Revista de Culturas y Literaturas Comparadas- Volumen 9, año 2019. ISSN: 2591-3883

Refugios contra el desamparo: una comparación poética y etno-mitológica en torno a la meditación sobre el mundo arbóreo

Guadalupe Barúa

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA)

Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires, Argentina


RESUMEN

En el inter-juego entre la tradición y la modernidad, la memoria tiende a seleccionar recuerdos más felices ante mundos que desaparecen frente a nuestros ojos, una nostalgia meditativa que trata de captar lo eterno en el marco de un mundo transitorio. En muchas culturas indígenas, como la de los wichí bazaneros del noroeste de Argentina, las concepciones sobre sus bosques muestran similitudes con concepciones de grandes poetas, en este caso de Robert Frost. Ambas surgen de un tipo de razonamiento en los cuales las percepciones e intuiciones vinculadas a ciertos elementos naturales dan lugar a visiones del mundo que fomentan la empatía humana con los seres de la naturaleza. Asimismo, los árboles, se asocian aquí con la longevidad, la vitalidad y la fertilidad. Nos concentramos en aquellas instancias en que los humanos y los árboles están conectados y, como en el poema “Abedules” de Frost, pueden vagar entre el bosque y las estrellas a través de ensueños que están culturalmente modelados. Estas concepciones son importantes en la medida en que son fuente de profundas emociones y alegrías en contextos de privación y malestar. Ellas pueden actuar como refugios frente a la declinación del sentido de pertenencia que causa la modernidad.

Palabras clave: Wichí bazaneros- Robert Frost- concepción de los árboles- nostalgia meditativa- refugios

ABSTRACT

In the interplay between tradition and modernity, memory tends to select happier memories of worlds that disappear before our eyes, a meditative nostalgia that tries to capture the eternal within the framework of a transitory world. In many indigenous cultures, as the Wichí bazaneros of Northwestern Argentina, the conceptions about their forests show similarities with the conceptions of great poets, Robert Frost in this case. Both arise from a type of reasoning where perceptions and intuitions, linked to certain natural elements, give rise to worldviews that foster human empathy with natural beings. Likewise, trees, among the wichí, are associated with longevity, vitality and fertility. We focused on those instances where humans and trees are connected and, as in Frost’s poem Birches, they can wander between the forest and the stars through their reveries that are culturally modeled. They are important, insofar as they are a source of deep emotions and joy in contexts of deprivation and malaise. They may act as havens against the decline of the sense of belonging that modernity causes.

Keywords: Wichí bazaneros- Robert Frost- conception of trees- meditative nostalgia- havens


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Este trabajo se basa en una ponencia presentada en las XLVIII Jornadas de Estudios Americanos, en el Instituto Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández” de la Ciudad de Buenos Aires del 8 al 10 de septiembre de 2016. En esa ponencia se realizaba una comparación entre las concepciones arbóreas de una comunidad wichí (con quienes conviviéramos por largos períodos) y el poemario de Robert Frost, Mountain Interval, y, en especial, de uno de los poemas que lo componen, “Birches” (“Abedules”), que se presenta completo y en edición bilingüe en el anexo.

¿Qué podrían tener en común los poemas sobre los árboles de un gran poeta de Nueva Inglaterra con un puñado de familias wichí que, en la actualidad, más que nunca, se aferran a sus montes? Creemos que lo humano es el gran telón de fondo de las diversidades culturales. La idea de “expatriados”, de los que se sienten fuera de su “patria”, ya sea porque ella existe en una dimensión ajena a la de la vida cotidiana (el hogar mitológico), porque los rasgos que la caracterizan están cercanos a desvanecerse o ya lo han hecho y solo perviven en la memoria (los bosques y las tradiciones asociadas a ellas), o porque esas patrias y sus añorados paisajes ya no existen debido a las nuevas divisiones geopolíticas que tanto afectan a exiliados e inmigrantes y que los despojan de los paisajes, olores, sabores, tatuados en lo más profundo de su memoria; o las condiciones de guerra y pobreza extrema que movilizan a los desplazados internos.

Es el inter-juego entre la tradición y la modernidad, el sobresalto frente a mundos que desaparecen frente a nuestros ojos. A veces la memoria selecciona (o, en parte, inventa) recuerdos más felices, una nostalgia fuertemente meditativa que no niega los cambios; pero que intenta adecuarse a ellos al retener una “intimidad cultural” que se basa en “reglas de conducta no escritas, bromas que se comprenden con una palabra y un sentido de complicidad.” (Boym 54). Esto se opone a la concepción de un mundo fragmentado, exento de sentido, al que George Lukacs denominó transcendental homelessness y que refiere a la añoranza por un hogar espiritual y emocional que ya no está disponible en el mundo moderno y que dispararía tanto las utopías como las distopías.

La nostalgia meditativa, como búsqueda de sentido en mundos otros, sería más proclive a las utopías. La distopía sería la respuesta opuesta: se recostaría sobre la falta de sentido donde el propio mundo ya no es un hogar íntimamente humano, sino que se juguetea con una siniestra deshumanización, como ha sido recreado en la literatura o el cine. Frente a ese mundo común, que se percibe como “una falta de hogar trascendental” la distopía busca la denuncia; la utopía, el refugio. Este modo de sentir no es desconocido para nuestro mundo moderno. En el caso de la sociedad occidental de los siglos XX y XXI, el progreso no ha aniquilado la nostalgia ─a la que la antropóloga Svetlana Boym (2001) caracterizó como una hipocondría del corazón─ sino que en, ciertos casos, la ha exacerbado. Se trataría de una forma de estar en el mundo que caracteriza al expatriado, al que voluntariamente, o no, se siente fuera de su hogar. De hecho, el término “moderno” fue acuñado por Baudelaire en “El pintor de la vida moderna” (1863). Ello se explica porque, en la primera mitad del siglo XIX, Francia sufre un cambio radical entre la llegada de la Ilustración, la Revolución Industrial, los cambios técnicos, que trastocaron el estilo de vida y el modo de ver las cosas. No obstante, este gran poeta brinda una imagen dual de la modernidad: por un lado, es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente y por el otro, es lo eterno y lo inmutable (Boym 33). Al respecto, señala que, para Baudelaire, la felicidad se revela solo por un instante, y el resto del poema es una nostalgia de lo que podría haber sido (ib.: 33-34).

Este artículo se propone señalar dos perspectivas que intentan retener lo eterno e inmutable, aunque con plena conciencia de la incompletud que provoca lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente. La nostalgia meditativa, o “reflexiva” (ib.: 61), aunque permite un refugio, no se aísla de la realidad y en esos casos puede dar lugar a la resiliencia, sobre todo en algunos de estos desplazados internos que son los wichí. El “refugio” como síntesis de lo primigenio y de lo perenne gira en torno al significado del mundo arbóreo en relación con la realidad y el sueño, tanto para el poeta Robert Frost como para algunos miembros de la comunidad wichí bazanera. Aunque se trata de dos contextos tan distintos, juzgamos pertinente la comparación en cuanto partimos de un contexto más conocido (los wichí bazaneros) a uno menos conocido (el poemario de Frost: Winter Interval y, en especial, el poema “Birches”). Nos aventuramos a pensar que en ambos casos existe un elemento prototípico de lo humano que intentaremos esbozar aquí.

Las distintas formas de encarar el mundo que tienen las diversas personas que componen la actualmente fragmentada cultura wichí bazanera implica que algunos de sus hombres y mujeres recurran a sus bosques, a las aves que anidan en ellos y a sus estrellas para reencontrarse con el encantamiento y los sueños vividos que los sitúan fugazmente en el mundo mítico de sus antepasados, rememorando un hogar que ya no existe en las vivencias cotidianas. En las sociedades aborígenes ese hogar, añorado o no, es el de sus ancestros míticos. Tanto en el caso de las mujeres como de los varones, estas transformaciones implicaron la pérdida de la plenitud y espontaneidad que los caracterizaba. No obstante, “el ensueño” es lo que les permite en circunstancias penosas “volver a vivir” por un rato en ese mundo que juzgan más pleno y no, desvanecido del todo.

En momentos rituales colectivos, o de ensueños individuales, el mundo de los antepasados parece reemplazar por un breve lapso a la realidad cotidiana. Solo entonces la nostalgia se desvanece, sencillamente porque se encuentra en suspenso aquello que la causa, ya que se reencuentran por un rato con quienes creen ser: personas completas. Como expresa F. Hebbel, la nostalgia condensa el deseo del salto a ese otro mundo amado: “En el mundo real se hallan entretejidos muchos otros mundos posibles/ El dormir vuelve a desenredarlos./ Ya sea el oscuro dormir de la noche que sojuzga a todos los hombres/ Ya sea el claro del día, que sólo al poeta (en este caso, el soñador o la soñadora wichí) le adviene (…)” (Barúa, 2009, 225).

El ensoñamiento (huislek) es una institución entre los wichí, y consiste en la posibilidad de que cierta clase de sueños cobren vida suspendiendo, de modo temporal, la realidad cotidiana. Normalmente, se vinculan a la activación de recuerdos reales o imaginarios. En el caso wichí, serían aquellos que les fueron contados por sus ancestros y que ocurrieron en los tiempos míticos, o bien, aquellos que nunca pudieron haber ocurrido, como lanzarse desde una rama hasta el cielo, pero que se han vivido como verdaderos, como nos suele pasar con nuestras memorias infantiles. Justamente, el poema “Abedules” de Robert Frost es un ejemplo bastante usual, sobre todo en los poetas, de este tipo de vivencias.

En cuanto a la relación con los árboles y con otros seres inanimados, en las sociedades indígenas, en el folclore y en la poesía, metafóricamente o no, la comunicación entre las especies está habilitada y suele ocurrir en estados extáticos, de duermevela o de ensoñación.

Los árboles suelen ser percibidos como seres próximos para aquellos que viven en cercanía (física, psíquica, afectiva y utilitaria) de montes y bosques. Entre los wichí, los árboles son los únicos seres vivos cuya longevidad supera a cualquier otra especie. Estuvieron antes y sobrevivirán después de que sus comunidades se hayan extinguido. Ello se debe a su cualidad de “verdor” (la savia vegetal es homologable a la sangre) que se asocia a la fuerza vital (watsan) que, excepto por destrucciones masivas, como un gran incendio, o por deforestaciones sin límite, ralentiza su proceso de muerte natural. Por esta razón, afirman que los árboles son lo que tiende a vivir por largo tiempo porque “el verdor vive allí” (lewatsanchejaj) (Barúa, 2001, 30).

Buscaremos señalar ciertas semejanzas entre la concepción de los montes de los wichí y la de los bosques boreales de Robert Frost. Este gran poeta ha puesto su esfuerzo al servicio de la creación de imágenes muy vívidas, meticulosamente trabajadas, aunque su estilo parezca “engañosamente simple”, sobre realidades ultrasensibles y complejas, como también ocurre en lo que queda de muchas culturas indígenas de base recolectora-cazadora y, especialmente, entre las comunidades wichí cuyo modo de vida todavía depende del monte. Al tratar ambos casos, las palabras “nostalgia meditativa” y “revelación” serán centrales en todo el texto, ya que consideramos que son los puntos en común de nuestra comparación.

Concepciones arbóreas en el mundo wichí

Las personas espiritualmente cercanas a los árboles los suelen considerar como pertenecientes a la tierra; pero, de algún modo, no de la tierra misma. En numerosas culturas (como ocurre entre los wichí y, también, en el poemario de R. Frost por analizar) muestran rasgos similares:


Ha sido costumbre inmemorial en China plantar árboles sobre las tumbas para que así se fortalezcan las almas de los fallecidos y se salve su cuerpo de la corrupción; como los cipreses siempre verdes los pinos son considerados más llenos de vitalidad que los demás árboles, los han escogido con preferencia para este propósito (ib.: 149);



¿qué mejor compañero podía tener un viajero extraviado en las sombras subterráneas que una rama (la rama dorada, el muérdago en el que se deposita la vida del roble en invierno) que podía ser tanto lámpara para sus pasos como báculo o bastón en sus manos? (ib.: 786, 792);



Para los wichí, los árboles son expresamente el vínculo con su hogar mitológico. Estarían asociados a “lo que siempre vive”, según se señalara en un trabajo pionero de Miguel de los Ríos (1976) sobre el significado del mundo arbóreo, en especial, en relación con el chamanismo wichí.

Asimismo, Palmer señala que la alta frecuencia de determinados topónimos, en este caso de los arbóreos, revela aquello que la mentalidad wichí reconoce como mapas fundamentales de su experiencia. Parece existir, igualmente, algún tipo de conexión entre la reproducción de una especie vegetal y la de los ascendientes y descendientes consanguíneos de una persona determinada, tanto por el lado paterno como por el materno. Lévi- Strauss advirtió algo similar en Nueva Guinea donde incluso ciertos entes vegetales pueden ser considerados más “humanos” que los extraños:

En Dobu, se considera al blanco como de otro tipo [...]. Sin embargo, estas diferencias no se extienden a los ñames, que son tratados como personas. [...] Ello se debe a que la continuidad del grupo es función de la continuidad de los linajes vegetales. Hay jardines masculinos y jardines femeninos. Cada uno proviene de simientes ancestrales transmitidas por herencia del hermano de la madre al hijo o hija de la hermana. Si una “raza” de granos se pierde, el linaje humano corre el riesgo de interrumpirse: la mujer no encontrará marido [...]. El que se encuentra privado de sus granos hereditarios no puede contar ni con la caridad, ni con los granos prestados desde afuera (84).


Entre los wichí esta conexión también pasa por la fertilidad y su celebración: las fiestas de la aloja en el marco de una temporada abundante de recolección de algarrobas (Barúa 2004). La escasez o la abundancia de estas se vincula con la constelación de las Pléyades. Estas son concebidas como una familia cuyos “hijos” se desprenden de la constelación al madurar y se lanzan hacia los montes, provocando la maduración de los frutos de los árboles. Ello ocurre también en otros grupos indígenas chaqueños que han sido estudiados desde la perspectiva etno-astronómica, como entre los mocovíes (López 2009).

Los árboles constituyen la posibilidad de existencia de los wichí como tales y son, a la vez, una metáfora de la vida (que se asocia al verdor, watsan) en cuanto creen que esta nunca decaerá del todo mientras existan sus arboledas. Sus siluetas terrestres se orientan hacia la copa invertida formada por las Pléyades. Normalmente, en esta latitud (24º S 61º O), son visibles a finales de julio. En ese preciso momento, los chamanes pueden alcanzarlas. Después de aspirar el cebil (en el idioma wichí: ha'tah; lat. Anandenanthera colubrina), su auspicioso viaje a las estrellas permite a las semillas jóvenes completar su maduración. Cuando son mayores, están listas para caer a tierra. Si los chamanes tuvieron éxito en su tarea, las semillas de todas las especies maduran en noviembre o diciembre, principalmente las del algarrobo, que parece ser su árbol prototípico, y comienza la estación de la abundancia de frutos (yatchep) (Barúa, 2001, 37).

Además, las Pléyades son vistas como un gigantesco enramado blanco y brillante desde donde las estrellas se derraman sobre los árboles y causan una fuerte lluvia de algarrobas que giran en el aire y se asientan en el suelo (ib.: 38). Una cabellera invertida que desborda de estrellas y que se alinea con las copas de los árboles permitiendo, así, el intercambio entre humanos, árboles y estrellas.


Analogía entre las arboledas wichí y los abedules de Robert Frost

Para dar cuenta de esta analogía nos basaremos en el poemario de Frost, Mountain Interval (1916), donde se encuentra el poema “Abedules” en el que nos centraremos específicamente para la comparación, pero teniendo en cuenta también otros poemas de este que puedan esclarecer nuestra tarea. Muchos de estos poemas los escribió durante su estadía en Gran Bretaña, aunque terminara de pulirlos de regreso a Nueva Inglaterra. En la primera edición realizó una dedicatoria a su esposa Elinore, en la cual señala los lugares que le son queridos como Plymouth “donde caminamos en primavera más allá del puente cubierto”, la granja de los Frost en New Hampshire al igual que su granja en Derry o el arroyo Hyle Brook, que proporcionó el título de uno de los poemas de este volumen.

Llama la atención no solo que el poemario se titule “Intervalo entre montañas”, sino que ese “intervalo” aparezca tantas veces en las cuatro líneas de la dedicatoria. Según su biógrafo, Jay Parini, un intervalo es un término dialectal de Nueva Inglaterra que implicaría en Frost “un doble significado, sugiriendo una ‘pausa’ en un viaje, así como una inmersión en el paisaje” (278). Quizás, la “pausa en un viaje” y la “inmersión en el paisaje” sean las notas comunes del poemario y las que más se acerquen a los sentimientos de “añoranza” y “encantamiento”, descriptos en un lenguaje coloquial para mostrar las profundas emociones que Frost le atribuía a la gente sencilla (Lynen 12). De los treinta poemas que componen Mountain Interval nos concentraremos en “Birches”, pero también en “The Road Not Taken”, “The Oven Bird”, “The Last Word of a Blue Bird, Out, Out!” y “The Sound of Trees”. Además, nos detendremos en otros dos poemas: “October” (A Boy’s Will, 1915) y “Dust of Snow” (New Hampshire 1923). En estos dos últimos se aprecia su preocupación por la muerte (personificada en el invierno) y dónde encontrar contento a pesar de ella.

Aunque fue situado en el imaginismo, y más recientemente en el ecocriticismo, parece sortear toda clasificación al lograr en cada poema revivir una imagen no solo visual, sino sobre todo sonora, rítmica, musical, que surge de su profunda meditación sobre un objeto de la naturaleza o relacionado con ella. Los poemas de Mountain Interval han sido calificados como breves meditaciones en torno a un objeto, persona o evento. Al igual que los monólogos y los diálogos, estas piezas cortas tienen una calidad dramática. “Abedules” es un ejemplo, como lo es “El camino no tomado”. En tal sentido, el Boston Transcript señaló: “El Sr. Frost retoma el lirismo de A Boy’s Will, pero toca una música más profunda y ofrece una variedad de experiencias más complejas” o, como señalan Borges et al., apela al understatement: “el no decir del todo las cosas, que es tan característico de Inglaterra y de Nueva Inglaterra. Lo rural y lo cotidiano le sirven para la suficiente y lacónica sugestión de realidades espirituales” (32-33).
Nuestra comparación con algunos aspectos del ensoñamiento wichí se centrará en “Abedules” (Frost, 1979, 121-22). Primeramente, lo tituló “Swaying Birches” que enfatizaba la idea del balanceo entre la tierra y el cielo de los niños que montan abedules, que era un juego muy común durante la niñez de Frost en Nueva Inglaterra. Se trata de un largo poema compuesto por una sola estrofa, en verso blanco, pero con numerosas variaciones entre las que prevalece el pie yámbico que parece traducir mejor la cadencia natural del habla. Mediante las aliteraciones, Frost busca lograr un efecto sonoro producido por la repetición consecutiva de un mismo fonema, o de fonemas similares, llevada al texto escrito a fin de sugerir imágenes asociadas a los sentidos, como el sonido del agua o el galope de un caballo. En “Abedules” despliega la imagen sonora en todo su poder cuando describe, por ejemplo, el crujido del hielo al romperse contra las ramas: “Soon the sun’s warmth makes them shed crystal shells/ Shattering and avalanching on the snow crust —/ Such heaps of broken glass to sweep away…” (versión inglesa: versos 10-12).

Todo el poema se centra en el balanceo entre contrarios: verdad e imaginación, tierra y cielo, real y espiritual, control y abandono, vuelo y regreso. Debajo, la tierra; arriba, el mundo entrevisto a través de las copas de los árboles. Este permanente mecerse entre opuestos, que dispara la búsqueda de equilibrios, es lo que nos lleva al principal rasgo existencial de la tradición wichí. Por ejemplo, el profundo regocijo que le produce al niño: “[…] sus cáscaras de cristal/ Que se desmenuzan y precipitan sobre la corteza de la nieve […]/ Que se creería en la caída de la cúpula del cielo” (versos traducidos al español por Shand y Girri: 10-13, 14) podría considerarse semejante al regocijo de las personas wichí cuando la lluvia de vainas de algarroba, que han propiciado a través de sus chamanes, riega el suelo a fin de año. A veces, sus esfuerzos se ven coronados por una prodigalidad que dispara una felicidad colectiva.

Sin embargo, para los wichí, no pocas veces el mundo cotidiano se convierte en “un bosque sin senderos” cuando el camino hacia las estrellas ha sido obstaculizado para sus chamanes. En general, y no solo en la actividad chamánica, basta un descuido en sus comportamientos, que requieren de la destreza y del equilibrio tanto en sus conductas como en sus pensamientos y emociones. Esto podría equivaler a la gesta del niño para balancearse en el árbol: “Con el mismo cuidado que pones al llenar una taza/ Hasta el borde y aún por arriba del borde”. Estos versos de “Abedules” nos resuenan singularmente a quienes hemos vivido entre los wichí:


He learned all there was

To learn about not launching out too soon

And so not carrying the tree away

Clear to the ground.

He always kept his poise

To the top branches, climbing carefully

With the same pains you use to fill a cup

Up to the brim, and even above the brim.

Then he flung outward, feet first, with a swish

Kicking his way down through the air to the ground.


De hecho, los juegos infantiles de los wichí, sobre todo los tradicionales, son mayormente juegos de equilibrio. Seamus Heaney ha destacado este rasgo en el poema de Frost, pero también es central en el delicado arte de relacionarse unos con otros que los wichí han desarrollado. Un mundo de movimientos silenciosos, donde se cuidan las palabras, evitando que se desborden y sean escuchadas por seres maliciosos y, a la vez, se busca pausar un mundo bullicioso que les permita, como a Frost, escuchar el murmullo de los árboles. Sus bosques hablan en una lengua original que ellos ya han perdido y que pueden rescatar mediante el ensueño o apropiándose del canto de las aves.

Entre los wichí el sonido primigenio de los árboles parece ser la marca de lo originario, como en Frost: “Forever the noise of these / More than another noise / So close to our dwelling place?” (1979, 156). En tal sentido, los wichí afirman que son capaces de escuchar la conversación entre las familias arbóreas en estado de ensueño. La musicalidad de las palabras intenta evocar el sonido de lo natural y de las actividades humanas.

En Frost, la necesidad de exacerbar la imaginación y traducirla con fuerza en la palabra poética es lograda mediante la búsqueda de los ritmos propios de aquello que describe para evocar su particular musicalidad. Ello no puede lograrlo a través del verso libre o de la experimentación modernista. Como en los wichí, los comportamientos están deliberadamente ritmados para garantizar el acceso fugaz al mundo celeste sin el peligro de perderse, como diría Frost, “en un bosque sin senderos”.

El verso blanco, las aliteraciones y la voz media pretenden evocar a la naturaleza al ejecutar las acciones como si fuera un sujeto: ¿Qué arquea a los árboles? “Eso lo hacen las tormentas de hielo”. ¿Qué hacen los árboles cargados de hielo? “Chasquean sobre sí mismos/ al levantarse la brisa, y se tornan multicolores/” ¿Qué hace el calor del sol? “Los obliga a despojarse de sus cáscaras de cristal/ Que se desmenuzan y precipitan sobre la corteza de nieve/” (Shand y Girri 15).

En los poemas de Frost es la propia naturaleza, o aun seres inanimados, los que ejecutan las acciones en las palabras de la imaginación poética. Entre los wichí es el abuelo humano quien intenta capturar mientras sueña (habiendo tomado el recaudo de poner una algarroba de doble vaina bajo su cabecera) lo que el árbol añejo al que está vinculado está murmurando, para luego transmitírselo a su nieto como un don (Barúa, 2001, 29). El mundo mítico wichí refiere al “recuerdo de una experiencia soñada”, a una “hipermnesia” entre el ensueño y la visión que se define con el término húislek que incluye a ambos.

La hipermnesia, en este caso, apunta a rememorar aquello que vivimos en nuestra imaginación, ya sea el recuerdo de la experiencia de otro mundo −como el mundo mítico, quizás aún presente de modo velado en la cotidianeidad wichí− o la vívida memoria de un ensueño infantil que se nos ofrece tan bellamente en “Abedules”:“También yo en un tiempo balanceaba abedules./ También yo sueño con volver a hacerlo./ Es cuando estoy hastiado de consideraciones / Y la vida se parece en demasía a un bosque sin senderos” (Shand y Girri 17).

En The Figure a Poem Makes, un texto en prosa, Frost define esta experiencia como “It begins in delight and ends in wisdom. The figure is the same as for love” (vi) y como revelaciones, tanto para el poeta como el lector: “It must be more felt than seen ahead like prophecy. It must be a revelation, or a series of revelations, as much for the poet as for the reader” (vii).

La musicalidad primigenia y los cantos de aves

Entre los wichí, la relación entre los hombres actuales y sus ancestros míticos con forma de ave es aún muy vívida, y su aparición suele ser decisiva en el discurrir del mundo que cuentan los mitos, como el de colibrí y la estrella de la mañana, el de pájaro carpintero y la hija del Sol o el del risueño hornero que provoca el incendio del mundo. Por el descuido en su comportamiento, que ha traído semejante cataclismo, perderá su humanidad y se convertirá en el pajarito que todos conocemos. Otro personaje con forma de ave, el icancho (Zonotrichia capensis), cantará largo tiempo sobre las brasas hasta que renazcan los árboles y luego el mundo vuelva a poblarse con diversas especies.

Las aves son la voz que comunica al mundo natural con los humanos. Frost también las utiliza, y a sus cantos, para expresar sus emociones. Por ejemplo, el hornero se manifiesta como un pájaro primigenio donde el ave sabe y expresa sin palabras: “tiene el insólito don de saber cómo, en el canto, no cantar […] El ave interpela al mundo y realiza “la pregunta que formula con todo menos palabras” para saber qué hacer con las cosas degradadas (“The Oven Bird”, Frost 1979).

La analogía más clara es con los cantos de aves de las mujeres wichí y podría establecerse con el poema “The Last Word of a Bluebird”, que también es parte del poemario Mountain Interval. El poeta parece expresar la nostalgia por aquello que ha perdido y que añora, aunque no lo enuncia directamente. En este bellísimo y triste poema, un cuervo se acerca a Frost para que le mande un mensaje a su pequeña hija Lesley de parte de su adorado amigo, el azulejo, que se irá por un tiempo porque ya está muy avanzado el invierno. No obstante, todo indica que el pajarito ya ha fallecido: abrumado por el hielo, tosía y había perdido las plumas de su cola (“That the north wind last night/ That made the stars bright/ And made ice on the trough/ Almost made him cough/ His tail feathers off./ He just had to fly!”). Quizás, fue matado por un zorrillo y yace en la nieve (“And look for skunk tracks/ In the snow with an ax”). Le dice a Leslie que sea buena y que se abrigue con su capucha roja, que quizás regrese en primavera y pueda volver a cantar (“And perhaps in the spring/ He would come back and sing”). Y esas son sus últimas palabras como delata su título.

La musicalidad asociada a los cantos de aves, que combina regocijo y lamento, es fundamental para los wichí, quienes buscan consuelo y alegría mediante el ensueño (Barúa, 2013, 226). Notablemente, a este recurren, sobre todo, aquellas personas que estén experimentando una pérdida. Mediante el trance que provoca la visión del pajarito haciendo su nido o alimentando a sus pichones, por ejemplo, ellos (sobre todo las mujeres) pueden olvidarse, por un momento, de su dolor y volver a reír. Ellas se apropian de los cantos a través de sus espíritus para poder “ver” desde arriba con los ojos del ave (ib., 225).

Pero el encanto es efímero, solo una pausa en un mundo desencantado. Sin embargo, tanto Frost como las personas wichí a las que nos referimos saben dónde hallar su contento. Los wichí son grandes caminadores y, a la vez, minuciosos observadores de las novedades diarias de la naturaleza. Mientras conversan están atentos a todo lo que les rodea y, cuando uno de ellos o algún animalito al que están observando comete alguna torpeza o alguna travesura, todos ríen. De hecho, esperan con ansias a los que regresan del monte quienes les contarán sobre todo aquello que vieron y que les resultó gracioso, ridículo o gratamente inusual.

En el poema “Dust of Snow” (Frost, 1979, 221), un cuervo le arroja de improviso al protagonista un montón de nieve y esto alegra a Frost: “El modo en que un cuervo/ Sacudió sobre mí/ Un polvo de nieve/ Desde lo alto de un abeto// Provocó en mi corazón/ Un cambio de humor/ y mejoró el día/ que tanto me afligía”. Entre los wichí podría cumplir la misma función una sorpresiva lluvia de algarrobas. En estos casos los niños se apresuran a jugar con ellas y los mayores ríen como lo hace Frost frente a la travesura del cuervo.


La peligrosidad del devenir

Como se ha insinuado hasta aquí, los wichí se aferran a sus historias míticas como su fuente de enseñanzas. Ellas ocurren en un espacio donde sus antepasados, prescindiendo de sus “envases” corporales, vivían con fluidez, alegría y desenfado, muchas veces inconscientes de los peligros que los acechaban o de los males que ellos mismos podían provocar. No solo no conocían la muerte ni el esfuerzo del trabajo, sino que, en contraposición con la precaución y la falibilidad que caracteriza a los humanos actuales, se sentían plenos de confianza y de libertad. Justamente, son estos atributos los que provocan los descuidos que introducirán el evento, el acontecimiento aciago que los enfrentó al tiempo y al devenir. Su conducta libre y peligrosamente desenfadada precipitó las sucesivas metamorfosis y con cada cambio se fueron alejando de sus cualidades originarias y se constituyeron, en la actualidad, en personas sumamente cautelosas en cuanto los acontecimientos aciagos, propios del devenir de la naturaleza humana, que contaminaron y degradaron su existencia originaria a la que añoran sin remedio.

El aumento de la falibilidad, que en gran parte se debe a las desgracias que suele traer el fluir del tiempo, ya no tiene punto final. El advenimiento de lo trágico solo puede retrasarse mientras su comportamiento sea inverso al de sus ancestros míticos, es decir, mientras demuestren mesura, precaución, desconfianza, suavidad en la expresión, movimientos silenciosos. Aprendieron a través de las experiencias vividas por sus antepasados míticos que un descuido puede provocar eventos funestos hasta que su mundo se convierta en un vasto cementerio donde solo los sobrevivan sus árboles, hasta que estos también se extingan de acuerdo con su ciclo natural.

El peligro se encuentra en los ajenos, en la naturaleza que puede ser beneficiosa o dañina según las circunstancias o en el descuido con las herramientas con las que realizan sus quehaceres cotidianos, que repentinamente pueden volverse contra ellos. Esto último aparece tanto en los wichí como en otros poemas de Frost, como en el sombrío “Out! Out!” (1979, 136-37), donde un objeto inanimado, la sierra, se presenta como un ser consciente y malvado, que gruñe y castañetea agresivamente mientras un muchacho hace su trabajo; el muchacho está cortando leña con una sierra cuando la hermana llama a la mesa: “A Cenar”. Y, como si la sierra supiera lo que “cenar” significa, salta y le come la mano al muchacho. La hermana quiere llamar al médico, pero él se niega para evitar la amputación. Termina muriendo desangrado. La expresión poética de esta muerte es desgarradora.

Este es el lado sombrío, el de los eventos sorpresivos que empujan a los wichí a resignarse a la acción contenida y vigilante, lo que les impide sumergirse del todo en el ensueño y en la libertad. Como esos momentos de distensión y arrobamiento son escasos, también parece encontrarse en ellos el deseo de perpetuar esos instantes de encantamiento: la fantasía de un espacio sin tiempo.


Conclusiones

La analogía entre los dos casos comparados ocurre entre las rutinas del mundo cotidiano y otro mundo entrevisto a través de las copas de los árboles. La vida vale la pena de ser vivida solo en el éxtasis que se produce cuando los dos ámbitos coinciden fugazmente, tanto durante la inspiración poética de Frost como en el ensueño wichí. Balanceándose, el niño asciende por el tronco del abedul hasta acercarse al cielo. Paralelamente, los años dichosos para los wichí bazaneros son aquellos en los cuales sus antepasados y sus chamanes hacen posible la vinculación entre el blanco enramado de las Pléyades y las copas de los árboles que provoca una profusa lluvia de vainas de algarroba que hacen la delicia de los habitantes de las comunidades favorecidas.

En lo que respecta a Frost, como ya se ha señalado al principio, el mundo moderno despierta nostalgia en los “expatriados”, aquellos que se encuentran fuera de su hogar en múltiples sentidos. Según Lynen, la nostalgia surge de la sofisticación y no, de un arraigo primitivo. Nos dice que suele aparecer en sociedades altamente desarrolladas debido al impulso de mirar atrás, hacia una vida más pura que se va esfumando (12). Es decir, no aparece espontáneamente, sino que surge de una actitud profundamente meditativa. En el caso de Frost, el contexto es el cambio a la modernidad de los primeros años del siglo XX cuando escritores británicos y norteamericanos encontraron su refugio en Londres o en París para experimentar nuevas formas y sensaciones. Frost escribió la mayoría de sus poemas mientras estaba en Londres y, desde allí, de memoria, pintó con su paleta imágenes de los bosques y de las tareas cotidianas de los campesinos de Nueva Inglaterra de las que emanan sus sueños y revelaciones, sabiendo que ya nunca nada será igual.

A veces, se ruega por el retraso antes de la fatal declinación, como Frost describe en el bellísimo poema “Octubre” cuando ya la jornada se encamina hacia el invierno: “Despacio, no apresures tus horas./ Haz que el día no nos resulte tan breve./ Los corazones toleran el engaño, Engáñanos, como tú sabes/ […] Retrasa al sol con una leve niebla;/ Con amatista, hechiza a la tierra./ ¡Despacio, despacio! (1979 27-28. Trad. nuestra).

Los árboles comunican con el verdadero hogar de los wichí, el de sus ancestros míticos, a quienes alcanzan a través del recuerdo y el ensueño. Una pausa de serenidad y alegría que contrasta con las vicisitudes de su vida actual a la que se considera degradada e incompleta. Solo las reglas complejas de la sociabilidad les permiten superar el conflicto y el dolor, al tiempo que los insta a buscar encuentros fugaces con el mundo contiguo de sus ancestros míticos. La existencia plena, en la medida en que el “significado” de la vida no se encuentra en el mundo cotidiano, es principalmente amenazante y peligrosa. Sin embargo, al mismo tiempo, el mundo “real” y el de la “imaginación” se entreveran a través del recuerdo poético y mítico, y se rescatan como experiencia vivida en los dos casos comparados aquí.

A veces, en sus caminatas por el monte, en el dormir bajo las estrellas, en los cantos de las mujeres o cuando los varones se disfrazan de aves durante el ritual del Yatchep, las personas wichí buscan provocarse un estado de ensueño para vislumbrar su verdadero hogar, el hogar de sus antepasados míticos del que cada cambio del mundo los aleja más. En ambos casos, se debe mantener un equilibrio inestable, balanceándose entre los dos mundos (como enfatizó Heaney y, también, Lynen). El ensueño enredado en el viaje de ida y la “verdad” en el regreso al mundo cotidiano: “Mas cuando la Verdad irrumpió con el hecho positivo de la tormenta/ Yo iba a decir que hubiera preferido que algún niño los inclinara/ Al ir y volver por las vacas;/ Algún niño demasiado alejado de la ciudad como para aprender béisbol,/ Y cuyo único juego fuera el que por sí mismo descubriera,[…]” (“Abedules”, versos 21 a 25).

No obstante, “La tierra es el lugar adecuado para el amor/ Yo no sé de un lugar mejor” (versos 53/ 54). De hecho, este sentimiento no debe ser tan necesario en un mundo edénico, pero en este, los wichí bazaneros y los poetas como Frost saben hallar contento en el encuentro amoroso con la naturaleza, por ejemplo, narrando y escuchando cuentos alrededor de la fogata o cuando caen los copos de nieve o de algarroba.

Bibliografía

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1“The word (nostalgia) was coined by the ambitious Swiss doctor Johannes Hofer in his medical dissertation in 1688. He believed that it was possible "from the force of the sound Nostalgia to define the sad mood originating from the desire for return to one's native land”” (3).

2 Los wichí bazaneros provienen originariamente del Bermejo medio, se han visto obligados a dejar el río (y todo lo que este significaba como ecosistema: la abundancia de la pesca en sus campamentos de invierno), pero se las han ingeniado para retener porciones de monte para mantener las tareas de recolección donde eran sus campamentos de verano, entre Las Lomitas y Laguna Yema desde el centro hacia el oeste de la provincia de Formosa.

3

Se presenta en su mayor intensidad en la actividad chamánica y entre los wichí se lo considera más real que aquello que se puede aprehender mediante los sentidos en estado de vigilia. “…se trata de un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Su dinámica está constituida por visiones y experiencias sensoriales intensas…” (Dasso, 1999, 201).

4 “La poesía de Frost es moderna en su complejidad de pensamiento y en su conciencia de la confusión de creencias y la fragmentación de experiencias y valores humanos anteriores. Su estilo es engañosamente simple, basándose en imágenes de la naturaleza y materiales definidos regionalmente” (Jovanović 93. Trad. nuestra).

5 TO YOU: who least need reminding: that before this interval of the South Branch under black mountains, there was another interval, the Upper at Plymouth, where we walked in spring beyond the covered bridge; but that the first interval of all was the old farm, our brook interval, so called by the man we had it from in sale.

6Los fundamentos de la escuela Imaginista fueron enunciados en 1914 por E. Pound, en Des Imagistes, An Anthology. El Imaginismo basa su argumentación en la idea de la imagen como impresión directa de los sentidos, mediante el color y el ritmo sobre todo elemento formal.

7 Como la relación entre literatura y medioambiente: “‘Ecocriticism` might succinctly be defined as study of the relation between literature and environment conducted in a spirit of commitment to environmental praxis" (Buell 13) o, también, en la relación con los humanos y no humanos a través de la historia y de las culturas (Ver Greg Garrard. Ecocriticism. Londres y New York: Routledge, 2004).

8 “Mr. Frost takes the lyricism of A Boy’s Will and plays a deeper music and gives a more intricate variety of experience”. https://www.poetryfoundation.org/poets/robert-frost

9 Por ejemplo, sobre la muerte, como puede verse más abajo en “The last Word of a Bluebird”.

10 Ver el texto completo (bilingüe) en el anexo.

11 “Existe una concepción generalizada de que las aves son espíritus humanos metamorfoseados”, nos señala Palmer y agrega: “aparecen de modo prominente en los mitos, su forma semi humana les recuerda a los wichí a los prototipos humanos (p’athlalis) cuyas acciones se cuentan en el mito” (Braunstein et al. 125).

12 “The bird would cease and be as other birds/ But that he knows in singing not to sing./ the question that he frames in all but words/ Is what to make of a diminished thing” (119-20).

13 A través de ellos, las mujeres wichí manifiestan su pérdida por sus compañeros, su alejamiento o su añoranza. Los cantos lamento femeninos también fueron analizados en otras sociedades indígenas, chaqueñas y amazónicas, como en los cantos irade de las mujeres ayoreo (Estival 2006), los piro (Gow 2006) o los nivaclé (Siffredi 2009). Cfr. Barúa, 2013, 216-227.

14 Ello dispara sus sistemas matrimoniales, de convivencia con sus prójimos, así como numerosos mecanismos de sustracción a la comunicación con los extraños.

15 Cita original de la parte completa: “To tell them “Supper”/ At the Word, the saw/ As if to prove saws knew what supper meant/ leaped out at the boy’s hand, or he must have given the hand/ […] They listened at his heart./ Little—less—nothing! —/ and that ended it”.

16 Cita original del fragmento: “Begin the hours of this day slow./ Make the day seem to us less brief./ Hearts not averse to being beguiled,/ Beguile us in the way you know/ […] Retard the sun with gentle mist; / Enchant the land with amethyst./ Slow, slow!”

ANEXO

Birches


When I see birches bend to left and right
Across the lines of straighter darker trees,
I like to think some boy’s been swinging them.
But swinging doesn’t bend them down to stay
As ice storms do. Often you must have seen them 5
Loaded with ice a sunny winter morning
After a rain. They click upon themselves
As the breeze rises, and turn many-colored
As the stir cracks and crazes their enamel.
Soon the sun’s warmth makes them shed crystal shells 10
Shattering and avalanching on the snow crust—
Such heaps of broken glass to sweep away
You’d think the inner dome of heaven had fallen.
They are dragged to the withered bracken by the load,
And they seem not to break; though once they are bowed 15
So low for long, they never right themselves:
You may see their trunks arching in the woods
Years afterwards, trailing their leaves on the ground
Like girls on hands and knees that throw their hair
Before them over their heads to dry in the sun. 20
But I was going to say when Truth broke in
With all her matter of fact about the ice storm,
I should prefer to have some boy bend them
As he went out and in to fetch the cows—
Some boy too far from town to learn baseball, 25
Whose only play was what he found himself,
Summer or winter, and could play alone.
One by one he subdued his father’s trees
By riding them down over and over again
Until he took the stiffness out of them, 30
And not one but hung limp, not one was left
For him to conquer. He learned all there was
To learn about not launching out too soon
And so not carrying the tree away
Clear to the ground. He always kept his poise 35
To the top branches, climbing carefully
With the same pains you use to fill a cup
Up to the brim, and even above the brim.
Then he flung outward, feet first, with a swish,
Kicking his way down through the air to the ground. 40
So was I once myself a swinger of birches.
And so I dream of going back to be.
It’s when I’m weary of considerations,
And life is too much like a pathless wood
Where your face burns and tickles with the cobwebs 45
Broken across it, and one eye is weeping
From a twig’s having lashed across it open.
I’d like to get away from earth awhile
And then come back to it and begin over.
May not fate willfully misunderstand me 50
And half grant what I wish and snatch me away
Not to return. Earth’s the right place for love:
I don’t know where it’s likely to go better.
I’d like to go by climbing a birch tree,
And climb black branches up a snow-white trunk 55
Toward heaven, till the tree could bear no more,
But dipped its top and set me down again.
That would be good both going and coming back.
One could do worse than be a swinger of birches.


Abedules


Cuando contemplo los abedules inclinarse a diestra y siniestra

A través de filas de árboles más rectos y oscuros,

Me gusta pensar que algún niño los ha estado arqueando.

Pero no logra inclinarlos permanentemente.

Eso lo hacen las tormentas de hielo. A menudo los habrás visto 5

Cargados de hielo en una mañana invernal

Después de la lluvia. Chasquean sobre sí mismos

Al levantarse la brisa, y se tornan multicolores

Cuando las sacudidas quiebran y agrietan su esmalte.

Pronto el calor del sol los obliga a despojarse de sus cáscaras de cristal 10
Que se desmenuzan y precipitan sobre la corteza de la nieve.
Hay tantos montones de vidrio roto para barrer

Que se creería en la caída de la cúpula del cielo.

El peso los agobia hasta los marchitos helechos,

Y no parecen quebrarse, pero una vez doblados 15
Tan bajos y durante tanto tiempo ya no se enderezan más;

Años después podrás ver en los bosques

Sus troncos arqueados arrastrando las hojas por el suelo

Cual muchachas que apoyadas en sus manos y rodillas

Echan sus cabellos hacia delante para secarlos al sol 20

Mas cuando la Verdad irrumpió con el hecho positivo de la tormenta

Yo iba a decir que hubiera preferido que algún niño los inclinara

Al ir y volver por las vacas;

Algún niño demasiado alejado de la ciudad como para aprender béisbol, 25
Y cuyo único juego fuera el que por sí mismo descubriera,

En verano o invierno, y que pudiera jugar solo.

Uno tras otro domó los árboles de su padre

Cabalgándolos repetidas veces

Hasta quitarles su tiesura, 30

Y no le quedó ninguno por aflojar, ninguno por conquistar.

Aprendió cuanto había que aprender

Respecto de no lanzarse demasiado pronto

Y por lo tanto no llevar el árbol hasta el suelo.

Siempre conservaba su equilibrio 35

Hasta en las ramas más altas, trepando cuidadosamente

Con el mismo cuidado que pones al llenar una taza

Hasta el borde y aún por arriba del borde.

Luego se lanzaba, los pies adelante, con un chasquido,

Pataleando por el aire hasta el suelo. 40

También yo en un tiempo balanceaba abedules.

También yo sueño con volver a hacerlo.

Es cuando estoy hastiado de consideraciones

Y la vida se parece en demasía a un bosque sin senderos

Donde el rostro arde y lo cosquillean las telarañas 45
Rotas a través de él, y un ojo lagrimea

Por haberlo fustigado una ramita.

Me gustaría huir de la tierra por algún tiempo

Y luego volver a ella y comenzar de nuevo.

Que los hados no me entiendan mal deliberadamente 50
Y concediéndome a medias lo que deseo, me arrebaten

Sin devolverme.

La tierra es el lugar adecuado para el amor

Yo no sé de un lugar mejor.

Me gustaría partir trepando un abedul,

Y trepar negras ramas subiendo por un tronco blanco como la nieve 55

Hacia el cielo, hasta que el árbol no pudiera soportar más

E inclinara su copa depositándome de nuevo abajo.

Eso sería bueno, tanto de ida como de regreso.

Uno podría hacer algo peor que balancear abedules.


Trad. Shand y Girri


Fecha de recepción: 10/06/2019

Fecha de aceptación: 15/10/2019