Trayectorias olvidadas, tradiciones silenciadas. Guillermo Terrera y la “sociología de cátedra”

 

Forgotten trajectories, silenced traditions. Guillermo Terrera and the “chair sociology”

 

Resumen

Este trabajo reconstruye la trayectoria de un autor poco conocido de la historia de la sociología en Argentina: Guillermo Alfredo Terrera. El objetivo del artículo es demostrar que, a pesar de la pérdida de centralidad de la llamada “sociología de cátedra” en Argentina en la etapa que se abre luego de 1957, esta tradición mantuvo su vigencia en buena parte de los practicantes de la sociología, sobre todo del Interior del país. Por este motivo, el sentido de ocuparse de un sociólogo considerado marginal para el mainstream sociológico argentino tiene que ver con que sus propiedades sociales pueden dar cuenta de la pervivencia del grupo de “sociólogos tradicionales”, el cual siguió participando de la enseñanza de la disciplina en las universidades nacionales, por lo menos hasta la década de 1980. Luego de esbozar algunos aspectos metodológicos que guían la investigación y de enumerar las características de la llamada “sociología de cátedra”, el artículo se centra en reconstruir los espacios de circulación de Terrera para, finalmente, indagar en algunos aspectos centrales de su perspectiva sociológica plasmada en sus obras más importantes dedicadas a la materia. Por último, las conclusiones plantean la relevancia de investigar estas “formas anacrónicas” de enseñar la disciplina, dada su importancia en la divulgación de la ciencia social en espacios ajenos a la formación profesional de los sociólogos argentinos en la actualidad.

Palabras clave: Guillermo Terrera; Sociología; Universidad Nacional de Córdoba

 

Abstract

This paper reconstructs the trajectory of a little-known author in the history of sociology in Argentina: Guillermo Alfredo Terrera. The purpose of this article is to demonstrate that, despite the loss of centrality of the so-called “chair sociology” in Argentina in the stage that opens after 1957, this tradition maintained its validity in a good part of the practitioners of sociology, especially in the Interior of the country. For this reason, the meaning of dealing with a sociologist considered marginal to the Argentine sociological mainstream has to do with the fact that his social properties can account for the survival of the group of “traditional sociologists”, who continued to participate in the teaching of the discipline in national universities, at least until the 1980s. After outlining some methodological aspects that guide the research and listing the characteristics of the so-called “chair sociology”, the article focuses on reconstructing the circulation spaces of Terrera to, finally, investigate some central aspects of his sociological perspective embodied in his most important works dedicated to the subject. Finally, the conclusions raise the relevance of investigating these “anachronistic ways” of teaching the discipline, given their importance in the dissemination of social science in spaces outside the professional training of Argentine sociologists today.

Keywords: Guillermo Terrera; Sociology; National University of Córdoba

 

Fecha de recepción: 19 de mayo de 2022

Fecha de aceptación: 2 de noviembre de 2022

 

 

Trayectorias olvidadas, tradiciones silenciadas. Guillermo Terrera y la “sociología de cátedra”

 

                                                                                                          Esteban Ezequiel Vila*

Introducción

 

La historia de la sociología argentina se ha escrito centralmente desde su capital. La descripción del cambio de condiciones sociales en el posperonismo, en coincidencia con modificaciones cualitativas en la forma de practicar la disciplina, es recurrente entre los estudiosos del campo (Blanco, 2006; Blois, 2018; Sidicaro, 1993, entre otros). A su vez, suele indicarse como observable empírico de este proceso la actuación de Gino Germani al frente de la carrera y el departamento de sociología, fundados en la Universidad de Buenos Aires en 1957.

 

Un advenedizo en este campo de estudios, que comience indagando en los textos más conocidos que explican esta mutación (por ejemplo, Germani, 1964), podría suponer que la disputa entre “sociología científica” y “sociología de cátedra” no hace sino reproducir en el marco de las ciencias sociales el viejo dilema argentino entre Buenos Aires y el Interior que, en definitiva, no es otro que el de “civilización” y “barbarie”. Sin embargo, cuando el análisis sociológico se sitúa en un nivel micro e incluso meso social, el panorama se revela bastante más complejo de lo que, a priori, podría pensarse.

 

Entiéndase entonces el sentido de este trabajo. Aquí no se trata de hacer la historia de “los que perdieron”, sino más bien comprender que, por un lado, el grupo que a partir de mediados del siglo pasado estableció desde Buenos Aires las directrices sobre cómo debía concebirse y practicarse la sociología no lideró de forma automática este campo a nivel nacional y, por otro lado, que los viejos modos de ejercer la disciplina no sólo siguieron existiendo durante un tiempo más que considerable sino que, además, muchas veces convivieron armoniosamente con las nuevas formas.[1]

 

De allí el sentido de ocuparse de una figura marginal de esta historia como Guillermo Terrera.[2]Representante de la “sociología de cátedra” y profesor de la asignatura en las universidades de Córdoba y Buenos Aires, entre otras instituciones, su derrotero es un indicador de la supervivencia de esta tradición con posterioridad a 1957. De hecho, esta sociología practicada por abogados, con todas las características que posee y que se detallarán un poco más abajo, seguiría vigente en Argentina por lo menos hasta la década de 1980.

 

Por este motivo, antes que pensar en “etapas” al estilo de Germani (1964), en la existencia de “escuelas” como Marsal (1963), o en la simbiosis entre la política imperialista de Estados Unidos y las clases sociales vernáculas, según la sugerente investigación de Verón (1974), sea más pertinente abordar esta historia desde la perspectiva de Delich (1977), quien propone estudiar los distintos “estilos de trabajo” presentes entre los sociólogos locales. Por ello, si bien es cierto que lo que este último autor rotula como “sociología de frac” tuvo su momento hegemónico a nivel institucional hasta el primer gobierno peronista, una de las características de la sociología argentina posterior es la coexistencia de varios estilos sociológicos que se superponen en el tiempo.[3]

 

Por lo tanto, si la tentación de pensar en términos esquemáticos la transición de lo tradicional a lo moderno es grande, el sesgo sociológico que trae aparejado la clasificación y generalización hace que se pierdan matices de la realidad que resultarían inaccesibles sin un trabajo empírico en profundidad. Así, resulta más adecuado a esta indagación ver las posibles porosidades entre los diferentes grupos de sociólogos, constituyendo un mosaico de autores que circulan en distintos espacios y establecen vínculos, además de disputar por el sentido de la profesión (Blanco, 2004). Si se quiere, desde la centralidad porteña, una clave de lectura posible de esta pesquisa sería la siguiente: ¿hasta dónde llegó la influencia de Germani?

 

Entonces, la reconstrucción de la trayectoria de Terrera supone seleccionar aspectos relevantes de la vida de este agente social, es decir, dar cuenta de una serie de esferas de acción en las cuales intervino, siendo la sociología la de mayor interés. Aunque la propuesta corre el riesgo de caer en “la ilusión biográfica”, que supone instituir una identidad social duradera por el sólo hecho de que el agente se ubica siempre bajo el mismo nombre, aquí se entiende la trayectoria “como la serie de posiciones sucesivamente ocupadas por un mismo agente […] en un espacio en devenir y sometido a incesantes transformaciones” (Bourdieu, 2011: 127).

 

Esto es, si los individuos poseen historias de vida, las mismas son principalmente, y desde el punto de vista del sociólogo, las historias “de las relaciones de interdependencia que establecieron con otros individuos” (Lahire, 2016: 47). Por ello, si bien la diferenciación social propia de las sociedades complejas daría cuenta de la unicidad de una biografía, la “identidad personal puede desempeñar, y de hecho desempeña, un rol estructurado, rutinario y estandarizado en la organización social, precisamente a causa de su unicidad” (Goffman, 2010: 79).El itinerario de Terrera, que incluyó la estación de la sociología, da cuenta de la persistencia de un grupo social que continuó con una determinada forma de ejercicio de la disciplina. La producción sociológica de este autor mostrará entonces cómo “en lo más personal se lee lo más impersonal, y en lo más individual, lo más colectivo” (Lahire, 2006: 165).

 

En el fondo, esto no deja de ser un ejercicio de lo que Wright Mills (1959) popularizó bajo el nombre de “imaginación sociológica”, es decir, el entrecruzamiento de biografía, historia y estructura social. De tal forma que aquí el punto de partida resultará del “reconocimiento cognoscitivo” de Terrera, es decir, del “acto perceptual de ‘ubicar’ a un individuo, en tanto poseedor de una identidad social” (Goffman, 2010: 91). Terrera fue un profesor universitario de sociología que, aún varios años después de que Germani implantara la “sociología científica” en Buenos Aires, siguió enseñando la disciplina bajo formas “tradicionales”, las cuales suelen caer bajo la denominación de “sociología de cátedra”.

 

Pero, ¿qué debería entenderse por esta etiqueta? La “sociología de cátedra” podría definirse a partir de una serie de características, algunas de las cuales efectivamente formaron parte de la práctica de la disciplina durante la primera mitad del siglo XX, mientras que otras son más bien construcciones atribuidas a ese grupo de “sociólogos tradicionales”, antes que aserciones pasibles de contrastación empírica.

 

En primer lugar, en aquella época la sociología era una materia enseñada en las universidades como formación complementaria para otras carreras, centralmente abogacía, historia y filosofía, aunque también se dictó para estudiantes de economía e, incluso, de agronomía como en el caso de la Universidad Nacional de La Plata. En segundo lugar, al respecto de las características de estos profesores, se trató en general de abogados que hacían de la enseñanza un complemento de sus menesteres principales vinculados a la jurisprudencia. En efecto, muchos de los docentes fueron profesionales del derecho que obraron como jueces (Juan Agustín García, Ernesto Quesada, Alfredo Poviña, Alberto Baldrich), fiscales (Carlos O. Bunge) o trabajaron en estudios jurídicos del sector privado (Raúl Orgaz). Sin embargo, aunque en menor proporción, también hubo profesores de sociología formados en filosofía (Jordán Bruno Genta) y psicología (José Oliva).

 

En tercer lugar, se ha caracterizado a la “sociología de cátedra” como una forma de enseñanza libresca de la materia. Esto es verdadero y va en consonancia con el carácter enciclopédico de la disciplina a nivel internacional, el cual se mantuvo hasta la adopción de la “tesis de la convergencia” parsoniana, expuesta en The Structure of Social Action (1937), durante la segunda posguerra. En cuarto lugar, esa enseñanza era “el límite” de los sociólogos de cátedra, en tanto no desarrollaron investigaciones empíricas. Esto es cierto en gran medida, siempre teniendo en cuenta que varios profesores de sociología atribuyeron suma importancia a la investigación científica e, incluso, algunos de ellos llegaron a realizar parcialmente algunas aproximaciones empíricas.[4]

 

En quinto y sexto lugar aparecen las características más reiteradas entre los practicantes de la sociología de la época peronista, aunque se trata de elementos que comúnmente se asocian al conjunto de la sociología pre germaniana. Por un lado, está el antipositivismo sociológico, cuya “especulación desenfrenada” llegaba al punto de constituirse en filosofía social más que sociología (Germani, 1962) y,por otro lado, se encuentra la adhesión a la doctrina de la Iglesia Católica (Blanco, 2006). Ahora bien, en la mayoría de los profesores de sociología de la primera mitad del siglo XX esto no fue así: Antonio Dellepiane, Juan Agustín García, Ernesto Quesada, Leopoldo Maupas, Alfredo Colmo, Ricardo Levene, Enrique Martínez Paz, Raúl Orgaz, José Oliva y José María Rosa no fueron antipositivistas y el catolicismo tampoco resultó central en sus reflexiones sociológicas.

 

Algo parcialmente distinto ocurre con Poviña, quien impulsó la crítica al positivismo, pero negaba la posibilidad de una “sociología cristiana”.[5]Sin embargo, pueden mencionarse varios autores con las dos últimas características descriptas: Gustavo Martínez Zuviría, Rodolfo Tecera del Franco, Fernando Cuevillas, Alberto Baldrich, Jordán Bruno Genta, Francisco W. Torres, Alberto Díaz Bialet, Julio Soler Miralles, Manuel Bartolomé Trías y, el objeto del presente trabajo, Guillermo Terrera. Todos ellos, con excepción de Martínez Zuviría y Genta, fueron profesores de sociología durante el peronismo y estuvieron ligados a la Iglesia Católica,[6] por lo que más de uno se ganó el título de “flor de ceibo”.

 

Entonces, este trabajo tendrá en cuenta la trayectoria social de uno de los representantes de la “sociología de cátedra”, con el objetivo de corroborar la permanencia de las características señaladas en la enseñanza de la materia. Como ya se ha dicho, esta tradición ha sido muchas veces descuidada por los estudiosos del campo, quienes se han interesado más por la sociología científica y las sociologías que suelen denominarse como “comprometidas”, ya sea en su versión nacional/peronista o marxista, durante las décadas de 1960 y 1970. Sin embargo, una indagación con mayor profundidad mostraría quela “sociología de cátedra”,

 

aunque sus esclerosadas prácticas academicistas limitadas a lo pedagógico desentonaran con las renovadas técnicas de investigación social y perfiles intelectuales comprometidos [en las décadas de 1960 y 1970], no dejaba de ser la tradición sociológica más antigua del país y de controlar la mayor parte del campo sociológico nacional (Díaz, 2013: 2-3).

 

De esta forma, teniendo en cuenta el sentido de la selección de la trayectoria y obra de Guillermo Terrera, así como las particularidades de la “sociología de cátedra”, se avanzará en un primer momento sobre el devenir de la vida del autor, dando cuenta de los espacios sociales por los cuales circuló, los cargos que ocupó y sus principales vínculos con la sociología. En una segunda instancia, se abordarán las concepciones sociológicas de Terrera, sus modificaciones en el tiempo y la perspectiva que finalmente dominó en su obra. Por último, las conclusiones retomarán los elementos más importantes que hayan surgido a lo largo del trabajo, con el objetivo de demostrar la supervivencia de la “sociología de cátedra” en las décadas posteriores al advenimiento de la “sociología científica”, así como los posibles cruces entre ambos grupos de sociólogos.

 

Guillermo Terrera (I): Sociología, antropología y otras yerbas

                                    

Guillermo Alfredo Terrera[7] nació en la ciudad de Córdoba el 26 de septiembre de 1922 y fue hijo de Nicolás Terrera y Margarita Patrucco. Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba (FDCS-UNC), donde se recibió como Escribano y Abogado en 1946. Tres años después se graduaría como Doctor en Derecho y Ciencias Sociales con una tesis titulada Sociología de la Educación, publicada al año siguiente por la propia universidad, y en 1951 obtendría su título de Profesor Universitario Diplomado. Al respecto de esto último, puede observarse que la docencia fue su actividad principal, aunque también la combinó con cargos administrativos.

 

Sus puestos más importantes en la Universidad Nacional de Córdoba tuvieron lugar a partir de 1946, cuando esta institución fue intervenida por el peronismo, movimiento político en el cual militó desde sus orígenes. Entre la victoria electoral de 1946 y el derrocamiento de 1955, Terrera ejerció varios cargos al frente del aula: fue profesor de Prehistoria, Historia Antigua y Sociología en la FDCS-UNC (donde además fue Consejero Titular entre 1953-1955); dictó Instrucción Cívica e Historia Argentina en el Colegio Nacional Deán Funes; estuvo a cargo de las materias Plan Quinquenal y Sociología y Política en la Escuela Sindical de la Confederación General del Trabajo; y enseñó Sociología en los Cursos para Oficiales Superiores de la Policía de la Provincia de Córdoba. A su vez, fue investigador del Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore.

 

En estos años, Terrera trabajó para el Banco de la Nación Argentina (1942, 1947), el Consejo Nacional de Estadística y Censos (1945), el Departamento Provincial del Trabajo (1942), fue vocal del Tribunal de Cuentas de la Municipalidad de Córdoba (1947), asesor letrado y presidente de la Comisión Administradora del Trasporte Automotor (1949), asesor letrado del Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Córdoba (1940) y de la Policía de la Provincia de Córdoba (1950-1955), miembro de la Comisión de Presos y Liberados (1951) y de la Comisión Redactora del Código de Faltas de la Provincia de Córdoba y Presidente del Consejo Supremo de Justicia Policial de la Provincia de Córdoba (1954-1955).

 

Luego del golpe de Estado de 1955, permanecería alejado de la universidad pública hasta la década de 1970, cuando la legalidad del peronismo fue restablecida. En esos 18 años de proscripción se desempeñó en instituciones privadas como el Instituto Superior Universitario de Boulogne, donde enseñó Antropología Cultural, Sociología, Historia Argentina, Lógica e Historia de la Civilización y ejerció el decanato de la Facultad de Ciencias de la Educación. También dictó Sociología en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Bartolomé Mitre de Olivos (1966-1968) y las materias Historia Argentina e Historia Contemporánea en el Colegio Nacional Suizo-Argentino, donde además fue rector.

 

Terrera también participó activamente de la Universidad Argentina John Kennedy. Aquí enseñó Antropología Cultural y tuvo a su cargo los decanatos del Departamento de Antropología y de la Escuela de Ciencias de la Educación y, antes del retorno del peronismo a la vida política nacional, fue profesor de Política Social en el Instituto Superior Diocesano de San Isidro (1970-1972), ciudad donde residió con su esposa, la escribana Eduviges Villar Azurmendi, y sus tres hijos. En 1974, momento en que se acentuó el clima represivo durante el gobierno peronista, Terrera tuvo la oportunidad de volver a trabajar en la FDCS-UNC, a partir de la creación de las cátedras “B” y “C” de Sociología por parte del decanato de la facultad (Chamorro, 2007).

 

Una vez instaurado el golpe de estado de 1976, y después de haber permanecido cerrada durante varios cuatrimestres, la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires se reabriría con un plantel docente totalmente nuevo, del cual Terrera formaría parte. En particular, dictaría la materia Política Social, que estaba dedicada a estudiar la organización y articulación de la sociedad y el estado en sus distintos niveles. Sin embargo, hacia finales de la década de 1970 Terrera tendría un giro importante en su derrotero intelectual, lo cual lo haría un autor mucho menos prolífico en materia sociológica. Luego de 1978, se dedicaría con entusiasmo creciente al estudio de cuestiones vinculadas a la metafísica, la espiritualidad, la ufología, el ocultismo y el esoterismo, publicando varios libros sobre estos temas hasta su fallecimiento en 1998.[8]

 

Recapitulando, puede apreciarse que Terrera fue durante poco más de 30 años un abogado que se dedicó centralmente a la docencia, con una marcada inclinación hacia las ciencias sociales y, en especial, a la sociología. De hecho, fue miembro de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y participó en encuentros de esta disciplina como los Congresos Nacionales de Sociología de Buenos Aires (1950) y Santa Fe (1971) y los Congresos Internacionales de Sociología de Buenos Aires (1953; 1960). A su vez, siguió cursos de especialización de esta disciplina con Alfredo Poviña (1945), Raúl Orgaz (1946) y Francisco W. Torres (1947) en la Universidad Nacional de Córdoba y con Alberto Baldrich (1950) en la Universidad de Buenos Aires.

 

Sin embargo, este recorte de su trayectoria impediría ver otras facetas del autor, ya que Terrera también se interesó por temas fronterizos de la sociología como el folklore, la tradición, la lingüística, la política, etc., y formó parte de asociaciones con finalidades muy divergentes. Por ejemplo, fue miembro de la Academia Americana de la Historia, de la Sociedad Argentina de Escritores, de la Agrupación Gauchos de la Patria y del Journal of American Studies, entre otros. Por fuera del mundo académico, estuvo dedicado a actividades agropecuarias, rubro donde obtuvo las membrecías de la Asociación de Criadores de Aberdeen Angus, la Junta Nacional de Carnes y la Federación Agraria Argentina. A su vez, se desempeñó como Síndico de la Cooperativa de Productores “Unión Tamberos del Centro” de Córdoba.

 

Esta pluralidad de pertenencias sociales y actividades también se expresa en su obra. A lo largo de toda su trayectoria, Terrera publicó más de 70 libros sobre los temas más variados: historia, política, antropología, sociología, lingüística, musicología, política universitaria, política agropecuaria y metafísica.[9] Al mismo tiempo, en su carácter de funcionario público durante el peronismo, y en los años posteriores como militante político, presentó más de 20 anteproyectos de leyes y ofreció más de 150 conferencias al público en diversas instituciones nacionales, entre las cuales pueden destacarse varias dedicadas al pensamiento sociológico: “Sociología de la Realidad” (1949), “La Sociología de Alfredo Vierkandt” (1949), “La Sociología de Max Weber” (1949), “Realidad Social Argentina” (1950), “Sociología y Política” (1951), “Los procesos Socio-Económicos, Desplazamientos Humanos Internos y Externos” (1972), “Marxismo y Peronismo” (1974), entre otras.

 

Buena parte de sus libros fueron publicados por instituciones locales como las universidades nacionales de Córdoba, Buenos Aires, Litoral, Cuyo, la Sociedad Folklórica Argentina, la Academia Argentina de Letras y las editoriales El Escorial, Peña Lillo, Minerva y La Reforma, aunque la mayoría fueron editadas por Plus Ultra. Sus trabajos también suscitaron interés en muchos países extranjeros, siendo varios de ellos divulgados por el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, la embajada de la República de Irak, el British Broadcasting Corporation (Londres) y las universidades de Hamburgo (Alemania), Teherán (Israel), Central de Caracas (Venezuela), Bagdad (Irak), Trípoli y Bengasi (Libia).[10] Esto implicó también que fuera traducido a varios idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y árabe (Terrera, 1993).

 

Por último, como ya se ha dicho, Terrera fue de simpatía peronista y, de hecho, siempre militó en partidos de tendencia nacionalista. En su juventud formó parte de FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina) en 1940, fue uno de los fundadores de la Unión Federal Demócrata Cristiana (1943) y se afilió al Partido Laborista en 1945.[11] Esto le valió su detención en 1955 por parte del Comando Militar de Córdoba, el cual emitió una orden de fusilamiento que finalmente no fue cumplida, por lo que permaneció detenido en la cárcel militar de la provincia durante el año 1956. Una vez liberado, fundó el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) en 1958 y lideró el Grupo Revolucionario “Patria Vieja” (1957-1963). Dados los intentos de derrocamiento de la dictadura instaurada en 1955, Terrera se vio obligado a exiliarse del país en tres oportunidades distintas: dos veces en Uruguay (1957 y 1960) y una en Bolivia (1963).

 

En definitiva, la trayectoria de Terrera muestra una gama de actividades académicas y extra-académicas que podrían sugerir la realización de varios trabajos en torno a su persona y obra. Se trata de un personaje ligado al catolicismo e interesado por las ciencias sociales, con relaciones con el Estado e importantes asociaciones del espacio público, así como reconocimiento internacional. En este sentido, no se trata de un “hombre marginal”[12] por lo que, como se verá en el siguiente apartado, era esperable que no realizara innovaciones intelectuales.[13]

 

Sin embargo, en el terreno sociológico sus cargos de mayor jerarquía tuvieron lugar cuando ejerció la docencia en las universidades de Córdoba y Buenos Aires, es decir, en momentos de claro retroceso de la disciplina: el primer peronismo y la última dictadura militar. A su vez, su formación en la materia estuvo vinculada a los cursos de especialización que tomó con “sociólogos de cátedra” ajenos a la renovación germaniana (Orgaz, Poviña, Torres y Baldrich). Finalmente, su membrecía en ALAS resultó nominal, ya que no hay registros de una participación activa en sus congresos. Por lo tanto, Terrera fue un agente secundario aún dentro del grupo sociólogos que quedó al margen de las nuevas formas de practicar la disciplina.

 

Entonces, como aquí interesa el desempeño de Terrera como “sociólogo de cátedra”, es decir, como representante de una forma particular de practicar esta ciencia social, y dado que no ha suscitado más que unos pocos comentarios entre los especialistas,[14] es importante para los objetivos del presente trabajo saber cuál era el sentido que este autor atribuía a la sociología, cómo la definía, de qué problemas intelectuales debía ocuparse, etc. Así, en el próximo apartado se seleccionarán algunos de sus trabajos más relevantes en torno a la disciplina, con el objeto de dar cuenta de su categorización como exponente de esta tradición.

 

Guillermo Terrera (II): La sociología, ciencia del espíritu

 

Como se ha dicho en el apartado anterior, Terrera fue autor de más de 70 libros, entre los cuales una porción importante estuvo dedicada a la sociología (véase Anexo). Debido al giro hacia la metafísica que este autor experimentó luego de 1978, aquí se le prestará especial atención a sus obras sociológicas (y sobre temas adyacentes a la sociología) hasta esa fecha. Entre ellas se encuentran algunos de los manuales que publicó durante la década de 1960, como su Tratado Teórico-Práctico de Sociología (1969). Este texto fue su obra más importante en el campo sociológico, ya que se convirtió en una lectura recomendada por la UNESCO para la enseñanza de la disciplina en América Latina.

 

Sin embargo, sus primeros escritos no estuvieron vinculados a la sociología sino que fueron intervenciones políticas. Por ejemplo, en Comentario político-social argentino Terrera (1946:13) sentaba su postura al respecto de los acontecimientos que estaba viviendo el país diciendo “soy partidario de Perón”. Aquí enumeraba los logros de la gestión del hasta entonces secretario de trabajo y lanzaba acusaciones violentas contra la “oligarquía plutocrática”, la cual estaba compuesta varias asociaciones empresariales del país: Unión Industrial Argentina, Centro y Bolsa de Comercio, Sociedad Rural Argentina, entre otras. A su vez, señalaba con virulencia a los “coimeros”, a los “diputados mudos”, a la “oligarquía decadente”, a la “oligarquía universitaria”, a las “familias patricias”, pero sobre todo, y especialmente, “a esos señores que hablan rumbosamente de libertad y de normalidad constitucional, cuando uno debería gritarles que renuncien a los dos o tres puestos que ocupan y a las 50!! horas de cátedra que detentan, como hay muchos” (Terrera, 1946: 40).

 

Terrera identificaba con claridad a sus adversarios en la universidad, quienes ostentaban los cargos de mayor jerarquía, lo cual se modificaría a su favor al año siguiente con la sanción de la ley universitaria del peronismo.[15]Por ello llamaba a luchar contra el nazismo y el comunismo, defendiendo la democracia social impulsada por el coronel Juan Domingo Perón. Ni demasiado “pauperismo” ni excesivo “super-capitalismo”, lo que traería felicidad al pueblo era la justicia social iniciada el 4 de junio de 1943. Para llevar esto a cabo, según sostendría en la disertación Nacionalismo Social Argentino (1949), y desde la perspectiva de una sociología de la cultura, era necesario un conductor para las masas nativas.

 

Los conductores son los personajes que manejan la acción de las masas. Ellos representan por sí solos la ecuación colectiva del grupo y se convierten en el símbolo animado o viviente de todos los yo individuales proyectados en el yo de la comunidad. El caudillo sugestiona y subordina a los grupos, pues la propia multitud en función de su incapacidad para dirigirse organizadamente entrega la autoridad y la jerarquía en manos de su conductor (Terrera, 1949: 27).  

 

Terrera indicaba que el liderazgo era una necesidad para los movimientos multitudinarios en la historia argentina. Por lo tanto, resultaba necesario un trabajo en conjunto de filósofos y sociólogos nacionales para,

 

estructurar y sistematizar científicamente todo el material de lo cultural argentino, pues necesitamos crear una filosofía y una sociología de lo autóctono, pero apoyándonos en los métodos, procedimientos y sistemática científica de los conceptos universales e inmutablemente aceptados, para obtener una corriente doctrinaria con un claro sentido de lo argentino (Terrera, 1949: 33-34).

 

Esta última indicación es por demás interesante porque Terrera, si bien reclamaba autenticidad en los temas de estudio que corresponderían a una sociología vernácula, no renegaba de los procedimientos científicos aceptados de forma universal. De hecho, en su tesis doctoral, y a diferencia de otros exponentes de la “sociología de cátedra”, reconocía que a nivel internacional se estaba produciendo el abandono de las viejas prácticas teóricas de la disciplina así como aproximaciones al campo de la experimentación y de las realizaciones prácticas. “Este nuevo impulso de la ciencia social se ha hecho sentir con notable brío en los pueblos de origen anglo sajón o nórdico [sic], ya de suyo grandemente realizadores y prácticos” (Terrera, 1950: 11).

 

De todas maneras, la tesis estaba enfocada en una sociología especial (de la educación), que Terrera separaba de la Sociología General, plasmando por primera vez una delimitación de los alcances de esta ciencia que reiteraría en los manuales de la década de 1960. Para Terrera (1950), la sociología “es la ciencia de las relaciones humanas y sus productos, esto último dicho sin ánimo de definir, pues entiendo que las definiciones nunca abarcan el contenido total de la ciencia que define” (p. 14).

 

Esta conceptualización era la misma que Alfredo Poviña (1945), profesor de sociología de Córdoba y Buenos Aires, había tomado de Alfred Vierkandt y que luego Terrera hizo suya, ya que estaría presente en sus escritos posteriores. La misma venía de una división de aquello a lo cual los sociólogos podían prestarle atención. Por un lado, estaba la sociedad “en estado naciente”, es decir, las acciones e inter-acciones entre individuos, siempre de carácter “espiritual” o “inter-mental” y, por otro lado, la sociedad institucionalizada, equivalente a la definición de “instituciones” desarrollada por Émile Durkheim en Las reglas del método sociológico (1895).

 

Sin embargo, a pesar de esta amplitud en la definición, Terrera tomaba partido por el nominalismo sociológico. Así, entendía que la sociedad estaba formada por dos elementos fundamentales: “la simple agregación de individuos […] y los procesos de interacciones entre todos y cada uno de ellos” (Terrera, 1966: 9, énfasis en original).Al mismo tiempo, aceptaba la distinción formulada por Wilhem Dilthey entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura. Estas últimas estudian los productos del espíritu humano, “que no tienen cantidad, sino cualidad, son ciencias de cualidades y no pueden ser medidas ni experimentadas empíricamente” (Terrera, 1966: 17).

 

Esta afirmación resulta toda una declaración de principios en la medida que la sociología ingresaba dentro de estas últimas, siendo además caracterizada como una “ciencia general y abstracta” (Terrera, 1966: 20), es decir, que la ciencia social fundamental y general sería la sociología, mientras el resto de las ciencias sociales particulares no serían más complementos que aportarían a la comprensión de la totalidad social. Por lo tanto, Terrera seguía la línea iniciada por Raúl Orgaz en la Universidad Nacional de Córdoba a mediados de la década de 1920 y luego continuada por Poviña. De hecho, la estructura de los manuales de Terrera (1966, 1969) imita en gran medida lo realizado por este último en su trabajo de los años cuarenta.

 

En ambos textos aparecen capítulos dedicados a la definición de sociología, las relaciones de ésta con otras ciencias particulares, la historia de la disciplina desde la Grecia clásica hasta comienzos del siglo XX, los métodos de la sociología, la conciencia social, la organización y el cambio social, el grupo regulado y su unidad funcional, la historia de las ideas argentinas, etc. No obstante, entre las sociologías especiales había una que a Terrera le interesaba especialmente que era la sociología jurídica, lo cual también estuvo presente en las reflexiones de Poviña (1954) aunque no con mayor importancia que otras ramas de la disciplina.

 

Ahora bien, en el marco de la “sociología de cátedra” un aspecto llamativo de los textos de Terrera esen relación al método. En el capítulo dedicado a este tema realizaba una compilación de las diferentes metodologías utilizadas por los sociólogos en sus investigaciones para luego clasificarlas en dos grandes casilleros: “los métodos cuantitativos que buscan conocer el aspecto externo de los fenómenos sociales y […] los métodos cualitativos, que se dedican exclusivamente a conocer la trama psíquica del hecho o fenómeno social” (Terrera, 1966: 46, énfasis en original). Ambos tipos de método, según entiende el autor, no se excluyen sino que se auxilian y complementan unos a otros, cuestión que en efecto fue llevada a la práctica por el propio Terrera en la investigación que realizó sobre el vocabulario del habla popular argentina. Allí sostenía que el método implicado en su pesquisa,

 

es el denominado “histórico-cultural”, que realiza dos etapas diferentes de trabajo. En la primera, observa, constata, recopila y clasifica la mayor cantidad de elementos, sean éstos de orden material o espiritual. Esta posición metodológica es generalmente de índole cuantitativa y busca reunir cantidades de elementos a investigar. A partir de esta clasificación, el método se convierte en cualitativo y surgen formas intelectuales de deducción, conclusión, análisis y generalización […] [Estas dos metodologías están ligadas entre sí] pues el planteo cuantitativo en un trabajo como el presente es base imprescindible para la evaluación cualitativa y ésta, a su vez, para el anterior (Terrera, 1968: 11).

 

No obstante, tan sólo con una somera lectura de sus textos se evidencia que los conocimientos de Terrera sobre los avances en materia de cuantificación social, en pleno auge por estos años, eran por demás endebles. Por ejemplo, en el capítulo 11 de su Tratado Teórico-Práctico de Sociología (1969), luego de una escueta definición de las clases sociales y sin citar ninguna fuente ni explicar la forma de construcción de sus datos, Terrera señalaba que en las llamadas “comunidades abiertas”, de las cuales Argentina era un ejemplo, la distribución poblacional entre las clases alta, media y baja sería 10% la primera, 60% la segunda y 30% la tercera. Por el contrario, en las “comunidades cerradas”, también llamadas “grupos humanos de tipo totalitario”, un 15% de la población pertenecería a la clase alta mientras que el 85% restante formaba parte de la clase baja o pueblo.

 

Evidentemente, Terrera resultaba anacrónico para la forma en que se practicaba la sociología de entonces. Esto se reiteraba en el plano político, lo cual se hace palpable en varios trabajos de comienzos de la década de 1970 (Terrera, 1970, 1971, 1972, 1973b), los cuales son ambiciosos proyectos de reforma social que incluían una serie de aspectos muy amplios como la familia, la vivienda, la salud, el turismo y el descanso, la educación, la seguridad social, la industria, el transporte, el sistema bancario e impositivo, la justicia, la producción agropecuaria, la obra pública, la descentralización burocrático-administrativa, entre otros. En síntesis, podría decirse que Terrera rechazaba los procesos revolucionarios que la juventud que adhería a su partido político impulsaba en estos años y, por el contrario, abogaba por la construcción de un nacionalismo corporativista, donde la representación pudiera ser practicada directamente por los miembros de las asociaciones profesionales y prescindir así de los políticos profesionales.

 

Finalmente, deben citarse dos gruesos volúmenes de mediados de los años setenta: Antropología Social y Cultural (1973a) y El Hombre y la Sociedad (1975), aunque ninguno de los dos está dedicado estrictamente a la sociología sino más bien a contenidos de sus orillas. El primero de ellos, por obvias razones, está vinculado a la antropología aunque podría decirse que en partes iguales a la rama biológica de la disciplina cuanto a la social y cultural. Un aspecto relevante del libro, y que se reitera en el segundo trabajo citado, es la abundancia de referencias a la historia social del hombre. De hecho, El Hombre y la Sociedad contiene varios capítulos donde se estudian la historia argentina y americana, con el objetivo de desentrañar qué es lo que constituye el verdadero “ser nacional” argentino, tema sobre el cual Terrera publicaría un trabajo en la década siguiente (Terrera, 1983).

 

A su vez, en el libro de 1975 vuelve a aparecer el derecho y su vínculo con la sociedad, es decir, la ya mencionada sociología jurídica que había captado su atención desde sus primeras publicaciones y, nuevamente, una abundante cantidad de páginas dedicadas a la reforma social que debía impulsarse en el país. Por último, como también se ha mencionado un poco más arriba, en estos años Terrera estableció vínculos políticos importantes con algunos países de Medio Oriente. Por este motivo es que aparecieron algunos escritos orientados a la geopolítica (por ejemplo, Terrera, 1976, 1979) los cuales, sin embargo, no revisten mayor importancia para los fines del presente trabajo.

 

En resumen, podría decirse que Terrera tuvo un primer período de producción intelectual fuertemente ligado a la sociología. Son los años del primer peronismo cuando no sólo toma cursos con Orgaz, Poviña, Torres y Baldrich, sino que además ingresa a dictar clases en la FDCS-UNC. Es a partir de esta formación sociológica que Terrera adopta su perspectiva al respecto de las características y modalidades de ejercer la disciplina. Con posterioridad, no se observa ninguna innovación de importancia en relación a la materia durante los años en los cuales el peronismo se mantuvo en la ilegalidad y Terrera publicó sus obras más célebres.

 

Entonces, este anacronismo se explica, por un lado, porque su formación intelectual estuvo vinculada al grupo de “sociólogos de cátedra” mencionados y, por otro lado, debido su adhesión al peronismo. Ambos elementos devinieron factores de primer orden para su desencuentro con los sociólogos científicos asentados en Buenos Aires. Por ello, no sólo la teoría de la modernización sino también las metodologías de investigación empírica que Germani impulsó desde la carrera y el instituto de sociología de la UBA quedaron muy alejadas de los manuales que dio a conocer en la década de 1960. Si esto fue así en estos años, durante el decenio siguiente Terrera se alejaría aún más del centro del debate sociológico a nivel nacional, cuando las “sociologías comprometidas”, ya sean peronistas o marxistas, se hicieron con los lugares de preeminencia en los espacios de enseñanza de la disciplina en varias universidades locales (Sidicaro, 1993).

 

Conclusiones

 

Este trabajo ha reconstruido algunos aspectos centrales del derrotero de un personaje secundario en la historia de la sociología argentina. Esta trayectoria, sin embargo, presenta un elemento de suma relevancia para entender la persistencia en el tiempo de formas de enseñanza de la sociología que, aunque crecientemente en desuso y opacadas por la perspectiva dominante centrada en Buenos Aires, no dejaron de existir en el país. Si bien es cierto que se está hablando de un agente marginal (aún dentro del grupo alternativo al mainstream sociológico porteño), es interesante destacar que en las instancias de socialización ajenas a la “sociología científica”, aparece una pluralidad de personalidades a partir de las cuales podrían escribirse trabajos similares al presente. Esto da cuenta que, en definitiva, Terrera no fue un individuo aislado sino que formó parte de un entramado de “sociólogos marginales”[16]cuya suma da por resultado un hecho cualitativamente distinto.

 

Esta red sociológica estuvo mayormente constituida por abogados con concepciones y formas de practicar la sociología similares a las que se han reconstruido para el caso de Terrera. Muchos de ellos mantuvieron sus cargos en las universidades del Interior del país y sus membrecías en asociaciones sociológicas durante las décadas de 1960 y 1970. El tamaño de esta red alternativa, por cierto, no es nada desdeñable. De hecho, la Sociedad Argentina de Sociología, que tuvo a Poviña como presidente, Miguel Herrera Figueroa como Vicepresidente y Pedro David como Secretario General, contaba con la siguiente nómina de miembros:

 

Juan Carlos Agulla, Ezequiel Ander Egg, Francisco J. Andrés Mulet, Armando Asti Vera, Diego Balastro Reguera, Alberto Baldrich, Hugo Berlatzky, Juan J. Berruezo, Ernesto Eduardo Borga, Yolanda Bórquez, Luis Campoy Gainza, Julio César Castiglione, José Carlos Romero, Roberto Covián, Adolfo Critto, Fernando N. Cuevillas, Jaime Culleré, Camilo Dagúm, Juan Dalma, Carlos M. de Elía, Alberto Díaz Bialet, Antonio Donini, Jacobo Erlijman, Sara Faisal, Marta de Fernández, Floreal H. Forni, C. V. Gallino Yanzi, Jorge O. García Rúa, Regina Gibaja, M.E. Giménez de Lascano, Juan Ramón Guevara, José L. de Ímaz, Alejandro Jorge, Luis Lucena, Ítalo Argentino Luder, Fernando Martínez Paz, José Enrique Míguens, Argentino Moyano, Juan Pichon Riviere, Eduardo Raúl Piñero, Raúl Puigbo, Benjamín Rattembach, Horacio G. Rava, Manuel Ríos, María Ángela Roggero, Luis O. Roggi, Edgardo Rossi, Julio Soler Miralles, Francisco Suárez, Susana Tarleta, Luis Tribiño, Rodolfo Tecera del Franco, Abraham Váldez, Juan Villaverde, Milan Viscovich y muchos otros (David, 2000:7).

 

Si se observa con cuidado, se apreciará que varios asociados a esta red (como Agulla, Critto, De Ímaz, Miguens, Donini, Campoy y otros) podrían reconocerse como autores que, en línea con la novedosa sociología empírica rápidamente difundida en América Latina en la década de 1950, aggiornaron la forma de concebir, enseñar y practicar la disciplina en Argentina. Estos sociólogos, sin embargo, convivieron en el mismo espacio con el resto de los miembros de la asociación que, con un somero análisis de sus producciones sociológicas, serían fácilmente etiquetados como “sociólogos de cátedra”. Por este motivo, han quedado relegados en la historia de la sociología argentina.

 

No obstante, algunos de los “sociólogos de cátedra” impedidos de accedera la centralidad de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires (como Cuevillas, Tecera del Franco o el propio Terrera), pudieron volver al dictado de clases en la capital argentina luego del golpe de Estado de 1976 (Blois, 2019). Más tarde, con el retorno de la democracia en 1983 comenzaría un proceso de “limpieza” de los docentes “cómplices” de la dictadura y el retorno de muchos exiliados (Blois, 2009). Paulatinamente, estos “sociólogos tradicionales” fueron quedaron en el olvido de la historia de la sociología vernácula, no sólo porque empíricamente ellos y sus prácticas dejaron de estar presentes en las carreras de sociología, sino también por la aceptación generalizada de la perspectiva germaniana que indica el inicio de la sociología argentina con el nacimiento de la “sociología científica”.

 

Fue entonces la conjugación de varios factores lo que contribuyó al olvido de esta tradición. Entre ellos, podrían mencionarse los orígenes y trayectorias sociales de los “sociólogos de cátedra”, siendo un elemento importante la formación en derecho; que la sociología fuera para ellos una práctica subsidiaria de sus menesteres principales; lo desactualizado de su teoría sociológica; la ausencia de investigación empírica; y que sus posiciones más importantes en el campo se hayan logrado durante momentos de represión sobre la sociedad argentina, son probablemente los más importantes, aunque no los únicos. También existen otras cuestiones que invisibilizan trayectorias y que se relacionan con las correlaciones de fuerzas, como por ejemplo realizar la carrera académica en el Interior del país o haberlo hecho antes de la llegada de la “ola científica” a la sociología en los años cincuenta.

 

Sin embargo, es más que probable que en la actualidad sigan subsistiendo prácticas de antaño, aunque recluidas en espacios ajenos a la formación de profesionales en sociología, lo cual también explicaría la poca atención prestada desde este campo de estudios. Si se tiene en cuenta el volumen y el reclutamiento social del estudiantado de las facultades de Derecho y Ciencias Económicas, preguntarse qué tanto de la “sociología de frac” pervive en la formación de abogados o economistas hoy en día puede ser relevante para comprender dos cuestiones: por un lado, la forma en la cual la sociología es conocida por un público amplio que excede a sus profesionales y, por otro lado, qué contenidos sociológicos se encuentran presentes en la formación intelectual de las élites del país. No obstante, una respuesta a ambas preguntas excedería por mucho estas reflexiones finales.

 

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Anexo

Obras de sociología de Guillermo Alfredo Terrera:

 

Comentario Político-Social Argentino, Córdoba, 1945.

 

Socio-Antropología Rioplatense, Córdoba, 1949.

 

Sociología de la Educación, Córdoba, 1950.

 

Nacionalismo Social Argentino, Córdoba, 1950.

 

Nuestra verdadera revolución, Córdoba, 1950.

 

Realidad Social Argentina, Córdoba, 1951.

 

Sociología General, Córdoba, 1951.

 

La estirpe argentina, Córdoba, 1951.

 

La honradez, Córdoba, 1951.

 

Sociedad y Conciencia Social, Córdoba, 1953.

 

La Policía Rural, Córdoba, 1953.

 

Sociología del Derecho, Córdoba, 1953.

 

Sociología Criminal, Córdoba, 1954.

 

Apuntes de Sociología, Córdoba, 1954.

 

El exterminio de los gauchos, Córdoba, 1954.

 

Genocidio y segregación aborigen, Córdoba, 1960.

 

Restauración Nacional y Popular, Córdoba, 1960.

 

Proclamas revolucionarias, Córdoba, 1960.

 

Programa de Gobierno, Buenos Aires, 1964.

 

Ideario y Programa de la Revolución Argentina, Córdoba, 1963.

 

Manual de Sociología, Buenos Aires, 1966.

 

Sociología y Vocabulario del Habla Argentina, Buenos Aires, 1969.

 

Tratado Teórico-Práctico de Sociología, Buenos Aires, 1969.

 

La Crisis Social Norteamericana. Ocaso de un Liderazgo, Buenos Aires, 1969.

 

Política Social. Con la estructura de la democracia funcional argentina, Buenos Aires, 1970.

 

Proyecto Completo con la Nueva Organización Político-Social de la República Argentina,

Buenos Aires, octubre de 1972 y noviembre de 1972.

 

El Proceso de Cambio en el Grupo Humano Argentino, Buenos Aires, 1973.

 

El Hombre y la Sociedad, Buenos Aires, 1975.

 

La Sociedad Organizada, Buenos Aires, 1976.



* Doctor en Ciencias Sociales y Profesor en la Universidad de Buenos Aires. Becario Posdoctoral CONICET con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Buenos Aires, Argentina. E-mail: estebanvila@gmail.com

[1] De hecho, el grupo porteño no fue homogéneo en su interior. Si se le presta atención a las producciones de varios aliados de Germani, como Carlos Alberto Erro o Norberto Rodríguez Bustamante, difícilmente podría enmarcárselos dentro de la “sociología científica”. En la vereda de enfrente, intelectuales que podrían considerarse renovadores de la sociología argentina como Juan Carlos Agulla, María Angelina Roggero, José Enrique Miguens, Antonio Donini, Adoflo Critto, José Luis de Ímaz o Luis Campoy compartieron con los “sociólogos tradicionales” un espacio como la Sociedad Argentina de Sociología, presidida por Alfredo Poviña (Díaz, 2017).

[2]Como se podrá apreciar a lo largo del escrito, el carácter “marginal” de Terrera no fue sólo en relación a los “sociólogos científicos”, ya que tampoco tuvo un papel central entre  los “sociólogos de cátedra”. Estos últimos, aunque en su mayoría quedaron al margen de la centralidad porteña, mantuvieron en su poder buena parte del campo sociológico durante las décadas de 1960 y 1970, sobre todo en las universidades del Interior del país.

[3]Además de la ya mencionada, se encuentran la “sociología white collar” o científica, cuyo autor más representativo es Germani, y la “sociología descamisada” o nacional/peronista. A su vez, si bien nunca fue dominante en la universidad, también se menciona la “sociología marxista”, que en Córdoba tuvo predicamento a través de la revista Pasado y Presente, con referentes como José Aricó. Según Delich, en el caso de la UNC el momento de la “sociología de frac” se prolonga hasta cuando él escribe en 1977. Y luego agrega: “es cierto que cronológicamente [los tres estilos de trabajo] aparecieron en forma sucesiva, pero la emergencia de una no implica la desaparición de la antigua” (Delich, 1977: 28).

[4] Estos serían los casos de Quesada, quien comenzó pero no llegó a completar un estudio sobre la clase media en Alemania (Pereyra, 2000), Francisco Ayala, impulsor de las primeras investigaciones en la Universidad Nacional del Litoral (Escobar, 2011) y Ricardo Levene, quien dirigió las primeras indagaciones sobre la realidad social argentina en el Instituto de Sociología de Buenos Aires (González Bollo, 1999). Por cierto, si se tiene en cuenta al ingeniero Alejandro Bunge (González Bollo, 2012), podría decirse que ya desde 1913 se realizaban investigaciones empíricas de carácter sociológico desde el Estado.

[5] Para Poviña (1949) esto se debe a que el cristianismo excede a la ciencia social. Esta última sólo tiene por finalidad explicar la conducta humana, a diferencia de la primera que prescribe un “deber ser”.

[6] De todas maneras, también entre los católicos hubo debates internos en torno al positivismo. Por ejemplo, Octavio Derisi, fundador de la Universidad Católica Argentina, fue sumamente crítico con los postulados de esta corriente y, en especial, con la sociología durkheimiana (Derisi, 1938), mientras que José Enrique Míguens y Antonio Donini, miembros de la siguiente generación de intelectuales del catolicismo, tuvieron una mirada mucho más comprensiva sobre esta tradición (Zanca, 2006).

[7]Casi todos los datos que se citarán a continuación, y que constituyen la mayor parte de la trayectoria de Terrera, fueron extractados de su Currículum Vitae (1974).

[8]En la transición hacia estos temas pareciera haber jugado un rol importante el fallecimiento de su esposa, según se da a entender en el documental sobre su vida titulado “30 años de silencio: El secreto de Guillermo Alfredo Terrera”. El mismo se encuentra disponible en la plataforma YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=Cyq8QeW85rY&t=671s

[9]De todos estos trabajos, quizás el más conocido sea El caballo criollo en la tradición argentina (1970). Por cierto, el “criollismo católico” tuvo otros destacados representantes como Leonardo Castellani (Caimari, 2005).

[10]Aquí es interesante señalar que Terrera tuvo vínculos políticos internacionales por demás relevantes con Medio Oriente, entre los que se destaca La Liga Árabe. Por este motivo es que realizó varios viajes en la década de 1970 a países de esta región y dedicó unos cuantos escritos a cuestiones ligadas a la geopolítica.

[11] Fue el afiliado número 27 en el orden nacional.

[12] A diferencia de Germani, quien encarnó esa figura. En el caso del sociólogo italiano, sus propiedades sociales operaron como un factor importante de cambio en la forma de practicar la sociología (Blanco 2006).

[13]Según Peter Burke (2017), la innovación suele ser la “adaptación de una idea o una técnica ya existente a nuevos fines” por parte de agentes “marginales” que trabajan obsesivamente sobre un tema. En este sentido, una innovación es una especie de desplazamiento y, como correlato, concluye que “las ideas desplazadas suelen provenir de personas desplazadas” (p. 49).

[14]Entre ellos, por ejemplo, Ada Caracciolo (2010) sólo señaló que Terrera era una figura cercana “al peronismo y la Iglesia” (p. 22), sin ahondar con mayor atención entre los profesores de sociología cordobeses durante la época peronista.

[15] La ley 13.031 indicaba en su artículo 59 que ningún profesor podría desempeñarse al mismo tiempo en más de una cátedra en caso de ser titular, lo cual beneficiaría a quienes se encontraban fuera de la universidad. Por otra parte, las intervenciones a las casas de estudio superiores, las cesantías y renuncias de los opositores también redundarían en ventajas para el acceso a cargos de los partidarios del gobierno peronista.

[16] Esta categoría, claro está, es relacional y se refiere aquía quienes conformaron el grupo alternativo alde Buenos Aires, ya que Alfredo Poviña o Juan Carlos Agulla fueron centrales para la sociología cordobesa, José Enrique Miguens para la sociología católica, etc.