Fausto y Facundo, tragedia e identidad

 

Raúl Antonio Burneo Barreto

 

raul.burneo@uarm.pe

           

Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Lima, Perú

 

 

Resumen

A lo largo del artículo se muestra cómo algunos alcances teóricos que esgrime Marshall Berman, en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire (2011), para analizar el Fausto (1808 y 1832) de Johann Wolfgang von Goethe enriquecen la lectura del Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento. Sobre todo, porque permiten profundizar y expandir interpretaciones ya divulgadas sobre este último libro por diversos autores como Roberto González Echevarría, Noé Jitrik, Silvia Molloy y otros. Estos alcances teóricos hacen referencia al carácter dialéctico de la modernidad y, por ende, al alto precio en el que se debe incurrir por alcanzarla; de ahí que Berman hable de la tragedia de la modernidad; asimismo, aluden a los rasgos que conforman la identidad del héroe de la época moderna; y, finalmente, muestran cómo encarna en este héroe un proyecto descomunal de desarrollo que se lleva a cabo desde un centro de poder y que se sustenta en la industria, el comercio, la tecnología, la inversión financiera y la transformación legal y política. En ese sentido, el artículo también acude, como herramienta interpretativa del Facundo, a la noción de self-fashioning acuñada por Stephen Greenblatt.

 

Palabras claves: Sarmiento- Goethe- Facundo- Fausto- Berman- modernidad- tragedia- identidad- desarrollo.

 

 

Faust and Facundo, tragedy and identity

 

Abstract

Throughout the article, it is shown how some of the theoretical approaches that Marshall Berman wields in his book All that is Solid Melts into Air (1982), to analyze Faust (1808 and 1832), by Johann Wolfgang von Goethe, enrich the reading of Facundo (1845), by Domingo Faustino Sarmiento. Above all, because these approaches allow deepening and expanding interpretations already disclosed about this last book by various authors such as Roberto Gonzalez Echevarria, Noé Jitrik, Silvia Molloy and others. These theoretical scopes refer to the dialectical character of modernity and, therefore, to the high price that must be paid to achieve it; hence Berman speaks of the tragedy of modernity; likewise, they allude to the traits that make up the identity of the hero of modern times, and, finally, they show how this hero embodies a colossal development project that is carried out from a center of power and is sustained by industry, commerce, technology, financial investment, and legal and political transformation. In this sense, the article also uses, as an interpretative tool for analyzing Facundo, the notion of self-fashioning coined by Stephen Greenblatt.

Keywords: Sarmiento- Goethe- Facundo- Faust- Berman- modernity- tragedy- identity- development.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sarmiento is to Latin American literature what Walt Whitman is to American literature:

a voice that in singing about itself sings America’s song.

Roberto González Echevarría

 

Aunque no fueron contemporáneos (entre el nacimiento de uno y otro median sesenta y dos años) y procedieron de regiones muy disímiles y muy apartadas una de la otra (uno era de origen germano y el otro de origen argentino), Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) y Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) compartieron la lectura, el estudio y una cierta predilección por algunos autores y obras[1]; es decir, en algunos de sus textos, en particular, el Fausto I[2] (1808) y II[3] (1832), compuestos por el erudito germano, y en Facundo o Civilización y Barbarie (1845)[4], escrito por el polígrafo argentino, se puede rastrear un fondo común de ideas que desempeñan un papel importante en la urdimbre de cada uno de estos libros. Las semejanzas, sin embargo, no se agotan en esta confluencia de ideas, sino que van más allá; hay un aire trágico familiar que penetra hasta los huesos y conmueve en el Fausto y, en cambio, sopla con relativa sutileza en el Facundo[5]; lo que este aire rezuma es lo que Berman denominó la tragedia de la modernidad.

Dada la magnitud de las coincidencias que vinculan a estas obras, voy a mostrar en las páginas que siguen cómo algunos alcances teóricos que esgrime Marshall Berman (1940-2013)[6] para analizar el Fausto de Goethe enriquecen la lectura del Facundo[7], sobre todo porque permiten profundizar en interpretaciones ya divulgadas sobre este texto por diversos autores[8], e incluso son provechosos para comprender algunos aspectos del gobierno (1868-1874) de Domingo Faustino Sarmiento en el que ejerció el cargo de presidente de la nación argentina. Los alcances teóricos a los que me refiero son los siguientes: el carácter dialéctico de la modernidad y, por ende, el alto precio en el que se debe incurrir por alcanzarla; los rasgos propios del héroe de la modernidad: su consciencia desgarrada (el necesario sacrificio del pasado), la construcción de sí mismo que conlleva la expansión de la personalidad y de la sensibilidad, y la liberación de todos los contenidos psíquicos del yo; la encarnación en el héroe moderno de un descomunal proyecto de desarrollo que se lleva a cabo desde un centro de poder y que se sustenta en la industria, el comercio, la tecnología, la inversión financiera y la transformación legal y política.

Sin embargo, debo señalar que no me limitaré, en este análisis del Facundo, a los alcances teóricos referidos a propósito de la obra de Goethe, sino que trataré de establecer un cierto diálogo entre estos hallazgos y algunas ideas vertidas por diversos críticos tanto sobre la obra de Sarmiento como sobre otros tópicos. Asimismo, como he indicado, en lo que concierne al Fausto, me remitiré, en particular, a algunos aspectos vinculados con la visión de la modernidad que deja entrever en sus páginas.

 

La tragedia de la modernidad

Al repasar las páginas que Todo lo sólido se desvanece en el aire consagra al Fausto de Goethe, no se puede dejar de evocar a cada momento la figura de Domingo Faustino Sarmiento y su libro más conocido y leído: Facundo o Civilización y Barbarie[9].

En principio, este aire de familia entre el Facundo y el Fausto se debe a que ambos textos responden, aunque de modo distinto, a parecidas interrogantes: ¿Qué es ser moderno? ¿Cómo serlo? ¿Cuál es el precio de alcanzar la modernidad?

En relación con estas preguntas, Berman nos recuerda, en la lúcida introducción a su libro, que la visión de la modernidad que compartieron muchos intelectuales europeos y norteamericanos decimonónicos ―Marx, Nietzsche, Baudelaire, Kierkegaard, Whitman, Melville, Ibsen, el propio Goethe, etc.― se distingue por su carácter eminentemente dialéctico (10). En los libros de estos autores, se describe la sensibilidad moderna como un insaciable deseo de crecimiento, de expansión, de movimiento en todos los órdenes contrapuesto a una simultánea búsqueda de estabilidad, de raíces. Precisamente, esa contradicción es la que dota de un signo trágico al Fausto y al Facundo: la constitución del sujeto moderno y, por ende, de la sociedad moderna conlleva la inevitable destrucción del mundo tradicional.

Para comprender con cabalidad la comparación que hemos propuesto entre el Fausto y el Facundo, vamos a exponer, seguidamente, una reseña de ambos textos.

En la obra de teatro de Goethe, el doctor Fausto ―usualmente, representado como un hombre cargado de años―, completamente desilusionado de su vida dedicada al estudio y al conocimiento, sella una apuesta con el diablo cuyo nombre es Mefistófeles. Este lo proveerá de todo tipo de experiencias. A cambio, si una de ellas alcanza a embelesar a Fausto de tal forma que desee ardientemente que el deleite sea eterno, entonces, tendrá que entregarle su alma al diablo. Efectivamente, Mefistófeles provee a Fausto de una profusa gama de experiencias de muy diversa índole a través de las cuales este se sacia pletóricamente de belleza, de poesía, de elementos de la naturaleza, de deseo carnal, de amor, de lo sobrenatural, de lo infernal, del poder de la magia, de lo cósmico, de la embriaguez del desarrollo en el corazón del hombre moderno. Tales experiencias transcurren en entornos dispares: una pequeña villa en la campiña alemana, parajes idílicos, castillos medievales, montañas embrujadas, la corte del emperador, las profundidades del mar, una extensa propiedad costera transformada en un centro de industria, comercio y producción. Asimismo, las experiencias ocurren en tiempos tan disímiles como la Grecia Clásica, la Edad Media nórdica y la Edad Moderna. Una de las experiencias centrales y más conmovedoras de la obra, la cual funciona como eje argumental de la primera parte, es la que ha sido llamada “la tragedia de Margarita”. Ella es una hermosa adolescente que vive en un campestre pueblo alemán fervientemente cristiano y, por ende, inmerso en la atmósfera de una moral rigorista, quien es seducida, gracias a las artes de Mefistófeles, por un rejuvenecido Fausto, quien la desea con ardor; lo que lleva a la inocente muchacha a ser condenada por su sociedad ―la que en la obra se denomina como “pequeño mundo”, es decir, el mundo tradicional de las pequeñas villas alemanas desperdigadas en las zonas rurales― a una muerte inmisericorde; aunque post mortem su alma es salvada por la misericordia divina. Es al final de este recorrido que va enhebrando una experiencia tras otra, ya en las postrimerías de la segunda parte de la obra, que Mefistófeles triunfa en la apuesta, pues Fausto, convertido en un desarrollista, alcanza la cúspide de su experiencia cuando aquilata lo que ha conseguido ―aun cuando uno de los costos para obtener el éxito haya sido el asesinato, a manos de Mefistófeles, de los ancianos Filemón y Baucis―: empleando el trabajo de miles de hombres, la técnica y la industria, ha sido el vencedor de los elementos de la naturaleza, pues ha ganado ingentes tierras al mar para construir un puerto abierto al comercio y ha extendido los campos de cultivo con el objetivo de elevar la producción agrícola, lo que ha puesto a miles de hombres en la senda del progreso, de la propiedad y la riqueza. En ese momento, cuando Fausto, quien acaba de quedarse ciego, hace esta comprobación, desea en su corazón fervientemente que su deleite por la obra realizada sea eterno y, por consiguiente, pierde la apuesta.

 Por su parte, el Facundo, en síntesis, es la explicación e interpretación de Sarmiento de la realidad de la novel República Argentina de la época. En un principio, el Facundo fue concebido como una serie de artículos que se publicaron por entregas en el diario El Progreso de Santiago de Chile ―los cuales más tarde fueron reunidos en un volumen unitario―. En el primer capítulo del libro, Sarmiento describe la geografía, el relieve topográfico, con alusiones a la flora y fauna características de las diversas regiones que componen a la Argentina. Asimismo, arguye que esta geografía es la causa principal de las costumbres y hábitos peculiares de los habitantes de esas regiones. Precisamente, en este punto, Sarmiento alude a la dicotomía sobre la que volverá una y otra vez, abundando en el desarrollo de los conceptos y en ilustrativos ejemplos de ambos términos, a lo largo de todo el libro: civilización y barbarie. Sobre esta dicotomía descansará su interpretación de la historia y de la realidad de la Argentina de la época. El segundo capítulo describe lo que Sarmiento identifica como los caracteres distintivos de la nación argentina, los cuales provienen del mundo bárbaro de la pampa: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor. El tercer capítulo gira en torno a la pulpería, lugar donde, de acuerdo con Sarmiento, se advierte la organización social del mundo de la pampa, región cuyo relieve, considera el escritor, resume el carácter nacional argentino. Seguidamente, Sarmiento traza la historia de la joven República Argentina desde la Revolución de Mayo que estalló en 1810, la cual se considera el inicio de la gesta independentista contra el poder colonial de la metrópoli española. De ahí en adelante, Sarmiento narrará la historia de la Argentina a través de la biografía de uno de sus actores más destacados, Juan Facundo Quiroga (1788-1835), gaucho malo, epítome de la barbarie, como lo describe el libro, nacido en la región de La Rioja, quien como caudillo militar de provincia jugó un rol predominante en las luchas intestinas de la Argentina. Esta guerra social, según Sarmiento, congregó a tres bandos en disputa: la facción unitaria, pro europea, cosmopolita, liberal, de claro signo modernizador y que reunía la mayor parte de sus adeptos en la ciudad de Buenos Aires; la facción federal, pro americanista, provinciana, conservadora, de clara actitud estacionaria y antimodernista, y que sumaba la mayor parte de sus parciales entre la población de las ciudades del interior y entre los estancieros de provincia; y el lado de la barbarie[10], esto es, desde la perspectiva sarmientina, el bando del salvajismo, del mundo premoderno, de una sociedad sin ley ni orden, regida por la fuerza, el valor, la brutalidad y la intrepidez, que contaba entre sus filas a la mayoría de los gauchos, quienes vivían en un entorno rural. Estas luchas desembocan en la instauración y consolidación de la prolongada dictadura (1835-1852) de Juan Manuel de Rosas (1793-1877), poderoso estanciero de la provincia de Buenos Aires y quien, según Sarmiento, es la encarnación última, más perfecta y nefasta de la barbarie.

Después de trazar las principales líneas argumentales de ambos libros, retornemos a nuestra argumentación. A partir de lo expuesto hasta aquí, podemos sostener que no es Facundo Quiroga ni Juan Manuel de Rosas, ni siquiera la recreación de Argentina o de Europa, el protagonista del Facundo. Es la tragedia de la modernidad que se enuncia, aunque sin confesarlo explícitamente, a través de quien es ―al igual que Fausto― un héroe moderno: Domingo Faustino Sarmiento. Claro está que no hablamos solamente del hombre de carne y hueso, del exiliado argentino que en tierra chilena escribe apasionadamente contra la dictadura de Rosas, y que en los años venideros cumplirá un rol determinante en la política argentina y en la modernización de su país, sino también de la construcción verbal que se articula en el texto y que al mismo tiempo se constituye en la instancia narrativa a través de la cual el texto es creado.

Sarmiento fue consciente de lo que implicaba el camino de la modernidad para su país, advirtió las contradicciones que entrañaba esta nueva fundación. No resulta extraño, pues, si lo consideramos bajo esta óptica, la paradójica repulsión/atracción[11] que, en el Facundo, la voz narrativa muestra hacia los objetos de su narración, específicamente, los que engrosan el lado de la barbarie: el gaucho, Facundo Quiroga, la etapa colonial de la historia argentina, la campaña, Juan Manuel de Rosas, el americanismo[12], etc. Incluso, en varios pasajes, la voz narrativa parece adoptar el punto de vista de estas entidades. La contradicción inherente de la sensibilidad moderna explica la actitud ambivalente de la voz narrativa hacia las diversas manifestaciones de la barbarie. Perder un mundo encasillado en el pasado es el trágico precio por construir una sociedad moderna.

Precisamente, ese es el precio que debe pagar Fausto por su conversión en un sujeto moderno a manos de Mefistófeles. Este último encarna una figura múltiple: es el demonio, pero también la acción, el enriquecimiento de las experiencias, el cambio y movilidad constantes, la pujante producción, los réditos financieros. Fausto se percata de que hay un costo muy alto por transformarse en un sujeto moderno ―tal como era el anhelo que siempre cobijó Sarmiento: democracia, división de poderes, producción, industria, sexualidad menos constreñida, progreso, educación, conocimiento, experiencia, libertad de expresión―: “Claramente no hay espacio para el diálogo entre un hombre abierto y un mundo cerrado” (Berman 49). Así, Fausto puede amar a Margarita, quien encarna los valores más puros del mundo premoderno, pero, finalmente, no puede quedarse con ella (y, es más, ella debe ser sacrificada), pues él ha elegido el camino del desarrollo, del crecimiento; por consiguiente, todo lo que lo retraiga hacia atrás, hacia convenciones sociales y modos de vida feudales es una rémora y un obstáculo para su destino. Análogamente, el gaucho, la campaña, el pasado colonial, Juan Manuel de Rosas y su política económica y social, la enloquecida trayectoria de Facundo Quiroga se yerguen como obstáculos, etapas que necesariamente deben ser superadas para alcanzar el desarrollo, la modernidad. Ese es el origen del terror que Sarmiento narrador exuda en muchas páginas de Facundo, es el miedo y la ansiedad del hombre moderno, de quien ha asumido la tragedia del desarrollo como única vía posible y legítima para la humanidad[13]. De este modo, todo lo que se oponga al desarrollo debe perecer. Ciertamente, la inmensidad de este acto de destrucción que resultará en la creación de una nueva Argentina trastorna la voz del narrador, que advierte el destino fatídico que van a sufrir los objetos de su narración. Por lo que Sarmiento narrador hace una evocación, en ciertos momentos admirativa, a la manera de una elegía, de lo que sabe que va a desaparecer irremediablemente.

Empero, este orden de cosas no tiene por qué ser definitivo. Sarmiento confía que el gaucho sobreviva a condición de que deje de serlo y se adapte a la modernidad. Esa confianza obedece a que la barbarie muestra algunos aspectos positivos de cara al proyecto de modernización. Los hombres del campo pueden contribuir con sus enormes reservas de energía a la nueva sociedad (es más, la voz del narrador celebra en cierto sentido la sangrienta dictadura de Rosas, ya que esta ha prestado, involuntariamente, un servicio a la modernización acabando con el caudillismo y cohesionando la sociedad). Si se rechaza una forma de vida que se considera carente de sistema, de leyes, de organización, de objetivos precisos, se rescata y admira en Facundo, en Rosas, en los gauchos su enorme energía animal que es necesario domeñar y emplear en la construcción de un sistema liberal de producción. En otros términos, las fuerzas materiales al servicio de un proyecto gigantesco de desarrollo.

Quisiera explayarme un poco más en las últimas ideas expuestas. Sabemos que la voz del narrador va construyendo la figura del gaucho; a lo largo de este proceso, se elogian algunos de los rasgos distintivos de este personaje: su energía, su destreza y fuerza física en constante pugna y victoria sobre la naturaleza. Sin embargo, esta admiración no es incondicional. Sarmiento se cuida de señalar que todas estas virtudes pertenecen a pueblos aún atados al pasado o modelados por un entorno geográfico hostil y salvaje: los árabes, los pioneros norteamericanos que se enfrentan a los pueblos indígenas. Para los efectos de lo que tratamos de poner en evidencia aquí, habría que notar que lo que se encarece alrededor de la figura del gaucho es básicamente todo lo que expresa dinamismo, energía, movimiento[14], pues ello converge con el impulso fáustico pletórico de angustia y anhelo: actuar, crear, no detenerse jamás. No obstante, Sarmiento lamenta que el movimiento en las pampas cuando se produce no esté bien encauzado, pues el nomadismo salvaje a través del cual se expresa lleva indefectiblemente al estancamiento social, a la desarticulación, a la anulación de toda movilidad. Asimismo, Sarmiento narrador se empeña en mostrar el lado reprobable de las efusiones de energía del gaucho, ya que estas en buena parte no son nada más que un despilfarro y no conllevan a ningún desarrollo material ni moral; del mismo modo, enjuicia desfavorablemente que el dinamismo de los gauchos se resuelva en crimen y violencia, ambos improductivos y perniciosos.

En el Facundo, encontramos múltiples ejemplos de estas efusiones tildadas de improductivas. Basten dos alusiones:

La riña, pues, se traba por brillar, por la gloria del vencimiento, por amor a la reputación. Ancho círculo se forma en torno de los combatientes, y los ojos siguen con pasión y avidez el centelleo de los puñales, que no cesan de agitarse un momento. Cuando la sangre corre a torrentes, los espectadores se creen obligados, en conciencia, a separarlos. Si sucede alguna desgracia, las simpatías están por el que se desgració: el mejor caballo le sirve para salvarse a parajes lejanos, y allí lo acoge el respeto o la compasión. Si la justicia le da alcance, no es raro que haga frente, y si corre a la partida, adquiere un renombre, desde entonces, que se dilata sobre una ancha circunferencia. Transcurre el tiempo, el juez ha sido mudado, y ya puede presentarse de nuevo en su pago, sin que se proceda a ulteriores persecuciones; está absuelto (59).

En cuanto a los juegos de equitación, bastaría indicar uno de los muchos en que se ejercitan, para juzgar del arrojo que para entregarse a ellos se requiere. Un gaucho pasa a todo escape por enfrente de sus compañeros. Uno le arroja un tiro de bolas que, en medio de la carrera, maniata el caballo. Del torbellino de polvo que levanta este al caer, vese salir al jinete corriendo, seguido del caballo, a quien el impulso de la carrera interrumpida hace avanzar, obedeciendo a las leyes de la física. En este pasatiempo se juega la vida, y a veces se pierde (59).

Frente a este panorama, la modernidad se presenta como una entidad ordenadora ―el Estado, la propiedad, la producción, los derechos, la justicia, etc. ― que insuflará de legítimo sentido a estos rasgos, positivos en su raíz, pero mal encaminados.

 

Hay una necesidad para el hombre de desenvolver sus fuerzas, su capacidad y su ambición, que, cuando faltan los medios legítimos, él se forja un mundo con su moral y sus leyes aparte, y en él se complace en mostrar que había nacido Napoleón o César. (Sarmiento 59-60).

 

Un libro visionario

El Facundo provocó enconadas críticas a poco de haber sido publicado. Juan Bautista Alberdi (1810-1884), el más importante contendor ideológico y político de Domingo Faustino Sarmiento, se expresó de manera desaprobatoria del libro. Se opuso a la tesis básica que consideró un dualismo exagerado y sin correspondencia con la realidad[15]. Para ilustrarlo, extractemos un breve pasaje de la “Carta Tercera”:

 

La localizacion (sic) de la civilización en las ciudades y la barbarie en las campañas, es un error de historia y de observación, y manantial de anarquía y de antipatías artificiales entre localidades que se necesitan y completan mutuamente. ¿En qué país del mundo no es la campaña mas (sic) inculta que las ciudades?

El catecismo de esa falsa doctrina es el Facundo. (Alberdi 69)

 

Alberdi estimaba que la lírica demonización del campo y sus habitantes y la idealización de las ciudades eran producto de la fantasía de su compatriota; él, por el contrario, de acuerdo con la historia, señalaba que la agricultura en el campo había sido desde la colonia una de las fuentes de civilización en el territorio argentino. Ciertamente, explicaba que una de las bases que soportó la gesta de la independencia argentina la compusieron los propietarios rurales, quienes se opusieron al monopolio del comercio español en Buenos Aires. A pesar de la veracidad y la corrección de sus argumentos, en la época en que escribió su refutación, Alberdi no podía percibir un mérito indiscutible en la obra de Sarmiento: en ella aparecía palmariamente la tragedia de la modernización, los efectos devastadores que podía tener (y tuvo) para la sociedad de su tiempo.

 

El terror al subdesarrollo[16]

Hay una palpable ansiedad en muchos pasajes del Facundo en lo que concierne al desarrollo material y espiritual. Es sintomático que Francia e Inglaterra no solo sean modelos para imitar, sino la fuente de la mayor de las ansiedades del libro, porque estos países han alcanzado un estadio que Argentina por múltiples razones se ve impedida a emular. Esta ansiedad por el subdesarrollo, por la postración social, económica y política, es el caldo de cultivo para el racialismo[17], para la minusvaloración del gaucho, del hombre del campo en general, de quien vive en ciudades de orden colonial, del indígena y del negro.

El Facundo condena a la desaparición a los gauchos, a los indios por su supuesta ineptitud de amoldarse a la sociedad moderna. Dicha ineptitud encuentra su explicación en varios determinismos pseudocientíficos, que constituían el discurso hegemónico en esos días en Europa.

Alrededor de esta última idea, a riesgo de apartarme un poco del tema que vengo tratando, quisiera desarrollar algunos planteamientos. Se puede decir que en el Viejo Continente diversas teorías pertenecientes a las más variadas ciencias se articulaban para conformar el discurso colonialista. En este contexto, hay que entender que la alternativa de desarrollo que propone Sarmiento es un neocolonialismo o, en todo caso, un re-colonialismo a través de la inmigración de multitudes provenientes del norte de Europa[18]. Nuestro periodista y político argentino, al término del régimen colonial, como muchos otros intelectuales latinoamericanos provenientes de la elite criolla o como en su caso particular proveniente de una familia criolla de origen provinciano venida a menos, tomó conciencia con espanto de que su país era un territorio marcado por la diferencia: frente a la élite de blancos criollos (y de inmigrantes europeos) establecidos en las ciudades más importantes, la mayor parte de ellos, eminentemente europeizados, se desplegaba un desconcertante abanico de diversidad racial y cultural que provocaba visibles ansiedades. Para ilustrar este punto común a varios países latinoamericanos, voy a referirme a un ejemplo extraído de la historia del Perú. Allí, tras la guerra de independencia, la mayoritaria población indígena y mestiza se cernía como una maldición sobre la clase dominante; es lo que José Guillermo Nugent ha llamado “la tragedia criolla”. Tragedia porque, dentro de esta perspectiva, el Perú nunca podría convertirse en una sociedad moderna debido al lastre que suponían indios y mestizos, razas o mixtura de razas incapaces de sumarse al proyecto modernizador con éxito. Un razonamiento de esta índole está íntimamente relacionado con el tema del determinismo.

Uno de los determinismos que impregna con intensidad las páginas del Facundo es el de orden biológico. Cada raza tiene características esenciales que determinan el comportamiento de las personas que pertenecen a ella. En este planteamiento[19] hay claros visos de pernicie: la teoría es manifiestamente eurocéntrica, pues el europeo, en particular el alemán, el francés y el anglosajón, representa la cúspide de la jerarquía racial gracias a sus virtudes esenciales que lo han llevado a construir una sociedad moderna. A este primer determinismo se suma el determinismo geográfico: la peculiar geografía de una zona influye profundamente en la forma de ser de sus habitantes[20]. Tal como lo construyó Sarmiento, el gaucho de raza española y a veces mestizo de blanco e indio o mestizo de blanco y africano adolecía de múltiples limitaciones consubstanciales a su carácter: vedado para la navegación, presto a la violencia, ocioso, falto de iniciativa, inclinado a avenirse al despotismo y al caudillaje. “El hijo de los aventureros españoles que colonizaron el país, detesta la navegación y se considera como aprisionado en los estrechos límites del bote o la lancha” (Sarmiento Facundo 24). Asimismo, tras varias generaciones de haber habitado en las pampas, el abandono, la incuria, la vastedad, el silencio, el salvajismo de su entorno se habían trasplantado a su ser. En las llanuras argentinas “la necesidad de manifestarse con dignidad que se siente en las ciudades, no se hace sentir allí en el aislamiento y la soledad. Las privaciones indispensables justifican la pereza natural y la frugalidad en los goces trae en seguida todas las exterioridades de la barbarie” (Sarmiento Facundo 30-31).

Sin embargo, Sarmiento, como ya hemos señalado, no lo excluye del todo a condición de que deje de ser lo que es y se adapte. De este modo, manifiesta su esperanza de que se convierta en un sujeto moderno, aunque subordinado a los soñados inmigrantes europeos, quienes encarnaban plenamente la modernidad y, por ende, eran superiores. Así, Sarmiento escribe:

 

El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén, su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad, está bloqueado allí, proscripto afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos. (Facundo 29-30)

 

Las escasas menciones a los indios en el Facundo nos dan una idea del grado de exclusión que ocupaban dentro de la visión de nuestro escritor y periodista. Para él, ellos encarnan el salvajismo en su más insoportable extremo. La República Argentina “Al Sur y al Norte acéchanla los salvajes [los indios], que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambres de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre indefensas poblaciones” (Facundo 23).

La condición de los indígenas es irremediable. Están fuera de los límites del discurso de la modernidad y, de hecho, no pueden ser asimilados por ella[21]. En otras palabras, deben desaparecer. Esa desaparición ya está prefigurada en el Facundo, las contadas menciones bordean el silencio. Son seres fantasmales que habitan las fronteras territoriales y discursivas.

Al adoptar este desembozado determinismo biológico y geográfico, Sarmiento no tuvo más remedio que concluir que la Argentina estaba condenada al atraso. Tal conclusión resultaba pavorosa para él. De este modo, nuestro escritor justificó su profecía y anhelo de que desapareciera su mundo premoderno, aunque, como hemos visto, fue consciente del alto costo que ello implicaba. Como Fausto, al precipitar a Margarita y a los ancianos Filemón y Baucis en la muerte, el estadista argentino decidió pagar el precio, de este modo ya podía ser, sin remordimiento alguno, un hombre moderno. En este sentido, el Facundo describe el nacimiento de una conciencia moderna en Latinoamérica.

 

La construcción de sí mismo

González Echevarría (Mito y archivo) sostiene que la preeminencia del discurso legal, en particular, de la retórica notarial, en los tres primeros siglos de dominación española de las colonias hispanoamericanas, se advierte no solamente en los profusos documentos legales producidos por un estado burocrático, sino también en los textos históricos y literarios, como crónicas y novelas, de la misma época. Asimismo, señala que este discurso legal fue, paulatinamente, reemplazado, en cuanto a su predominio, a fines del siglo XVIII, por el discurso científico propio de la Ilustración, es decir, el naturalismo; entre cuyos más connotados representantes se encontraban los científicos Charles Marie de la Condamine (1701-1774) y Alexander von Humboldt (1769-1859), quienes organizaron y participaron en expediciones científicas a diversas regiones de la América española, y, sobre todo, quienes publicaron una serie de textos acerca de estas expediciones, los cuales tuvieron un impacto considerable en la intelectualidad hispanoamericana (González Echevarría Mito y archivo). El mismo crítico ha puesto de relieve cómo la retórica, por un lado, narrativo-literaria y, por otro lado, científica de algunos de los textos publicados por estos expedicionarios europeos, en particular, Humboldt, es una de las principales influencias en cuanto a las estrategias narrativas y la perspectiva científica que se advierten en el Facundo (González Echevarría Mito y archivo).

Si consideramos lo que afirma Silvia Molloy acerca del carácter (auto)biográfico de Facundo o Civilización y Barbarie y de otro volumen escrito por Domingo Faustino Sarmiento durante los años de su segundo exilio en Chile (1841-1855) acerca de su infancia y juventud en la provincia de San Juan, Recuerdos de provincia (1850), podríamos decir que el discurso legal no solo sobrevive en el Facundo, sino que desempeña un papel central. Molloy advierte que el Facundo revela sus fuentes: documentos, multitud de informantes y la memoria colectiva. En ese sentido, el texto producido es también un documento que se apoya y legitima en documentos precedentes. Uno de los objetivos primordiales de este documento es conformarse como un alegato en favor de Sarmiento frente a sus contemporáneos. Ya no se trata de justificar, recurriendo a un discurso legal, como acontece con las crónicas de Indias, la empresa del descubrimiento, conquista y colonización de España de los territorios americanos o, en casos particulares, de solicitar las prerrogativas que, según sus argumentos, merecían recibir quienes llevaron a cabo esta empresa, como ocurre con los escritos de Hernán Cortés[22] y Bernal Díaz del Castillo[23]. Ahora el objetivo es, más bien, probar la pertinencia y el valor de una empresa futura: la modernidad como sendero irrenunciable para la Argentina y la figura de Sarmiento como la más indicada para llevarla por este camino.

La construcción que elabora Sarmiento de sí mismo en el Facundo y en Recuerdos de provincia es lo que podríamos llamar self-fashioning (Greenblatt)[24]. En ese sentido, self-fashioning alude a la interacción entre el sí mismo y “un conjunto de mecanismos de control ―planes, recetas, reglas, instrucciones― que dan forma a la conducta de un individuo” perteneciente a un determinado ámbito social dentro de una sociedad (Geertz, 1973, citado en Greenblatt 3). Según el crítico norteamericano, este “sistema cultural de significados” conforma a un individuo en tanto moldea su identidad y su persona pública dentro de un entorno social e histórico (Greenblatt 3). Hay que advertir que la dimensión que adquiere este proceso de self-fashioning en Facundo es de una envergadura colosal, gigantesca, ya que el personaje del autor, Sarmiento, tal como se desprende de las páginas del libro, asume la estatura del “grande hombre”[25]. No hay que olvidar que, de acuerdo con lo que propone en Mi defensa (1843), en Facundo y en Recuerdos de provincia, será él quien llevará a cabo la descomunal empresa de transformar a la Argentina en una nación moderna. En esta idea del “grande hombre”, entre otras influencias, se advierte la huella del Romanticismo y, en particular, del modelo fáustico (Berman). Expansión de la personalidad y de la sensibilidad, liberación de todos los contenidos psíquicos del yo y el tránsito por “el camino hacia el autodesarrollo” son componentes del Romanticismo que impregnan la modernidad (Berman 20). Como el Fausto de Goethe, el Sarmiento textual, personaje de sí mismo, se presenta en el Facundo, en primera instancia, abocado al estudio, a desentrañar la verdad en los libros ―los que son producidos dentro del discurso de la verdad imperante en la Europa moderna― para volcarla en escritura[26]. Esta labor escritural, sin embargo, no se agota en el papel; así como Fausto, en la tragedia de Goethe, trata de encontrar una nueva fórmula para traducir la primera línea del Evangelio de San Juan y acierta con la expresión: “En el principio era la acción”, la cual establece el nuevo curso que tomará su vida; de manera análoga, Sarmiento tiene muy en claro que su escritura es sobre todo acción y está orientada a la acción[27]: “Escribir por escribir es la profesión de los vanidosos y de los indiferentes sin principios y sin verdadero patriotismo”[28] (citado en Dalfré).

 

El modelo de desarrollo a gran escala

Una impronta que se advierte diáfanamente en el Facundo y en el Fausto II ―y que alimenta la idea de predestinación para llevar a cabo una empresa colosal― es el sueño desarrollista que cimenta las teorías del socialista utópico Henri de Saint-Simon (1760-1825)[29]. En ambas obras se articula el sueño sansimoniano de un proyecto descomunal de desarrollo que comprometa a cientos de miles de hombres bajo la guía de un poder central. En la obra de teatro de Goethe, tal propósito se plasma de manera consciente y directa: Fausto, al mando de un ejército de obreros, emprende una lucha titánica contra los elementos de la naturaleza, el mar y la tierra, con el propósito de expandir las fronteras de la agricultura y de crear zonas urbanas adecuadas para vivir[30]. Asimismo, lo impele el designio de forjar hombres libres gracias al fruto de su trabajo y peculio. Por su lado, en el Facundo, este proyecto desarrollista de carácter descomunal encarna en la edificación de un país moderno. Se ha señalado que Sarmiento es un liberal, pero su liberalismo está teñido de utopismo socialista; no se trata simplemente de forjar una economía libre, moderna y productiva, sino que en resguardo de ella debe haber un poder central unificador y civilizador que brinde coherencia y sentido al proyecto. Si bien menudean en el texto del escritor argentino las alusiones laudatorias a la iniciativa privada y a fructíferas o prometedoras empresas locales, todo ello se ve circunscrito a un designio más amplio y arduo: convertir a Argentina en un país moderno y rico, lo que trae consigo la conversión de sus pobladores en seres modernos, quienes propugnen y disfruten de los beneficios del progreso: la riqueza económica y la educación.

 

(…) ¿hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América, a las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables abandonados a las aves acuáticas, que están en quieta posesión de surcarlos ellas sola desde ab initio? ¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea, que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra de nuestro pabellón, pueblo innumerable como las arenas del mar? ¿Hemos de dejar ilusorios y vanos los sueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos han mecido desde la infancia los pronósticos, que, con envidia, nos dirigen los que en Europa estudian las necesidades de la humanidad? […] ¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así nomás! (Sarmiento Facundo 12-13)

 

La cita anterior tiene una marcada tonalidad utópica. Asimismo, en sus líneas, podemos advertir varios tópicos del proyecto de desarrollo a gran escala que propendía Sarmiento.

Uno de ellos, al cual ya hemos hecho mención, es el movimiento. Notemos en la cita precedente que cuando habla de los ríos opone, implícitamente, la quieta posesión de las aves acuáticas a la aventura de la modernización, en este caso particular, a la explotación de los medios de transporte fluviales. El movimiento es acción, evidencia de desarrollo, transformación. Incluso si salimos de los límites textuales del Facundo, si escudriñamos los hechos de la vida de nuestro escritor, notaremos un elemento en común: el movimiento, viajes tanto acaecidos como inventados. Sarmiento viaja para desarrollarse al igual que Fausto, ambos abandonan “su pequeño mundo” para convertirse en hombres modernos. Adquirir nuevas ideas, expandir sus experiencias, su sexualidad, compulsar sus deseos son necesidades imperiosas para el intelectual argentino que recorre Europa, los Estados Unidos y Brasil, los principales centros de poder; pero su filiación por el viaje, por la transformación es, en realidad, mucho más compleja y decisiva; el autor de Recuerdos de provincia quiere trasplantar el Viejo Continente, provocar el viaje neocolonizador de sujetos modernos hacia las ciudades y las pampas argentinas. Aquí percibimos con claridad cómo Sarmiento se erige en lo que Berman denomina la última metamorfosis de Fausto: el desarrollista (developer), la persona que encabeza el movimiento modernizador y lo orienta hacia el beneficio común de la sociedad que tiene a su cargo. Es innegable la concentración de poder en favor de la unidad que propone este modelo, pero los límites de este poder caen bajo el designio del bien común y de la justicia y preceptos morales amparados por el Estado.

 

Los otros en el Facundo: la imposible coherencia

Pese al carácter racialista de su contenido, a que toma decididamente el partido de la exclusión o al menos de la asimilación enajenadora a favor de un único designio: la modernidad, el Facundo es sobre todo un diálogo entrecortado, áspero con los otros[31]. Pero cada uno de estos otros es construido al interior de la conciencia desgarrada del sujeto moderno que se articula con todas sus contradicciones en el texto: en suma, se trata de un diálogo imposible, en el que los otros siempre terminan siendo el mismo Sarmiento, sus máscaras internas, ecos de sí mismo.

La primera imagen de la otredad encarna en la infancia de Sarmiento, a la que apenas alude en el Facundo, pero sobre la cual leemos largamente en Recuerdos de provincia. A través de su infancia se filtra el mundo tradicional de su pequeña ciudad de origen: San Juan. Ella simboliza la cara opuesta de la modernidad: la búsqueda de estabilidad frente al perenne movimiento, al constante trueque de sensibilidades.

La infancia, como también le acontece a Fausto, liga a Sarmiento a lo que Berman llama los pequeños mundos, cerrados, limitados en su saber y en su forma de vida, pequeños pueblos con una moral, con unos medios y modos de vida tradicionales, es decir, premodernos, casi estáticos.

Es dable agregar aquí que el encuentro entre el pequeño y el gran mundo se puede entender como un diálogo al interior de la obra de Sarmiento. La consabida dualidad de provincialismo y cosmopolitismo, con todo lo discutible que tiene, se advierte nítidamente representada en textos como Recuerdos de provincia y Facundo, los cuales se complementan entre sí, pues son la evidencia de que Sarmiento es a la vez cosmopolita y provinciano.

No obstante, la voz del narrador en el Facundo, como hemos visto, elige separarse y romper con ese mundo otro que fue el de su infancia y abrazar la promesa de un futuro moderno y dinámico. Entre el paraíso del pasado y el paraíso moderno, nuestro escritor elige el segundo.

Al tocar el tema de los determinismos, mencionamos a pie de página que tenían antecedentes tan antiguos como los libros de Hipócrates que se remontan a la época de la Grecia Clásica. Hipócrates sentenciaba que los orientales (los persas) eran proclives a la sensualidad, afeminados, cuyas voluntades débiles se condecían con los gobiernos despóticos que permitían regir sobre ellos. El otro siempre ha encarnado los temores o formas de comportamiento que se juzgan inaceptables en una cultura, en otras palabras, el otro se construye en nuestro interior, de ahí que revele y condense los miedos, las aprensiones, que bordee o exceda los límites de lo permisible en nuestra cultura. Sin embargo, en la época moderna, a diferencia de épocas históricas previas, la construcción de sí mismo que obra el sujeto moderno, aunque determinada y delineada dentro del discurso hegemónico, le otorga a la construcción del otro características particulares que no poseía antes. “La construcción de sí mismo [self-fashioning] se logra en relación con algo percibido como ajeno, extraño u hostil. Este Otro amenazador ―hereje, salvaje, brujo, adúltero, traidor, Anticristo― debe ser descubierto o inventado para ser atacado y destruido” (Greenblatt 9) (traducción propia). Y la siguiente cita, proveniente de la misma fuente, es aún más reveladora en lo que concierne al Facundo.

 

Lo extraño es percibido por la autoridad como algo informe o caótico (la ausencia de orden) o como algo falso o negativo (la parodia demoníaca del orden). Dado que lo que explica al primero de ellos tiende inevitablemente a organizarlo y tematizarlo, lo caótico se desliza constantemente hacia lo demoníaco y, en consecuencia, lo extraño siempre se construye como una imagen distorsionada de la autoridad. (Greenblatt 9) (Traducción propia)

 

En el Facundo, la voz narrativa se muestra refractaria al otro para afirmarse a sí misma, margina y repele todo lo que considera inaceptable dentro de sí y con esta materia psicológica construye su otredad; es un proceso de proyección de sus propios temores, angustias y deseos reprimidos: ese es el origen del salvaje, encarnación del desorden, el reverso de la autoridad, pero al mismo tiempo atrayente. Sin embargo, en ciertas ocasiones, Sarmiento narrador aplica el adjetivo de salvajes a los otros por razones meramente prácticas, es decir, impelido por intereses políticos. Como podemos advertir, no hay una sola razón, sino que se ponen en juego varias de ellas en la construcción del otro. Cuando los descendientes mestizos de africanos actúan a favor de lo que en el texto se delinea como la civilización, nuestro escritor encarece su papel. En efecto, al hablar de las ciudades los descendientes mestizos de africanos son descritos como aliados de la causa civilizadora. “La raza negra, casi extinta ya ―excepto en Buenos Aires― ha dejado sus zambos y mulatos, habitantes de las ciudades, eslabón que liga al hombre civilizado con el palurdo; raza inclinada a la civilización, dotada de talento y de los más bellos instintos de progreso” (Sarmiento Facundo 28).

 

Páginas más adelante, cuando se habla de que los negros o, más precisamente, las negras que se han plegado a la dictadura de Juan Manuel de Rosas, estas son consideradas de inmediato salvajes por naturaleza, por raza. Con el gaucho, el proceso es más complejo. La voz narrativa se siente atraída hacia él, no puede reprimir del todo su fascinación hacia lo que supuestamente debería rechazar de plano, porque se ponen en evidencia rasgos que van a contracorriente de la civilización tal como la concebía Sarmiento. Ante la libertad sin regulaciones aparentes, las efusiones de violencia irracional, las hazañas en contra de la autoridad hay una actitud ambigua, sospechosa. Por momentos, en nombre del ideal de la modernidad, estas actitudes son condenadas y calificadas como un lastre, pero mientras son narrados hechos en que se ponen de manifiesto, no se puede dejar de advertir el hechizo, la admiración, la atracción que ejercen sobre la voz del narrador. Hay un anhelo de emulación, aunque imposible, pues la tesis del Facundo ―aunque muchas veces contradicha― es que solo lo que pueda adaptarse a la modernidad tiene futuro. De este modo, son bienvenidos la energía indesmayable, el don de mando y el halo de poder que les permite reunir gente tras de sí a caudillos como Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, etc.; porque la construcción de sí mismo que hace Sarmiento a lo largo del texto concuerda con estos rasgos: él también es un héroe, aunque de la modernidad, de la civilización. No en vano el estadista argentino definió la confrontación entre él y el dictador Rosas como una lucha de titanes.

Hemos hablado de los gauchos que tienen cierto poder y agencia, pero cuando se trata del débil, del que socialmente no tiene prestigio, la línea demarcatoria que traza el texto es más clara: los pobres del campo o la ciudad siempre son salvajes o semisalvajes o esconden la tendencia al salvajismo, las mujeres apenas aparecen. En referencia a esto último, Silvia Molloy muestra cómo Sarmiento en sus escritos (auto)biográficos como en Recuerdos de provincia, a excepción de su madre y un par de hermanas, apenas hace mención de otras mujeres. Sus amantes no son aludidas en ningún momento. Ese es otro rasgo de la dialéctica entre la construcción de sí mismo y la del otro que lleva a cabo Sarmiento. Cuando no conviene a sus intereses, a la afirmación de su propia construcción, el texto silencia la presencia del otro. La voz narrativa podía permitirse la representación lírica del gaucho, al fin y al cabo, la ruptura con el pasado garantizaba que los preceptos morales se habían preservado finalmente. Exponer la otredad de sus amantes ponía en entredicho la construcción que Sarmiento estaba empeñado en articular, la transgresión moral socavaba el proyecto de un sujeto como encarnación de la coherencia de los valores de la modernidad.

 

 

Conclusión

A primera vista, entre el Fausto y el Facundo, se advierten algunas coincidencias producidas por el hecho de que ambas obras, además de haber sido publicadas en fechas relativamente cercanas, responden a periodos de crisis de sus respectivas sociedades provocados por los procesos de modernización. Sin embargo, el parentesco entre estas dos obras, como hemos argumentado a lo largo de las páginas precedentes, es mucho más profundo. No solo se trata de que tanto Domingo Faustino Sarmiento como su obra estén insuflados por el espíritu fáustico, lo cual es esperable en un autor que encarna el anhelo de modernidad y la puesta en marcha de un proyecto cuyo objetivo es modernizar su país, sino que la manera en que esto se manifiesta tanto en la obra de Goethe como en la de Sarmiento revela notables semejanzas: la tragedia de la modernidad, un pensamiento liberal teñido de utopismo socialista que nutre un proyecto descomunal de desarrollo, y una conciencia desgarrada por la pérdida de raíces y la ebriedad del vuelo, aunque dentro del horizonte de la modernidad. A todo ello se añade la construcción del sujeto moderno, en el que es axial la expansión de todas las potencias psíquicas del yo, pero dentro del marco de la modernidad misma, es decir, del tipo de orden que esta preconiza, lo que trae consigo que se expulse de la propia identidad lo que se concibe como ajeno, extraño u opuesto a este orden.

En la determinación de quienes encarnan lo opuesto a la anhelada identidad, cumple un rol central la divergencia entre mentalidades, lo cual se advierte entre sujetos provenientes de tiempos históricos distintos. Es el caso de Fausto y Margarita, a la cual aquel abandona, ya que ella vive y muere a la usanza de su entorno premoderno; o es lo que ocurre entre Fausto y los ancianos Filemón y Baucis, quienes encarnan las virtudes de la Antigüedad grecolatina; ambos son asesinados por Mefistófeles después de que Fausto le pidiera al demonio que los convenza de una u otra forma de que le vendan su propiedad. En Sarmiento, fruto de sus condiciones históricas, geografía y raza también desempeñan un papel fundamental en la determinación de quienes encarnan lo opuesto a la propia identidad. En suma, el grado de extrañeza u hostilidad ―y también esporádica atracción― que adquieren a los ojos de Sarmiento estos sujetos opuestos a sí mismo, como el gaucho, no solo es atribuible a las diferencias históricas, raciales y geográficas, sino a la necesidad que, como sujeto moderno, tenía de definirse de acuerdo con ciertos parámetros, lo cual hizo ineludible adjudicarle a quienes encarnaban la otredad lo que debía dejar fuera de sí mismo.

Por último, compulsar ambas obras ha permitido articular varias de las interpretaciones canónicas sobre el Facundo y también sopesarlas, pues, bajo la luz del Fausto, de la reflexión que este libro desentraña sobre la modernidad, se han propuesto explicaciones alternativas o complementarias a las ya conocidas.

 

 

Bibliografía

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von Goethe, Johann Wolfgang. Fausto. Madrid: Ediciones Cátedra, 2009.

 

Recibido: 21/03/2022

Aceptado: 12/09/2022



[1] Entre estas lecturas comunes se cuentan libros de Adam Smith (1723-1790), de Jeremy Bentham (1748-1832), de Henry de Saint Simon (1760-1825), de Jean Charles Léonard de Sismondi (1773-1842), de Alexander von Humboldt (1769-1859) y de Pierre Guizot (1787-1874). Una rica veta para establecer las lecturas que frecuentaba Goethe es el libro Conversaciones con Goethe, de Johann Peter Eckermann.

[2] von Goethe, Johann Wolfgang. Faust. Eine Tragödie. Tübingen: Cotta, 1808.

[3] von Goethe, Johann Wolfgang. Faust. Der Tragödie zweiter Teil. Stuttgart: Cotta, 1832.

[4] Sarmiento, Domingo Faustino. Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres y ábitos de la República Arjentina. Santiago: Imprenta del Progreso, 1845.

[5] En su introducción a Facundo: Civilization and Barbarism, primera traducción del texto completo del Facundo de Sarmiento al inglés, Roberto González Echevarría señala con acierto: “La barbarie tiene la grandeza de la tragedia, compartiendo su inevitabilidad, lo que anticipa el programa de Sarmiento de erradicarla con la ayuda de la civilización. Si, como él afirma, hay un gaucho escondido debajo de la levita de todo argentino, ¿dónde deja eso al propio Sarmiento, si no del lado de lo trágico?” (13) (traducción propia). Y poco después explica en qué consiste ese carácter de lo trágico que él advierte en el Facundo: “Si bien Sarmiento no vio la “infancia” argentina de una manera tan esperanzadora, fue él quien articuló con más fuerza y permanencia la metáfora de la historia como vida. En Facundo la vida es trágica, como la de su protagonista, un patrón profundamente incrustado en la estructura biológica misma de la raza humana” (14) (traducción propia). Así, la tragedia en el Facundo, desde la perspectiva de González Echevarría, procede de que la obra ha sido moldeada a partir de un paradigma proveniente de la biología que estructura la vida como una sucesión de etapas que van desde el nacimiento, el crecimiento, la reproducción hasta la muerte. Un derrotero en el cual Sarmiento enfatiza el desenlace fatal de toda vida. Nosotros más bien hablaremos en este trabajo de una tragedia articulada sobre la base de ideas que avizoran la historia de una manera determinista y sobre los planteamientos de Marshall Berman.

[6] Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. México, D.F.: Siglo XXI, 2011.

[7] Esta relación entre el Facundo y el Fausto vista a través del prisma del capítulo “El Fausto de Goethe: La tragedia del desarrollo” del libro Todo lo sólido se desvanece en el aire ya ha sido advertida y comentada, aunque de manera sucinta, con anterioridad. Véase el siguiente trabajo: Rebeca Errázuriz Cruz. “El viaje latinoamericano y el deseo de modernidad: Una lectura de los Viajes de Domingo Faustino Sarmiento (1845-1847)”. Tesis de maestría U. de Chile, 2009. Repositorio académico de la Universidad de Chile. Web. 15 mar. 2021. Transcribo lo que se señala al respecto en el mencionado trabajo:

La modernidad, en este sentido, no es más que un desiderátum y el sanjuanino se asemeja bastante a la figura del Fausto de Goethe, tal como la describiera Marshall Berman (2004). Sarmiento es un letrado que vive simultáneamente en dos mundos: aquel de la barbarie sudamericana, que es la realidad que le pesa tanto como el pasado colonial del cual intensa (sic) desprenderse a toda costa; y aquel de la modernidad, que es el futuro imaginado, el camino a seguir de la modernización, que si bien no es más que deseo, ocupa su mente, su imaginación y sus energías de manera constante, al punto de adquirir a veces la consistencia de un factum, pues se apoya en la secreta fuerza de la ley del progreso. Sarmiento sufre, como ese Fausto desarrollista, aquella escisión interior entre su pensamiento, que siempre está dando un salto hacia el futuro, y la realidad, que aparece siempre bajo la forma de una sociedad estancada, enquistada en tradiciones coloniales y medievales (Berman, 2006: 34). Sarmiento sabe que quiere crear en Sudamérica un nuevo mundo, que aún no posee siquiera bases y cuya fundación requiere necesariamente la destrucción de la realidad tal como la conoce. (9-10)

Hay que notar que también se halla en la página 24 de este mismo trabajo otra alusión menos extensa sobre esta relación entre la obra de Sarmiento y la figura del Fausto de Goethe a través de las ideas de Marshall Berman.

[8] Por ejemplo, la lectura sobre la otredad que desarrolla Roberto González Echevarría con respecto al Facundo en Mito y archivo; o la agudeza con la que Julio Ramos analiza los discursos que convergen en el Facundo en “Saber del otro: escritura y oralidad en el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento” (2009); o trabajos que han investigado la influencia del pensamiento utópico en la obra sarmientina como el artículo de Celia Guevara “La utopía sarmientina” o la tesis doctoral de Rogelio Meglioli “El pensamiento filosófico de Domingo Faustino Sarmiento”.

[9] Todas las referencias en este trabajo al Facundo provienen de la siguiente edición: Domingo Faustino Sarmiento. Facundo o Civilización y Barbarie. Barcelona: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1985. Hay que notar que Sarmiento fue un escritor prolífico y polifacético, pues abarcó en sus textos un sinnúmero de temas como puede advertirse en sus obras completas. Hasta la fecha se han publicado tres ediciones que reúnen todas sus obras: Obras de Domingo Faustino Sarmiento. 52 vols. Eds. Augusto Belín Sarmiento y Luis Montt. Buenos Aires: Imprenta y Litografía Mariano Moreno, 1884-1903; Obras completas. 53 vols. Buenos Aires: Editorial Luz del Día, 1948-1956; y Obras completas de Domingo Faustino Sarmiento. 54 vols. Buenos Aires: Universidad Nacional de la Matanza, 2001. Todos los volúmenes de la primera edición de las obras completas de Sarmiento se encuentran disponibles en formato digital en la siguiente dirección web: https://casanatalsarmiento.cultura.gob.ar/biblioteca-digital/obras-sarmiento/obras-completas/

Por su parte, Goethe también fue un escritor fecundo y un polígrafo. La edición más reciente de sus obras completas en la Editorial Deustcher Klassiker abarca 40 volúmenes: Sämtliche Werke. Briefe, Tagebücher und Gespräche. 40 Bänden. Frankfurt am Main: Deutscher Klassiker Verlag, 1985 ff. [Obras completas. Cartas, diarios y conversaciones. 40 vols. Fráncfort del Meno: Editorial Deutscher Klassiker, 1985 y ss.]. Esta es la edición más actual y más completa que reúne todas las obras de Goethe, pues incluye los escritos oficiales y los dibujos, con comentarios y registros.

[10] En el Facundo, Sarmiento hace un claro distingo entre los miembros del partido federal de la ciudad de Buenos Aires, entre ellos Manuel Dorrego (1787-1828), quien alcanzó a ser presidente de la Provincia de Buenos Aires tras la caída del gobierno nacional unitario, y los caudillos militares provincianos y los gauchos que, por circunstancias históricas, se aliaron con este partido; estos últimos son los que engrosan el lado de la barbarie. Así, Sarmiento señala: (…) en una palabra, pugnaba por producirse aquel elemento que no era, porque no podía serlo, federal en el sentido estricto de la palabra; aquello que se estaba removiendo y agitando desde Artigas hasta Facundo, tercer elemento social, lleno de vigor y de fuerza, impaciente por manifestarse en toda su desnudez, por medirse con las ciudades y la civilización europea. (Facundo 138-139)

[11] Sobre esta ambivalencia de la mirada hacia el otro en el Facundo, González Echevarría ha apuntado:

No cabe duda de que los científicos proyectan sobre su objeto de estudio una visión tan cargada de valores y deseo como la de la literatura misma. La mirada europea es una, ya sea científica o artística; su objeto es un Otro creado a partir de su anhelo del origen y la organicidad en sí, un Otro que representa, clasifica y describe conforme crea un discurso de poder basado en la adecuación del discurso científico y el objeto que ha elaborado para éste. (Mito y archivo 165)

[12] Susana Villavicencio, tras estudiar la obra de Sarmiento, en particular el Facundo, concluye que el americanismo, en la concepción del pensador argentino, es lo opuesto al estandarte del republicanismo que él enarbolada, es decir, es lo que se opone a la instalación en la Argentina y en Hispanoamérica de un régimen político, social y cultural de origen europeo fundamentado en la razón, las ideas concurrentes de ciudadanía y civilidad, y en una ley común. En la concepción de Sarmiento, el americanismo es el atraso, el lastre, pues, por un lado, se aferra a la herencia colonial hispánica, esto es, a un mundo cerrado en sí mismo, refractario al extranjero, ceñido a sus tradiciones y sus instituciones religiosas; y, por otro lado, se sostiene en la sociedad rural argentina, en sus habitantes, los gauchos, quienes mantienen costumbres, hábitos, modos de vida, una indumentaria no solo distintos, sino completamente opuestos al hombre civilizado e industrioso de Europa (183-185).

[13] Meglioli inscribe y explica este terror en el ámbito de lo estético:

Sarmiento recurre al concepto de lo sublime como atributo estético de la barbarie, tan presente en su obra insignia: Facundo. La barbarie estremece desde que el terror es una de sus manifestaciones más elocuentes, pero, a la vez, y por eso mismo, no deja de fascinar. La barbarie es desmesura, monstruosidad, exageración. La civilización, en cambio, es orden, proporción; pertenece al ámbito de lo previsible. En este sentido podría decirse que, para Sarmiento, en términos estéticos, si la barbarie es sublime, la civilización solo puede alcanzar el estatuto de lo bello. Por eso, en cuanto a su eficacia literaria, lo bárbaro le lleva una ventaja a la civilización. Puede decirse que no hay literatura sarmientina sin una considerable dosis de barbarie, y sublime es la categoría que mejor define la estética de la barbarie. (315)

[14] No es mi intención soslayar con esta afirmación que Sarmiento también encomia y muestra viva admiración por el saber tradicional de los gauchos, por sus conocimientos; esto se hace evidente en sus descripciones del rastreador, del baqueano y cuando escribe sobre el rústico lirismo del cantor. Sin embargo, este saber parece condenado al olvido en la mentalidad de Sarmiento, quien comprende que la modernización debe dejar atrás el mundo tradicional.

[15] Me permito aquí transcribir in extenso el fragmento de la “Carta Tercera” de Juan Bautista Alberdi de donde he extraído la cita (en la transcripción he respetado la ortografía del original):

¿Dominar el desierto sin el hombre del desierto, es cosa que tenga sentido común? Siempre que veáis en Sud-América otra cosa que un mundo despoblado, incurriréis en error.

No achaquéis á los campos la anarquía. Ella ha sido hija de la revolución, que ha dividido campos y ciudades.

La localizacion de la civilización en las ciudades y la barbarie en las campañas, es un error de historia y de observación, y manantial de anarquía y de antipatías artificiales entre localidades que se necesitan y completan mutuamente. ¿En qué país del mundo no es la campaña mas inculta que las ciudades?

El catecismo de esa falsa doctrina es el Facundo.

Si fuese preciso localizar el espíritu nuevo y el espíritu viejo en Sud-América, la simple observación nos haría ver que la Europa del siglo XIX, atraída por la navegación, el comercio y la emigración, está en las Provincias del litoral, y el pasado mas particularmente en las ciudades mediterráneas. Esto se comprende, porque se ve, toca y palpa. (69)

 

[16] Se estima que el primer registro del término subdesarrollo en alusión a países o regiones se hizo en el idioma inglés (underdevelopment), cuando fue empleado por el presidente de los Estados Unidos Harry Truman (1884-1972) en su discurso de investidura el 20 de enero de 1949. En referencia a la obra de Sarmiento, entonces, su utilización parecería un anacronismo. Sin embargo, la noción de país subdesarrollado ya se dibujaba en las mentes de numerosos europeos desde más de un siglo antes. Así, Berman señala lo siguiente:

La escisión que he descrito en el Fausto de Goethe está muy extendida en la sociedad europea y será una de las fuentes primarias del romanticismo internacional. Pero su resonancia es más significativa en los países social, política y económicamente “subdesarrollados”. Los intelectuales alemanes contemporáneos de Goethe fueron los primeros en ver su sociedad de esta manera, al compararla con Inglaterra, con Francia, con la América en expansión. Esta identidad “subdesarrollada” fue unas veces fuente de vergüenza, otras (como en el conservadurismo romántico alemán) fuente de orgullo y, la mayoría de las veces, una voluble mezcla de ambas. Esta mezcla se dará a continuación en la Rusia del siglo XIX, que examinaremos en detalle más adelante. En el siglo XX, los intelectuales del Tercer Mundo, portadores de unas culturas de vanguardia en unas sociedades atrasadas, han experimentado la escisión fáustica con especial intensidad. (34-35)

En la segunda edición (1988) de la obra original en inglés de Berman, All That Is Solid Melts Into Air, se advierte que en este párrafo él emplea, en dos oportunidades, la voz inglesa underdeveloped (43).

[17] Racialismo o racismo científico. Este término se explicará en los párrafos siguientes.

[18] Esta idea de fomentar la llegada de inmigrantes del norte de Europa para modernizar a la Argentina se encuentra en varios artículos y libros de Sarmiento. Es una idea reiterativa. No solo en la obra de Sarmiento, sino también aparece en la obra de Juan Bautista Alberdi, quien concebía, de modo análogo a su coterráneo, como fundamental la inmigración europea para lograr la modernización de Argentina. Así lo ilustra su uso de la frase “gobernar es poblar”. Asimismo, durante el gobierno de Sarmiento, uno de los ejes de su administración fue impulsar la inmigración europea.

[19] Uno de los inspiradores de este planteamiento lo fue sin duda Théodore Simon Jouffroy (1796-1842), filósofo francés. Durante el año 1844, Sarmiento tradujo amplios extractos de varios artículos de Jouffroy, los cuales salieron publicados en diversas ediciones del diario El progreso de Santiago de Chile. Especial atención merece el extenso artículo “De l’état actuel de l’humanitê” [El estado actual de la humanidad], cuyos largos extractos, traducidos por Sarmiento, fueron publicados bajo el título “Sección literaria. Del estado actual de la humidad (sic). Por Théodore Jouffroy”, en el diario El Progreso del 16 de septiembre de 1844, n.º 574. En este artículo, Jouffroy señala la superioridad de la civilización europea cristiana, en particular, los pueblos alemán, francés e inglés, con respecto a otros pueblos del mundo debido a su desarrollo de las ciencias, lo cual les ha otorgado un mayor poderío. Toda esta información figura en Rogelio Meglioli. “El pensamiento filosófico de Domingo Faustino Sarmiento”. Tesis de doctorado U. Complutense de Madrid, 2019. Repositorio Institucional de la UCM. Web. 23 abr. 2021.

[20] Ninguna de las ideas básicas que subyacen a estos determinismos tiene un origen moderno, en realidad, se remontan a épocas tan antiguas como la Grecia Clásica, en la que encontramos los escritos de Tucídides (c. 460 - c. 400 AEC), de Hipócrates (c. 460 - c. 370 AEC), de Jenofonte (c. 430 - 355/354 AEC) y de Aristóteles (384-322 AEC) que hablan abiertamente de cómo el entorno geográfico de una zona determina el carácter de sus habitantes. En los textos de Hipócrates, por dar un ejemplo, las diferencias entre el carácter de griegos y persas, causadas por un diferente entorno geográfico, develan la superioridad de los primeros frente a los segundos. En ese sentido hay una imbricación de los dos determinismos mencionados. Un exponente moderno del determinismo geográfico fue Montesquieu (1689-1755), historiador y filósofo político francés, cuya obra fue una de las lecturas de cabecera de Sarmiento en la época en que escribió el Facundo. Lo que aportó la modernidad a estos determinismos fue una supuesta explicación científica que justificaba las desigualdades y la consideración de que la superioridad de los europeos estribaba en un mayor desarrollo de la ciencia y la industria.

[21] Durante su mandato como presidente de la Argentina (1868-1874), Sarmiento no tuvo una política explícitamente antiindia, sino que más bien pretendió asimilar a los diversos pueblos indígenas a lo que él consideraba la civilización. Sin embargo, algunos de sus escritos manifiestan una abierta hostilidad y desprecio hacia los indios. A ello se suma, la influencia que su prédica de civilización contra barbarie tuvo sobre la élite civil y militar de su país, que facilitó la catalogación de indio como sinónimo de salvaje.

[22] Me refiero a las Cartas de relación (1519-1526) dirigidas al emperador Carlos V.

[23] Me refiero a su crónica Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (manuscrito de 1568).

[24] Greenblatt, Stephen. Renaissance self-fashioning. From More to Shakespeare. Chicago: The University of Chicago Press, 1980. Se trata de un estudio sobre la identidad y la persona pública de varios literatos durante la época del Renacimiento inglés.

[25] “(…) en cuanto al “grande hombre” y su papel en la historia, la idea procede de Hegel (Enciclopedia ―1817―, Filosofía del Derecho ―1821― y Lecciones sobre la filosofía de la historia universal ―1837―) a través de la tesis de Victor Cousin sobre la ‘génesis y función social del hombre representativo o el grande hombre’ (1828) que integra su Introducción a la filosofía de la historia (…)” (Jitrik, XXXIX).

[26] “Desde Chile, nosotros nada podemos dar a los que perseveran en la lucha bajo todos los rigores de las privaciones, y con la cuchilla exterminadora que, como la espada de Damocles, pende a todas horas sobre sus cabezas. ¡Nada!, excepto ideas, excepto consuelos, excepto estímulos; arma ninguna no es dado llevar a los combatientes, si no es la que la prensa libre de Chile suministra a todos los hombres libres” (Sarmiento Facundo 14).

[27] Sobre la relación entre el intelectual y la acción en la obra de Sarmiento, Noé Jitrik (1985) ha señalado:

En cuanto al segundo aspecto, no me cabe duda de que la literatura deviene claramente coadyuvante de la “acción” y tiene que servir a un determinado contenido que puede haber sido para Sarmiento la construcción de otra sociedad, aunque para algunos de sus lectores sea sólo la consolidación de una clase; en todo caso, el intelectual tiene, entre ambos aspectos, una vía de realización como tal, lo cual, al conferirle poder, lo confiere en general, inviste a la figura y la convierte en modelo (…). (XXIX)

[28] Esta cita proviene de un artículo periodístico, titulado “Diálogo entre el editor y el redactor”, escrito por Sarmiento. El texto apareció en el periódico chileno El Mercurio el 27 de julio de 1842.

[29] Ya en un artículo publicado en 1915, José Ingenieros había advertido la influencia de Saint Simon en la obra temprana de Sarmiento. Aquí la referencia: José Ingenieros. “Influencias saint simonianas en la juventud de Sarmiento”. Revista de Filosofía T. II (1915): 275-315.

[30] En lo que concierne al impacto del pensamiento saintsimoniano en el Fausto, me sustento en lo que plantea Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire (65-66).

[31] Según Ramos, Sarmiento era plenamente consciente de que este diálogo era ineludible, porque, según entendía el escritor y político argentino, era la única manera de superar el entrampamiento que impedía llevar a cabo la modernización de la Argentina. Ramos apunta que este diálogo se produce en el Facundo en un plano discursivo. Se busca representar al otro, es decir, a los gauchos; trasplantar sus voces al texto para escucharlas pese a su rusticidad; en otras palabras, intermediar entre el mundo de la civilización y el de la barbarie (Ramos). Esto lo logra el Facundo, en palabras de Ramos, acudiendo al discurso literario, porque el discurso científico europeo más bien había probado su ineficacia en representar un objeto tan elusivo como lo es el otro cultural, en este caso, los gauchos y los habitantes de las pequeñas ciudades de provincia sumergidas todavía en una atmósfera colonial. Sin embargo, apunta Ramos, esta representación que se cimenta, principalmente, en incluir relatos de tradición oral provenientes de la campaña argentina, no es neutral. Las voces del otro son representadas bajo el formato del cuadro vivo o tableau vivant, una forma elegida exprofeso por Sarmiento, que aparece enmarcada en un comentario que alude al saber científico europeo; así un relato oral que se caracteriza por nutrirse de lo particular es subordinado a un comentario que apela a un saber racional, que se caracteriza por su generalidad, lo que termina por establecer una jerarquía de discursos (Ramos). Así, la escritura misma en el Facundo tiene una finalidad ordenadora, de jerarquización, pues sirve para establecer la hegemonía de un discurso sobre el otro. Análogamente, el rol de la escritura como fuente de un poder ordenador, unificador y que dota de un carácter uniforme a un territorio bajo la administración de un Estado fue reconocido por varios intelectuales hispanoamericanos decimonónicos, como Andrés Bello (1781-1865), quien reclamaba la necesidad de una ley escrita común para todo un país que dejara de lado las leyes consuetudinarias de carácter oral que coexistían en diversas regiones de un mismo territorio (Ramos).