Revista Administración Pública y Sociedad
(APyS-IIFAP-FCS-UNC) Nº 013, Enero-Junio 2022 - ISSN: 2524-9568
INFANCIAS, ADOLESCENCIAS Y PANDEMIA. CUERPOS, ESPACIOS (IM)POSIBLES Y LA BÚSQUEDA DE ESTAR-JUNTAS/OS EN CONTEXTOS DE POBREZA
CHILDHOOD, ADOLESCENCE AND PANDEMIC. BODIES, (IM)POSSIBLE SPACES AND THE SEARCH FOR BEING-TOGETHER IN CONTEXTS OF POVERTY
FLORENCIA MARÍA PÁEZi y MARÍA LAURA SIMONIii
Fecha de Recepción: 10/05/2022 | Fecha de Aprobación: 14/06/2022
Pandemia. Infancias. Adolescencias. Cuerpos.
Pobreza.
Political participation.
Young people.
Political representation.
Youth quotas. Citizenship.
En el equipo de investigación “Habitar, comer y jugar: experiencias de género y clase en la ciudad de Córdoba”1, nos abocamos en 2021 al análisis de la situación de las infancias y adolescencias en contexto de pandemia en el marco del proyecto “Efectos del aislamiento social preventivo en el ejercicio del derecho a la salud en las infancias argentinas”2. Nos encontramos en este momento en etapa de análisis, escritura y comunicación de resultados.
En este artículo nos proponemos compartir algunas reflexiones que buscan un acercamiento a caracterizar y analizar las experiencias de niñas, niños y adolescentes (en adelante, NNyA) de barrios socio-segregados de la Ciudad de Córdoba durante la pandemia de
COVID-19. Desde un enfoque socioantropológico, nos preguntamos cómo afectaron las políticas de Aislamiento y de Distanciamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO y DISPO) en las experiencias infantiles y adolescentes, sus corporeidades y sus vínculos con otras/os, y cómo influyeron los cambios y protocolos en relación al uso/no uso de los espacios (públicos y privados). Algunas preguntas que articulan la reflexión son: ¿Qué cambios y continuidades se observan en las rutinas corporales? ¿Qué (im)posibilitó el distanciamiento y el aislamiento social en términos de socialidad con pares y contención socio-afectiva? ¿Qué búsquedas y sentidos aparecen relacionados con el ejercicio de determinadas prácticas corporales y apropiaciones espaciales en el hogar y fuera de él? ¿Qué experiencias de género aparecen enlazadas a las nuevas condiciones impuestas por la pandemia a las infancias y adolescencias?
La estrategia metodológica implementada en el marco de la investigación supuso, desde el paradigma de investigación cualitativa, entrevistas semiestructuradas a 29 mujeres y un varón, referentes comunitarias/os de espacios de cuidados y asistencia alimentaria de diferentes sectores de la ciudad y talleres de fotografía, que constaron en 5 encuentros con 12 adolescentes (12-14 años) de barrios socio segregados. Debido al contexto de pandemia, las entrevistas se realizaron de manera virtual vía google meet al igual que los talleres de fotografía. Las observaciones se realizaron cuando las medidas de distanciamiento se flexibilizaron y permitieron la circulación por la ciudad.
En el primer apartado articulamos una aproximación a estudios que constituyen antecedentes directos de la pesquisa. En segundo lugar, se explicitan los territorios teóricos en los que situamos la reflexión, que le dan marco y sustento: por un lado, el cruce temático que se articula entre infancias, cuerpos, prácticas corporales y pobreza (Bustelo, 2011, Ruiz, 2021; Pineau, 2008; Cachorro, 2013); el otro eje conceptual reconstruye ciertos condicionantes contextuales de peso de las experiencias infantiles en las sociedades contemporáneas y en pandemia (Segato, 2018; Debord, 1995; Segovia Marín, 2017; 2000). Del tercero al sexto subtítulos se organizan -a modo de resultados- los núcleos de reflexión construidos a partir de las categorías que surgieron en el trabajo empírico y su puesta en análisis desde el herramental teórico. Allí se da entidad a la experiencia reiterada de cuerpos infantiles y adolescentes que, desprovistos del refugio que les daban -antes de la pandemia- ciertos espacios públicos, parecen librados a la interperie de hogares con carencias, des-cuidos y violencias de diverso tipo. La fuerte mediatización de las experiencias, el predominio de actividades sedentarias, redescubrimientos y apropiaciones del espacio doméstico (con ciertas continuidades en el ejercicio de mandatos de género) hablan de cuerpos-encerrados y, a la
vez, en búsqueda de recuperar experiencias de afectividad en tanto cuerpos-colectivos que se encuentran en la memoria, donde se anudan prácticas corporales y espacios-tiempos en compañía de otras/os.
En agosto de 2020, durante la cuarentena debido a la pandemia mundial por COVID-19, la Subcomisión de Derechos del niño y el Comité de Pediatría Social de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), llevó adelante una investigación3 que permitió conocer las voces de niños, niñas y adolescentes de nuestro país en este nuevo contexto. Al indagar acerca de cómo era un día en su vida antes de la cuarentena, el 50,7 % de NNyA destacaron el tiempo que pasaban fuera de sus casas, las actividades deportivas y/o recreativas (salidas y paseos), con diferente énfasis según las edades. Quienes se encontraban entre los 6 a 9 años, asociaron su vida anterior a la pandemia a paseos, plazas y salidas al aire libre, manifestando en algunos casos, aspectos vinculares y afectivos tales como la posibilidad de dar abrazos y compartir tiempos-espacios con pares. Las y los NNyA entre 10 y 14 años enfatizaron el rol de la escuela (89,1 %), las actividades más rutinarias, y el deporte como un espacio clave previo a la cuarentena. Por su parte, las y los adolescentes también destacaron la escuela y la rutina diaria como una parte importante de sus vidas. Sin embargo, en este último grupo etario, el énfasis se colocaba en los deportes y las salidas recreativas al aire libre (55,6 %) (Cabana, Pedra, Ciruzzi, Garategaray, Cutri y Lorenzo, 2021).
En relación al contexto de pandemia, se les consultó respecto a las actividades que disfrutaban hacer durante este tiempo en particular. Allí, el 63 % de entrevistadas/os manifestó su preferencia a realizar juegos o alguna actividad lúdica. Las actividades lúdicas que incluyen el uso de pantallas fué mayor en los varones (52 % vs. 31 %), en particular en las edades comprendidas entre 10 y 14 años (Cabana et al., 2021). Las mujeres prefirieron actividades donde no había interacción con otros/as (televisión/series/ diseñar/editar) y los varones -sobre todo entre 10 y 14 años- priorizaron el intercambio con otros/as a través del uso de videojuegos. El 60 % de los varones que empezaron a jugar rutinariamente a los videojuegos en tiempo de pandemia, asociaban su vida anterior a las actividades físicas, identificándolas como las actividades que extrañan realizar, por sobre las relaciones afectivas y las actividades al aire libre (Cabana et al., 2021).
El 58 % de quienes se entretenían mirando la televisión manifestaron extrañar de su vida anterior, las actividades recreativas no competitivas, paseos y salidas. En relación al grupo de 6
a 9 años, si bien utilizaba las pantallas, eligió otro tipo de actividades lúdicas (juguetes/bicicleta) (Cabana et al., 2021).
Hay un grupo de trabajos de producción reciente -relacionados al estudio del que surge este artículo- que abordaron los efectos de la pandemia de COVID-19 en las infancias argentinas; algunos se centran en el análisis del acceso a la alimentación (Angeli y Huergo, En prensa), otros miran las transformaciones en la actividad física (Aliano, Pi Puig, Rausky y Santos, En prensa). En el artículo “Coreografías del cuidado en barrios socio-segregados de la ciudad de Córdoba: familias y organizaciones comunitarias”, Bainotti y Busleimán (En prensa) asumen una perspectiva de género y de clase y un enfoque de investigación cualitativo para tematizar acerca de los cuidados en tiempos de pandemia. En el trabajo aparece con intensidad el papel fundamental que ejercen las mujeres en las tareas de cuidado en los barrios, en especial para enfrentar el hambre (agudizado en la pandemia), pero también al hacerse cargo de otras tareas y trámites (asistir con la gestión de conectividad a las familias para el sostenimiento de la escolaridad, apoyo educativo a distancia, brindar información sobre las vacunas, entre otros trámites y gestiones). Tareas que se vieron multiplicadas dejando -como señalan las autoras- marcas en los cuerpos de las mujeres (Bainotti y Busleimán, En prensa).
Se desprende de este antecedente, la reproducción de las desigualdades, tanto las relacionadas a la pobreza como a los estereotipos de género, en especial en torno a los roles asignados de manera diferenciada para mujeres y varones en torno a las tareas de cuidado.
Las evidencias son contundentes para afirmar que la pandemia intensificó la realidad crítica social y económica que existía antes de 2019, en el contexto de un modelo neoliberal y colonial que asume diversos ropajes pero perpetúa e incluso profundiza las formas imperantes de concentración de las riquezas y de desigualdad entre clases, en articulación con el paradigma de explotación y precariedad de la vida, como lo caracteriza R. Segato (2018), donde se inscribe la desigualdad y otras formas de violencias, entre las que se encuentran las de género.
Una lectura en clave materialista lleva a considerar que la extrema desigualdad y la pobreza delimitan fronteras que segmentan profundamente unas infancias y adolescencias de otras. De ahí que la utilización del plural procura superar el reduccionismo que supone hablar en términos de infancia y/o de adolescencia, ya que dichos vocablos se asocian a entidades
con rasgos universales y homogéneos que sostienen identidades sin fisuras (Frigerio, 2003), contrapuestas a la diversidad existente.
Nos referimos a niños, niñas y adolescentes, entonces, en tanto sujetas/os históricas/os, singulares y únicas/os. Un enfoque interseccional (Vigoya, 2016) nos invita a incorporar las variables de género, clase social, entre otras, para comprender cómo afectan en las infancias y adolescencias distintos tipos de vulnerabilidades de manera articulada y diferenciada de un caso a otro.
Afirma E. Bustelo que las/os niñas/os son, por antonomasia, quienes no tienen poder (2011), aludiendo indirectamente al adultocentrismo como relación de dominación, donde las infancias y adolescencias quedan en lugar de subordinación. En el caso de las infancias y adolescencias pobres, a la variable de la edad y de género, se entrecruza el modo de opresión que se desprende de la clase social de pertenencia, entre otros factores.
Sugiere Pineau (2008) que NNyA de sectores sociales atravesados por la pobreza vivencian una pérdida del tiempo de infancia y tiempo de adolescencia, porque de manera temprana son lanzadas/os a las obligaciones de la vida adulta: para salir a trabajar, cuidar de hermanas/os, hacer tareas del hogar, por maternidad o paternidad tempranas, entre otros motivos. Incluso, sugiere el autor, la adolescencia podría ser considerada una experiencia de determinadas clases, a la que no acceden las personas pobres. Ahora bien, la perspectiva de De Certeau pone en evidencia la capacidad de las/os desposeídas/os de ‘torear’, eludir o ‘jugar’ con las decisiones de quienes se ubican en lugares de dominación. En otra ocasión hemos reflexionado al respecto, al detenernos a observar las respuestas creativas de niñas/os frente a las consignas adultas (Simoni y Páez, 2022). Las prácticas infantiles -en relación con las de un/a adulta/o- se presentan, (casi) siempre, como tácticas, al participar en un sistema de dominación adultocéntrico que delimita accesos y posibilidades.
En efecto, lejos de una mirada que parte de considerar a las/os menores como seres pasivas/os y objetos de las políticas disciplinarias de los cuerpos, NNyA -aunque vulnerables a la influencia del medio4- son también protagonistas del hacer cultural: des-oyen, des-estiman, negocian, subvierten y crean sentidos. Sus cuerpos son territorios donde se inscribe el poder desde modos articulados de normativización, domesticación y silenciamiento, pero al mismo tiempo son lugares de agencia desde donde ejercen micro resistencias de manera activa, aunque tal vez sutil y desarticulada.
Es en estos cuerpos infantiles y adolescentes donde puede leerse la complejidad de la experiencia personal y social y las apropiaciones subjetivas de la misma. Para esto es preciso,
como indica M. Ruiz (2021), superar la representación dominante de cuerpo como materialidad biológica, construida históricamente desde campos como las ciencias naturales, médicas y posturas higienistas y moralizantes.
La categoría posestructuralista de corporización, explica la autora (Ruiz, 2021), busca superar el binarismo moderno que separa al cuerpo de la mente y reemplazarlo por una concepción referida al estar en el mundo como existencia vivida más que como cuestión nominal. Corporización, según Ruiz, supone procesos abiertos, dinámicos, ambiguos, transitorios, inestables de construcción de la subjetividad (2021).
La noción de prácticas (De Certeau, 1999; 2000) permite observar el hacer infantil en su dimensión productiva -y no sólo consumidora y pasiva- de la cultura, y se articula sin forzamientos con la de prácticas corporales. G. Cachorro (2013) afirma que las prácticas corporales constituyen una pluralidad de manifestaciones y expresiones del movimiento de los cuerpos que “se materializan en cada intersticio del espacio social asumiendo distintos e innumerables modos de acción” (p. 12). Añade el autor que estas prácticas están orientadas por deseos y expectativas de las personas que las desarrollan, y que guían modos de estar-juntas/os en la ciudad (Cachorro, 2009; 2010): “Las prácticas corporales están movidas por anhelos de construir tramas vinculares. Los espacios de participación ciudadana generados cobijan sueños y tratan de justificar la propia existencia” (2009). Atender a los espacios elegidos y apropiados para el ejercicio de prácticas corporales, a los recorridos e itinerarios (De Certeau, 2000) donde se pone el cuerpo-con-otras/os por los lugares de la ciudad -incluso en (y a pesar del) contexto donde el mandato era el aislamiento y el distanciamiento social- es una buena guía de lectura de estas expresiones-otras de las expectativas y anhelos en relación a la vivencia de experiencias de formas de vinculación social de infancias y adolescencias.
Cuerpo-individual/cuerpo-colectivo; cuerpo-quietud/cuerpo-movimiento; cuerpo-disciplinado/ cuerpo-disfrute se presentan como algunos vectores de análisis de las experiencias infantiles y adolescentes.
Las tesis de G. Debord (1995) nos brindan pistas para ahondar la reflexión respecto a las formas de des-vínculo intensificadas por la nueva coyuntura derivada del virus. La preeminencia en nuestras vidas de la imagen, a través del uso de tecnologías cada vez más
sofisticadas, se corresponde con modos de relación mediatizados y arrojados al plano de la virtualidad y supone procesos de des-corporización, pasivización e inactividad.
El mundo mediado tecnológicamente es cada vez menos un ‘afuera’, para aproximarse a nosotras/os hasta volverse cuerpo, en un fenómeno que podría entenderse, siguiendo a P. Virilio, como “endocolonización” (2003). Es decir, las tecnologías no operan desde un lugar de exterioridad, sino que van constituyendo nuestra experiencia sensorial, corporal.
El aumento de la comunicación remota en las formas de vinculación social en pandemia
-para dar sostenimiento a la escolaridad, al trabajo (devenido en tele-trabajo), para saludarse, reunirse, efectuar celebraciones, entre otros- parecería haber profundizado aún más este fenómeno, de relaciones mediatizadas por la imagen y las tecnologías, como el modo predominante de vínculo social. En especial, frente a las condiciones del encierro, el aislamiento y el distanciamiento social.
En vistas a caracterizar también nuestro tiempo, R. Segato (2018) expresa que predomina en nuestras sociedades un paradigma de cosificación, explotación, desprotección y precariedad de la vida. Y afirma que “la repetición de la violencia (...) promueve en la gente bajos umbrales de empatía” (p. 13). Amplía sus ideas la autora y se refiere al aislamiento de las/os ciudadanas/os mediante su desensibilización al sufrimiento de las/os otras/os.
¿Qué efectos habrá tenido en este marco la pérdida del espacio público donde estar cuerpo a cuerpo con otras/os? Observemos el concepto propuesto por O. Segovia:
“lo que en propiedad define su naturaleza (del espacio público) es el uso: (...) supone dominio público, uso social colectivo y diversidad de actividades. Es un lugar de relación y de identificación, de manifestaciones políticas, de contacto entre las personas, de animación urbana, a veces de expresión comunitaria. (...) configura el ámbito para el despliegue de la imaginación y la creatividad, el lugar de la fiesta (...), del símbolo (de la posibilidad de reconocernos a nosotros mismos), del juego” (Segovia, 2017, p.94).
En contrapartida, podemos decir que el vaciamiento del espacio público (que puede darse por diversas razones) supone la pérdida de experiencias-con-otras/os. En ese sentido, la autora plantea la construcción social de la inseguridad como fenómeno que lleva al abandono del espacio público y lo relaciona con la disminución de vínculos de solidaridad, respeto e interés entre conciudadanas/os. Esto, exacerbado por el temor al contacto y al contagio del virus, supuso mayores sensaciones de inseguridad que fracturaron el cuerpo social y colectivo en nuestras sociedades.
Es decir, a la fragmentación espacial y la distancia social articuladas a la desigualdad y a la inseguridad preexistentes a la pandemia y a los modos de vida mediatizados por las tecnologías se sumó otro factor que profundizó las formas del des-vínculo social: el miedo al otro/la otra, derivado del virus. Por razones sanitarias, la sociedad se retrajo al ámbito privado.
El corrimiento del espacio público al doméstico, operado durante la pandemia, dio lugar a su vez al despliegue de distintos tipos de violencias. Violencias en plural, como sugiere Moser (2004), al señalar la existencia de definiciones más amplias que exceden el ejercicio de la violencia física. En esa dirección, Galtung (2004) propone entender el fenómeno de la violencia usando la analogía de un iceberg para graficar que la parte visible de esta manifestación es de menor magnitud que aquello que no se ve. El autor desarrolla el concepto de triángulo de la violencia para abordar las relaciones existentes entre tres tipos de violencias: violencia directa, violencia estructural y violencia cultural. La violencia directa, es aquella que se presenta de manera visible, materializada en actos de violencia física o psicológica. Por otra parte, la violencia estructural, es un tipo de violencia indirecta, no visible, y se refiere al conjunto de estructuras que no facilitan o impiden la satisfacción de necesidades, cuya materialización consiste, justamente, en la privación de estas. Finalmente, la violencia cultural constituye el marco legitimador para el desarrollo de las violencias directas y estructurales, y se expresa en actitudes.
De acuerdo con los datos registrados por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, los llamados a la línea 137 por violencias intrafamiliares y/o sexuales contra niños, niñas y adolescentes aumentaron un 20% durante la cuarentena, respecto al mismo período de 2019 y un 48% respecto de los seis meses previos (UNICEF, 2021). Estos datos constituyen la evidencia de violencias directas que se ejercieron sobre NNyA en este contexto y que, en sectores atravesados por la pobreza y la desigualdad extremas en Argentina, donde la problemática de la vivienda y el fenómeno del hacinamiento constituyen claros ejemplos de violencias estructurales, suceden cruzamientos y sobreposiciones de diversos tipos de violencias, que asfixiaron la experiencia de vida de sus habitantes -aún más- durante el aislamiento.
Este paisaje de violencias y des-vínculo está pintado con las tonalidades monocromáticas del capitalismo. También a la lógica del capital se anudan la fragmentación, la distancia y la separación como formas de lazo social.
La pregunta, entonces, por los modos de estar (o no estar) con otras/os para las infancias y las adolescencias en nuestro presente, no sólo aparece limitado a los usos
(im)posibles de los espacios públicos (escuelas, centros de asistencia alimentaria y de actividad física, parques y plazas) y al confinamiento en los hogares, sino también por la preeminencia de la virtualidad como nuevo territorio de comunicación, de interacción y de participación en la vida social en contextos atravesados por múltiples violencias.
Frente a la irrupción del virus de COVID 19, en marzo de 2019, el mensaje que se divulgó desde el Gobierno Nacional fue: “Quedate en casa”. La consigna parecía invitar, pero en realidad se trató de una medida compulsiva y generalizada a toda la población, que pretendía limitar el contacto para evitar la reproducción de la enfermedad.
“Quedate en casa” no significó lo mismo para unos sectores sociales que para otros. En el caso de las infancias que abordamos en este estudio, esta medida impactó además, en la pérdida de los espacios de socialización y cuidados, como así también, en los tiempos para realizar actividades vitales para su desarrollo y crecimiento, quedando relegados al interior del hogar. Así lo relataba M en relación a las vivencias de NNyA de su barrio:
“Entonces, como que todos esos cambios fueron muy bruscos para los niños, el dejar todos los entornos sociales, porque de un día para el otro cerraron la escuela, cerraron todos los lugares como el socio educativo donde nos juntábamos a hablar de los que nos pasaba, a mirar qué le pasaba ese niño. Los espacios de gimnasia y movimiento cómo son rugby, fútbol, hockey acá en la zona se dejaron de hacer todos. Acá en un momento vos salías y te daba tristeza el barrio, no veías a nadie en la calle… y los niños mirando por la ventana. No. No, era...un nudo en la garganta...Porque bueno, ocasionó esto la pandemia… el miedo de las familias, mucho miedo, porque no sabíamos con qué nos íbamos a topar…”
(Entrevista a M; referente comunitaria de cooperativa; zona noroeste de Córdoba, 29/04/21)
El cierre de las escuelas, de los comedores, merenderos y de algunos espacios de ejercicio de prácticas corporales en que participaban NNyA, además del impacto en las trayectorias educativas, en los vínculos con pares y en la salud, derivó en otro fenómeno no menos preocupante: la carencia de contención, cuidado y seguridad que estos ámbitos brindaban. Así lo expresa S.:
“Cambió todo. Dinámicamente cambió muchísimo. Nosotros acá tenemos muchas organizaciones barriales que trabajan. Una de ellas es una escuelita de fútbol que acompaña y contiene a más de 100 niños, ¡a más de 100 niños! y mira, ahora también de vuelta se sintió perjudicada porque viste que se suspende todo lo que es lo deportivo. Entonces ¿a dónde se contenían a esos niños? es una situación muy difícil”. (Entrevista a S., referente de Asociación Civil; zona sudeste de Córdoba, 4/5/21)
En la preocupación de S. por la contención de NNyA puede leerse cierta creencia y/o conocimiento respecto a que en los hogares, es decir, en los ámbitos de la vida privada de las infancias y adolescencias, ellas/os no siempre están seguras/os. En esta misma dirección se expresa A., trabajadora social de Villa El Libertador, al mencionar el aumento de consumos problemáticos y situaciones de violencia en las familias:
“(...) y bueno, el tema del consumo, la violencia también se fue agravando por el tema de la pandemia, así que también se presentaron muchas situaciones. Y bueno, también de buscar la manera de generar la contención con les niñes que estaban en sus casas (...) Aparte como que tenemos esa presencia constante, de estar cuerpo a cuerpo, ese acompañamiento y no estar presente, bueno, como que ese espacio de contención empieza a no estar y se vuelve problemático”. (Entrevista a A., Trabajadora Social; zona sur; 23/06/21)
En los espacios públicos como estos comedores de sectores socio segregados parecieran las infancias contar con ciertas garantías de seguridad y contención física y emocional: una presencia constante de adultas/os referentes que se manifiesta nada más y nada menos que cuerpo a cuerpo, es decir, en vínculos de proximidad, de cercanía. Presencias, modos vinculares de los que no disponen necesariamente en sus hogares, mucho menos en contextos de crisis social como la derivada de la pandemia. Lejos de dicha proxemia, el ASPO limitó el universo de los vínculos, en el mejor de los casos, a la virtualidad, es decir, a relaciones mediadas por las tecnologías; en otros, peores, a la soledad, la desprotección y la violencia.
En este sentido, es elocuente el modo en que Segovia se refiere a lo que significa para las mujeres, en ocasiones, el encierro: “el hogar puede significar un claustro, un lugar de encierro, de restricción y de violencia” (2017). El espacio doméstico, explica la autora, puede ser igualmente o incluso más peligroso que el público, pues este último -en la cotidianeidad-suele desahogar al primero de algunas de las consecuencias del hacinamiento y la convivencia forzada. Vivencias que pueden hacerse extensivas a infancias y adolescencias, especialmente en pandemia, donde la pérdida de fuentes laborales y el hambre se hicieron presentes con fuerza, con la consecuente frustración y malestar que eso genera en la población adulta.
Otras investigaciones en torno a esta temática encontraron que dentro de las familias pobres -donde los recursos económicos no abundan ni son estables- los/as adolescentes también se vieron afectados por los cambios de humor de sus padres/madres, quienes debido a la situación de profunda incertidumbre se encontraron experimentando sentimientos de frustración, que en algunos casos se manifestaron de formas violentas, ocasionándoles a los menores una exposición mayor frente a la depresión, ansiedad e incluso predisposición al suicidio (Petito et al., 2020). Así también, otro estudio relacionado con el tema que aquí abordamos, desarrollado en el marco del proyecto PISAC ya citado, fue realizado a partir del análisis de 82 relatos de niñas, niños y adolescentes de la región Noreste-Litoral de la Argentina. En dicha pesquisa les solicitaron a NNyA que les enviaran el relato de un sueño que hubieran tenido durante el tiempo que “tuvieron que quedarse en casa” (o una historia inventada, en su defecto) y un dibujo sobre lo que habían narrado. Dicho material fue posteriormente analizado desde un marco teórico conformado por el psicoanálisis, la semiología, los estudios de género y la historia cultural. Entre los resultados obtenidos a partir de las narrativas de sus protagonistas, emerge de manera contundente la violencia física en los relatos de los sueños, y tiene por víctimas -mayoritaria y casi invariablemente- a las niñas, a las adolescentes y a las mujeres adultas. Quienes ejercían la violencia eran por regla los varones. Esto se deriva tanto de los sueños de NNyA de estratos medios como de los relatos y dibujos de población infantil y adolescente de sectores socio-segregados. La diferencia significativa es que en los sectores más vulnerables la violencia se muestra de modo más directo y brutal (Drivet, López, Schaufler y Hetzer, En prensa).
Estos testimonios se tornan aún más significativos si consideramos que pertenecen a fragmentos de la vida anímica de NNyA, quienes durante un tiempo prolongado de la pandemia sufrieron la suspensión de las clases presenciales respecto de lo que ocurrió en la mayoría de los países del mundo, simultáneamente se vieron obturadas las actividades con pares por fuera de la escuela; y el acceso y permanencia en espacios públicos al aire libre contaron con múltiples restricciones. Como resultado quedaron literalmente invisibilizados: confinados al margen de la sociedad, desatendidos, no escuchados ni reconocidos (Drivet, López, Schaufler y Hetzer, En prensa).
Entrevistadas señalan que la crítica situación supuso un aumento en el consumo de sustancias peligrosas por parte de jóvenes y de adultas/os, algunas/os de las/os cuales se iniciaron en esta práctica durante el encierro obligatorio. También mencionan las fiestas clandestinas en tanto espacios no-regulados -que quedan por fuera de la visibilidad que
proporciona lo público- como entornos favorecedores del consumo de estupefacientes. El incremento de esta práctica puede ser considerado otro factor que pone en riesgo a las infancias en los hogares, que va ligado al incremento, también, de diversos modos de violencia:
E: “¿qué están identificando? ¿esa violencia se manifestó en el espacio de las mujeres o también la identificaron en los niños y en las niñas, en los adolescentes?
A: sí. En realidad como que en todos los grupos porque, bueno, al pasar toda la familia quizás más tiempo juntas, el encontrarse en un espacio que a veces no es amplio o adecuado para la cantidad de personas que están ahí, conviviendo, se genera como estos roces. Sumado al consumo, eeh bueno, estuvimos acompañando varias situaciones de violencia de género y con niñes, sí. Quizás no es la violencia física, pero sí a veces como este no acompañar, no escuchar. Eeeh por una misma situación a veces de negligencia (...) como en falta de espacio para la escucha de les niñes, me parece que eso es central.”
(Entrevista a A., Trabajadora Social; zona sur; 23/06/21)
Estos relatos dan cuenta de las múltiples violencias a las que las infancias y adolescencias de sectores populares están expuestas en sus vidas cotidianas, y que fueron exacerbadas en el contexto de la pandemia. Los datos del aumento de la violencia física en estos tiempos son contundentes y alarmantes5, sin embargo no deben obturar la visión de otros tipos de violencias estructurales y culturales que estas comunidades experimentan desde tiempos previos a esta coyuntura. Son ejemplos de lo mencionado anteriormente las situaciones de la violencia estructural, que siguiendo a Galtung (2004), refiere al conjunto de estructuras que no facilitan o que impiden la satisfacción de las necesidades, presentes con claridad en las narraciones de las entrevistadas en torno a lo sucedido en la mayoría de estos hogares durante el confinamiento: las condiciones de hacinamiento, el no contar con los insumos básicos de confort en el hogar, la inseguridad en términos alimentarios, de salud y laboral que estaban viviendo como familias, constituyen -en sí mismas- violencias de tipo estructural que, a su vez, son terreno fértil para el despliegue de otros tipos de violencias.
En el trabajo “Prácticas de cuidado y experiencias de infancias durante la pandemia por COVID 19. Estudio de caso en el Gran Córdoba” -fruto del mismo proyecto de investigación del que surge este trabajo- hemos tematizado las experiencias infantiles de sectores socio segregados en pandemia (Huergo et al, en prensa) desde las voces de las/os adolescentes que
participaron de manera virtual en el Taller de Narrativas Fotográficas, realizado como forma de acceso a los universos infantiles y adolescentes en el encierro. Retomamos aquí algunas consideraciones de aquel escrito para adentrarnos a conocer algunas de las características de las experiencias corporales de NNyA en el interior de sus hogares6.
Para comenzar, reconocimos en sus narraciones que las/os adolescentes distinguen dos momentos de la vida en pandemia: por un lado, los primeros 15 días fueron calificados como “divertidos”, “como estar de vacaciones”, que aparece construido como un tiempo paréntesis en el marco de la vida cotidiana. Por otra parte, los casi dos años restantes (2020 y 2021) se hicieron, según ellas/os: “lentos”, “largos”, “aburridos”, “agotadores”. Ligado a esto, frente a las preguntas “¿Cómo están?”, “¿Cómo pasaron la pandemia?” las respuestas espontáneas fueron: “para el carajo”, “aburrida”, “encerrados”, “no me da más la cabeza de hacer tareas”, “harto” (Taller de Narrativas Fotográficas en pandemia con adolescentes de 12-14 años de barrios socio-segregados, mayo 2021).
Reconocemos en sus expresiones sentidos que aluden a sus vivencias en relación a la dimensión temporal, donde el tiempo chrónos -tiempo lineal y consecutivo- se les presentó de manera diferente en el transcurso de la pandemia. Esos primeros días robados a las rutinas habituales, se constituyeron en oportunidades para un cuerpo-disfrute y un cuerpo-con-otras/os, ya que brindaba la posibilidad de compartir con sus familias tiempos plenos de afectos y placer -detenido- lejos del reloj. Estas sensaciones rápidamente se fueron diluyendo con el transcurrir de los días. Con el encierro en condiciones de precariedad, hacinamiento y carencias, la monotonía y ausencia de pares y de otras posibilidades de experiencias, dio paso a un tiempo que transcurrió a paso lento, desencadenando emociones negativas como frustraciones y hartazgo, que nos hablan de la experiencia de cuerpos-encerrados en este ser niñas/os y adolescentes en barrios atravesados por la desigualdad.
En otra dirección, de las fotografías tomadas por las/os adolescentes en sus hogares, aparece una resignificación del espacio de la vivienda. La vivencia de un tiempo que se presenta detenido en las cuatro paredes del hogar, parece haber llevado a las/os jóvenes a apropiarse de espacios que hasta el momento no tenían especial valor para ellas/os. Es el caso de A, que reconoce haber “descubierto” el techo.
Distintas tomas fotográficas desde el techo, hablan también de una búsqueda de trascender fronteras, de dar aire y luz al ámbito doméstico, de abrir los límites impuestos por las medidas de aislamiento. La conquista de territorios, de espacios para ciertos márgenes de
intimidad en esas viviendas superpobladas, insinúa cuerpos en movimiento sutil de búsqueda de libertad.
Como señalamos en “Prácticas de cuidado y experiencias de infancias durante la pandemia por COVID 19. Estudio de caso en el Gran Córdoba“ (Huergo et al., En prensa), otro sector re-descubierto -en el espacio-tiempo de excepción- es el patio, donde se abre un paisaje natural de insectos, plantas, cielo, flores, piedras, mascotas, etc. Este nuevo vínculo con el ambiente natural se da, probablemente, en las condiciones del detenimiento y el encierro, frente a la imposibilidad de experimentar el mundo del afuera con todos sus estímulos. Es decir, hay un uso y un aprovechamiento de los recursos que se presentan al alcance de la mano y, quizás, un acercamiento a cierta experiencia de contemplación.
En esa misma línea, resultados aportados por el equipo de investigación que desarrolló su trabajo en la Ciudad de La Plata, y que se encuentra enmarcado dentro del mismo proyecto de investigación, mencionan al patio como lugar central de la actividad física y lúdica de los hogares en sectores de pobreza. Si bien, no todas las viviendas contaban con patio o fondo, este espacio es aludido con recurrencia en buena parte de los relatos como lugar exterior en el que los/as niños/as pasaron un tiempo sustancial al jugar y realizar diversas actividades físicas. En dichas narrativas, se destacaba la posibilidad de contar con estos espacios intersticiales que muchas veces funcionaron como válvula de escape de los hogares para sostener el aislamiento prolongado y la exigencia de mantener a los niños/as a la vez entretenidos y seguros, bajo algún tipo de supervisión adulta. Por ese motivo, contar o no con este tipo de espacio constituyó un factor clave en la experiencia diferencial del ASPO en muchos de los hogares populares (Aliano, Pi Puig, Rausky y Santos, en prensa).
También hemos conocido que NNyA realizaron otras actividades lúdicas como juegos de cartas, dados, juegos de mesa y videojuegos. Todas de orden sedentario, donde aparecen re-significados vínculos como con hermanos/as, sobrinos/as y parientes habitantes de zonas cercanas a sus hogares.
Con respecto a la realización de actividades mediadas por la tecnología, encontramos diferencias en relación a los resultados reflejados en otra investigación que indagó en las actividades realizadas por NNyA en pandemia (Cabana et al., 2021). Allí se menciona la preferencia en el uso de videojuegos por parte de niños y adolescentes varones como medio para el intercambio con otros/as, destacando que el 60 % de ellos empezaron a jugar rutinariamente a partir de este contexto. Así también, se identificó una tendencia a la multiplicación de actividades en las/os niñas/os -en torno, por ejemplo, a las exigencias de la
educación virtual, o de “ocupar” el tiempo con actividades pautadas- a ser realizadas de manera individual, con predominio en las clases medias (Aliano, 2021; Duek y Moguillansky, 2021). Por el contrario, en los barrios de sectores populares donde realizamos las entrevistas y talleres, el uso de estos dispositivos no cuentan con el mismo protagonismo7. Entendemos que este fenómeno no es casual, sino que responde al pobre acceso a la tecnología que presentan estos hogares, cuya cara más crítica se reveló en el impacto que esto tuvo en las trayectorias escolares de infantes y adolescentes, ya que debido al contexto sanitario, la educación, como muchos otros aspectos de la vida cotidiana, se vio totalmente mediada por dispositivos tecnológicos. Tal como lo expresan Tuñon, Bauso y Passone (en prensa) la carencia de condiciones para la vinculación virtual en estos sectores sociales interpela sobre los déficits estructurales e integrales que vivencian, en tanto, las necesidades no solo fueron materiales y de escolarización, sino que también se pudo observar carencias referidas a la posibilidad de tener contacto con otros/as por los medios habilitados, que en ese momento eran a distancia y mediados por dispositivos tecnológicos.
Asimismo, esto permite comprender el por qué los hogares de barrios o asentamientos populares encontraron mayores dificultades para cumplir con las medidas de aislamiento establecidas por el gobierno nacional, en tanto las oportunidades para la interacción con pares y con adultas/os referentes presentaron múltiples obstáculos tanto en lo relacionado al espacio en sus viviendas, como al acceso de dispositivos adecuados en cantidad y en condiciones de conectividad adecuada.
La fotografía fue la puerta de entrada posible a la opacidad de los hogares en pandemia. Quizás de la misma técnica construida se deriva que el observar haya sido una de las actividades en las que participaron NNyA. Pero justamente, se escogió esa herramienta metodológica y no otra porque era lo factible en el encierro. Cabe reflexionar respecto a un tipo de vivencia donde la actividad física se limita al mirar y a prácticas lúdicas sedentarias, donde los cuerpos infantiles -cuyas necesidades propias del desarrollo vital biológico les demanda estar en movimiento permanente- ven acotados y disciplinados sus despliegues motores entre las paredes de la casa.
Antes de la pandemia, las prácticas corporales que ligaban a NNyA a experiencias más dinámicas, de mayor despliegue motriz, eran ejercidas en clubes, escuelas y espacios como comedores y merenderos. En las vivencias capturadas a través del Taller de Fotografía -al igual que se señala en el estudio sobre infancias argentinas en pandemia, citado como antecedente (Cabana et al., 2021)- aparecen estas actividades en el plano de lo que se añora, es decir,
aquello que se extraña. Y lo que se extraña en términos de prácticas corporales, está relacionado a la posibilidad que venía asociada a ellas de estar-juntas/os con otras/os: amigas/os, compañeras/os, pares. Es la huella de esta memoria, evocada en el presente del encierro, que se proyecta al futuro en términos de deseo: aquello que se ansía realizar en el tiempo del después de la pandemia.
En los relatos de las entrevistadas aparecen referencias a las hijas mayores ejerciendo tareas de asistencia a hermanas/os en los hogares y/o acompañando a sus madres en la actividad de comedores o merenderos:
A los más chicos… tengo a mi hija más grande que ella se pone y los ayuda. Y del colegio, del primario, no es tanto porque ellos te dan las actividades en la fotocopia y vos las haces y te dicen: “tal día llevala” y vos la llevas y te dan la otra. Cuando se complica más es en el secundario que tenés que mandar todo por el mail. (Entrevista a V. y J., referentes Merendero; zona norte, 08/07/21).
Las tareas escolares, durante la pandemia, supusieron una actividad intensa con la escuela en casa. La familia de J. y de V., según compartieron en la conversación, está integrada por numerosas/os hijas/os, algunas/os de los cuales tuvieron que dejar la escuela durante 2020, debido a las dificultades para sostener el ritmo y la modalidad virtual. Es decir, no era una tarea menor la que tomaba a cargo la hija más grande de la familia, seguramente con cierto costo en términos de su propio tiempo libre, energías corporales y/o actividades.
También fuera del hogar, en el ámbito de los espacios de cuidado alimentario, las hijas mujeres acompañan a sus madres:
Lo único que… viste que no podíamos estar muchas, pero gracias a dios siempre tuve la ayuda de M. y me acompañaba en las locuras mías también.
Si, no? Tu hija te hace la segunda siempre…
Si! Porque… viste? son locuras que uno tiene y que te ayude el del lado y no se canse… Bueno, es lo que le dejaré cuando ya no esté más, digo yo: que siga igual ella, que siga ayudando a la gente. (Entrevista con A., Referente de zona sur de Córdoba, junio/2021).
Ayudar a la gente aparece, en palabras de A., como una herencia, casi un obsequio que le dejará a su hija. Esta mujer cuidadora del barrio parece vivenciar dicho rol con naturalidad y
lo concibe -en una mirada hacia el futuro- en una suerte de continuidad donde su hija se ve involucrada: que siga igual ella, que siga ayudando a la gente.
Probablemente algo ligado a la identidad, a la pertenencia, a la afectividad, al status está presente en la tarea de quienes cuidan con la centralidad que estas mujeres referentes tienen en sus barrios. También cierta actitud empática, de apertura a la alteridad, en el pensar más allá de sí mismas. Todos, aspectos donde se encuentran con otras mujeres y donde se socializan las hijas.
Ahora bien, también las menores -en este encuentro con adultas cuidadoras- parecen socializarse en los roles y mandatos dominantes de género, y esto conlleva ajustes en sus propios tiempos, proyectos vitales y agotamiento de sus energías corporales, limitando las horas de descanso y de ocio personal que impactan en su calidad de vida.
Reconocemos en estas experiencias, huellas de lo que diferentes investigadoras (Faur, 2009; Esquivel, 2011; Rodriguez Enríquez, 2013; Lupica, 2014; Salvador, 2011; Batthyány, Genta, Scavino, 2017, entre otras) refieren en relación a la desigual distribución en la organización social del cuidado8. Sus pesquisas evidencian que las responsabilidades del cuidado recaen principalmente en los hogares y particularmente en las mujeres. Según Faur (2009) esto se debe a diversos factores: la persistente división sexual del trabajo, los escasos desarrollos institucionales de regímenes de bienestar en la región, las grandes desigualdades económicas y la naturalización de las mujeres como cuidadoras. Esto último, en sectores populares sucede en edades más tempranas, como se refleja en distintos relatos de las entrevistadas.
Durante la pandemia, frente al cierre de escuelas, jardines, salas cuna y otros espacios de cuidado infantil, las tareas de cuidado se sostuvieron principalmente en espacios comunitarios como los comedores (con las restricciones que ya hemos comentado) y, principalmente, en las familias. Al intensificarse la familiarización del cuidado, se profundizó la desigualdad preexistente de género.
La participación de niñas y adolescentes mujeres en estas tareas puede dar como resultado vivencias de cuerpos-disciplinados en los roles estereotipados de género, a diferencia de los varones, quienes tienen permisos culturales más amplios para el ejercicio de cuerpos-disfrute. En este sentido, es preciso seguir profundizando, como lo hacen antecedentes teóricos relevantes, en torno a las implicancias de la desigualdad y la complejidad de las tareas de cuidado (Faur, 2017; Rodriguez, 2015) y de reproducción
(Federici, 2018). Especialmente en contextos límites como fue la pandemia (Páez y Simoni, 2021).
Durante el tiempo de aislamiento, cuando regían los protocolos más estrictos para el cuidado, las formas de las interacciones de las infancias -y de todas las corporeidades en general- con los espacios de socialidad se vieron transformadas en profundidad.
La pandemia por Covid 19 trajo consigo múltiples recomendaciones para prevenir el contagio del virus y evitar su propagación. En medio de la incertidumbre que este evento causó, el Estado intervino estableciendo medidas sanitarias para aplicar en los distintos espacios comunitarios9 que, debido a su papel fundamental en medio de la crisis alimentaria, sanitaria y social que atravesamos, asistieron a numerosas familias de distintos barrios populares del país. Éstas medidas incluían pautas y prácticas vinculadas a los procesos de limpieza y desinfección, como también la forma de organización de las actividades que allí se realizaban. Se extremaron las medidas de higiene, tanto del personal como, así también, del lugar, mobiliario y utensilios. Asimismo, se vieron afectadas las formas de organización de las tareas (reformulación de roles y responsabilidades), y se restringió el número de personas que podían trabajar de manera simultánea en un mismo espacio.
Estas modificaciones afectaron también las prácticas de interacción y sociabilidad: no debían saludarse con besos, abrazos, ni con la mano, tener la cara cubierta con barbijo y se instaba a mantener distanciamiento social (idealmente dos metros) y reducir al mínimo los tiempos para estar con otros/as. De esta manera, la libertad para el encuentro que tenían NNyA y sus familias al habitar los centros comunitarios y comedores, se vio restringida por los protocolos impuestos, como lo manifiesta A:
“…siempre con todos los cuidados y protocolos, entonces bueno, no pudiendo ejercer esa infancia libre como la veíamos siempre… (…) también cuidando el espacio que no… que si entraba por ahí alguien a buscar su merienda antes se quedaban a jugar, y eso. Y ahora es ir a buscar e irse, entrar de a uno… O sea, como todo ¿viste? más estructurado y con el cuidado que se puede tener…”
(Entrevista a A., Trabajadora Social; zona sur; 23/06/21)
De esta manera, estos espacios de encuentro se fueron transformando debido al nuevo contexto. Los protocolos, las distancias, los cuidados que hay que tener, trazaron nuevas formas en el despliegue de las corporalidades infantiles y adultas. Dejaron de ser lugares para
jugar, compartir, encontrarse y acompañarse, para priorizar la asistencia en el marco de la emergencia sanitaria y alimentaria.
Las distintas actividades destinadas a las infancias constituían un riesgo para la salud, un posible foco de contagio. Y esos espacios que los cobijaban se tornaron lugares extraños que impedían su acceso y libre circulación. En ese sentido, resulta relevante para el análisis de este fenómeno, lo que plantea Segovia (2017) en relación a lo que sucede cuando se abandona el espacio público: se pierde la solidaridad, el interés hacia los otros/as (Segovia y Dascal, 2000). Ahora bien, lo que observamos no es un abandono, sin más, de estos lugares de pertenencia. Lejos de eso, advertimos formas de resistencia que sucedieron en estos territorios donde las tramas comunitarias resultan vitales.
Como afirman Anton y Pedrazzani (2022), en barrios populares de la Ciudad de Córdoba “los lazos solidarios que se activaron entraman toda una red reticular de organizaciones comunitarias, instituciones, grupos, colectivos y personas cuyo actuar es desde los territorios y con la gente” (p. 314). Estos lazos tienen una trayectoria previa a la pandemia. En ese marco, las medidas sanitarias tendientes a normalizar el distanciamiento social movilizaron a estas comunidades a evidenciar una visión colectiva que entiende que el distanciamiento físico no quiere decir distanciamiento social.
Las mujeres fueron las que mejor encarnaron este cuerpo-colectivo, cumpliendo un rol fundamental al frente de los comedores comunitarios para garantizar el acceso a la alimentación de las familias. Así lo reconoce A, trabajadora social de un barrio de Córdoba:
“...reconocer a las trabajadoras de esos espacios, que estuvieron en toda la pandemia poniendo el cuerpo sin estar vacunadas, poniendo en riesgo a sus familias también, o a veces, dejando a sus familias para ir a trabajar ahí. (...) Son mujeres que cuidan a las personas de todo el barrio, cuando vos vas son quienes a las que te cruzas en las calles del barrio haciendo las compras, después están cocinando, están cuidando a sus propias familias y también a las del resto, porque a veces la vecina tiene que salir a trabajar. (...) son ellas las que todo el tiempo están cuidando al resto.”
(Entrevista a A., Trabajadora Social; zona sur; 23/06/21)
La pandemia puso en evidencia las incesantes tareas de gestión que realizan -principalmente las mujeres- en las organizaciones comunitarias. El trabajo autogestivo que se viene desplegando en los barrios populares en torno al hambre estructural preparó las capacidades de agencia de mujeres para hacer frente a este nuevo escenario. La condición colectiva caracteriza estas acciones, a diferencia del clásico terreno de la administración, gerencia y gestión (Spinelli, 2017). Muchas referentes familiares encuentran en la cooperación
con otras mujeres la manera de dar respuesta a la comensalidad de los/as suyos/as10 (Angeli y Huergo, en prensa). En este sentido, Bainotti y Busleiman (en prensa) citan expresiones elocuentes de estas mujeres: “la pandemia activó el trabajo territorial”, estamos “abrazando a nuestra comunidad”, “el COVID-19 nos unió”, “hizo que nos conociéramos”. “Volvieron las visitas casa por casa y la pregunta por el cómo estás”, dando cuenta de la relevancia que para esas comunidades tuvieron las redes sociales de contención (Bainotti y Busleiman, en prensa).
En medio del escenario dominante de la pandemia que promovía el distanciamiento social, desde estos espacios se buscaron formas de generar cercanías, apoyo mutuo y acompañamiento. Esto también se manifestó en las infancias. En las entrevistas aparecen micro prácticas de solidaridad, de cuidado mutuo entre NNyA que torean las disposiciones de la separación y la distancia física:
Sí, tenemos un patio chiquito, pero tendríamos que hacer burbujas... y ¿cuál es el problema de estos niños? que ellos hacen todo juntos, van a la escuela todos juntos, y se movilizaban todos juntos, hacen sus propios grupos, se cuidaban entre ellos. Así que ponele era: Joaquín vivía en esta (cuadra) y pasaba a buscar a Milena que vivía en la otra cuadra, y así pasaron a buscar a la otra y a la otra y a la otra. Y así volvían también acompañándose. (Entrevista a M; referente comunitaria de Cooperativa zona noroeste de Córdoba. 29/04/21)
En estos barrios incluso se movilizaron para dar respuesta a las urgencias alimentarias que se estaban viviendo. Este fragmento de la entrevista a una trabajadora social del DIAT nos presenta algunas de las acciones que se gestaron desde las infancias:
A- Si. Pero así mismo el año pasado, a principio de año empezamos con los chicos del barrio y empezamos a hacer la olla popular en el barrio. (...) En marzo/abril (de 2020) te acordás que empezó? Bueno, los chicos decidieron, que jugaban al fútbol, y empezamos a hacer la comida. (...) Con los chicos de acá del barrio. Como ser, los chicos que jugaban del barrio… o sea, un cuadro que se llama “La Piedra” y otro cuadro que se llama “El Cuervo”. Que siempre eran rivales. (...) Recolectaban cosas, no se podía jugar, no hacían campeonato. (...) Y bueno, decidieron en el barrio, porque había mucha necesidad como ahora y… (...) Y los chicos habían buscado por todos lados, les daban donaciones de agua mineral, un jugo, una soda, frutas, de todo había para la comida, estaba re bueno. (...)
E- Está bien. Que bueno que se organizaron, no? O sea, que los chicos jóvenes también vieron la necesidad e hicieron algo, esto de hacer.
A- De hacer, si. Si, la verdad que muy lindo fue el tiempo ese, muy muy lindo. Bah, esas cosas son lindas porque esas te marcan, viste? (Entrevista a A., Trabajadora Social; zona sur; 23/06/21)
Señala Cachorro (2008; 2010) que en las prácticas corporales que ejercen los grupos pueden reconocerse ciertos sentidos y motivaciones, ciertas búsquedas de las personas en relación a la ciudad. Aquí podemos considerar que estas/os jóvenes, que en otra temporalidad
-previa a la pandemia- se dedicaban a jugar al fútbol, frente a la crisis sanitaria se re-inventaron en una práctica muy distinta: la organización de la olla popular, práctica que también involucró -como en el deporte- una experiencia de cuerpo-colectivo. Pareciera, siguiendo la línea propuesta por Cachorro, que lo que subyace como búsqueda de este agrupamiento juvenil es algo más allá del deporte, o más acá: más en el cuerpo a cuerpo, en el calor de las/os demás, en estar-juntas/os (Maffesoli, 1990), a pesar de la orden del distanciamiento social.
Durante la pandemia, el espacio doméstico en los barrios populares de Córdoba fue el lugar donde se condensaron miedos, frustraciones, carencias de todo tipo, temores por el futuro, preocupación por el hambre y la situación económica e incertidumbre por la salud individual y colectiva, lo cual constituyó un terreno fértil para el despliegue de diferentes tipos de violencias. Esa fue la expresión material -y condición de vida- producto de la política general de cuidado sintetizada en la consigna “Quedate en casa”, para las infancias y adolescencias de estos barrios, donde el hacinamiento y la pobreza son sólo algunas de las expresiones más evidentes de violencias estructurales previas.
En el encierro del día a día, las corporalidades infantiles y adolescentes se encontraron suspendidas en un espacio-tiempo que restringía sus movimientos, sus posibilidades vinculares y de socialidad, que lleva a caracterizarlas como cuerpos-encerrados, des-vinculados y limitados a actividades sedentarias. Paradójicamente, el encierro las/os dejó a la intemperie, sin el cobijo y los cuidados que habitualmente eran brindados en los diferentes espacios de contención tales como escuelas, centros comunitarios y comedores. Esto invita a reflexionar sobre las políticas de cuidado sanitario implementadas en la pandemia, que no discriminaron entre las particulares condiciones de vida de las clases sociales. Y lleva a insistir sobre aquello que desde los feminismos se sostiene en altavoz: lo personal es político, lo personal importa, lo que sucede puertas adentro de los hogares es, también, asunto de importancia pública.
Aproximarnos a las experiencias de estas infancias y adolescencias en un tiempo detenido dentro de las cuatro paredes del hogar, nos permitió conocer -aunque de manera fragmentaria y limitada- sus vivencias en el encierro desde sus miradas y voces. Fueron
notorias sus búsquedas para franquear los límites impuestos por las medidas de aislamiento y las creativas formas de re-significar espacios al interior de sus hogares que hasta el momento no tenían particular valor para ellos/as. Allí emergieron la necesidad de conexión con el espacio abierto, búsqueda de apertura, deseos de mirar otros horizontes posibles, como también, sus anhelos de recuperar el movimiento de sus cuerpos en con-tacto con otros/as.
Sobre las mujeres recayeron/recaen -tal como sucede históricamente- las tareas de cuidado, hacia adentro y hacia afuera del hogar, profundizando aún más las inequidades preexistentes. La naturalización de este rol como esencialmente femenino, es transferido como mandato, como herencia, a las hijas en los diferentes procesos de socialización. En ese sentido, la pandemia acentuó el fenómeno de “pérdida de tiempo de infancia y tiempo de adolescencia” (Pineau, 2008), desde edades tempranas en la realización de tareas que responden a las obligaciones del mundo adulto. Principalmente esto sucede en niñas y adolescentes mujeres, que ponen el cuerpo para colaborar con la gestión de la alimentación familiar, realizar tareas de cuidado en general y, en no pocos casos, salir a trabajar. Sus cuerpos son territorios donde se inscribe el poder desde modos articulados de normativización, domesticación y silenciamiento.
Las vivencias de estas infancias y adolescencias se encuentran entrelazadas con la condición de adultez por las experiencias propias y cercanas con el hambre que les hacen saltar, sin escalas del juego al trabajo, del partido de fútbol a la gestión de la olla popular. De esta manera, la vida de NNyA se hace adulta rápidamente en la búsqueda del sustento más básico y necesario para el propio cuerpo y el de sus seres cercanos.
Es posible observar en estos actos la capacidad de agencia que NNyA manifiestan en sutiles movimientos de resistencia, tácticas que pretenden eludir el sistema dominante adultocéntrico, las condiciones de vida habituales -profundamente violentas- del capitalismo (la desigualdad, la pobreza, el individualismo) y su expresión pandémica, en el encierro obligatorio. Son protagonistas de su hacer cotidiano: proponen, negocian, subvierten y crean sentidos.
Para estas infancias y adolescencias, la apropiación del espacio público de merenderos y comedores como lugares de re-unión y encuentro habla de una vivencia de cuerpo-colectivo que se entiende interdependiente, y que transforma la precariedad en un ejercicio -al menos fugaz- de libertad, ya que subvierte la lógica individual de satisfacción de las propias necesidades (puertas adentro de los hogares) para habilitar la construcción de respuestas comunes frente al hambre. En ese sentido, la pandemia en estos sectores sociales -lejos de
acentuar la fragmentación y la pasivización de los cuerpos- fortaleció aún más ciertos tejidos y tramas sociales que resisten la tendencia imperante en las ciudades a cuerpos-individuales y la primacía de lo propio.
Estas experiencias de cuerpo-colectivo construidas por mujeres, infancias y adolescencias de sectores socio segregados se juegan entre la urgencia del hambre y el deseo contenido -y añorado- de estar-juntas/os, codo a codo, con las/os afectos de siempre. Dan cuenta, de modo sutil y silencioso, de tácticas para formar parte que -a pesar de la fragmentación, la distancia, la colonización tecnológica y el individualismo generalizados- van tejiendo lazo social en sus mundos de vida. Formas de vinculación social desde la proximidad afectiva que se hace cuerpo más allá y a pesar de los protocolos de control y que se disponen a la acción en movimiento, solidaridad horizontal y disfrute con-otras/os. Muestra a las infancias y adolescencias en un tipo de expresión ciudadana, en prácticas intensivas que escapan a la órbita estatal y se articulan en espacios-tiempos casi subterráneos e invisibles para quienes miran la ciudad desde una perspectiva panóptica.
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1 Directoras: Juliana Huergo e Ileana Ibáñez. Aprobado y financiado por la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyt) de la Universidad Nacional de Córdoba. Categoría: Consolidar II. Convocatoria 2018-2021. Resolución 411/18. Equipo interdisciplinario, que indaga sobre las experiencias de infancias en la Ciudad de Córdoba, en clave de clases sociales y de género. Las producciones en este marco están entramadas con las investigaciones individuales que realizamos las autoras de este artículo: “Experiencias de comer y jugar de niñas y niños que habitan barrios socio-segregados de la ciudad de Córdoba”, tesis de maestría de la Lic. M. Laura Simoni, y “Educación Física, actividad física y género. Las experiencias de adolescentes escolarizadas/os de sectores subalternos de la Ciudad de Córdoba (2020-2022)”, Plan de Trabajo de CONICET de la Dra. Florencia María Páez.
2 Proyecto beneficiado por la Convocatoria PISAC, financiado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Argentina). Directora: Dra. Ianina Tuñón. Las autoras del presente artículo integramos el nodo de trabajo de la región centro.
3 Estudio realizado con niñas, niños y adolescentes entre 6 y 18 años, argentinos/as que residen en el territorio nacional. Se realizaron 4762 entrevistas en 5 áreas: Pampeana, Noroeste, Noreste, Cuyo y Patagonia.
4 Bustelo (2011) analiza las políticas destinadas a las infancias, llevadas adelante desde el mercado y los medios de comunicación en vistas a construir y cooptar a NNyA como consumidoras/es, bajo la premisa de la rentabilidad que se desprende de ellas/os.
5 Durante los primeros seis meses del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) de 2020, los llamados a la línea 137 del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia de la Nación crecieron un 48% con respecto a los seis meses previos. Se trata de un dispositivo especializado en violencia familiar y sexual, que funciona en todo el país. En ese mismo período, la violencia contra niñas, niños y adolescentes subió el 54% (Nota publicada en www.clarin.com el dia 13/04/2022)
6 Para consultar un desarrollo más extenso y el análisis de las fotografías tomadas por las/os adolescentes en el Taller, recomendamos consultar trabajos relacionados directamente con el presente (Huergo et al, en prensa y Ibáñez y Huergo, en prensa).
7 En ese sentido, destacamos la necesidad de una mirada que distinga condiciones de clase en el abordaje de las vivencias de las infancias.
8 Consideramos al cuidado como una práctica vital para el bienestar (físico, emocional, social y psicológico) de la población (Faur, 2017), en la cual intervienen diferentes instituciones: las familias, el Estado, el mercado y las organizaciones comunitarias, interrelacionadas de manera cambiante. En otras palabras, la organización social del cuidado (OSC) hace referencia a las maneras en cómo se produce y distribuye el cuidado entre estos diferentes actores (Rodríguez Enríquez, 2015).
9 Para más detalle ver medidas preventivas ante el COVID-19 en cocinas y comedores comunitarios en: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/recomendaciones_para_prevenir_el_contagio_de_cov id_19_en_cocinas_y_comedores_comunitarios_-_final_26.04.pdf
10 En el trabajo de investigación “Coreografías del cuidado en barrios socio-segregados de la Ciudad de Córdoba: familias y organizaciones comunitarias”, se manifiestan con claridad cómo se hilan las tramas colectivas para sostener el comer de las familias del barrio: donaciones de alimentos al comedor por parte de familias que reciben los módulos del PAICOR, compras con la tarjeta alimentar de algunos insumos que se precisan, organización de rifas, sorteos y ventas de comidas para recaudar recursos que les permiten solventar algunas necesidades (Bainotti y Busleiman, en prensa). Dentro de esta gestión de cuidados alimentarios, se sumaron otras: acompañamiento a las familias aisladas tras contraer el coronavirus y a las/os adultas/os mayores; trabajo articulado con el centro de salud local o con el Centro de Operaciones de Emergencias (C.O.E); realización de campañas informativas sobre la vacunación COVID-19 e inscripción de las/os vecinas/os, entre otras.