primer lugar, que las experiencias de los internacionalistas mexicanos en El Salvador deben comprenderse a partir de la consideración de las redes transnacionales que se alzaron en México en solidaridad con los procesos insurgentes centroamericanos. Luego, que la incorporación de los tres militantes en cuestión muestra las diferentes redes que intervinieron en el enrolamiento insurgente: familiares, orgánicas y de saberes especializados. En tercer punto, que habría que pensar, dada la diversidad de trayectorias, en internacionalismos, en plural. Finalmente, que la rememoración de los participantes enseña, a pequeña escala, la ambivalencia del fenómeno, situado entre la dimensión transnacional de la nueva izquierda y la mirada nacional sobre el proceso salvadoreño.
Palabras clave: Internacionalismo mexicano, Guerra Fría, Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN)
Abstract
The following article is a first approach to the internationalist experiences of Mexican militants who joined the Salvadoran insurgency (1981-1992) during the last decade of the Cold War. The paper engages in dialogue with transnational studies on the new Latin American left and focuses on the personal and political trajectories of three members of the Farabundo Martí National Liberation Front (FMLN): Mario Olivera, Héctor Ibarra and Augusto Vázquez. Questions the networks through which they joined the Salvadoran theatre of war, their reasons for doing so and their memories of the experience. Given the lack of sources on the subject, the article uses the methodology of oral history to construct testimonies as sources, and also draws on FMLN party documents. Four hypotheses guide this exploration. Firstly, that the experiences of the Mexican internationalists in El Salvador should be understood from the perspective of the transnational networks that arose in Mexico in solidarity with the Central American insurgent processes. Secondly, the incorporation of the three militants in question shows the different networks that intervened in the insurgent recruitment: family, organic and specialised knowledge networks. Thirdly, given the diversity of trajectories, we should think of internationalism in the plural. Finally, the recollections of the participants show, on a small scale, the ambivalence of the process, situated between the transnational dimension of the new left and the national perspective on the Salvadoran process.
Key Words: Mexican internationalism, Cold War, Farabundo Martí National Liberation Front (FMLN)
Fecha de recepción: 24 de enero de 2024
Fecha de aceptación: 22 de abril de 2024
Notas sobre el internacionalismo durante la Guerra Fría: mexicanos en la Guerra de El Salvador (1981-1992)
Hernán Eduardo Confino[*]
Introducción
A partir del pasado cambio de siglo, y más aún durante los últimos diez años, se ha incrementado notablemente la investigación sobre el activismo en clave transnacional de la nueva izquierda armada latinoamericana durante la Guerra Fría (Rey Tristán y Oikión Solano, 2016; Martín Álvarez y Rey Tristán, 2017 y 2018; Kruijt et al, 2020 y Harmer y Martín Álvarez, 2021). Entre sus avances, esta producción reconstruyó cómo se tejieron las redes políticas por parte de una camada de militantes que abrazó el internacionalismo predicado y ejemplificado por Ernesto “Che” Guevara, uno de sus referentes claves (Zolov, 2016; Pirker, 2017 y Tamayo et al, 2018). Desde el triunfo de la Revolución Cubana (1959) y hasta la derrota electoral sandinista (1990) y las salidas negociadas de los conflictos armados en El Salvador (1992) y Guatemala (1996), las experiencias de los exilios y las solidaridades transnacionales –humanitarias y combatientes– atravesaron el continente y conectaron a una miríada de activistas que, a pesar de sus diferentes nacionalidades y formaciones, tenían imaginarios sociales y prácticas políticas compartidos (Cortina Orero, 2017, 2020, 2021 y 2022; Marchesi, 2019; Ágreda Portelo, 2021; Confino, 2021 y Pirker, 2021). Estos militantes constituyeron un segmento relevante, y muy visible, de ese “movimiento de movimientos” (Gosse, 2008 y Martín Álvarez y Rey Tristán, 2017) que fue la nueva izquierda, que deplegó una gran variedad de repertorios políticos y culturales a escala mundial desde los global sixties (Markarian, 2006; Zolov, 2008 y Dip, 2020 y 2021).
Este artículo constituye una primera y tentativa aproximación a las experiencias internacionalistas de los militantes mexicanos que se sumaron al proceso insurgente salvadoreño (1981-1992) y se sitúa en la estela interpretativa abierta por los estudios transnacionales sobre la nueva izquierda latinoamericana. Dialoga, además, con otros núcleos de producción adyacentes, como las investigaciones sobre los exilios políticos y las actividades de solidaridad en la región –que contribuyeron a poner en articulación diversas experiencias de persecución política y de resignificación identitaria entre México y El Salvador durante la Guerra Fría (Pirker y Núñez Rodríguez, 2016)– y se apoya en los estudios recientes sobre la “Guerra Fría latinoamericana” (Pettinà, 2018), en particular, en aquellos ocupados de interrogar las diversas conexiones tejidas entre México y los países de Centroamérica durante la época contrainsurgente, más allá los tiempos y la injerencia estadounidense (Harmer, 2014; Pettinà, 2023).
Dentro de las experiencias transnacionales de la nueva izquierda latinoamericana, el internacionalismo revolucionario ha sido una de las dinámicas todavía menos exploradas. Hasta el momento, la historiografía ha prestado mayor atención a los procesos exiliares y al movimiento transnacional de denuncia de las violaciones a los derechos humanos que a la colaboración internacionalista que, detrás del ejemplo cubano y amparado en los fundamentos doctrinarios del marxismo decimonónico, se desplegó durante la Guerra Fría y permitió la circulación e integración de militantes extranjeros en diversos procesos insurgentes del continente. A pesar de no ser el tema predominante, el internacionalismo de la nueva izquierda latinoamericana sí mereció aproximaciones previas y relevantes. De modo esquemático, cabe señalar dos líneas de indagación. Por un lado, la experiencia que en el Cono Sur llevó adelante la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) –una conjunción política y organizativa que, durante la primera mitad de la década de 1970, agrupó al PRT argentino, el MLN-T uruguayo, el ELN boliviano y el MIR chileno (Marchesi, 2019). Por el otro, las investigaciones sobre los militantes conosureños –argentinos y chilenos, sobre todo– que, a fines de la década de 1970, y huyendo de las dictaduras que se establecieron en sus respectivos países, colaboraron con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FLSN) de Nicaragua (Cortina Orero, 2017, 2020, 2021 y 2022 y Valdés Navarro, 2018).
Sobre los internacionalistas mexicanos en El Salvador, en cambio, la producción académica es nula, destacándose las memorias autobiográficas de un militante que combatió en las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y un libro colectivo de semblanzas de extranjeros que murieron luchando en la guerra, elaborado por sus ex compañeros de armas (Anónimo, 2013; Ibarra Chávez, 2006 y 2016). No obstante este silencio, la participación de mexicanos en Centroamérica fue numerosa y sistemática. Si bien imposible de cuantificar con exactitud, dada la compartimentación informativa y la clandestinidad política que la envolvió, algunas estimaciones infieren que durante la Guerra de El Salvador fueron asesinados cerca de dos decenas de mexicanos, el colectivo extranjero más golpeado por detrás del chileno. Esas mismas estimaciones extienden hasta quinientos el número de mexicanos que se habrían comprometido, desde lugares y actividades diversas, con el proceso (Ibarra Chávez, 2016: 277).
Además del diálogo con la bibliografía especializada, y habida cuenta de la ausencia de fuentes primarias y secundarias sobre la temática, este artículo se vale de las coordenadas metodológicas de la historia oral para reconstruir la trayectoria de tres militantes mexicanos que se desempeñaron en las filas del FMLN durante la década de 1980 (Schwarztein, 1991 y Portelli, 1991). Al constituir una primera indagación problemática sobre el asunto, y al ser parte de una investigación aún en curso, este escrito se interesa en señalar algunas dinámicas fundantes de la experiencia internacionalista mexicana en El Salvador que deberán ser profundizadas en el futuro. Para ello, se concentra en la trayectoria de tres militantes internacionalistas, e interroga las redes a través de las cuales efectuaron su incorporación al teatro de guerra salvadoreño, sus motivos para hacerlo y sus recuerdos de la experiencia. Tangencialmente, la reconstrucción de este nuevo capítulo transnacional de la nueva izquierda latinoanericana pretende aportar a una historia de la “Guerra Fría latinoamericana” (Pettinà, 2018) y reinscribir a México en la historia del continente, cuestionando la idea de excepcionalidad que aún hoy se encuentra extendida para abordar las violencias armadas y de Estado en ese país (Yankelevich, 2019; Vicente Ovalle, 2023 y Confino, 2024).
Cuatro son las hipótesis que guían esta exploración inicial. En primer lugar, que las experiencias de los internacionalistas mexicanos en El Salvador no pueden comprenderse sin la consideración de las redes políticas transnacionales que se alzaron en México en solidaridad con los procesos insurgentes del Istmo (Vázquez Olivera y Campos Hernández 2016 y 2019; Pirker y Núnez Rodríguez, 2016; Yankelevich, 2019; Pettinà, 2019; Toussaint, 2019, Cortina Orero, 2020 y Taracena y García Ferreira, 2024). Luego, que la incorporación de los tres militantes muestra las diferentes redes que intervinieron en el enrolamiento insurgente: redes familiares, orgánicas y de saberes especializados.[2] En tercer punto, que la variedad de redes y motivos de la integración indica que habría que pensar en experiencias internacionalistas, en plural, antes que en un modelo pasible de ser generalizado. Por último, y en el plano de las memorias, que el recuerdo de los vínculos entre internacionalistas y locales enseña, a pequeña escala, la ambivalencia característica del fenómeno, situado entre la dimensión transnacional de la nueva izquierda y la mirada nacional sobre el proceso salvadoreño.
Para poner a prueba estos supuestos, el artículo reconstruye, primero, los fundamentos doctrinarios e históricos de las experiencias internacionalistas y también el contexto político de El Salvador hacia la década de 1980. Luego, se adentra en las tres trayectorias en cuestión, estructuradas como tipos ideales de las tres redes de incorporación detectadas. En el último apartado, el trabajo se extiende sobre los vínculos entre las redes solidarias y conspirativas y reflexiona sobre la categoría de “internacionalistas”.
Del internacionalismo revolucionario a la Guerra de El Salvador
Desde la intimación a la unión de los trabajadores del mundo con la que Karl Marx y Friedrich Engels concluyeron el Manifiesto Comunista publicado en 1848, el marxismo construyó una opción internacionalista definida por la pertenencia clasista antes que por cualquier delimitación étnica o nacional. Si bien hubo colaboraciones supranacionales previas –valga como ejemplo el proceso de las revoluciones americanas de principios de ese mismo siglo–, éstas no emanaban de una visión estructural del mundo opuesta al capitalismo como delimitó el socialismo científico de mediadios del siglo XIX y actualizó la nueva izquierda un siglo después. Dos décadas más tarde de la publicación del Manifiesto, y animado por esos prinicipios, se conformó en Londres la primera organización transnacional de trabajadores: la Asociación Internacional del Trabajo (1864-1888), conocida como la Primera Internacional. A esa Primera Internacional le sucedería, sobre el fin del siglo, la Segunda Internacional (1889-1916), establecida en el contexto del imperialismo y del apogeo chauvinista que alcanzaría su clímax con el inicio de la Gran Guerra en Europa (1914-1918). Sin embargo, luego de la Revolución Rusa de 1917, el bolchevismo rompería con el espacio y organizaría la Internacional Comunista (1919-1943) con el objetivo de replicar la creación de partidos comunistas a lo largo y ancho del mundo y continuar el proceso revolucionario comenzado en Rusia (Cole, 1975 y Eley, 2002). Más allá de la duración y los resultados de estas redes transnacionales, desde el siglo XIX y tal como lo ha planteado Eric Hobsbawm, este internacionalismo contribuyó a que los comunistas se considerasen “soldados de un singular ejército internacional que, por muy variopinto y flexible que fuera, operaba en el marco de una única y amplia estrategia de revolución mundial” (2000: 14).
Durante la primera mitad del siglo XX, el internacionalismo se expresó en dos experiencias claves: por un lado, la Guerra Civil Española (1936-1939) que, como planteara el historiador Enrique Moradiellos, fue un laboratorio nacional de un conflicto internacional y concitó el apoyo de voluntarios de izquierda de más de cincuenta países, en su mayoría involucrados con el comunismo soviético (2016).[3] Por el otro, desde una tradición liberal, la Legión del Caribe, una organización transnacional que, desde mediados de la década de 1940, agrupó a los exiliados de América Central y presionó para la obtención de la democracia en los países de la región. Bajo el liderazgo de Costa Rica, constituyó un antecedente cercano de colaboración entre los países de la región que sería el escenario de uno de los últimos combates de la Guerra Fría (Ferrero y Eiroa, 2016).
“La dimensión transnacional de la izquierda armada” (Martín Álvarez y Rey Tristán, 2017) cobró renovado impulso a partir del triunfo de la Revolución Cubana. Ese alcance supranacional quedaría claro a lo largo de la década de 1960 tanto en los discursos de Fidel Castro y sus camaradas como a través de sus prácticas e iniciativas. La Cuba revolucionaria fue solidaria con las organizaciones que surgían para replicar su modelo de insurgencia en otras partes del continente y del flamante Tercer Mundo (Correa Nogueira et al, 2017; Pirker, 2017; Marchesi, 2019 y Vázquez Olivera y Campos Hernández, 2019). En la “Segunda Declaración de La Habana”, en febrero de 1962, Castro planteó que “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución” y sostuvo que la “ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más”.[4] Unos años después, en 1966, Cuba patrocinó en La Habana “La Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina”, más conocida como la Tricontinental. Allí, y con una perspectiva internacionalista y tercermundista, se conformó la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina, que recuperaba la perspectiva tercermundista del Movimiento de Países no Alineados (Zolov, 2016). A fines de 1965, el “Che” Guevara, que se encontraba próximo a iniciar su viaje guerrillero a Bolivia donde moriría asesinado casi dos años después, envió un mensaje a la conferencia en el que instaba a replicar el ejemplo de Vietnam.[5] El médico argentino, que había sido parte de la revolución y luego había colaborado con procesos insurgentes en África y América del Sur, fungió como el ejemplo más acabado del guerrillero internacionalista que vivía los movimientos revolucionarios en cualquier lugar del mundo como parte de un mismo proceso de lucha global contra el imperialismo.
En sus estudios sobre la nueva izquierda armada en América Latina, los historiadores Alberto Martín Álvarez y Eduardo Rey Tristán proponen una periodización y distinguen tres ondas de la movilización revolucionaria durante la Guerra Fría. La primera se configuró en torno al triunfo de la Revolución Cubana. La segunda se articuló alrededor del llamado “momento 68”. La tercera, por último, se produjo a partir de la actualización revolucionaria que significó en 1979 el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Este artículo se sitúa en este último momento histórico para pensar el proceso insurgente salvadoreño, impulsado por el éxito de la revolución en su país vecino. Comparte la certeza de Luis Roninger, según el cual “las sociedades de América Central constituyen un escenario ideal para la reflexión sobre la compleja dinámica de historias conexas y procesos transnacionales que atraviesan fronteras” (2017: 2). De hecho, como se analizará más adelante, no es extraño que quienes participaron en las filas del FMLN lo hayan hecho luego de haberse comprometido con el sandinismo.
Si bien la conformación y el desarrollo de las organizaciones armadas del período estuvieron sujetas a las condiciones locales imperantes en sus respectivos países (Confino, 2024), lo cierto es que la Guerra Fría, y su concepción ideológica de un conflicto mundial, contribuyó a que los actores se sintieran parte de “un movimiento mundial-histórico” (Pirker, 2017: 121) que se entramaba en la vasta geografía del continente americano y en solidaridad con los procesos anticoloniales de África y Asia. Para el momento en que se produjo la colaboración internacionalista en El Salvador, la efervescencia revolucionaria en el continente llevaba ya dos décadas. La cercanía y la posibilidad de una intervención de los Estados Unidos en la región, sobre todo después del ascenso al poder en 1981 de Ronald Reagan, sumó otro condimento central para la internacionalización del teatro de guerra centroamericano en los últimos estertores de la Guerra Fría.
Durante la década de 1980, tal como lo señalan Mario Vázquez Olivera y Fabián Campos Hernández, “los pueblos de México y Centroamérica estrecharon relaciones como nunca hasta entonces había suecedido” (2016: 14). Si bien sus vínculos habían sido muy frecuentes y cercanos durante los siglos previos, lo cierto es que distintas dinámicas se articularon para que se produjera su intensificación durante la Guerra Fría. La solidaridad mexicana con los procesos insurgentes de los países de América Central se expresó en diversos planos, no necesariamente interconectados. Por un lado, a nivel del Estado, en las redes diplomáticas del gobierno mexicano durante las adminstraciones de José López Portillo (1976-1982) y Miguel de la Madrid (1982-1988). Lejos de mantenerse neutral frente a los conflictos del Istmo, México asumió un rol protagónico de apoyo a los movimientos insurgentes, mediado por razones económicas, políticas y diplomáticas e, incluso, en contra de los intereses estadounidenses en la región (Benítez Manaut, 2013; Toussaint, 2019).[6] Por otro lado, en el plano de la sociedad civil, habría que tener en cuenta las redes de solidaridad y denuncia humanitaria que se articularon en México desde fines de la década de 1970. En muchos casos, estas redes fueron conformadas por refugiados centroamericanos en México en relación con una amplia gama de activistas locales e involucraron, primero, los lazos con el proceso sandinista y, luego, con el salvadoreño (Pirker y Núñez Rodríguez, 2016; Yankelevich, 2019; Pirker, 2021).[7] Pero, además de las conexiones en torno a la solidaridad y la denuncia, se alzaron en México las redes conspirativas que aceitaron tanto el refugio de los dirigentes guerrilleros centroamericanos en la “retaguardia” mexicana como la incorporación de militantes mexicanos a los procesos revolucionarios centroamericanos (Pirker y Núñez Rodríguez, 2016 y Vázquez Olivera y Campos Hernández, 2019).
La movilización revolucionaria salvadoreña que alcanzó su apogeo durante la década de 1980 comenzó, sin embargo, más de una década antes. Tal como plantean Eduardo Martín Álvarez (2004 y 2020) y Eudald Cortina Orero (2015), entre otros, la modernización económica y la controlada liberalización política llevadas adelante por el gobierno del militar Julio Adalberto Rivera (1962-1967), a instancias de los designios estadounidenses de la Alianza para el Progreso, generaron transformaciones en la estructura social de El Salvador y parieron un movimiento que buscó a través de movilizaciones pacíficas incrementar sus derechos laborales. Entre 1966 y 1969, es decir, entre los gobiernos de Rivera y del General Fidel Sánchez (1967-1972), se produjo un movimiento huelguístico que, sumado al fraude electoral que en 1972 entronizaría como presidente al también militar Arturo Armando Molina constituyeron los procesos claves de los cuales emergerían las organizaciones político-militares. La represión de las huelgas favoreció la radicalización de la protesta mientras que los fraudes electorales demostraron la necesidad de apelar a otros repertorios, situados fuera de la ley. Como en otros países del continente, e hija de la modernización económica, la moderada liberalización política y el aumento de la matrícula estudiantil, surgía a fines de la década del sesenta la nueva izquierda salvadoreña, reacia a la política de “coexistencia pacífica” impulsada por la Unión Soviética y favorable a la lucha armada que había posibilitado el triunfo revolucionario en Cuba.
La década de 1970 marcó el aumento de la escalada represiva del régimen y el inicio de la actividad de las distintas organizaciones armadas que, pese a sus problemas internos y reyertas políticas, auspiciarían hacia principios de la década de 1980 la formación de las primeras estructuras unitarias.[8] En mayo de 1980, surgió la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU),[9] integrada por las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la Resistencia Nacional (RN) y el Partido Comunista de El Salvador (PCS). En octubre, el ERP, las FPL y el PCS fundaron el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), al que se incorporaron la RN en noviembre –se había apartado en agosto de la unidad– y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) en diciembre (Martín Álvarez, 2004: 95-101).[10] Durante este período, El Salvador asistió al “auge y declive del polo reformista entre 1972 y 1979” en paralelo al “surgimiento y el cenit del ‘desafío revolucionario’” (Vázquez Olivera, 1999: 204). Además del FMLN, también convergieron las estructuras legales de las guerrillas. Primero, detrás de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM) –integrada en enero de 1980 por las organizaciones públicas de las FPL, el ERP, la RN, el PCS y el PRTC– y, después, en abril, y luego de la fusión con el Frente Democrático Salvadoreño, en torno al Frente Democrático Revolucionario (FDR),[11] una organización con elementos democráticos y revolucionarios (Martín Álvarez, 2004: 99). El FMLN lanzó una gran insurrección en enero de 1981, bautizada como “Ofensiva final”, que, si bien no cumplió con el objetivo de la toma del poder, marcó el inicio de la guerra civil que atravesaría toda la década de 1980 hasta la salida negociada de 1992.[12]
En las filas del FMLN se desempeñaron los mexicanos Mario Olivera, Héctor Ibarra y Augusto Vázquez. Lo hicieron en distintas organizaciones del FMLN y también por diferentes razones. Olivera formó parte de la RN y Vázquez e Ibarra, del ERP. Los tres militantes se sumaron a la guerra salvadoreña a través de diversas redes y ámbitos de sociabilidad: Olivera lo hizo a través del mundo familiar y privado, mientras que Ibarra, mediante redes políticas y orgánicas y Vázquez, finalmente, producto de sus saberes técnicos. Los tres terminaron, de igual modo, combatiendo, fusil en mano, en El Salvador.[13]
Postales del internacionalismo (I): revolucionario de familia
De los tres casos en análisis, Olivera es el único que proviene de familia militante. Según su testimonio, él “no era un militante político en México”,[14] su actividad comenzó en simultáneo con su integración a la RN y finalizó cuando abandonó El Salvador, a principios de la década de 1990. Quienes sí habían tenido actividad política en el país eran sus padres, que habían formado parte del Partido Comunista Mexicano (PCM). Su madre, antropóloga y desencantada con el reformismo del partido –que seguía, al igual que el resto de los partidos comunistas de la segunda posguerra, la línea emanada de Moscú–, decidió abandonarlo y generó redes con los guatemaltecos que, luego del golpe de Estado a Jacobo Árbenz (1954), se habían refugiado en México (Taracena y García Ferreira, 2024). Según recuerda Olivera, estos guatemaltecos “no sólo estaban en el exilio, sino también en el activismo, en la conspiración”.[15] Esos vínculos se estrecharían a lo largo de la década de 1960, que vería el inicio del internacionalismo mexicano en el Istmo (Ibarra, 2016; Vázquez Médeles, 2023). La madre de Olivera se involucró con el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) de Guatemala y, desde entonces, su casa comenzó a ser terreno seguro para los líderes revolucionarios de esa organización. Olivera los conoció, de niño, mientras dormían en el living de su hogar, de paso por Ciudad de México en busca de recursos o contactos:
En ese momento yo tenía un súper entusiasmo: platicaba con el comandante del EGP, Rolando [Morán, cuyo nombre legal fue Ricardo Arnoldo Ramírez de León][…]. Alguien que te cuenta del Che Guevara, de Fidel [Castro] en primera persona, te envuelve en todo ese rollo. Y bueno, me agarró la fiebre revolucionaria muy temprano.[16]
Olivera tenía dieciséis años cuando, a fines de la década de 1970, les avisó a sus padres que se iría a Nicaragua, que estaba pronta a resolver su situación revolucionaria. Viajó en compañía de un alumno salvadoreño de su madre, con el cual había trazado una relación amistosa. Su idea era llegar a El Salvador y, luego, irse a Costa Rica, donde también había amigos de su familia, para terminar en Nicaragua. Sin embargo, antes de dirigirse a Costa Rica conoció a una joven nicaragüense y se quedó con ella unos días en Managua. Su plan continuó en marcha y vivió desde San José la insurrección sandinista de julio de 1979: “si me hubiera quedado en Managua, me hubiera agarrado la insurrección. Pero nadie sabía […]. Después dije ‘chinga, perdí la revolución’. Regresé a El Salvador y ahí fue donde me vinculé, porque mi amigo ya tenía una conexión”.[17]
Olivera retornó a México y siguió las recomendaciones del alumno de su madre, que le dijo que se pusiera en contacto con el pastor bautista Augusto Coto, que era Secretario de Relaciones Internacionales y representante de la RN salvadoreña en ese país. Junto a Coto, Olivera comenzó a colaborar en el armado de una red de apoyo a la RN que fue el núcleo de lo que, luego, sería el Comité Mexicano de Solidaridad con El Salvador: “cada organización mandó a un representante, o a dos” pero, por cuestiones internas de las agrupaciones del FMLN, “en realidad el Comité Mexicano se formó básicamente con ERP y RN y, luego, PC”.[18] Mientras estuvo en Ciudad de México, Olivera se desempeñó en tareas de propaganda y solidaridad, pero su deseo era partir a El Salvador: “desde el principio le dije a Augusto [Coto] que yo me quería ir […]. Un día me dijo ‘Oye, sabes que ya hablé con los compañeros y dicen que sí, que te vayas’ y yo dije ‘pues, me voy’”.[19]
Un mes después de la “Ofensiva Final” del FMLN de enero de 1981, Olivera llegó a El Salvador, luego de permanecer un tiempo desempeñando tareas logísticas en la base que la RN tenía en Costa Rica. Allí se ocupaba de recibir compañeros salvadoreños que se dirigían a entrenar a Cuba. Al cabo de un tiempo en San Salvador, consiguió documentación como salvadoreño y se dirigió al teatro de guerra convencido de que “Internacionalismo es revolución, aquí y en China. ¿Dónde está la coyuntura ahora? ¿Centroamérica? Pues me voy para allá. Todo esto combinado con un rollo de la aventura y el conocer sensiblemente a la sociedad centroamericana”.[20] Para Olivera, la revolución salvadoreña era también la suya y por eso su decisión de enrolarse en ella iba más allá de los meros cálculos políticos y se vinculaba, también, con su fascinación por Centroamérica y su deseo de transitar nuevas experiencias de vida. Su inspiración, antes que tributaria de la nueva izquierda, provenía de las experiencias internacionalistas de la Guerra Civil Española: “Nunca fui guevariano, tenía mucho en mente la Guerra española y leí mucho de la Guerra española, las Brigadas Internacionales, todo ese rollo”.[21] Durante los cinco años ininterrumpidos que estuvo en el frente, Olivera se asentó, después de su paso por la capital, en Guazapa, una de las zonas controladas por la RN luego de la insurrección fallida de 1981. Allí se desempeñó en diversas tareas: elaboró explosivos, confeccionó propaganda, fue combatiente e incluso llegó, en 1984, a ser jefe político de una columna. Salió del frente y de la RN a mediados de la década de 1980 y, luego de un período fuera del país en el que estuvo recuperándose de una lesión en Cuba y también pasó por México, abandonó la organización. Regresó a El Salvador, años después, como asesor del FDR, donde ya entrada la década de 1990 formó parte de su último Comité Central.
En el frente de guerra, las diferencias entre los miembros del FMLN se expresaron en dos clivajes principales. Por un lado, y dado que las fuerzas guerrilleras estaban compuestas por militantes campesinos, trabajadores, estudiantes y profesionales, la distinción entre los mundos rural y urbano de los cuales provenían. Por el otro, producto de la gran cantidad de extranjeros enrolados en la guerra, la división entre nacionales y foráneos.[22] Olivera sostiene que las diferencias entre lo urbano y lo rural no eran estáticas y tuvieron sus variaciones a lo largo de la década de guerra. Sobre todo en un país tan pequeño como El Salvador, en el que los campesinos se encontraban a pocos minutos de un centro urbano: “tenían un contacto muy, muy, cercano con la ciudad, y también para los efectos del desarrollo político, mucha gente estaba conectada con el movimiento urbano”.[23] La comunicación entre los mundos urbano y rural, al menos en la zona central de El Salvador donde estuvo Olivera, fueron constantes. Pero esto no suponía una identidad total entre ambos mundos. Las suspicacias se hicieron sentir no por cuestiones políticas, sino
en un sentido más vivencial, de lo cotidiano, que llegas a un lugar donde no sabes cortar leña y, pues, eres el hazmerreír […]. Pero, y claro que hay esta cosa, el campesino también es cabrón, como que medio, cómo puedo decir, chauvinista, no sé cómo llamarle. Tú eres un foráneo, usas lentes, qué onda güey, qué raro.[24]
Más allá de pensar al campesino como “chauvinista”, Olivera no recuerda haber sentido resquemor alguno por su condición de mexicano: “la gente tenía con la gente de afuera mucho, mucho, agradecimiento. A los médicos los adoraban, les llevaban su comida, todo”.[25] Gran parte de los mexicanos que se habían enrolado en el FMLN tenía saberes especializados, considerados fundamentales para la empresa insurgente: médicos, expertos en comunicaciones y fotógrafos (Anónimo, 2013). Según Olivera, hubo varios combatientes, no sólo mexicanos, también de otras nacionalidades. La situación, de todas formas, era cambiante. Él mismo fue combatiente en diversos tramos de la guerra aunque también se desempeñó en actividades no armadas, como la elaboración de prensa y propaganda. Sin embargo, la “solidaridad técnica” (Cortina Orero, 2020) de los extranjeros con el FMLN fue muy relevante. Este tipo de colaboración ya había sido valorada por Guevara en los albores de la Revolución Cubana, que la consideró más importante que “diez embajadores o cien recepciones diplomáticas” (Pirker, 2017: 9).
La trayectoria de Olivera sugiere algunas cuestiones relevantes sobre el proceso de incorporación de internacionalistas en el FMLN. En primer lugar, que este enrolamiento no tenía que ser, necesariamente, fruto de acuerdo entre organizaciones. También muestra la internacionalización de las organizaciones del FMLN que, para fines de la década de 1970, tenían en México, y en otros países de la región, bases donde podían reclutar militantes para que participaran en las diversas actividades que demandaba el proceso insurgente. Por otra parte, pone de manifiesto la doble dimensión, diacrónica y sincrónica, de la colaboración internacionalista. Diacrónica porque se enmarcaba en otras experiencias previas incluso más añejas que las de la Guerra Fría, como el caso de la Guerra Civil Española. Y sincrónica, a su vez, porque la colaboración internacionalista es inescindible de las diversas redes que se tejieron en aquellos años entre México y El Salvador, no sólo conspirativas sino también humanitarias y solidarias.
Postales del internacionalismo (II): la incorporación orgánica
El arribo de Héctor Ibarra a El Salvador tuvo otra lógica. A diferencia de Olivera, Ibarra pertenecía a una organización marxista mexicana y su militancia comenzó en el Movimiento estudiantil del ‘68, cuando todavía asistía a la escuela secundaria. Tuvo, como la mamá de Olivera y el grueso de la nueva izquierda mexicana, una gran desilusión con el PCM antes de sumarse a Alternativa Marxista: “en el PC no estuve más que un par de meses […] porque era bastante oportunista. Te utilizaba, nunca te formaba”.[26] A mediados de la década de 1970, Ibarra comenzó a trabajar en diversas fábricas, tanto por una necesidad económica como por un mandato ideológico de proletarización. Además, inició su participación en las casas de estudiantes en la ciudad de Oaxaca, donde trabó relaciones con estudiantes y militantes de diversas partes del mundo: “Llegaban compas [compañeros] obreros, campesinos, de colonias populares […] y ahí llegaban a veces chilenos, argentinos, salvadoreños, nicaragüenses”, algunos exiliados y otros, los más, “a hacer festivales de teatro, música folklórica”. En marzo de 1978, el gobierno de López Portillo, que ya había auspiciado la Reforma Política el año previo (Rodríguez Díaz, 2011), disolvió las casas de estudiantes mediante un decreto. Ibarra partió hacia Cuba, donde quedó impactado por “el ambiente, la gente era muy hospitalaria.[27]
Allí, Ibarra vivió la revolución e intercambió con otros mexicanos que estaban en relación con el Comité de Presos Políticos de México, al que se sumó. Según recuerda, entre sus compatriotas los ánimos no eran los mejores: “Estaban todos divididos allá […]. Había compas muy descontentos. Sobre todo los que venían de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que esperaban una actitud diferente del gobierno cubano”.[28] En efecto, la continuidad en las relaciones diplomáticas de México con la Isla implicó de parte de Cuba el compromiso de no entrenar ni brindar armamento a los militantes mexicanos (Domínguez Guadarrama, 2013).[29] En La Habana, Ibarra conoció a Calixto Morales, miembro del Movimiento 26 de Julio, quien había formado parte de la expedición del yate Granma que había zarpado desde Veracruz a fines de 1956 y, luego, había sido Capitán del Ejército Rebelde. Ibarra le planteó su deseo de recibir adiestramiento militar: “Él me dijo, en 1978, mira, si te quieres preparar militarmente, vete a Nicaragua o a El Salvador”.[30] A su regreso de Cuba, se instaló en Sonora a trabajar en la Comisión Federal de Electricidad, integró la Corriente Socialista y formó parte de la creación del Frente Marxista. En esos momentos, comenzó la insurrección en Nicaragua e Ibarra se vinculó con el grupo Los Proletarios y comenzó a trabajar en los comités de solidaridad que fueron surgiendo en diversos estados de México: “yo promoví los Comité de Solidaridad de Sonora con Nicaragua y de Baja California también, me fui hasta Ensenada, donde me veía con un viejo sandinista (…), vivía ahí en Ensenada, entonces fui a organizar un comité allá.[31]
Esos comités, tal como lo ha analizado detenidamente Kristina Pirker, concitaron la solidaridad de una gran variedad de grupos políticos mexicanos: izquierdas partidistas, sindicales y estudiantiles; intelectuales; miembros del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y activismo católico. Todos cohesionados detrás de una “sensibilidad antiimperialista” que apoyaba la insurgencia centroamericana y cuestionaba la injerencia de los Estados Unidos en la región (Pirker y Núñez, 2016; Cortina Orero, 2021 y Pirker, 2021). No obstante, la experiencia de Ibarra con los comités fue amarga: “Nos utilizaron, porque había un acuerdo para que antes del triunfo entraran algunos compas, dos, tres, para agarrar experiencia en el frente armado […]. Nunca se dio”.[32] En 1980 Ibarra fue secuestrado por la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en Hermosillo. Estuvo dos semanas cautivo y, tras su liberación, tuvo miedo: “sentí que me perseguían y me estaban vigilando y me dio temor y fue cuando me llegó la propuesta de ir a El Salvador. Entonces dije, ‘me voy’, dados mis problemas de seguridad”.[33] Si bien Ibarra era un militante marxista formado y tenía deseos de adiestrarse militarmente, lo cierto es que fue la persecución del Estado mexicano la que terminó de convencerlo de partir a El Salvador. Así, En el inicio de su colaboración internacionalista, junto a los anhelos de la revolución continental, también se halla su necesidad de autopreservación: un internacionalismo con algunos puntos de contacto con los exilios militantes (Jensen y Lastra, 2014; Confino, 2020).
Para formalizar su incorporación, Ibarra tuvo una reunión con el representante del ERP en México y también con el de su agrupación de ese momento, Corriente Socialista. Si bien quería “ir por la libre”, debió convalidar el arreglo entre organizaciones puesto que los salvadoreños le plantearon que “si no iba con el aval de la Corriente no podía ir”.[34] A pesar de su disgusto con la modalidad, su enrolamiento, a diferencia del de Olivera, tuvo visos orgánicos e implicó un primer acercamiento a la insurgencia centroamericana a través de las redes de solidaridad que se alzaron en México con el sandinismo y, luego, mediante el vínculo político tejido entre Corriente Socialista y ERP. Si bien Olivera también había tenido una relación cercana con el núcleo del Comité Mexicano de Solidaridad con El Salvador, en el origen de su vinculación prima el componente familiar y, luego, amistoso. Los casos de Olivera e Ibarra indican que las redes de solidaridad y apoyo auspiciadas por diversas organizaciones mexicanas o por las bases en México de las organizaciones salvadoreñas funcionaron, entre otras cuestiones, como centros de reclutamiento de internacionalistas desde, por lo menos, la insurrección sandinista: “Luego desaparecieron, pero despuesito de la toma del poder de la revolución sí funcionaron un tiempo”.[35]
Ibarra llegó a Morazán, uno de los territorios salvadoreños controlados por el ERP, con la certeza de que “la vía armada en México había sido derrotada” y con la línea política de su organización que planteaba que “había que irnos a preparar para replantearnos la lucha armada”. Por eso, y a diferencia de las motivaciones de Olivera, Ibarra escogió Centroamérica “como preparación para hacer algo después aquí en México”.[36] Su revolución era la mexicana, el proceso insurgente en El Salvador era una etapa previa para su participación en México. Su internacionalismo no desestructuraba la diferencia nacional, la reforzaba.
Pese a haber arribado a Morazán como producto de un acuerdo entre organizaciones, o precisamente por esa cuestión, Ibarra no se decidió por una “inserción plena al FMLN” y en la práctica se concibió como “un compañero de viaje” de los salvadoreños (2006). En sus memorias, las molestias con las jerarquías del FMLN se yuxtaponen con las sospechas que provocaba su condición de extranjero. Así, y a diferencia de lo experimentado por Olivera en las filas de la RN, Ibarra sostiene que los dirigentes del ERP eran renuentes a integrar a los internacionalistas en las secciones militares por temor a la “contaminación ideológica que los extranjeros podíamos llevar a sus cuadros y combatientes” (2006: 49). Esa contaminación, para Ibarra, tenía que ver con las experiencias previas que los militantes extranjeros habían cursado en otras organizaciones, es decir, se aplicó sobre aquellos que se integraron de un modo orgánico. A diferencia de Olivera, que había planteado las diferencias con los salvadoreños más en un plano vivencial que en uno ideológico, Ibarra repone las distinciones políticas y enfatiza la distancia entre los internacionalistas, que provenían “de algún tipo de formación marxista con diversos matices mientras que entre los cuadros de conducción estratégica lo que se privilegiaba eran ciertas tendencias socialdemócratas” (2006: 49 y 50).
En la elaboración de Ibarra, los grupos sociales que formaban parte del ERP aparecen de un modo más estático y los extranjeros, en cambio, son representados como los actores que contaban con las herramientas para poner en perspectiva los pareceres de los dirigentes. No obstante, y tal como ha sido planteado en este trabajo, no todos los militantes extranjeros que revistaron en las filas del FMLN se habían desempeñado con anterioridad en otras organizaciones revolucionarias. Con lo cual no habría que descartar que otras modalidades de incorporación, como la de Olivera a la RN, no hayan generado tal grado de desconfianza entre los sectores dirigentes.[37]
Desde el comienzo de su experiencia en El Salvador, Ibarra notó que su presencia y la de otros extranjeros en las filas del FMLN provocaba “entusiasmo […] pero a la vez desconfianza y hasta cierta impresión de lástima y compasión” (2006: 35). Sin embargo, sostiene, más allá de sus desavenencias con los jefes guerrilleros, el vínculo horizontal con sus compañeros “siempre fue de mucho reconocimiento”. Con la dirección, en cambio, Ibarra tuvo muchos problemas “porque nunca me quise subordinar plenamente a muchas cosas que ellos querían imponer”. Así, piensa, “si yo hubiera sido salvadoreño y campesino, me hubieran fusilado. No me fusilaron porque quizá tenían miedo a un escándalo diplomático o porque pensaban que yo tenía un apego muy fuerte a mi organización mexicana”.[38]
Evidentemente, más allá del enojo de Ibarra con la dirigencia del ERP, la posición de extranjero en las filas del FMLN tenía sus especificidades y estas variaban de acuerdo a la organización, al momento, al lugar y al militante. Todo parecería indicar que, si por un lado la colaboración transnacional podía generar entusiasmo y agradecimiento al interior de las huestes revolucionarias, por el otro podía ser observada con cierto resquemor y desconfianza, pudiendo generar problemas políticos y de conducta. Pero, a la vez, la sanción de esta desconfianza para con los extranjeros difícilmente implicara transitar los mismos caminos disciplinarios prescriptos para los militantes salvadoreños, con los cuales las diferencias políticas culminaban en castigos disciplinarios severos. Más allá de estas incomodidades durante la guerra, que le generaron “una melancolía profunda” y lo hicieron sentir “desterrado de mi patria y despreciado de la actual” (2006: 134), Ibarra permaneció en las filas del FMLN hasta entrada la década de 1990: “como era un ejército, había que disciplinarse”.[39]
Postales del internacionalismo (III): los saberes especializados
Augusto Vázquez se encontraría con Ibarra en el campamento del ERP en Morazán, organización a la que también se sumó a principios de la década de 1980. Sin embargo, la modalidad de su incorporación difirió no sólo de la de Ibarra, sino también de la de Olivera. Si bien su padre, economista graduado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) durante la década de 1960, era de izquierda y Vázquez leyó los clásicos del marxismo que éste apilaba en su biblioteca, no formó parte de ningún colectivo militante durante sus años universitarios. Se graduó como Diseñador Industrial en la UNAM y “la vivencia cotidiana de estudiante me dio la posibilidad de tener una apreciación social aunque nunca tuve participación política”.[40] Se recibió en 1977 y comenzó a trabajar, como docente, en la Universidad de Guadalajara. En paralelo, inició su capacitación como fotógrafo. En su trabajo en la universidad, conoció a un arquitecto salvadoreño que había hecho una maestría en urbanismo en la Universidad de Lovaina, Bélgica. También era pintor y fotógrafo y los intereses compartidos de ambos hicieron que pronto surgiera una relación amistosa. Cuando creció la confianza entre ellos, Vázquez se enteró de que su colega se dedicaba al trabajo internacional del FMLN: “Estando en la universidad, y trabajando de profesor, él me pidió ir varias veces a El Salvador a hacer algunos trabajos de apoyo a la organización, y yo fui”.[41] La organización era el ERP. Según Vázquez, la invitación de su colega se produjo “porque hicimos mucha amistad y también conocía mi posición progresista, de izquierda, y el tipo era una persona que tenía una capacidad, bueno, el ERP en general, de interpretar a mucha gente que después la vinculó al proceso”. Entre las actividades que realizó previas a su incorporación, Vázquez recuerda que con un compañero fueron “a llevar un transmisor de radio de manera clandestina”[42]. En otra ocasión, flanqueado por un nuevo compañero, simuló ser periodista y concurrió a tomar fotografías del movimiento social salvadoreño.
De regreso en Guadalajara, y luego de dos años como profesor en la universidad, Vázquez renunció y se fue a estudiar fotografía a California junto a un ex compañero de la facultad. Se instaló en la zona de la Bahía de San Francisco. Pasó un año y medio en el país norteamericano, donde compró un equipo fotográfico de última generación para continuar con los trabajos en su regreso a México. En la capital mexicana, compartió la vivienda con otros compañeros que, una tarde, le avisaron que lo había llamado por teléfono un tal “Mario de El Salvador”. “Mario” no era otro que César Martí, el colega salvadoreño que Vázquez había conocido en Guadalajara y que se desempeñaba como encargado del trabajo internacional del ERP: “Cuando viajaban los dirigentes de la organización a México, él los recibía, los tenía en su casa, les hacía los contactos […], el trabajo conspirativo y, además, conseguía muchas cosas para introducir a El Salvador”.[43] También era pariente lejano de Farabundo Martí, uno de los revolucionarios más relevantes de la historia salvadoreña, homenajeado en su nombre por las organizaciones armadas que se agruparon en el FMLN. Vázquez le devolvió la llamada a Martí y quedaron para verse en un café de la Avenida Insurgentes. Allí, recuerda Vázquez, Martí “me hizo un interrogatorio muy profundo, porque cuando yo trabajaba en Guadalajara era joven, tenía dinero y era inquieto […]. Era bastante liberal”.[44] El ascetismo militante que demandaba el proceso revolucionario no parecía llevarse bien con hábitos un tanto hedonistas: “cuando nos encontramos, me dijo ‘¿ya te casaste?’, ‘no’, digo. ‘¿Y tienes hijos?’, ‘Pues, no’, ‘¿Te portas bien?’, ‘Bueno, dentro de lo que cabe’”,[45] terminó diciendo Vázquez entre risas. Luego, la conversación se tornó más seria y Martí le planteó la idea de que se incorporara a la organización: “Y bueno, pues sí […]. Porque yo tenía una visión de izquierda, progresista, un espíritu aventurero, un sentimiento solidario y me pusieron en bandeja de plata todo eso, además de plantearme la actividad de la fotografía, que para mí era fundamental”.[46]
Martí le propuso integrarse al “Comando Internacional de Información” (COMIN) (Cortina Orero, 2015) e ir a capacitar a miembros de la organización que se encontraban en la “retaguardia” nicaragüense y, más adelante, tomar fotografías de la guerra: “la tarea era ir a registrar. Porque una de las tareas que había hecho yo cuando había ido anteriormente [a El Salvador] era precisamente ir a tomar fotografías de las zonas marginales […]. Entonces cuando a mí me plantean un trabajo vinculado totalmente a la fotografía ya no pude negarme”.[47] Vázquez partió a Managua en julio de 1981, dos años después del triunfo de la insurrección sandinista, a instruir a militantes del FMLN en las tareas fotográficas y a montar un laboratorio adecuado. Culminada la capacitación, solicitó su traslado a El Salvador para fotografíar in situ el conflicto armado e ingresó a ese país en marzo de 1982. En su incorporación, primó, además de su “sensibilidad progresista”, la posibilidad de desarrollar enteramente la fotografía, el saber especializado en el que se había formado y por el cual había sido requerido.
Vázquez también recuerda algunos sinsabores de su experiencia en el frente. Con respecto al vínculo con sus compañeros salvadoreños, enfatiza las diferencias culturales y de clase:
De entrada yo soy urbano, clasemediero. Si conocía el campo es porque había ido de paseo, pero ya de tener una vida rural y sobre todo guerrillera, pues […], es otra cosa. Y sobre todo, también, por la cuestión cultural. Hay muchas diferencias culturales, entonces no es fácil integrarte a ese conjunto. Aunque algunos compañeros, sobre todo que eran de la parte urbana, me adoptaron […]. Pues culturalmente, te digo, hay mucha diferencia. Y no solo intelectuales, sino vivenciales.[48]
Vázquez da cuenta del carácter de las diferencias con sus compañeros salvadoreños. A grandes rasgos, su testimonio coincide más con el de Olivera que con el de Ibarra: antes que por cuestiones ideológicas, las distancias se cimentaban en las vivencias cotidianas. En este sentido, agrega que fueron los militantes “urbanos” del ERP aquellos que ayudaron a su integración en el frente, dado que eran los más afines culturalmente. Las diferencias se potenciaban en su caso particular, dado que su saber específico no era el saber médico ni el militar, los dos más codiciados y prevalentes en el frente de guerra. La extrañeza aumentaba por su rol de fotógrafo: “de repente aparece un loco con cámaras y cosas, ‘y este qué anda haciendo’, pues no se entendía, no, al principio yo sí sentí el distanciamiento. Quizás no tan evidente, pero sí”.[49] Con el transcurrir de la guerra, Vázquez comenzó a tener, al igual que Ibarra, cada vez más diferencias con las jerarquías del ERP, producto de diversas lecturas políticas:
Dije bueno, a ver, estos [dirigentes del ERP] sí, muy valientes, muy capaces para muchas cosas, para la organización del ejército ese que teníamos […] pero su visión estratégica de un proceso más profundo, no, estos cuates no la van a hacer. No la hacen, pues no tienen esa formación intelectual. Eso me generó una situación muy complicada porque yo […] llego a la conclusión de que no vamos a ganar. No vamos a ganar.[50]
Desde el año 1986, Vázquez comenzó a tener disidencias con sus jefes, lo cual implicó, en lo político, una marginación de su rol en la organización y, en lo personal, una crisis muy profunda:
Eso de que vamos a entrar como Fidel y como los sandinistas, ese es un cuento chino. Y entonces, claro, igual que la gente que se había desertado, yo también entro en un estado de duda y yo dije, “bueno, si me quedo me pueden matar los soldados o me pueden matar estos cabrones” […], entonces, qué hago. Durante un período no sabía qué hacer. Dije “me voy”, pues sí, si me voy, puedo salir de alguna u otra manera, o pueden sacarme.[51]
A pesar de barajar la idea, en sintonía con Ibarra, de que podía ser víctima de la pena capital ordenada por sus propios dirigentes, Vázquez permaneció en el FMLN por miedo a tomar una “decisión equivocada” y a “no poder vivir tranquilo toda la vida”.[52] Aquí sí las vivencias de los miembros del ERP, por un lado, y del integrante de la RN, por el otro, alcanzan su mayor distancia. Producto de esa marginación, y ya sobre el final de la guerra, Vázquez comenzó a trabajar con los contingentes de salvadoreños refugiados que habían retornado al país de cara a la insurrección que el FMLN llevaría a cabo a fines de 1989.[53] Vázquez, escéptico con la posibilidad de la insurrección, fue catalogado como “desmoralizado” por los mandos del ERP y obligado a permanecer en la retaguardia. Se dedicó, entonces, a tareas de planeamiento urbano para la localización de los salvadoreños procedentes de los refugios de Honduras en Colomoncagua. Sin embargo, persistieron sus problemas con la dirigencia: “la gente de la organización sospecha que yo tengo ambiciones políticas y me arman una trama y me sacan”. En este punto, también en línea con las percepciones de Ibarra, Vázquez sostiene que el hecho de ser mexicano provocó otro trato, quizás menos severo, de parte de la organización: “Cuando yo empiezo a tener conflictos fuertes con la organización, a mucha gente salvadoreña le daban en la nuca, pero yo siendo extranjero era más complicado, era meterse en una bronca más difícil”.[54]
El caso de Vázquez permite asomarse a la colaboración internacionalista de especialistas. Si bien no era médico, la especialización más requerida, fue solicitado por el FMLN por su condición de fotógrafo y se sumó al ERP, precisamente, para poder desenvolver esa capacidad. Vázquez no había sido militante hasta ese momento y, al igual que Olivera, su práctica política se inició con su participación en el FMLN. Su inorganicidad, a diferencia de la incorporación de Ibarra, tal vez fundamentó que la experiencia en El Salvador no fuera tomada como un paso intermedio para realizar la revolución en México.
La colaboración internacionalista bajo la lupa: problemas para una definición
Olivera, Ibarra y Vázquez coincidieron en el campo de batalla aunque sus trayectorias sugieren, antes que nada, la diversidad de razones y recorridos biográficos que los llevaron hasta allí. Vínculos familiares, redes políticas orgánicas y requerimientos de saberes especializados entraron en contacto con las actividades de solidaridad, denuncia y conspiración emplazadas entre México y Centroamérica. Luego del triunfo sandinista, las organizaciones del FMLN se internacionalizaron y tuvieron sus propias redes de apoyo, aparatos comunicacionales y centros de reclutamiento en México durante la década de 1980. El amplio movimiento de solidaridad mexicano con El Salvador, si bien no era necesariamente la norma en todos los casos, funcionó como un ámbito de sociabilidad que podía permitir la integración de internacionalistas al frente de batalla. Así lo recuerda Ibarra y lo deja en evidencia Pirker, a través del rescate de la crónica de un agente de la DFS que espiaba la conferencia de prensa del presidente de un comité mexicano de solidaridad que proponía, a viva voz, “formar brigadas de combate para apoyar a la Revolución salvadoreña, las cuales serán enviada [sic] cuando lo solicite el Frente FMLN” (2021: 275).
Más allá de las diferencias políticas, y analíticas, entre las actividades de solidaridad y denuncia –públicas y democráticas– y las tareas conspirativas –clandestinas y revolucionarias–, las trayectorias de Olivera, Ibarra y Vázquez enseñan la porosidad entre las diversas redes y estructuras e indican la relevancia, para entender la colaboración internacionalista mexicana con los procesos insurgentes de Centroamérica, de interrogar los vínculos entre las diversas dimensiones organizativas y transnacionales estructuradas desde México que la posibilitaron. Antes de llegar a Guazapa, por ejemplo, Olivera había formado parte de la red de apoyo de la RN en México y, luego, había desempeñado tareas logísticas en bases que la organización tenía en Nicaragua y Costa Rica. Vázquez, por su parte, fue convocado en primera instancia a la “retaguardia” sandinista y, cumplida la tarea, solicitó al ERP su traslado al frente de batalla. Ibarra, antes de viajar a El Salvador, se vinculó en México con el movimiento de solidaridad con Nicaragua. Esto no quiere decir, en lo más mínimo, que haya habido plena identidad entre las diversas redes, cuyos requerimientos eran diversos por las distintas tareas que desempeñaban, pero sí que fueron estructuras organizativas centrales en la posibilidad de la colaboración transnacional mexicana con el FMLN.
Al respecto, Olivera sostiene: “No son lo mismo los comités que las redes. Hay comités de solidaridad que sí, que tienen una actividad, quizás la diferencia es que tienen una actividad pública, y también hay redes”. Los comités de solidaridad, de todos modos, podían en algunos casos permitir bajo su cobertura el funcionamiento clandestino,
pero había también esferas que no se tocaban, dado que había compartimentación. Había gente que sólo trabajaba en redes y estructuras clandestinas, otros que lo hacían en solidaridad, y había otros que estaban en contacto con las dos. La RN aquí, ya en los años ochenta, tenía un encargado o responsable para la parte pública de solidaridad y otro para la parte clandestina”.[55]
Esta cuestión de la porosidad entre redes que tenían diversos objetivos estaba dada, sobre todo, porque la jefatura política, a través de sellos y actividades diversas, confluía en las organizaciones armadas:
En El Salvador todo el movimiento social, incluido los derechos humanos, está influenciado por la guerrilla, conducido por la guerrilla desde mediados de los setenta. Y ellos logran algo, el modelo salvadoreño, que en otros países no se logra y es que la guerrilla en muy poco tiempo después de su fundación está a cargo, directamente, de las organizaciones sociales.[56]
La perspectiva transnacional, en este sentido, puede permitir un acercamiento a las redes, espacios y trayectorias que, en simultáneo, vincularon a México con los procesos insurgentes centroamericanos y propiciaron distintas colaboraciones supranacionales, logísticas, especializadas, combatientes. Sobre todo para el caso de aquellas incorporaciones que no fueron fruto de un acuerdo entre organizaciones, como sucedió, por ejemplo, con las conosureñas Montoneros y Movimiento de Izquierda Revolucionaria en Nicaragua y El Salvador (Cortina Orero, 2017, 2020, 2021 y 2022; Valdés Navarro, 2018 y Confino, 2021). Esos internacionalistas no orgánicos, presumiblemente, pudieron sumarse al FMLN gracias a los desarrollos organizativos estructurados entre México y El Salvador. De hecho, las actividades militantes que, en algunos casos, comenzaban en México en torno a la solidaridad podían transmutar con el paso del tiempo en la incorporación efectiva de internacionalistas en el frente de guerra, si bien no era una cuestión recurrente. Así lo recuerda Ibarra:
No era tan fácil. Necesitabas alguien que te avalara […] Algunas organizaciones, por ejemplo, la RN tuvo una línea más liberal para reclutar internacionalistas, por eso tuvo bastantes problemas. No era gente muy sólida, venían de la solidaridad, entonces ellos los preparaban, los formaban aquí afuera [México] y luego los mandaban [a El Salvador]. El ERP no tenía esa política. El ERP, de la solidaridad, sólo envió a los que formó aquí [México] desde un principio en la solidaridad. Porque, por ejemplo, el primer comité de solidaridad que se creó aquí [México] en el 79, por ahí 78, ahí reclutó mexicanos, pero hay mexicanos reclutados para el ERP directamente. O sea, aquí los reclutaron para el ERP […], no venían de otras organizaciones. Y ya cuando los mandaban, pues ya era gente más formada.[57]
Más allá de los juicios de valor de Ibarra, en la diferenciación que traza entre las políticas seguidas por la RN y el ERP queda de manifiesto que algunos militantes comenzaron su participación en actividades solidarias antes de integrarse al frente de guerra. Al mismo tiempo, se observan las valoraciones que le merece cada una de estas actividades, en sintonía con la subjetividad insurgente, que trata con mayor desdén a quienes se desempeñaban en estructuras legales con respecto a aquellos que lo hacían en actividades clandestinas. Pero, además, el testimonio de Ibarra deja en claro que las diferentes organizaciones del FMLN construyeron espacios políticos transnacionales que en muchos casos permitían la incorporación y el entrenamiento de militantes directamente en México.
Lejos de ser un análisis exhaustivo, este primer acercamiento al internacionalismo mexicano en el Istmo sugiere la productividad de pensar las colaboraciones transnacionales en el marco más amplio de las diversas solidaridades que se tejieron durante la década de 1980 entre México y El Salvador y que abarcaron, entre muchos otros, a los tres militantes cuya trayectoria es objeto de este trabajo. Independientemente de las diferencias en sus experiencias –y sus memorias–, no quedan dudas de que Olivera, Ibarra y Vázquez fueron internacionalistas. Además, así se concibieron. Pero, ¿qué hubiera sucedido si alguno, por ejemplo, hubiera permanecido en la “retaguardia” centroamericana y hubiese apoyado desde allí los esfuerzos del FMLN? ¿Hubiera sido menos internacionalista? ¿Cómo nos referiríamos a Olivera, Ibarra y Vázquez si, en lugar de colaborar con el proceso insurgente desde Nicaragua o Costa Rica, lo hubieran hecho desde México y allí hubieran permanecido? Los internacionalistas, en síntesis, ¿lo son en virtud de su ubicación geográfica, de sus imaginarios y prácticas políticas o de las redes que integran?
En su análisis sobre el internacionalismo chileno en Nicaragua, Pedro Valdés Navarro elabora una definición amplia de “internacionalistas” y considera en este grupo “a todos aquellos y aquellas que se involucraron de distintas formas y en variadas tareas en el objetivo transnacional de la emancipación. No es sólo el plano militar el que le dio cuerpo al fenómeno” (2018: 194 y 195). No obstante, distingue que algunas prácticas fueron realizadas desde un “círculo más periférico” por parte de quienes “ya sea en el lugar mismo de la contienda o desde miles de kilómetros de distancia […] desarrollaron labores de apoyo logístico, enlaces de comunicación, recaudación de fondos económicos, trabajo médico, solidaridad desde sus trincheras culturales […]” (2018: 194). Sin embargo, ambas consideraciones (por un lado, la atención a las redes internacionalistas en sentido amplio y, por el otro, la distinción entre prácticas más periféricas que otras) son contradictorias. El internacionalismo mexicano en El Salvador existió gracias a las diversas redes políticas que estuvieron en la base, y fueron condición de posibilidad, de estas colaboraciones transnacionales. Sobre todo, si se tiene en cuenta que muchas veces eran los mismos activistas los que, a partir de redes semejantes, se inorporaban en actividades diversas. Y, más aún, si se considera que las organizaciones salvadoreñas tenían sus propias estructuras políticas en México, Nicaragua y Costa Rica, con lo cual, en repetidas ocasiones, los militantes extranjeros que arribaban a El Salvador ya lo hacían como miembros del FMLN reclutados en otros países. En este sentido, el abordaje de las prácticas internacionalistas puede robustecerse a partir del enfoque transnacional en términos de redes, que permite la reconstrucción de espacios políticos y de sociabilidad supranacionales.
¿Por qué, entonces, serían más internacionalistas, o sus actividades “menos periféricas”, aquellos que combatieron en el teatro de guerra salvadoreño en comparación con quienes se encargaron de abastecerlos de armas desde el extranjero? ¿Habrían podido los primeros desarrollar sus prácticas sin los segundos? ¿No fueron tan internacionalistas quienes denunciaron en los foros internacionales las violaciones a los derechos humanos en El Salvador como quienes pudieron haberlas sufrido? La aproximación transnacional a la historia de la nueva izquierda permite, en este punto, un acercamiento dinámico a las redes y espacios políticos transnacionales articulados más allá de las pertenencias y permanencias geográficas de los militantes, más allá de los centros y periferias. Antes que una fotografía que pudiera distinguir figuras centrales y secundarias en esta trama, de lo que se trata es de concebir los encadenamientos dinámicos de redes de militantes y de ámbitos de sociabilidad que posibilitaron las diversas solidaridades transnacionales.
A estas opacidades de la categoría de “internacionalistas” se suma la complejidad de que la misma fue, y aún es, una categoría utilizada por los propios protagonistas. Al ser una categoría que tiene una doble dimensión –nativa y analítica–, como muchas otras de la historia del tiempo presente, la interrogación debería detenerse, por ejemplo, en las intenciones que se desprenden de su uso por parte de los protagonistas, que encarnan los valores que guiaban la subjetividad insurgente. Para el grueso de la nueva izquierda armada, el grado más elevado del compromiso se demostraba en las acciones militares. Sin embargo, esta mirada más restrictiva de algunos participantes sobre los internacionalistas como guerrilleros no tiene por qué trasladarse al análisis histórico, sobre todo porque, sin esas redes más amplias, hubiera sido imposible la colaboración internacionalista en El Salvador o, al menos, hubiera tenido otra fisonomía. Hipotéticamente, podría sostenerse que la idea de diferenciar prácticas más periféricas de otras más centrales del internacionalismo es tributaria de las propias valoraciones de los actores, para quienes combatir fusil en mano implicaba un grado mayor de compromiso que realizar cualquier otra actividad conexa. Pero esta cuestión, más que aportar claridad analítica sobre la definición de internacionalistas, reproduce el modo de pensar de los protagonistas. Adoptar, sin más, la categoría nativa para el análisis histórico implicaría convalidar la carga axiológica que le han otorgado los propios actores que, además, en numerosas ocasiones guarda poca correspondencia con el carácter de las experiencias pretéritas, por ejemplo, en la ambivalencia del trato entre los mexicanos y los salvadoreños en el frente de guerra. Los esfuerzos por delimitar la categoría deben aunarse a la aclaración de los sentidos que se desprenden su uso. De otro modo, se corre el riesgo de estar abrazando el mismo horizonte de expectativas de los actores y sus mismas valoraciones, lo cual terminaría conspirando contra la perspectiva requerida por el análisis histórico.
Si se definiera a los internacionalistas como aquellos que tuvieron un imaginario transnacional de la lucha política, característica común a toda la nueva izquierda, la categoría devendría tan amplia que imposibilitaría la determinación de sus rasgos específicos. Si, por el contrario, se sostuviera que internacionalistas fueron sólo aquellos militantes que se desempeñaron en combate en países ajenos al suyo, se perderían de vista los lazos y circuitos transnacionales que permitieron dichas actividades, lo cual implicaría una mirada parcial y restringida sobre el fenómeno. Quizás convenga, para el análisis histórico y memorial, interrogar los usos nativos de los “internacionalistas” y dar cuenta de la subjetividad insurgente que animaba el uso de esta categoría por parte de los protagonistas.
Se podría, a la luz de lo trabajado en estas líneas, aproximar una definición provisoria y genérica sobre la práctica internacionalista como aquella que resulta del entrecruzamiento de las diversas redes transnacionales caracterizadas en este artículo –políticas, familiares y de saberes especializados– con los circuitos de sociabilidad dedicados a la solidaridad, la logística, la denuncia o la conspiración. Estas redes de activistas, muchas veces, fueron habitadas por los mismos militantes que, dependiendo del momento, sus inclinaciones o las necesidades de las organizaciones, se desempeñaron en actividades públicas o clandestinas, armadas o no. Si bien cada una de estas actividades tenía sus propios requerimientos, también es cierto que presentaban porosidades que permitían circulaciones de militantes en su interior (Confino, 2020 y 2021).
El análisis histórico de las prácticas internacionalistas, entonces, podría vehiculizarse a través de la categoría de “colaboración transnacional” o “solidaridad transnacional” y el adjetivo correspondiente a las actividades en análisis, ya sean de denuncia, logísticas o militares. Pensar en términos de “colaboración transnacional armada” o de “solidaridad transnacional logística” posibilitaría, al mismo tiempo, referir la relación de los militantes con las redes transnacionales sin quitarle especificidad alguna a las prácticas en estudio ni adoptar directamente la ponderación que los protagonistas hicieron sobre la categoría.
Conclusiones
Las trayectorias de vida analizadas en este ensayo respaldan la posibilidad de pensar las prácticas internacionalistas enmarcadas en relaciones más amplias de solidaridad o colaboración transnacional durante la Guerra Fría entre México y Centroamérica. Tal como ha quedado de manifiesto en las páginas precedentes, Olivera, Vázquez e Ibarra tuvieron experiencias previas en redes y actividades más amplias antes de comprometerse, fusil en mano, en el teatro de guerra. A su vez, los motivos por los cuales recuerdan haberse incorporado al conflicto armado, y su concepción sobre éste, difieren. Para Olivera, la insurgencia centroamericana era considerada como suya propia, habida cuenta de la constitución internacionalista de su familia y de los lazos, también familiares, que lo unían al Istmo. Sus influencias ideológicas, antes que de la experiencia de la nueva izquierda latinoamericana, provenían del internacionalismo de la Guerra Civil Española. Ibarra, en cambio, se definía como “internacionalista guevarista” pero caracterizaba la experiencia de guerra en El Salvador como un paso intermedio hasta tanto se dieran las condiciones de llevar esa guerra a México. Su internacionalismo no desestructuraba la dimensión nacional de la revolución. Su incoroporación al ERP fue orgánica y su deseo de recalar en El Salvador también se vio motivado por la necesidad de escapar de México, frente a la posibilidad de ser nuevamente secuestrado por la DFS. Vázquez, más allá de su ideología, que recuerda de carácter progresista y aventurera, sostiene que fue la posibilidad de desarrollarse como fotógrafo aquello que terminó de convencerlo de sumarse al ERP. No hay, por tanto, una mirada común entre estos tres internacionalistas sobre el proceso revolucionario ni tampoco sobre las razones que los motivaron a integrarlo.
Otro punto central que ha sobrevolado el presente escrito se vincula con el recuerdo de los internacionalistas y sus vínculos con los salvadoreños. La experiencia transitada por los militantes alternó momentos de disfrute, solidaridad y agradecimiento con otros de zozobra, competencia y discriminación. Sin dudas, estos vínculos fueron más allá del puro altruísmo con el que se rememora empáticamente la experiencia internacionalista. Olivera, Ibarra y Vázquez recuerdan haber sentido las ambivalencias del trato recibido. Pero estas ambivalencias no se manifestaron del mismo modo. Según sus reelaboraciones, Olivera parecería haber tenido una experiencia menos conflictiva que las que recuerdan Ibarra y Vázquez. Estas diferencias podrían deberse, quizás, a que las relaciones de la RN con los extranjeros fueran más armónicas que las del ERP, pero también a que Olivera no provenía de ninguna otra organización, como Ibarra, ni había sido convocado en virtud de un saber especializado en particular, como Vázquez. Más allá de estos matices, y de los vínculos de los mexicanos con sus dirigentes salvadoreños, lo cierto es que cuestiones como el agradecimiento de los miembros del FMLN a los extranjeros por el esfuerzo personal se intercalaban con otras situaciones de tensión derivadas de la diversa formación política pero también de las distancias culturales. El trato en el disenso también fue diferente por ser extranjeros. Si la exigente disciplina de la organización en el frente de guerra podía acarrear sanciones graves para los militantes salvadoreños, incluida la muerte, en el caso de los extranjeros se encontraba atemperada, sobre todo, por cuestiones diplomáticas con las viejas organizaciones o, también, con gobiernos afines al FMLN, como era el caso de México. Por más de que abonaran al mismo proceso revolucionario, extranjeros y locales no estaban sometidos al mismo tratamiento ni a las mismas reglas.
En lo que sigue, hay varias cuestiones que merecerán una mayor indagación en el futuro, a partir de las certezas de este artículo. Resta, por ejemplo, seguir interrogando la colaboración internacionalista y sus prácticas como componentes transnacionales de redes que las trascendieron y que, a su vez, permitieron su participación política. Esto implicará la reconstrucción de esas otras redes, no combativas, que también formaron parte de la solidaridad transnacional entre México y el Istmo. Otras variables, a su vez, deberán ponerse en análisis durante el proceso: las cuestiones etarias y de género, las concepciones de los militantes orgánicos y aquellos que arribaron sin militancia previa, la cuestión de los especialistas requeridos desde El Salvador y, en el caso del FMLN, las diferencias existentes entre sus organizaciones en lo atinente a la incorporación y el trato a los extranjeros. Al mismo tiempo, habrá que continuar recabando información para ver cómo la afluencia de extranjeros se fue dando a lo largo de la década que duró el conflicto armado en El Salvador, fundamental para pensar la última experiencia internacionalista que se produjo durante la Guerra Fría.
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Entrevistas a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
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[*] UNAM, Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, México. Becario del Instituto de Investigaciones Sociales, asesorado por la Dra. Eugenia Allier Montaño. Correo-electrónico: hconfino@sociales.unam.mx
[2] Eudald Cortina Orero (2020) aborda la experiencia internacionalista de los militantes de Montoneros que, con la victoria de la insurrección sandinista, viajaron a Nicaragua a prestar “solidaridad técnica”, en este caso médica, con la revolución. A diferencia de los casos aquí reseñados sobre la incorporación de militantes mexicanos a partir de “saberes especializados”, y a pesar de que la colaboración se tejió a través del exilio mexicano, este internacionalismo fue fruto de los acuerdos orgánicos entre Montoneros y el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
[3] Para abordar la participación latinoamericana, y mexicana, en la Guerra Civil Española, véase Baumann, 2009.
[4] CedeMA“Segunda declaración de La Habana”, 1962 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/4807].
[5] CedeMa, Guevara, Ernesto, “Crear dos, tres…muchos Vietnam. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, 1967 [Consultado en https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm].
[6] Sintomáticas del rol de México son la “Declaración franco-mexicana de reconocimiento al FMLN-FDR”, del 28 de agosto de 1981 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/4599] y, en 1983, la formación del grupo Contadora –junto a Colombia, Panamá y Venezuela– para buscar una resolución pacífica al conflicto.
[7] El caso de Guatemala tiene una evolución distinta dado que durante la primera mitad de la década de 1980 la represión golpeó duramente a la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala (Harto de Vera y Morales Gamboa, 2022). Véase el Archivo del Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (CAMENA), Universidad Autónoma de la Ciudad de México UACM, Colección Payeras [Disponible en https://selser.uacm.edu.mx/#].
[8] CAMENA, “Proceso Unitario del FMLN, 1980-1986”, Salpress. Agencia salvadoreña de prensa, [Consultado en https://selser.uacm.edu.mx/muestra_imagen1.php?ruta=fondos/Fondo%20O/PR/PR%20E77/Comprimidos&nombre_archivo=img1.jpg].
[9] CedeMa, “Manifiesto de la Dirección Revolucionaria del Pueblo Salvadoreño”, 22 de mayo de 1980, [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3934].
[10] CedeMa, “Comunicado de la DRU anunciando la formación del FMLN”, 10 de octubre de 1980 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3539]. Véanse, también, “Comunicado de la RN-FARN saludando la conformación del FMLN”, 19 de octubre de 1980 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3551] y CedeMA, “Comunicado de la DRU anunciando el reingreso de la RN al FMLN, 3 de noviembre de 1980 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3574]. Sobre la integración del PRTC, CedeMA, “Comunicado de la DRU anunciando la incoropración del PRTC al FMLN”, 5 de diciembre de 1980 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3574].
[11] CedeMa, “Primera Declaración del Frente Democrático Revolucionario”, 18 de abril de 1980 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/3875].
[12] Sobre la “Ofensiva final”, véase CedeMa, “La guerra revolucionaria: un largo camino hacia la victoria”, entrevista de Marta Harnecker a Salvador Sánchez Cerén, julio de 1989 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/4524] y Martín Álvarez, 2004: 101-107.
[13] Héctor Ibarra escribió varias obras en las que aborda el fenómeno armado en México y también su propia experiencia en Centroamérica (2006; 2016). Augusto Vázquez editó recientemente un libro con las fotografías que tomó en El Salvador y con una semblanza autobiográfica sobre su experiencia en ese país (2023).
[14] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[15] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[16] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[17] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[18] Olivera, entrevista, cit. Sobre el movimiento mexicano de solidaridad con El Salvador véase Archivo Eureka, “Solidaridad con El Salvador. 1979-1989”, Fondo Comité ¡Eureka!, Expte. PR E27 y “Comité de Madres y Familiares de Presos, Desaparecidos y Asesinados Políticos de El Salvador ‘Monseñor Oscar Arnulfo Romero’ (COMADRES), El Salvador, 1970-1991, Fondo Comité ¡Eureka!, Expte. DH D2.
[19] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[20] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[21] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[22] Las estimaciones hablan de más de una centena de internacionalistas muertos. Queda pendiente una indagación en clave de género de la experiencia de guerra. Para un primer acercamiento, véase Rayas, 2011.
[23] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[24] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[25] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[26] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[27] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[28] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México. Sobre la Liga Comunista 23 de Septiembre, véase Gamiño et al, 2014.
[29] Olivera también lo padeció cuando intentó ir desde Costa Rica a entrenar a Cuba con sus compañeros salvadoreños. A pesar de la insistencia para lograr una excepción, no pudo viajar (Entrevista con el autor, op. cit.).
[30] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[31] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[32] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[33] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[34] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[35] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[36] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[37] Olivera cuenta que en plena guerra se llevó a cabo, en 1984, un congreso de la RN para escoger una nueva dirigencia. A las filas de la organización se había integrado César Montes (cuyo nombre legal es Julio César Macías López), uno de los fundadores del movimiento guerrillero guatemalteco, que estaba en malos términos con las jerarquías de la RN. Por eso en ese congreso se redactaron nuevos estatutos que sostenían que para ser militante de la RN había que ser salvadoreño. Olivera, que era jefe partidario, se quejó con la comandancia porque creaba “militantes de primera y de segunda”. Los dirigentes le explicaron que era una medida tomada contra Montes y le aconsejaron que no se preocupara. De todos modos, la dirección de la RN, a diferencia de la CFPL que contaba con guatemaltecos y nicaragüenses, no tuvo integrantes de otros países (Olivera, entrevista, 17 de agosto de 2023).
[38] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[39] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.
[40] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[41] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.Sobre la dimensión transnacional de la política del FMLN, véase la entrevista de agosto de 1981 con el encargado internacional de las FPL, en la que se destaca el caso de México: CedeMa, “La política exterior de la guerrilla salvadoreña”, agosto de 1981 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/8349]. Al respecto, también pueden consultarse CedeMa, “Entrevista a Enrique Guatemala, representante del FMLN en México”, Proceso, 3 de abril de 1982 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/7114] y CedeMA, “Entrevista a Antonio Hernández, representante del FMLN-FDR en México”, 27 de noviembre de 1982 [Consultado en https://cedema.org/digital_items/8803].
[42] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[43] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[44] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[45] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[46] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[47] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[48] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[49] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[50] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[51] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[52] Sobre esta situación, agrega: “El compromiso es aquí, punto. Porque mucha gente se estaba muriendo honestamente y dije, bueno, pues aquí vale la pena acompañar a esta gente” (Vázquez, entrevista, 18 de septiembre de 2023).
[53] CedeMA, “Ofensiva Guerrillera ‘Hasta el Tope’”, Comandante Ramiro Vásquez [consultado en https://cedema.org/digital_items/1661].
[54] Entrevista a Augusto Vázquez realizada por el autor el 18 de septiembre de 2023 en Ciudad de México.
[55] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[56] Entrevista a Mario Olivera realizada por el autor el 17 de agosto de 2023 en Ciudad de México.
[57] Entrevista a Héctor Ibarra realizada por el autor el 5 de agosto de 2023 en la Ciudad de México.