Revista de Culturas y Literaturas Comparadas, volumen 14 - diciembre 2023
ISSN: 2591-3883
escribir. En la voz de Marcelo, un oscuro oficinista, jorobado y solitario, el yo se interroga
sobre el lugar actual de la literatura, a la par que se propone repasar un fenómeno al que
caracteriza como “literatura del No”; la “más perturbadora y atractiva tendencia de las
literaturas contemporáneas”, según sus palabras (Vila-Matas, 2016, 13).
Marcelo afirma que las letras contemporáneas se hallan afectadas por cierto
trastorno problemático común, al que llama “Síndrome de Bartleby” (13); un nombre que
rinde homenaje al protagonista de “Bartleby, el escribiente”, el oscuro oficinista del relato
de Herman Melville de 1853. Un Melville que se refería por entonces al “gran poder de
la negrura”, ese “lado nocturno” de la conciencia creadora, que lo acompañó durante
buena parte de los últimos años de su vida como hombre y escritor (106).
Esta enfermedad (12) tiene un origen y síntomas poco precisos, pero
invariablemente apunta al silencio y a la desaparición del escritor (desaparición física o
también autorial). El síndrome es definido en la obra como “la pulsión negativa, o la
atracción por la nada que hace que ciertos creadores [...] no lleguen a escribir nunca; o
bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en
marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados”
(12). El escriba recoge muchos casos y situaciones en las que creadores de diversas ramas
renuncian a llevar adelante su tarea:
Nuestro siglo se abre con el texto paradigmático de Hofmannstahl (Carta de Lord
Chandos es de 1902), en el que el autor vienés promete, en vano, no escribir nunca más
una sola línea. Franz Kafka no cesa de aludir a la imposibilidad esencial de la materia
literaria, sobre todo en sus Diarios. André Gide construyó un personaje que recorre toda
una novela con la intención de escribir un libro que nunca escribe (Paludes). Robert
Musil ensalzó y convirtió casi en un mito la idea de un “autor improductivo” en El
hombre sin atributos. Monsieur Teste, el alter ego de Valéry, no sólo ha renunciado a
escribir, sino que incluso ha arrojado su biblioteca por la ventana. Wittgenstein sólo
publicó dos libros: el célebre Tractatus Logico-philosophicus y un vocabulario rural
austríaco. En más de una ocasión refirió la dificultad que para él entrañaba exponer sus
ideas. A semejanza del caso de Kafka, el suyo es un compendio de textos inconclusos,
de bocetos y de planes de libros que nunca publicó (24).
En flagrante paradoja, Marcelo dice negarse a escribir y elabora sin embargo un
cuaderno de notas a pie de página sobre el texto de un libro inexistente; su rastreo de la
“literatura del No” (13) termina convirtiendo todo el volumen en un ejercicio lúdico, por
momentos laberíntico y cuasi infinito de reflexión sobre la escritura, un ingente ensayo
de metaliteratura. Todo el planteo resulta paradójico y contradictorio, pues Marcelo
expresa que no quiere escribir —como un Bartleby más—, pero al mismo tiempo redacta
infatigablemente sus notas. A menudo estas resultan extensas y aluden a otros escritores
que en algún momento de su vida tomaron esta misma decisión. Su indagación constituye
a la vez una reflexión acerca de la literatura, y también de lo que podría llamarse no-
literatura, pues para conocer las razones por las cuales un escritor renuncia a la escritura,
el narrador indaga en historias de personajes problemáticos, en un proceso digresivo que
demanda la colaboración atenta del lector.
La familia literaria de Marcelo
El yo narrador, como venimos afirmando, hace su aparición en primera persona
en el párrafo inicial: “Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una
penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que
trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz” (11).
Tenemos que advertir desde un principio que no debemos dejarnos engañar por la
aparente sencillez de esta introducción, muy cargada de significaciones como toda la