Revista de Culturas y Literaturas Comparadas, volumen 14 - diciembre 2023
ISSN: 2591-3883
familiares, asociados a la niñez y los recuerdos del padre, sobre los que retornará el héroe,
porque allí se espacializará su secreto interior. El héroe vuelve a la tumba del padre,
vuelve a la niñez y luego vuelve al padre vivo en un recuerdo anterior al trauma y la
memoria trágica. En el retorno se va deshaciendo del peso de la herencia para llegar a un
interior —familiar e íntimo— sin sobrecarga, donde queda el recuerdo del padre, la
posibilidad de la muerte y un sujeto de la inocencia, idealmente despojado de
determinaciones: el niño. Allí, en el cronotopo de la niñez, si el deseo de morir persiste,
sería auténtico. La razón del deseo no se enuncia —permanece en vacancia—, pero sí se
delimita su lugar de origen. A partir de ese despojamiento al pasado, solo quedaría
concretar la muerte, dejando atrás al mundo por completo: “Al encontrarme con Marcela
pregunta dónde estuve. Le digo: "Me despedía de las cosas", y ella comprende” (Di
Benedetto 173).
Como el padre constituye la intimidad familiar del pasado, del origen del deseo,
Marcela supone la del futuro, su concreción. Para François Jullien la intimidad es un
interior abierto entre dos que tiene lugar como resistencia ante el dominio de un afuera
(12-13); el otro con quien el héroe narrador descubre la interioridad de su deseo, no es
solo su padre, sino también Marcela, su amante suicida.
En los intercambios del narrador con Marcela, primero a razón de la investigación
en que trabajan, se plantean reflexiones conjuntas sobre el suicidio y, escalonadamente,
el contrapunto de una intención suicida compartida, hasta que finalmente ella expresa la
posibilidad, por lo que acuerdan un pacto. Pero si bien la acción está definida, su momento
no. En el cambio de tono de la narración desde la caída del señuelo policial, el lector
puede notar cómo el desenlace se precipita. El narrador descubre y objetiva en Marcela,
en el espacio de esa intimidad abierta entre dos, su propio estar minado por la idea suicida,
de la cual al principio de la nouvelle dudaba. Al igual que en Los adioses, hacia el final,
la posibilidad de la interpretación pública —mediante el chisme en Onetti y el archivo en
Di Benedetto— colapsa hacia el interior de una intimidad inalcanzable y, por ende,
privada y secreta.
Finalmente, a través del procedimiento de despojo, formal y de contenido, el héroe
llega al punto de origen, al momento del nacimiento que representa lo neutro, donde el
peso del mandato, la herencia y la memoria del trauma quedan atrás: “Completamente
desnudo. Así se nace.” (Di Benedetto 196). La potencia trágica del protagonista de Los
suicidas reside en que es consciente del sinsentido de la vida —como Sísifo de su
castigo—, pero, a final de cuentas, cuando todas sus reflexiones y acciones indican que
va a optar por el suicidio, decide desistir y volver a nacer, es decir, volver a comenzar el
ciclo, sin la carga del pasado. Los dos sujetos posibles que procederían de la aceptación
del absurdo y de su lógica están representados en la nouvelle, pero es el protagonista el
que plenamente inviste la forma del héroe camuasiano, es decir, un individuo que frente
al desnivel entre subjetividad y mundo (Néspolo 225) renace despojado de ataduras con
el conocimiento de sus propios límites, sustrayendo de la realidad cualquier trascendencia
y volviendo a la vida un asunto completamente humano.
Conclusiones
Los enfermos suicidas y los enfermos de suicidio. Podría decirse que tanto los que
padecen una enfermedad como los suicidas son una especie de celebridad para la voz
pública. Alrededor de un suicida —así como quizás de un enfermo— siempre hay una
historia que puede contarse. Los adioses nos muestra la manera en que socialmente vemos
al suicidio y al padecimiento: como una posibilidad de discurrir sobre lo imposible de