Conferencia plenaria I: Blanqui y las ficciones de otra trama celeste

Lisa Block de Behar

 

lisa.behar@comunicacion.edu.uy

 

Universidad de la República, Uruguay

 

 

Resumen

Las teorías científicas de los discursos modernos y las derivaciones tecnológicas consecutivas propiciaron y, progresivamente, han ido afianzando la labilidad de las fronteras que la ciencia positiva intentó resguardar con su ímpetu clasificatorio y organizador. La comunicación globalizada, sustentada contradictoriamente por la vacuidad gaseosa de globo, ha extendido los ámbitos a dimensiones imprevisibles, una explosión que atenúa diferencias o las difunde, que no es lo mismo. En esa difuminación de las fronteras que, por momentos, nos lleva a la perplejidad y a la incertidumbre, y que parece ser un fenómeno actual comandado por los medios, es también posible pensar en otros espacios, en otro tiempo, en el que surgió el texto de Louis-Auguste Blanqui, L’éternité par les astres. Une hypothèse astronomique, 1872, de escurridiza clasificación. La singularidad de este texto, que se mueve indefinidamente entre la astronomía y la literatura, entre la ciencia y la ficción, entre la política y la fantasmagoría, entre la historia y sus fantasmas, resulta asombrosa por su multiplicidad y por su arriesgada hipótesis de un mundo que anticipa la actualidad que vivimos. Blanqui no solo cruza fronteras disciplinares, epistemológicas y ontológicas, sino que también, viaja hasta el presente en su imaginación profética sobre las ambivalencias de la realidad contemporánea. En ese camino converge con sus lectores y exégetas, pensadores y escritores, tales como Benjamin, Bioy Casares y Borges, tanto en sus prácticas escriturales como en su pensamiento y en su eterno retorno. Esta presentación explora la capacidad de Blanqui para derribar todo tipo de fronteras, especialmente la temporal por la cual anticipa el funcionamiento de la “aldea global”, y establece conexiones con otros escritores y pensadores que coinciden en su fértil imaginación y emergieron más tarde en la historia.

Palabras clave: fronteras-multiplicidad-imaginación-profética-anticipación.

 

Abstract

The scientific theories of modern discourse and their consecutive technological branches have enabled and progressively consolidated the frontiers’ proneness to lapse which positive science tried to safeguard with its classifying and organizing impetus. Globalized communication, contradictorily supported by the globe’s gaseous vacuity, has extended its reach to unthought of dimensions, an explosion that mitigates differences or spread them, which is not the same thing. Within that blurring of frontiers, which at times leads us to perplexity and uncertainty and which seems to be a present phenomenon commanded by the media, it is also possible to think about other spaces, a different time in which Louis-Auguste Blanqui’s, L’éternité par les astres. Une hypothèse astronomique, (1872), a text of slippery classification, emerged. The singularity of this text, which hangs between astronomy and literature, science and fiction, politics and phantasmagory, history and its ghosts, is amazing due to its multiplicity and its risky hypothesis of a world that anticipates the present state of affairs. Blanqui does not only cross disciplinary, epistemological and ontological frontiers but also travels to the present in his prophetic imagination on the ambivalences of contemporary reality. On that road he converges with his readers and his exegetes and with thinkers and writers such as Benjamin, Bioy Casares and Borges, in so far as their common writing practices as well as their thought and eternal comeback. This presentation explores Blanqui’s capacity to pull down all kinds of frontiers, especially the temporal one which anticipates the widespread connections of the “global village” and establishes the connections with other writers and thinkers that coincided in his fertile imagination and appeared later in time.

Keywords: Frontiers- multiplicity- prophetic imagination-anticipation

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            Parece natural o previsible, para quienes se interesan en la literatura comparada, intentar atravesar varias fronteras, como anuncia el título y tema de este encuentro en Córdoba. El planteo no es simple puesto que involucra una disciplina encabalgada entre espacios diferentes, comprometiendo, desde el punto de partida, diversidades idiomáticas, nacionales, culturales, así como áreas distintas del conocimiento ya afianzado y de la investigación que lo revela, no solo comprendidas dentro del vasto campo de la literatura.

            Si, desde una perspectiva plurilingüística, se piensa en la frontera como border: “the official line separating two countries or states”, al suspenderlo, los desbordes comparativos en nuestros estudios no solo son previsibles y específicamente disciplinarios, sino legítimos y hasta deseables.

            Pero no se trata solo de un tema curricular, académico o epistemológico. Uno de los grandes desafíos de las definiciones de nuestros tiempos es, precisamente, esa labilidad de fronteras que las teorías científicas de los discursos modernos y las derivaciones tecnológicas consecutivas propiciaron y, progresivamente, han ido afianzando. La comunicación globalizada, sustentada contradictoriamente por la vacuidad gaseosa de globo, ha extendido los ámbitos a dimensiones imprevisibles, una explosión que atenúa diferencias o las difunde, que no es lo mismo.

            En efecto, la difusión mediática que propaga diferencias las mitiga a la par. Una especie semántica de la equivocidad, esa coincidencia polisémica de significados diferentes y hasta opuestos, podría comprender la expansión disolutiva de este fenómeno que no ha perdido vigencia transformando los rasgos de una visión del mundo que parecía establecida y arraigada, en la que prevalecía marcar límites para conocer, que es distinguir, abstraer, separar, cortar. Esas distinciones, abstracciones, segmentaciones, cortes son indispensables al conocimiento, en efecto, son marcos a los que, sin ignorar el probable desvanecimiento de límites, habrá que retornar.

            No solo en lo que concierne a la literatura comparada, sino en lo relativo a las experiencias cotidianas, día a día, se registra la evidencia de las lenguas que se cruzan con tanta facilidad como deberían cruzarse las aduanas que, munidas de recursos electrónicos, agilitan los trámites o los entorpecen por igual.

            Los medios contribuyen a la construcción de una modesta babel doméstica donde escribo en español mientras escucho France Culture o la Deutsche Welle, mientras alguien sintoniza un film norteamericano del pasado en YouTube o una emocionante serie inglesa en Netflix. Instalados al pie de esa invisible torre (de la que difícilmente puedan el oído y la vista evitar la conciliación de una sinestesia lingüística) a diferencia de las fugas mitológicas o diásporas doctrinarias ancestrales, crece en poderío y nos radica en una sedentarización excesiva, casi parapléjica.

            La inmediata fidelidad y precisión de circunstancias que confunden la ficción con la realidad, los dichos con los hechos, o con las cada vez más profusas informaciones emitidas entre nubes y satélites, ese discurso sur le peu de réalité, que rebota entre la versión o las versiones y la verdad, son fronteras y definiciones que nunca fueron demasiado rígidas tampoco en el pasado y que dieron lugar a infinitas discusiones y diatribas que aún no han terminado. Una especie de utopía se ha instalado gradualmente confundiendo la vida real con la vida virtual, que no es menos real, donde la vida de la imaginación y la vigilia onírica se confunden con la vida real, que no es menos imaginativa.

Cuando se trata de una apreciación vital, literaria, artística, cultural, resulta cada vez más difícil reconocer fronteras, límites de un horizonte abierto a una permeabilidad en la que el desconcierto prevalece.

Se iba al cine del barrio o del Centro para ver cine; hasta el teatro, en la Ciudad Vieja, para ver teatro (es curiosa y significativa la homonimia entre la denominación de los locales y de las formas artísticas que en ellos se producen). Se iba al estadio para ver deportes, a las oficinas para realizar gestiones administrativas, un largo viaje para ver a parientes y amigos, otro igual para consultar bibliotecas y documentos. Ya no se justifican con facilidad esos desplazamientos o han cambiado de naturaleza.

            Una pantalla de bolsillo (más pequeña aun que los libros de bolsillo), desplaza (y reivindico la propiedad semántica del término) esos locales y suspende o suprime los movimientos de individuos y grupos que ya no se dirigen a esos destinos ahora casi legendarios. Disminuyeron o se suprimieron los desplazamientos, traslados, “metáforas” en su versión retórica.

            Un pequeño libro de difícil definición formula una suposición, la hipótesis de un mundo que anticipa la actualidad que vivimos. Entre la astronomía y la literatura, entre la ciencia y la ficción, entre la política y la fantasmagoría, entre la historia y sus fantasmas, de natural y escurridiza clasificación, señalamos L’éternité par les astres. Une hypothèse astronomique, 1872, de Louis-Auguste Blanqui. El autor es un francés poco conocido en nuestros medios. Temido por todos, un revolucionario, conspirador, insurrecto, violento, estaba contra las formas establecidas o institucionales: contra la monarquía, la burguesía, la iglesia, la masonería, el positivismo. Su pequeño libro poco mencionado en el pasado, donde anticipa las ambivalencias de una realidad contemporánea, cobró interés reciente y creciente.

            Emblemático de una experiencia de investigación personal, que la literatura comparada propicia, que conjuga el método con la casualidad, la perseverancia con lo accidental y sobre la que me interesa detenerme brevemente con el fin de presentar algunos aspectos en este encuentro de hoy. Son aspectos que ponen en juego o en jaque (que es casi lo mismo) las fronteras idiomáticas, nacionales, continentales, políticas, filosóficas, temporales, planetarias y espaciales y la ductilidad con que se deslizan unas en otras en las instancias del presente.

            ¿Por qué este interés en Louis-Auguste Blanqui? Me permitiré recordar brevmente las circunstancias del comienzo de una búsqueda que aún no terminó, que encierra algunos enigmas, que tal vez difícilmente se resuelvan.

            Hace años tuvo lugar en París, en la Maison de l’Amérique latine, una suntuosa casa donde se radica el espacio representativo de nuestra cultura, localizada en el Boulevard Saint-Germain, un coloquio sobre “Nouveaux mondes, autres mondes”, organizado por muy apreciados colegas: Jacqueline Chénieux-Gendron, investigadora del CNRS, especializada en las manifestaciones artísticas y literarias del surrealismo; Daniel Lefort, que había sido un esclarecido consejero cultural en varios de nuestros países latinoamericanos, especializado también en ese período del siglo XX, así como en varios escritores de este continente, y Pierre Rivas, con valiosos antecedentes académicos similares.

            Hace años, tantos que se conmemoraba entonces un centenario más del descubrimiento de América de modo que, invitada a presentar una intervención sobre este ya no nuevo y cada vez menos otro mundo que es América Latina, me pareció oportuno hablar sobre autores latinoamericanos —Borges y Bioy Casares—, muy célebres ambos, y la intensa adhesión que manifestaban en distintos textos (ensayos, poemas, narraciones) a L’éternité par les astres. Une hypothèse astronomique, ese pequeño libro de Blanqui, un autor muy poco conocido en nuestras tierras, como decía, y muy conocido en Francia (sin embargo, tal vez sea justo reconocer que habría que restringir ese desconocimiento latinoamericano, ya que hubo grupos políticos combativos que conocían las doctrinas de Blanqui en nuestro continente, sus prédicas subversivas y revolucionarias, y no fueron escasos los intentos de aplicarlas).

            Por otra parte, aún esa celebridad suya en el ámbito nacional de Francia debería restringirse a programas escolares, a consabidas tareas institucionales, al dudoso homenaje que implican las nomenclaturas urbanas (algún bulevar parisino), el nombre de un liceo en su aldea natal (Puget-Théniers), como reverencia provincial, un monumento público muy controvertido, realizado por Aristide Maillol a principios del siglo XX. Similar a sus otras esculturas, Maillol creó una venus, figura femenina y desnuda, de formas opulentas que denominó L’Action enchaînée (1908) y que, según lo previsto, tendría por emplazamiento un sitio municipal destacado. Pero se multiplicaron las discusiones, hubo traslados, ofensas municipales y clericales, una gloria a contrapelo, de modo que terminó no siendo nada visible su ubicación dans sa bourgade natale. Una réplica fue ubicada en los jardines del Carroussel entre otras esculturas del escultor bastante más famosas.

            Menos conocido aún, otro monumento parisino, la escultura de un dramático yacente colocado sobre su tumba en el Cementerio de Père Lachaise, realizada por el escultor Jules Dalou y financiada por contribuciones populares, recibe el homenaje silencioso de algún esporádico peregrino.

            Son demostraciones de veneración piadosa y política manifestadas desde la perspectiva institucional, en reconocimiento a su fervor combativo, sus gestos revolucionarios, la violencia de sus temibles discursos o la solidaria compasión por las interminables penurias de las cárceles sucesivas en las que vivió preso. No mucho más.

            Mucho menos célebre aún, su condición de escritor de ficción o de astronomía ficción, como bien se ha dicho, permaneció casi desconocida durante más de un siglo. Escaso o casi nulo había sido en el pasado el interés por su pequeño libro L’éternité par les astres, escrito en prisión y publicado en 1872; preso su autor, de prisión en prisión, el pequeño libro fue casi olvidado.

            Por mi parte, solo estaba enterada de su existencia por las frecuentes referencias de Borges, por la mención reiterada de Bioy Casares en uno de sus mejores cuentos, por las conversaciones que mantuve con este escritor hace varias décadas sobre Blanqui y sus especulaciones astronómicas, por las extensas transcripciones en las que Walter Benjamin se detenía en su libro sobre los Pasajes de París, un proyecto inconcluso que no se basarn a﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽idades s s Dalouso lostas, planetilles, cometaas ía sino en citaciones. Además de la clara referencia a la arquitectura emblemática y ambivalente de la ciudad, Paris, capitale du XIXe siècle: le livre des passages (Benjamin, 1989), su tema y título, podría sugerir su deslumbramiento ante las galerías, calles cubiertas que atravesaban las manzanas de la ciudad, los pequeños comercios, los flâneurs, esos transeúntes legendarios que los recorrían, o su empeño en reproducir pasajes literarios, las copiosas citas que le interesaba transcribir. Una humilde y aplicada apropiación (por adecuación, más que por abuso) que tiene sus prestigiosos antecedentes literarios y sus resonancias informáticas interminables en la actualidad.

            Si bien no fue el primero en recurrir al montaje de citas, sorprende la devota minuciosidad monacal con que Benjamin copió pasajes de L’éternité, citas de un libro que trata de copias, copias sobre copias que no extrañan ni a la teoría ni a las incontables prácticas en los tiempos que corren. Más sombrío que lúdico, ¿responderían los ejercicios literarios de Benjamin a las fantasmagorías imaginadas por el propio Blanqui?

            Me temo incurrir en una digresión, pero no puedo evitar aludir a la feliz pluralidad semántica de cita en español, un término que significa tanto “la repetición literal de un pasaje textual” como un “rendez-vous” sentimental y amoroso. Si bien aquí me refiero a cita como “copia”, noción que fue axial en el pensamiento de Benjamin, no descarto la pesadumbre filosófica y vital, las afinidades de un profond découragement, escéptico y melancólico, compartido con Blanqui.

            Las copias, los dobles, los fantasmas, los bien llamados revenants, en francés, también determinaron la narrativa de Bioy Casares. Habría que recordar La invención de Morel, de 1940, y las frecuentes apariciones espectrales en sus novelas y cuentos hasta uno de sus últimos libros, De jardines ajenos (2000), donde hace de la copia antológica su propia cosecha.

            Sería redundante recordar la incidencia de esas duplicaciones en la poética de Borges, las reflexiones o reflejos especulares, las dualidades contradictorias de sus personajes, el obcecado retorno a las mismas citas, la copia literal como creación. Fue un escritor que propuso, si no un eterno retorno ni una hipótesis astronómica, una Historia de la eternidad (1953). No sé si Borges ignoraba que, más de medio siglo antes, Ernest Renan había formulado esa misma contradicción en su advertencia “Au lecteur”, en Drames philosophiques, al designar a Shakespeare como “l’historien de l’éternité” (Renan 4), publicado apenas seis años después de la hipótesis astronómica de Blanqui.

            Contra las eventualidades de la historia, estos autores apelaban a la repetición radicando la eternidad en el espacio, avalando la función decisiva que la copia tiene en la hipótesis de Blanqui. Por eso, no está de más citar las palabras finales de L’éternité par les astres, una cita muy citada que, como suele ocurrir con las citas, se repite de un texto a otro: “Même monotonie, même immobilisme dans les astres étrangers. L’univers se répète sans cesse et piaffe sur place. L’éternité joue imperturbablement, dans l’infini, les mêmes représentations (Blanqui 152).

            Dado que eran referencias filtradas por la escritura literaria, bien podrían haber sido parte del juego narrativo, de esas estrategias apócrifas y ocurrentes que Borges, como pocos otros autores, solía practicar, convirtiendo los nombres propios, las citas, las precisiones de notas al pie, en un divertissement más. Tan inventadas como la trama de los argumentos, son conocidas sus astucias legitimadas por la autoridad que el estatuto de autor reivindica.

            Tan extravagante parecía la relación entre un revolucionario francés, conspirador de profesión, y las invenciones sofisticadas de un par de escritores de abolengo, cosmopolitas, afincados en la otra orilla del océano, en el margen occidental del Río de la Plata que, incluso, en algún momento, se supuso que las referencias a la hipótesis de Blanqui no eran más que una (otra) boutade à la Borges. Esas presunciones eran un desafío. Parecía impostergable encontrar el libro en cuestión. Sorprendente, no fue nada fácil esa búsqueda.

            En las bibliotecas más acreditadas de París el libro no aparecía. Al buscar L’éternité, solo encontraba Instructions pour une prise d’armes, un libro epónimo publicado por Miguel Abensour y Valentin Pelosse, donde se transcribía el texto completo de L’éternité, entre otros varios escritos de y sobre Blanqui. Aparte de esa edición de 1972, como si se tratara de confirmar la incredulidad de cualquier colega receloso, La eternidad no aparecía.

            Me permitiré compartir con ustedes una muy breve anécdota, que intercalo amparada en la etimología del término, es decir, “lo inédito, lo no publicado”. Una noche, muy tarde ya, en La Hune, una mítica librería de Saint-Germain, comentando mi gran estupor ante ese vacío bibliográfico inexplicable, un cliente desconocido pidió disculpas por escuchar e interrumpir la conversación que mantenía yo con el encargado. El desconocido aseguraba que un ejemplar del libro se encontraba en la Bibliothèque de l’Arsenal, una respetable institución dedicada a las artes de la escena, pero cuya denominación evocaba ecos marciales de una historia de municiones y guerras perimida desde tiempo atrás. ¿Habría que recordar otro “curioso discurso de las armas y las letras” (Cervantes 227), como anunciaba don Miguel de Cervantes en su Don Quijote? Ese tópico literario no habría sido nada ajeno a la militancia del prisionero legendario del siglo XIX que fue Blanqui ni a la lucidez de su fantasía literaria, que prolongó una alianza paradójica fundada en el plomo de las balas y de la imprenta.

Hoy me vuelvo a preguntar: ¿un interlocutor desconocido, una librería que recuerdo con nostalgia, una conversación a medianoche, un arsenal deshabilitado, una biblioteca que ya no existe? Si se sigue repitiendo que “un coup de dés jamais n’abolira le hazard”, habrá que reconocer también que, al menos, parfois le hasard fait bien les choses...

            Presumo que tanto Benjamin como nuestros autores se enteraron de la existencia de este escurridizo libro de Blanqui por la excelente biografía de Gustave Geffroy, L’enfermé, que, desde el título, alude a los encierros padecidos por este héroe trágico. Publicada en 1897, en uno de los últimos capítulos, “Château du Taureau”, Geffroy reproduce largos fragmentos de L’éternité, como si la acción de citar fuera una fatalidad que se cierne sobre quienes a Blanqui se refieren. La primera línea de Geffroy sorprende: “Ce qui se passa ensuite stupéfiera l’avenir” (Geffroy 365).

            Desde hace un tiempo el librito de Blanqui se multiplicó en publicaciones de diversa naturaleza: una traducción al italiano, varias ediciones en francés, un par de ediciones en español, un par de traducciones al inglés, una traducción al portugués publicada en Brasil, dos traducciones al alemán, una ya publicada, otra también impresa pero que, misteriosa, no fue distribuida ni circula por razones enigmáticas. Se menciona el libro en escritos teóricos recientes, se le invoca en textos literarios de diferentes idiomas.

Si la literatura algo se ocupó de Blanqui en el siglo XIX (pienso en las referencias a Blanqui en L’insurgé de Jules Vallès, que publicó con su seudónimo Jacques Vingtras, en Flaubert, en Baudelaire), en esos casos los autores solo aludieron a la figura beligerante de un Blanqui “que nunca fue sino Blanqui”, el hombre de acción y de coraje, el escritor subversivo de artículos ardientes, de una vehemencia de la que la historia dio parte. Es cierto que la fortuna literaria de l’enfermé no fue pródiga en relación con el libro que hoy nos interesa. Sus resonancias, aunque tardías, crecen y se expanden a partir del siglo XX, liberada la obra por la actualidad tecnológica cada vez más vigente, más vigorosa.

¿Por qué Blanqui y L’éternité par les astres ahora? No solo porque las bibliotecas, que son el entorno cultural natural de todos los libros, constituyen un tópico en crisis, sino porque aún se preserva, entre los manuscritos y documentos de la Bibliothèque nationale de France, un ejemplar de la primera edición corregida por el mismo Blanqui, que pude revisar en la rue Richelieu, gracias a la amable diligencia de Laurence LeBras y a la generosidad que su Departamento de manuscritos ofrece. También porque en las bibliotecas, entre sus corredores y anaqueles, se vislumbran figuras fantasmales de una realidad diferente, melancólica, huellas de otro mundo que un viejo film de Alain Resnais (1956) revela y estremece, como desaniman los ancestrales versos finales del Eclesiastés, las muy citadas y muy tristes palabras de Mallarmé o las más inquietantes voces de Quevedo:


Con pocos, pero doctos libros juntos
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos. (Quevedo 427)

 

Un ejemplar o una copia, a copy, en inglés. Copias con copyright o con copyleft, copias a mano, o las hoy ya veladas fotocopias que se desvanecen como los fantasmas a la luz. Desde que los recursos tecnológicos existen (y la escritura sería una primera técnica), las bibliotecas sustentan una cultura de copias, avisos de la modernidad que Baudelaire define unos años antes en “Le Peintre de la vie moderne” (1976, 683-731). Como el poeta, como el agitador, Benjamin cuestiona “cette fantasmagorie du ‘toujours le même’”, esa angoisse mythique (Benjamin 48) adhiriendo a la “spéculation cosmique” que Blanqui propone.

Comparten el desaliento ante la inutilidad de un progreso que no es tal, ante el vertiginoso cambio de la gran ciudad, las confusiones de la muchedumbre, en la que rondan los espectros de lo moderno y lo demoníaco que acosaban a Baudelaire y a otros poetas.

El tono irónico (más escéptico que humorístico) de la hipótesis astronómica de Blanqui anula la épica heroica del combatiente encarnizado que la historia registra. Las profecías de “ce mathématicien de l’émeute que fut Blanqui” (Richard 431), alguien que supo prever una cultura de copias, de réplicas perfectas, de reproducciones tan fieles que prescinden de sus referentes, multiplicando versiones facsimilares, suprimiendo los discutibles originales o desplazándolos. En este mundo de copias en pantallas se reproducen las imágenes, analógicas, digitales, ubicuas, cada vez más fieles, más exactas, más numerosas, numéricas todas, cada vez más intangibles, cada vez más reales.

Los de Blanqui fueron tiempos variados en los que coincidían motines, revueltas y conspiraciones con las rigurosas investigaciones de astrónomos empeñados en popularizar sus conocimientos, intentando convertir las alturas de la bóveda celeste en un recinto doméstico o haciendo de los recorridos astrales, itinerarios casi familiares. El rigor científico que impulsaban esos sabios legitimaba, contradictoriamente, apasionantes sesiones espiritistas, deslizando las esperanzas de reencuentros póstumos, cifradas en un más allá estelar pero cercano por medio de la fundación de observatorios, descubriendo y bautizando satélites, indagando los misterios celestiales de planetas y cometas.

            El más prestigioso de esos investigadores, Camille Flammarion, que había comentado la hipótesis de Blanqui en términos elogiosos, publicó, en 1889, Uranie, la musa de la astronomía y de la astrología según los griegos, o “La muse du ciel, según se titula la primera parteLque arion yioer caprtiendo s con lares como sombras sus palabras termino "                                                                                        . Uranie es una novela donde la eternidad, el infinito, los planetas, los astros multiplicados, “el Universo (que otros llaman la Biblioteca)”, acceden a un más allá deseado. En ese espacio sideral, entre los astros, se trama una red infinita, una biblioteca paradójica, total, pero, como en el cuento de Borges, es una biblioteca sin libros. El narrador no menciona ningún libro, salvo la cita que aparece en epígrafe procedente de The Anatomy of Melancholy, sin embargo, ni siquiera nombra al autor; solo indica números: part. 2, sect. II, mem. IV. La cita de Burton indica únicamente 23, el número de las letras. Tout devient numérique. El cuento describe las figuras geométricas entre las que se repite el hexágono, las dimensiones de los anaqueles, las medidas de las salas y galerías solo cuentan los números, exactos, precisos. La biblioteca es ilimitada y periódica, pero los volúmenes (que existen en un número limitado) se repiten, infinitos iguales. El narrador formula algunos axiomas: “El primero: La Biblioteca existe ab aeterno” (Borges, 1956, 87).

          También es Uranie el nombre de la sœur cadette del “Sr.” Blanqui, como decían las numerosas cartas que le dirigió a su hermano preso desde Buenos Aires. Allí/aquí se había radicado Uranie con su esposo, el armador argentino que construyó un barco en cuyo comedor se exhibía un gran retrato al óleo del hermano.

          Arrinconado en su celda estrecha, no puede extrañar que Blanqui escudriñara el cielo nocturno desde el pequeño cuadrado por el que se fugaba su fantasía hacia espacios insondables. Recluido sin tregua, soñaba una revolución distinta, una insurrección que recuperara el significado original del término. Una revolución puede esconder otra y conciliar las dos. Luego de diseñar barricadas, de organizar revueltas, de proponer Instructions pour une prise d’armes, Blanqui imagina una revolución que le permite huir de la prisión y acompañar el movimiento armonioso de los astros en el firmamento, aspirando acceder a una Eternidad que el espacio astral ampara, la inmensidad sin tiempo donde “el metro del infinito es el infinito mismo”. Gracias a los procedimientos de la tecnología, a las copias, al foisonnement de sosies, a las repeticiones exactas, la Eternidad queda atrapada en las redes, instalándose en el espacio sideral donde las circunstancias no cuentan.

          Por una copia reservada en la biblioteca, por las copias que proliferan cruzando los hemisferios, “le révolté récidiviste, le diable qui surgit de la trappe des guerres civiles, le loup-garou, le monstre” (Geffroy 406), liberado de su encierro disfruta de la posteridad, de ese tiempo sin tiempo donde empieza la Eternidad, una inmortalidad que habilita la Biblioteca, entre libros que, copiados, digitalizados, abundan en ese espacio infinito donde se refugió la imaginación de Blanqui. 

Si no es por casualidad que la tradición hermenéutica que venera el libro interpreta el Paraíso sub specie aeternitatis, si no es por casualidad que un filósofo lo entienda “de toute éternité”, si no es solo mera coincidencia que el poeta que imaginó la biblioteca universal en un cuento, la celebre también en un poema, afirmando “yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca”. (Borges, 1960, 54) Si la biblioteca, la Eternidad y el Paraíso coinciden, la hipótesis de Blanqui no es improbable.

Por eso, tampoco fue por casualidad que nos reunamos aquí, gracias a la hospitalidad de la Universidad Nacional de Córdoba, para indagar esa continuidad espacial que los estudios comparados procuran y en la biblioteca comienza.

 

Bibliografía

Baudelaire, Charles. Œuvres complètes. Paris : Gallimard, 1976.

Benjamin, Walter. Paris, capitale du XIXe siècle: le livre des passages. Paris: Cerf, 1989.

Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel. Buenos Aires: Losada, 1940.

---. De jardines ajenos: libro abierto. Barcelona: Tusquets, 2000.

Blanqui, Louis-Auguste. Instructions pour une prise d’armes. Paris: Éditions de la Tête de Feuilles, 1972.

---. L’éternité par les astres. Paris-Genève: Éditions Slatkine, 1996.

Borges, Jorge Luis. Historia de la eternidad. Buenos Aires: Emecé, 1953.

---. Ficciones. Buenos Aires: Emecé, 1956.

---. El hacedor. Buenos Aires: Emecé, 1960.

Burton, Robert. The Anatomy of Melancholy. Philadelphia/New York : J. W. Moore & John Wiley, 1850.

Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Madrid: Juan de la Cuesta, 1605.

Geffroy, Gustave. L’enfermé. Paris: Eugène Fasquelle, 1897.

Flammarion, Camille. Uranie. Paris: C. Marpon et E. Flammarion, 1889.

Quevedo Villegas, Francisco de. Obras completas Sevilla: Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1907.

Renan, Ernest. Drames philosophiques. Paris: Calmann-Lévy, s/f.

Richard, Jean-Pierre. “Un témoin de 48: Jules Vallès. À propos de ‘L’insurgé’”. Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, année 2, numéro 4 (1947). 

Vingtras, Jacques. L’insurgé. Paris: G. Charpentier et Cie, Éditeurs, 1886.