La historia desde el capricho o los caprichos de la historia de Rubén Darío Jaimes

Moisés Roberto Cárdenas Chacón

Jaimes, Ruben Dario. La historia desde el capricho o los caprichos de la historia, Caracas: Fondo Editorial Ipasme, 2011, 144 pp; ISBN: 978-980-401-1146

Hablar del Caribe es, verdaderamente, un amor tropical. Es la evocación donde ese amor se expresa en sentimientos bajo el sol adornado de palmeras. Poetas, escritores e investigadores han expresado la influencia del Caribe. Ellos, en el vuelo de los flamencos, han escrito el cotidiano andar de ese espacio geográfico y tratan, por medio de las palabras cinceladas, de preservar, de cuidar, de amar el terruño. Tal es el caso del profesor e investigador venezolano Rubén Darío Jaimes, autor del libro La historia del capricho o los caprichos de la historia (2011).

Jaimes se interesa por expresar la visión del ser caribeño y, en su obra, apunta hacia el escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, quien, también, describe al Caribe en sus distintas formas de actuación. Estas formas se invierten dentro de un imaginario caribeño enmarcado dentro de un conjunto de valores colectivos, donde confluyen diferentes manifestaciones en todo su esplendor bañado de mosaicos sociales y culturales.

El Caribe es transculturización, mestizaje, hibridez, fusión y sincretismo. Se diría que el Caribe es la metáfora de la cultura tamanaca, que forma parte de “Wazacá, el árbol de todos los frutos, de todas las esencias y de todos los encuentros” (de Cora 264); porque, en el Caribe, recae esa cosmogonía de los tamanacos, de ese “árbol del mundo”, donde, de sus ramas, cuelgan todos los frutos posibles y necesarios para alimentarlos.

Las raíces del Caribe procuran estar alimentadas de los frutos de ese gran árbol. El Caribe se retroalimenta de distintas culturas indígenas y africanas. También, a sus partes llegaron judíos, portugueses, árabes, galos, anglosajones, holandeses. Todo conformaría a través de los siglos, lo que se ha dado en llamar cultura caribeña o caribeñidad. Ahora bien, surge la pregunta ¿quién contará todo esto? Están los que cuentan todo a su antojo, “como un capricho”, y, por otra parte, algunos que escriben la historia o dicen escribirla.

Se ha dicho que definir al Caribe es demasiado complejo, por eso requiere una delimitación geográfica, cultural e histórica. Recuérdese el mismo hecho de cómo empezó la historia del Caribe. Hay historiadores que han dicho que el Caribe se produjo por descubrimiento o por encuentro, otros sostienen que fue a partir del desembarco. Pero sea como fuere, lo que sí se sabe es que Colón buscaba las Indias Occidentales y que, cuando creyó haber llegado al lugar buscado, aparecieron, en su “descubrimiento”, encuentro o desembarco, unos hombres dadivosos y cordiales, que habitaban esas tierras

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con sus cuerpos desnudos. Andaban con sus propios modos de vida. Luego, como ya se sabe, los españoles trajeron africanos que se unieron a los nativos y formaron un crisol de razas.

El escritor Rubén Darío Jaimes nos conduce, en su libro La historia desde el capricho o los caprichos de la historia, hacia la comprensión de la literatura puertorriqueña como un espacio ficcional caribeño. Jaimes, aborda la narrativa del escritor Edgardo Rodríguez Juliá para tejer lo ficcional y la historia, y, así, poder desvelar la especificidad caribeña de la literatura boricua. Por ello, expone: “para comprender, analizar e interpretar el discurso caribeño, se debe partir de las siguientes modalidades: el erotismo, la ironía, el humor, y lo grotesco; entre otros motivos que reclaman una lectura” (134). Para llegar a escribir su obre se vale de la observación. Al mirar la calle, la plaza, el entorno de Margarita, de esa isla del caribe venezolano, donde se retrata “el tropo de mestizaje” hasta llegar a las obras de su interés, las del autor puertorriqueño de la nueva novela histórica. En su narrativa, tal como puede rastrearse en todas y cada una de sus obras, expone la parodia, la ironía, la carnavalización.

El escritor venezolano afirma en su libro que “son los escritores quienes son capaces de contar la historia” (53). Y es eso lo que hace Edgardo Rodríguez Juliá, quien cuenta la historia a través de la ficción. En sus obras La renuncia del héroe Baltasar (1974), La noche oscura del niño Avilés (1984) y Campeche (1986), Rodríguez Juliá utiliza la intuición para sospechar la verdad. Jaimes propone cierto punto cardinal en el estudio de la ficción histórica del autor puertorriqueño, según tres razones fundamentales: la primera es que el problema social y colonial de la identidad puertorriqueña ha sido un punto de coincidencia de esta generación, lo que el autor denomina “obsesión histórica”, ya que saber “quiénes somos” es una obsesión del Caribe y, por ende, de Latinoamérica. En una entrevista del escritor venezolano y el puertorriqueño en un coloquio latinoamericano de narradores en 1992, Rodríguez Juliá comentó:

la identidad es la obsesión nuestra, porque es que es eso. Somos mundos precarios y poco viables social y económicamente. La identidad es la obsesión nuestra. Esa es la obsesión fundamental. ¿Qué somos ante los gringos? ¿Qué somos ante los españoles? ¿Ante la historia? ¿Ante el quinto centenario? Esa es la preocupación fundamental. Entonces, estos son los momentos cuando se logra una síntesis, la identidad se refleja, y un poco hay que ordenarla en torno a estos acontecimientos y a esas metáforas (Jaimes 123).

Continuando con esta obsesión, María Julia Daroqui comenta que hay que formular “una nueva verdadera historia” (5). Esa es la historia contada por el autor boricua.

La segunda razón, fundamentada por el estudio de Jaimes, es que la obra del narrador puertorriqueño tiene como punto de encuentro la ficción histórica. Valga decir que la escritura de toda su propuesta literaria se gesta en la escritura misma de los relatos apócrifos. Consideremos que “la historia oficial” pretende contar la historia al antojo. En contraposición, Rodríguez Juliá cuenta la historia a su capricho, por así decirlo, mediante una ficción que permita conocer el pasado y ponerlo en contacto con el presente.


La tercera razón es que Rodríguez Juliá utiliza la ironía para pisar “la transfiguración de la memoria”, que consiste en el reconocimiento del pasado. Coherente con una historia alternativa, vigorosa y movilizadora de una forma de ser y de sentir muy caribe.

Se puede decir que la memoria es la punta de lanza en la escritura del autor boricua. No obstante, no podemos reducirla a una simple categoría que suma recuerdos. Muy por el contrario, memoria, en este caso, es potenciación de imágenes de variado signo, que provienen tanto del micro como del macrocosmos del escritor. Memoria como espacio de tiempos y culturas.

Por lo tanto, el autor mira hacia el pasado. La producción literaria de Rodríguez Juliá tiene como eje ordenador de su propuesta narrativa “la transfiguración de la memoria”, más allá de la novela histórica propiamente dicha, porque aquella permite a la diversidad caótica de la realidad cultural puertorriqueña y caribeña constituirse en entidades que se pueden identificar como universos culturales posibles.

La obra de Edgardo Rodríguez Juliá apunta hacia una poética del mundo mulato. Describe al cimarrón que se hace fuerte ante el blanco. La cultura y la unión en los palenques entre los esclavos se vigoriza ante el “otro”. El retratista mulato José Campeche produjo obras que serían pretextos para la fabulación. Rodríguez Juliá reproduce esto, otorgándole rango de autoridad dentro de la narración y lo registra: “Es comprensible que un mulato, perteneciente a la élite, estuviera más interesado en pintar aquellos personajes distinguidos (echados de menos por O´Reylly) que en retratar la rusticidad campesina” (1986, 46). Este retrato o forma de retratar del personaje Campeche es un componente inconsciente en la representación de la imagen que apela a su mirada desde la frontera del poder. Se puede hablar de una galería intratextual del mundo de los anhelos y los sueños reprimidos del mundo mestizo.

Se considera, entonces, que la misma sensibilidad del escritor está a flor de piel. Los escritores son “adivinos artísticos”. Todo artista tiene el poder de inventar la realidad. El Caribe es, como muestra la obra El entierro de cortijo (1983), un espacio ritual en que se presenta la diversidad cultural, pues Caribe es indudablemente mestizaje.

Caribe es palenque de sabores, eso se nota en su gastronomía por compartir ciertas frutas que se dan en la región como la guayaba, la guanábana, la piña, el mango, los plátanos, etc. Las palabras que se comparten: el chévere, vaina, el uso de “pana” en Venezuela y Puerto Rico, entre otros modismos de la zona caribeña. La música como la salsa y el merengue, en las cuales el erotismo y el deseo están manifiestos en sus canciones. Caribe es una ruta de disfrute y goce del ser caribeño, del ser bullanguero. Según Mireya Fernández Merino, el Caribe está lleno de “ritmos y cadencias que encuentran eco en nuestro vientre (…) El Caribe se siente, se gusta, se oye, se palpa”. (11). La bulla identifica al caribeño que es algarabía en todos sus rasgos y pieles. Caribe es ritmo. El Caribe, por ende, es chévere.

Bibliografía

Jaimes, Rubén Darío. La historia desde el capricho o los caprichos de la historia.

Caracas: Fondo Editorial Ipasme, 2011.

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Daroqui, Maria Julia. “Escribir en puertorriqueño. Papel Literario, encartado” en El Nacional, 22 de julio de 1990: 5.

De Cora, María Manuela (Comp). Kuai-Mare: mitos aborígenes de Venezuela. Caracas: Ed. Oceánida, 1957.

Fernández Merino, Mireya. “Cultura y arquetipos: un acercamiento a la huella negra en la literatura hispanohablante” en Boadas, Aura Marina y Fernández Merino, Mireya (Comp). La huella étnica en la narrativa del Caribe. Caracas: Fundación Celarg. Asociación Venezolana de Estudios del Caribe, 1999.

Rodríguez Julia, Edgardo. La renuncia del héroe Baltasar. Río Piedras: Editorial Cultural, 1974.

. El entierro de Cortijo. Río Piedras: Huracán, 1983.

. Campeche, o los diablejos de la melancolía. Puerto Rico: Hato Rey. Cultural, Ins-tituto de Cultura Puertorriqueña, 1986.

. La noche oscura del Niño Avilés. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico 1991 (1984).