Marianela Mora
RESUMEN
Tanto en “Once in a Lifetime” (2009) de Jhumpa Lahiri como en Memoria del Silencio (2002) de Uva de Aragón, se presenta la historia de jóvenes que relatan sus experiencias como integrantes de la diáspora bengalí y la diáspora cubana, respectivamente, dado que las jóvenes deben, por diversos motivos, migrar a los Estados Unidos de Norteamérica. Desde el enfoque postcolonial propuesto por Madan Sarup en Identity, Culture and the Postmodern World (1996) se abordará la esfera íntima y elemental del “hogar” y cómo dicho concepto se torna un espacio híbrido donde conviven valores, hábitos y costumbres disímiles y, en ocasiones, opuestos entre sí, y que, necesariamente, influyen en las subjetividades que allí emergen.
Palabras claves : cultura, diáspora, hogares híbridos, identidad, postcolonialismo.
ABSTRACT
In “Once in a Lifetime” (2009) written by Jhumpa Lahiri and Memoria del Silencio (2002) by Uva de Aragón, we are introduced to the life stories of two young girls as members of the Bengal and the Cuban diasporas since both girls migrate, due to different reasons, to the U.S.A. From the postcolonial perspective proposed by Madan Sarup in Identity, Culture and the Postmodern World (1996) I will analyze the basic and intimate sphere of the concept of “home” and how this concept turns into a hybrid space where different and, sometimes, opposed values, habits and customs coexist and, at the same time, influence and shape the subjectivities that emerge in those places.
Keywords: culture, diaspora, hybrid homes, identity, postcolonialism.
La experiencia del inmigrante, más allá del país de origen, más allá de aquel que lo acoge, e independientemente de los motivos que lo impulsan a dejar su tierra natal, se caracteriza por estar atravesada por costumbres, creencias y valores disímiles y, en ocasiones, enfrentados. Madan Sarup (1930-1993) en Identity, Culture and the Postmodern World (1996) manifiesta que el concepto de identidad se presenta en aquel sujeto que ha “cruzado fronteras” esencialmente como “desplazado”, “híbrido” y “múltiple” (1).
Paralelamente, Sarup desarrolla lo que constituye el sentido de espacio y pertenencia. A través de diversos interrogantes, intenta definir el significado de “hogar”: “¿[Es tu casa] donde está tu familia? … “¿donde están enterrados tus parientes?, ¿donde has sido criado?, ¿es acaso tu hogar aquel lugar de donde has sido desplazado o donde estás ahora? ¿Es el hogar donde vive tu madre?...” [1] (Sarup 1). De este modo, el autor enlaza la idea de hogar a la de identidad enfatizando su carácter dinámico y fluido. Dentro de la extensa literatura que desarrolla puntos de encuentro de diversas culturas, este breve análisis propone examinar la construcción y configuración de espacios híbridos en los hogares que se presentan en el cuento “Once in a Lifetime” [2] (2009), “Una vez en la vida” de la autora indo-americana Jhumpa Lahiri y en la novela Memoria del Silencio (2002) de la escritora cubano-americana Uva de Aragón. En las obras citadas, las autoras, nacidas ambas coincidentemente un 11 de julio, Lahiri en 1967 y de Aragón en 1944, las historias presentadas son narradas retrospectivamente desde la mirada de dos mujeres que migran a los Estados Unidos de muy jóvenes, una desde un territorio tan lejano como la India y otra desde Cuba, a solo cincuenta millas de distancia, pero, en ambos, casos las jóvenes deben enfrentar el abismo cultural que separa el país de partida del de llegada.
Sin lugar a dudas, la obra literaria de ambas autoras revela acontecimientos y experiencias profundamente ligados a las memorias de sus vidas. Jhumpa Lahiri nació en Londres y creció en Rhode Island. Recibió el premio Pulitzer por su colección de cuentosInterpreter of Maladies (1999). Es autora también de The Namesake (2003) y The Lowland (2013) ambas muy reconocidos por la crítica literaria [3] . La joven escritora es miembro del Comité Presidencial de Artes y Humanidades y actualmente vive en Brooklyn, Nueva York [4] . En sus historias se halla siempre presente la mirada del indio [5] hacia América e implícitamente la de sus padres que, como dice ella, “siempre quisieron criar hijos indios” [6] .
Uva de Aragón nació en La Habana, Cuba. Entre sus publicaciones se encuentran Eternidad (1972),Ni verdad ni mentira y otros cuentos (1976), No puedo más y otros cuentos (1989). La escritora también ha publicado colecciones de poemas como Entresemáforos (1980) y Los nombres del amor (1996), entre otros. Entre otras distinciones literarias, la autora ha recibido el Premio García Lorca. A los quince años, luego de la llegada al poder de Fidel Castro, sale de Cuba con su familia para residir en Washington D.C. De modo similar a la protagonista de su novela, no se asienta directamente en La Florida, sino que en 1978, se traslada por dos años a Nueva York hasta que finalmente se radica en Miami, donde vive actualmente.
“Una vez en la vida” de la colección de cuentos Unaccustomed Earth (2009), a través de la voz narrativa de Hema, nos introduce a las vivencias de la familia Choudhuri quienes, como la familia de la narradora, son inmigrantes bengalíes en los Estados Unidos [7] . El receptor del cautivante relato de la joven es Kaushik Choudhuri, hijo del matrimonio amigo. En un fluido recorrido por la niñez de ambos en Cambridge, Massachusetts, se revela que luego de un regreso a Calcuta de la familia de Kaushik, los padres de Hema deben acoger transitoriamente a sus compatriotas. Es en esta convivencia temporal que afloran las diferencias, discrepancias y contradicciones que enfrentan los personajes como bengalíes, americanos e inmigrantes y la compleja trama cultural e identitaria que emerge de sus entrelazamientos.
La novela de la escritora cubana relata el reencuentro de dos hermanas gemelas luego de cuarenta años de separación. Envuelta en el contexto histórico y político de la Revolución Cubana de 1959, una de las hermanas, Laurita, abandona Cuba [8] siguiendo a su joven marido a La Florida, mientras que Menchu permanece en la isla junto al resto de su familia. El esperado encuentro se da en Miami, y es allí donde las dos mujeres recorren la historia de sus vidas y de lo que aconteció a ambos lados del mar en los años transcurridos, ligando íntimamente la historia de sus vidas a la de Cuba y de los Estados Unidos [9] .
Madan Sarup enfatiza la importancia del viaje del inmigrante y la capacidad de transformación que éste tiene en relación con la identidad y subjetividad del expatriado. En este sentido, cabe revisar ciertas diferencias que surgen entre las protagonistas. En el cuento de Lahiri, la joven, quien tiene trece años en los días que refiere el relato, abandona su tierra junto a su familia que proyecta un crecimiento socio-económico y la ampliación de medios y oportunidades para ellos. Es decir, la familia elige migrar y son sus aspiraciones las que impulsan sus decisiones. No debemos soslayar, no obstante, que para la familia bengalí el impacto cultural es significativo ya que en él afloran profundas diferencias, por ejemplo, de estilo de vida y religiosas.
En el caso de Memoria del Silencio, recientemente llevada al teatro en Caracas y próximamente en Miami, la protagonista de dieciocho años decide marcharse de Cuba para seguir a su flamante esposo al exilio. Es aquí, tal vez, donde radica una importante diferencia entre las narradoras. Laurita se halla apesadumbrada y confundida, pues se ve obligada a elegir entre permanecer con su familia o acompañar a su marido que dispone expatriarse. A la vez, sus sentimientos encontrados se ven circundados por las disputas ideológicas que dividieron familias durante la Cuba de los años sesenta. A ello se suma el sentimiento de angustia que la oprimirá el resto de sus días por aquellos que no dejaron la tierra natal y continuaron bajo un régimen totalitario. Nuestra valiente heroína debe sobrellevar incluso el inexplicable sentimiento de inestabilidad y disconformidad que separa a su esposo de ella y la familia que intenta construir. Es preciso señalar que su esposo, a diferencia de la protagonista, se exilia también con sus padres. No obstante, nunca halla para sí un nuevo hogar. Su experiencia como exiliado lo lleva a una infatigable búsqueda, pero jamás logra encontrarse a sí mismo en la nueva tierra. Hacia el final de la novela, Bobby pone fin a su búsqueda terminando con su vida.
Volviendo al cuento de Lahiri, señalemos que uno de los primeros incidentes que sugiere cruces culturales, cuando la preadolescente de trece años debe compartir la habitación con sus padres. La joven, quien ha absorbido para entonces costumbres occidentales, reniega de ello, no comprende, y por cierto, no consiente la defensa que su madre hace de esta costumbre india:
Yo regularmente dormía con mis padres en un colchón en su habitación, y no en el cuarto donde guardaba mi ropa y mis cosas. Mi madre consideraba que la idea de dejar a un niño durmiendo solo era una cruel práctica americana, y por ello, no la alentaba, incluso cuando teníamos el espacio. Me contaba que ella había dormido en la misma cama con sus padres hasta el día que se había casado y que eso era perfectamente normal. Pero yo sabía que no era normal, que no era lo que mis amigos del colegio hacían, y que se burlarían de mí si se enteraban. El verano anterior a empezar el secundario [10] insistí en dormir sola. (376)
Es preciso destacar que la muchacha no visualiza las diferencias culturales como tales sino que le asigna el valor de “normal” a la práctica occidental, asumiendo ya una clara posición en relación con la cultura de sus progenitores. Asimismo, Hema toma una firme actitud frente a sus padres con respecto de dormir en su propio cuarto, ya sea por lo que ella considera correcto o por la presión que su grupo de pares implícitamente ejerce. Independientemente de los motivos intrínsecos o extrínsecos que la impulsan a oponerse a sus padres, su postura, podría afirmarse, es más afín al estereotipo de una joven americana que bengalí.
De un modo similar, el día en que deben despedir a sus amigos, los padres de la joven organizan una importante cena. Hema relata que esa noche vistió un modelo enviado por su abuela desde Calcuta: un pijama blanco y una kurta turquesa. Una vez más, la joven no se siente cómoda con su atuendo pero, esta vez, no obstante, accede a usarlo y obedece sabiendo la importancia que entraña para su madre. Intuitivamente la joven narradora, conoce cuán diferente ha sido la experiencia en el país natal de su madre quien “nunca había comido en una mesa o se había sentado en un inodoro antes de llegar a América” (373).
En los hogares que conforman estas familias de inmigrantes en los Estados Unidos, coexisten y se ensamblan bajo un mismo techo diversas prácticas y costumbres. No obstante, surgen del cotejo entre ambas obras, actitudes disímiles ante la incorporación de elementos foráneos en el recinto íntimo, en casa de Hema, por ejemplo, su madre fríe rebanadas de berenjenas para servir con el dal [11] , comida típica india que sus huéspedes acompañarán con whisky. De modo similar, a la hora del desayuno, la familia Choudhuri declina el habitual curry que la familia de Hema consume y lo reemplaza con té y tostadas y por la tarde mientras meriendan, ven La Familia Brady y La Isla de Gilligan. Desde la mirada de sus padres, la joven revela a su interlocutor: “Hubo comentarios concernientes al cabello corto de tu madre, sus pantalones, el Johnnie Walker… Mis padres, quienes jamás habían puesto un pie en un local de venta de licor, se preguntaban si deberían comprar otra botella” (380) (resaltado propio). En otra fusión de costumbres, la noche en que se realiza una cena para despedir a la familia de Kaushik, se preparan alimentos típicos como pullao [12] y curry para servir en platos descartables prolijamente ordenados junto a las servilletas de papel.
La madre de Hema, apegada a sus costumbres, reprocha la apariencia de su compatriota con respecto al corte que luce su cabello y a sus pantalones. Concibe al “americanizarse” como algo abiertamente reprochable y de lo que ella debe proteger silenciosamente a su familia. Curiosamente, le llama la atención a la familia que los Choudhuris se hayan “americanizado” más en Calcuta que ellos en Massachusetts. Resulta incluso interesante referirnos a que cuando los Choudhuris piensan en momentos o memorias pasados, aquellas son reminiscencias que pertenecen a la época en que vivían en Massachusetts, siete años atrás y no a aquella lejana Calcuta que la familia de Hema añora. Recordemos que, como habitualmente sucede en los hogares de inmigrantes, en la casa de Hema, son sus padres quienes disponen las costumbres y las reglas y es, por el contrario, ella quien incorpora paulatinamente de costumbres occidentales. Será definitivamente la joven quien logrará forjar una identidad francamente penetrada por costumbres bengalíes y americanas. En las primeras páginas de la historia Hema, inocentemente, y en una interesante amalgama de símbolos y alusiones declara sobre su madre y su postura hacia la nueva cultura que los hospeda:
…y me senté con [mi madre] a ver una película, algo sobre la Segunda Guerra Mundial … El cine de cierta época era lo único que a mi madre le encantaba de occidente. Ella nunca usó una pollera—lo consideraba indecente—pero podía recordar, escena por escena, lo que usaba Audrey Hepburn en cualquier película (376).
Si tenemos en cuenta la disposición de la narradora que emigra a América en Memoria del Silencio, podemos observar que no asume una actitud de censura hacia la cultura americana y no desaprueba las costumbres que descubre en esa sociedad. A pesar de ser ella la primera generación en el país al que migra, (al igual que los padres de Hema) Laurita acepta naturalmente que su marido es ahora llamado Bobby [13] y califica a su niño, Bobby Junior, “my flower child”. Con absoluta familiaridad articula sus experiencias en Maryland ensamblando lenguas y costumbres:
En el barrio los hombres formaron una liga de pelota [14] , y en la primavera y el verano nuestro mayor entretenimiento eran los juegos de los domingos. Después hacíamos un barbecue. Éramos todos tan pobres que los hotdogs estaban contados a uno por cabeza… (72, énfasis de la autora).
Todo ello sin privarse de recordar y mantener viva la memoria de su gente y su tierra cuando y como pueda. Para hospedar a Menchu, su hermana que viaja desde Cuba para visitarla, la protagonista intenta reproducir en su casa en la zona de Westchester, Miami, el cuarto que compartía con ella en La Habana. Consigue cubrecamas del mismo color al que tenían cuando niñas y unas Madonnas de Rafael como cabeceras para las camas. Frente a su jardín había antes sembrado un cantero de vicarias, flores que le recuerdan a Cuba. Este gesto adquiere un valioso significado para Menchu, porque en él advierte la cercanía emocional que Laurita continúa manteniendo con su país natal, con sus orígenes y con su familia.
En los primeros días de convivencia con su hermana, al llevarla a pasear por las distintas zonas de Miami, visitan La Pequeña Habana, impregnada de aroma a tabaco y café y con variados carteles en español. Laurita se enorgullece de este barrio porque siente allí que su hermana puede vivenciar de algún modo la necesidad que impregna al expatriado de perpetuar aquella tierra a la que ha debido renunciar, en palabras de la protagonista: “para que viera cómo los cubanos rumiamos nuestra nostalgia de exiliados intentando reproducir al país que dejamos atrás” (219).
A pesar de mantener símbolos y objetos que se asemejan a los que solía tener en La Habana, la joven, como dijimos anteriormente, no rechaza la cultura extranjera. Bajo el techo de su casa, ya sea en Columbus, Maryland o Miami (lugares donde se asienta junto a su esposo) resuenan los cánticos que aprendiera cuando niña. No obstante, junto con el resto de la comunidad cubana a la que se integran ella y su familia, adquiere abiertamente costumbres americanas:
Llega Halloween y Adela les hace los disfraces a los niños y vamos por el barrio y cómo disfrutan con los caramelos y las casas adornadas de fantasmas y brujas…ya enseguida es el Día de Thanksgiving [15] , cena de pavo, boniatos [16] y una oración que siempre escribo para leerla antes de sentarnos a la mesa… (118, resaltado de la autora).
Una vez más, además de las celebraciones mencionadas, la familia realiza actividades en la Casa Cuba y así se funden tradiciones, folklores, leyendas y diversas costumbres que son descriptas por la narradora—quien añora un hogar para sí y para sus hijos—con una naturalidad que concilia diferencias.
Un interesante desencuentro entre las dos hermanas, en donde las experiencias de vida atravesadas por cada una se interponen entre ellas, se da cuando Laurita intenta comprar comida en abundancia y variedad para que su hermana disfrute. Laurita le pide a Menchu que opte entre distintos tipos de yogurt, Coca Cola dieta o regular, café con o sin cafeína, pero Menchu contesta a todo “me da igual”, “elige tú” y se molesta en cierto modo ante ello. La intención de Laurita no es más que ofrecer su casa y todo lo que hay en ella a su hermana gemela. Cuando finalmente decide confrontarla con respecto a su indiferencia, Menchu, acostumbrada solo a las hamburguesas bautizadas McCastro y a las libretas de ración, la increpa gritándole: “ ¡Con esta comida se podría alimentar a toda La Habana! No puedo ni verla pensando en la gente allá…y además, ¿no te das cuenta de que no sé escoger?” (221).
Resulta relevante aquí la idea que introduce Sarup del concepto de lugar que siempre se relaciona con el de tradición. La tradición no conlleva para el autor, sin embargo, el peso de una herencia rígida y estática como puede entenderse generalmente. Por el contrario, sostiene que la tradición es un proceso dinámico en permanente construcción y que necesariamente se halla ligado al cambio. Dicha noción se articula en la misma línea de pensamiento a la idea que Sarup desarrolla con respecto a la identidad que se vincula con “becoming”, (“llegar a ser”) en lugar de “being” (“ser”) (6).
Volviendo a las historias en cuestión, si bien Laurita admite nuevas tradiciones y su casa es de algún modo permeable a la influencia americana sin oponer mayor resistencia, la narradora no deja de ser consciente de su condición de exiliada: “A mí también me duele Cuba. Y duele sentirse extranjera, con las raíces al aire…” (122). No obstante, alienta el proósito de formar una familia e intentar dejar de sentirse extranjera en suelo americano. Si retomamos aquella pregunta de Sarup en relación con el concepto de hogar, y en un sentido más amplio al que se ha expuesto hasta ahora, la protagonista de Memoria del Silencio, con increíble simpleza y exaltación, responde:
Aquí uno trata de explicarles a los hijos para que sepan cuáles son sus raíces, pero nunca sabes si te entienden…nunca puedes compartir con ellos las cosas que han sido importantes para ti…tienen otra bandera, otro himno, otro idioma…aunque hablen español…Y no me mal interpretes, le estoy muy agradecida a este país, lo admiro, pero nunca jamás será mío. (225)
Es interesante comparar la cita anterior con una entrevista [17] realizada a Jhumpa Lahiri en la que es interpelada sobre por qué no se considera americana ya que prácticamente ha vivido toda su vida en los Estados Unidos. La joven autora indo-americana, responde:
Principalmente es porque mis padres no se consideraban americanos. Uno hereda esa idea de dónde se es. Mis padres no se identificaban como americanos, por ello, el considerarme a mí misma como tal hubiera sido una traición. Al crecer, aunque hubiera querido llamarme americana, no pude porque siempre se me cuestionó sobre mis orígenes. Continúo siendo dubitativa en llamarme americana pero también lo soy en llamarme cualquier otra cosa. Mis padres me decían que era india pero al visitar la India de niña y al viajar allá me di cuenta que no tenía derecho a ninguno de los dos países. Donde sea que estuviera tenía que explicar mi situación. A los ojos de los indios que nunca se fueron, no soy india en absoluto. [18]
Con cierta proximidad, la narradora de Memoria del Silencio articula la sensación de no pertenecer a ningún lado y declara: “Tú no sabes lo que es un exilio, lo que es viajar y cuando a uno le preguntan de dónde es, siempre tener que explicar, soy de Cuba pero vivo en tal lado…Es como ser huérfana…” (225). En respuesta a lo que considera su hogar, de Aragón detalla:
el hogar es la familia… No es siempre un lugar físico, es un espacio dentro de uno donde anidan los recuerdos, el cariño, los sueños compartidos. Cuba es también mi hogar, porque ahí están mis raíces más hondas, la tumba de mi padre y de mis abuelos, las calles donde jugué de niña, todos los recuerdos que tengo de mi padre… Más allá del ámbito personal, [allá] está mi cultura, mi historia, aunque no la interprete de igual modo que la historia oficial, está ahí, en los monumentos, en el malecón, en la arquitectura, en los cementerios. En cada viaje recupero algo… [19]
No es un detalle menor en el análisis de las dos autoras la lengua que utilizan en su obra literaria. Jhumpa Lahiri, en la entrevista citada más arriba, admite que no podría utilizar el bengalí porque el dominio que tiene de esa lengua es comparable al de un niño de cinco años. Consecuentemente, la lengua inglesa parece ser para ella el único medio de expresión con que cuenta. Por el contrario, Uva de Aragón, quien vive en los Estados Unidos desde muy joven también, posee un perfecto manejo de ambas lenguas, español e inglés. No obstante, la lengua que elige para contar la historia de quienes pueblan sus obras es el español.
De lo antes expuesto, es posible deducir que la autora de origen bengalí parece identificarse más con la cultura americana, puede tal vez deberse a lo pequeña que era cuando su familia arribó al país. Del mismo modo, las circunstancias que motivaron la decisión de migrar—buscar mejores condiciones laborales y económicas—favorecen la actitud positiva hacia aquel país. Por el contrario, de Aragón nunca deja de sentirse cubana, pues su familia deja la isla por motivos ideológicos y escapando de un régimen totalitario. Prueba de ello, es la lengua que utiliza en su obra literaria y su incansable batalla por regresar a aquel país [20] ; podríamos afirmar que sus sentimientos al respecto son claramente resumidos en el blog de la autora encabezado con la leyenda “Habanera soy”.
Considerando el breve análisis de las obras examinadas y a la luz de lo expuesto, se podría aseverar que ambas protagonistas son parte de hogares donde conviven objetos, pensamientos y costumbres heterogéneos, conformando tramas atravesadas por fibras de diversos matices y tonalidades. Los personajes analizados conforman dentro del recinto familiar composiciones dinámicas y fluidas que les permiten libremente traspasar fronteras culturales y lingüísticas dentro de sus casas. Cabe conjeturar qué sucede con aquellos inmigrantes que optan por simplemente duplicar estilos de vida, costumbres, vestimenta, hábitos de alimentación, etc. que mantenían en el país de origen. Seguramente, a ellos les sería muy difícil desenvolverse y desarrollarse en la nueva sociedad y lo mismo acontece con aquellos que ciñen sus existencias a lo que fue su pasado. Ejemplos de ellos podemos hallar, incluso, en otros personajes de las historias consideradas que no han sido el foco de nuestro estudio; recordamos a la madre de Hema que no logra comprender las conductas y formas americanas o al marido de Laurita, cuya irritación y agitación por todo lo que dejó detrás y por el sufrimiento de aquellos que continuaban en la isla, nunca le permitieron vislumbrar un presente y un futuro sino que permaneció ahogado en su pasado y en el de su país. Es fundamental determinar, sin embargo, que son precisamente estas configuraciones híbridas las que le permiten, a mi entender, a los personajes analizados encontrar un espacio familiar y ligado a sus raíces para luego transponer esos bordes y ser miembros activos y funcionales en aquella sociedad que los cobija.
En la novela de la autora cubano-americana, la protagonista, solo luego de conformar un hogar en la pequeña colectividad cubana que halla en Maryland, (antes de vivir allí, nos dice, nunca había visto a otros cubanos), se anima a continuar estudiando y se alienta a conseguir trabajo. Así, poco a poco, hasta llegar a ser docente en la universidad. Se diferencia diametralmente, así, de su esposo quien, dueño—como describe la narradora al referirse a los cubanos expatriados—del “monopolio de la nostalgia” parece nunca hallar algún lugar en el mundo donde afianzar un nuevo hogar. De hecho es él quien toma las decisiones de mudarse de un sitio a otro sin encontrar un lugar para sí.
En el contexto del cuento de la autora de origen bengalí, si bien el mismo se circunscribe a la niñez de quien relata, Hema, y de Kaushik Choudhuri, su interlocutor, sabemos, a través de otras historias de la colección de cuentos Unaccustomed Earth, que la joven es capaz de forjar un futuro productivo dentro de la sociedad americana. Podríamos concluir así que cada una de las heroínas surge de la conformación de espacios dinámicos que naturalmente fluyen entre culturas y lenguas y que cada una de ellas adquiere autoría y dominio sobre su identidad y su futuro. Estas decididas mujeres seguramente llamarán “mi hogar”,“mi casa” a aquel lugar que, si pudieran, elegirían para morir.
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[1] Las traducciones son propias.
[2] “Once in a Lifetime” es parte de la segunda colección de cuentos de la autora, Unaccustomed Earth, publicada en el año 2009. La colección fue escogida como uno de los mejores diez libros del año y ganó el Premio Internacional de Cuentos Frank O´Connor.
[3] The Namesake fue adaptada al cine en el año 2007 y su novela The Lowland fue nominada al Man Booker Prize en 2013. En 2014, fue también nominada al premio National Book Award for Fiction.
[4] Fuente: Random House LLC: http://www.randomhouse.com/kvpa/jhumpalahiri/bio.php.
[5] La RAE admite los gentilicios “indio” e “hindú”. En el trabajo utilizaré el término “indio” para evitar ambigüedades en relación con la persona que profesa el hinduismo. Fuentes: http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=India&oldid=77306515.,http://www.rae.es/, http://lema.rae.es/drae/?val=indio
[6] Fuente: http://postcolonialstudies.emory.edu/jhumpa-lahiri/.
[7] De acuerdo al United States Census Bureau, hay más de tres millones de indios en los Estados Unidos de América. En un artículo en The Times of India US de marzo de 2012, se revela que de los tres millones de indios en América, un millón de ellos tiene la ciudadanía americana y por ende, el derecho al voto. En el mismo artículo se enuncia que constituyen el grupo étnico con mayor ingreso per cápita en los Estados Unidos.
[8] La población americana de origen cubano es de 1.611.478, y 628.330 miembros de esa población nacieron en los Estados Unidos, según datos del United States Census Bureau.
[9] Hago referencia a la historia de estos dos países paralelamente a la historia de vida de las dos hermanas porque la novela se estructura también con pasajes tomados de la prensa y de este modo, se recorre la historia de ambos países. Las fuentes de estos pasajes son, como nos aclara la autora en una nota inicial, de la revista Bohemia de la prensa cubana yThe Washington Post, The Miami News, El Nuevo Herald y el Diario Las Américas, entre otros.
[10] En el original, la cita menciona “middle school” que en los Estados Unidos, se refiere a la escolaridad de niños desde los 12 a los 14 años. En nuestro país, corresponde al Ciclo Básico Unificado.
[11] Dal o Dahl es una crema espesa a base de lentejas peladas y especias. Se sirve como aperitivo o entrada. Fuente: Wikipedia, The Free Encyclopedia.
[12] También pulao, plato a base de arroz. Fuente: Wikipedia, The Free Encylopedia.
[13] Énfasis de la autora.
[14] “Liga de pelota” hace referencia a una liga de baseball, deporte muy popular en Cuba.
[15] Cabe subrayar que si bien la narradora podría perfectamente haber traducido esta celebración como “Día de Acción de Gracias”, elige mantener y utilizar el término en inglés.
[16] El boniato es un tipo de batata y constituye el sustento básico del campesinado cubano.
[17] Entrevista realizada por John Glassie y publicada parcialmente en The New York Times Magazine, septiembre, 2013.
[18] Fuente: Questions for Jhumpa Lahiri by John Glassie.
[19] Correo electrónico enviado por la autora a Marianela Mora en respuesta a qué considera ella su hogar, 17/07/14.
[20] Uva de Aragón ha podido regresar a la isla a través delGeneral License, permiso otorgado por el Office of Federal Assets Control del Departamento de Tesoro a académicos que estudian Cuba y por medio de una visa académica que otorga Cuba como permiso de entrada. Los Estados Unidos permite visitar Cuba a los cubano-americanos sin problema. Relatos de las estadías de la escritora en Cuba pueden encontrarse en el blog de la autora.