Geopolítica y revolución en África. Cuba en la mira global de la Guerra Fría, 1962-1965

Geopolitics and Revolution in Africa. Cuba under the Global Gaze of the Cold War, 1962-1965

Resumen

La experiencia cubana en el contexto de la Guerra Fría ha merecido una especial atención por su contexto geopolítico donde surge, a la sombra de los Estados Unidos. El presente trabajo, si bien parte de la existencia del conflicto bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética, plantea construir y recuperar la capacidad de agencia de los países como Cuba que, en teoría, carecerían de los elementos tradicionales para formular objetivos nacionales en marcos globales. La existencia de Movimiento de Países no Alineados y de la dinámica de descolonización en el sudeste de Asia y África subsahariana ofrecerían a la dirigencia revolucionaria cubana la oportunidad de trascender el marco latinoamericano al buscar integrarlo a un espacio tricontinental de lucha revolucionaria. El artículo propone el concepto “poscolonial” al referirse a los países de lo que ahora se denomina “Sur Global”, así como Guerra Fría sin más, al de “Guerra Fría Global” por considerar que el periodo histórico aludido es global por sí mismo donde se observan dinámicas globales en las relaciones internacionales entre los actores y espacios geográficos aludidos. Existe evidencia que este interés se manifiesta desde 1959, antes de la crisis de los misiles de octubre de 1962, cuando se hace evidente el alineamiento cubano con la URSS, es decir, antes de la aparición del corpus doctrinal marxista que definiría este tipo de políticas como “internacionalismo proletario”. Paralelamente, uno de los promotores de este proyecto, junto con Fidel Castro, el comandante Ernesto Guevara, iniciará su eclipse dentro de la élite revolucionaria cubana, en parte por las contradicciones propias de la relación de Cuba con la URSS.

Palabras clave: Geopolítica, Descolonización, Poscolonialidad, Guerra Fría, Revolución cubana

 

Abstract

The Cuban experience in the context of the Cold War has deserved special attention due to its geopolitical context where it emerged, in the shadow of the United States. The present work, although based on the existence of the bipolar conflict between the United States and the Soviet Union, proposes building and recovering the agency capacity of countries like Cuba that, in theory, would lack the capacity to formulate national objectives in global frameworks. The existence of the Non-Aligned Movement and the dynamics of decolonization in Southeast Asia and sub-Saharan Africa would offer the Cuban revolutionary leadership the opportunity to transcend the Latin American framework by seeking to integrate it into a tricontinental space of revolutionary struggle. The article proposes the concept “postcolonial” when referring to the countries of what is now called “Global South,” as well as Cold War without further ado, to the “Global Cold War” considering that the historical period referred to is global in itself. where global dynamics are observed in international relations between the actors and geographical spaces referred to. There is evidence that this interest has been manifest since 1959, before the missile crisis of October 1962, when the Cuban alignment with the USSR became evident, that is, before the appearance of the Marxist doctrinal corpus that would define this type of policies. as “proletarian internationalism.” At the same time, one of the promoters of this project, along with Fidel Castro, Commander Ernesto Guevara, will begin his eclipse within the Cuban revolutionary elite, in part due to the contradictions inherent in Cuba's relationship with the USSR.

Keywords: Geopolitics, Decolonization, Postcoloniality, Cold War, Cuban Revolution.

 

Fecha de recepción: 17 de diciembre de 2023

Fecha de aceptación: 10 de mayo de 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Geopolítica y revolución en África. Cuba en la mira global de la Guerra Fría, 1962-1965

Martín López Ávalos*

Introducción

 

Las condiciones geopolíticas de la Guerra Fría propiciaron que Cuba se convirtiera en la primera revolución latinoamericana en trascender su condición ideológica y geopolítica. A través de una nueva mirada de este periodo histórico podemos entender su dinámica pues a diferencia de la primera historiografía sobre el tema, este choque dista de ser un conflicto bipolar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. La característica más importante de ella no está en la confrontación de dos sistemas políticos, sino en la aparición del mundo llamado poscolonial quien le imprimirá el debate alejado de la confrontación binaria, al plantear una nueva bipolaridad, signada por los caminos de la dependencia o el desarrollo. Resulta revelador la vigencia de los conceptos con los cuales se hacía referencia a la condición de las sociedades de lo que hoy denominamos el Sur Global. Durante la Guerra Fría existía una definición peyorativa que llamaba “Tercer Mundo” a las zonas de Asia, África y América Latina por su condición subordinada; a veces, para aminorar el peso de la condena se les llamaba “países en vía de desarrollo”, sin que esto quitara su condición subordinada ante los países que había alcanzado el mayor grado de desarrollo capitalista. En estas líneas, asumimos el concepto “poscolonial” como un periodo de transición de sociedades específicas, unas con mayor grado que otras, en un movimiento global alimentado desde la Organización de las Naciones Unidas para terminar con el mandato de los imperios coloniales europeos sobre amplias zonas de África y el sudeste asiático. Se trata del mayor movimiento político de la posguerra que implicaría la formación de estados nacionales que accedían a la independencia y con ello, enfrentaban nuevos problemas que su condición de independencia política no necesariamente aminoraría. La cuestión esencial de la transición poscolonial fue, y sigue siendo, no solo la consolidación del Estado como organización política, sino, sobre todo, el acceso a mayores niveles de desarrollo económico y tecnológico. La formación de los países no alineados nos ofrecería un campo de observación de eso que llamamos condición poscolonial en un contexto específico: la primera etapa de la Guerra Fría como el otro movimiento global donde se conforma la historia contemporánea del siglo XX. En otras palabras, para entender lo poscolonial, deberíamos aplicarlo a las relaciones internacionales de la época, que implican vinculaciones asimétricas entre potencias hegemónicas, sus aliados de primer y segundo orden, así como los “neutrales” al conflicto bipolar.

 

 ¿Por qué los márgenes poscoloniales se convirtieron en los más dinámicos dentro de la maraña que significó la bipolaridad? El conflicto bipolar estaba atado al armamento nuclear, más que a su uso, a la amenaza de este, al grado que conforme se aumentaban los arsenales y evolucionaba la tecnología que la sustentaba al pasar de bombas a misiles dirigidos, así como su definición: de atómico a hidrógeno o de fusión a fisión nuclear, por ejemplo, se haría evidente para las potencias bipolares que su uso implicaría la desaparición del mundo tal como lo conocíamos. Al llegar a la disuasión mutua en la década de 1950,[1] la amenaza de una guerra nuclear se fue diluyendo a tal grado que empezarían a plantearse las primeras negociaciones para la limitación de arsenales nucleares con lo cual la difusión del conflicto bipolar se trasladaría a los bordes cuyo centro eran los países poscoloniales, con la condición de no llegar a la confrontación nuclear entre potencias que eran las únicas que detentaban el monopolio de este tipo de armas. La guerra de Corea en la década de 1950 y la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962, marcarían estos límites de cómo serían gestionados este tipo de conflictos o crisis en los años venideros.

 

En este contexto, aparece Cuba como un actor serio de la Guerra Fría después de la crisis de los misiles soviéticos en 1962, al extender sus relaciones con las revoluciones e independencias producidas en África. La primera de ellas sería Argelia, convertida en un puente para Cuba en este nuevo mundo, el poscolonial, de manera tal que tendría la oportunidad de conocer de primera mano la situación de los movimientos de liberación nacional en la zona subsahariana, una de las partes de mayor interés geopolítico en la década de 1960 para el tipo de confrontación que se avecinaba. En paralelo, los vínculos de esta zona con los países de la cuenca del Índico −ese espacio donde se encuentran África, medio Oriente y la parte más occidental de Asia Pacífico−, resultaba de un alto valor estratégico si se observa en su connotación global, pues allí se desarrollaba el Movimiento de Países No Alineados y las principales experiencias de la liberación nacional de carácter poscolonial. Podemos apreciar dos etapas del interés cubano por la zona. La primera es al calor de las consecuencias de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba donde se busca replicar, como ya se había intentado y fracasado, la estrategia de la Sierra Maestra en la toma del poder. En esta estrategia se inscribirían los viajes del comandante Ernesto Guevara a la zona con la formación de dos frentes cubanos en los dos Congo (Leopoldville y Brazzaville).[2] El primero, donde arribaría el comandante Guevara, sería un accidente producto de su postura ante las relaciones de cooperación con la Unión Soviética y su salida de la élite política cubana. En el segundo encontraremos el germen de la segunda etapa de la estrategia, la que se desarrollaría en la década de 1970. Para entonces, no se buscaría replicar a la Sierra Maestra para producir la gran revolución global, sino intervenir directamente con equipo y tropas militares en las zonas más álgidas de conflictos poscoloniales subsaharianos, donde confluyen Estados Unidos, Sudáfrica, China y la Unión Soviética con el alineamiento cubano.

 

Por tal motivo, estableceremos los diversos contextos que se cruzan entre sí. El contexto global producto de la Guerra Fría, pero, sobre todo, del proceso de descolonización promovido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el cambio de política exterior que ocurre en la URSS posterior a la muerte de Stalin, cuando después de 1956 se descubre y reconoce la existencia de otras vías alternas al socialismo soviético que estaban ocurriendo en el espacio poscolonial. Pasaremos al segundo contexto, el nacional cubano, donde veremos las consecuencias de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba (octubre de 1962) y la salida de esta. Por un lado, la búsqueda de regresar los golpes al imperialismo norteamericano, pero también el cambio en la composición de la élite revolucionaria con la salida de ella del comandante Guevara y su intervención en la primera experiencia cubana en el Congo hasta 1965.

 

Como se puede apreciar, el marco del debate del presente artículo no está en discutir nuevos enfoques de la Guerra Fría en términos del “Sur Global”,[3] aunque se tenga referencias de ello. Tampoco se trata de discutir la presencia cubana entre las potencias en África, esto es, descifrar el grado de agencia de la política exterior cubana en la década de 1960 frente a los intereses de la Unión Soviética o la respuesta de los Estados Unidos y otras potencias occidentales (como Sudáfrica),[4] así como la reacción negativa ante la presencia cubana de los principales países de la cuenca del Índico, Egipto, India y China, quienes se movían en otro contexto y con otra política a los países no alineados, aunque claramente influían en el conjunto de ellos. El objetivo es más bien modesto: se busca describir, a partir de las fuentes orales de los testigos, que ya han sido publicadas pero que no por eso le quita su calidad de fuentes de primera mano, la toma de decisiones de la dirigencia cubana para justificar el por qué involucrarse en las disputas poscoloniales, al calor de las guerras de liberación nacional que se extendían en esas tierras, primero en Argelia y después en el área subsahariana. Guevara y Castro habían llegado a la conclusión que la zona que ofrecía mejores perspectivas para su proyecto era el Congo Leopoldville que arrastraba una inestabilidad política como consecuencia del asesinato de Patrice Lumumba en 1961; al mismo tiempo, veían que existía una maduración de las organizaciones políticas que buscaban la independencia de Portugal, sobre todo las de Angola y Mozambique. La estrategia cubana se basaría en su inscripción abierta a favor del llamado campo socialista soviético, pero manteniendo un alto grado de independencia en las formas y contenidos de una política exterior de un Estado nacional independiente. No está demás advertir lo obvio: la mención como protagonista del comandante Ernesto Guevara a lo largo de este escrito se debe a la importancia de este para plantear y ejecutar las líneas generales de la estrategia cubana en África en un primer momento, esto es, la intención de generar procesos revolucionarios antiimperialistas que modificarían en buena medida el equilibrio geopolítico del mundo poscolonial a favor del campo socialista soviético.

 

El contexto geopolítico global

 

Al terminar la Segunda Guerra Mundial se iniciaría un nuevo periodo en la historia contemporánea, cuyas características definirían la segunda mitad del siglo XX. El mundo de la posguerra ha sido interpretado como la construcción de un nuevo orden internacional reemplazando al orden impuesto por las potencias colonialistas en el siglo XIX. El nuevo orden estaría delimitado, aparentemente, a partir de la dicotomía de las nuevas potencias emergentes, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que hegemonizarían el tablero internacional según sus respectivos intereses geopolíticos. A este periodo, que va de 1947 hasta la desaparición de la URSS en 1989, se le ha denominado la Guerra Fría y estaría definido por la pugna por la influencia mundial a través de la utilización de diversos métodos, destacando la utilización de la amenaza a la seguridad nacional no sólo de los mencionados países sino de cada una de las regiones del mundo susceptibles a ser “influidas” por estos centros de poder mundial. Paralelamente y como narrativa subordinada al choque bipolar, esta interpretación de la construcción del mundo contemporáneo pondera los procesos de liberación nacional de las naciones emergentes de Asia, África y América Latina como productos residuales de esa lucha entre dos potencias.

 

La Guerra Fría vista como el choque y confrontación de dos potencias, invisibiliza el arco de transformaciones políticas que experimentan estos países, sin embargo, al abrir el campo de observación se aprecia un mundo diverso y convulso que busca su lugar en este orden de la posguerra que se abre con la revolución china, la independencia de India y Paquistán, y el sudeste asiático, principalmente Indonesia y la Indochina francesa (Vietnam), para continuar con la independencia de Argelia, la descolonización africana al sur del Sahara y los movimientos de liberación nacional que aparecerían en los países árabes como Egipto y América Latina, principalmente Cuba por el impacto que tuvo para todos los países de la región. En todas estas experiencias vemos el trazo del mundo que se definirá como poscolonial, surgido de estas transformaciones que no se derivan a lo que tradicionalmente se entiende como Guerra Fría, y que le dan un sentido amplio, es decir, global, a la historia contemporánea.

 

Mucho se ha escrito en torno a este periodo en la medida que ya forma parte del pasado, superpuesto por una nueva contemporaneidad que inicia con el cierre de la Guerra Fría como ciclo histórico. Los estudios en torno a ella han debatido en torno al origen del conflicto, es decir, ¿quién y por qué lo provocó?, partiendo de la responsabilidad que cada una de las potencias emergentes tenía en la construcción del nuevo orden, a partir de la ruptura de la alianza que había triunfado en la segunda guerra mundial.[5] El mundo que se representaba era percibido como un espacio inmóvil y determinado por las potencias que, en teoría lo hegemonizaban, pero al observar las partes que integrarían al mundo poscolonial, resulta un espacio rico en transformaciones y posibilidades que terminarían por abrir nuevas perspectivas al terminar el siglo XX.

 

La Guerra Fría sería un catalizador ideológico y una explicación sobre las características de las relaciones internacionales en los años que tuvo vigencia como modelo explicativo, es decir racionalizador, que daba respuestas rápidas, simples y convincentes sobre procesos complejos y sus relaciones. Dicha dinámica origina un universalismo que terminaría por invisibilizar a cada experiencia histórica nacional. Por esa razón, la Guerra Fría es ante todo un conflicto global, aunque sus mayores disputas fueran en los bordes, alejadas de los centros neurálgicos de cada una de las potencias en disputa. A final de cuentas, la ideología y el interés estratégico (geopolítica) postulada por cada potencia cubriría la disputa mayor: la apropiación de la verdad histórica y, por ende, la noción de “influencia” habría que empezarla a entender en este sentido. Las disputas en los bordes, en los países periféricos poscoloniales eran −en sentido estricto− verdaderas elecciones históricas que definen el futuro en la batalla del presente.

 

Así, el sentido de la política nacional, subordinado al plano internacional, concebía al cambio político como una mutación permanente e irreversible. Los conflictos políticos nacionales en los bordes del sistema mundial (Asia, África y América Latina), por ejemplo, si bien no tenían una vinculación original con la disputa bipolar los situaba en la disyuntiva dramática de tomar una decisión política −sin importar los medios−. Al final cada bando creía que su camino era único y verdadero, es decir, inevitable porque se creía permanente (García de las Heras González, 2022: 605).

 

Los estados producto de la descolonización o las experiencias revolucionarias de la posguerra se verían en la difícil tarea de acomodarse a este escenario. Sus postulados de independencia y, por tanto, del nacionalismo que enarbolaban, se limitarían a ser interpretados en una de estas dos opciones que se derivarían del mundo europeo y su afluente atlántica, los Estados Unidos: tanto el socialismo soviético como el liberalismo norteamericano etiquetarían lo que emergería como producto subordinado a su propia tradición histórica. La experiencia de la guerra de liberación China traería consigo el gran dilema del mundo poscolonial, tan profundo como el debate del liberalismo contra el nacionalismo emergente, y que habilitaría al segundo vértice de la Guerra Fría, nos referimos al diferendo chino soviético por la interpretación correcta del socialismo o más bien por la vía correcta para acceder a él.[6] Con los chinos en escena y abiertamente enemistados de los soviéticos, la historia de los movimientos poscoloniales de liberación nacional, liberales y socialistas, se verían obligados a debatir sobre la pertinencia de los métodos de lucha y hacia quién están dirigidos. La insurrección armada, entonces queda en el centro del debate y con ella, una triangulación que identificaría a los conflictos poscoloniales que emergían de la Guerra Fría. Al mismo tiempo, la independencia nacional como producto esperado de la descolonización no es suficiente si no va acompañada del debate sobre el desarrollo nacional que proporciona el socialismo como vía alterna al liberalismo. En este contexto, la muerte de Stalin en 1953 abriría una nueva época a la geopolítica soviética de la Guerra Fría, tan apegada a Alemania como el único campo de disputa significativo. A partir del ascenso al poder de Nikita Jruschov en 1956, la política exterior de la URSS sufriría un vuelco radical en el marco de la celebración del XX Congreso del partido comunista soviético, donde se mostraría una mayor apertura a lo que sucedía más allá de las fronteras europeas. Un nuevo lenguaje aparecería en los documentos del partido y en sus resoluciones alusivas a diferentes partes del mundo, donde se exhibiría un cambio significativo con respecto al “camino no capitalista de desarrollo” que los “estados nacional-democráticos” estarían llevando a cabo. Moscú se abría a reconocer las experiencias poscoloniales como variantes antiimperialistas. Por ejemplo, en La Declaración de Moscú de 1960, se mencionaba a los estados nacional-democráticos, junto al “camino no capitalista de desarrollo” (Pettinà, 2018: 95; Haslam, 2011: 165). En consecuencia, la URSS vería con buenos ojos lo que sucedía en la India, Egipto, Indonesia, Birmania y Mali, proyectando una agresiva política de acercamiento, vía financiamiento para proyectos de infraestructura e intercambio comercial. Cuando Cuba se acerca a este espacio, la URSS ya estaba allí en buena medida confrontándose con China (Veiga, Da Cal, Duarte, 1998: 144), aunque sin asesores militares ni armamento. El objetivo de trasfondo soviético estaría en mostrar la superioridad del socialismo como vía para el desarrollo frente al liberalismo para los países recién independizados del colonialismo. Las visitas de Jruschov a India, Egipto, Indonesia, Birmania (actual Myanmar) y Afganistán muestran el interés soviético por el espacio afroasiático, un nuevo campo de disputa con los Estados Unidos, pero sobre todo China (Chen, 2005; Rupprecht, 2015: 5). En la geopolítica de la poscolonialidad se libraría una batalla sobre la hegemonía del modelo socialista soviético frente a las otras vías nacionales. El diferendo chino soviético, por ejemplo, pondría en evidencia que aun dentro del llamado campo socialista existirían relaciones de dominio y subordinación (Guevara, 1985: 489-497).

 

Esta es la cuestión más espinosa de la descolonización, esto es, la capacidad de cada nuevo Estado nacional para acceder a lo que se definiría genéricamente como “desarrollo” sin caer en lo que por entonces se empezaba a describir como “dependencia”. Este espacio histórico, determinado por estas dos relaciones es lo que podríamos llamar mundo poscolonial. En él se involucrarían no sólo los estados recientemente creados en la llamada descolonización africana y asiática, sino también se incluyen a los que ya contaban con una experiencia nacional dilatada –como los países latinoamericanos− pero que no habían podido traspasar la dependencia de las relaciones económicas asimétricas en los intercambios comerciales y financieros, que generalmente les eran desfavorables. Dependiendo de las situaciones y contextos, el mundo poscolonial se puede definir no solo como una aspiración, al desarrollo económico, ya sea liberal o socialista desde la condición colonial o neocolonial, también es el anhelo de superar el subdesarrollo de las sociedades formalmente independientes.

 

La dependencia como categoría analítica, permitiría establecer una nueva construcción de las relaciones globales entre las naciones, que iba más allá del colonialismo clásico y su vertiente neo, e incluso la categoría marxista de imperialismo resultaba insuficiente para atender en toda su complejidad la irrupción de los estados poscoloniales. Junto a la teoría de la dependencia, se acuñarían otras categorías para revelar el nacimiento de un nuevo mundo, inédito tanto por su composición como por sus aspiraciones,[7] así como por la necesidad de explicarse por sí mismos. En esta encrucijada, donde convergen nuevos estados, revoluciones triunfantes tanto socialistas como nacionalistas, los movimientos políticos definidos por la liberación nacional, y los intereses estratégicos geopolíticos de las potencias de la Guerra Fría que pretenden asimilarlos, se adentra el tema que nos convoca.

 

El contexto geopolítico cubano

 

Dos acontecimientos, producidos entre abril de 1961 y octubre de 1962, condicionan la evolución del ambiente cubano para mirar a la otra orilla del atlántico sur. Ambos forman parte de la Guerra Fría y coinciden con el periodo más radical de la Revolución Cubana. Sus secuelas forman una línea que traza un imaginario Rubicón por el cuadro que representaría la decisión de traspasar la geografía del Caribe para llegar al África Subsahariana. Las consecuencias de la invasión a la Bahía de Cochinos en abril de 1961 y la crisis de los misiles soviéticos de octubre de 1962, seguirían gravitando en los objetivos trazados por la dirigencia cubana, antes que nada, por el reacomodo que existiría en su interior de una mayor radicalización revolucionaria o ir asimilando y adaptando el modelo soviético por las ventajas que ofrecía en ese momento a Cuba.

 

Al mismo tiempo, el escenario geopolítico para Cuba estaría marcado por el aislamiento diplomático y comercial de su entorno natural, tanto los Estados Unidos como América Latina. La insularidad cubana después de la frustrada invasión de fuerzas anticastristas a territorio cubano y, sobre todo, los saldos de la crisis de los misiles soviéticos en 1962 hacían una realidad y no una metáfora el ser una isla. El desenlace de la crisis de los misiles, donde la dirigencia cubana sería marginada de los compromisos asumidos, revivía viejos traumas históricos que azuzarían a mostrar la soberanía política como rasgo de independencia. Esta característica se abriría para el nuevo aliado, la Unión Soviética, pero estaba destinada a reafirmar la nueva identidad cubana a los Estados Unidos, ahora con una lucha abierta en cualquier frente.

 

¿Por qué la revolución cubana puede transitar al nuevo mundo poscolonial, esencialmente asiático y africano, trascendiendo su propia geopolítica? Las primeras explicaciones se darían en la lógica de la propia Guerra Fría bipolar: si Cuba era capaz de hacerlo es por la sencilla razón que formaba parte de un operativo mayor financiado y diseñado por la URSS. Una pequeña isla del Caribe no reuniría las condiciones para construir una política exterior independiente. Sin embargo, lo que se apreciaría es un vuelco estratégico en la política exterior cubana mantenida hasta estos momentos: auspiciar y financiar a los movimientos insurreccionales en América Latina que luchaban contra regímenes dictatoriales en la región del Circuncaribe, que incluiría a Centroamérica y alcanzaría a Venezuela y Colombia. Esta política estaba basada en la estrategia que le daba sentido, el replicar el modelo cubano de insurrección armada para tomar el poder en cualquier sitio que reúna las condiciones para ello, empezando con las dictaduras tradicionales como la de Trujillo en República Dominicana, “Papa Doc” Duvalier en Haití y los Somoza en Nicaragua. Esta estrategia alcanzaría su corolario con la consigna atribuida al comandante Guevara de crear muchos vietnams al mismo tiempo, buscando replicar a la Sierra Maestra.[8] Esta idea sería alimentada por la experiencia cubana de la crisis de octubre de 1962, la cual daría el vuelco de la política exterior cubana más allá de América Latina e instalaría a Cuba como actor de la Guerra Fría en el África Subsahariana En una extensa entrevista concedida al periodista norteamericano Lee Lockwood en 1967, Castro compartiría el análisis que lo llevaría a una conclusión demoledora:

 

Estados Unidos cree que el equilibrio nuclear les deja las manos libres para llevar a cabo este tipo de agresiones [de baja intensidad] sin peligro de que estalle un conflicto de esa naturaleza. Del mismo modo, los revolucionarios creemos que la guerra revolucionaria se puede llevar a cabo sin peligro de conflicto nuclear. Es decir, la única contrapartida de la actual estrategia estadounidense, la de intervención, las represalias controladas y la guerra local, es la política de ofrecer pleno apoyo a las luchas de liberación de todos los pueblos que deseen librarse del imperialismo (Lockwood, 2016: 260).[9]

El fracaso del primer envión insurreccional en el Circuncaribe limitaba el margen de maniobra para continuar con la política de promover a cualquier movimiento insurreccional que se inspiraba en el modelo de la Sierra Maestra. Aislada de su propio entorno geopolítico, el Circuncaribe como puerta de entrada para toda América Latina, Cuba tendría que girar sobre sí misma para encontrar opciones para salir del aislamiento político y diplomático; la resistencia a los ataques norteamericanos le ha forjado su prestigio y la precede al encontrarse con la revolución africana paralela en tiempo: Argelia.

 

La independencia de Argelia, tras una cruenta guerra de liberación, iría marcando ciertos paralelismos que terminarían por “hermanarla” con la revolución cubana. Junto con Egipto, Argelia forma parte de la primera oleada de descolonización del norte de África, aunque la revolución nacionalista de los jóvenes oficiales del ejército egipcio se hace del poder en 1952, compartían la misma matriz ideológica, el nacionalismo. Así, si se quiere encontrar una formación paralela, la primera fecha estaría relacionada con el golpe de Estado de Fulgencio Batista (10 de marzo de 1952), mientras que a consecuencia del asalto al cuartel Moncada (26 de julio de 1953) Fidel Castro y sus primeros seguidores van a la cárcel, los argelinos estarían formando l Frente de Liberación Nacional en 1954, justo en El Cairo. Como señalaría años después el primer embajador cubano en Argelia, Jorge “Papito” Serguera Riverí (2008: 93) en Cuba se pensaba que Argelia seguía los pasos cubanos, de tal manera que, por ejemplo, existía una simbiosis entre las estructuras generadas por ambos procesos, para empezar la insurrección armada como vía revolucionaria y su aparato en forma de ejército como modelo: el Ejército Rebelde y el Movimiento 26 de Julio cubano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y su brazo político el Frente de Liberación Nacional (FLN). Otro punto estaría en la construcción del discurso historiográfico de la historia cubana (Arboleya Cervera, 2008: 101-128 y Serguera, 2008: 94), donde se enfatizaría la definición “neocolonial” para referirse a la historia de la primera república cubana, de tal manera que Cuba era producto de una relación de subordinación y dependencia con los Estados Unidos, como Argelia con respecto a Francia, y a partir de ella había producido su experiencia socialista. La estrategia cubana se articularía en estos dos niveles, y resaltaría por su simpleza: primero la necesidad de romper el bloqueo norteamericano y que mejor manera de hacerlo a través de la promoción de todas las opciones insurreccionales que se identificaban con el antiimperialismo. Se trataría, justificarían los cubanos, de una acción defensiva (Serguera, 2008: 95). La primera operación cubana en ese sentido fue precisamente en Argelia. Inicialmente como un gesto solidario al enviar un cargamento de armas antes de concluir la guerra de independencia, recibir a un grupo de huérfanos y mutilados de guerra argelinos, además de albergar a un grupo de militantes del FLN-ELN para su adiestramiento militar en Cuba. Después, en 1963, Cuba reiteraría el apoyo al enviar un contingente de soldados para participar a favor de Argelia en su enfrentamiento militar contra Marruecos (Gleijeses, 2002).

 

Argelia, a cambio, serviría de anfitrión para presentar a los cubanos entre los diversos movimientos de liberación nacional que pululaban tanto en Argel[10] como en El Cairo. Para entonces, la capital argelina se había convertido en uno de los principales centros de operación para los militantes revolucionarios del sur del Sahara.[11] La embajada cubana con Papito Serguera al frente, se convertiría en punto clave para encuentros y entrevistas de diversa índole, aunque casi todas ellas con un alto grado de conspiración revolucionaria. Por ahí pasarían en diversos momentos los congoleños Gbenye y Sumaliot; el angoleño Agustinho Neto; Abdulrahman Mohamed Babu de Zanzíbar; Marcelino dos Santos de Mozambique; el presidente provisional del Congo Brazzaville Alphonse Massemba Debat (Serguera, 2008: 198).

 

Estos contactos previos sirvieron para que en diciembre de 1964 el comandante Ernesto Guevara arribara a Argel como punto de partida para una extensa gira que incluiría Mali, Ghana, Congo Brazzaville, Dahomey (actual Benin), Togo y Tanzania,[12] además de Beijing y El Cairo. Con esta gira, Cuba demostraba su interés en elevar la importancia de sus relaciones con la zona, ampliaba sus contactos con los gobiernos establecidos como parte de un mayor involucramiento con las solicitudes de ayuda revolucionaria que estaba recibiendo en su embajada de Argel. El potencial africano se revelaría para los objetivos cubanos posteriores a la crisis de los misiles soviéticos, pues según el embajador Serguera (2008: 203) África aparece como una variante atractiva mientras se prepara el objetivo principal: convertir a los Andes en el Vietnam americano. En la agenda desarrollada por la diplomacia de Guevara,[13] la entrevista con el líder angoleño Agustinho Neto en la capital del Congo Brazzaville, se revela como uno de los puntos de mayor importancia pues este le ofrece un panorama de la situación local de los dos Congo y regional de las zonas en proceso de liberación, como era el caso de la propia Angola y demás dependencias portuguesas en el área. Neto pide a Guevara instructores militares para su organización y ofrece el material humano suficiente para iniciar un foco insurreccional que sirva de escuela de revolucionarios que irradiaría toda la zona. El comandante Guevara aceptaría la propuesta pues coincidiría con su propia estrategia preconizada desde sus primeros escritos como revolucionario. Dar es Salaam, es la última parada y donde se concentraban la mayoría de los solicitantes congoleños, angolanos y mozambiqueños del apoyo cubano. Todos solicitaban lo mismo: armas y viaje a Cuba para recibir entrenamiento militar. En sus correrías por diversas ciudades africanas, de Argel a Dar es Salaam, el mensaje del comandante Guevara es el mismo: Cuba se identificaba con las luchas de liberación nacional contra el colonialismo y el neocolonialismo para formar un gran frente antiimperialista global que abonaría en el florecimiento de la verdadera comunidad socialista de naciones. Guevara consideraba que en el África poscolonial se encuentra a “uno de los campos de batalla contra todas las formas de explotación que existen en el mundo: contra el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo” (Anderson, 1997: 540). En entrevista hecha por la viuda de Frantz Fanon, Jossie Fanon, para Révolution Africaine, remataría con su idea del aparato global revolucionario: “…prevemos la instauración de un frente continental de lucha contra el imperialismo y sus aliados internos. La organización de este frente llevará algún tiempo, pero cuando se forme será un golpe duro contra el imperialismo. No sé si será un golpe definitivo, pero será un golpe duro” (Anderson, 1997: 540). Guevara veía la oportunidad de construir un escenario y aparato internacional que Cuba pudiera controlar desde el principio. Su principal escollo era Nasser y su liderazgo con los No Alineados y su antecedente, la Organización Afroasiática de Solidaridad. África y Asia –con Vietnam como ejemplo a la punta− ofrecían el camino global donde Cuba podría transitar para traspasar su propia geopolítica y ser parte de la revolución global antiimperialista, misma que ayudaría a suprimir el conflicto chino soviético al obligarlos a financiar el esfuerzo bélico. Esta idea sería expresada en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática en febrero de 1965 (Guevara, 1985).

 

Las primeras reuniones con las organizaciones congoleñas serían en Dar es Salaam, principal ciudad de Tanzania y futura retaguardia para la ayuda al Congo, desplazando a Argel; este cambio se repetiría por diversas ciudades conforme la estrategia cubana se asentaba en la línea del frente de las colonias portuguesas, principalmente Angola, una década después. [14] En su diario de campaña, Guevara anotaría lo caóticas y decepcionantes que resultarían este tipo de conversaciones. Su primera observación sería sobre “la gran cantidad de tendencias y opiniones diversas”. Dicha reunión prefiguraría lo que sería la operación congoleña: los nativos piden una cosa y Guevara les ofrece otra, a la vez que tiene que negociar con cada una de las tendencias para llevar a cabo cada una de las tareas. Salta a la vista que los nativos no captaron los matices geopolíticos de lo que se jugaba y que iba más allá de sus intereses nacionales, e incluso tribales: el Congo se convertiría en la guerrilla madre que irradiaría al resto de los países de la zona, de ahí su papel continental. Guevara recordaría que en vez de eso:

 

La reacción fue más que fría; aunque la mayoría se abstuvo de toda clase de comentarios, hubo quienes pidieron la palabra para reprocharme violentamente por haber dado ese consejo. Aducían que sus pueblos, maltratados y envilecidos por el imperialismo, reclamarían los daños si se producían víctimas… en una guerra por liberar a otro Estado (Guevara, 2009: 33).

 

La reunión terminaría “fría y cortésmente”. En su evaluación, Guevara descubriría que el único que miraba el proceso de liberación nacional en alineación con el antiimperialismo, era el joven Laurent Kabila. Animado por el hallazgo, Guevara se va pensando que, a partir de esta postura, las posibilidades de la guerrilla madre en África tenían futuro. Al regreso pasa por El Cairo y Argel donde pronuncia su disertación en el Foro Económico de Solidaridad que tantos sinsabores le traería en Cuba, además de visitar Beijín en el ínterin. Sin duda, no pasa por alto la importancia e influencia de estos países en el movimiento anticolonialista africano. Quería saber y palpar de los dirigentes de esos países sus posturas ante el proyecto cubano. Tanto Nasser como la dirigencia china expresarían su rechazo en sendas conversaciones. El alineamiento de Cuba con la Unión Soviética era tal, que no podía desligarse de él (Alburquerque y Coloma, 2018).

 

A su regreso a Cuba a finales de febrero de 1965, las cosas habían cambiado. A diferencia de su regreso de Moscú varios meses atrás, el discurso de Argel[15] no fue bien visto por la parte ortodoxa de los viejos comunistas del Partido Socialista Popular cubano, ahora convertidos en artífices de la organización del nuevo aparato político leninista de la Revolución Cubana, ni por los comandantes que encabezaba Raúl Castro. La relación con la Unión Soviética había sido puesta en duda por Guevara en Argel, justo en el momento en que se mantenía un compás de espera para renegociar un nuevo acuerdo de ayuda y asistencia con los soviéticos. La crítica sería, entonces, por partida doble y descubriría la dependencia a la que Cuba se encaminaría si no es capaz de modificar el criterio del intercambio con los soviéticos. El nuevo acuerdo de asistencia cubano soviético podría explicar formalmente las largas ausencias de Guevara como responsable de la industrialización, sin embargo, en este contexto, aunque siga conservando su nombramiento de ministro era evidente que su poder e influencia política en el Aparato cubano habían terminado. Su partida clandestina rumbo al Congo seguirá siendo un tema poco claro, pero de acuerdo con las variables descritas, su salida fue una ofrenda a los soviéticos por el tema de Argel, así como su visita a Beijing. Los soviéticos, a su vez, recibirían con beneplácito la noticia de la salida de Guevara nunca expresada públicamente y, a cambio, ratificarían el convenio de cooperación que beneficiaba ampliamente a Cuba.

 

Quedaría por dilucidar la aparición de Guevara en el Congo Leopolville ya que en el recuento que escribiría posteriormente, dejaría a los historiadores esa la tarea (Guevara, 2009; Dreke, 2003; Gálvez, 1997; Risquet, 2000; Taibo II, Escobar y Guerra, 1994). La historiografía de corte castrista ha mantenido la explicación que esta operación fue una eventualidad para alejar al comandante Guevara de América Latina dados los peligros que allí había para hacer una operación como la que se tenía planeado. Esta explicación tiene lógica al observar que existieron dos frentes en el Congo, el primero donde se destinó a Guevara (el Congo Leopoldville) y el segundo (el Congo Brazzaville) a cargo de Jorge Risquet. Si el primero fue una eventualidad, entonces el segundo sería donde descansaba el verdadero esfuerzo cubano por establecer una fuerza de combate operativa que coadyuvaría a la formación de diversos movimientos de liberación de la zona, de tal suerte que el II Frente se quedaría en el Congo Brazzaville y allí operaría como un contingente militar organizado y capaz de enfrentar los retos que vendrían en los siguientes años (Risquet, 2000; Gálvez, 1997; Pérez Cabrera, 2013; Kiriakou and André, 2020), por ejemplo, intervenir en defensa del gobierno de Massemba Debat cuando se intentó derrocarlo por medio de un golpe de Estado, dando pie al cambio de estrategia cubana en el África Subsahariana: pasar de la idea de formar focos guerrilleros que hicieran el efecto dominó para establecer el Vietnam africano que harían la revolución, al envío de tropas cubanas para intervenir directamente en el Congo Brazzaville y Angola, y posteriormente en Mozambique y Etiopía (Kiriakou and André, 2020: 52-54; Nazario y Benemelis, 1989: 15-16).

 

Conclusiones

 

Cuba se convertiría en un actor serio de la Guerra Fría a partir de la radicalización de su proceso político revolucionario que la llevaría a la definición socialista de su régimen político. Este proceso la pondría en un aislamiento del primer círculo geopolítico cubano, propiciado no solo por la crisis de los misiles soviéticos sino también por el fracaso del primer intento de expandir la estrategia de la Sierra Maestra en América Latina. La globalidad de la Guerra Fría estimularía a la dirigencia cubana ampliar sus horizontes más allá de su geopolítica natural. El África Subsahariana mostraba mejores posibilidades para esta empresa cubana de ofrecer un nuevo reto a los Estados Unidos, en la medida que se acompañarían a los movimientos de liberación nacional estimulados por el proceso de descolonización de la ONU. Ante este contexto, resulta muy ingenuo sostener, como lo ha hecho Gleijeses, que la política africana de Cuba carecía de una estrategia política definida ya que se basaba en un impulso idealista a partir de ayuda desinteresada surgida de la necesidad de compartir el destino de otros pueblos del mundo. Si bien no se puede rechazar tajantemente ese argumento, este no es el único ni el que justifica echar andar una política exterior como la que Cuba implementaría en la década de 1960. Lo mismo podríamos decir que este impulso se basaba en el recientemente adquirido marxismo, a partir de 1962, de Castro y sus comandantes hechos en la Sierra Maestra. Ambos tenían muy claro de lo que se trataba, de misiones internacionalistas, pero sin el adjetivo “proletario” sino más bien “revolucionario” o si se quiere “antiimperialista”, en específico de la revolución cubana. Esta idea se puede observar en las memorias de los soldados y comandantes que participarían en esas misiones aun después de que el marxismo soviético había colonizado el lenguaje político de la élite revolucionaria cubana. Sin embargo, tampoco podemos negar que en algunos documentos oficiales se utilizaba el término “internacionalismo proletario” para referirse a la política que se desarrollaba en África después de 1965. En síntesis, no es el contenido marxista soviético lo que le da verdadero contenido al internacionalismo cubano en África, pues, por otro lado, el interés cubano por la zona se puede datar de 1959, el primer año del poder revolucionario emanado de la Sierra Maestra.

 

La estrategia cubana tuvo dos etapas, la primera se basaba en la creencia que la revolución cubana era igual a todo proceso de liberación nacional en contra del dominio neocolonial, debido a la propia historia cubana republicana con Estados Unidos. A esta etapa correspondería la estrategia de formar focos guerrilleros in situ, con ayuda militar cubana, pero como asesores y formadores de un gran ejército revolucionario que abarcaría varias zonas en conflicto para obligar a Estados Unidos a intervenir militarmente en varios frentes a la vez. El comandante Guevara acompañaría la planeación de esta estrategia con sus viajes africanos entre finales de 1964 y el primer trimestre de 1965, sin embargo, su aparición en el Congo Leopoldville sería un accidente, una contingencia no prevista, debido a la ruptura interna de la élite revolucionaria cubana que lo obligaría despedirse de Cuba. La existencia de un II Frente que operaría exitosamente en el Congo Brazzaville, crearía las condiciones para el cambio de estrategia que vendría en la década de 1970. En este momento, la estrategia cambiaría al intervenir directamente en la zona, enviando tropas y equipos militares.

 

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*Centro de Estudios Históricos, El Colegio de Michoacán, A.C., México. Correo electrónico: mlopez@colmich.edu.mx

[1] Una periodización de la Guerra Fría bipolar establecería que su primer periodo fue la contención, 1945-1953; a la cual le siguieron la globalización que iría de 1953 a 1961; enfrentamiento y cooperación, 1961-1969; distensión, 1969-1977, véase Powaski (2000) y Veiga, Da Cal y Duarte (1998).

[2] Llamados así en la época de referencia. El Congo Leopoldville o República del Congo surgiría en 1960 al transferir la independencia el Estado Belga, se convertiría en el actual Zaire. Por su parte, el Congo Brazzeville o Congo francés obtendría su independencia también en 1960; se convertiría en la actual República Democrática del Congo.

[3] Una muestra de los parámetros de debate actual desde la academia latinoamericana, cfr. Marchesi, 2017, y la “Introducción” al dossier temático coordinado por Rostica y Sala, 2021. En ambos casos, la discusión se está moviendo hacia la perspectiva transnacional, al lado de la historia del presente, y el sur global.

[4] La obra que Piero Gleijeses le dedicaría a la política exterior cubana en África, tuvo como hipótesis, que dicha política se movía por principios idealistas, más que por intereses de estrategia geopolítica en busca de establecer relaciones hegemónicas, de tal manera que el internacionalismo cubano era una acción ética más que política (Gleijeses, 2004 y la clásica Conflicting Missions. Havana, Washington and Africa, 1959-1976, 2002).

[5] La historiografía de las relaciones internacionales norteamericana ha dividido en corrientes de interpretación la literatura producida desde mediados de la década de 1940. Así, tenemos la interpretación ortodoxa que responsabiliza a la URSS del origen del conflicto por su expansionismo agresivo derivado de la idea marxista de revolución mundial. Estados Unidos tuvo que “contener” dicha estrategia de una potencia que quería la desaparición del capitalismo, la democracia y demás aspectos que se derivan del liberalismo, como los derechos individuales y el libre mercado. La interpretación revisionista postula la tesis contraria: la URSS tuvo que defenderse de la agresión capitalista que buscaba asegurarse los recursos mundiales en su beneficio, dispuesto a aplastar cualquier movimiento revolucionario que amenazara sus intereses. La tercera postura es la posrevisionista que establece que ambas potencias tuvieron responsabilidad, pues las acciones hostiles de una y otra provocaron un ciclo de acción-reacción, elevando el nivel de animosidad periódicamente. Cabe señalar que actualmente esta historiografía se empeña en buscar las causas del fin de la Guerra Fría (Haslam, 2011; Powaski, 2000; Westad, 2018). Al mismo tiempo, bajo esta misma óptica, tenemos que considerar la producción desde las relaciones internacionales, como Pereira (2003), Veiga, Da Cal y Duarte (1998) y las historias contemporáneas de América Latina, como De Giuseppe y La Bella (2022), Reid (2019), Zanatta (2012). En tiempos recientes ha aparecido nuevas corrientes de interpretación donde se busca dar un espacio diferenciado, y con temáticas específicas, a América Latina para resaltar su especificidad en este periodo, tal es el caso de Pettinà (2018), Alburquerque (2011), Herrera (2021), Joseph y Spenser (2008), Iber (2015).

[6] Sobre la importancia del factor chino que permite que las disputas bipolares se trasladen al escenario poscolonial y la Guerra Fría deje de ser un conflicto por la disputa de Europa, véase Short (2003), Taubaum (2005), Chen (2005). Adicionalmente, el trasladar la contradicción principal a los bordes, permite la distensión y la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

[7] La formación del Movimiento de Países no Alineados es una las vertientes de la Guerra Fría donde se muestra la complejidad de las relaciones internacionales en este periodo. Los países no alineados surgen de la geopolítica de la poscolonialidad, es decir, en la cuenca del océano Índico, que Jrushchov recorre intensamente ofreciendo apoyos para el desarrollo. La Conferencia de Bandung de abril de 1955 inaugura un foro político inédito para este tipo de países que se definen como el Movimiento de Países no Alineados. Su primer eje lo compondría el nacionalismo indio, egipcio e indonesio; posteriormente se le da cabida al socialismo yugoslavo y cubano, para mostrar esta convergencia no siempre armoniosa que oscilaba entre los polos de la Guerra Fría (Huguet Santos, 2003: 397-399).

[8] En estos años se abriría un debate en torno a la teoría revolucionaria que la dirigencia cubana reivindicaba, la cual chocaba frontalmente con la política de coexistencia pacífica que en la era Jruschov la URSS mantuvo como eje de su política exterior. La reivindicación de la insurrección armada donde las “condiciones” lo permitieran confrontaría a los cubanos con los partidos comunistas latinoamericanos que la rechazaban de plano, mientras la URSS mantenía un precario equilibrio entre las pretensiones de su nuevo aliado y las realidades del equilibrio del poder global, por un lado con Estados Unidos, pero por otro, con China en un diferendo no solo teórico sobre los postulados del verdadero marxismo y sus implicaciones en las estrategias geopolíticas que ambas potencias mantendrían en esa década. La postura cubana de neutralidad en este diferendo también mostraría un planteamiento estratégico cubano de unir a todas las fuerzas del campo socialista hasta que el margen de maniobra se agotaría en 1968 con la crisis checoslovaca, donde Cuba definiría plenamente su apoyo la URSS (García de las Heras González, 2022; Haslam, 2011; Chen, 2005; Pavlov, 1996).

[9] La conclusión de Castro es producto de su experiencia del manejo de la crisis de los misiles soviéticos en octubre de 1962. A partir de entonces, el aprendizaje de los conflictos de la Guerra Fría para el dirigente cubano, siempre al lado de los soviéticos, le harían palpar de primera mano, el manejo que hacían las grandes potencias nucleares, las cuales no arriesgaban nada al estimular conflictos de baja intensidad en cualquier parte del mundo. Castro estimaba entonces que Estados Unidos se vería obligado a intervenir en diversos lugares al mismo tiempo, precisamente en el espacio poscolonial más propicio al conflicto, oponiéndose al movimiento revolucionario. En tales condiciones, concluía que “el movimiento revolucionario estallará, antes o después, en todos los países oprimidos y explotados, y si el ‘equilibrio nuclear’ crea una situación en la que el conflicto termonuclear sea cada vez más improbable, ya que ninguno de los bandos lo quiere, Estados Unidos no podrá evitar perder la guerra contra el movimiento revolucionario…” (Lockwood, 2016: 263).

[10] El otro papel de Argelia consiste en dar una cobertura territorial como logística para los movimientos insurreccionales latinoamericanos patrocinados por La Habana. Cuando Argelia va estableciendo relaciones diplomáticas en la región, las embajadas argelinas van acompañando extraoficialmente los asuntos cubanos que no podían atender directamente. En Argelia se recibirían a dos grupos insurreccionales entrenados en Cuba, uno venezolano y otro argentino.

[11] La estructura política del Frente de Liberación Nacional argelino de tener representaciones diplomáticas en diversos países europeos sirve de modelo para los movimientos de liberación nacional al sur de Sahara. Por tanto, era normal que mantuvieran una representación en Argel. A través de la embajada cubana en ese lugar, se darían los primeros contactos y solicitudes de ayuda para viajar a Cuba ya sea por entrenamiento militar o como retaguardia estratégica. El papel de mediador de este país no hubiera sido posible sin la decisión de su primer presidente, Ahmed Ben Bella por transitar por el mismo camino que proponía Cuba. Con él en la presidencia, Argelia se convertiría en un puente que corre en dos vías, una para vincular a Cuba con los movimientos insurreccionales africanos, y la otra, para acercar a Argelia con la ayuda de la Unión Soviética.

[12] A decir verdad, muchos de esos contactos eran previos a esa fecha. Por ejemplo, el guineano Sekou Touré había estado en La Habana en 1961 y se sabe de diversos contingentes africanos se habían preparado en Cuba. Por otro lado, es importante señalar que Raúl Castro asistió a las celebraciones de la revolución egipcia en 1959, donde pronunció un discurso a la par del que hiciera Nasser. Por su parte, el comandante Guevara haría su primera gira afroasiática a mediados de 1959, visitando Egipto, India, Japón y Yugoslavia como puntos centrales, además de Indonesia, el antiguo Ceylán, Pakistán, Sudán y Marruecos. Por tres meses estaría fuera de Cuba; sin duda el viaje tenía un interés estratégico para una etapa posterior, como sostendría uno de los biógrafos de Guevara al confrontar las crónicas que se recopilarían de lo publicado en Verde Olivo, pero sobre todo en “América desde el balcón Afroasiático, septiembre-octubre de 1959” (Guevara, 1985) donde, según este autor, se puede apreciar que el viaje es una necesidad para acomodar y justificar un plan ya elaborado en la mente del comandante: la revolución global bien vale la pena en un mundo desconocido (Castañeda, 1997: 208-211).

[13] Otro punto que salta constantemente en las conversaciones que sostiene el comandante Guevara con los dirigentes políticos de los países recién independizados, como Ghana, por ejemplo, es el futuro y viabilidad de la economía; para entonces la inquietud de Che no era por optar por un sistema económico sino por el tamaño o la escala de la propia economía. Al presidente de Ghana, Kwame Krumah, le preguntaría: “¿Cree usted que con los proyectos actuales puede alcanzarse el desarrollo económico?” (Serguera, 2008: 208 y 242).

[14] El derrocamiento del gobierno de Ben Bella en junio de 1965 modificaría el valor de Argel para los cubanos. Sin embargo, no hay que olvidar la importancia de Brazzeville en ese sentido, donde se asentaría el II Frente a cargo de Jorge Risquet. Véase las palabras de Raúl Castro en ocasión del vigésimo aniversario de la creación de las Columnas Uno y Dos, 7 de noviembre de 1985, donde menciona este cambio a lo largo del tiempo que duró la participación cubana en esa región (Risquet, 2006).

[15] Se trata de la ponencia que el comandante Guevara presentaría en el Foro de Solidaridad Afroasiático en febrero de 1965, celebrado en Argel. Existieron dos puntos para el disenso de la élite de comandantes cubanos y los políticos del PSP pro soviético con Guevara; el primero sería  la responsabilidad de la Unión Soviética y demás países socialistas (incluida China) para financiar el esfuerzo de la guerra revolucionaria allí donde se esté produciendo, sin condición alguna; el segundo, estaría  en la relación entre los países recién liberados del colonialismo y el neocolonialismo y ese mismo campo socialista, la cual debería  estar regulada por la solidaridad y la fraternidad y no por el cálculo económico “del beneficio mutuo” basado en la ley del valor, con lo cual se perpetuaría la dependencia de los países poscoloniales. El asunto calaría hondo, pues Guevara situaba a la Unión Soviética como parte de un sistema global que mantenía la dependencia: “¿Cómo puede significar ‘beneficio mutuo´ vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimiento sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas por las grandes fábricas automatizadas del presente? Si establecemos este tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial” (Guevara, 1985: 490).