Enemigas de los viajeros: el discurso de la otredad en la Serrana de la Vera y la Mulánima andina

María Valeria Mancha

valemancha@yahoo.com.ar

Universidad Nacional de San Juan

Resumen

En el presente trabajo, realizaremos una comparación entre dos personajes literarios que, ubicados en la periferia de las poblaciones, se erigen como enemigas de los viajeros: la Serrana de la Vera, mujer campera que se sitúa en la zona española de Extremadura y la Mulánima o Alma mula, que se encuentra en la región andina de la Argentina. Ambas figuras provenientes de literatura oral se han elevado a lo largo de los tiempos a la categoría de mito popular; y tienen, de este y del otro lado del continente, el poder de convertirse en un obstáculo para el caminante, quien, transitando por senderos alejados de los centros poblacionales, siente terror ante su presencia, ya que el contacto con ellas traerá consecuencias que pueden implicar hasta la muerte. Intentaremos, también, en este acercamiento, reconstruir el discurso social que implica la demonización del otro como enemigo, en este caso de la figura femenina que se construye como un ser monstruoso y marginal.

Palabras claves: viaje- otredad femenina- discurso social.

Enemies of the Travelers: the Discourse of Otherness in the Serrana de la Vera and the Andean Mulánima

Abstract

In the present work I will make a comparison between two literary characters that stand as an enemy of travelers: La Serrana de la Vera, a country woman who is located in the Spanish area of Extremadura, and the Mulánima or Almamula, who belongs to the region Andes of Argentina. Both figures originated from oral literature and reached, over time, the category of popular myth. Serranas and Mulánimas have, in the European and American continents, respectively, the power to become an obstacle for the walker, who while traveling through a difficult or lonely path, feels terror in their presence, since they will bring them severe consequences that may even involve death. In this approach I will also try to discover the social discourse that implies the demonization of the other as an enemy, in this case the female figure that is constructed as a monstrous being.

Keywords: travel- female otherness- social discourse.

En el presente trabajo realizaremos una comparación entre dos personajes literarios que se erigen como enemigas de los viajeros: la Serrana de la Vera, mujer campera que se sitúa en la zona española de Extremadura, y la Mulánima o Alma mula, que se encuentra en la región andina de la Argentina.

Serranas y Mulánimas tienen, de este y del otro lado del Atlántico, el poder de convertirse en un obstáculo para el caminante, quien, transitando por un sendero dificultoso o solitario, siente terror ante su presencia, ya que el contacto con ellas traerá consecuencias que pueden implicar hasta la muerte.

Enmarcaremos este abordaje dentro de los postulados de la sociocrítica que permite poner de relieve cómo la estructura textual refleja una estructura social. Desde esta disciplina, la literatura es definida como una práctica social, que no se puede desligar de los imaginarios, de las mentalidades e ideologías de una época, porque trabaja con el discurso social definido como “todo lo que se dice y se escribe en una sociedad dada” (Angenot 21). El texto se convierte en un lugar de cruce de todo un sistema de remisiones interdiscursivas e intertextuales a partir de la selección que hace el escritor de lo decible, lo pensable y lo legible a nivel social. Esta mirada consiste en una especie de radiografía de la escritura, que permite hacer visibles los valores sociales que organizan en lo profundo el texto de ficción. Desde esta perspectiva teórica, intentaremos, en este acercamiento, rastrear el discurso social que implica la demonización del otro como enemigo, abordando las figuras femeninas de Serranas y Alma mulas que se construyen como seres monstruosos.

Numerosos estudios comprueban la pervivencia de romances españoles que en distintas versiones pueden encontrarse en América. Sin negar lo anterior, el espíritu de este trabajo comparativo no será el de encontrar las influencias de un texto fuente de raíz europea sobre otros que se producen en América, sino abordar los diálogos que se entablan en toda una red literaria, suponiendo una dinámica más compleja de relaciones que aquella que se reduce a denunciar imposiciones y otras formas de dependencia cultural, porque, siguiendo a María Teresa Gramuglio

(…) es posible concluir que una aproximación comparatista no consistiría hoy en la mera comparación entre obras o temas pertenecientes a distintas literaturas, ni en señalar precedencias o influencias, sino que requiere elaborar criterios y métodos para un objeto que consiste centralmente en pensar relaciones que revelan condiciones más complejas que las de una vinculación lineal, término a término. (18)

La Serrana de la Vera es el personaje central de un mito nacido en Extremadura. Se erige también como protagonista de una de las manifestaciones literarias más tradicionales de España: su romancero. Es posible rastrear, además, la pervivencia de la Serrana en innumerables obras literarias posteriores, en especial del Siglo de Oro. [1]

La Serrana de la Vera del romance medieval, extendido por toda la península ibérica y sus áreas de influencia, surge caracterizada como una mujer salvaje con apariencia de cazadora, que posee fuerza descomunal y ciertas características sobrenaturales. Vive en los montes y lleva a los hombres con los que se cruza en el camino serrano a su cueva, para darles comida y asilo. Luego de tener sexo con ellos, decide matarlos. Si bien en la mayoría de los romances viejos, generalmente no aparece retratada de forma monstruosa, sino más bien como una hembra de gran belleza, en algunas antiguas versiones andaluzas ya se afirma que posee cuerpo animalizado, ya que es mitad yegua y mitad mujer.

Con el correr del tiempo, en las distintas versiones y recreaciones literarias, el personaje irá progresivamente perdiendo sus rasgos femeninos y se enfatizarán cada vez más los rasgos masculinos y animalizados. Su sexualidad agresiva y su extrema violencia atemorizan a los viajeros de la sierra. El intruso que invade el hábitat del monte puede ser un pastor o un leñador, un arriero o un soldado que se dirige hacia un destino trazado; la Serrana que se aparece de improviso, le corta el paso y lo conduce hasta su caverna. Antes de ingresar, el huésped puede advertir cruces o huesos que levantan sospechas de estar frente a una hembra homicida. Dentro de su morada, la Serrana le sirve bebida y comida, generalmente carne de animales que ella misma ha cazado. Tras la cena y el encuentro amoroso, la mujer se queda dormida y el peregrino, que ha tenido la precaución de dejar la puerta entreabierta, intenta huir. Cuando la Serrana despierta, lo persigue.

Las distintas versiones que circulan de este romance coinciden en ciertos tópicos recurrentes en la organización narrativa. Los homicidios de la Serrana, la pregunta del viajero al percibir huesos humanos o cruces en el camino y la huida del viajero para salvar su vida.

Una de las tantas versiones del Romance de la Serrana de la Vera es la recogida por Menéndez y Pelayo que transcribo a continuación:

Allá en Garganta la Olla,

en la Vera de Plasencia,

salteóme una serrana,

blanca, rubia, ojimorena.

Trae el cabello trenzado

debajo de una montera

y, porque no la estorbara,

muy corta la faldamenta.

Entre los montes andaba

de una en otra ribera,

con una honda en sus manos

y en sus hombros una flecha.

Tomárame por la mano

y me llevara a su cueva;

por el camino que iba

tantas de las cruces viera.

Atrevíme y preguntéle

qué cruces eran aquellas,

y me respondió diciendo

que de hombres que muerto hubiera.

Esto me responde y dice,

como entre medio risueña:

—Y así haré de ti, cuitado,

cuando mi voluntad sea.

Dióme yesca y pedernal

para que lumbre encendiera,

y mientras que la encendía,

aliña una grande cena;

de perdices y conejos

su pretina saca llena,

y después de haber cenado

me dice: —Cierra la puerta.

Hago como que la cierro,

y la dejé entreabierta.

Desnudóse y desnudéme

y me hace acostar con ella.

Cansada de sus deleites

muy bien dormida se queda,

y en sintiéndola dormida

sálgome la puerta afuera.

Los zapatos en la mano

llevo porque no me sienta,

y poco a poco me salgo

y camino a la ligera.

Más de una legua había andado

sin revolver la cabeza,

y cuando mal me pensé

yo la cabeza volviera.

Y en esto la vi venir,

bramando como una fiera,

saltando de canto en canto,

brincando de peña en peña.

—Aguarda —me dice—, aguarda,

espera, mancebo, espera,

me llevarás una carta

escrita para mi tierra.

Toma, llévala a mi padre,

dirásle que quedo buena.

—Enviadla vos con otro,

o ser vos la mensajera.

Por su parte, la Mulánima, también llamada Alma mula o Mula frailera, es un ser aterrador que aparece en los senderos de la región andina de la Argentina. Sus relatos reconstruidos del acervo oral circulan en Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja y San Juan; y se extienden hacia zonas aledañas como Tucumán y Santiago del Estero. [2]

La Mulánima es un espectro femenino, que recorre los caminos a toda velocidad. Como lleva las riendas sueltas, al correr las pisa lastimando sus fauces con el freno. Galopa haciendo un ruido metálico estruendoso como si arrastrara cadenas, dando rebuznos estridentes y desesperados. Mata al que se cruce en su camino a patadas o mordiscos. Se la ve solo de noche y su apariencia es la de una mula envuelta en llamas que deja al pasar un olor azufrado. En algunas versiones, el periplo de este temible ser se termina en la puerta de un templo cristiano, desde donde emprende el camino de regreso. Se cuenta que su origen radica en la transformación de una mujer que ha recibido un castigo por un pasado lujurioso, en el que ha mantenido relaciones indebidas, ya sea incestuosas, ya sea con hombres de la Iglesia. La mirada de la Mulánima puede ser fatal: basta un leve contacto con sus ojos para que un varón se sienta perdidamente enamorado de la bestia y la siga a todas partes, descuidando familia, apariencia y pudor. Se dice que busca un valiente que se cruce en su camino para que le haga frente y logre sacar el freno que lacera su boca, liberándola así de su suplicio. Los valerosos que intenten llevar a cabo la hazaña deben estar advertidos de un grave peligro: el fuerte poder de la seducción de la mujer que ha trascendido la maldición, ya que es habitual que los varones que hayan intentado su desencantamiento queden desequilibrados o al borde de la muerte.

La provincia de San Juan tiene su propia versión de esta leyenda que se ubica en las serranías de Valle Fértil. Replicamos, a continuación, la escrita por Elina Elizondo de Corzo, incluida en su libro Historias, leyendas, cuentos; poesías y relatos (2010):

Hace muchos años, cuando la Villa San Agustín tenía pocos habitantes que se dedicaban a la ganadería, sus calles eran angostas y solamente pobladas tres cuadras de Este a Oeste. No llegaba todavía la luz eléctrica y la plaza estaba alambrada en toda su superficie por los animales sueltos que durante la noche salían a comer y pisoteaban las plantas y flores.

Cuentan nuestros abuelos que pasando la medianoche de ciertas noches de luna llena, cuando el silencio invadía las calles de la villa, un sonido estridente similar al llanto de una mujer bajaba de las serranías apareciendo sobre la lomada de las tres cruces una mula negra brillosa, totalmente ensillada con aperos de fino porte, el freno se destacaba por detalles labrados en oro y plata. El animal, que tenía los ojos desorbitados y dilatados, bajaba al galope por calle Rivadavia hasta Entre Ríos, y al llegar a Santa Fe se detenía sintiéndose más fuerte los lamentos o llantos en la esquina y buscando la puerta de la única casa que había, se paraba en dos patas con bravos movimientos. Según se decía, allí vivía una mujer que estudiaba la magia negra. Luego continuaba su loca marcha hasta el cementerio donde sus lamentos dejaban de sentirse.

Cuando el animal pasaba, los perros se enloquecían en llantos pavorosos y los equinos se escapaban del lugar con fuertes relinchos. Algunos paisanos, en rueda de fogones, comentaban que, en cada relincho, la Mulánima emanaba “fuego por su boca” como si fuera un dragón.

Cuenta la leyenda que un hombre del pueblo apostó con otros amigos que se le acercaría y trataría de montarla, para ello la esperó una noche, bien pasado en copas y la enfrentó. Nunca pudo recordar lo que pasó, solo amaneció durmiendo en un corral lejos de su casa. Otros afirman que a quienes se le acercaba insistía el animal con movimientos para que le saquen el freno y dejar así su boca libre. Por su relación o visita al cementerio en noches de luna llena, el pueblo la llamaba “La mula-ánima”.

Los vecinos insistieron en la creación de un puesto policial que se logró poco tiempo después. Cuando había noches de luna llena los policías en su guardia, temblorosos esperaban su recorrido, pero la Mulánima no pasaba. Según afirmaban era porque llevaban una cruz en la visera y además fueron dotados de rosarios bendecidos enviados de la capital de San Juan. El pueblo estuvo convulsionado por la aparición de la Mulánima durante mucho tiempo y su efecto se demostraba porque al bajar la tarde las calles estaban desiertas, todos estaban adentro de sus casas rezando temblorosos. Hasta que un día llegó un sacerdote que invitó a todos a la lomada de las Tres Cruces, allí rezaron con fe y regaron con agua bendita el recorrido que hacía el temible animal pidiendo que regresara a los designios del mal de donde se habría escapado.

Desde entonces la Mulánima es solo un recuerdo de la presencia de algún espíritu maligno que, sabe Dios por qué razón, visitaría este tranquilo lugar vallisto. (41)

Viajes, paradas y contratiempos

En el ámbito de la literatura comparada, ocupan un lugar preponderante los textos sobre viajes, migraciones y exilios. Juan Ramón Ortega señala, en referencia al género de los relatos de viaje, una recurrencia de tópicos, entre los que consigna las posadas como así también los contratiempos. A propósito de las paradas o posadas expresa que

No existe, o no debería existir, viaje sin parada. Las posadas (…) suponen un alto en el camino en el hilo de la narración. Se pueden considerar incluso como la coronación, si no del viaje, de una etapa de éste (…) las posadas son lugar de descanso o, en el mejor de los casos, de salvación. Ocurre que en ocasiones se configuran (…) como un lugar donde la acción cobra más fuerza. (312)

Resulta interesante observar cómo la choza de la Serrana se convierte en posada para el caminante que, acechado por la noche, el frío y las bestias salvajes busca resguardarse para proseguir su camino, claro que esto resulta una decisión peligrosa porque sabe que recibir la hospitalidad de este personaje puede llevarlo a una muerte segura. En lo referente a los contratiempos, Ortega nos dice que

El contratiempo, la inclusión de una aventura, parece ser visita obligada dentro del corpus de la narración (…) Cuando el viaje no es interesante, cuando el trayecto se hace insulso e ínfimamente atractivo, se impone la aparición de una aventura, surgida lógicamente de la imaginación del escritor. (216)

Las Serranas se sitúan en caminos rurales de difícil acceso o de clima inhóspito y atacan por sorpresa al caminante. Recordemos que el viajero medieval se encuentra indefenso ante un mundo lleno de peligros, su peregrinar se debe a múltiples causas; amorosas, caballerescas o religiosas. El camino se convierte en una hazaña donde deberá sortear innumerables obstáculos para llegar a destino. En este itinerario laberíntico en el que acecha la muerte, la Serrana representa al mismo tiempo un terrible peligro y una clave de salida. Será esta mujer, a cambio de un pago, la que le proveerá alojamiento y comida para proseguir, será ella también la que después de satisfacer su apetito sexual podrá acabar con su vida. La Serrana se convertirá, entonces, en una especie de peaje donde el viajero dejará dinero o pagará en especie; el encuentro simbolizará una prueba que demandará la inteligencia del peregrino para proseguir la ruta trazada.

Por su parte, la Mulánima se erige como un contratiempo, una amenaza de los senderos argentinos. En varios relatos se narra cómo algunos hombres, siguiendo las rutas del pastoreo o del arreo, se han topado con la pavorosa figura del alma mula. Es más que conocida la anécdota del escritor salteño Juan Carlos Dávalos, que cuenta cómo un peón suyo, llevando un arreo, se separó del grupo para buscar un ternero perdido y, cuando volvía por una peligrosa huella del cerro, vio una luz difusa que se acercaba rápidamente. Pudo percibir gracias a la brisa el vaho azufrado, pudo escuchar los horrorosos alaridos y pudo ver como venía galopando una mula desenfrenada lanzando fuego por los ollares. Narra, también, que encontraron al peón con el rostro desencajado, con el pelo y los ensillados quemados, que apenas pudo balbucir el encuentro y su corazón no resistió más.

Miedo del caminante ante el monstruo femenino

Tanto Serranas como Mulánima presentan rasgos físicos asociados con la bestialidad animal. Este feísmo de su aspecto se acompaña de fallas morales.

La Serrana posee rasgos animalizados, fortaleza ciclópea y modales toscos. Al situarse en zonas lejanas a las urbes, desarrolla conductas fuera de las convenciones sociales. Se muestra como un ser violento que, con gran salvajismo, interactúa con los peregrinos. Las antiguas versiones de la Serrana medieval la representaban como portadora de un garrote que usaba para atacar o defenderse. Su violencia se manifiesta también en la lujuria con la que ataca a los caminantes para satisfacer sus apetitos y asesinar a su presa. Esta mujer arrastra tras de sí un pasado oscuro, un yerro social que le ha implicado vivir marginada, motivo por el cual habita la soledad del monte, a merced de los peligros de la vida salvaje y anida en su alma un profundo odio hacia el sexo masculino.

Por su parte el Alma mula es un engendro, una especie de bestia-mujer. Despide olor a azufre y echa fuego por la boca, los ollares y los ojos, lo que la vincula con el universo demoníaco. Lastima su boca con el freno que arrastra. Movida por el dolor, da rebuznos estridentes, a veces, como un relincho y, otras, como un desesperado llanto de mujer. En cuanto a sus faltas morales, es, también como la Serrana, una homicida. También trae tras de sí un pasado sombrío, es un ánima condenada por pecados muy graves contra el pudor. Su lujuria la ha llevado a tener relaciones sexuales contrarias a la ética y su apetito desenfrenado aún prevalece, intentando en ocasiones seducir al caminante.

Ante las violaciones a las convenciones morales establecidas, estos engendros femeninos reciben su castigo. La Serrana recibe el castigo de la soledad y el exilio, es marginada hacia un ambiente adverso. La Mulánima, por su parte, padece la condena de convertirse en un ser errante que soporta el dolor perpetuo de arrastrar un freno que, al pisar en su cabalgar, le hiere la boca. Sufre también el castigo de la hibridez; no es caballo, no es burro, no es mujer, no es animal, no está viva ni descansa en paz.

De estas dos figuras míticas, la única que presenta una posibilidad de redención será la Mulánima. La salvación provendrá del lado de la fe cristiana. Un hombre valiente puede hacerle frente, lograr sacar el freno que la lastima y liberarla del castigo, siempre y cuando recurra a tretas para evitar su encantamiento. Una forma de protegerse del Alma mula es con un cuchillo de acero, porque tiene la cruz entre el cabo y la hoja; otra es la invocación de la Sagrada Familia, repitiendo ante su aparición la frase “Jesús María y José”. En la versión sanjuanina anteriormente citada, la expiación provendrá de la acción colectiva de los vallistos que, guiados por el sacerdote del pueblo, rezan fervorosamente, en una especie de exorcismo comunitario, para liberarse del espectro que los asecha.

La construcción del enemigo

Es interesante observar cómo se construye la imagen de Serranas y Mulánimas, encarnando el símbolo de los contravalores sociales, instituyéndolas en un otro enemigo y amenazante. A propósito de esto, Umberto Eco nos dice: “(…) se construyen como enemigos (…) a aquellos que alguien tiene interés en representar como amenazadores, aunque no nos amenacen directamente (…) sino que sea su diversidad misma la que se convierta en señal de amenaza” (8).

La alteridad de lo femenino se cimienta a partir de una construcción del mundo en la que las relaciones sociales están basadas en roles sexuales estereotipados, que implica dominados y dominantes. Citamos nuevamente a Eco: “Al varón que gobierna y escribe, o escribiendo gobierna, la mujer se ha representado como su enemiga desde siempre” (14).

A propósito de una construcción sexuada del mundo Pierre Bourdieu nos dice que

El mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y como depositario de principios de visión y de división sexuantes (…) la relación sexual aparece como una relación social de dominaciones porque se constituye a través del principio de división fundamental entre lo masculino, activo, y lo femenino, pasivo. (79)

La actitud lujuriosa de Serranas y Mulánimas implica una alteración del orden sexual y, por ende, social. Su sexualidad activa y dominante implica un cuestionamiento a los roles establecidos para lo femenino y masculino. También puede verse cómo, ante la conducta brutal de esta mujer bestial, se pone en tela de juicio otro de los atributos sociales exigidos al varón, como es su preciada virilidad. Serranas y Mulánima detentan una fuerza física y una actitud de lascivia y arrojo que atemoriza al varón, en tanto lo superan en su aspecto viril, invadiendo un rol que no les ha sido asignado. Citando nuevamente a Bourdieu: “La virilidad, (…) sigue siendo indisociable, por lo menos tácitamente, de la virilidad física, a través especialmente de las demostraciones de fuerza sexual (…) que se esperan del hombre que es verdaderamente hombre” (24).

Otro de los antivalores que encarnan estos personajes míticos es el gusto por la soledad. La mujer solitaria representa siempre una amenaza. Ya desde el medioevo se consideraba que la mujer sola se encontraba sin gobierno del alma y en mal gobierno del cuerpo. La situación femenina estaba ligada a la protección masculina, la que encontraba dentro de su familia o fuera de ella con la unión marital, ya que en líneas generales era aconsejable que la vida de las féminas estuviera ligada a un hombre que guiara su accionar. Teniendo en cuenta este discurso, la mujer sola plantea un conflicto para la comunidad. Serranas y Mulánimas, exiliadas por sus yerros, presentan una complicación, pues, al vivir sin compañía masculina, actúan libremente sin atarse a los condicionamientos de una sociedad patriarcal. La negación de estos personajes femeninos a un vínculo permanente con un varón llega a límites tan extremos, que desarrollan una misoginia que las convierte en asesinas y devoradoras de hombres.

Siguiendo este razonamiento, Alicia Podertti (2005) afirma:

Cada grupo social tiene un concepto de “mujer” que proviene de su andamiaje histórico y cultural. Una de las constantes en la cultura occidental-patriarcal es la asignación de roles pasivos a las mujeres, y, al mismo tiempo, la presencia de un componente que subraya las características siniestras y demoníacas del género femenino. (50)

Los monstruos femeninos que representan Serranas y Mulánimas se erigen como enemigas sociales, no solo por ser mujeres, sino por convertirse en una negación de los valores positivos que la comunidad designa para ellas. Su monstruosidad femenina radica, principalmente, en la subversión, en su cariz de antimujeres.

Esta monstruosidad ejerce simultáneamente fascinación y terror en el viajero, que pavorosamente se siente atraído hacia ella, ya que, como bien lo expresa María Eduarda Mirande, “Aquello que provoca terror y náusea causa fascinación; lo repulsivo, embriaga. Dos tensiones contrarias saturan el estrato afectivo del sujeto dejándolo presa de una angustia paralizadora” (85).

Si bien, como se ha expresado, Serranas y Alma mulas simbolizan la subversión de los roles que representan lo designado socialmente como femenino, conservan, a la vez, los valores negativos atribuidos desde el medioevo a las mujeres. Percibimos en estos personajes a la mujer asociada a la lujuria y al pecado carnal, vicio despreciable que les ha implicado un castigo, pero en el que persisten para atraer al varón en sus redes. Esto supone una hembra lasciva, con una tendencia natural hacia el pecado de la carne. En esta línea de pensamiento la lujuria femenina se asocia también al artificio, por ello descubrimos la construcción de un discurso hegemónico que muestra a una mujer engañosa quien, con diversos artilugios, atrae al varón hacia el mal. De estas acusaciones, no se salva la Serrana, quien engaña al caminante ofreciendo comida y alojamiento, ni la Mulánima, quien con sus gritos lastimeros y sus artilugios de seducción toca el corazón de algún peregrino que sucumbe ante sus encantos.

En ambos casos, el discurso social deposita en la mujer la responsabilidad de la regulación sexual, la que se activará a través de relatos míticos que operan con el miedo. Allí, el castigo ante la transgresión implicará la supresión de la categoría de lo humano dando lugar al estigma de lo bestial. En contraparte, la figura masculina se presentará siempre como víctima o salvadora. En palabras de Cecilia Canevari (1998):

La mujer es el obstáculo, el motivo de la prohibición, el peligro de la tentación y a su vez es a quien el varón ha de salvar en un acto heroico. La imagen del varón queda intacta, su autoridad y poder dentro de una cultura que defiende los valores y el orden patriarcales no está alterada. (41)

A modo de conclusión

Serrana, Mulánima y caminante recorren el ámbito de un viaje real y a la vez figurado. En este tránsito, el viajero se encuentra con engendros femeninos que desean su ruina, ya que lo alejan del sendero trazado. Este camino se erige, entonces, como una metáfora de la vida y sus tentaciones. Solo aquel peregrino que posea una gran integridad moral podrá sortear los obstáculos que se le presenten; de lo contrario, su objetivo vital se verá trastocado por el mal representado en la mujer demonizada.

Es la mujer encarnada en Serranas y Alma mulas, la que llevará al viajero hacia el camino de la perdición de sí mismo y de la comunidad. En una especie de repetición del topos edénico: el peregrino, al ceder ante la tentación de la fémina monstruosa, se extraviará del sendero permitido y perderá su vida o su alma. De este modo, lo expresa magistralmente una versión contemporánea del romance de la Serrana de la Vera que, sin duda, actualiza el discurso social de la mujer encarnada en Eva: “No me lleva por camino/ni tampoco por vereda, /que me lleva por carriles/que de cristianos no eran”.

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[1] En esta línea pueden citarse innumerables acercamientos que abordan la pervivencia de este personaje mítico en la tradición literaria hispánica entre los que destacamos el trabajo de Puleri (2019) “Violencia y teatro del Siglo de Oro: Muerte o casamiento para la Serrana”.

[2] Son de gran valía la recopilación de los relatos orales de la región andina desde el noroeste argentino (Noa) hasta Cuyo. Entre las versiones más conocidas del Alma mula, pueden citarse la de Dávalos, Coluccio y Di Lullo. Imposible dejar de señalar las versiones y miradas actuales que aportan los trabajos de Mirande, Bossi, Colombres Canevaris y Díaz Ledesma.