Revista de Culturas y Literaturas Comparadas, volumen 14 - diciembre 2023
ISSN: 2591-3883
Una literatura como arte de las citas.
El síndrome de Bartleby en Enrique Vila Matas
Francisco Bernardo Martínez
María Victoria Martínez
franmar702@gmail.com
victoriamartinezunrc@gmail.com
Escuela de Letras. Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC), Argentina
Resumen
En nuestro trabajo analizaremos el llamado “síndrome de Bartleby” (Vila-Matas, 2016,
13), una apreciación crítica de la literatura en el fin de siglo muy presente en las
reflexiones del yo narrador de Bartleby y compañía (2000). Estudiaremos así también la
figuración del yo narrador construida en esta novela por el autor: Marcelo, un narrador
jorobado y solitario que escribe un diario muy particular, quien parece desdoblarse por
momentos en otros “rostros, máscaras, personajes.” (Pozuelo Yvancos, 2010, 148)
Palabras claves: literatura de fin de siglo, Enrique Vila-Matas, síndrome de Bartleby.
Literature as the Art of Quoting. Bartleby Syndrome in Enrique Vila-Matas
Abstract
In our work we will analyze the Bartleby syndrome” (Vila-Matas, 2016, 13), a critical
appreciation of literature at the end of the century, which originated in the reflections of
the narrator of Bartleby and company (2000). We also study the figuration of the narrator
constructed in this novel by the author, Marcelo, a hunchbacked and solitary narrator who
writes a very particular diary, and who seems to project himself at times by means of
other “faces, masks, characters.” (Pozuelo Yvancos, 2010, 148)
Keywords: end of century literature, Enrique Vila-Matas, Bartleby syndrome.
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es autor de una vasta obra narrativa de
cuentos y novelas, así como de varios volúmenes recopilatorios de artículos y ensayos
literarios. Considerado uno de los escritores europeos más importantes de nuestro tiempo,
su obra ha sido traducida a más de treinta y cinco idiomas y ha recibido importantes
premios y reconocimientos de todo orden, al punto de considerarse que “su lectura es
fundamental para entender el estado actual de la literatura española (García Linares 428).
En su escritura confluyen diversas obsesiones personales: la literatura como proyecto
vital; la fusión entre realidad y ficción; el humor y el dominio de la ironía; la mezcla de
ensayo, cuento, crónica periodística, novela en todas las formas posibles; el ingenio
argumental y la reflexión metaliteraria permanente.
Un destacado investigador de los problemas de la ficción contemporánea en
castellano, José María Pozuelo Yvancos, observa un “abrupto movimiento de la teoría
literaria en el siglo XX y lo que llevamos del XXI”, un fenómeno ligado con ciertas
“anacronías” o “recuperaciones tardías” de algunos conceptos, términos y autores que
provocan “el carácter convulso de la teoría literaria de hoy” (2010, 11). En ese orden,
observa la condición anacrónica de la frecuente atribución de autoficcionalidad en el
análisis de las novelas del período, aplicado en muchos casos cuando se habla de
Francisco B. Martínez y Ma. Victoria Martínez: “Una literatura como arte de las citas…”
autobiografía, de la crisis del sujeto, de la llamada novela posmoderna, o en relación con
la vacilación en las concepciones novelísticas entre “lo que es verdadero o falso” (13).
Sostiene así que las postulaciones de Serge Doubrovsky en torno a la idea de autoficción
aluden a “la quiebra de la entidad de la narración como elemento constitutivo de la historia
unitaria y unificante, y por consiguiente del personaje y de la persona representada en
ella” (13). En relación con esta cuestión, el crítico alude en su estudio particularmente a
la obra de Enrique Vila-Matas:
El problema de la figuración (…) ha existido siempre (…) en el conjunto de su escritura
de ficción y (…) también la comunicación entre ésta y su obra de ensayista o de
articulista, que ha sido constante. (…) El principio de figuración como forma de
fantasear identidades complejas en las que el sujeto no es unitario sino que se quiebra
en rostros, máscaras, personajes (…) es uno de los elementos germinales de la literatura
toda de Vila-Matas (144-148).
Por ello, en el núcleo central de los dispositivos metaliterarios presentes en la
narrativa vilamatiana suele destacarse una figura que funge como máscara, “figuración”
o representación imaginaria de una persona real. En efecto, el autor frecuentemente elige
crear personajes escritores, narradores en primera persona de sus peripecias vitales,
creativas y literarias, que muchas veces apuntan directamente a elementos biográficos
conocidos del propio Vila-Matas; figuraciones del yo que remiten al hombre de carne y
hueso, al escritor real. En este orden, Pozuelo Yvancos postula una “tetralogía del
escritor”, una serie de novelas que “trata de escritores en diferentes tesituras” (174); un
concepto ya expuesto en su comentario crítico sobre la publicación de Doctor Pasavento
en 2005:
Desde Bartleby y compañía hasta París no se acaba nunca, pasando por aquélla con la
que ésta de ahora más se relaciona, El mal de Montano, su autor ha ido formando una
tetralogía, que puede leerse como una red. Escritores que han dejado de escribir,
escritores enfermos por hacerlo, escritores en ciernes, el club de los shandys o raros, etc.
se suceden en las distintas novelas, siempre emergiendo como una aventura en la que el
propio autor se disfraza, al poner entre su propia biografía y el lector, una sucesión de
máscaras, que además se miran en el espejo de los escritores que han conformado su
mundo, prefentemente los centroeuropeos de Kafka a Robert Walser, de Musil a Canetti,
con el inolvidable sello de lo francés [] (2005).
El crítico sostiene, en relación con este punto, que “las cuatro novelas de la
tetralogía visitan de continuo a los autores que su autor admira, yendo de un texto a otro
y dibujando así un paisaje que es del todo literario” (2010, 218).
En nuestro trabajo abordaremos, a continuación, algunos aspectos particulares de
la primera de las cuatro obras señaladas. Analizaremos el llamado “síndrome de Bartleby”
(Vila-Matas, 2016, 13) como forma de apreciación crítica de la literatura en el fin de siglo,
una preocupación central en las reflexiones de Marcelo, la voz que narra en Bartleby y
compañía (2000). Profundizaremos así también en el estudio de la figura de este yo
narrador, una identidad compleja y problemática que tiende a asimilarse a otros escritores
objeto de su admiración.
En efecto, en Bartleby y compañía Enrique Vila-Matas retoma su curiosidad
personal por aquellos escritores atípicos que crean nuevos sistemas de relación con la
literatura y la presenta en una obra singular, producto de la mezcla entre novela, ensayo,
diario íntimo, entre otras variantes de elaboración narrativa. El núcleo temático
estructurante de la historia pasa por el rastreo y la notación por parte de un yo narrador
de una heterogénea serie de escritores que, paradójicamente o no tanto, dejaron de
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escribir. En la voz de Marcelo, un oscuro oficinista, jorobado y solitario, el yo se interroga
sobre el lugar actual de la literatura, a la par que se propone repasar un fenómeno al que
caracteriza como “literatura del No”; la “más perturbadora y atractiva tendencia de las
literaturas contemporáneas”, según sus palabras (Vila-Matas, 2016, 13).
Marcelo afirma que las letras contemporáneas se hallan afectadas por cierto
trastorno problemático común, al que llama “Síndrome de Bartleby” (13); un nombre que
rinde homenaje al protagonista de “Bartleby, el escribiente”, el oscuro oficinista del relato
de Herman Melville de 1853. Un Melville que se refería por entonces al “gran poder de
la negrura”, ese “lado nocturno” de la conciencia creadora, que lo acompañó durante
buena parte de los últimos años de su vida como hombre y escritor (106).
Esta enfermedad (12) tiene un origen y síntomas poco precisos, pero
invariablemente apunta al silencio y a la desaparición del escritor (desaparición física o
también autorial). El síndrome es definido en la obra como “la pulsión negativa, o la
atracción por la nada que hace que ciertos creadores [...] no lleguen a escribir nunca; o
bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en
marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados”
(12). El escriba recoge muchos casos y situaciones en las que creadores de diversas ramas
renuncian a llevar adelante su tarea:
Nuestro siglo se abre con el texto paradigmático de Hofmannstahl (Carta de Lord
Chandos es de 1902), en el que el autor vienés promete, en vano, no escribir nunca más
una sola línea. Franz Kafka no cesa de aludir a la imposibilidad esencial de la materia
literaria, sobre todo en sus Diarios. André Gide construyó un personaje que recorre toda
una novela con la intención de escribir un libro que nunca escribe (Paludes). Robert
Musil ensalzó y convirtió casi en un mito la idea de un “autor improductivo” en El
hombre sin atributos. Monsieur Teste, el alter ego de Valéry, no sólo ha renunciado a
escribir, sino que incluso ha arrojado su biblioteca por la ventana. Wittgenstein sólo
publicó dos libros: el célebre Tractatus Logico-philosophicus y un vocabulario rural
austríaco. En más de una ocasión refirió la dificultad que para él entrañaba exponer sus
ideas. A semejanza del caso de Kafka, el suyo es un compendio de textos inconclusos,
de bocetos y de planes de libros que nunca publicó (24).
En flagrante paradoja, Marcelo dice negarse a escribir y elabora sin embargo un
cuaderno de notas a pie de página sobre el texto de un libro inexistente; su rastreo de la
“literatura del No” (13) termina convirtiendo todo el volumen en un ejercicio lúdico, por
momentos laberíntico y cuasi infinito de reflexión sobre la escritura, un ingente ensayo
de metaliteratura. Todo el planteo resulta paradójico y contradictorio, pues Marcelo
expresa que no quiere escribir como un Bartleby más, pero al mismo tiempo redacta
infatigablemente sus notas. A menudo estas resultan extensas y aluden a otros escritores
que en algún momento de su vida tomaron esta misma decisión. Su indagación constituye
a la vez una reflexión acerca de la literatura, y también de lo que podría llamarse no-
literatura, pues para conocer las razones por las cuales un escritor renuncia a la escritura,
el narrador indaga en historias de personajes problemáticos, en un proceso digresivo que
demanda la colaboración atenta del lector.
La familia literaria de Marcelo
El yo narrador, como venimos afirmando, hace su aparición en primera persona
en el párrafo inicial: “Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una
penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que
trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz” (11).
Tenemos que advertir desde un principio que no debemos dejarnos engañar por la
aparente sencillez de esta introducción, muy cargada de significaciones como toda la
Francisco B. Martínez y Ma. Victoria Martínez: “Una literatura como arte de las citas…”
prosa de Vila-Matas. En efecto, interesado por los bartlebys, el propio Marcelo es uno de
ellos; su felicidad del presente, paradójicamente, pasa por la vuelta a la creación al
comenzar a elaborar ahora su tratado sobre los bartlebys, que le permite a su vez
reflexionar acerca de lo que él llama “la dicha del copista.” En efecto, según escribe:
Ser copista no tiene nada de horrible. Cuando uno copia algo, pertenece a la estirpe de
Bouvard y Pécuchet (los personajes de Flaubert) o de Simón Tanner (con su creador
Walser a contraluz) o de los funcionarios anónimos del tribunal kafkiano. Ser copista,
además, es tener el honor de pertenecer a la constelación Bartleby. Con esa alegría he
bajado hace unos momentos la cabeza y me he abismado en otros pensamientos (18).
Así también Marcelo trabaja en una oficina, como el propio Bartleby de Melville;
e igualmente ha preferido dejar de trabajar, para lo cual se finge enfermo y deprimido
para poder regresar a la escritura. La obra que está comenzando consistirá finalmente en
un conjunto de ochenta y seis notas a pie de gina que comentan un libro invisible,
“aunque no por ello inexistente” (13), según advierte el propio narrador. Las notas en
constituyen un elaborado repaso y un vasto anecdotario de la historia de la literatura de
diversos autores, períodos y latitudes. En ellas, entre otras cuestiones, se examinan las
más variadas excusas, muchas muy jocosas, en relación con el abandono de la literatura;
ese hilvanado conjunto de notas, que incluye una aguda visión crítica por parte del autor,
compone en definitiva el libro que tenemos entre manos. Así, por ejemplo, la razón por
la cual un escritor como Juan Rulfo decide no escribir más
1
:
Cuando le preguntaban por qué ya no escribía, Rulfo solía contestar:
Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias. Su tío
Celerino no era ningún invento. Existió realmente. Era un borracho que se ganaba la
vida confirmando niños. Rulfo le acompañaba muchas veces y escuchaba las fabulosas
historias que éste le contaba sobre su vida, la mayoría inventadas. (…) La excusa del
tío Celerino es de las más originales que conozco de entre todas las que han creado los
escritores del No para justificar su abandono de la literatura.
¿Qué por qué no escribo? se le oyó decir a Juan Rulfo en Caracas, en 1974. Pues
porque se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias (17).
Un rasgo que debe tenerse siempre presente al leer a Vila-Matas es el de su
refinado y sutil humorismo del que hace gala al elegir para Marcelo la desgracia de su
joroba; una deformación/enfermedad del cuerpo físico del yo que resulta asimilable,
según creemos, a los problemas que el autor observa en la literatura del fin de siglo. Un
atributo que acompaña, por lo demás, a una amplia galería de personajes célebres del orbe
de las bellas letras, seguramente repasados detalladamente por el autor al momento de su
creación; no debemos pasar por alto en este punto lo afirmado por una creencia popular,
según la cual tocar una joroba atrae la fortuna favorable
2
.
1
Marcelo recoge también una fábula sobre el tema, que supuestamente escribió Augusto Monterroso,
compañero y amigo de oficina de Rulfo, titulada “El zorro más sabio”: “En ella se habla de un Zorro que
escribió dos libros de éxito y se dio con razón por satisfecho y pasaron los años y no publicaba otra cosa.
Los demás comenzaron a murmurar y a preguntarse qué pasaba con el Zorro y cuando le encontraban en
los cócteles se le acercaban a decirle que tenía que publicar más. Pero si ya he publicado dos libros, decía
con cansancio el Zorro. Y muy buenos, le contestaban, por eso mismo tienes que publicar otro. El Zorro
no lo decía, pero pensaba que en realidad lo que la gente quería era que publicara un libro malo. Pero como
era el Zorro no lo hizo.” (Vila-Matas, 2016,17-18) Como corresponde al humorismo y la capacidad de
invención vilamatiana, no sabemos si la fábula existe, si es de autoría de Monterroso o se trata de una más
de las bromas literarias del autor.
2
Puede leerse un ejemplo literario, que ilustra esta aseveración, en Lo que la noche le cuenta al día, una de
las novelas de Héctor Bianciotti en las que recuerda su pasado en la pampa gringa argentina. El narrador
hace referencia allí a una novia de su adolescencia, quien había encontrado la manera de sacar provecho de
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Quizás por ello Marcelo, el solitario portador de tal atributo, puede afirmar que
“por lo demás, soy feliz”, una muestra más del humorismo del autor puesto en boca del
personaje, quien consigna también que “me acuerdo de Montaigne, que decía que nuestra
peculiar condición es que estamos tan hechos para que se rían de nosotros como para reír”
(110). Por ello, Marcelo puede explayarse acerca de en qué radica su inesperada felicidad:
“Por lo demás, soy feliz. Hoy más que nunca porque empiezo —8 de julio de 1999 este
diario que va a ser al mismo tiempo un cuaderno de notas a pie de gina que comentarán
un texto invisible y que espero que demuestren mi solvencia como rastreador de
bartlebys” (11).
En ese cuaderno de notas a pie de página se incluirán referencias a una muy vasta
galería de creadores, cineastas, músicos y escritores, entre ellos Salinger y Pynchon,
Claudio Magris, Goethe, Tolstoi, Maupassant, Félix de Azúa, Giorgio Agamben, Robert
Musil, Jack London, George Simenon, Rimbaud, Wittgenstein, Marcel Duchamp, Kafka,
Laurence Sterne y su Tristram Shandy, Schopenhauer, Léon Bloy, Vitold Gombrowicz,
Alvaro Pombo, Saramago, Borges, Blas de Otero, Michelangelo Antonioni y Chet Baker,
Salvador Elizondo, Valéry, Juan Ramón y Zenobia Camprubí, Julio Ramón Ribeyro,
Oscar Wilde y Felisberto Hernández, y tantos y tantos escritores y artistas maravillosos…
en muchos casos inventados por el propio autor, que, si no tuvieron existencia real, sin
duda la hubieran merecido.
Y ello porque en realidad no es relevante si lo que atribuye a uno u otro escritor
es verdadero o falso, como tampoco importa la verdad o falsedad de los propios autores,
obras y citas mencionados. Desde el momento en que Marcelo lo transcribe o anota en su
cuaderno, todo pasa a ser expresión del yo que narra: muchas veces las citas de autores
conocidos son resucitadas por el autor, para decir ahora su valor de verdad
correspondiente a este aquí y ahora, más allá de lo que expresaran en su contexto original.
Y es que para el narrador/autor “todos los libros [] están en suspensión en la literatura
universal” (43). Al igual que la escritora inventada María Lima Mendes, al instalarse en
un barrio bohemio parisino, el autor experimenta esta sensación de “entrar a formar parte
de un clan, integrarse en un blasón, algo así como abrazar una orden secreta y aceptar la
delegación de una continuidad”, la continuidad del legado de la literatura de todos los
tiempos y todas las tradiciones
3
(47).
La mirada del escritor se tiende entonces en este vasto panorama de las letras y,
pese a la gravedad del cuadro presentado, es una mirada optimista y positiva pues alude
a él como una “perturbadora y atractiva tendencia”, “sumamente estimulante” para
quienes buscan una salida del laberinto al que se siente indudablemente convocado (12).
Escribir sobre bibliotecas imposibles
Quizás haciendo gala de la indudable fascinación que el campo literario ejerce
sobre su atención, el autor introduce en la obra frecuentes juegos intertextuales y un
diálogo muy fluido con la tradición literaria, tal como venimos afirmando; por lo mismo,
sus preferencias personales de lectura son reveladas a menudo por boca de sus personajes.
su “deformidad desvelada”: “Los domingos, después de misa, los criollos, atajo de ignorantes, desfilaban
por la sacristía y pagaban el privilegio de tocarle la joroba con una docena de huevos, y una familia al
completo, con un pollo, y algunos le echaban una limosna” (Bianciotti, 1993, 216).
3
Aun cuando comparte con ella el orgullo de pertenencia a esta tradición, Marcelo no deja de mencionar
el hecho de que también esta autora pertenece al grupo de los escritores del No: “María Lima Mendes es
de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida. Y una de las más dotadas, sin duda alguna,
para la escritura, concretamente para la invención de historias tenía una imaginación prodigiosa. Gracia
cubana y tristeza portuguesa en estado puro. ¿Qué pudo ocurrir para que no se convirtiera en la literata que
quería ser?” (45).
Francisco B. Martínez y Ma. Victoria Martínez: “Una literatura como arte de las citas…”
Así, en el primer párrafo de la nota 14, Marcelo menciona su amor por los libros
improbables de dos bibliotecas literarias: “Daría lo que fuera por poseer la biblioteca
imposible de Alonso Quijano o la del capitán Nemo” (43).
De una de ellas, muy conocida por el lector del Quijote, se dan noticias en el
famoso capítulo VI de la primera parte, “Del donoso y grande escrutinio que el cura y el
barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”. Una biblioteca en la que
predominan ediciones que dan cuenta mayormente de la cultura castellana de la época,
aunque incluye algunos títulos en italiano y portugués, con buena parte de los libros
editados con posterioridad a 1580.
La segunda biblioteca literaria mencionada, la del capitán Nemo, hace referencia
al título de una novela de Per Olov Enquist (Suecia, 1934), La biblioteca del capitán
Nemo, publicada en traducción castellana en España en 2015. El autor sueco, a su vez,
alude al personaje creado por Julio Verne que interviene en dos de sus novelas: Veinte
mil leguas de viaje submarino (1871) y La isla misteriosa (1875). En ambos casos,
bibliotecas quiméricas, pero no por ello menos anheladas.
La preferencia del narrador de Bartleby y compañía por bibliotecas y libros
antiguos que condensan los saberes de épocas pretéritas parece poner en evidencia, por
contraste, su desinterés por los libros que se escriben en su presente, sobre los que también
en algún momento se pronuncia
4
. Aun con lo dicho, el escribiente afirma todavía: “Todos
los libros de esas dos bibliotecas están en suspensión en la literatura universal, como lo
están también los de la biblioteca de Alejandría, con esos 40.000 rollos que se perdieron
en el incendio provocado por Julio César” (43).
En la cita está latente la idea de que todo discurso se reproduce en otro discurso,
y en toda lectura se instituye un espacio discursivo; lo que pone en evidencia la confianza
del narrador en la pervivencia y transmisión de los saberes en la trama del discurso de la
cultura. Una idea que se ve reforzada en un párrafo a continuación:
El fuego parece el destino final de las bibliotecas. Pero, aunque hayan desaparecido
tantos libros, estos no son la pura nada, sino al contrario, están todos en suspensión en
la literatura universal, como lo están todos los libros de caballerías de Alonso Quijano
o los misteriosos tratados filosóficos de la biblioteca submarina del capitán Nemo (43).
Un toque de humor final cierra la nota; el que hace referencia a la “Biblioteca del
No o Biblioteca Brautigan”, en los Estados Unidos. El narrador, como un nuevo Ptolomeo
que pedía obras para la colección de Alejandría, invita a sus lectores a enviar a esta
biblioteca de fallidos los manuscritos de libros no admitidos para su publicación. Como
lectores escaldados de las bromas literarias del autor, nos vemos tentados a dudar de la
veracidad de semejante biblioteca; pero su existencia es rigurosamente verdadera, según
él mismo escribe:
4
En efecto, en algún momento se refiere a “los poetas de ahora, buitres la mayoría de ellos” (52). Así
también, más adelante transcribe ciertas palabras que atribuye a Maurice Blanchot, quien supuestamente
alude a “la apariencia amable de una comunicación achatada, casi siempre vacía, tan en boga dicho sea
de paso en los literatos de hoy en día” (109).
La referencia a los buitres se introduce cuidadosamente a través de una anécdota literaria muy elaborada,
que permite al autor intercalar jocosamente su juicio crítico sobre los poetas del hoy: “Me he encontrado
con un reportaje sobre un poeta llamado Ferrer Lerín (…) a finales de los sesenta lo dejó todo y se fue a
vivir a Jaca, en Huesca, (…) donde vive desde hace treinta años dedicado al minucioso estudio de los
buitres. Es, pues, un buitrólogo. (…) Ferrer Lerín es un experto en aves, estudia a los buitres, tal vez también
a los poetas de ahora, buitres la mayoría de ellos. Ferrer Lerín estudia a las aves que se alimentan de carne
de poesía muerta. Su destino me parece, como mínimo, tan fascinante como el de Rimbaud” (52).
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La Biblioteca Brautigan reúne exclusivamente manuscritos que, habiendo sido
rechazados por las editoriales a las que fueron presentados, nunca llegaron a publicarse.
Esta biblioteca reúne sólo libros abortados. Quienes tengan manuscritos de esta clase y
quieran enviarlos a la Biblioteca del No o Biblioteca Brautigan no tienen más que
remitirlos a la población de Burlington, en Vermont, Estados Unidos. Sé de buena tinta
aunque allí estén sólo interesados en almacenar mala tinta que ningún manuscrito
es rechazado; todo lo contrario, allí son cuidados y exhibidos con el mayor placer y
respeto (44).
La risa de Kafka para salir del laberinto
Otra de las fascinaciones literarias del narrador pasa por la persona y la obra de
Franz Kafka, a quien alude en frecuentes comentarios. Marcelo afirma en este sentido
que, como personaje de Melville, Bartleby “es un claro antecedente de los personajes de
Kafka”, e “incluso del propio Kafka, ese escritor solitario que veía que la oficina en la
que trabajaba significaba la vida, es decir, su muerte” (105).
La nota cincuenta y cinco, dedicada al escritor de Bohemia, da cuenta del
innegable interés del catalán sobre su figura literaria. Al comienzo el narrador pone en
paralelo la risa del propio Kafka y la de Odradek, la invención kafkiana del cuento Las
preocupaciones de un padre de familia; un texto que ya fuera retomado por Vila-Matas
en una obra anterior, su Historia abreviada de la literatura portátil de 1985, lo que
enfatiza su fervor ininterrumpido por la creación kafkiana. La risa de Odradek era como
“el susurro de las hojas caídas”, mientras que de Kafka se nos dice que se reía “por lo
bajo de esa manera tan suya, tan propia, que recordaba el tenue crujido del papel” (117).
En la nota se menciona a continuación el fundamento para la pertenencia del autor de
Praga al grupo de “escritores del No”; pues en su escritura ya están planteadas algunas
ideas centrales, tales como la literatura como enfermedad, y la desaparición como
condición del síndrome del silencio. Sin embargo, la nota de Marcelo comienza con el
rasgo positivo de su risa.
A continuación, el narrador alude a ciertos fragmentos de la correspondencia
kafkiana:
Acaba de llamar con urgencia mi atención [] esa advertencia que le hace Kafka a
Felice Bauer de que, si se casara con ella, él podría convertirse en un artista dominado
por la pulsión negativa, en un perro, para ser más exactos, en un animal condenado
eternamente al mutismo (énfasis del autor) (117).
Digamos que, al margen de la nota del diario de Marcelo, Kafka no cesó de aludir
a la imposibilidad esencial de la literatura en sus propios Diarios, pero no por ello dejó
nunca de escribir.
Concentrado en la lectura de Kafka, Marcelo comienza a experimentar una aguda
migraña; esto le recuerda, a su vez, las referencias al mal de Teste en un texto de Salvador
Elizondo, en alusión al personaje homónimo de Paul Valèry. Particularmente interesado
en la reacción de la mente frente al dolor, Elizondo considera que en esa situación el
pensamiento se convierte en “una delicada construcción de la sensibilidad”, una especie
de proyección en un teatro mental
5
(119).
Marcelo comprende entonces que este es un símil perfectamente aplicable a la
irrupción de la enfermedad por él detectada en las letras contemporáneas; lo que le sugiere
entonces un camino a seguir para hallar la cura o el remedio de dicho mal, que tendrá que
nacer de su propio seno. Alentado por esta convicción, decide escribir sobre la paradoja
5
El texto de Salvador Elizondo pertenece a Camera Lucida (1983). En el capítulo titulado "La velada en
casa del Señor Teste" el escritor mexicano reelabora algunos aspectos del pensamiento de Valèry; en
especial se interesa por los procesos de la mente ante el dolor provocado por una migraña, y trata de captar
y describir sus procedimientos.
Francisco B. Martínez y Ma. Victoria Martínez: “Una literatura como arte de las citas…”
del silencio, de la imposibilidad de la literatura, como forma de hacerla posible; se nos
presenta, por tanto, el propio hecho literario como cura de la enfermedad.
Al mismo tiempo, y esta es una de las obsesiones del autor catalán, se abordan los
límites de la representación en la unión escritura/vida. En efecto, un rasgo recurrente de
la narrativa vilamatiana consiste en que sus voces narradoras están signadas por la visión
del mundo a través de la literatura, síntoma que las conduce a la dicotomía patológica del
límite entre la referencialidad y la ficción. Pero después de releer el texto de Elizondo el
narrador termina considerando la enfermedad como un atributo favorable.
Por nuestra parte interpretamos estas referencias como una manifestación de la
condición de “enfermo de literatura” del propio autor, quien concibe la realidad como
ficción, como un espacio abierto de múltiples posibilidades discursivas. Vila-Matas elige
entonces confundirse con la literatura, para ver el mundo a través de ella; pues concibe la
escritura y la literatura como un modo de existir, como un proyecto de vida para alcanzar
la verdad, aunque su decisión pueda ser considerada patológica desde ciertas miradas. Un
Vila-Matas positivo, quien frente a lo que advierte como pulsión negativa de la vida y de
la literatura en las letras contemporáneas, sostiene que “la enfermedad no es catástrofe,
sino danza de la que podrían estar ya surgiendo nuevas construcciones de la sensibilidad”
(119).
A manera de conclusión. Un rasgo final del autor
En su necesidad de hallar nuevas fórmulas expresivas para la obra literaria, el
autor problematiza aquí claramente los formatos clásicos de las escrituras del yo. Vemos
así que en Bartleby y compañía el narrador pretende revisitar de alguna manera la
tradición del diario íntimo, al que termina reconfigurando al situarlo en el subgénero de
diccionario de autores literarios, si es que tal cosa existe; organizado, además, como una
sucesión de ochenta y seis notas a pie de página de una obra todavía no redactada, tal
como expusimos. Vienen a cuento aquí las reflexiones del propio autor, quien manifestara
en una entrevista reciente que sus libros podrían adscribirse a la variante genérica de
pensamiento narrado. En efecto, según vemos, a medida que avanzan las notas que
Marcelo va acumulando en su cuaderno se van consignando algunas breves pinceladas de
su existencia solitaria; más, de manera fundamental, sus elaboradas reflexiones sobre el
estado de la cuestión que lo convoca a la escritura.
Pablo Sol Mora, un estudioso de la obra vilamatiana, sostiene que el escritor
catalán ha “metabolizado” de alguna manera sus reflexiones literarias en una forma “no
exactamente de la alegría que suele ser fugaz sino precisamente de la felicidad; una
felicidad que es hija de la reflexión y la experiencia” (2020, 51).
De allí la mirada optimista y constructiva en torno a la cuestión de la escritura en
obras posteriores del autor. Así, el conflicto central en Esta bruma insensata, novela de
2019 centrada en una meditación narrativa sobre la originalidad en la creación literaria,
surge entre dos hermanos que comparten el amor por la literatura y se debaten entre
continuar o no escribiendo. El mayor, Simon, se ocupa de “hilvanar” y estructurar
anónimamente libros en español, a partir de distintas citas literarias, en su casa de
Cadaqués. El menor, Gran Bros, se dedica por su parte a escribir con gran suceso libros
en inglés en Nueva York.
Un eje central en la novela pasa por la reflexión sobre las dos caras de un mismo
arte, indagando particularmente en la doble instancia creativa del escritor: el pretendido
intento de una pura creación imaginativa original, que se halla sin embargo
inevitablemente permeado por el influjo de la tradición literaria, en una compleja e
infinita red intertextual. El yo narrador discurre a lo largo de las páginas de la novela en
torno a la cuestión de cuál de los aspectos de la creación que representan cada uno de los
hermanos es el que realmente dota de su existencia a la literatura. Preguntarse acerca de
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ISSN: 2591-3883
la real posibilidad de una creación original y cuestionarse la legitimidad del
procedimiento por el cual un escritor busca nutrirse de la obra y la vida de otros autores,
entendiendo la literatura como un producto casi “comunitario”, constituye una dicotomía
fundamental que debería estar presente en todos los escritores, según el autor. De allí el
conflicto entre escribir o no escribir, un tema central en la preocupación de Vila-Matas,
quien se plantea si vale la pena seguir intentando escribir cuando ya no hay nada nuevo
para decir, porque ya está todo dicho. Simon, el hermano mayor que finalmente triunfa
sobre Gran Bros, afirma “la posibilidad de montar novelas con tramas intertextuales y
contra el fetichismo de la originalidad” (Vila-Matas, 2019, 287).
La salida del laberinto pergeñada por Vila-Matas, para quien “la literatura se
encamina hacia un arte de las citas” (2019, 135), pasa entonces por la utilización
consciente de materiales ajenos. Una forma otra de seguir escribiendo, para elaborar en
definitiva un mensaje personal. Por ello reflexiona en estos términos en el párrafo final
de la citada novela:
A veces, cuando veo que he tenido que escribir sobre un tiempo ya tan caducado, me
pregunto si no será que a lo mejor, como dicen algunos, a la ficción le gusta el pasado
y por eso tiende a correr el riesgo de no ser ya sino cosa del pasado, que es lo que solían
decir los hegelianos hablando del arte en general y Borges hablando de la lluvia” (2019,
310-311).
Bibliografía
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Fecha de recepción:21/03/2023
Fecha de aceptación:27/10/2023