Los florentinos y el encuentro de dos mundos

José Blanco Jiménez

RESUMEN

Con motivo del Quinto Centenario del denominado Encuentro de Dos Mundos, se dio a conocer una gran cantidad de documentos relativos a los europeos que llegaron a las "Indias Occidentales". Entre ellos, hay muchos testimonios de florentinos, que he identificado, traducido y anotado. Este trabajo es una síntesis de algunos de los resultados alcanzados.

Palabras clave: Descubrimiento- América- florentinos- testimonio.

ABSTRACT

To mark the Quincentennial of the so-called Encounter of Two Worlds, a lot of documents relating to the Europeans who came to the "West Indies" has been released. Among them, there are many testimonies of Florentines that I have identified, translated and annotated. This work is a synthesis of some of the results achieved.

Keywords: Discovery- America- Florentines- testimony.

Debo ser autorreferente, porque este trabajo es el resultado de más de un cuarto de siglo de investigación. Cuando en 1992 empezaron a aparecer diversas publicaciones acerca de los cronistas de las Indias Occidentales, me percaté de que, entre ellos, había varios florentinos. Por ello, comencé a publicar, en enero de 1993, una serie de artículos que continúan apareciendo en el diario “La Prensa” de Curicó.

Para los latinoamericanos, la Conquista fue un fenómeno promovido exclusivamente por los estados europeos con ambiciones expansionistas: España y Portugal - entre los cuales el Papa dividió el Nuevo Mundo con la Bula Intercaetera en 1493 (Remeseiro Fernández) - habían confirmado su hegemonía continental con el Tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494); Francia, Inglaterra y Holanda intervinieron con corsarios y piratas. Sin embargo, también los futuros italianos estuvieron presentes y, en particular, los florentinos -cuya figuración me interesa por ser florentino de adopción-, a quienes fuera conferido el Gonfaloned’Argento della Regione Toscana el año 2010. Acerca de la participación toscana en la navegación atlántica, han escrito calificados estudiosos como Federigo Melis (1968, 1976, 1990) y Giuliano Pinto (2014, con abundante y actualizada bibliografía).

Mientras los genoveses tenían empresas individuales o de pequeñas dimensiones, los toscanos (y los florentinos, en particular) habían creado “compagnie”, que disponían de fondos para ofrecer fletes navieros y pagar a numerosos empleados, y se transformaron en verdaderas escuelas comerciales.

A estos hay que agregar las operaciones bancarias colaterales (que prospectaron, en el siglo XVI, un seguro atlántico), que se originaban desde Firenze hacia Brujas, Lyon, Rouen. Amberes, Londres, Lisboa y – para el tema que nos interesa – hacia las bases andaluzas de Sevilla y de Cádiz. En estas últimas dos ciudades, estaba el empresario Pietro Rondinelli, la sociedad en comandita de Francesco Lapi (en la que participaban Filippo Strozzi y Piero y Giuliano Capponi), la Compañía Gondi-Borghini, la Compañía Martelli-Sostegni, Federico del Borgo, los Fantoni, Rinaldo della Luna y Jacopo, Francesco y Giambattista Botti (Melis 1964, 1968, 1990; Boscolo 1989; Gil 2004; Sarabia Viejo 1989; Varela 1988, 1989 y D’Ascenzo, 2004).

Firenze (Fiorenza, en toscano medioeval y Florencia, en castellano) no es puerto y está ubicada a 80 kilómetros del mar. Su opositora natural era Pisa, pero fue derrotada por la República de Génova en la batalla de la Meloria (6 de agosto 1284) y entró en franca decadencia, al punto que Firenze la conquistó el 9 de octubre de 1406. Además, los Medici promovieron el desarrollo del puerto de Livorno y, en 1590, el Gran duque Ferdinando I lo declaró puerto franco (Blanco Jiménez 1993 a, 1993 b, 1993 c).

Las razones de la expansión florentina, que dio origen al Renacimiento, tiene raíces antiguas y ya están señaladas por el exitoso mercader Goro (Gregorio) Dati en su Istoria di Firenze, que cita Giuliano Pinto y que traduzco a continuación:

Porque la ciudad de Florencia está puesta por su naturaleza en lugar selvático y estéril que no podría con todos sus esfuerzos dar para vivir a los habitantes, porque están muy multiplicados (…), y por esta razón ha sido necesaria y es necesaria una cosa desde hace un tiempo a la fecha para los Florentinos (…) buscar su vida por industrias, y por esto han salido fuera de su terreno para buscar otras tierras y provincias y países donde uno y otro ha visto poder avanzar un tiempo y hacer tesoro y volver a Florencia, y yendo de este modo por todos los reinos del mundo de cristianos e infieles, han visto las costumbres de las otras naciones del mundo y hecho en ellas hábito de las cosas ventajosas, escogiendo de cada parte la flor (…): y el uno ha hecho venir las ganas al otro, mientras que quien no es mercader y que no haya recorrido el mundo y visto las naciones extranjeras de las gentes y vuelto a la patria con haberes, no es reputado para nada. (3-4)

Los banqueros florentinos, proyectados internacionalmente, estaban en la Península Ibérica desde fines del siglo XIII y – por lo tanto – desde un comienzo participaron en el financiamiento de las expediciones para “descubrir el Nuevo Mundo” (Blanco Jiménez, “Florencia y sus banqueros”). Sobre esta situación, ha llevado a cabo importantes investigaciones Angela Orlandi (1999, 2011, 2013, 2014), quien estableció la presencia de 53 personas que llegaron a Sevilla desde la Toscana y que dejaron Andalucía por el Nuevo Mundo (2014, 65). De ellos, 30 eran florentinos, 9 seneses, 3 luqueses y un pisano. En cuanto a su actividad, 33 eran mercaderes, 4 contratados para la Conquista, 4 religiosos, un marinero, un barbero, un minero, un noble tal vez en busca de fortuna y 8 sin información. Los estudios de la catedrática florentina de Historia Económica son particularmente iluminantes y completos. Merecen ser estudiados y analizados por todos los que se interesen en conocer un enfoque serio sobre este período. Las referencias a cada personaje agotan toda la información disponible. La actualización dependerá solo de la identificación de nuevos documentos.

Respecto del financiamiento de los viajes, existen dos casos emblemáticos: Amerigo Vespucci y Giovanni da Verrazzano. El florentino (Firenze, 9 de marzo de 1454 -Sevilla, 22 de febrero de 1512), que por decisión del cartógrafo alemán Martin Waldseemülleren 1507, habría de dar el nombre al continente americano (Varela, 1988), ha sido estudiado profusamente sobre todo estos últimos años.

Su principal especialista, Luciano Formisano, ha presentado recientemente un trabajo resolutivo acerca de varios puntos controvertidos de la “questione vespucciana” a la que remito para la actualización de la bibliografía (2014). En síntesis, Formisano insiste sobre el hecho de que se trata de una “cuestión atributiva” y “como tal debe resolverse con los instrumentos formales del atribucionismo literario” (274). No es casualidad, agrego yo, que la solución planteada por él en el pasado haya encontrado inmediato favor entre los filólogos y no entre los “especialistas” (281).

La hipótesis de Alberto Magnaghi atribuía las inexactitudes y las contradicciones de los textos a falsificadores y Formisano la aceptó hasta que –además de examinar los diversos manuscritos– se detuvo en el uso de la lengua, que resulta coherente en todo el corpus vespucciano, sobre todo en el uso de iberismos (1991). A ello agrega su descubrimiento de la copia Amoretti de la Carta a Pier Soderini, que contiene variantes de redaccionales que podrían remontarse al autor.

A esto se debe agregar los aportes de Luciana Luzzana Caraci (1993, 1996,1999, 2003, 2004, 2007, 2013), que terminan por converger en la cuestión de los cuatro viajes y en la redacción del Mundus Novus, que habría sido compuesto al interior de la comunidad de los mercantes italianos en Lisboa, destinado a un público no especialista y traducido al latín por Giuliano del Giocondo (2007, 81-82). Por su parte, la Lettera a Pier Soderini sería un resultado del éxito de Mundus Novus: se trataba de repetirlo compilando una obra “completa”, usando sus escritos (1996,1999, II, 98).

En suma, Formisano piensa que

hoy no se puede hablar de textos auténticos y de textos apócrifos, sino de textos seguramente vespuccianos y de textos que deben mucho al Vespucci auténtico, por lo tanto definibles como ‘paravespuccianos’: fragmentos de cartas perdidas cuyo montaje en otro discurso, sin embargo, tan verosímil habría también podido recibir el beneplácito de Amerigo. (2014, 283)

El tema del número de los viajes y su datación “es una cuestión de naturaleza extra textual y que, por lo tanto, no puede ser resuelta solo sobre la base de las relaciones que han llegado hasta nosotros” (Formisano 2014, 282). Lo más probable es que viajó dos veces por cuenta de los españoles y otras dos por cuenta de los portugueses. Y, sin duda, vio la Cruz del Sur, que le recordó la Commedìa de Dante Alighieri (Blanco Jiménez 2014, 202-203). Otro punto interesante por señalar es cómo narró estos viajes, al constituir un verdadero género literario (Cadorna 1986; Miroglio 1996; Formisano 1987, 1991, 1994 y 2004). Además del recordado episodio de la Cruz del Sur, cuando vio los palafitos del lago Maracaibo, le recordó Venecia, por lo que calificó el lugar como una pequeña Venecia, es decir, “Venezuela”. No hay que olvidar, tampoco, que Matteo di Raimondo Fortini, en el Libro dell’Universo, redujo a octava rima el texto incluido en el Cosmographiae Introductio de Waldseemüller.

En cuanto a Giovanni da Verrazzano (Val di Greve, 1485; Antillas, 1528), fue financiado por la Corona francesa (Melis 1990; Guidi Bruscoli 2014) y dejó una relación de su viaje en una carta escrita al rey Francisco I de Valois el 8 de julio de 1524). En ella, describe la geografía, la flora, la fauna y los indígenas que conoció (como los lenape y los wampanoag). El navegante (que dio el nombre al puente que une Staten Island y Brooklyn) fue en busca de un paso por el noroeste hacia la India y recorrió la costa atlántica de América entre las dos Carolinas y Terranova. Llegó así hasta el que habría de ser el puerto de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York), la bahía de Narragansett y el río Hudson.

Un segundo viaje, con el cual llegó hasta el actual territorio de Brasil en la primavera de 1527, fue posible con el apoyo económico de Jean Ango y Philippe de Chabot. El tercero, realizado en 1528, tuvo el propósito de explorar la Florida, las Bahamas y las Antillas menores. Allí murió por manos de los indios caribes, tal vez en la isla de Guadalupe. Su figura quedó en la penumbra, porque -entre 1519 y 1521- hubo otras empresas más impactantes, como la Conquista de México y la circunnavegación del globo iniciada por Hernando de Magallanes y completada por Sebastián Elcano (relatada por el vicentino Antonio Pigafetta, que formó parte de la expedición).

Pero, para entender la importancia de los florentinos en el encuentro de los dos mundos, no debe olvidarse una figura importante por sus aportes en el campo científico: Paolo dal Pozzo Toscanelli (Firenze, 1397; 10 de mayo de 1482). Este matemático, cosmógrafo y astrónomo ayudó a Filippo Brunelleschi en los cálculos para la construcción de la cúpula de Santa Maria del Fiore, observó las órbitas de los cometas (incluido el Halley, en 1456) y sostuvo conversaciones con el médico portugués Fernão Martín de Roriz acerca de un viaje a la India por la vía Oeste.

Se le atribuye una carta y un mapa que habría mandado a la corte de Lisboa y que fueron conocidos por Cristóbal Colón. Había calculado la circunferencia de la Tierra en 29.000 km (cuando en realidad son 40.000), a partir de un error de Ptolomeo, y ese fue un buen argumento para que los Reyes Católicos aprobaran su viaje (Blanco Jiménez, Paolo dal Pozzo Toscanelli; Rombai, 1993, 1993a). Además, las informaciones de la carta llevaron al almirante a identificar las islas del Caribe con las de Asia oriental. Justamente, la isla de La Hispaniola, a la que arribó Colón en 1492, se convirtió en el centro de operaciones de los florentinos que llegaron al Caribe. Hasta allí llegaba la flota de la Nueva España (actual México), que iba de Sevilla a Veracruz, y se transformó en el punto de partida para dirigirse a Tierra Firme (actuales Colombia y Venezuela), Cubagua, Perú y Chile. Además de los personajes mencionados en los textos que ha traducido y anotado, se encuentran que figuran en los archivos consultados por Angela Orlandi (2013).

De este modo, habrían estado allí un cierto Francesco di Firenze, Giovambattista Ridolfi, probablemente Rinaldo della Luna, Mauro Fantoni y Giovanni Soderini. Este último había llegado a la Hispaniola antes de 1537 y, al casarse con Isabel, hija de Alonso Hernández de las Varas, empresario de la caña de azúcar, entró también ese rubro con gran éxito. A la muerte de su suegro, en 1552, pasó a ser copropietario del molino de la familia y se interesó por organizar, junto al alemán Melchor Grubel, una sociedad para extraer oro de los Andes de la futura Colombia.

Giuliano Fiaschi llegó a Coro (en la futura Venezuela) el 5 de diciembre de 1533 para participar en una expedición organizada por los banqueros Welser, que había recibido del emperador Carlos V el beneficio para explotar el territorio comprendido entre Cabo de la Vela (en La Guajira) y Maracapana. Junto con él estaba un cierto Piero Totti (o Tatti), del que no se tienen mayores informaciones. Envió una carta a su hermano Tommaso Fiaschi, con fecha 24 de diciembre de 1534, en la que describe el aspecto físico y las costumbres de los indígenas, asimismo, sus productos alimenticios (Orlandi, 2013,139-141). Gracias a su amistad con Giovambattista Ridolfi, llegó a formar parte de la guardia del gobernador.

Acerca de la presencia de italianos en lo que va a ser Venezuela, Marisa Vannini de Gerulewicz (1966) y, más recientemente, Francesco D’Esposito (1989) se refieren a los exploradores de la “Tierra Firme”, como lo fue Galeotto Cei, cuya familia, emparentada con los Strozzi, era opositora a los Medici y -después de la derrota de Montemurlo (2 de agosto de 1537)- estuvo en las cárceles de Pisa y, más tarde, en las mazmorras de la fortaleza de Livorno. Tuvo mayor suerte que su padre, quien fue ajusticiado por los Medici, debido a su apoyo al grupo de los "enrabiados", el 25 de Noviembre de 1530, además de la confiscación de todos los bienes de la familia.

La noticia de la muerte de su progenitor alcanzó a Cei en Lyon. Había sido enviado allí para hacer práctica mercantil en el Banco Salviati, en 1528. Permaneció hasta Julio de 1532, cuando pasó a Sevilla y logró reconstituir una discreta fortuna. En marzo de 1537, supo que el nuevo duque de Toscana, Cosimo I, había permitido el regreso de los exiliados y la restitución de sus bienes. Resolvió volver, pero -al enterarse de que su familia no estaba incluida en la ordenanza- decidió luchar en la batalla ya citada con los resultados señalados. Obtuvo la libertad a comienzos de 1538 y, en junio, estaba nuevamente en Sevilla. Debía volver a empezar y, por ello, decidió embarcarse hacia las Indias Occidentales en julio de 1539. Tenía un contrato "accomandita" con otro mercante florentino, Luigi de Ricasoli, por dos años. Este último había sido autorizado, junto a Giovanni Battista Ridolfí, por la Virreina de las Indias, Doña María de Toledo, para recuperar 310 ducados de oro que estos le habían prestado de la plata proveniente de las Indias. La autorización tiene fecha 6 de octubre de 1537.

Galeotto vivió en el continente americano entre 1539 y 1553. Peregrinó por casi 14 años en la Hispaniola y la tierra firme sin poder llegar a Perú, que todos indicaban como la principal fuente de riquezas. También oyó hablar de El Dorado y de los fracasados intentos por encontrarlo. Entre octubre de 1541 y septiembre de 1542, estuvo en Cabo de la Vela donde compró, por 800 ducados, tres indígenas hábiles en la pesca de las perlas y obtuvo 400 ducados netos de ganancias. Luego de un breve período en que sirvió a la Armada española contra la piratería francesa, volvió a Cabo de la Vela y se hizo cargo de la recuperación de las mercaderías de una nave que se había encallado a 40 leguas al oriente de allí.

Después de otros negocios en Nombre de Dios (donde recalaban los barcos que volvían del Perú o partían para allá), pasó por Cartagena, Santa Marta y de nuevo por la Hispaniola. Pensaba volver a Nombre de Dios para vender esclavos negros a principios de 1545, pero la noticia de que en Coro se preparaba una expedición hacia tierra firme, que prometía un gran rendimiento de lo invertido, lo hizo cambiar idea.

Fue testigo de la fundación de El Tocuyo en 1545 y de la ocupación de Barquisimeto. Se supone que recorrió la cuenca del Orinoco y el curso del Magdalena, desde Tunja hasta la actual Cartagena y Santa Marta. También, se refiere al cacique Manaure, la intervención de Juan Pérez de Tolosa y relata los contrastes entre Juan de Carvajal y Felipe de Hutten. Entrega detalles acerca de los intentos por llegar hasta la laguna de Tacarigua, internándose además en el Reino de Nueva Granada (actual Colombia) y realiza un notable aporte lingüístico al registrar palabras que ahora figuran en el diccionario. Los vocablos se refieren a alimentos, bebidas, costumbres, enfermedades, tradiciones, fauna, flora y objetos de uso cotidiano (Blanco Jiménez, 2006, 2012).

Galeotto no pudo llegar a Perú, pero sí lo consiguió su amigo Niccolò del Benino, conocido también como Nicolao de Albenino o Nicolás del Venino, quien nació en Firenze en 1514 y su familia lo envió a Sevilla en 1530 para protegerlo de venganzas políticas por su parentesco con los Medici. Después de su aprendizaje mercantil en España, se dirigió al Nuevo Mundo. En 1534, se embarcó en la expedición de Simón de Alcazaba, que fracasó en la Patagonia por el amotinamiento de la tripulación. A su regreso a la Hispaniola, consiguió trasladarse al saqueado imperio de los incas. Llegó a Perú en 1537 y se vio envuelto en la guerra civil de los españoles por el dominio del rico territorio. De sus experiencias, recabó el libro Verdadera y copiosa relación de todo lo nuevamente sucedido en los reinos y provincias del Perú desde la ida a ellos del virrey Blasco Núñez Vela hasta el desbarato y muerte de Gonzalo Pizarro, según lo que vió y escribió Nicolao de Albenino florentín al beneficiado Fernàn Xuárez, vecino de Sevilla, etc. Se publicó en Sevilla en 1549 o 1563. En todo caso, pudimos consultar la edición facsimilar preparada por José Toribio Medina para el Instituto de Etnología de la Universidad de París, en 1930 (del Benino 1930).

Del Benino demostró simpatía por Pizarro y ello le costó ser condenado por la Real Audiencia a la confiscación de todos sus bienes. La sentencia de apelación le permitió recuperar parte de los haberes y retomar su actividad de mercader. Gracias al sucesivo período de paz, pudo establecerse en Potosí (conocida como la Villa Imperial de Carlos V), donde se había descubierto numerosos yacimientos de plata. Acerca de esta actividad escribió la carta de 1564 a Galeotto Cei en la que mencionaba también a un cierto Amerigo Biliotti, (Miroglio 1991, 1993). Con respecto a la actividad minera, redactó el documento Relación muy particular del cerro y minas de Potosí y de su calidad y labores, per Nicolo del Benino, dirigida a don Francisco de Toledo, virrey del Perù, el 1573. En ella trata de las características morfológicas del territorio, con especial atención en las cuestiones extractivas.

Contrariamente a Cei, que decidió volver pobre a Firenze, del Benino permaneció a gusto en Perú y allí falleció, sin que sepamos la fecha exacta, pero casi seguramente con más de 70 años.

En Perú, estuvieron también Piero Botti, quien llegó con Pizarro y Almagro, un cierto Moretto y el capitán Martín de Florentia, que fue capturado por Gonzalo Pizarro y ahorcado (Orlandi, 2013, 133). Por allí pasó también, en 1595, Francesco Carletti, que habría de dar la vuelta al mundo.

Cuando inició su viaje con su padre Antonio, el 8 de enero de 1594, sabía que este iba a ser largo, pero probablemente no imaginó que iba a circunnavegar el globo. Tenía 18 años. Nació en Florencia en 1573 y, como tantos otros, fue un mercader que buscó fortuna en el Nuevo Mundo, al dedicarse al tráfico de esclavos. Observó atentamente la realidad social y económica de las Indias Occidentales, en sus visitas a Cartagena, al Istmo de Panamá y a los Virreinatos del Perú y México. En este último, se detuvo con su progenitor en Acapulco, que era un centro comercial de notable importancia. Debido a las relaciones que este mantenía con Filipinas, emprendieron viaje hacia la Isla de Luzon. Después pasaron a Japón y China.

Antonio Carletti falleció en Macao y Francesco siguió viaje hacia Goa, que era la sede del Virrey de las Indias en nombre de Portugal. Pasó, luego, a las costas de Sumatra, a las Islas Nicobar y Ceylán. El galeón San Jacopo, en el que viajaba con bandera portuguesa, fue capturado cerca de la Isla de Santa Elena por naves zelandesas (territorio del Reino de los Países Bajos) y sus riquezas fueron confiscadas. Se esfumó, así, todo lo acumulado en 15 años de viajes, pero no los recuerdos que quiso compilar en doce Ragionamenti (Razonamientos) que dirigió al “Serenissimo suosignore ilGranduca di Toscana”. Este era Ferdinando I de’ Medici, que lo protegió y que, cuando en julio de 1602 volvió pobre por las razones que ya señalé, le dio un puesto honorable en su Corte.

De los Razonamientos no se ha conservado un manuscrito autógrafo. Retocados por Lorenzo Magalotti, fueron publicados recién en 1701 y una segunda edición es del editor G. Barbera de Firenze en 1878 ( Viaggi di Francesco Carletti, da lui raccontati in dodici Ragionamenti e novamente editi da Carlo Gargiolli ). Al año siguiente apareció, firmada por Piero Antonio Filippi, una larguísima reseña en “Rivista Marittima” con el título Un viaggiatore fiorentino nel seicento. El texto contiene una serie de noticias importantes para la geografía, la etnografía y la ciencia naval. Como Galeotto Cei y Niccolò del Benino, es muy objetivo en su relato. Fue uno de los primeros ciudadanos privados que dio la vuelta al mundo y reconoce desde un principio que viajó "no tanto por curiosidad de ver el mundo, cuanto aún por interés de negocios, y particularmente para comprar esclavos moros de Etiopía, y conducirlos después a las Indias Occidentales " (Carletti 204). Un negro, por lo tanto, es para él -como para tantos otros de su época–un animal que podía traficarse como mercancía.

Carletti no tuvo apoyos oficiales ni cumplió con misiones políticas o religiosas. Por ello viajó casi sin una meta, entre mercados y puertos, intrigas comerciales y expedientes para sobrevivir. De allí la importancia que dio a las exigencias del individuo, que los viajeros de los grandes descubrimientos o los misioneros no tomaban en cuenta. Carletti pudo contar solo con sus propias fuerzas en un mundo inestable y precario. La primera parte de su relato se refiere al viaje de Sevilla a Cabo Verde, Cartagena, Panamá, Perú, Ciudad de México y Acapulco. De allí continuaría hacia Filipinas, Japón, China, Macao, Malasia, Goa y -después de la depredación zelandesa cerca de Santa Elena- se detendrá en Brasil.

Escribe Adele Dei:

Carletti, como buen relator, se ha documentado, sobre todo en las páginas de los tres tomos de la Navegaciones y viajes de Ramusio (aparecidos en 1550, en 1556 y en 1559). Cita a Marco Polo, Niccolò de’ Conti, Colón y Vespucio, se demuestra al corriente de la bibliografía sobre los pueblos sudamericanos (“de cómo viviesen antes, han sido escritas historias enteras por otros”), confuta errores o descuidos (los elefantes con las extremidades sin junturas). Su relación con literariedad no es de particular costumbre ni de sujeción; aparte las limitadas referencias a los viajeros, no se complace con alusiones o citas, no le interesa hacer alarde de cultura. (2008, 7)

Así como describe la Ciudad de los Reyes (actual Lima), también se detiene a ilustrar la vida de Ciudad de México, donde estuvo antes de ir a Perú y a donde regresó antes de partir hacia Filipinas. El puerto de referencia en la Nueva España fue Acapulco.

Recientemente, Adele Dei ha vuelto sobre el tema al poner en relación el texto de Carletti con los escritos de Filippo Sassetti (Firenze, 1540- Goa, 1588), quien vivió y murió en el subcontinente indio y fue considerado el precursor del descubrimiento de la familia de las lenguas indoeuropeas (Dei, 2014).

En la Nueva España estuvo, también, Giovanni Nicolozzi, de quien se conserva una carta escrita al padre Pietro en la primera mitad del siglo XVI (Orlandi, 2013, 144-145). En ella, señala que las riquezas hacen de esos lugares “la tierra del olvido (…) porque cada uno se olvida de las otras y no quiere salir de ella” (Orlandi, 2013, 144).

Asimismo, Angela Orlandi ha recogido la noticia de Mauro Alamanni, un joven que se vio involucrado en un lío generado por un dinero que -en vista de su pésima condición económica- le habría hecho llegar Giambattista Botti desde Firenze a Ciudad de México para que pudiera repatriar. Consta en una carta que este último escribió el 16 de junio de 1554 a Alamanno, padre de Mauro, que operaba en Roma (Orlandi, 2013, 155-156).

De Cosimo Brunetti no hay documentos que certifiquen el lugar y la fecha de nacimiento, pero testimonian su calidad de florentino la subscripción de algunas cartas dirigidas a Cosimo III de’ Medici y se supone que nació en los primeros decenios del siglo

XVII. Pertenecía a una familia de mercaderes. Su hermano Francesco residió muchos años en Londres, como agente de Ferdinando II y Cosimo III de Medici; otro hermano vivió en Polonia. Empezó a viajar después de 1650 por la Europa del Norte. En 1653, estuvo en Alemania, Holanda, Bélgica, Inglaterra y Francia, donde se entrevistó con los matemáticos Sluse, Huygens, Personne de Roberval y Pascal.

En el otoño de 1659, la duquesa de Chevreuse y el duque de Luynes, que tenían la intención de adquirir las islas de Martinica, Dominica, Santa Lucia, Saint-Vincent e Grenada, le encargaron un viaje de exploración. El testimonio escrito de dicho encargo es una relación que se conserva en los folios 89-98 de las Carte Galileo de la Accademia del Cimento de Firenze y que traduje en su totalidad. En ella describe la geografía, la naturaleza y las costumbres de los lugareños antillanos.

Finalmente, me he interesado en la figura del botánico y zoólogo Giuseppe Raddi (Firenze, 1770; Rodas, 1829) que viajó a Brasil, en 1817, con los auspicios del Gran Duque de Toscana, Ferdinando III. La ocasión se presentó debido a la expedición organizada para acompañar a la Archiduquesa María Leopoldina, recién casada por poder, el 13 de mayo de 1817, en la iglesia de San Agustín de la capital del Imperio de Austria. Su esposo era Pedro de Alcántara de Braganza y Borbón y recibieron la bendición nupcial el 6 de noviembre de 1817, en la Capilla Real de Río de Janeiro. Los cónyuges habrían de ser los primeros emperadores de Brasil.

Leopoldina era hija de Francesco II, Emperador de los Romanos (Francesco I de Austria), que -hijo del entonces Gran Duque de Toscana Pietro Leopoldo- nació en Florencia el 12 de febrero de 1768. Otra de sus hijas, María Luisa, fue la segunda esposa de Napoleón (por lo tanto, Emperatriz de los Franceses) hasta 1815 y, luego, Duquesa de Parma, Piacenza y Guastalla.

La visita científica fue una idea de Klemen Wenzel Lothar, príncipe von Metternich-Winneburg, que guió la Restauración postnapoleónica. Convencido de la importancia que tenía investigar la flora, fauna y los recursos de América (además de obtener datos acerca de su cultura, población y manufacturas), hizo preparar un equipo de investigadores de lujo. Formaban parte de la comitiva un selecto grupo de especialistas: Karl Friedrich Phillip von Martius (de solo 23 años), Johann Baptist von Spix, Johann Baptist Emanuel Pohl, Johann Christian Mikan, Johann Natterer, el checo Heinrich Wilhelm Schotty el pintor y dibujante Thomas Ender. Mientras que los otros científicos tuvieron cuatro años para explorar la flora y la fauna, Raddi disponía de un financiamiento de solo 300 esterlinas y tuvo que reembarcarse el 1º de julio de 1818 y llegó a Genova el 19 de agosto.

Además de sus apuntes –publicados por Giovanni Battista Marini-Bettolo en Giuseppe Raddi, uno dei XL. Scritti inediti 1817-1828, Accademia delle Scienze, Roma 1981– dejó una Breve osservazione sull' Isola di Madera fatta nel tragitto da Livorno a Rio-Janeiro , que apareció publicada en la “Antologia” del Gabinetto Scientifico e Letterario di G.P. Vieusseux, tomo II., N.V. mayo 1821, impresa por la Tipografía de Luigi Pezzati.

Traduje todo ese material, pero es importante señalar que logré establecer –gracias a un cuidadoso análisis filológico– que, al compilar datos históricos y geográficos, copió frases completas del Dictionnaire géographique portatifou Description de tous les royaumes, provinces, villes des quatreparties du monde , publicado por el abate Vosgien (pseudónimo de Jean Baptiste Ladvocat) en París en 1747. Dicho Diccionario es, a su vez, la traducción de una obra del historiador británico Laurence Echard (Barsham, 1670 aprox.– Lincoln, 1730).

Hasta aquí los resultados obtenidos en 24 años de trabajo ininterrumpidos. Sin embargo, podría ser solo el comienzo, en vista de los muchos documentos que aún duermen en los archivos.

Bibliografía

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. “Paolo dal Pozzo Toscanelli” Diario La Prensa (Curicó), 12 capítulos entre el 22/02/1993 y el 10/05/1993 (d).

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1 Mi traducción anotada se publicó en el Diario La Prensa de Curicó (Chile), en 241 capítulos, entre el 09/04/2007 y el 23/09/2013.

2 Mi traducción anotada se publicó en el Diario La Prensa de Curicó (Chile), en 85 capítulos, entre el 13/06/2005 y el 02/04/2007.


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3 El texto está reproducido en Luzzana Caraci, Luciana. Amerigo Vespucci, op. cit., I 487-513.


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4 Mi traducción anotada de los textos se publicó en el Diario La Prensa de Curicó (Chile), en 92 capítulos, entre el 27/09/1993 y el 31/05/1995.