Revista de Culturas y Literaturas Comparadas- Volumen 9, año 2019. ISSN: 2591-3883


La búsqueda de cuerpos ausentes en Argentina: el mito de Antígona retorna cíclicamente

Virginia Saint-Bonnet

Universidad Nacional de Córdoba

RESUMEN

Este trabajo indaga en acontecimientos históricos argentinos que, leídos como textos, permiten hacer un análisis comparatista a fin de explorar la cercana relación entre mito e historia, concretamente, el mito de Antígona y su búsqueda de un cuerpo ausente, en estrecha vinculación con sucesos recientes de desaparecidos en dictadura y en democracia. El rol de Antígonas modernas es adoptado inconscientemente por un mandato cultural en el cual el cierre de un rito (como es el reconocimiento y sepultura de un fallecido) se convierte en una misión mítico-histórica de la que se apropia toda una comunidad, asumiendo un rol antiguo, a modo de visión cíclica y transcultural.

Palabras clave: cuerpos ausentes- Argentina- mito- Antígona.

ABSTRACT

This paper explores Argentine historical events that, read as texts, allow a comparative analysis to explore the close relationship between myth and history, specifically, the myth of Antigone and its search for an absent body, in close connection with recent events of missing citizens in dictatorship and in democracy. The role of modern Antigones is adopted unconsciously by a cultural mandate in which the closing of a rite (as the recognition and burial of a deceased person) becomes a mythical-historical mission appropriated by a whole community that assumes an ancient role, as a cyclical and transcultural vision.

Keywords: missing bodies- Argentina- myth- Antigone.

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Introducción

Si podemos leer el quehacer humano como un texto, observamos que la acción de simbolizar se manifiesta tan material y concreta que impone formas de lectura primordialmente críticas e interpretativas. Ya lo planteó Clifford Geertz (2003) cuando postuló una teoría interpretativa de la cultura y destacó a la descripción etnográfica como método semiótico que permite ahondar en las capas de significación donde el ser humano está inserto. Así, es posible describir un fenómeno social y establecer relaciones, trazar mapas, desentrañar estructuras sígnicas más o menos visibilizadas en esa compleja urdimbre que constituye una cultura.

Sin la pretensión de convertirnos en etnógrafos, nos proponemos en este trabajo indagar en acontecimientos históricos argentinos que, leídos como textos, habilitan su decodificación y permiten hacer un análisis comparatista. Pensando en el espacio cultural como un macrotexto donde tiene lugar el “acto sígnico”, en tanto mecanismo dinámico generador de estructuras de sentidos con sus propias normas de organización (Lotman, La semiosfera I, 24), trabajaremos con la convicción de que hay aspectos, tanto en el mito como en los sucesos históricos seleccionados, que pueden ofrecer similitudes relevantes para la construcción de un puente conceptual que los vincule y los tensione. Exploraremos este vínculo sobre base de un comparatismo “que sea realmente capaz de establecer con el objeto de sus investigaciones un diálogo” (Coutinho 26), sin caer en reduccionismos ni forzar el hallazgo de huellas aisladas, a modo de pesquisa. Nuestro objetivo no es el de clausurar su polisemia u ocluir reversiones, sino el de proponer una lectura que pueda dar cuenta en su recorrido de la cercana relación entre mito e historia. Elegir el comparatismo como marco teórico-metodológico para abordar el mito no es azaroso, estos se relacionan desde la Antigüedad cuando “los mismos mitos frecuentaban a diferentes literaturas y los mitógrafos comparaban textos de comunidades diferentes, creando sus propios héroes a partir de mitos anteriores” (Coutinho 12).

Nos referiremos aquí al mito de Antígona y su búsqueda de un cuerpo ausente, en estrecha vinculación con sucesos de la historia argentina más reciente: desaparecidos durante la dictadura y en democracia (el caso Julio López), nietos apropiados, caídos en la guerra de Malvinas enterrados sin identificación, mujeres secuestradas para trata de personas (el caso Marita Verón), las búsquedas populares de Santiago Maldonado (activista fallecido durante la represión de un corte de ruta) y del submarino ARA San Juan con 44 tripulantes a bordo. A pesar de los notorios caracteres disímiles de los hechos enumerados, un rasgo común los emparenta y nos posibilita hallar un punto de convergencia para hacer el recorte de este objeto de estudio: la ausencia, material y simbólica, de un cuerpo que es incesantemente buscado.

¿Por qué plantear una relación entre hechos históricos argentinos de siglos XX y XXI y un relato mítico de la Antigüedad? Respaldándonos en lo que sostiene Mircea Eliade (1991), podemos abordar los mitos “vivos”, en tanto hechos de una cultura que no necesariamente serán leídos como ficción, opuestos al logos y a la historia. Los mitos son parte de una realidad cultural y proporcionan modelos a la conducta humana, refieren paradigmas de actos humanos significativos. Su relato responde a una profunda necesidad humana de encontrar explicaciones de orden social, moral, cultural, y su sabiduría práctica ahonda en los valores transmitidos generacionalmente, ya sea para fijarlos o cuestionarlos. En este sentido, entendemos que el mito de Antígona no resulta anacrónico, sino que se actualiza en la sociedad argentina a través de la sucesión de búsquedas de cuerpos ausentes que, por diferentes motivos, son el disparador de una misma práctica cultural iterativa.

El hombre es doble, dirá Hugo Bauzá (2005), está hecho de racionalidad y de un imaginario que lo interpela; y en este aspecto el mito deviene de la urgencia especulativa del ser humano, constituye la trama de nuestros relatos y logra poner en orden la historia desarticulada para dar sentido a lo que, para la razón, solo sería enigma o misterio. El mito nos alerta sobre la existencia de una realidad trascendente situada más allá del dato sensible y habilita, entonces, a lo inefable, apartándonos de la angustia que nos provoca lo real. Mientras “mitizamos”, dirá Bauzá, ese aspecto lúdico del proceso nos distrae del horror vacui del entorno y adhiere a una dimensión numinosa conectada con lo sagrado y lo transtemporal. ¿En qué medida, entonces, el mito de Antígona no es una recurrencia cíclica de la sociedad argentina en su afán por aprehender desde una lógica sui generis aquello que no logra ser codificado racionalmente? ¿Cómo se reversiona el mito griego en la historia nacional y mantiene vigente la búsqueda de un cuerpo ausente en tanto móvil transhistórico y transcultural?

Lazos de parentesco entre mito e historia

Para los pueblos arcaicos, las fuentes mitológicas eran recursos fundamentales que completaban las fuentes históricas. Mediante el relato mítico, se describían fenómenos sociales, se establecían normas de conducta, se jerarquizaban roles y escalas axiológicas. Explica Vladimir Toporov (2002) que, instalado el tiempo histórico cronológico con el cristianismo, se produce una crisis mitopoética en la que ya no alcanzan los mitos para explicar el mundo, y así se forma la visión de la historia como ciencia. Aun así, las civilizaciones del mundo se sirvieron a través de los historiadores de conceptos cosmológicos para describir sus procesos de nacimiento, crecimiento, declinación y muerte. Con el tiempo, se produjo un proceso de racionalización del mito y de emancipación de la historia respecto de este, que derivó en una frontera erigida entre ambos como si se tratara de polos opuestos. Sin embargo, y más allá del establecimiento de la historia y su rigor científico, “en la actualidad no ofrecen dudas ni la independencia entre la Historia y los mitos (entre el historicismo y la visión mitopoética del mundo, respectivamente), ni sus vínculos genéticos profundos” (Toporov 148).

Los lazos que emparentan al mito y a la historia no se estrechan solamente en cuanto al contenido que tratan, sino que su lenguaje y su retórica pueden asimilarse, según Hayden White (1998), como un conjunto de “artefactos literarios”, ya que ambos se basan en un acto lingüístico poético regido por tropos y por una lógica/estética que los conecta. La ficción no es antítesis de lo fáctico, dirá White, ya que el acto de fusionar hechos (reales o imaginarios) en una totalidad comprensible, es un proceso poético que usa las mismas estrategias tropológicas, es decir, codifica una explicación mediante metáforas y metonimias que pueden ser leídas con mayor o menor autoconscientización lingüística, pero que, en ningún caso, dejan de ser interpretaciones, evaluaciones subjetivas de la realidad. Así, el discurso del historiador y del escritor no distan de ser aseveraciones de una representación de la realidad plasmada más o menos vehementemente en su argumentación.

Este acercamiento conceptual entre mito e historia no debiera sorprendernos hoy. Desde el giro lingüístico, grandes pensadores y filósofos como Friedrich Nietzsche (1970) establecieron que la legislación del lenguaje es la que dicta las normas en materia de verdad. Lo que las palabras expresan no es la verdad, siempre incognoscible, sino apenas una metáfora de las cosas a las que nos referimos: la verdad es una “multitud movible de metáforas, metonimias y antropomorfismos que tras su prolongado uso se le antojan canónicas y obligatorias a un pueblo. Son las verdades, ilusiones que se han olvidado que [sic] lo son, metáforas gastadas…” (Nietzsche 545) ¿Cómo pretender que mito e historia no se superpongan en ocasiones o tengan préstamos y zonas compartidas, si la palabra (siempre política, subjetiva, construida) es la que rige intuiciones y conceptos a lo largo de la historia universal? “El impulso a la elaboración de metáforas, ese impulso fundamental del hombre no puede ser eliminado ni por un instante porque ello significaría la eliminación del hombre mismo” (Nietzsche 547). Y de ello no está exenta la sociedad argentina en cuya trayectoria reciente de hace apenas cuatro décadas, puede reconocerse la presencia mítica de Antígonas incansables en búsqueda de cuerpos desaparecidos, cuerpos ausentes, cuerpos sin reconocer.


Cuerpos ausentes se buscan

A lo largo de los últimos cuarenta años, la nación argentina ha atravesado por sucesos históricos de muy diversa índole que presentan, aun así, un elemento en común que aquí acciona como puntapié inicial para dar lugar al recorte del objeto de estudio de nuestro trabajo investigativo: la ausencia corporal y las consecuentes búsquedas de cuerpos que faltan. Durante el golpe de estado que inició en 1976 en Argentina, se orquestó desde el gobierno de facto a cargo de una junta militar, una nefasta operación de desaparición de personas cuya perversión tuvo como objetivo instaurar socialmente la incertidumbre generalizada en relación con el destino de las víctimas. Esta práctica represora se instrumentó mediante el secuestro de hombres, mujeres y niños, e instituyó la ausencia del cuerpo como metodología de castigo y aleccionamiento de los disidentes, etiquetados como “subversivos”. Así, los familiares de las personas desaparecidas (sin un cuerpo que sepultar, con un rito sagrado incumplido a partir del cual hacer el duelo) fueron empujados a hundirse en el desconcierto acerca de lo sucedido, sin pruebas que les permitieran asentar una denuncia legítima; asimismo, se expandió contundentemente el terror a toda la sociedad con el objeto de acallar sus reclamos, sin la certeza probatoria de los crímenes cometidos. Como emulando lastimosamente al personaje mítico de Sófocles, los familiares de las víctimas parecieron seguir su mismo destino trágico, frente al poder tiránico que buscó silenciar al pueblo a través de estos dispositivos de la violencia:


¿cómo podía alcanzar más honrosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos estos te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana (Sófocles 14)


Al igual que en la tragedia griega, hay una desproporción abyecta entre el poder de turno que dispone discrecionalmente del paradero de los cuerpos y silencia los posibles cuestionamientos a sus crímenes, y la impotencia de los ciudadanos quienes, casi en soledad, peregrinan en busca de una verdad solapada a riesgo de convertirse en nuevas víctimas.

La sistemática desaparición de ciudadanos argentinos durante la dictadura cívico-militar de 1976, pretendió prolongar el trauma indefinidamente en la comunidad, a partir de la ausencia de esos cuerpos-vacío, cuerpos-hiato, que en fatal paradoja, se erigieron como ausencia y presencia, constituyendo desde lo no expuesto la mayor muestra de espanto ante la sociedad, “haciendo imaginar esos resultados a través del ocultamiento de algo que a la vez que se oculta se hace evidente…el resultado buscado y logrado es el terror colectivo ante el castigo” (Reati 30). Esta metodología de la crueldad no excluyó otras formas de torturas, violaciones, censuras y privaciones de la libertad, pero la “novedad” fue dada por esta planificada des-corporización basada en la ausencia, la incertidumbre y el terror, que incluso se materializó en la apropiación de niños y bebés recién nacidos, criados por familias ajenas que les negaron el derecho a su identidad. Estos cuerpos ausentes movilizaron a las numerosas Antígonas argentinas quienes, organizadas en instituciones como Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo e HIJOS, mantienen actualmente activa y vigente la búsqueda incansable emprendida hace cuatro décadas. Mito e historia se funden en una misma práctica funeraria (religiosa, moral, civil) negada, que exhorta al trajinar permanente de los presentes, a fin de hallar a los ausentes. No alcanza con guardar en la memoria los fragmentos disgregados de recuerdos de esos sujetos; resulta imperativo materializar el encuentro de sus cuerpos para dar cierre a un rito, al duelo, y a un período concreto de la vida familiar y de la convivencia social de un país.

Sin embargo, en democracia, cuando la grotesca pericia criminal de desaparecer personas intenta dejarse atrás, no es menos desalentadora la iteración de esta práctica de desaparición de los cuerpos, que retorna cíclicamente como el propio mito que se repite indefinidamente en un tiempo circular, no lineal, recurrente. Argentina camina sobre sus propias huellas y reincide en el recorrido del mismo sendero, aunque esta vez no en dictadura. El caso Julio López da cuenta de esta pervivencia del mito, en circunstancias diferentes en cuanto al contexto sociopolítico, pero idénticas en relación con el trágico resultado final. La desaparición por segunda vez de López pareciera reafirmar la impunidad como sello cultural del país, postular al cuerpo ausente como hito simbólico de un pueblo que no logra desandar su historia (evaluarla, enjuiciarla, corregirla) y pareciera condenado a repetirla. Hay un pensamiento mítico fundante en la sociedad argentina que, en niveles de mayor o menor conciencia, juega un papel preponderante en el eterno retorno que sienta sus bases, entre otras cosas, en la práctica de la recordación y la memoria. No es casual haber instaurado el 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en clara correspondencia con el principio mítico que considera la reminiscencia como condición primordial para reconocer los orígenes y comprender, ejemplarmente, el devenir de los hechos. Recordar el pasado es, como en el mito, la condición insoslayable para dominarlo e identificar las fuerzas primigenias. El olvido, como en la mitología griega que nombraba a Lethe como su fuente, solo se asocia con la muerte: los muertos olvidan; los vivos están obligados a recordar.

El mito de Antígona se reescribe en Argentina no solamente en la iterativa práctica de desaparición de los cuerpos, sino también en la herencia del patriarcado que se impone a las mujeres, coarta la soberanía sobre sus propios cuerpos y ejerce su hegemonía de diversas formas que tienen en común la invisibilización de los derechos femeninos, la domesticación de sus hábitos y el exterminio de su autonomía: podríamos citar como ejemplos la punibilidad del aborto, la imposición de modas en la manera de vestir y de alimentarse, las crecientes estadísticas de femicidios y el terrible flagelo de la trata de mujeres con fines sexuales. El caso Marita Verón es emblemático y la búsqueda incesante de su paradero por parte de los familiares (especialmente su madre, Susana Trimarco) reactiva el mito y actualiza el diálogo de la tragedia antigua donde Ismene, hermana de Antígona, patentiza la subyugación de la mujer en poder del sistema machista, en un parlamento cuya actualidad azora:


Y ahora, que solas nosotras dos quedamos, piensa qué ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y transgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. No; hay que aceptar los hechos: que somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres. Y que tienen el poder, los que dan órdenes, y hay que obedecerlas –estas y todavía otras más dolorosas (Sófocles 5).


Veinticinco siglos después de que Sófocles escribiera ese diálogo, la actualidad nos enfrenta con conflictos que mantienen vigente la misma problemática de género y, paradójicamente, siguen siendo en gran proporción las mujeres las encargadas de encabezar luchas contra normas arbitrariamente estatuidas, inclusive bajo amenaza de un desenlace fatal. ¿Cómo negar la interculturalidad emergente del mito clásico y las prácticas sociales contemporáneas, si los cruces y analogías tejen una urdimbre compleja que hace visible la pervivencia mítica en plenos siglos XX y XXI?

Sin violentar el hallazgo de similitudes, el comparatismo habilita la comprensión de codificaciones del quehacer humano convergentes más allá de cronologías y geografías dispares, y da pie a la posibilidad de generar nuevas conciencias en relación con temáticas antiguas, pero muy vigentes y la capacidad de rediseñar opciones novedosas. No es significativo solamente el hecho de que el mito de Antígona se reproduzca siglos después en una latitud distante, también es movilizadora la pregunta que nos insta a conocer por qué y cómo una cultura se apropia de una secuencia mítica en torno a la búsqueda de cuerpos ausentes y reescribe un relato con algunos nuevos componentes sígnicos y otros idénticos desafíos. Es esta recepción activa del mito, generadora de impulsos y transformaciones sociales, la que pervive en una Argentina atravesada por el coraje de la epopeya y la fatalidad de la tragedia.

Un estudio sobre la influencia de una obra en un área cultural dada conduce más bien a indagar sus modulaciones y a poner acento en la variedad de sus “reflejos”. En cambio, partir de la actividad receptora de un área cultural obliga a interrogarse de antemano sobre la unidad de esta área cultural. (Yves Chevrel 154)

Este comparatismo activo sobre base de la búsqueda de los ausentes nos direcciona hasta otro caso como el de los caídos en la Guerra de Malvinas, cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus familiares y yacen a miles de kilómetros distantes de su hogar, en enterramientos sin identificación. El reclamo por el reconocimiento mediante análisis de ADN de estos restos cuenta con años de trámites e intercambios diplomáticos entre los funcionarios de ambas naciones involucradas en el conflicto bélico, que recién en 2017 han comenzado a concretarse. Una vez más, una parte sensible de la sociedad argentina clama, cual Antígona moderna, la urgente necesidad por cerrar un ritual sagrado y fraterno que clausure el trauma padecido. Hay una sentencia mítica que se vuelve actual, recurrente, interminable: “…yo me voy a cubrir de tierra a mi hermano amadísimo hasta darle sepultura” (Sofocles 5).

En el año 2017, otros dos hechos han movilizado a la sociedad argentina, una vez más, en la búsqueda de cuerpos ausentes, haciendo que el mito de Antígona vuelva, valga la paradoja, a “tomar cuerpo”. El primero fue la desaparición de Santiago Maldonado, que alcanzó notoriedad mediática nacional e internacional, demandó la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y generó grandes movilizaciones populares que reclamaron su aparición con vida. Durante 78 días, la sociedad argentina se vio interpelada por las más diversas líneas de investigación y se vio dividida entre quienes sostenían la responsabilidad de las fuerzas de seguridad en su desaparición forzada y quienes creyeron que se trató de una maniobra política de la oposición al oficialismo en tiempos de campaña electoral. Lo cierto es que la ausencia de este cuerpo desestabilizó la pretendida convivencia armónica de la ciudadanía y despertó nuevamente los fantasmas argentinos que sobrevuelan la historia signada por lo ausente como disruptivo. El mito se hizo vivo para resignificar los valores de una cultura que, aun con las grietas que pueda tener en cuanto a posiciones ideológicas y partidarias, sigue dándole prioridad a la necesidad de hallar a los ausentes y se ve agitada cuando una desaparición acaece. Las versiones sobre el hecho pueden ser dispares y hasta dicotómicas, sin embargo, es innegable la emergencia de un sentimiento de zozobra que hace que un cuerpo ausente (en contradicción con lo esperable de su no-presencia, pero en concordancia con lo aprendido por la historia nacional) no pase inadvertido.

El segundo caso movilizador del año 2017 en relación con cuerpos ausentes buscados sin pausa es el del submarino ARA San Juan, con 44 marinos a bordo. El caso estremeció a la sociedad argentina y los mensajes de consternación de la población se reprodujeron en medios masivos y redes sociales, en una carrera contra el tiempo por lograr hallar la nave sumergida antes de que el oxígeno se extinguiera para sus tripulantes. Lamentablemente, el hallazgo con vida del personal naval no se produjo y la búsqueda adoptó el tinte mítico de esperar, al menos, encontrar los cuerpos perdidos en medio del océano. Como recuperando el mito de Antígona, una vez más, la sociedad argentina ha recorrido un rumbo errante en pos de hallar esos cuerpos ausentes, cuerpos sin destino fijo que exigen un reconocimiento y una última morada.

El caso del submarino también ha convocado interpretaciones heterogéneas, cuyas aristas involucran intereses políticos y gubernamentales, porque se trata precisamente de un navío perteneciente a la Armada Argentina en plena operación de sus funciones militares. Como el lenguaje mismo, como el mito, como la historia, el hecho presenta un perfil político inherente a cualquier acontecimiento humano indivisible de su carga subjetiva y, de alguna manera, confirma los vínculos genéticos que entrelazan los sentidos otorgados por una cultura a sus relatos, sus vivencias, también a sus instituciones.

La reiteración parece ser el componente mítico que, en la cultura argentina, se viene plasmando en torno a la búsqueda de cuerpos ausentes. La ruptura de esta circularidad o no, tal vez, quede bajo la responsabilidad de cada ciudadano y su grado de conciencia en la participación que lleva a cabo, cual Antígona moderna. Esto no es certero. Lo que sí está claro es que la recurrencia a patrones de comportamiento idénticos nos inquieta y nos conduce a interrogarnos sobre los lazos transculturales y transhistóricos que nos ¿unen/atan/esclavizan?


…la repetición (de un texto por otro, de un fragmento en un texto, etc.) nunca es inocente…Toda repetición está cargada de una intencionalidad cierta: quiere dar continuidad o quiere modificar, quiere subvertir, en fin, quiere actuar con relación al texto antecesor. La verdad es que la repetición, cuando acontece, sacude el polvo del texto anterior, lo actualiza, lo renueva y (¿por qué no decirlo?) lo reinventa (Franco Carvalhal 71).


A modo de conclusión

Leyendo los acontecimientos enumerados cual textos conformados por signos cuya decodificación no puede ser monosémica, podrían hacerse muchas lecturas interesantes. El propósito aquí no ha sido anclar interpretaciones unívocas, muy por el contrario, hemos postulado un recorrido posible que extiende su exégesis sin prescindir de otras alternativas igualmente válidas. En este trabajo hemos podido recoger algunas valoraciones a partir del comparatismo realizado del mito de Antígona y los hechos mencionados de la cultura argentina: en primer lugar, destacar la estrechez de la que hablan los teóricos que emparenta a mito e historia en una interacción que, por momentos, se torna simbiótica, en relación con la circularidad de la que no pueden escapar los acontecimientos históricos, al repetir míticamente el pasado en un eterno retorno que roza la epopeya. En segundo término, hemos explorado la significación activa del cuerpo ausente en la cultura nacional y la urgencia de su búsqueda como una constante que vertebra la idiosincrasia popular, al margen de las lecturas partidarias e ideológicas que puedan trazarse sobre los hechos apuntados. Y por último, destacamos el rol de Antígonas modernas que es adoptado inconscientemente por un mandato cultural en el cual el cierre de un rito, como es el reconocimiento y sepultura de un fallecido, se convierte en una misión mítico-histórica de la que se apropia toda una comunidad sin notar, tal vez, cómo se asume un rol arrastrado desde la Antigüedad hasta nuestros días, aunque en latitudes remotas.

Aun a riesgo de contravenir los dictámenes del poder de turno, la aventura mítica de Antígona se emprende una y otra vez por sujetos que heredan su misión trascendente. Pareciera vigente la sentencia para aquel que no se hiciese responsable de la búsqueda de los cuerpos ausentes: “Sálvate, yo no he de envidiarte si te salvas” (Sófocles 16). Y de modo transcultural, el mito se imprime en las conductas y las urgencias de una sociedad argentina que sigue buscando nietos apropiados, continúa clamando por Marita Verón y las mujeres explotadas con fines sexuales, permanece demandando el reconocimiento de los desaparecidos en dictadura y en democracia, se mantiene buscando la identidad de los restos que yacen en Malvinas, continúa movilizándose masivamente cuando un activista desaparece y sigue destinando recursos económicos, humanos y tecnológicos para intentar rescatar los cuerpos de un submarino hundido en el fondo del océano. Aquí y ahora, el mito retorna y actualiza los cruces interculturales en el cumplimiento de un ciclo que, por definición, no tiene perspectivas de clausura. De manera atemporal, el relato vuelve para refuncionalizar nuevas interpretaciones y proponer lecturas atentas, también habilita la recreación de versiones que mantienen viva la curiosidad del ser humano por comprender y explicar sus experiencias, su comunidad, sus prácticas.


Bibliografía

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Fecha de recepción: 15/04/2018

Fecha de aceptación: 07/12/2018