Ariel Ingas: “Escrituras del yo y autofiguración…”
La tercera de las estrategias que hemos indagado en nuestro corpus está
relacionada con la conformación y articulación de autobiografemas que se incluyen en
los relatos de vida. La manera en que esas unidades narrativas se construyan y combinen
será el anclaje sobre el cual la autofiguración de los autobiógrafos quedará plasmada. Para
el caso de Molloy y atendiendo a la centralidad del personaje, hemos considerado el
personaje de la madre de Daniel en El común olvido. Y con respecto al autobiografema
analizado en Bianciotti, será la figura de el padre, también por centralidad y relevancia
en La busca del jardín.
En El común olvido, la madre de Daniel es un autobiografema que se va
conformando a lo largo de todo el texto. La madre, como unidad que articula el sentido
de la narración, está caracterizada de diversas maneras y el personaje desarrolla diferentes
funciones en el entramado textual. El primero de esos roles es como guía en ese viaje de
regreso, descubrimientos y autoanálisis que realiza Daniel entre Estados Unidos y Buenos
Aires. En primera instancia, el protagonista regresa a Buenos Aires a pedido de su madre.
Ha sido el último deseo de Julia que sus cenizas sean esparcidas en el Río de la Plata.
Además, el regreso, no solo a la ciudad, sino también al hotel que Daniel elige para
quedarse, es de alguna manera decidido por esa madre que ya no está. Presente en el
recuerdo de su hijo o encarnada en algún objeto que Daniel descifra como indicio a seguir,
la imagen de Julia lo guía durante el viaje: “Quizá, cuando mi madre era joven, todo fuera
distinto. De hecho, es por ella que vuelvo. […] Dos manos distintas colaboraron en esta
empresa [el regreso de Daniel a Buenos Aires], una desconocida y la otra, de mi madre
(reconozco la letra), ha anotado Lloy George y el nombre del hotel” (Molloy, 2002,14;
énfasis del autor).
De cualquier manera, esta madre muerta, representada por cenizas en un frasco,
guía los desplazamientos del narrador protagonista que resultarán en el descubrimiento
de un gran secreto que, al momento del final de la obra, habrá producido errancias,
partidas y regresos. Es la madre la que en vida llevó a Daniel a Estados Unidos: “el
pasaporte que tenía de chico, cuando mi madre me llevó de aquí” (Molloy, 2002, 28),
recuerda Daniel al comenzar a reconstruir la historia de su madre que también es la propia.
Y es la misma madre la razón del regreso y quien, desde su ausencia no menos activa que
su presencia, lleva a Daniel a deambular por la ciudad de Buenos Aires “recordaba que
mi madre solía mencionar un departamento en esa calle, pero la calle no me dijo nada,
me pareció más bien triste” (Molloy, 2002, 42).
Es interesante, en este recorrido en el que Julia guía a Daniel hacia una inevitable
verdad, cómo Molloy relata el momento en que Daniel, o la misma Molloy si pensamos
a Daniel como el personaje que personifica a la autora en esta autoficción, parece
finalmente independizarse de esa madre que tanta influencia ha tenido en su vida pasada
y presente y que le ha producido sentimientos encontrados. La vida con esa madre no ha
sido fácil, tampoco es fácil su regreso sin ella; en una conversación con Beatriz, Daniel
dice: “Pienso que es tan fácil disponer de madres ajenas, tan difícil hacer algo con la
propia” (Molloy, 2002, 39). Las cenizas de Julia, luego de que Beatriz sugiriera que sean
depositadas en el panteón familiar sin declararlas en el cementerio y que ese panteón sea
limpiado para ser pintado, se pierden. Vemos a Daniel realizar la última parte de su viaje
sin la hasta ahora necesaria guía de su madre y, sin embargo, en ese momento, Daniel ya
ha conocido toda la verdad y es la verdad sobre la vida de Julia la que parece impulsarlo
a tomar decisiones en función de sus propios deseos, por ejemplo, finalizar la relación
con Simón, su pareja.