Revista de Culturas y Literaturas Comparadas- Volumen 9, año 2019. ISSN: 2591-3883


Virginia Woolf: una interpretación de Antígona, “obra maestra”, “propaganda antifascista” y algo más


Irene Chikiar Bauer

Universidad Nacional de San Martín


RESUMEN

Desde muy joven, Virginia Woolf sintió la necesidad de encontrar alternativas a las normas instauradas por la sociedad victoriana, que no admitía que las mujeres ingresaran a las universidades. En ese sentido, para ella, estudiar y leer en griego se constituyeron como formas de resistencia y rebelión. Además de que sentía que era indispensable un buen manejo de los autores griegos para su formación como escritora, a lo largo de toda su vida retomó, insistentemente, la lectura de sus obras. Destaca en ese contexto su relación con la Antígona, de Sófocles, mencionada desde su primera novela Fin de viaje, y luego en sus libros Un cuarto propio, Tres guineas, y Los años; así como en el ensayo “Acerca de no conocer el griego”, incluido en El lector común. En este trabajo y, teniendo como referencia los escritos mencionados, se muestra que, a través de su interpretación y reelaboración del mito de Antígona, la autora inglesa expresó su feminismo (especialmente como resistencia al sistema patriarcal), relacionándolo con su postura pacifista y antifascista.

Palabras clave: Virginia Woolf- Antígona- feminismo- pacifismo- antifascismo.


ABSTRACT

Since an early age, Virginia Woolf sensed the need to find alternatives to the rules established by the Victorian society, which didn’t allow women to get into college. Studying and reading Greek became for her a way of resistance and rebellion. Besides she felt absolutely necessary to have a good knowledge of Greek classics for her writer’s training, she continued reading the Greeks over and over trough her whole life. Stands out in this context her relation with Sophocles’ Antigone, mentioned since her first novel, The Voyage Out, and then in her books A Room of One’s Own, Three Guineas and The Years; as well as in the essay “On Not Knowing Greek”, included in her book The Common Reader. In this work it is showed that, through her interpretation and reelaboration of Antigone’s myth, Virginia Woolf expressed her feminism (mainly as a resistance to the patriarchal system), connecting it to her pacifist and antifascist view.

Keywords: Virginia Woolf- Antigone- feminism- pacifism- antifascism.














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Notas biográficas: acerca de estudiar griego

A sus dieciocho años, Virginia Woolf fue retratada por George Beresford. Esa foto se ha convertido en una de las postales más vendidas por la National Portrait Gallery. Se trata de una imagen que la muestra de perfil, etérea, y que recuerda a las figuras de la antigüedad, a los mármoles de Elgin, y en la que la joven Virginia parece alimentarse solo de ambrosía. Lo cierto es que, en la época de la célebre foto, si ella tenía que elegir un alimento espiritual, prefería, como confesaba en una de sus cartas, leer a los griegos: “As for Greek it is my daily bread, and a keen delight to me” (Woolf, Letters I, 35).

Un año después, Virginia le escribía a su hermano Thoby. Como a diferencia de ella, y de todas las mujeres de entonces, él podía estudiar en Cambridge, le pedía consejo y guía para sus lecturas: “I have read the Antigone- Edipus [sic] Coloneus–and I am in the middle of the Trachiniae. I should rather like to read the Antigone again (…) I really enjoy not only admire Sophocles” (Woolf, Letters I, 42). Con el correr del tiempo, esta admiración por la literatura griega y, sobre todo, sus muchas relecturas de Antígona se reflejaron en sus escritos personales e íntimos, diarios y cartas, y en su obra literaria. La biografía de Virginia Woolf permite deducir las razones que la llevaron a estudiar griego. De hecho, ella consideraba que su padre y hermanos varones eran personas privilegiadas a las que les estaba permitido cursar estudios superiores y aprender griego. Desde muy joven, sintió la necesidad de encontrar alternativas a las normas instauradas, a las reglas de juego de una sociedad que, todavía a principios del siglo XX, en Inglaterra, no admitía que las mujeres ingresaran a las universidades.

Como una concesión a los deseos de sus hijas, además de la educación que recibían en su casa y que él mismo les impartía, junto con su mujer, el padre de Virginia Woolf le permitió tomar lecciones privadas de latín y griego, en tanto que su otra hija, Vanessa, prefirió dedicarse, desde pequeña, a la pintura. Virginia Woolf comenzó a tomar lecciones de griego en 1899 con Clara Pater (1841-1910), una militante por el voto femenino, promotora de la igualdad educativa, quien dictaba clases en el Somerville College, un colegio de mujeres en Oxford; era hermana del importante crítico de arte victoriano Walter Pater. En 1902 pasó a estudiar con Janet Case (1862-1937), una persona con “ardent theories”, a quien Virginia juzgó “more professional than Miss Pater though perhaps not so cultivated” (Passionate Apprentice 182). Feminista, pacifista, socialista, Janet Case influyó mucho en su discípula, con quien estableció amistad hasta el fin de sus días.

En su diario de 1903, Virginia escribió acerca de sus clases:

She was always expounding [the Greeks] “teaching” and their views upon life &Fate, as they can be interpreted by an intelligent reader. I had never attempted anything of this kind before, & though I protested that Miss Case carried it too far, yet I was forced to think more than I had done hitherto (…) She talked on many subjects; & on all she showed herself possessed of clear strong views, & more than this she had the rare gift of seeing the other side... (Woolf, Passionate Apprentice, 183-184)

Años después, a través de Janet Case, Virginia Woolf entró en contacto con integrantes del movimiento sufragista y colaboró con ellos, no como escritora o periodista, como esperaban, sino en tareas de oficina a tiempo parcial. El hecho es que en su carácter de activista que defendía muchas causas políticas, Janet Case le mostró otras realidades y le contagió expectativas que excedían las del marco de su hogar victoriano. Más adelante, en 1910, cuando no cedían en Inglaterra las dificultades para lograr el voto femenino, luego de un encuentro, Virginia le escribía a su antigua profesora: “Me impresionaste tanto la otra noche con la injusticia de la actual situación que siento que es necesario actuar” (Woolf, Letters I, 421). Si bien con el paso de los años se vieron solo esporádicamente, cuando Janet Case murió, en el obituario que escribió para The Times, Virginia Woolf afirmó: “Her Greeks was connected with the politics of her day” (Oldfield 50).

Precisamente es la conexión entre “Greeks” –especialmente nos referimos a la Antígona de Sófocles– y política lo que Virginia Woolf subraya en Tres guineas, libro en el que se declara pacifista, denuncia los fascismos y reclama por el voto femenino. Pero también es interesante destacar la reiterada referencia al mito en su novela Los años.


La presencia enigmática de Antígona en Los años

Si bien Virginia Woolf nunca escribió una nueva versión de Antígona, hay alusiones a esta obra en muchos de sus trabajos, como puede apreciarse desde su primera novela Fin de viaje, pasando por Un cuarto propio y la citada Tres guineas, hasta su novela Los años y el ensayo “Acerca de no conocer el griego”, incluido en El lector común.

En tanto que la crítica literaria y feminista especializada en Woolf ha señalado que a través del personaje de Antígona la autora inglesa expresó su pacifismo, su antifascismo y la resistencia ante la tiranía masculina, llama la atención que George Steiner, en su nutrido libro Antígonas. La travesía de un mito universal por la historia de Occidente, apenas se detenga a analizar la interpretación del mito por parte de esta escritora. De hecho, Steiner solo se ocupa de una escena de Los años:

La visión de la escena que tiene Virginia Woolf es intensamente alucinatoria por su macabra crudeza. Se encuentra en la secuencia de un sueño contenido en Los años (1937); se trata del episodio de una crónica familiar entretejida con la lectura y la traducción en versos ingleses de la obra de Sófocles: “El cuerpo insepulto de un hombre muerto yacía cual tronco de un árbol caído, como una estatua con un pie tieso en el aire. Se reunieron buitres…Y de prisa, de prisa, de prisa, con repetidos tirones desgarraron la mohosa carne” (énfasis propio) (172)

En la cita precedente marcamos nuestras discrepancias con la interpretación de Steiner. Según él, la escena en la que aparece Antígona “es intensamente alucinatoria (…) Se encuentra en la secuencia de un sueño”. En realidad, no se trata de la “secuencia de un sueño”. Sally, una de las protagonistas de la novela, se encuentra en su cama; es de noche, no puede dormir atenta a la música que viene de la casa de al lado, donde están dando una fiesta. Entonces abre un libro al azar, pero no logra concentrarse y toma otro. Es un ejemplar de Antígona, de Sófocles, traducido al inglés por su primo Edward, quien se lo había regalado, y que ella todavía no había leído. Veamos entonces la frase a la que alude Steiner:

Sally fue pasando páginas. Al principio leía una línea o dos, al azar; luego, del lío de palabras rotas surgieron escenas, rápidamente, inexactas, a medida que pasaba las páginas. El cadáver insepulto de un hombre asesinado yacía como el tronco de un árbol caído, como una estatua, con un pie desnudo al aire. Se congregaban buitres, y descendían sobre la arena de plata. A sacudidas, arrastrándose, las pesadas aves se acercaban torpemente; con un empujón de su oscilante cuello gris, saltaron –Sally sin dejar de leer, golpeó la colcha con la mano– sobre aquel bulto. Deprisa, deprisa, deprisa, con reiteradas sacudidas, atacaron la carne ya esponjosa. Sí. Sally miró el árbol del jardín. El cadáver insepulto del hombre yacía sobre la arena. Luego, en una nube amarilla llegó como un torbellino… ¿quién? Sally pasó la página rápidamente. ¿Antígona? Llegó como un torbellino salido de una nube de polvo al lugar donde los buitres se cebaban, y arrojó arena blanca sobre el pie ennegrecido (...) (Woolf, Los años, 154)

Creemos, a diferencia de la afirmación de Steiner, que no se trata de una “escena alucinatoria”, sino del relato de una escena de lectura en la que se desencadenan las digresiones y los pensamientos propios del fluir de conciencia o, simplemente, se entremezclan imágenes asociadas a esa lectura. Además, Sally solo se queda dormida después de terminar de leer el libro y sacar una especie de conclusión acerca de su lectura.

Analicemos los momentos en los que se incluye el mito de Antígona en la novela Los años. La primera referencia aparece en el capítulo titulado “1880”. El joven Edward, en su habitación de Oxford, se esmera en la traducción de Antígona con miras a lograr su fellowship y no decepcionar a su padre. Poco después de comenzar su trabajo, mientras bebe unos sorbos de oporto, se le aparece la imagen de su prima Kitty confundiéndose con la de la protagonista de la obra de Sófocles.

El personaje de Antígona reaparece en el capítulo “1907”. Allí se desarrolla la escena que toma Steiner y que citamos. Vale agregar que, antes de dormirse, Sally se pregunta, no sin ironía, adónde llevaron a Antígona tras enterrar al soldado muerto: “¿A la estimable corte del respetado gobernante supremo?”. También se refiere a Creonte: “él fue quien la enterró”, y agrega:


el hombre con taparrabos dio tres golpes secos con su mazo en el ladrillo. Fue enterrada viva. La tumba era un montículo de ladrillos. Solo había espacio para permanecer echada. Estirada en una tumba de ladrillos, dijo Sally. Y así termina, se dijo Sally bostezando, y cerró el libro (Woolf, Los años, 155).


Las últimas referencias a Antígona se dan en el último capítulo titulado “Los días presentes”, es decir, alrededor de 1937. Un envejecido Edward se encuentra, en una reunión familiar, con su joven sobrino North, quien durante la Primera Guerra estuvo en “las trincheras, y veía cómo morían los hombres” (Woolf, Los años, 456). Como muchos ingleses, en la década del treinta del siglo pasado, Virginia Woolf temía la irrupción del fascismo, miraba con recelo lo que sucedía en Italia, España y Alemania. Lo cierto es que al regresar de un viaje que hizo con su marido a Alemania en 1935, con los peores presentimientos, le escribió a su sobrino Quentin Bell acerca de la amenaza de ser “envenenados por los alemanes”; imaginaba una escena en la que caminaba por Oxford Street; con el humo amarillo de los gases sobre ella, se hundía en una zanja y luego, decía, “la corriente de Teutones pasará y pasará engullendo lo que una vez fue Bloomsbury pero será, supongo, una Platz con una estatua del Líder” (Chikiar Bauer 708). En la escena de la reunión familiar a la que hacíamos referencia, los personajes de la novela hablan de política. North piensa que en Inglaterra se firman manifiestos, se habla de “Justicia y Libertad”, pero él reflexiona: “Si quieren reformar el mundo, ¿por qué no empiezan allí mismo, en el centro, por ellos mismos?” (Woolf, Los años, 457). El joven exsoldado se pregunta qué había hecho el académico: “durante aquellos años (…) ¿Se había dedicado a corregir y anotar ediciones de Sófocles? ¿Qué ocurriría si cualquier día se publicaba una edición expurgada de Sófocles? ¿Qué harían aquellos hombres consumidos, de los que solo quedaba el caparazón?” (Woolf, Los años, 458).

Edward “el humanista” y North “el soldado” intentan comunicarse, pero no les resulta fácil. Finalmente, poco antes de la culminación de la novela, una de las hermanas de Edward se refiere a la relectura de “un clásico…, el que tú tradujiste. ¿Cuál era? (…) uno sobre una chica que…” (Woolf, Los años, 467). Edward aclara que se trata de Antígona y pronuncia unas palabras en griego (aparecen en este idioma en el texto). Es una frase de Antígona que vuelve a aparecer citada en Tres guineas: “No es propio de mi naturaleza unirme al odio, sino al amor” (Woolf, Tres guineas, 146).

Cuando North pide a su tío que traduzca lo que había dicho: “[este] negó con la cabeza. –Es la lengua– dijo. Edward guardó silencio” (Woolf, Los años, 467). Esta respuesta da cuenta del respeto reverencial por el griego: “es la lengua”, pero también permite inferir las dificultades de comunicación entre dos personajes que pertenecen a distintas generaciones y tienen cosmovisiones diferentes. Pero, además, la reticencia del personaje a traducir la frase, lo mismo que las inclusiones de Antígona en Los años no se explican al lector porque, en sus novelas, Virginia Woolf aborrecía cualquier tipo de preceptiva. A través de alusiones y perspectivas fragmentarias, en escorzo, ella prefería mostrar que la realidad es múltiple e inaprensible y, a través de las voces polifónicas de los personajes, sugería la imposibilidad de comprender o aprehender la realidad en su totalidad. Como señaló Jakko Hintikka, creemos que, si bien las de Virginia Woolf “no son novelas de ideas en el sentido de estar dedicadas a la discusión o promoción de doctrinas específicas, se plantean en ellas un número notable de problemas filosóficos. (…) Algunos de esos problemas son morales y sociales” (267-268). Precisamente, ese sería el caso de los libros en los que retoma a Antígona.

Asimismo, la ausencia de un narrador omnisciente en las novelas de Woolf dificulta comprender los motivos de su interés por Antígona. Pero la lectura de obras como Tres guineas (1938), libro que escribía al mismo tiempo que Los años, y que se publicó poco después, y de Virginia Woolf’s Reading Notebooks, permite contextualizar y entender las repetidas alusiones a la obra de Sófocles. Así, en noviembre de 1923, ella escribía “Creon is always a repulsive character”. Y, refiriéndose a Antígona: “[Antigone is] absolutely determined from the first… Her speeches are all in the same tone of tense, uncomplaining ruthlessness… Creon is an old hypocrite” (Oldfield 50). Retomaba el tema en 1924 y anotaba: “Antigone is the perfect type of heroic woman; unflinching and uncompromising” (Oldfield 50). Mientras releía la obra de Sófocles, Virginia Woolf escribía el ensayo “Acerca de no conocer el griego” (1925), donde sostiene: “en Electra o en Antígona nos impresiona (…) el heroísmo en sí, la fidelidad en sí” (El lector común 16). Podríamos aventurar que en la novela Los años, Sally evoca a esos personajes en tanto que, como ellas, no se atiene a los compromisos y normas sociales, sino que responde y es fiel a una ley que los trasciende. En esta línea de interpretación, Joseph Gerhard advierte que en Los años:


Woolf portrays the gradual decay of a house into a tomb -… it is the Pargiters women who are the vessels of the intense passion associates with the line from the Antigone, while the men sink into the power structures they dominate –the university, the law, the military and congeal into the fearful attitudes with which they buried alive both themselves and a patriarchal society´s women (Oldfield 56).


Tres guineas: donde se aclara la presencia de Antígona en Los años

Parece relevante subrayar que, en su libro sobre Antígona, George Steiner no va a referirse a Tres guineas salvo en una nota al final del capítulo 2, correspondiente al párrafo previamente citado, en la que reconoce el reiterado interés de Woolf por el tema y el “giro político feminista” (234) que el mito adquiere en su obra. Cabría preguntarse, entonces, si a Steiner no se le pasa por alto una de las interpretaciones más productivas en torno al tema de Antígona que dio el siglo XX. Y no es que Steiner no asocie la temática de Antígona con los derechos de las mujeres. En el capítulo 1 de su libro, se refiere a cómo “el sentimiento barroco y neoclásico” (16) y “la imaginación idealista y romántica” (17) se relacionan con Sófocles y con Antígona.

Para Steiner, una de las causas de la vitalidad del mito pudo ser la Revolución francesa, cuyo “programa de emancipación femenina y de paridad política entre ambos sexos (…) hizo del texto de Antígona un texto emblemático” (24). Según él, la historia, sin embargo, se encaminó hacia otra parte. Desde su perspectiva, la era napoleónica, la burguesía mercantilista, dieron por tierra con las expectativas de igualdad de derechos que se insinuaban a principios de la revolución, y entonces: “la exaltación de la heroína de Sófocles después de 1790 es en alguna medida un sustituto de la realidad (…) De manera espectral pero segura, Antígona pertenece al lenguaje del ideal” (25).

Dado que la infancia y la primera juventud de Virginia Woolf transcurrieron durante la era victoriana, época en la que se agudizó la tendencia a la reclusión de la mujer burguesa en el hogar, no es de extrañar que fuera justamente Antígona el personaje que ella eligió para dar cuenta de una característica de la obra de Sófocles apreciada por Steiner: “En Antígona, la dialéctica de la intimidad y de lo público, de lo doméstico y de lo más cívico se expone explícitamente” (26). La cita recuerda la afirmación de Woolf: “Fíjese en la distinción que Antígona hace entre las leyes y la ley. Es una exposición de los deberes del individuo para con la sociedad mucho más profunda que la que pueden ofrecernos nuestros sociólogos” (Tres guineas 146).

Y esto (la distinción “entre leyes y ley”) es lo que Virginia Woolf va a enfatizar en Tres guineas, ensayo en el que pondera la matriz heroica arquetípica de Antígona, algo que ya había adelantado en “Acerca de no conocer el griego”:

El ser humano original, el permanente, el estable se encuentra allí. Son necesarias emociones violentas para hacerlo pasar a la acción, pero cuando son así incitados por la muerte, por la traición, por alguna otra calamidad primitiva, Antígona y Áyax y Electra se comportan tal y como nosotros nos comportaríamos si fuésemos fulminados, igual que todo el mundo se ha comportado siempre... (Woolf, El lector común, 16-7)

Claro que en la obra de Sófocles se plantea que no todo el mundo puede actuar heroicamente. Al principio de la tragedia, Antígona le dice a su hermana Ismene que va a dar sepultura a su hermano Polinices (ha luchado contra la ciudad) a pesar de las expresas órdenes del rey Creonte, quien advirtió que castigaría con la muerte a quien lo hiciera. Cuando Antígona pregunta a su hermana si compartirá con ella “sufrimientos y trabajo” (Sófocles 50), Ismene confiesa no poder ir “en contra de la ley [pasando] por encima del decreto y los poderes de [su] soberano”. Además, la invita a reflexionar: “Más bien conviene pensar esto, que hemos nacido mujeres y no para luchar contra los hombres (…) Es del todo insensato intentar lo que excede nuestras fuerzas” (Sófocles 52). En respuesta, Antígona dirá: “No me ocurrirá otra cosa que no sea morir con gloria” (Sófocles 54). Dado que el carácter heroico de Antígona se expresa en la obediencia a las “leyes no escritas e inquebrantables de los dioses (…) que tienen vigencia eterna”, ella desafía la autoridad de Creonte dando a entender que, siendo un “mortal” (Sófocles 86), la autoridad del rey es discutible.

En una sugestiva extrapolación de la cuestión, Virginia Woolf interpreta que, lo mismo que Antígona, las mujeres del siglo XIX, encerradas en sus hogares, “hijas de los hombres con educación” (Tres guineas 25), pero impedidas de ejercer sus vocaciones, intentaron descubrir “cuáles eran las leyes no escritas; es decir; las leyes privadas que debieran regular ciertos instintos, pasiones y deseos mentales y físicos” (Tres guineas 240). Para Virginia Woolf, lo que está en juego son las “leyes de aplicación” propias de cada sexo, cuya práctica llevaría a que “la vieja idea de que un sexo debe ‘dominar’ al otro llegaría a ser anticuada...” (Tres guineas 241). Al relacionar tiranía doméstica y tiranía pública, coincide con una de las máximas del feminismo: “lo privado es político” (Duby y Perrot 454).

Como afirma Steiner, en esta obra, Sófocles “dramatiza la urdimbre de lo íntimo y lo público, de la existencia privada y de la existencia histórica” (25). En ese sentido, entendemos las razones que llevaron a Woolf a incluir a Antígona en una novela como Los años, que abarca un período histórico que va desde “1880” (primer capítulo) hasta “Los días presentes” (último capítulo), aludiendo al momento de su publicación. Durante ese período, la novela se refiere a la familia Pargiter, marcada por la Primera Guerra Mundial y por la irrupción del nazismo. La historia de los Pargiter nos remite al principio de este trabajo, cuando nos referimos a las circunstancias biográficas de Virginia Woolf. Como ella, las protagonistas del primer capítulo son niñas en la década de 1880, no estudian fuera de sus hogares, no tienen formación profesional y menos aún universitaria. La Primera Guerra Mundial cambia el escenario y permite que las más jóvenes incursionen, paulatinamente, en esos terrenos vedados. Pero en Los años también se plantea el problema del fascismo en avance, tema crucial en Tres guineas, obra en la que, tomando anclaje en Antígona, Woolf plantea su credo feminista, pacifista y antifascista.

Dado que su sobrino Julian murió siendo voluntario por la República en el frente español, se ha considerado que Tres guineas es el manifiesto político a través del cual Virginia Woolf, como moderna Antígona, entierra a sus muertos y, en pleno siglo XX, denuncia las tiranías del sistema patriarcal al que responsabiliza por las guerras del pasado, del presente y de las que acontecerían en el futuro si no se reconsidera: “cuáles son las lealtades irreales que debemos despreciar y cuáles son las lealtades reales a las que debemos rendir culto” (Tres guineas 145).

Para ella ya no se trata del tirano que no permite enterrar a un muerto, sino de tiranos que llevan a sus pueblos y a los jóvenes a la Guerra. Y por eso invita a sus lectores a replantearse qué ley hay que obedecer, la de los dioses o la de los hombres. De modo que en Tres guineas le pide al lector: “Fíjese en la pretensión de Creonte de ejercer el poder absoluto sobre sus súbditos. Es un análisis de la tiranía mucho más instructivo que el que cualquiera de nuestros políticos puede ofrecernos (…) Fíjese en la distinción que Antígona hace entre las leyes y la ley” (Woolf, Tres guineas, 145-146).

En el mismo libro, en una nota al pie, Virginia Woolf aclara que “es imposible juzgar un libro basándonos en su traducción”, sin embargo, agrega: “Antígona es una de las grandes obras de la literatura dramática, a pesar de lo cual, y en caso de necesidad, puede utilizarse como propaganda antifascista” (Tres guineas 144). Punto seguido, la escritora asocia:

La propia Antígona puede ser transformada en la señora Pankhurst (…) o en la señora Pommer, esposa de un funcionario de minas de Essen, que dijo: “‘La espina del odio ha sido ya clavada con suficiente profundidad en los seres humanos por los conflictos religiosos’ (…) La señora Pommer ha sido detenida y será juzgada bajo la acusación de injurias y calumnias al Estado y al movimiento nazi (The Times, 12 de agosto de 1935)”. (Woolf, Tres guineas, 145)

Heroínas modernas, nuevas Antígonas son las que Virginia Woolf desea resaltar o despertar a través de Tres guineas. De este modo, en pleno ascenso del nazismo y del fascismo les dice a sus lectoras que no sean como Ismene, que se conviertan en nuevas Antígonas. Al mismo tiempo, representa en Creonte a los tiranos de todas las épocas citando las palabras del rey: “Aquel a quien la ciudad designe deberá ser obedecido, en las cosas pequeñas y en las grandes, en las justas y en las injustas… La desobediencia es el peor de los males… Debemos dar nuestro apoyo a la causa del orden, y en modo alguno tolerar que una mujer nos rebaje…”. A Creonte y a los tiranos del pasado y del presente Virginia Woolf advierte que llegará el momento en el que serán castigados: “Y Creonte, leemos, trajo la ruina a su propia casa y esparció sobre la tierra los cuerpos de los muertos (Woolf, Tres guineas, 247).


Conclusión

Virginia Woolf tuvo un especial interés en estudiar griego y, a partir de ahí, su lectura de Antígona, de Sófocles, fue una constante, lo que se refleja en sus cartas y diarios personales y en las obras: Fin de viaje, Un cuarto propio, Tres guineas y Los años; así como en el capítulo “Acerca de no conocer el griego”, incluido en El lector común. Finalmente, reinterpreta el mito de Antígona, pero también la propone como sujeto revolucionario, como ejemplo a la hora de crear una sociedad de “outsiders” que respondan a una ley superior a la de cualquier estado: “En mi condición de mujer, no tengo patria. En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero” (Woolf, Tres guineas, 192) [“...as a woman, I have no country. As a woman I want no country. As a woman my country is the whole world”] (Woolf, Selected Works, 861).

Al asociar fascismo y patriarcado, con la publicación de Tres guineas, meses antes del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, Woolf advierte que es necesario “hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos” (Tres guineas 252). Su llamado es tan urgente como desesperado: “el mundo público y el mundo privado están inseparablemente relacionados, (...) las tiranías y las servidumbres de uno son las tiranías y las servidumbres del otro” (249). ¿Qué hacer, entonces frente a la inminencia de la Guerra? Como pacifista, para Virginia Woolf, se trata de afirmarse en la decisión de Antígona: “Yo no he nacido para el odio sino para el amor” (Sófocles 91).


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Fecha de recepción: 15/04/2018

Fecha de aceptación: 01/03/2019